El diablo en coma - Mark Lanegan - E-Book

El diablo en coma E-Book

Mark Lanegan

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Beschreibung

Una mañana de marzo de 2021, Mark Lanegan se despertó sordo y sin apenas poder respirar en su casa de Irlanda. Fueron los primeros y devastadores síntomas de la infección por covid-19. Al rato, se precipitó escaleras abajo y perdió el conocimiento. Durante los siguientes meses fue entrando y saliendo de un coma profundo, y cuando recuperó la conciencia fue incapaz de caminar y de apenas comer. A las puertas de la muerte, en su cama del hospital de Kerry, entre el insomnio y un sueño intranquilo, le asaltan pesadillas, visiones y recuerdos de una vida caótica y demencial. Escrito en hachazos secos de prosa y poesía, El diablo en coma es un relato desgarrador sobre la convalecencia y el remordimiento, y a la postre el testamento vital de un cantante único.  Tras la publicación en octubre de 2022 de Sing Backwards and Weep (Cantar hacia atrás de llorar), del cantante y compositor Mark Lanegan, fallecido el pasado mes de febrero de 2022, y que ha sido reconocido como el mejor libro de música publicado en España el año pasado según las prestigiosas revistas Rockdelux y Ruta 66, entre otras, presentamos el que a la postre fue el último título publicado en vida del autor, donde relata su terrible experiencia con el covid.

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Devil in a Coma

© 2021, Mark Lanegan

Publicado por primera vez en el Reino Unido en 2021 por White Rabbit, un sello de The Orion Publishing Group Ltd, empresa que forma parte de Hachette UK.

Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

Diseño: Carles Murillo

Maquetación: Emma Camacho

Composición digital: Pablo Barrio

Primera edición: Marzo de 2023

Primera edición digital: Marzo de 2023

© 2023, Contraediciones, S.L.

c/ Elisenda de Pinós, 22

08034 Barcelona

[email protected]

www.editorialcontra.com

© 2023, Elvira Asensi, de la traducción

© Charles Peterson, del retrato del autor

ISBN: 978-84-18282-89-8

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

ÍNDICE

Sobre el autorPrólogoEl diablo en comaSordo / Apples from a TreeEn el puenteUna puta mierda / El Nostradamus pueblerinoHistoria de amorConceptos de predestinación / Profecía autocumplidaAyer y mañanaCanción de un amor no correspondidoEmpieza el día con energíaSi quisiera que lo supierasInforme de heridos y muertosÉchame de menosSoñé con la marea crecienteAtrapadoEsto puede escocer un pocoPadre e hijoCuatro ángelesEn el bosque salvaje y azulísimoPara el arrastreReconstruidoEl cantanteDe un kilómetro de alturaDesechoPor debajo del EcuadorNadie te escuchaDuende del desiertoAutocirugíaJuegos favoritosEstrella fugazReza por mí / Teoría de la conspiraciónPlaneado, ejecutadoVida alternativaLa suerte de un soldadoLa parte más oscuraFuera de mícielo grisPerder la cabezaDescampadoProtección químicaCualquier cosa¿Te acuerdas de mí? / Dime algo que no sepaCaso prácticoParte de la ecuaciónLa mayoría están muertosCero encantoMazazoSumido en un malestar abrumadorDesangrarmeAfilado como una navajaMúsica del silencioLuna negra Sol rojoDe vuelta solo parcialmenteViciosoMedio lleno / La brutalidad de envejecerDeliranteTarotplaneAutoinfligidoProbabilidades imposiblesY la banda siguió tocandoLa última vuelta al ruedoEl aterrizaje más suaveAgradecimientos

No me despiertes, estoy durmiendo

Mark Lanegan fue el frontman de Screaming Trees —un referente del rock del noroeste norteamerica- no durante los 80 y los 90—, con los que publicó siete LP y diversos singles. También grabó algunos discos imprescindibles en solitario para Sub Pop, 4AD o Heavenly, y formó parte de grupos como Mad Season, The Gutter Twins, Soulsavers, The Twilight Singers, Black Phoebe y Queens of the Stone Age. Su lista de colaboraciones incluye músicos como Nick Cave, Isobel Campbell, Moby, Slash, Duke Garwood, Dave Gahan, Greg Dulli, PJ Harvey, John Paul Jones, Maggie Bjorklund, Ian Ottaway y Dylan Carlson, entre otros muchos. Como escritor, además de El diablo en coma (2021) y sus memorias, Sing Backwards and Weep (Cantar hacia atrás y llorar, 2020, traducidas por Contra), Lanegan publicó I Am the Wolf (2017) —una antología de sus canciones acompañada de notas y anécdotas— y los poemarios Leaving California (2021), Plague Poems (2020) y Year Zero (2022), los dos últimos coescritos con Wesley Eisold. Lanegan falleció a los 57 años el 22 de febrero de 2022 en Irlanda, donde residía desde 2020.

Prólogo

El ocioso propone y el diablo dispone. A Mark ni siquiera tener la muerte pisándole los talones le suponía un obstáculo. A mi modo de ver, se largó de Estados Unidos en busca de unos prados más verdes (literalmente) como técnica de supervivencia, tanto a nivel mental como físico y espiritual, y probablemente con la suerte típica de los irlandeses. Con la llegada de la pandemia de COVID-19 se estaba gestando una crisis existencial a escala mundial y ni se nos pasaba por la cabeza que no había escapatoria posible.

Mark es un tipo prolífico. Y cualquiera que entienda lo que significa ser un artista sabe que esa cualidad conlleva unas consecuencias. En sus propias palabras: «El diablo en coma es un libro de memorias sobre la experiencia del covid que descarrila varias veces sobre otras mierdas».

Mark es un luchador y la muerte llamó a su puerta. Imaginaos: un infierno interior que va emergiendo con los paisajes campestres del condado de Kerry como telón de fondo. Huelga decir que pilló el maldito bicho. Un periplo de tres meses del cual pasó un tercio inconsciente. Los estragos: un puñetazo inesperado a tu persona, el oxígeno, la sangre, el fracaso, el pánico, el insomnio, las alucinaciones, los delirios, lo reales que son los sueños, tropezarse con un macabro plano astral en el inframundo. Este virus es también una enfermedad que ataca al cerebro, que, si está hiperactivo, te enviará de forma natural a lugares remotos mientras te deja sin aliento. Su ataque es diez veces más potente que el de cualquier otro virus. Mark estaba intubado, sordo, solo y al borde de la muerte. Se mantuvieron conversaciones sobre poner fin a su vida, se barajó la posibilidad de practicarle una traqueotomía a una de las mejores voces de todos los tiempos… una crueldad universal. Una remembranza de los hechos, fragmentada, maldita y triunfante, y cuya evocación enriquece el alma.

WESLEY EISOLD

El diablo en coma

Sordo / Apples from a Tree1

Llevaba unos días sintiéndome débil y enfermo, y luego una mañana me desperté totalmente sordo. Al tener el sentido del equilibrio alterado y la mente sumergida en un estado de ensueño psicodélico y surrealista, perdí la estabilidad en lo alto de la escalera. Caí rodando de cabeza por las estrechas escaleras de mi casa y perdí el sentido al golpearme contra el alféizar de la ventana. ¡Pam! Mi mujer se había ido todo el día a montar a caballo, y cuando volví en mí horas más tarde, seguía sin poder oír nada, sin poder moverme, tenía dos enormes ronchas abiertas en la cabeza y mi rodilla era incapaz de soportar peso alguno.

Pasé dos días intentando trasladarme, sin éxito, del hueco de la escalera al sofá. No podía moverme y mi mujer tampoco podía cargar con mis noventa kilos, así que me quedé cuarenta y ocho horas tendido sobre unas mantas en el suelo duro, sufriendo. Tenía las costillas rotas, la columna magullada, dolorida y maltrecha, y la rodilla, ya fastidiada de por sí de manera crónica, volvía a estar deshecha, como si se hubieran desgarrado algunos tendones o se hubiera roto un ligamento. La pierna había quedado inservible. Cada intento por respirar era una batalla, por mucho que me esforzara en hacerlo de forma natural. Aunque me negué a ir al hospital, mi mujer acabó llamando a una ambulancia a mis espaldas y me sacaron del patio de mi casa en una camilla. Al final fui a parar a cuidados intensivos, falto de oxígeno, y me diagnosticaron una nueva y exótica cepa de coronavirus para la que, por supuesto, no existía cura. Me provocaron un coma inducido, del que no recuerdo nada.

Seis semanas después continuaba en la UCI, eran las tres y media de la mañana y estaba totalmente despierto, jodido de cojones, y seguía luchando por respirar. Agotado por el insomnio severo y las sendas patadas en los huevos que eran el virus y mis lesiones, empecé a desear estar todavía bajo los efectos del coma inducido. Era más que evidente que, por mucho que ansiara olvidarme del mundo temporalmente, las cantidades por desgracia insuficientes de Seroquel, Xanax y OxyContin que me administraban no me iban a hacer dormir más de unos pocos minutos, probablemente porque había pasado años automedicándome de manera intermitente con dosis de esa misma mierda como para tumbar a un elefante. Era un especialista en encontrar médicos dispuestos a recetarme casi cualquier cosa que se me antojara, y con tal fin me trabajaba los centros psiquiátricos, los servicios de urgencias y a los típicos médicos de cabecera y dentistas. En California había centros médicos para dar y tomar. Al mismo tiempo, hice amistad con un gran círculo de farmacéuticos aficionados de Craigslist un tanto turbios que me suministraban frascos de pastillas del mercado negro los días que me quedaban colgados entre mis dosis legales. Para mí comer pastillas como si fueran caramelos era el pan nuestro de cada día, y llevaba haciéndolo tanto tiempo que había olvidado el efecto que realmente producían, a no ser que me quedara sin ellas una temporada y luego volviera a empezar. Y, por supuesto, huelga decir que nunca se me ocurrió que pudiera llegar un momento en que necesitara recurrir a ellas de manera legítima. La miopía que me ha perseguido durante toda mi vida me mantenía anclado en el presente, y rara vez se me pasaba por la cabeza otra cosa, sobre todo si iba a suceder en un futuro lejano en el país de nunca jamás. Ese tipo de lugar no existía en mi limitada visión de la realidad.

Uno de mis tres compañeros de habitación, Dennis, el hombre mayor, gemía y se revolvía en la cama, y tiraba del gotero, que le incomodaba. Puedo decir con total certeza que allí nadie lo estaba pasando bien. Las tres primeras semanas después de que el personal de la ambulancia que había sacado mi cuerpo mancillado en una camilla por el jardín de mi casa me dejara en el hospital, las pasé intubado, con un tubo metido en la garganta para poder respirar. Me habían colocado en la parte trasera del vehículo, donde resollaba y luchaba en vano por respirar.

Ahora, un mes más tarde, después de sufrir todo tipo de sueños marcianos, visiones extrañas, sumido en una oscuridad tenebrosa, asaltado por recuerdos poco fiables y alucinaciones recurrentes —todos ellos típicamente característicos de las experiencias cercanas a la muerte—, volvía a estar consciente. Seguía en cuidados intensivos, con un catéter en la polla, y cada intento que hacía por respirar hondo —incluso un bostezo— me producía una sensación desagradable, como si me golpearan en el pecho con un mazo de diez kilos. Según los médicos y las enfermeras, al parecer mi luz estuvo a punto de apagarse definitivamente en más de una ocasión. Me preguntaban tres veces al día si sabía dónde estaba y rara vez respondía correctamente. A veces me sentía como si estuviera encaramado en lo alto de la estructura de un escenario manejando el entramado de acero, desmontando un poste metálico largo y redondo del techo, a seis metros del suelo, apoyado sobre otro poste idéntico. O recorría varios kilómetros al volante para entregarle drogas a alguien en otra ciudad, o desmontaba un coche robado pasada la medianoche para poder vender o intercambiar las piezas. A veces, me dedicaba a meter patatas en cajas y a apilarlas en palés en la fábrica de turno o a utilizar garfios para cargar fardos de heno en un tractor bajo el intenso sol estival propio del este del estado de Washington, o preparaba borracho desayunos a base de tortitas y huevos en un restaurante muy concurrido después de haberme pasado toda la noche de juerga y borrachera; algunas de las muchas actividades que había realizado en mi juventud. A veces tenía la sensación de estar en un autobús de gira por Estados Unidos o el Reino Unido, y recuerdo que pensaba que iba en un tren y estaba viajando una temporada por Australia. China, Oriente Medio, las llanuras de Canadá y la región donde me había criado en el noroeste del Pacífico eran lugares en los que imaginaba que yo era el centro de atención de todos los condenados. No tenía ni idea de dónde venían aquellos delirios, pero estaban siempre presentes.

Al volver en mí era ligeramente consciente de que estaba conectado a un equipo médico, pero tenía la sensación de que las habitaciones donde me encontraba postrado eran siempre totalmente distintas, de que siempre iban cambiando: una casa, el backstage de algún sitio, etc.; pero, si bien las habitaciones no dejaban de cambiar, la vista desde la ventana era siempre la misma. Lo cierto es que estaba en el hospital a veinte minutos de mi casa en el condado de Kerry, en Irlanda, y no caí en la cuenta de que la vista que aparecía en mi sueño era la que se veía por la ventana de la habitación del hospital.