Dulces secretos - Preparada para él - Maureen Child - E-Book
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Dulces secretos - Preparada para él E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Dulces secretos Por culpa de una apuesta, el magnate de la construcción Rafe King se vio obligado a trabajar como carpintero. No sospechaba que su clienta, la hermosa Katie Charles, lo haría olvidarse de su fría reputación. El único problema era el profundo rencor que Katie les guardaba a los hombres ricos y especialmente a los de la familia King. Rafe no podía confesarle sus sentimientos sin revelar su verdadera identidad. Pero tampoco podía seguir mintiéndole y arriesgarse a perder lo que empezaba a nacer entre ambos. Preparada para él Durante años, Rose Clancy había soñado con Lucas King, pero para ella era territorio vedado. Así que Rose supo mantener las distancias hasta que la casualidad hizo que Lucas la contratara para impartirle clases de cocina privadas y nocturnas… y la pasión que existía entre ambos no tardó en prender. Lucas la hacía sentirse deseada. Por eso, fueran cuales fueran los secretos que acabaran por desvelarse, Rose estaba más que preparada para Lucas King.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 202 - Mayo 2019

 

© 2011 Maureen Child

Dulces secretos

Título original: King’s Million-Dollar Secret

 

© 2011 Maureen Child

Preparada para él

Título original: Ready for King’s Seduction

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 9788413079554

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Dulces secretos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Preparada para él

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

A Rafe King le gustaba una apuesta amistosa como al que más.

Lo que no le gustaba era perder.

Pero cuando perdía, pagaba. Y por eso se encontraba frente a aquel bungalow, tomando un café mientras esperaba al resto del equipo. Hacía años que no se involucraba personalmente en ninguna obra. Como socio de King Construction, se dedicaba a los detalles logísticos y a proporcionar los materiales. Estaba al corriente del millón de obras que su empresa llevaba a cabo y siempre confiaba en que los contratistas hicieran bien el trabajo.

Pero ahora, por una apuesta, tendría que pasarse las próximas semanas haciendo el trabajo en persona.

Una camioneta plateada con un pequeño tráiler se detuvo detrás de él y Rafe le echó una mirada de soslayo al conductor: Joe Hanna, contratista y amigo suyo. Y el hombre que lo había incitado a aceptar la apuesta.

Joe se bajó de la camioneta y apenas pudo ocultar una sonrisa.

–No te reconozco sin el traje y la corbata.

–Muy gracioso –contestó Rafe. La verdad era que se sentía más cómodo con los vaqueros desteñidos, las botas de trabajo negras y una camiseta negra con el logo de King Construction estampado en la espalda–. Llegas tarde.

–De eso nada. Tú has llegado temprano –Joe le dio un sorbo a su propio café y le ofreció una caja de rosquillas a Rafe–. ¿Quieres una?

–Claro –Rafe agarró una y se la zampó en tres bocados–. ¿Dónde están los demás?

–No empezamos a trabajar hasta las ocho en punto. Aún queda media hora.

–Si estuvieran ya aquí, podrían prepararlo todo para empezar a trabajar a las ocho en punto –desvió la mirada hacia el bungalow que sería el centro de su vida durante las próximas semanas. Estaba emplazado en una calle arbolada de Long Beach, California, tras una amplia extensión de césped pulcramente cuidado.

Debía de tener al menos cincuenta años.

–¿En qué consiste el trabajo?

–Hay que reformar una cocina –respondió Joe, apoyándose en la camioneta de Rafe para examinar el bungalow–. Suelo nuevo, encimera nueva, cañerías y desagües nuevos, enlucido y pintura.

–¿Armarios? –preguntó Rafe.

–No. Los actuales son de pino canadiense y no hace falta cambiarlos. Sólo tenemos que lijarlos y barnizarlos.

Rafe asintió y se giró hacia Joe.

–¿Los chicos saben quién soy?

–No tienen ni idea –lo tranquilizó Joe con una sonrisa–. Tu identidad se mantendrá en secreto, tal y como acordamos. Mientras dure el trabajo te llamarás Rafe Cole. Recién contratado.

Mejor así. Si los hombres supieran que él era su jefe, se pondrían muy nerviosos y no harían bien el trabajo. Además, era una buena oportunidad para averiguar qué pensaban sus trabajadores de la empresa. Aun así, sacudió la cabeza con pesar.

–Recuérdame otra vez por qué no te despido…

–Porque perdiste la apuesta y tú siempre cumples con tu palabra. Ya te advertí que el coche de Sherry ganaría la carrera.

–Es verdad –admitió Rafe, y sonrió al recordarlo. Los hijos de los empleados de King Construction fabricaban coches con los que luego hacían carreras en una pista preparada para la ocasión. Rafe había apostado contra el coche rosa de Sherry, la hija de Joe, y Sherry le dio una lección al dejar a todos clavados en la salida. Nunca más volvería a apostar en contra de una mujer…

Rafe siempre dejaba la publicidad y las relaciones públicas de la empresa en manos de sus hermanos Sean y Lucas. Entre los tres habían convertido a King Construction en la constructora más importante de la Costa Oeste. Sean se ocupaba de la parte corporativa; Lucas era el responsable del personal y de la cartera de clientes, y Rafe era como el burro de carga que se encargaba de proporcionar todo el material necesario en una obra.

Un camión se acercó traqueteando por la calle y se detuvo frente a la casa, seguido por una pequeña camioneta. De cada vehículo se bajó un hombre.

–Steve, Arturo… –os presento a Rafe Cole –dijo Joe–. Va a trabajar con vosotros.

Steve era alto, de unos cincuenta años, con una amplia sonrisa y una camiseta de un grupo de rock local. Arturo era mayor, más bajo y con una camiseta manchada de pintura.

Al menos estaba claro quién era el pintor.

–¿Estamos listos? –preguntó Steve.

–Vamos allá –dijo Joe. Hay una puerta para vehículos. ¿Qué os parece si llevamos al tráiler al jardín trasero? Así lo tendremos más a mano y será más difícil que lo roben.

–Buena idea.

Joe cruzó la verja con su camioneta y el tráiler y en cuestión de minutos se habían puesto manos a la obra. Hacía años que Rafe no estaba en una obra, pero no había olvidado nada. Su padre, Ben King, tal vez no hubiera sido el mejor padre del mundo, pero se había preocupado de que sus hijos se pasaran todos los veranos trabajando en las obras. Era su forma de recordarles que no por ser un King se tenía todo ganado.

A ninguno de los chicos le había hecho gracia pasarse las vacaciones trabajando, pero con el tiempo, Rafe llegó a la conclusión de que era lo único bueno que su padre había hecho por ellos.

–La clienta lo ha despejado todo para que Steve y Arturo puedan comenzar enseguida. Rafe, tú te encargarás de instalar una cocina provisional en el patio –dijo Joe.

–¿Una cocina temporal? –repitió Rafe–. ¿Es que la dueña no puede comer fuera de casa mientras reforman su cocina, como hace todo el mundo?

–Podría –respondió una voz de mujer desde la casa–. Pero la dueña necesita cocinar mientras arregláis su cocina.

Rafe se giró hacia la voz y por un instante se quedó pasmado ante la mujer que tenía enfrente.

Era alta, como a él le gustaban las mujeres… no había nada más incómodo que tener que agacharse para besarlas. Tenía una melena rizada y rojiza que le llegaba por los hombros y unos ojos verdes brillantes. Y una sonrisa extremadamente sensual.

A Rafe no le gustó nada encontrarse con una mujer tan apetitosa. No necesitaba una mujer en esos momentos de su vida.

–Buenos días, señorita Charles –la saludó Joe–. Aquí tiene a su equipo. A Arturo y a Steve los conoció el otro día. Y éste es Rafe.

–Encantada de conocerlo –dijo ella. Le clavó a Rafe la mirada y, por un instante, pareció que el aire chisporroteaba de calor–. Pero llamadme Katie, por favor. Vamos a pasar mucho tiempo juntos.

–¿Y por qué necesitas esa cocina provisional?

–Hago galletas –le explicó ella–. Es mi trabajo y tengo que atender los pedidos mientras reformáis la cocina. Joe me aseguró que no habría ningún problema.

–Claro que no –corroboró Joe–. No podrás hacerlas durante el día, ya que tenemos que cortar el gas para instalar las tuberías, pero te lo dejaremos todo listo para la noche. Rafe se encargará de ello.

–Genial. Os dejo que sigáis con lo vuestro.

Volvió a entrar en casa y Rafe aprovechó para admirar su trasero. Era tan apetitoso como el resto de ella. Tomó una larga bocanada de aire, confiando en que la fresca brisa matinal lo ayudara a aliviar la excitación. No fue así, y la perspectiva de afrontar una larga jornada en aquel estado era preocupante.

Se obligó a ignorar a aquella mujer. Sólo estaba allí para saldar la apuesta, nada más.

–Muy bien –dijo Joe–, vosotros llevad la cocina de Katie a donde ella quiera y Rafe se encargará de ponerla a punto.

Nada le gustaría más que poner a punto a la dueña de la cocina, pensó Rafe.

 

 

El ruido era insoportable.

Al cabo de una hora de martilleos continuos a Katie iba a estallarle la cabeza.

Era extraño tener a gente desconocida en casa de su abuela, y más aún pagarles para que demolieran la cocina donde Katie había pasado gran parte de su infancia. Sabía que era necesario, pero no estaba tan segura de poder aguantar hasta el final de las obras.

Desesperada, salió al patio para poner la mayor distancia posible entre ella y el ruido. Había un espacio largo y estrecho entre el garaje y la casa, y allí había unas sillas y una mesa donde las bandejas del horno esperaban a llenarse de galletas. Los cuencos para mezclar estaban en una encimera cercana y una mesa plegable era su despensa provisional. Iba a ser todo un desafío. Sin contar con el hombre guapo y macizo que gruñía detrás de la cocina.

–¿Cómo va? –le preguntó ella.

El hombre dio un respingo, se golpeó la cabeza con la esquina de la cocina y masculló una maldición que Katie se alegró de no oír.

–Todo lo bien que puede ir conectando una cocina antigua a una tubería de gas –dijo él, echándole una torva mirada con sus bonitos ojos azules.

–Es vieja, pero fiable. Aunque ya he encargado una nueva.

–No me extraña… –respondió él, volviendo a agacharse detrás de la cocina–. Esto debe de tener treinta años, por lo menos.

–Por lo menos –Katie se sentó–. Mi abuela la compró antes de que yo naciera, y tengo veintisiete años.

Él la miró y sacudió la cabeza.

A Katie se le formó un nudo en el pecho. Aquel hombre era tan guapo que debería estar en la portada de una revista, no en las obras de una cocina. Pero parecía muy competente en su trabajo, y sólo de verlo a Katie se le aceleraba el corazón.

–Que sea vieja no significa que sea inútil –dijo con una sonrisa–.

–Y aun así has encargado una nueva –repuso él con una media sonrisa.

–Renovarse o morir, aunque echaré de menos esta vieja cocina… Hacía la cocción más interesante.

–Claro… –por la expresión de Rafe no parecía que le importase mucho lo que le estaba contando–. ¿De verdad vas a ponerte a hacer galletas aquí fuera?

El estrépito de los cascotes se mezclaba con las risas de los hombres que estaban en la cocina.

Suspiró al recordar la cocina de estilo granjero que en aquellos momentos estaban echando abajo.

Pero cuando acabaran las obras tendría la cocina de sus sueños.

–¿Qué te hace tanta gracia?

–¿Qué? –miró a Rafe y se dio cuenta de que la había sorprendido sonriendo–. Nada. Sólo pensaba en el aspecto que tendrá la cocina cuando hayáis acabado.

–¿No te molestan el jaleo y el resultado?

–No –se levantó y se apoyó sobre la cocina para mirarlo–. No me apetece en absoluto oír tanto ruido y hacer galletas aquí fuera, pero es inevitable. Y en cuanto al resultado, hice las investigaciones pertinentes antes de contrataros. Consulté con todas las constructoras de la ciudad y recibí tres presupuestos.

–¿Y por qué te decidiste por King Construction? –preguntó el mientras arrastraba algo que parecía una serpiente plateada desde debajo de la cocina a la toma de gas de la pared del garaje.

–No fue una decisión fácil –dijo ella, recordando cosas que era mejor no mencionar.

–¿Por qué? –casi parecía ofendido–. King Construction tiene una reputación intachable.

Katie sonrió.

–Está bien que defiendas a la empresa para la que trabajas.

–Sí, bueno. Los King se han portado muy bien conmigo –frunció el ceño y volvió a la tarea–. Pero si no te gusta King Construction, ¿por qué nos has contratado?

Katie volvió a suspirar y se reprendió a sí misma por no ser más discreta. Pero ya era demasiado tarde para tragarse sus palabras.

–Estoy segura de que la constructora es excelente. Todas las referencias hablaban de un trabajo responsable y profesional.

–¿Pero…? –Rafe le dio unos golpecitos a la pared, se levantó y miró a Katie, esperando la respuesta.

Ella también se irguió, a pesar de su metro ochenta él le seguía sacando al menos diez centímetros. Tenía los ojos más azules que Katie había visto en su vida. Sus labios eran carnosos y sensuales y una ligera barba incipiente oscurecía su recio mentón. De anchos hombros, sus vaqueros se ceñían a sus fuertes piernas y estrecha cintura. Después de mucho tiempo, Katie volvió a sentir el hormigueo de la atracción sexual. Y además se trataba de un hombre trabajador, no de uno de esos millonarios de los que ya estaba harta.

Él seguía esperando la respuesta.

–Digamos que es un asunto personal entre la familia King y yo –le dijo con una sonrisa.

El semblante de Rafe se contrajo aún más.

–¿Qué quieres decir?

–No es nada importante –sacudió la cabeza y se echó a reír–. Siento haberlo dicho. Sólo estaba insinuando que para mí fue muy duro contratar los servicios de King Construction sabiendo lo que sé sobre los hombres de la familia King.

–¿Qué es lo que sabes exactamente de los King? –insistió él, entornando amenazadoramente la mirada.

Katie se estremeció ante la intensidad de aquellos ojos azules y una sorprendente excitación la recorrió por dentro. Nerviosa, desvió la mirada hacia las tuberías e intentó recuperar la compostura antes de hablar.

–¿Aparte de que son ricos y esnobs?

–¿Esnobs?

–Sí… Oye, ya sé que trabajas para ellos y no quiero que te sientas incómodo. Pero también sé que no quiero volver a tener nada que ver con ellos nunca más.

–Eso suena muy drástico.

Katie volvió a reírse. No creía que Cordell King hubiera pensado en ella desde que desapareció de su vida seis meses antes. Los King iban arrollando por el mundo, esperando que los demás se apartaran de su camino. Y Katie no tenía ningún problema en apartarse.

–No creo que a los King de California les quite el sueño que Katie Charles los odie a muerte.

–Te sorprenderías… –dijo él, sacudiéndose el polvo de las manos–. Soy un tipo curioso, y no voy a quedar contento hasta saber por qué los odias tanto.

–La curiosidad no siempre es buena –le advirtió–. A veces descubres cosas que preferirías no saber.

–Siempre será mejor que no saber nada, ¿no te parece?

–No siempre –Cordell le había destrozado el corazón al romper con ella, y la respuesta que le dio cuando Katie le preguntó el motivo la hizo sentirse aún peor.

Rafe sonrió de manera que sus rasgos se suavizaron y sus ojos perdieron frialdad. El corazón de Katie reaccionó con una fuerte sacudida al irresistible atractivo varonil, y él, como si supiera lo que estaba pensando, sonrió aún más y le hizo un guiño. Pero un segundo después volvió a su rol profesional.

–La tubería de gas ya está instalada, pero recuerda que cortaremos el gas durante el día. Te avisaremos cuando puedas usar la cocina.

–De acuerdo. Gracias –dio un paso atrás y Rafe pasó junto a ella, rozándole el brazo con el suyo. Una ola de calor se propagó por todo su cuerpo y Katie respiró hondo para intentar sofocarla. Por desgracia, con eso sólo consiguió inhalar la colonia de Rafe, tan poderosamente embriagadora como él mismo–. Y… ¿Rafe?

–¿Sí?

–Por favor, no digas nada de lo que he dicho sobre la familia King. No tendría que haber sacado el tema, y no quiero que nadie se sienta incómodo.

–No diré ni una palabra. Pero un día de estos me gustaría oír el resto de la historia.

–Mejor que no. Los King forman parte de mi pasado y ahí es donde quiero dejarlos.

 

 

Al final de la primera jornada Katie se preguntaba por qué había decidido reformar la cocina. Se sentía muy incómoda con aquellos extraños entrando y saliendo de la casa durante todo el día, sin contar con el ruido que hacían.

Una vez se hubieron marchado, Katie se quedó sola en lo que hasta esa mañana había sido la cocina de su abuela y se giró lentamente sobre sí misma.

El suelo estaba levantado y dejaba a la vista una tierra negra que era más vieja que Katie. Las paredes estaban medio tiradas y los armarios habían sido retirados al jardín trasero. Al ver las tuberías desnudas soltó un gemido de compasión por la vieja casa.

–¿Remordimientos?

Katie dio un respingo y se dio la vuelta. El corazón casi se le salió por la boca al soltar un suspiro de alivio.

–Rafe… Creía que te habías marchado.

Él sonrió, como si supiera que la había asustado, y se apoyó en el marco de la puerta.

–Me he quedado para asegurarme de que tienes gas en el patio.

–¿Y?

–Todo está en orden.

–Perfecto. Gracias.

Rafe se encogió de hombros y se irguió perezosamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

–Es mi trabajo.

–Lo sé, pero aun así te lo agradezco.

–De nada –paseó la mirada por los restos de la cocina, igual que Katie había hecho un momento antes–. ¿Qué te parece?

–¿Sinceramente? Es horrible.

Rafe soltó una carcajada.

–Primero hay que destruir para luego crear.

–Lo tendré en cuenta –se acercó a donde había estado el fregadero. Sólo quedaba una pared semiderruida con aquellas tuberías desnudas mirándola acusadoramente–. Me cuesta creer que esto volverá a ser una cocina.

–Las he visto peores.

–No sé si tomarme ese comentario con alivio o con consternación.

–Con alivio, mejor –se acercó a ella con las manos en los bolsillos traseros–. Hay trabajos que se tarda meses en acabarlos.

–¿Has hecho muchos trabajos como este?

–Algunos… Aunque este es el primero que hago desde hace tres o cuatro años.

Las voces resonaban en el silencio que reinaba en la casa tras un largo día de martillazos, y los últimos rayos del crepúsculo entraban por las ventanas, inundando la cocina con una luz íntima y acogedora.

Katie miró a Rafe, se tomó su tiempo para deleitarse con la imagen y se sorprendió preguntándose qué clase de persona era y qué cosas le gustaría hacer.

Hacía mucho tiempo que se no interesaba por ningún hombre. Un cruel desengaño había hecho que se lo pensara dos veces antes de salir con alguien.

Pero no había nada malo en mirar…

–¿Y a qué te has dedicado todo este tiempo?

Rafe la miró y Katie vio cómo se nublaba su expresión. Desvió la mirada y pasó una mano por la estructura de un armario.

–Varias cosas. Pero me gusta haber vuelto al trabajo manual –le hizo otro guiño–. Aunque sea para los King.

Al parecer él tampoco quería hablar de sus experiencias. O quizá sólo estaba picando su curiosidad para que insistiera un poco más. Pero si lo hacía, le estaría dando permiso implícitamente para que él también le preguntara por su pasado. Y Katie no quería contar cómo Cordell King la había cortejado, conquistado y posteriormente abandonado.

Aun así, no podía evitar sentir curiosidad por Rafe Cole y lo que estuviera ocultándole.

–Bueno –dijo él al cabo de un largo silencio–. Será mejor que me vaya y te deje con tus galletas.

–Muy bien –se adelantó al mismo tiempo que él y los dos chocaron el uno con el otro.

Una llamarada prendió al instante entre ellos. Sus cuerpos estaban muy juntos, casi pegados y, por un momento, ninguno de los dijo nada. No hacía falta.

La pasión que ardía en el aire era innegable.

Katie levantó la mirada hacia los ojos de Rafe y supo que estaba sintiendo exactamente lo mismo que ella. Y a juzgar por su expresión tampoco a él le agradaba sentirlo.

Una conexión romántica era lo último que Katie buscaba, pero era justamente lo que acababa de encontrar.

Rafe levantó una mano para tocarle la cara, detuvo los dedos a un centímetro de su barbilla y sonrió.

–Esto podría ponerse… interesante.

«Interesante» era decir poco.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–La reunión ha terminado –dijo Lucas King–. ¿Qué hacemos todavía aquí?

–Tengo una pregunta que haceros –respondió Rafe. Cualquiera que lo viera junto a Sean y Lucas, sus socios en King Construction, sabría que eran hermanos. Los tres tenían el pelo negro y los ojos azules, aunque los demás rasgos indicaban que tenían madres distintas.

Pero su padre no sólo los había unido por la sangre, sino también forjando el vínculo fraternal en sus infancias. Todos los hijos de Ben King habían pasado juntos los veranos, y las diferencias entre ellos dejaban de tener importancia al saber que su padre no se había casado con ninguna de sus madres.

Lucas, el mayor de los tres, consultó la hora en su reloj y miró con impaciencia a Rafe. Sean, como siempre, estaba mandándole un mensaje de texto a alguien y no se enteró de que Lucas había hablado.

Los tres hermanos mantenían una reunión a la semana para hablar de la empresa y de la familia. Cada reunión tenía lugar en la casa de uno de ellos, y aquella noche se habían juntado en la casa que Lucas tenía en la playa. Era una mansión enorme y llena de lo que Lucas afirmaba que era personalidad, mientras que para el resto era anticuada e incómoda. Rafe prefería su suite en el hotel Huntington Beach. Moderno, elegante y práctico. En cuanto a Sean, vivía en un deposito remodelado en Sunset Beach, con un ascensor que bajaba a la misma playa. Los tres tenían gustos radicalmente opuestos y sin embargo todos ellos habían optado por tener una vivienda con vistas al mar.

Rafe contempló la puesta de sol sobre el océano y aspiró la fresca fragancia marina. Había unos cuantos surfistas en el agua y una pareja paseaba a un perrito.

–¿Qué sabemos de Katie Charles? –les preguntó a sus hermanos mientras tomaba un sorbo de cerveza.

–¿Katie qué? –preguntó Sean.

–Charles –dijo Lucas, irritado por la falta de atención de su hermano–. ¿Es que no escuchas?

–¿A quién? –Sean mantenía la mirada en su teléfono móvil. Siempre estaba mandando correos electrónicos y mensajes de texto a clientes y mujeres, y era prácticamente imposible desviar su atención.

–A mí –dijo Rafe, quitándole el móvil de la mano.

–¡Eh! –protestó Sean–. Estoy concertando una reunión.

–¿Qué tal si prestas atención a ésta?

–Vale. Te escucho. Pero devuélveme el móvil.

Rafe se lo arrojó y se giró hacia Lucas.

–¿Y bien? ¿Sabes algo de Katie Charles?

–El nombre me resulta familiar. ¿Quién es?

–Una clienta. Estamos reformando su cocina.

–Estupendo –dijo Sean–. ¿Y qué pasa con ella?

Buena pregunta. A Rafe no debería importarle lo que Katie Charles pensara de su familia, pero no había dejado de pensar en ella desde que se marchó de su casa. Era una mujer guapa, inteligente, tenía su propio negocio y odiaba acérrimamente a los King. ¿Y qué?

–Katie Charles –repitió Lucas para sí mismo–. Katie Charles… Cocina… Galletas… ¡Eso es! –sonrió–. Las Galletas de Katie. Se está abriendo camino en el mercado. De momento sólo tiene un negocio casero, pero la gente empieza a hablar de ella.

–¿Qué gente? –preguntó Rafe con el ceño fruncido–. Nunca había oído hablar de ella.

–¿Y por qué ibas a oír hablar de ella? –se burló Sean–. Eres un ermitaño. Para enterarte de algo tendrías que hablar con alguien… que no fuéramos nosotros.

–No soy un ermitaño.

–Odio darle la razón a Sean, pero lo que dice es cierto –observó Lucas–. Pasas casi todo el tiempo encerrado en tu ático. Seguro que las únicas personas con las que has hablado desde nuestra última reunión son el recepcionista del hotel y el equipo con el que estuviste trabajando hoy.

Rafe lo fulminó con la mirada, a falta de buenos argumentos para rebatirlo. No tenía tiempo para quedar con todas las modelos del mundo, como hacía Sean. Y tampoco tenía interés por el mundo de las finanzas, como Lucas.

–Ah, sí, la apuesta que perdiste –dijo Sean con una sonrisa–. ¿Cómo ha sido volver a una obra?

–No estuvo mal –admitió Rafe. La verdad era que había disfrutado más de lo que se esperaba. Trabajar con unas personas que ignoraban que se trataba de su jefe había sido muy divertido. Y luego estaba la tentación que suponía una mujer como Katie Charles… hasta que le confesó su odio por la familia King.

–¿Entonces por qué tienes tan mala cara? –quiso saber Sean.

–Pareces más disgustado que de costumbre –corroboró Lucas–. ¿Qué ha pasado? ¿Y qué tiene que ver con Katie Charles?

–¿Ninguno de vosotros la conoce?

Sean y Lucas intercambiaron una mirada y se encogieron de hombros.

–No.

–Alguien tiene que conocerla.

–Siempre hay alguien que conoce a alguien –señaló Lucas.

–Sí, pero ese alguien que conoce a Katie es un King.

Sean resopló con desdén.

–Eso no reduce mucho las probabilidades.

–Cierto –había tantos King en California que podrían fundar su propio estado.

–¿Cuál es el problema? –preguntó Lucas–. ¿Por qué te inquieta tanto?

Rafe se levantó y se acercó a la barandilla del balcón.

–Porque odia a los King.

–¿Nos odia? –Sean se echó a reír–. Imposible. Las mujeres adoran a los hombres de la familia King.

–Eso sí que es verdad –afirmó Lucas con una sonrisa jactanciosa.

–Puede ser –dijo Rafe, aunque su exmujer no estaría del todo de acuerdo–. Pero no es el caso de esta Katie. Ni siquiera podía pronunciar el nombre King sin estremecerse de asco.

–¿Y por qué nos ha contratado si tanto nos odia?

Rafe se giró hacia Sean.

–Por la reputación de la empresa, según ella. Pero no le hace ninguna gracia.

–¿Y crees que alguien de la familia ha podido ponerla en contra de los King? –preguntó Lucas.

–¿Qué otra razón podría haber?

–La pregunta es ¿por qué te importa? –preguntó Sean.

–Una buena pregunta –aseveró Lucas.

Demasiado buena, pensó Rafe.

¿Por qué empezar algo con una mujer cuando toda relación estaba condenada al fracaso? No merecía la pena. Por eso se conformaba con unas cuantas horas de sexo sin ningún tipo de compromiso. Era más seguro cuando las reglas se dejaban claras desde el principio.

Pero se trataba de Katie…

Aquella mujer lo había impresionado más de lo que estaba dispuesto a admitir. Lo bastante, sin embargo, para admitírselo a él mismo.

–Sí, es una buena pregunta –murmuró–. Lástima que no tenga una respuesta.

 

 

Katie se estaba acostumbrando al ruido, el caos y la presencia de extraños en casa. Una semana de obras la había hecho olvidarse de la tranquilidad y la intimidad que le proporcionaban la soledad y el silencio.

La cocina no era ni la sombra de lo que había sido. Miró por una de las grandes ventanas al jardín trasero y suspiró. Había un pequeño tráiler aparcado en la hierba, cargado con el material necesario para construir cuatro cocinas. También estaban allí las camionetas de Steve, Arturo y Rafe, junto a los crecientes montones de escombros.

Katie sintió una punzada de pánico. Al principio le había parecido una buena idea reformarlo todo, pero, ¿y si la nueva cocina no le gustaba tanto como la vieja? ¿Dónde encontraría otro fregadero tan ancho y profundo? ¿Y si el negocio quebrara después de haberse gastado todos sus ahorros en una cocina que no podía permitirse?

–Dios…

–Es demasiado tarde para asustarse –le dijo una voz desde la puerta.

Katie se volvió y se encontró a Rafe. Vio un brillo en sus ojos y se obligó a sonreír.

–Aún no es un miedo atroz. Es sólo… miedo –admitió.

Rafe se rió y entró en la cocina.

–Ahora tiene mal aspecto, pero cuando acabemos quedará genial.

–Para ti es muy fácil decirlo.

–Y tanto. He hecho muchas reformas y siempre veo esa expresión de pánico que tienes tú ahora. Pero al final todo el mundo queda encantado.

–¿Encantado porque se acaban las obras o porque al cliente le gusta el resultado?

–Por ambas cosas –reconoció él–. Quería avisarte de que hemos encontrado un escape en una tubería de agua caliente.

–¿Cómo? –exclamó Katie, imaginándose toda la casa inundada.

–Tranquilízate. Es sólo un pequeño goteo. La junta de las tuberías está muy desgastada y vamos a cambiarla. Pero antes tenemos que enseñártelo y que nos des tu parecer, ya que no está incluido en el contrato.

Katie soltó una exhalación de alivio.

–Claro… Muéstramelo.

Cruzaron el patio y entraron en la cocina por la puerta trasera. Ni siquiera podía acceder a su lugar favorito de la casa por el vestíbulo, pues estaba ocupado por el frigorífico, el contenido de la despensa y montañas de cazuelas y sartenes.

Steve, el fontanero, estaba saliendo de un agujero en el suelo. Katie reprimió un escalofrío. Ni por todo el oro del mundo se arrastraría ella bajo la casa, donde anidaban las arañas y otros bichos.

–Acércate y te enseñaré el escape –le dijo con una sonrisa.

–Genial –sorteó las herramientas y los pedazos de madera y se agachó junto a Steve en el borde de la abertura.

–Ahí está –dijo él, apuntando con una linterna bajo las tablas del suelo–. Seguramente lleva goteando años. Aún no ha provocado ningún daño, pero deberíamos cambiar la juntura de cobre.

Katie asintió seriamente, aunque desde donde estaba sólo podía ver una mancha de humedad en la tierra. Pero si admitía no ver el escape Steve le insistiría en que bajase al agujero, de modo que tendría que conformarse con su palabra.

–Muy bien. Haced lo que sea necesario.

–Excelente –dijo Steve–. Rafe, ¿y si le enseñas el fregadero que has comprado esta mañana?

–¿Mi fregadero nuevo ya está aquí? –aquello sí que era interesante.

–Fui a uno de nuestro proveedores y vi un fregadero que pensé que te gustaría. Lo dejaremos en el tráiler hasta que sea el momento de instalarlo –la sacó de nuevo de la cocina y la llevó al jardín trasero, donde Arturo estaba lijando las puertas de los armarios–. Aquí está –sacó del tráiler un fregadero inmenso, mucho más profundo y ancho que el anterior.

–¿No es demasiado pesado?

–No. Es acrílico –lo sostuvo en una sola mano para demostrarlo–. Es un material muy resistente que no se oxida ni se descascarilla.

Katie pasó las manos por el borde. Era perfecto.

–Gracias. Es fantástico.

–Me alegra que te guste –volvió a meterlo en el tráiler y lo tapó con una manta.

–Creía que era el contratista quien elegía los accesorios –dijo ella.

–Joe me pidió que comprase algunas cosas en el almacén. Vi el fregadero y…

–¿Cómo sabías que me gustaría?

–Me arriesgué –admitió él.

–Y acertaste –una vez más se deleitó con el aspecto que ofrecían sus brillantes ojos azules, sus anchos hombros y el pelo negro alborotado por el viento. Había soñado con él la noche anterior, y en el sueño estaban en la cocina, solos, y Rafe la besaba hasta que Katie se despertaba con el corazón desbocado y el cuerpo sudoroso–. Dime, Rafe Cole, ¿desde cuándo te dedicas a la construcción?

Le pareció que sus rasgos se endurecían brevemente, lo cual le resultó extraño. ¿Por qué una pregunta tan simple le provocaba aquella reacción?

–Mi padre me inició en este mundo cuando era un crío –echó a andar hacia la casa, evitando la mirada de Katie–. Me gustó y me aficioné.

–Ya veo –dijo ella, intentando recuperar la cordialidad que habían compartido unos segundos antes–. Mi abuela también me inició en la repostería cuando era niña… y aquí estoy.

Él asintió secamente.

–¿Cuánto hace que vives aquí?

–Crecí aquí. Mi padre murió antes de que yo naciera y mi madre y yo nos vinimos a vivir aquí con mi abuela. Estuve aquí hasta que me fui a la universidad. Luego murió mi madre y hace año heredé la casa de mi abuela.

–Vaya… –murmuró él–. Lo siento.

–No, mi abuela no murió. Sólo se mudó de casa. Se fue a vivir con su hermana Grace a un centro de la tercera edad. ¡Creen que allí un montón de hombres viudos buscando el amor verdadero!

Rafe se rió y Katie volvió a sentir un delicioso arrebato de calor. Se preguntó por qué no sonreiría más a menudo. Sus compañeros de trabajo siempre estaban riendo y bromeando, pero Rafe no. Él era más callado. Más misterioso.

Era simplemente… más.

 

 

Rafe se sentó frente a su hermano Sean en el restaurante y esperó a que le sirvieran su hamburguesa mientras Sean escribía un mensaje en su teléfono móvil. Por una vez, a Rafe no le importaba que su hermano estuviese enfrascado en sus mensajes de texto, pues así le daba más tiempo para pensar en Katie Charles.

Aquella mujer lo estaba volviendo loco.

No recordaba haber sentido una fijación similar por nadie, ni siquiera por Leslie, antes de casarse con ella. Era hermosa, sí, pero también lo eran otras muchas mujeres. La deseaba, sí, pero también había deseado a tantísimas otras. No… Katie tenía algo especial que lo estaba afectando a un nivel más profundo.

–¡Eh! –lo llamó Sean, riendo–. ¿Dónde estás?

–¿Qué? –Rafe se giró en el asiento y miró a su hermano menor.

–Llevo cinco minutos hablándote y no has escuchado ni una sola palabra.

Rafe frunció el ceño, irritado porque lo hubieran pillado soñando despierto. Los pensamientos sobre Katie empezaban a ocuparle más tiempo del que sería deseable.

–¿Cómo no voy a distraerme si estás tan ocupado con tus mensajitos?

–Buen intento –dijo Sean con una sonrisa–, responder con un ataque para que no te pregunte si sigues pensando en la mujer de las galletas.

–Se llama Katie.

–Sí, lo sé.

–¿Alguna vez te han dicho que eres desesperante?

–Todos los días.

A Rafe no le quedó más remedio que sonreír. Sean era el más tranquilo y despreocupado de la familia. Mientras los demás iban avasallando, él se esperaba a que todo le llegara de forma natural. Era imposible enfadarlo y casi nunca perdía la paciencia.

La camarera les llevó las hamburguesas y los dos hermanos se pusieron a comer.

–Bueno… –dijo Sean, agarrando su cerveza–, cuéntame lo de esa mujer.

Rafe suspiró, debería haber previsto la curiosidad de su hermano. Al fin y al cabo no había hablado de una mujer desde que Leslie lo abandonó. Aún recordaba la triste mirada de su exmujer cuando le dijo que sentía lástima por él porque no sabía cómo amar a una persona, añadiendo que nunca debería haberse casado con ella para condenarla a una vida vacía.

Pero entonces pensó en Katie y fue como si una brisa fresca soplara en su mente.

–Es… diferente.

–Esto se pone cada vez mejor –Sean se recostó en el asiento y esperó.

–No te confundas. Simplemente la encuentro interesante.

–Interesante –Sean asintió–. ¿Como una colección de mariposas?

–¿Qué?

Sean se echó a reír.

–Vamos, Rafe. Hay algo más y lo sabes. Y permíteme decir que ya era hora. Lo de Leslie pasó hace mucho.

–No tanto –replicó él, aunque al pensarlo se dio cuenta de que habían pasado más de cinco años. Su exmujer se había casado con el exmejor amigo de Rafe y era madre de unos gemelos y un recién nacido.

–Lo bastante para que ella siguiera con su vida. ¿Por qué no haces tú lo mismo?

–¿Quién te dice que no lo haya hecho?

–Pues… lo digo yo, Lucas, Tanner, Mac, Grady… ¿Tengo que nombrar a todos nuestros hermanos o te haces una idea?

–Estáis todos equivocados. Ya no siento nada por Leslie. Eso se acabó. Ahora es madre, por amor de Dios –y realmente tampoco la había echado de menos al perderla.

–Aun así, sigues viviendo en la suite de un hotel y limitas tu vida sentimental a una cita de vez cuando con alguna cabeza hueca.

–Me gusta vivir en un hotel, y no son todas cabezas huecas.

–Son dos razones de peso, desde luego.

–Mira, Katie es una mujer atractiva, pero no es mi tipo.

–¿Por qué no?

–Porque es la típica mujer que quiere casarse y formar una familia, y ya he demostrado que no sirvo para eso.

Sean sacudió la cabeza y suspiró.

–Para ser tan inteligente, no tienes muchas luces.

–Gracias por tu apoyo.

–¿Quieres apoyo? Pues deja de ser un imbécil.

–Ya probé lo que era una relación estable y me estalló en la cara. No volveré a pasar por lo mismo.

–¿Y nunca has pensado que tal vez la razón de que no funcionara fue que te casaste con la mujer equivocada?

Rafe no se molestó en responder.

 

 

El lunes por la mañana los hombre estaban peleándose con las tuberías y Katie estaba lista para una semana en Tahití. Apenas había dormido durante el fin de semana. No por falta de paz y silencio, sino porque los pedidos de galletas no le dejaban ni un momento de respiro.

Tomó un sorbo de café y puso una mueca cuando el fragor de un taladro retumbó en el aire.

–El ruido es peor la primera semana –dijo alguien cerca de ella.

Katie se giró y vio a Joe Hanna, el contratista.

–¿Lo dices para que no salga huyendo?

–Cuando las cañerías y desagües estén instalados, el resto será más llevadero. Te lo prometo.

Apenas había hecho la promesa cuando salió un grito de la cocina.

–¡Arturo! ¡Corta el agua! ¡Rápido!

–Maldita sea –masculló Joe, y salió corriendo detrás de Rafe mientras Arturo se lanzaba hacia la llave de paso. Katie siguió a Joe y entró en la cocina a tiempo de ver a Steve agachado junto a una tubería de la que manaba un chorro de agua como una fuente.

Katie retrocedió al tiempo que Arturo cortaba el agua, dejando a los tres hombres alrededor de lo que parecía un lago en su cocina.

–¿Qué ha pasado?

–Nada grave –le aseguró Joe mientras Steve se metía en el agujero–. Habrá que apretar un poco más las juntas. Tranquila, parece peor de lo que es.

Katie esperó que tuviera razón, porque era como si la pleamar hubiera inundado la cocina.

Joe le puso a Rafe una mano en el hombro.

–Tendría que haber comprobado su trabajo personalmente. Rafe lleva mucho tiempo alejado de estas cosas y ha perdido un poco de práctica.

Katie vio el destello de enojo en el rostro de Rafe y compartió el disgusto con él.

–¿No es Steve el fontanero?

–Sí, pero Rafe se encargó de instalar esa tubería.

–Me aseguré de que estuviese bien ensamblada –dijo Rafe–. Esto no debería haber pasado.

–Claro, claro –dijo Joe, antes de mirar a Katie–. Ha sido culpa mía. Como ya he dicho, tendría que haber vigilado de cerca al nuevo.

Katie notó que Rafe se estaba mordiendo la lengua, sin duda temiendo perder su trabajo si intentaba defenderse. Sin pensarlo, se lanzó en su defensa.

–Rafe hace un trabajo extraordinario. Me ha instalado la cocina provisional y gracias a eso puedo seguir con mi negocio. Todos los días se queda hasta tarde limpiando y asegurándose de que yo sufra las menos molestias posibles. Seguro que lo que ha pasado con esa tubería era inevitable.

–Sí –llegó una voz desde debajo de la casa–. Ya he encontrado el problema. La primera junta se soltó y el agua empezó a salir. Culpa mía. Lo arreglaré enseguida.

Katie le lanzó una mirada de reproche a Joe por haber culpado al hombre equivocado, luego le sonrió a Rafe y los dejó en la cocina para que arreglasen el estropicio.

–¿A qué ha venido eso? –preguntó Joe.

Steve asomó la cabeza por el agujero y sonrió.

–Parece que a la jefa le gusta Rafe… Bastardo con suerte.

–Cállate, Steve –le advirtió Rafe, pero tenía la mirada fija en la puerta donde Katie había estado un momento antes.

Joe podía criticarlo porque formaba parte de la apuesta perdida. Pero la defensa de Katie lo había sorprendido.

Si supiera que estaba tratando con un King, la cosa cambiaría radicalmente.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Rafe iba a llegar tarde a la obra.

A pesar de la apuesta que debía saldar, también tenía que ocuparse de su trabajo. Y tratar con un proveedor difícil era una de sus tareas favoritas.

–Oye, Mike –dijo, agarrando con fuerza el teléfono–, dijiste que tendríamos las puertas y ventanas en las obras del hospital ayer al mediodía.

–¿Es culpa mía que el envío se haya retrasado en la Costa Este?

–Puede que no –concedió Rafe–, pero será culpa tuya si no lo resuelves dentro de cinco horas.

–¡Eso es imposible! –protestó Mike al otro lado de la línea.