El Destino De La Tónica - Diego Minoia - E-Book

El Destino De La Tónica E-Book

Diego Minoia

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  • Herausgeber: Tektime
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

La segunda aventura de Max y Fabiene, los dos jóvenes protagonistas de esta colección, los lleva hasta
Milano. Entre la atmósfera otoñal y los lugares típicos de la capital lombarda, los dos, Max Minelli
(pianista de piano-bar) y Fabienne Bouvier (su compañera, pintora), se verán conviviendo con las intrigas
y las rivalidades artísticas durante las pruebas para la primera representación de la Temporada operística
del más famoso teatro del mundo: la Scala. También en este segundo episodio la música es el hilo
conductor o, para no salirrnos del ambiente musical, el leitmotiv que recorre todo el relato. Entre golpes
de escena y momentos divertidos e irónicos, famosas canciones de jazz y pop interpretadas al piano por
Max, el asunto se entrelaza con la trama de la ópera que se está preparando: el Macbeth de Giuseppe
Verdi.

La curiosidad de Fabienne y la capacidad de observación de Max contribuirán a la solución de unos misterios que suceden durante las pruebas de Macbeth de Verdi, ópera destinada a abrir la Temporada lírica del Teatro alla Scala. Una serie de misteriosos accidentes que involucran al cantante ruso Jenissov crean en el teatro un clima en el cual las rivalidades personales se exacerban. Sexo, ansias de gloria, ambición, celos, son los impulsos que mueven a los personajes de esta historia, de fantasía, pero no demasiado alejada de la vida real. La música impregna cada instante de la novela y los dos protagonistas añaden al asunto algunos toques de ironía y de sentimiento. Al final la música vencerá sin importar las miserias humanas de algunos personajes. Después de la historia de espías El secreto de la Dominante, ambientada en Roma, la segunda aventura de Max y de Fabienne, los dos jóvenes protagonistas de esta colección, los trae a Milano. Entre la atmósfera navideña y los lugares típicos de la capital lombarda, a los dos, Max Minelli (pianista de piano-bar) y Fabienne Bouvier (su compañera, pintora), se verán conviviendo con las intrigas y las rivalidades artísticas durante las pruebas para la primera representación de la Temporada operística del más famoso teatro del mundo: la Scala. También en este segundo episodio la música es el hilo conductor o, para no salirnos del ambiente musical, el leitmotiv que recorre todo el relato. Entre golpes de escena y momentos divertidos e irónicos, famosas canciones de jazz y pop interpretadas al piano por Max, el asunto se entrelaza con la trama de la ópera que se está preparando: el Macbeth de Giuseppe Verdi.

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Diego Minoia

El destino de la Tónica

Intrigas en la Scala

Max Minelli (músico y pianista de piano-bar por pasión) y Fabienne Bouvier, su prometida (pintora y decoradora de porcelana) son los protagonistas de esta nueva aventura, a los que vemos esta vez en la ópera, y viene al caso comentarlo, después de haber resuelto la confabulación internacional en El Secreto de la Dominante.

Después de haber disfrutado de la cálida luz del octubre romano, los reencontramos en la atmósfera brumosa y otoñal de una Milano que espera uno de sus eventos culturales y sociales más importantes del año: la inauguración de la temporada lírica del Teatro alla Scala.

También esta vez se verán enredados por el destino en una aventura fuera de lo normal...

Traducción de María Acosta

La traducción española de las partes del libreto citadas en la novela han sido extraídas de www.kareol.es, de la versión bilingüe de la ópera de Verdi.

© Diego Minoia 2021

Todos los derechos reservados

A mi hija Silvia

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 1

20 de noviembre -- Miércoles

― ¡Eres un baussia1! ― me apostrofa riendo Fabienne con su adorable acento francés, hundida en una de las cómodas butacas del vestíbulo del Grand Hotel Piermarini Scala, un cinco estrellas lujoso en el centro de Milano.

Cerca de nosotros hay un gigantesco árbol de Navidad y los escaparates con nieve falsa de los negocios del interior del hotel nos recordaban la inminencia de las festividades más apreciadas del año, si bien todavía faltan más de cuarenta días para la fatídica fecha. Ahora ya, desde hace bastantes años, sin embargo, se ha adoptado la costumbre, basada en una razón puramente comercial, de anticipar cada vez más la instalación de los adornos navideños en las calles y en los escaparates de la ciudad. La tradición milanesa, de hecho, establecía el 7 de diciembre, San Ambrogio, para la instalación del árbol de Navidad y los belenes.

― Para empezar, no se dice baussia, sino bauscia ―la sermoneo de manera pedante, desde una butaca cercana a la suya mientras su mirada vaga sobre las distintas personas que pueblan esa mañana el Hotel ―y además, ¿dónde has aprendido esa jerga milanesa?

― ¡Oh, la, la! ¡No pensarás que eres la única que persona con la que salgo en Milano!, ―me responde lanzándome de reojo una mirada astuta. ―Desde que estamos aquí, después de haber dejado, hace cuatro días, el Marco Aurelio Palace de Roma, me estás ignorando a causa de tus obligaciones... así que he encontrado a alguien que me hace compañía.

A continuación, empleando su mejor postura de modelo soy la más bella del reino, me lanza la cuchillada definitiva.

― También aquí, en Milano, por lo que parece, el encanto francés es muy apreciado. No me faltan admiradores.

― ¿Conque esas tenemos?, ―le respondo siguiéndole el juego y mostrando en mi cara el furor más melodramático que puedo. ―Mientras yo estoy ocupado arreglando todos los trámites burocráticos y profesionales necesarios para el traslado a un nuevo hotel... ¡tú... tú... pérfida...― y aquí subrayo la palabra con un gesto teatral al estilo del cine mudo ―te aprovechas de esto de manera innoble!

La risotada argentina de Fabienne aprueba mi interpretación y pone fin a mi actuación.

― ¿Por lo menos sabes lo que significa bauscia?

― ¡Claro! Se lo he escuchado decir a uno de los camareros esta mañana, en la sala donde hemos desayunado. Tu te habías ido a la cita con el afinador de tu amado piano y yo, mientras acababa de comer las tostadas con mermelada que me habías preparado en el plato antes de irte, estuve observando a las personas de las otras mesas.

― La habitual curiosona, ―le reproché.

― Para nada, era sólo una manera de pasar el tiempo... y además, sabes que observando a las personas se comprenden muchas cosas... ¡tú me lo has enseñado!, ―me responde Fabienne un poco enfadada. ―Por otra parte, si no hubiese sido por mi curiosidad, como tú la llamas, nunca hubiera sabido que los secuestradores del Director de la orquesta Wang se lo habían llevado a la residencia enfrente de nuestro hotel en Roma.

― Es verdad, lo admito, ―reconozco con magnanimidad. ―¡La solución del caso del Secreto de la Dominante también fue mérito tuyo, pero debes convenir, ―añado con ironía, para evitar que se le suba a la cabeza ―que no todas tus observaciones e intuiciones son correctas. ¿Recuerdas que habías sospechado que los dos clientes que estaban degustando vodka y caviar en el piano-bar se habían metido en la habitación de nuestros amigos chinos?

― Vale, no habían sido ellos, ―admitió un poco enfurruñada ―pero aquellos dos no eran ajenos al asunto... y finalmente mi intuición no fue totalmente equivocada.

― Vale, vale, ―respondo sonriendo ―entierra el hacha de guerra y volvamos a esta mañana en el comedor. ¿Qué tiene que ver el bauscia?.

― ¡Ah, sí! Uno de los camareros jóvenes estaba dando vueltas sin parar alrededor de una mesa ocupada por tres personas, una familia. Los padres y una hija de unos veinte años, muy simpática.

― ¿Y bien?, ―la incito.

― Obviamente la muchacha le gustaba mucho al camarero, dado que él pasaba constantemente por la mesa para preguntar si todo estaba bien, si querían más mermelada, si deseaban zumo de naranja... en fin, ¡lo estaba intentando!

― ¿Y el bauscia? ―insisto.

― Ahora voy a eso. Después de un buen rato con este cortejo gastronómico, el compañero del camarero, que mientras tanto tuvo que servir al resto de las mesas del turno que compartía con el latin lover, lo ha llamado al orden mientras se cruzaba con él cerca de mi mesa le ha susurrado "Eh, Alberto, ¡no seas baussia!, sirve también a las otras mesas".

―Se dice bauscia y no baussia ―le repito ―Pero, ¿qué tiene que ver conmigo, por qué me has dicho antes bauscia?

― Porque también me estabas halagando y te comportabas como un donjuán, como el camarero con la muchacha de la mesa.

―Bueno, en realidad el término bauscia no quiere decir exactamente lo que has entendido ―le explico ―En el dialecto de Milano se define bauscia a una persona que se da aires, al que le gusta parecer de una categoría superior a la que realmente tiene, uno que quiere dar su opinión aunque no conozca el tema... ¡un fanfarrón, en suma!

―¡Mon Dieu! ―exclama Fabienne consternada ―¡por suerte te lo he dicho a ti y no a un cliente de los que vienen a felicitarte cuando tocas! ¿Te imaginas qué papelón habría hecho?

―Efectivamente, no hubiera sido muy correcto llamar fanfarrón a un cliente del hotel ―le confirmo ―sin embargo podrías haber encontrado a alguien que no conociese el vocablo... y de todos modos, cualquier hubiese aceptado ser llamado baussia (se lo digo repitiendo su versión distorsionada) por una hermosa muchacha con acento francés ―digo burlándome de ella.

― ¿Has visto qué tiempo hace? ―me pregunta Fabienne cambiando de repente de tema y señalándome el cielo gris y otoñal de aquella mañana milanesa.

― ¡Querida, te habías acostumbrado perfectamente al clima de Roma! Ahora estamos a mediados de noviembre y aquí, en Milano, en otoño y en invierno, las cosas son muy distintas: cielo gris, nubes que se deslizan sobre la llanura padana que a menudo dejan caer una pequeña cantidad de lluvia, frío creciente y húmedo, una gran cantidad de contaminación en el aire y, si tienes suerte, ¡incluso un poco de niebla! Aunque, en honor a la verdad, en los últimos años los días nublados están disminuyendo... y de todos modos, en la ciudad es raro que la niebla se meta en los barrios del centro. Es más un problema de la campiña de Lombardía.

― ¡Me has traído a un sitio maravilloso! ―exclama horrorizada ―Teniendo en cuenta tu descripción, ¡no se entiende porqué la gente desea venir a esta ciudad!

― ¡Pero, no! ―me apresuro a tranquilizarla ―lo que te he dicho representa el estereotipo con que se describe Milano. Es verdad, no tiene todas las bellezas arqueológicas de Roma y ni siquiera el clima de la Costa Azul, a la que estás habituada, pero esta ciudad tiene muchos aspectos agradables e interesantes.

― Bueno, claro, la moda... ―me interrumpe la marisabidilla.

― Cierto, pero no sólo esto. Milano es la ciudad de los negocios, está la sede de la Bolsa italiana, donde se cotizan las acciones de las principales empresas italianas.

― ¡Fantástico! ―me interrumpe de nuevo Fabienne torciendo la nariz ―¿de qué me sirven la Bolsa y las acciones? Las únicas bolsas que me interesan son las que veo en los escaparates de los negocios de las grandes firmas.

― Es verdad, para ti es así ―continúo hablando pacientemente ―pero muchos de los clientes del hotel están aquí por negocios. Y además, no es sólo eso. Milano es un centro cultural de primer orden, con museos y teatros, donde se dan espectáculos de todo tipo.

― ¡Oh, sí, el Teatro della Scala! ―dice Fabienne, alardeando de sus conocimientos culturales.

― En realidad se llama Teatro alla Scala ―la corrijo ―y el nombre proviene del hecho de que, para dejar espacio a su construcción, en el año 1776, por culpa del arquitecto Piermarini (el mismo que da el nombre a nuestro hotel) fue demolida una iglesia consagrada a Santa Maria alla Scala.

― ¡Típicamente italiano! ¡Entre la espiritualidad y la diversión vosotros siempre escogéis la segunda! ―puntualiza de manera mordaz.

―Salvo porque lo que dices es un tópico, que a menudo tiene su fundamento, pero no vale para todos los italianos ―la reprendo picado ―la decisión la tomaron los austríacos, que dominaban en aquella época la región Lombardo -- Veneto. Pero olvidémonos de estas cosas ―me interrumpo, porque no quiero liarme con una discusión sobre el carácter y los defectos de los italianos. ―Yo conozco perfectamente esta ciudad y he aprendido a quererla por lo que puede ofrecer. Sabes que estudié aquí, en el Conservatorio, por lo tanto, poco a poco, tuve la oportunidad aprender a comprenderla, explorándola todos los días y descubriendo su alma escondida. Justo de esta manera, ―insisto ―Milano tiene un alma recóndita que sólo con la convivencia y una mirada abierta y curiosa es posible notar. Sin embargo, es necesario explorarla a pie, como se debería hacer con todas las ciudades. Sólo de esta forma se pueden descubrir, detrás de la pátina gris y desapegada, sus mejores rincones: fragmentos verdes de jardines maravillosos que nos hacen señas desde las aberturas de los grandes portones de palacios nobles, callejones y barrios del centro que, milagrosamente, parece que se han mantenido atemporales, el romanticismo de lo que queda de los Navigli, las antiguas vías de agua que antaño atravesaban amplias zonas de la ciudad.

― Um, Señoría ―bromea Fabienne dirigiéndose a un imaginario Juez con un tono de fiscal de serie de televisión norteamericana ―la apasionada intervención del abogado defensor me ha convencido para conceder a esta ciudad un período de prueba con el fin de que pueda demostrar las cualidades anteriormente enumeradas. Por supuesto, será responsabilidad del abogado defensor ―continúa, dirigiéndose a mí con una simpática mueca en la cara ―mostrarme las bellezas escondidas de la ciudad.

― De acuerdo, Señoría ―confirmo con el mismo tono de sala de un juzgado, dirigiéndome al mismo inexistente juez sentado en la butaca vacía enfrente de nosotros. ―Acepto el acuerdo propuesto por la acusación y declaro cerrada esta querella.

― ¿Realmente me llevarás a conocer los secretos de la ciudad? ―me pregunta con aire suplicante.

― ¡Prometido! ―le confirmo ―pero lo haremos en los próximos días, tan pronto como esté arreglado todo lo relacionado con nuestra llegada en este hotel. Ahora tenemos otras cosas que hacer ―le recuerdo levantándome. ―Tú, por ejemplo, tienes una cita con Federico Viscardi, el propietario del negocio de antigüedades que está a la derecha de la entrada principal del vestíbulo. Ayer hablé con él. Creo que te gustará. Es un anciano señor muy distinguido que gestiona el negocio más por pasión que por lucro. Se ha pasado toda su vida entre obras de arte y antigüedades y, en cierto sentido, ha asimilado una cierta gracia en su forma de moverse y de hablar. Verás cómo apreciará tus porcelanas y de buen grado las pondrá en las vitrinas. Te he fijado una cita para las 11 ―le digo mirando al reloj ―dentro de diez minutos.

―Mer... ―comienza a decir Fabienne, interrumpiéndose enseguida porque le he explicado que esa exclamación usada en Francia con mucha naturalidad, en el resto del mundo puede aparecer como fuera de lugar y poco refinada ― ¿A qué esperabas para decírmelo? ¡Sabes que odio llegar tarde a las citas!... y todavía debo subir a la habitación a coger el book con las fotos de los diseños que podré dejarle.

Ni siquiera me da tiempo a excusarme por el olvido cuando me susurra A bientôt dándome un rápido beso en los labios... y ya está en medio del vestíbulo, como una ráfaga de colorido mistral provenzal, que se vuelve hacia mí enviándome unos besos haciendo un gesto con la mano sobre la boca.

― Nos vemos en nuestra mesa a la hora de comer ―le hago entender por señas. Me responde con el ademán de OK mientras las puertas del ascensor se cierran para llevarla al sexto piso, donde tenemos nuestro mini apartamento. El gusto de su beso todavía lo conservo en mis labios. Acaba de desaparecer de mi vista y ya siento su ausencia.

― ¿No será que esta vez, querido Max ―digo para mis adentros ― estás localmente enamorado y preparado para dar el gran paso del matrimonio?

Dejo esta pregunta vagar en mi mente durante un rato, luego me apresuro también para seguir con mis ocupaciones.

Capítulo 2

A las 12:30, Fabienne hace su entrada en el comedor y se acerca a nuestra mesa con su caminar elástico. Me doy cuenta de que no soy el único en la sala a quien le place esta visión. Desde las mesas, durante su trayectoria, otras miradas se apartan de la comida, a pesar de ser apetitosa, mientras los tenedores se quedan quietos a mitad de camino. Le ha dado tiempo de cambiarse y el ligerísimo maquillaje la hace irresistible.

― ¡Eres un bocadito muy apetitoso! ―le digo mientras se sienta a mi lado ―De acuerdo que estamos en un comedor, pero tengo la impresión de que a muchos hombres se les ha pasado por la cabeza catarte, mientras estabas desfilando. ―Me responde con una sonrisa y una expresión que parece decir ¿Qué le voy a hacer si soy hermosa? ―¿Y bien, cómo ha ido con Viscardi?

― ¡Oh, fantástico! ―me responde entusiasmada. ―Tenías razón, es un anciano señor muy simpático... y sus modales, al viejo estilo, son fascinantes. Me lo imagino de joven ―continúa con aire soñador ―¡debe haber sido un gran tombeur de femme2! De todos modos, se ha quedado entusiasmado con mis porcelanas ―afirma orgullosa volviendo a la realidad ―y en cuanto llegue el transportista de Roma con las piezas que he creado hemos acordado que las expondrá en el escaparate. Si, más adelante, mi trabajo es del gusto de sus clientes, me encargará otras piezas ―concluye feliz de haber sido apreciada.

― Perfecto ―le digo besándole los dedos que producen aquellas coloridas y frágiles maravillas ―si hoy por la tarde también las cosas discurren de la misma manera con la galerista Maugeri, dentro de poco podré olvidarme de trabajar y me dejaré mantener. De esta manera, del mismo modo que a ti te describen en los hoteles a los que vamos como la mujer del pianista, en el futuro a mi me describirán como el marido de la pintora ―le digo riendo.

― No te imagino haciendo de mantenido. Tu continuarás trabajando hasta el último aliento. Cuando dejes el piano-bar continuarás con tus composiciones.

― Es verdad. Veo que me conoces perfectamente.

Nuestras reflexiones se ven interrumpidas por la llegada de Emanuele Macchi, el Maitre del Piermarini Scala. Conozco a Emanuele desde hace años porque también él se ha movido por todos los hoteles en los que he estado debido a mi trabajo de pianista. Profesionalmente está en lo más alto de su categoría, tanto que podría representar el estereotipo del Maitre de larga carrera: sesentón, no muy alto pero bien proporcionado, con su impecable uniforme, cabellos entrecanos, siempre perfectamente afeitado. Se desplaza silenciosamente pero respetando la privacidad de los clientes, manteniendo bajo control cada movimiento y señalando a los camareros del turno, con imperceptibles movimientos de la cabeza y de los ojos, dónde, según él, es necesaria su presencia.

― Cuando te mueves entre las mesas ―le digo riendo ―me traes a la mente el modo de desplazarse de los fantasmas o de los vampiros de película. Parece que tú, en vez de caminar, flotas a algunos centímetros del suelo.

― Es verdad ―me responde él curvando ligeramente los labios, que es lo más cercano a una sonrisa que se permite cuando está de servicio ―De hecho, hoy tengo en el menú paccheri al rojo sangre de San Marzano o consomé de hierbas silvestres recogidas en una noche de luna llena. Como segundo aconsejaría rabo de sapo al vapor o hígado a la plancha de un animal sacrificado durante el último Aquelarre. Todo regado, naturalmente, con una botella de Sangue di Giuda ―añade ensanchando imperceptiblemente el atisbo de sonrisa de sus labios. ―O, si lo preferís, de una botella de Inferno della Valtellina.

― ¡Virgen Santa, qué horror! ―dice Fabienne ―¡Rabo de sapo, sangre de San Marzano, infierno! Se me está pasando el hambre.

― No te preocupes ―la tranquilizo ―Emanuele sólo ha interpretado el menú identificándose con una de las identidades infernales con que lo he comparado. Los paccheri al rojo sangre de San Marzano no es más que un tipo de pasta con salsa de tomates del tipo San Marzano ―le traduzco. ―Por lo que respecta al rabo de sapo es el nombre de un pescado3, lo que en Francia se llama lotte. Sangue di Giuda e Inferno son realmente unos tipos de vino, naturalmente rojos ―A continuación, hablando a Emanuele ―Perfecto, dejamos que tú decidas. Hoy tendremos menú sorpresa.

A pesar de la fantasiosa presentación los platos han resultado buenísimos. Terminada la comida y hecha la habitual parada en el vestíbulo para observar el mundo pasar, subimos a la habitación a prepararnos para la reunión con la galerista Serena Maugeri.

Guido Mazzanti, el galerista de Roma que ha exhibido y vendido las acuarelas de Fabienne en nuestra reciente estancia en la Capital, ha hecho de intermediario con la galerista milanesa, amiga suya, recomendándole los trabajos de Fabienne. Si se ponen de acuerdo, mi prometida tendrá que trabajar durante toda nuestra permanencia.

Capítulo 3

Decidimos ir a pie a la cita con la galerista Serena Maugeri, aunque la temperatura, en este momento, a mitad de noviembre, es bastante fría. Sobre las montañas que enmarcan la llanura padana ya han descendido las primeras nieves que anuncian futuras bajadas de temperatura. La grisácea luz otoñal no ha mejorado mucho ni siquiera por la presencia de los adornos navideños instalados en las calles de la ciudad por los empleados del ayuntamiento. Sólo dentro de un par de horas, cuando haya descendido la oscuridad, vitrinas adornadas y luces viarias harán que sea más alegre pasear por Milano.

Llegamos puntuales a la cita. La galería de Serena está en el famoso barrio llamado Brera debido a la presencia de la igualmente célebre Academia: una importante escuela de arte de larga tradición y uno de los museos más visitados de la ciudad.

Naturalmente, la presencia de estudiantes de arte y de talleres de artistas hace que una galería de arte esté perfectamente incorporada en el ambiente, aunque desde hace unos años el distrito se ha convertido en un barrio de moda y, por lo tanto, está salpicado de locales donde los jóvenes modernos van a tomar su aperitivo.

Desde la calle la galería muestra parte de su contenido gracias a dos vitrinas, pero sobre la pared opuesta con respecto a la entrada se observa una puerta que conduce a una serie de más estancias interiores, adornadas con cuadros en las paredes y esculturas que ocupan parte del espacio útil. A nuestra entrada en la Galeria Maugeri, anunciada por un ligero chasquido repentino por la apertura de la puerta, Serena aparece justo en el arco que da acceso a las salas interiores.

Es una señora de unos cuarenta años, vestida de manera extravagante pero elegante, con unas mechas plateadas que contrastan con sus cabellos negros como ala de cuervo, largos por detrás de la cabeza y con un corte oblicuo y escalado a partir del centro de la frente hacia la parte derecha de la cara.

― Vosotros debéis ser Fabienne y Max ―comenzó a decir. ―Mi amigo Guido Mazzanti me ha hablado mucho de vosotros. ―Luego, sin darnos tiempo para confirmarlo se volvió hacia Fabienne: ―Naturalmente me ha puesto por las nubes sus acuarelas. Es más, para ser más convincente me ha enviado por correo electrónico unas fotos digitales que hizo los trabajos que expuso en su galería.

Estoy de acuerdo en que teníamos una cita y, por lo tanto, era bastante fácil imaginar que podíamos ser nosotros las personas que esperaba. Y es verdad, las descripciones de Giancarlo la habían ayudado a reconocernos... pero, si hubiesen entrado otros con una fisonomía parecida a la nuestra, ¿hubiera comenzado con su imparable energía hablando de cosas desconocidas a dos inocentes visitantes?

Mientras me estoy haciendo estas reflexiones la avalancha de sus palabras no se ha parado. Escucho, de hecho, que le está diciendo a Fabienne que, naturalmente, siente curiosidad por ver todos sus trabajos, hoy en fotos pero en cuanto sea posible al natural, porque los colores... claro, la calidad... los reflejos... las emociones...

Desconecto por un momento de esa riada de palabras y la dejó discurrir como un plácido ruido de fondo, parecido al murmullo de las aguas de un torrente de montaña. Los cuadros y las esculturas expuestas en las vitrinas y en la sala adyacente a la calle son de distintos estilos y autores. Las salas interiores, en cambio, por lo que puedo observar curioseando desde la puerta que conecta la sala de entrada con las mismas están ocupadas por obras del mismo artista.

Parece ser que la sala inicial representa el índice de la galería, donde se exhiben muestras de cada uno de los artistas representados por la Maugeri. Las salitas interiores, en cambio, son monográficas, como las secciones de un catálogo.

― ¡Pero qué descuidada ―escucho decir con un aumento de decibelios mientras la voz de la galerista se hace más aguda ―ni siquiera me he presentado! Soy Serena Maugeri ―continúa hablando pasando a un tono de voz más formal y reduciendo el tono. ―Pero ya os lo habréis imaginado ―vuelve a hablar con el tono volitivo precedente.

― ¡Y ni siquiera os he hecho sentaros! ―vuelve a hablar in crescendo. ―Por favor, por favor, pongámonos allí en aquellas butaquitas ―prosigue. ―Me perdonaréis pero cuando comienzo a hablar soy incontenible. Sigo el hilo de mis pensamientos y a menudo me olvido de dejar espacio a mis interlocutores para interactuar ―admite en un impulso de sinceridad. ―Bueno, soy así ―declara mostrando de haberse aceptado. ―Por otra parte esta energía siempre me ha ayudado en mi trabajo. Relacionarte con los artistas, a menudo egocéntricos y narcisistas, quizás me ha impulsado a convertirme en uno de ellos. Es una ley de la naturaleza ―sentencia. ―En este mundo un poco particular del comercio del arte o posees un carácter fuerte y determinado o te arriesgas a ser aplastado por las personalidades enérgicas que lo pueblan. Pero vayamos a lo nuestro ―dice benévolamente concentrando su atención en Fabienne, hacia la que se ha girado. ―Cuéntame un poco de ti... ¿podemos tutearnos, verdad?

Ya que me encuentro excluido de la sociedad que se está formando entre las dos mujeres, me levanto diciendo que quiero visitar las otras salas de la galería. Sin interrumpir el hilo del discurso que está teniendo con Fabienne, Serena me hace una seña para moverme libremente por donde quiera. En la primera sala del interior están colgados de las paredes dos grandes telas informales, que ocupan, cada uno de ellas, un lado de la habitación. En los lados restantes se alinean otros cuadros, más pequeños, del mismo autor: el apellido, casi ilegible en todas las telas, parece alemán. Son telas de colores fuertes y sombríos que expresan poderosas emociones pero también profunda angustia.

En la sala siguiente, en cambio, una escultora inglesa muestra una serie de animales fundidos en bronce, en posiciones antinaturales y con unos cuerpos extravagantes en dimensiones y proporciones. Algunos son caballos, otros perros (lo comprendo sobre todo por las placas que informan sobre el título y la fecha de ejecución de las obras). Todas las esculturas tienen en común unas larguísimas y delgadísimas patas que hacen las veces de soporte ya que están soldadas sobre plataformas colocadas en el suelo.

En las tres salas siguientes encuentro una colección de aguafuertes y grabados de un joven autor italiano prometedor (recuerdo haber leído su nombre en los periódicos romanos hace unas semanas, con ocasión de una exposición suya en la capital) y una serie de telas abstractas de colores pastel, basadas en líneas rectas y figuras geométricas. En una pared, seis cuadros de un pintor futurista menor (recopiladas y propuestas a raíz del reciente descubrimiento y puesta en valor de este movimiento artístico italiano, quizás el más significativo del siglo pasado por lo que respecta al arte nacional).

Cuando vuelvo a la primera sala las dos mujeres todavía están inmersas en su conversación pero ahora han pasado a la visión del trabajo de Fabienne. Sentadas una al lado de la otra, han apoyado el book de mi prometida sobre las piernas y lo están hojeando y comentando.