El hombre más deseable - Una cita con el peligro - Un hombre de éxito - Anne Marie Winston - E-Book

El hombre más deseable - Una cita con el peligro - Un hombre de éxito E-Book

Anne Marie Winston

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 519 El hombre más deseable Anne Marie Jamás habría sospechado que aquella discreta compañera de trabajo era en realidad el amor de su vida... El doctor Kane Fortune estaba acostumbrado a desafiar a la muerte día tras día, pero hacer el amor con la inocente Allison Preston lo había dejado realmente trastornado. ¡Y había dado lugar a una boda relámpago! Aunque la discreción de la encantadora enfermera la había hecho casi invisible para él, ahora su provocativa modestia estaba despertando en Kane los deseos más irrefrenables. Cuando Allison descubrió que no estaba embarazada, Kane tuvo que convencerla de que no se había casado con ella por obligación... sino por amor. Una cita con el peligro Eileen Wilks Él la protegería de los peligros... y ella cuidaría su corazón para siempre. Emma Michaels había acudido a Texas embarazada de siete meses huyendo del acoso su ex novio. Sin embargo no tardó en tener que enfrentarse a un peligro mayor... el guapísimo Flynn Sinclair, su guardaespaldas. Aunque Flynn intentó cumplir con su obligación y no dejarse arrastrar por la atracción, los deseos reprimidos no tardaron en desembocar en una pasión incontenible. Cuando el peligro hubiera pasado, ¿podría Emma convencer a Flynn para que se enfrentara al mayor desafío de su vida... entregar su corazón a una mujer? Un hombre de éxito Shirley Rogers Un bebé los había separado, quizá ahora otro pudiera mantenerlos unidos para siempre... Justin Bond era un maestro en las uniones de empresa, pero las de personas eran algo muy diferente... sobre todo cuando se trataba de recuperar a su esposa. Además, después de que ella accediera a acompañarlo a Texas a conocer a la familia Fortune, él había prometido comportarse como un caballero... Pero cuando la platónica relación que habían acordado tener dio paso a la pasión, Justin descubrió el secreto de Heather.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 520 - julio 2023

© 2001 Anne Marie Winston

El hombre más deseable

Título original: A Most Desirable M.D.

© 2001 Eileen Wilks

Una cita con el peligro

Título original: The Pregnant Heiress

© 2001 Shirley Rogers

Un hombre de éxito

Título original: Baby of Fortune

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son

producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier

parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios

(comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas

por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española

de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 9788411800266

Índice

Créditos

Índice

El hombre más deseable

The Texas Tattler

Los Fortune de Texas

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Una cita con el peligro

The Texas Tattler

Los Fortune de Texas

Lista de personajes

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Un hombre de éxito

The Texas Tattler

Lista de personajes

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

The Texas Tattler

La familia Fortune descubre nuevos herederos

El escándalo era lo último que Miranda Fortune quería para su familia cuando volvió a Red Rock con su hijo Kane. Pero ahora parece que el pueblo no hablará de la última fiesta que ha dado esta dama de sociedad, ¡sino de los dos niños que dio en adopción!

Según el director del motel Crazy Hearts, Hal Davies, un viejo vaquero llegó buscando una habitación. «Estaba como una cuba, pero decía ser el padre de Kane y Gabrielle… y que acababa de encontrar a los hermanos ilegítimos de éstos». El detective privado Flynn Sinclair ha confirmado este rumor.

La gente del pueblo también se pregunta por lo rápido que Kane se comprometió con la enfermera Allison Preston.

Fuentes del hospital donde ambos trabajan han dicho que la pareja siempre se había comportado más como amigos que como amantes. «¡Pero un día, los pillamos abrazados en la sala de personal!», cuenta una de las sorprendidas empleadas.

No sabemos si existe alguna conexión entre estos dos sucesos… pero el Tattler se pregunta: ¿qué va a pasar con la poderosa familia Fortune?

Los Fortune de Texas

Conoce a los Fortune de Texas

Conoce a los herederos perdidos de los Fortune. Ser miembro de esta familia de Texas tiene sus privilegios, pero también supone un alto precio. Cuando la familia se reúne para dar la bienvenida a los nuevos parientes, descubren que una peligrosa amenaza se cierne sobre ellos… ¡pero también un apasionado romance que sólo el verdadero amor texano puede ofrecer!

LISTA DE PERSONAJES

Dr. Kane Fortune: aunque aún se mostraba receloso hacia sus nuevos parientes, sabía que ningún Fortune eludía sus responsabilidades. Y él era un hombre de honor.

Allison Preston: el destino había hecho realidad el sueño secreto de esta sosa enfermera. Pero ese sueño amenazaba con convertirse en una pesadilla, a menos que pudiera convencer a Kane Fortune de que su lugar estaba junto a ella…

Miranda Fortune: después de veinticinco años, la heredera de los Fortune volvía a estar unida a su familia, pero el secreto que la había hecho salir de Red Rock, en Texas, estaba a punto de ser revelado…

Capítulo Uno

El doctor Kane Fortune cerró de golpe las puertas del County General Hospital de San Antonio, Texas, sintiendo cómo la ira y la frustración le hacían un nudo en la garganta. No soportaba la pérdida de un paciente. Era algo que odiaba con todas sus fuerzas.

Suponía que lo mismo le pasaba a todos los médicos, pero para él lo peor eran siempre los bebés. Y ése había sido particularmente difícil. El joven padre se había deshecho en lágrimas, hasta el punto que tuvieron que llamar a su médico de cabecera para que se ocupara de él. Era un hombre que quería tanto a su hijo… lástima que no todos los padres sintieran lo mismo. La furia que Kane albergaba en su interior era tan amarga como antigua. Si alguna vez tenía hijos siempre estaría a su lado, pensó mientras cruzaba el aparcamiento hacia el Ford Explorer que había comprado mientras vivía en California.

Al ir con la cabeza gacha, no se dio cuenta de que una mujer se cruzaba en su camino hasta casi chocar con ella.

–Disculpe –automáticamente, la agarró por el codo y sólo entonces vio quién era–. Allison –dijo, sin soltarla.

Allison Preston era una enfermera de pediatría con quien él había trabajado regularmente en la unidad de maternidad. Era una mujer sensata, sensible y digna de confianza, y, sin lugar a dudas, era la favorita de Kane de todo el hospital. Tenían la costumbre de tomar un café juntos una o dos veces por semana, siempre que coincidían en la cafetería o en la sala de descanso. Kane no sabía cómo había sucedido, pero Allison se había convertido en la única persona a la que podía confiar las decisiones vitales que con frecuencia se veía obligado a tomar. Y, de hecho, había empezado a modificar sus ratos libres para que coincidieran con los de ella.

Pero la Allison que tenía frente a él en esos momentos no era la enfermera de piel clara con todos los botones abrochados y sus rubios cabellos fuertemente recogidos. No, ésta tenía una espesa melena rizada que le caía en cascada sobre los hombres y la espalda, brillando a la luz de la mañana con un destello casi antinatural. Una melena que estaba liberando de las horquillas en el momento en que casi habían chocado los dos.

–Doctor Fortune… Kane –dijo cuando él la apuntó con un dedo, recordándole que debía llamarlo Kane cuando no estuvieran de servicio–. Lo siento. Tendría que haber ido con más atención.

–Yo, eh… estaba distraído –dijo él, sin poder creerse que aquélla fuera la misma mujer que él conocía–. Nunca te he visto con el pelo suelto. Lo tienes muy…abundante.

El rubor coloreó las mejillas de Allison, que agachó la cabeza con timidez, un gesto muy característico en ella.

–Querrás decir que lo tengo hecho un desastre. He pensado en cortármelo.

Él no dijo nada, pero tuvo el impulso de suplicarle que no lo hiciera, de decirle que un pelo así era la fantasía de cualquier hombre, de que podía imaginarse a sí mismo envuelto con esa preciosa melena, viéndola relucir mientras…

¿Pero en qué demonios estaba pensando? Se trataba de Allison, por amor de Dios. Era su ayudante, su amiga, su confidente.

–¿Kane? –lo miraba atentamente, con sus hermosos ojos color esmeralda abiertos de preocupación–. ¿Estás bien? –le puso una mano en el brazo–. El bebé de los Simond no ha sobrevivido, ¿verdad?

El cálido tacto de su mano devolvió a Kane a la realidad. En silencio, negó con la cabeza, mientras le volvían a la mente las razones por su falta de concentración.

–Sabes que hiciste todo lo posible –continuó ella, acariciándole ligeramente el brazo–. Yo sabía que era un milagro que consiguiera sobrevivir una semana –soltó un suspiro–. Y tenemos que asumir que, con tantos bebés prematuros a los que vemos con problemas graves, los milagros no suceden muy a menudo.

–Aun así me ha dejado destrozado –reconoció él.

Ella inclinó la cabeza y le sonrió compasivamente.

–Ésa es una de las razones por las que eres el mejor médico del hospital. Porque te preocupas de verdad por tus pacientes.

–Demasiado, a veces –se pasó una mano por la cara y se masajeó la sien–. Estoy rendido. Me he pasado casi toda la noche con ese caso. Voy a intentar dormir un poco.

–Mi turno acabó a las siete –dijo ella asintiendo–. Yo también me voy a casa –dio un paso atrás, dudó y le dio un breve apretón en el hombro–. Vete a descansar. E intenta no sentirte muy mal. Ese bebé tuvo suerte de tenerte a ti como médico.

Con una última sonrisa, se subió a un pequeño Mazda rojo y salió del aparcamiento.

Kane se quedó allí de pie, viendo cómo se perdía de vista. Un deportivo rojo… Si alguna vez hubiera pensado en el tipo de coche de Allison, habría supuesto que sería un utilitario o un sedán discreto y de color oscuro. Era toda una sorpresa, aunque no sabía por qué. Igual que el pelo. Tal vez Allison no era tan sensible y desapasionada como la imagen que ofrecía.

Al darse cuenta de que se estaba masajeando el hombro que ella le había tocado, dejó caer la mano y puso una mueca. Dios, ¿qué le pasaba? Nunca había sido un mujeriego y tampoco solía perder la cabeza por las enfermeras, y sin embargo allí estaba, preguntándose cómo sería ver a Allison Preston acostada bajo él con su gloriosa melena extendida sobre la almohada.

Ciertamente sería algo estupendo, pensó. Como hombre, no había podido dejar de fijarse en el esbelto trasero que escondían sus pantalones de uniforme y en sus pechos generosos y redondeados, realzados por una estrecha cintura… Pero siempre se recordaba que era una amiga y nada más. A diferencia de las demás mujeres que conocía, y aun conociendo sus relaciones familiares, Allison no quería nada de él, ni sexo, ni matrimonio, ni dinero ni prestigio. Y eso la hacía muy interesante. Era dulce y atenta, y, para ser sincero, Kane tenía que admitir que en más de una ocasión se había preguntado si sería igual de dulce y atenta en la cama, o si por el contrario se transformaría en una gata salvaje y…

«Para ya», se recriminó a sí mismo. «Allison se quedaría horrorizada si supiera lo que estás pensando».

Apartó las imágenes de su mente y se subió a su coche para dirigirse hacia la casa de su madre, en Kingston Estates, no muy lejos del hospital. Era uno de los barrios más nuevos de San Antonio, un enclave de lujo y riqueza desmedida, y la casa de su madre no era ninguna excepción.

Kane había crecido en un ambiente mucho más modesto. Su madre apenas había podido mantener a sus hijos bajo techo, y Kane se había esforzado mucho para ingresar en la facultad de medicina, sabiendo que su única esperanza estaba en las becas y subvenciones. Y entonces, seis años atrás, su hermana descubrió que su madre no había sido del todo sincera con sus hijos.

Gabrielle y él siempre habían asumido que su madre no había tenido familia, lo cual no podía ser menos cierto. Miranda tenía una familia muy numerosa, pero se había distanciado de todos ellos tras una pelea con su padre, años antes de que naciera Kane.

Al principio, Miranda se había negado a una reconciliación, pero finalmente Gabrielle consiguió que suavizara su postura. Su padre había fallecido, y su hermano, Ryan, la acogió en la familia con los brazos abiertos. Una familia, los Fortune, que era una de las más acaudaladas de Texas.

Cuando Miranda decidió reclamar el apellido de los Fortune, todo cambió. Habían pasado de ser un trío a formar parte de un… clan. Cierto era que el clan prodigaba la hospitalidad y el cariño, pero no por eso dejaba de ser abrumador tener un centenar de parientes en vez de dos.

Para sorpresa y desconcierto de Kane, entrar en la familia implicaba compartir con su madre la inmensa propiedad de su abuelo. Su madre se convertía así en una de las herederas más ricas del país.

Kane aún no estaba seguro de cómo se sentía por el dinero de los Fortune. No envidiaba a su madre por haber vuelto a la vida de lujos en la que había nacido. Se lo merecía, después de haberlo pasado tan mal durante los años difíciles. Pero de una cosa sí estaba seguro: él no quería esa vida. Se había acostumbrado a marcarse su propio camino y no estaba dispuesto a permitir que nadie más lo hiciera por él. Aceptar dinero le parecía un acto de caridad, por mucho que su madre insistiera en que le pertenecía. No, él quería trabajar para vivir, y además, ese dinero no venía gratis. Tomarlo significaba atarse a la familia de su madre, y Kane sabía muy bien que nadie daba nada sin esperar algo a cambio, ni siquiera los Fortune.

De modo que lo único que aceptó de ellos fue el nombre. Y sólo porque lo prefería a llevar el apellido del imbécil que abandonó a su madre.

Al aparcar el Explorer en el camino circular frente a la mansión de estilo mediterráneo con tejados rojos de estuco, volvió a invadirlo una profunda nostalgia. Salió del coche y, tras abrir con la llave que su madre le había dado para situaciones como ésa, se dirigió hacia la cocina.

–¡Kane! –su madre lo vio al pasar por el comedor y se levantó–. No te esperaba –le dijo con una cálida sonrisa y un destello en sus ojos azules.

–Yo tampoco esperaba venir –dijo él parándose en la puerta–. Pero sólo tengo unas horas de descanso, y mi casa está demasiado lejos.

A pesar de que era muy temprano, de que no llevaba maquillaje y de que tenía sus rubios cabellos recogidos, Miranda Fortune seguía siendo una mujer hermosa. Había trabajado como una esclava para darles una vida digna a Kane y a Gabrielle, pero eso no le había hecho perder la elegancia propia de los Fortune.

Los Fortune… Su propia familia, los mismos rasgos que él mismo veía en el espejo cada vez que se afeitaba.

–¿Te importa si descanso aquí un rato?

–Pues claro que no –su madre se acercó y le dio un beso en la mejilla–. Vamos. Acuéstate. Pareces muy cansado.

Kane se detuvo en la cocina para tomarse los restos de una ensalada de pollo, teniendo que oír las advertencias de la pequeña cocinera mexicana sobre los riesgos de engullir la comida a toda prisa. Cinco minutos después, ya en la habitación que solía usar cuando visitaba a su madre, se quitó los zapatos y se dejó caer en la cama.

Estaba sumido en un sueño profundo cuando el timbre del teléfono junto a la cama le hizo dar un respingo. Sobresaltado, y demasiado soñoliento como para pensar con coherencia, alargó una mano y agarró el auricular. Seguramente sería una llamada del hospital.

Pero antes de poder contestar, una voz de hombre le llamó la atención:

–… pensaba que te alegraría saber de mí, cariño. Después de todo, soy el padre de tus hijos.

–Son sólo las ocho y media de la mañana. ¿Qué quieres? –la voz de su madre sonaba débil y temblorosa, lo que no era normal en ella.

–Supuse que te pillaría antes de que empezarás con tu rutina social diaria –había cierta zalamería en el tono del hombre–. Sólo quiero un poquito de eso que tú tienes de sobra.

–Dinero –Miranda elevó el tono de voz, claramente enojada–. Tendría que haberlo sabido. Sólo el dinero te haría llamar, Lloyd.

¡Lloyd! Era su padre. Lloyd Wayne Carter. El hombre cuyo apellido había tenido que llevar durante casi toda su vida, a pesar de que se había marchado de casa antes de que naciera su segundo hijo.

–Recibí una carta de nuestra pequeña Gabrielle, ¿sabes? Quería hacerme saber que había sido abuelo. Y la verdad es que me sorprendió mucho enterarme de que mi Randi estaba montada en el dólar. ¿Por qué nunca se te ocurrió compartir esa fortuna conmigo cuando estábamos casados?

–Eso no es asunto tuyo –Miranda intentó mostrar firmeza en su voz–. Hace treinta años que saliste de mi vida. Y no quiero que vuelvas a ella.

–Vaya, es una lástima, porque nuestra hija sí que quiere. Me ha invitado a ir de visita y ver a mi nieta. ¿No es encantador? –Carter hablaba en un tono tan sensiblero que Kane apretó los dientes. Pero entonces percibió, por detrás de la voz de su padre, un furioso susurro. Parecía una voz de mujer, pero no pudo distinguir las palabras.

–¡No te atrevas a venir a aquí! –exclamó su madre–. ¡Aléjate de mí y de mis hijos! No formaste parte de su educación. No… no…

–Cálmate, Randi…

–¡No pienso calmarme!

–Cálmate, o pondré punto y final a esta conversación e iré directo a…

–¡No! Por favor, no se lo digas.

–Entonces cálmate, cariño. Él vive en San Antonio –esa vez Kane estuvo seguro de oír la voz de una mujer, pero fue apagada por la respiración angustiada de su madre–. He mantenido tu pequeño secreto durante mucho tiempo. ¿No crees que merezco algo por ello?

–¿Cuánto, Lloyd? –preguntó Miranda. Kane jamás la había oído tan triste y derrotada–. ¿Cuánto quieres por salir otra vez de mi vida?

–Mmm… No soy un hombre codicioso, Randi, cariño. ¿Qué tal veinticinco mil por cada gemelo? Eso me ayudaría a salir adelante.

–¿Cincuenta mil dólares? –preguntó Miranda, completamente desconcertada–. ¡No puedes hablar en serio!

–Claro que hablo en serio, cariño –le aseguró Carter soltando una carcajada–. Con todo el dinero que recibiste cuando el viejo Kingston estiró la pata, no te supondrá mucha diferencia.

–No pronuncies el nombre de mi padre, cerdo –la voz de Miranda volvía a temblar–. Mi padre era…

–Supongo que esto debe de ser un shock –la interrumpió Carter–. Te daré un tiempo para que lo pienses. Iré a San Antonio a ver a mi hija y a mi nieta, y tal vez a mi hijo. Nos veremos entonces, cariño, y podremos solucionar el trato.

–No hay ningún trato –espetó Miranda, pero sus palabras carecían de convicción.

–Oh, lo habrá –aseguró Carter–. O iré a ver a cierto magnate del petróleo y le preguntaré cómo son sus gemelos –Miranda emitió un sonido ininteligible–. Hasta la vista, Randi. Pronto tendremos una verdadera reunión familiar –y con eso, acabó la conversación.

–Oh, Dios mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío…

Kane se dio cuenta de que su madre no había colgado. Bajó corriendo las escaleras, con un nudo en el pecho y las manos temblándole de tensión. Irrumpió en el comedor, donde su madre seguía sentada, con el teléfono en una mano y una expresión de horror en el rostro.

–Estaba escuchando –le dijo él–. ¿Qué demonios quiere ese bastardo? ¿Qué quiso decir con «los gemelos»?

–No hables así, querido –lo reprendió su madre. Entonces, para horror de Kane, estalló en lágrimas.

Allison Preston entró en la sala de personal a las siete y media de la tarde y fue derecha a su armario. Gracias a Dios su semana de trabajo acababa tras el turno del día siguiente. Las guardias de doce horas eran agotadoras, pero nada más llegar a su casa aquella mañana había recibido una llamada urgente del director. Otra de las enfermeras se había puesto enferma con gripe.

Como Allison vivía cerca del hospital, era a quien casi siempre llamaban cada vez que había un problema. Y normalmente no le importaba. Después de todo, su vida social no era precisamente gran cosa. Por eso, cuando recibió la llamada del director, volvió al hospital y estuvo de guardia otras doce horas. En total, casi veinticuatro horas seguidas, lo que siempre le había causado estragos en su organismo. Sólo quería irse a casa y derrumbarse en la cama.

Entonces se dio cuenta de que no estaba sola en la sala. Kane Fortune estaba sentado en una silla, con sus grandes y experimentadas manos colgándole entre las rodillas. Parecía mirar al vacío, y sus atractivos rasgos estaban pálidos y desencajados. Allison ni siquiera estaba segura de que hubiera advertido su presencia.

Lentamente, se acercó a él y se sentó a su lado.

–¿Te encuentras bien?

Kane parpadeó, como volviendo a la realidad. Pareció pensar por unos segundos y entonces se encogió de hombros.

–La verdad es que no.

–¿Sigues lamentándote por lo del bebé de los Simond?

–Es más que eso.

–Oh… ¿Quieres hablar de ello?

Kane volvió la cabeza y la miró, y la punzada de deseo que Allison sentía cada vez que clavaba en ella aquellos ojos verde esmeralda la golpeó en el estómago y se propagó hacia un punto mucho más íntimo. Cielo santo, qué guapo era…

La primera vez que ella lo vio fue cuatro años atrás, en su primer día de trabajo en el hospital. Él había ido a la unidad de maternidad, y el director los había presentado. Entonces él la había mirado fijamente y le había estrechado la mano… y ella tuvo suerte de poder emitir un débil saludo, al menos.

Desde entonces no había dejado de afectarla poderosamente. Y Allison temía que siempre fuera así. Durante el primer año había intentando convencerse de que sólo era un enamoramiento. Una enfermera joven e inexperta prendada de un médico guapo y rico. Algo muy normal y natural. Pero al acabar el segundo año, cuando descubrió que le seguía gustando por muy cansado que a veces pareciera o por muy gruñón que fuera con los empleados incompetentes, Allison empezó a preocuparse seriamente. Y al término del tercer año, cuando descubrió que no le importaría que se quedara sin trabajo y sin un centavo, acabó aceptándolo. Kane Fortune era el único hombre al que le entregaría su corazón, aunque las posibilidades de que eso ocurriera eran más escasas que las de ganar un Oscar.

No iba a ocurrir. Ni ahora ni nunca. Los hombres como Kane no iban detrás de las rubias tímidas que no sabían ni maquillarse. No, iban detrás del glamour. Igual que su padre. Y el glamour era algo que ella, Allison Jane Preston, jamás tendría.

–Contártelo me llevaría toda la noche –le dijo Kane.

A pesar de estar exhausta, el propósito de Allison de irse a la cama se desvaneció por completo. En esos momentos Kane necesitaba una amiga, y ella no iba a abandonarlo.

–Estoy libre durante las siguientes doce horas –le dijo–. Y sé escuchar.

Él le sonrió, rascándose la barba incipiente que le oscurecía la mandíbula.

–Sí, sabes escuchar –de repente pareció tomar una decisión–. ¿Quieres comer algo?

–Claro –dijo ella, intentando ocultar la euforia que sentía. Habían charlado y tomado café muchísimas veces durante los últimos años, pero una cena después del trabajo… era algo diferente.

–En ese caso vamos a The Diner –dijo él.

–De acuerdo –The Diner era un restaurante cercano, frecuentado por el personal del hospital. Allison se levantó y fue a colgarse la bolsa al hombro, pero Kane se la quitó y se la colgó él mismo, junto con la suya propia–. Gracias –dijo, agradablemente sorprendida. ¿Cuántos hombres eran así de caballerosos?

–Un placer –dijo él con una sonrisa mientras le abría la puerta–. Mi madre me educó para ser un caballero.

–Pues hizo un buen trabajo.

–Y tanto que sí –comentó él pensativamente mientras esperaban el ascensor–. Era una madre soltera, pero se esforzó para que mi hermana y yo creciéramos con buenos modales y sentido común.

–¿Y… tu padre? –era la primera vez que le hacía una pregunta tan personal.

–Mi padre nos abandonó cuando mi madre estaba embarazada de mi hermana –había tanto odio en su voz que Allison se sobrecogió–. Yo tenía tan sólo un año.

–Eso es muy triste –dijo ella suavemente–. Pero tu padre fue el que más perdió. Al menos tu madre tenía dinero. De otro modo las cosas hubieran sido muy difíciles.

–Por aquel entonces no teníamos dinero –dijo él con una gélida sonrisa–. Hasta hace seis años ni siquiera sabía que mi madre era una Fortune.

–Pero tu apellido…

–Acepté el apellido de Fortune porque mi tío insistió, no mucho después de descubrir que pertenecía a la familia. No tenía el menor deseo de llevar el mismo apellido que un hombre que abandonó a su mujer y a sus hijos.

Allison se preguntó si Kane era consciente de cuánto dolor había revelado en aquel simple comentario.

–Mi padre también abandonó a mi madre –confesó. Quería hacerle saber que comprendía su angustia–. Yo tenía doce años, así que lo recuerdo muy bien.

–Al menos conociste a tu padre.

–Sí –aunque no estaba segura de que eso hubiera supuesto una diferencia, ya que, por lo visto, no lo había conocido en absoluto. Una pena demasiado familiar la asaltó. Su padre estaba muerto, de modo que jamás podrían volver a hablar ni superar el abismo que los había separado durante años. Ella había perdido su oportunidad, o, para ser más exactos, había rechazado la oportunidad. Y ahora, para su pesar, era demasiado tarde.

Pero no le dijo nada de eso a Kane. Viéndolo en aquel estado, dudaba de que pudiera decir algo que aliviara su dolor. Durante unos minutos caminaron en silencio por la acera, hasta que llegaron a The Diner y Kane se paró y miró por la cristalera.

–Esta noche está lleno –dijo con el ceño fruncido.

–Una fiesta de cumpleaños –dijo ella–. Un técnico de Radiología cumple cuarenta.

Una esbelta enfermera morena de Oncología los vio desde el borde de la pista de baile y les hizo señas para que entraran, mirando a Kane con una sonrisa. Allison vio que la chica parecía animada y segura de su atractivo sexual… el tipo de mujer por la que seguramente Kane se sentía atraído. El corazón se le encogió. Pero cuando giró la cabeza hacia Kane, lo vio negar con la cabeza.

Sintió una intensa satisfacción de que él no estuviese de humor para una fiesta, a pesar de la descarada invitación de la chica. No quería compartirlo con nadie.

–Si no tienes ganas de entrar, podemos ir a mi casa –le dijo lentamente, preguntándose si estaría loca por hacerle una oferta semejante–. No está lejos. Podemos comprar comida china de camino.

Los ojos de Kane seguían fijos en la multitud que abarrotaba el local.

–Pero tal vez no te interese –dijo ella torpemente, sintiendo cómo la vergüenza le ruborizaba las mejillas. Kane Fortune no podía estar interesado en pasar una tranquila velada con la sosa Allison Jane.

Pero Kane se volvió hacia ella con un brillo de aprobación en los ojos.

–Suena genial –dijo, y su tono revelaba sincero placer–. Aprecio mucho tu oferta. ¿Qué te parece si te sigo en mi coche?

Allison aún no podía creerse que Kane estuviera allí. Kane Fortune, sentado en el sofá junto a ella, frente a los recipientes vacíos de comida china desperdigados por la mesita de centro… Y jugueteando con un mechón de sus cabellos.

–Me gusta verlo suelto –le había dicho nada más entrar en casa, y eso había bastado para que ella se lo soltara.

Kane agarró la botella de vino y le ofreció un poco más, pero ella puso una mano sobre su copa.

–Mejor no. No soporto muy bien el alcohol.

–Oh, estupendo –dijo él con una maliciosa sonrisa–. Toma, bebe un poco más.

Ella se echó a reír y se sentó sobre una pierna para encararlo.

–Creo que no –era una idea muy tentadora, pero no había olvidado su propósito inicial de ayudarlo. Además aquello no era una cita–. Aun a riesgo de enfadarte, me gustaría oír lo que te está angustiando, si es que todavía quieres hablar de ello.

Él se puso serio de inmediato. El brillo de sus ojos se desvaneció, al igual que su sonrisa.

–No creo que deba contarlo. Como ya te he dicho, es una historia muy desagradable.

–Sé escuchar, ¿recuerdas? Y además soy una buena amiga. Y para eso están los amigos, para compartir las cargas pesadas –le puso una mano en el brazo, sobre la piel desnuda, y pasó el pulgar por los músculos fibrosos, ligeramente cubiertos de vello.

Kane le puso la mano sobre la suya y la apretó.

–Eres un tesoro, Allison. Y valoro mucho nuestra amistad.

Aquellas palabras fueron un bálsamo para el corazón hambriento de Allison. Era lo más dulce que había oído jamás, y lo último que hubiera esperado oír. No era tan ingenua como para esperar que Kane la amara, pero al menos estaba agradecida de tener su amistad.

Con un suspiro, él retiró la mano y apoyó la cabeza en el sofá, estirándose de tal modo que con su pierna rozó la rodilla sobre la que se había sentado Allison.

–Esta mañana me preguntaste por el bebé de los Simond. Tenías razón. Estaba angustiado. Y furioso. Me he pasado años aprendiendo a salvar las vidas de los bebés prematuros, y fracasar es algo muy duro –intentó sonreír, sin éxito–. Supongo que quiero ser Dios, o algo así.

Allison no dijo nada, pero mantuvo la mano sobre su brazo.

–De cualquier modo –siguió él–, decidí quedarme a dormir en casa de mi madre, ya que está mucho más cerca del hospital que mi propia casa y sólo tenía unas cuantas horas de descanso. Pero apenas había dormido cuando una llamada de teléfono me despertó –se detuvo de golpe, repentinamente tenso y enfadado.

–Alguien que te enfureció –supuso ella.

–Más que eso, pero esa persona no se enteró de que yo estaba al teléfono. Estaba hablando con mi madre –apretó los labios e inspiró con rabia–. Era mi padre. Llevaba desaparecido treinta años, y de repente se moría por volver a vernos.

–Pero… ¿por qué?

–Mi hermana –giró la cabeza y sus miradas se encontraron–. Gabrielle tiene una hija y pensó que debía decírselo a su viejo padre. No tengo ni idea de cómo lo encontró, pero el caso es que lo invitó a que nos visitara –su tono volvió a endurecerse–. Sentí deseos de estrangularla por lo que había hecho, pero sé que sólo estaba siguiendo los dictados de su corazón. Siempre ha sido muy sensible.

–¿Así que tu padre va a venir a San Antonio?

–Sí, pero eso no es lo peor –Kane se levantó tan rápido que Allison se echó hacia atrás, sobresaltada–. Amenazó a mi madre –dijo mientras empezaba a pasearse de un lado a otro del pequeño salón, como un tigre enjaulado–. La chantajeó.

–¿La chantajeó? –repitió ella–. ¿Qué clase de secreto podría tener tu madre como para aceptar un chantaje?

Kane se detuvo y le clavó la mirada.

–Mi madre se fugó de casa cuando tenía diecisiete años –dijo, muy lentamente–. Nos dijo que lo hizo porque no podía entenderse con su padre, pera la verdad era que estaba embarazada. Se fue hacia California, pero fue en Nevada donde dio a luz. Tuvo gemelos… un niño y una niña… y los dio en adopción. O, más bien –añadió–, los dejó en la puerta del sheriff con unas notas sujetas en las mantas.

–Tu pobre madre… –Allison podía imaginarse la desesperación de la mujer.

–Sí. Era joven, sin un centavo, y demasiado orgullosa para ir a casa. Poco después conoció a mi padre, Lloyd Carter, un jinete de rodeo. Se casaron y yo nací nueve meses después. Al año, volvió a quedarse embarazada, y entonces mi padre decidió irse en busca de pastos más verdes.

A Allison se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en la pobre mujer, embarazada por tercera vez, lamentándose por sus hijos perdidos y por sus desafortunadas decisiones. Instintivamente, alargó una mano hacia Kane y éste se la tomó por un breve instante, antes de sentarse de nuevo en el sofá.

–Carter la ha amenazado con hablarle de los gemelos al padre biológico de los mismos –dijo, con la cabeza en las manos–. Quiere que mi madre le entregue cincuenta mil dólares.

Allison abrió la boca para proferir una exclamación, pero entonces recordó con quién estaba hablando. La madre de Kane era millonaria.

–¿Ella tiene el dinero?

–Sí, pero no creemos que la cosa acabe ahí –la voz le temblaba con furia contenida–. ¡Odio no ser capaz de solucionar esto! –espetó, golpeando un puño contra otro–. Toda mi vida he intentando ayudar a mi madre, ponerle las cosas fáciles… Pero esta vez no hay nada que pueda hacer.

–Oh, Kane, estar a su lado ya es hacer algo –Allison lo abrazó por los hombros y apoyó la frente en él. ¡Si ella pudiera hacer algo por aliviar su angustia!

–No sé cómo explicarte lo extraño que resulta saber que en alguna parte tengo un hermano y una hermana a quienes nunca he visto. Unos hermanos con quienes jamás compartiré los recuerdos de la infancia… Para mi madre es como si todo hubiera sucedido ayer. Dios, estaba tan nerviosa que tuve que sedarla.

Allison lo acercó a ella y lo meció, mientras él enterraba la cara en su cuello y se aferraba con tanta fuerza que ella apenas pudo respirar. Durante largo rato lo mantuvo abrazado, deleitándose con la cálida respiración en su cuello y sus fuertes brazos alrededor de ella. Eso sería lo más cercano que estaría jamás del cielo, y quería memorizar casa segundo para rememorarlo en su solitario mundo particular.

Entonces Kane se movió y ella hizo ademán de retirar los brazos. Pero antes de que pudiera hacerlo, él levantó una mano y le acarició la mejilla.

–Gracias –le susurró–. Por escucharme.

–De nada –respondió ella con un hilo de voz. Él le miraba los labios, le acarició el inferior con el pulgar, y entonces Allison se dio cuenta de que iba a besarla.

Capítulo Dos

Allison estaba tan quieta como un cervatillo asustado. Su boca temblaba bajo la de Kane, y sus labios permanecían castamente cerrados. Kane quería devorar cada palmo de su apetecible cuerpo, y tuvo que reprimirse para no sucumbir al salvaje arrebato de lujuria que lo urgía a poseerla allí mismo.

Sabía que aquello no estaba bien, que se estaba aprovechando de su amistad, y que corría el riesgo de arrepentirse para el resto de su vida. Pero no podía evitarlo. Tenía que besarla aunque fuese lo último que hiciera. Allison era cálida, dulce, suave, y él necesitaba su calor para llenar su gélido vacío interior, necesitaba su dulzura para paliar el amargo sabor del odio, y necesitaba su suavidad para envolverse con ella y encontrar ayuda. Deslizó la lengua por el borde de los labios, presionó un poco y, para su deleite, ella abrió lentamente la boca para recibirlo.

Lo hacía con inseguridad y timidez, apenas tocándole la lengua con la suya, y Kane pensó que nunca le había negado nada. Aún no sabía por qué le había contado los secretos de su familia, pero sí sabía que le había gustado hacerlo. Igual que le gustaba lo que estaba haciendo ahora.

–Allison –murmuró–. Te necesito –la rodeó con los brazos sin dejar de besarla, y se estremeció de placer cuando ella lo abrazó también y le entrelazó los dedos en el pelo.

Entonces Kane la presionó contra el sofá hasta que ella estuvo tumbada sobre los cojines. Acto seguido se acostó sobre ella y se frotó contra su muslo, mientras con una mano le tiraba de la blusa para sacársela de los pantalones. Con la palma le acarició la sedosa piel del vientre y la cresta de las costillas, hasta que alcanzó la base de un pecho. En ese momento se detuvo de golpe, temeroso de asustarla por ir tan rápido. Pero ella no parecía en absoluto asustada, de modo que deslizó los dedos bajo el sujetador. Lentamente, se llenó la mano con aquel montículo de carne femenina, y casi soltó un gemido al notar cómo se le endurecía el pezón.

Con cuidado retiró la otra mano que aún tenía debajo de ella. Todos sus sentidos estaban ya centrados en el premio final. Se desabrochó la camisa y se la bajó por los hombros. Cuando ella le acarició con sus pequeñas manos la piel desnuda del pecho, no pudo reprimir un fuerte gemido, animándola a seguir sin tener que hablar. De todos modos, no hubiera podido articular palabra. Todo lo que podía hacer era sentir.

Allison terminó de quitarle la camisa y la arrojó al suelo. Y entonces fue su turno. Le abrió la blusa con la misma pericia con la que se había desabrochado la suya, sin dejar de besarla y acariciarla. Ella arqueó la espalda, permitiéndole así que alcanzara el cierre del sujetador, y él dio gracias a Dios por haber perfeccionado una vieja habilidad del instituto. Con una sola mano le soltó el sujetador y tiró de ella para que pudiera deshacerse de ambas prendas. Entonces se retiró por primera vez y la devoró con la mirada.

–Eres tan hermosa… –susurró con voz ronca. Su imaginación no podría haber visualizado unos pechos semejantes–. Tan hermosa –repitió, alzando la mirada hasta sus ojos y deleitándose con el placer que vio en ellos.

Entonces bajó la cabeza y tomó con la boca una de las dos puntas rosadas que se le ofrecían. Al principió lamió con suavidad, hasta que con un jadeo entrecortado ella lo animó a intensificar la succión. Aquella muestra de aceptación lo encendió más allá de todo control. Quería más. Necesitaba tener más. Rápidamente, le desabrochó los pantalones y se los quitó junto a las braguitas de un solo tirón.

Por primera vez, ella pareció asustarse un poco, encogiéndose de una manera casi imperceptible. La mayoría de los hombres quizá no lo habrían notado, pero Kane quería que Allison se entregara por completo a él, que le entregara hasta la última gota de pasión que bullía en su interior. Le puso una mano sobre el vientre para tranquilizarla y volvió a persuadirla besándola en los labios. Poco a poco fue bajando la mano hasta que rozó los suaves rizos de su entrepierna.

El cuerpo entero se le tensó al tocarle el vello púbico. Quería introducirse en ella, saborear cada palmo de su fragancia y dulzura, pero sabía que ella no estaba lista para eso. Así que, simplemente, extendió un dedo a lo largo de los pliegues carnosos que protegían su paraíso secreto, y fue incrementando la presión hasta que su cuerpo se rindió y se abrió para recibirlo en aquel ardiente pozo de feminidad.

Kane retiró la mano para desabrocharse los pantalones, y cuando volvió a caer sobre las caderas desnudas de Allison, cuyo calor corporal era más de lo que él podía soportar, ajustó su peso sobre ella y usó las rodillas para separarle las piernas.

Entonces ella permitió que se posicionara para tomarla, con sus brazos aún rodeándole el cuello y sus cabellos enmarcándole el rostro como una alborotada aureola. Él retiró la boca al tiempo que presionaba hacia delante, viendo cómo sus ojos se abrían y sintiendo la húmeda y dulce bienvenida de su cuerpo. Realizó varias incursiones superficiales, respirando en entrecortados jadeos, hasta que todo su autocontrol se hizo añicos y entonces avanzó en una fuerte embestida, introduciendo completamente su miembro en ella. Allison se retorció involuntariamente y soltó una exclamación.

Kane se quedó helado. ¿Era… virgen? Nunca había pensado en esa posibilidad. Y, para ser sincero, tampoco podía pensar en eso ahora. Necesitaba moverse, y necesitaba que ella se moviera con él. No se sentía capaz de esperar.

–¿Te he hecho daño? –le preguntó.

Qué pregunta tan estúpida. Por supuesto que le había hecho daño. Acababa de arrebatarle su virginidad con la misma delicadeza que un toro embravecido.

Pero entonces ella se movió bajo él y le acarició los hombros.

–Quiero que… sigas –sus palabras apenas fueron un susurro, y él se dio cuenta de que no había respondido a su pregunta. Pero su miembro erecto demandaba su completa atención, y el permiso que ella le daba era un potente afrodisíaco.

Murmurando una disculpa, agarró sus caderas y la besó con frenesí en la boca, ahogando los sonidos que ella emitía al recibir sus movimientos, cada vez más repetidos y profundos. Entonces lo rodeó con las piernas, y fue como si una tormenta estallara sobre sus cabezas. Kane se convulsionó violentamente al sentir la liberación de su semilla, muy dentro de Allison, y se desplomó sin aliento sobre ella tras la tempestad pasajera.

–Allison –Kane parecía aturdido. Yacía pesadamente sobre ella, que mantenía los brazos en torno a él, con los ojos cerrados, saboreando aquellos deliciosos momentos de unión física. Pero entonces, con un gruñido de frustración, él retiro su miembro de su interior y se apartó de ella.

Se quedó de pie, mirándola, y todo lo que Allison pudo hacer fue permanecer en exhausto silencio y contemplar por primera vez su magnífico cuerpo masculino.

–¿Por qué demonios no me dijiste que eras virgen? –le preguntó con un débil gruñido. Ella lo miró a los ojos y se encogió al ver su dura mirada.

–No pensé en ello –dijo en voz baja, moviéndose un poco para aliviar la molestia que sentía entre los muslos–. Sólo estaba… sintiendo.

Kane soltó un resoplido, pero su ceño fruncido se tornó en una expresión más suave.

–Sí –dijo–. Sé a qué te refieres –con los nudillos le acarició la mejilla–. Pero, de haberlo sabido, habría sido más tierno.

–Estuviste perfecto –insistió ella con vehemencia–. Deja de preocuparte, ¿quieres?

–No –para asombro de Allison, se inclinó sobre ella, le pasó los brazos por debajo y la levantó contra su pecho desnudo. La sostuvo así un momento, examinándole el rostro, y entonces le rozó los labios con los suyos–. La próxima vez que hagamos esto, te enseñaré cómo debería haberse hecho.

Ella no pudo evitar una sonrisa mientras le echaba los brazos al cuello e intensificaba el beso. Finalmente, él se retiró para permitirle respirar.

–¿Ahora? –preguntó ella.

Kane soltó una ronca carcajada y empezó a andar hacia el vestíbulo.

–Para ser alguien que nunca había permitido que ningún hombre…

–¡Calla! –le puso una mano en la boca–. Era virgen hasta hace unos minutos, ¿recuerdas?

La sonrisa de Kane se torció un poco.

–Nunca lo olvidaré –respondió, en un tono ligeramente adusto.

Kane la llevó al dormitorio que ella le indicó, sorprendido de lo femenina que era la habitación. No sabía por qué lo sorprendía tanto y, al recordar cómo se había quedado estupefacto al verle el pelo suelto por primera vez, se avergonzó de haberse hecho una idea tan errónea sobre ella. En el hospital, Allison era tranquila, meticulosa y eficiente. Él la había tomado como una mujer… más bien sosa, alguien que nunca había hablado de sí misma y que siempre lo había animado a hablar de él. Y él se había aprovechado de esa generosidad.

Pero ahora, miró con interés a su alrededor para absorber el ambiente y empaparse de la verdadera mujer que tenía en brazos. Allison se apretaba contra su pecho, totalmente entregada a él, y Kane sólo podía pensar en que ojalá aquella noche no acabara nunca.

Pero tenía que pensar en otra cosa. Allison había sido virgen. Y él había estado tan obsesionado con poseerla que no se le ocurrió pensar en usar protección hasta que fue demasiado tarde. ¿Y si hubieran creado una nueva vida?

Un hijo. No estaba seguro de cómo se sentía al respecto. Siempre había querido tener hijos; hijos a quienes pudiera darles la infancia que él nunca tuvo. Pero lo que sintiera no importaba. Él era un caballero, tal y como lo había educado su madre, y, como todos los Fortune, con un fuerte sentido de la responsabilidad.

Pensó en su madre, una adolescente con dos hijos gemelos, totalmente sola en una ciudad desconocida. Mucha gente tal vez pensara que al abandonar a sus hijos estaba eludiendo sus responsabilidades, pero él no lo veía así. De hecho, fue un acto de honor, pues su madre sabía que no podría cuidar de ellos y esperaba que fueran adoptados por una buena familia. Una familia con los recursos de los que ella carecía.

Bueno, él tenía recursos de sobra, por lo que ningún hijo suyo sufriría carencias de ningún tipo. La mujer que llevaba en brazos tal vez se quedara embarazada de él, así que se casaría con ella. ¡Así de simple! Se casarían tan pronto como fuera posible.

No estaba dispuesto a que la gente se pusiera a hacer cuentas y a sacar conclusiones equivocadas. De un modo u otro siempre había sido el centro de los cotilleos, y no iba a permitir que a su hijo le pasara lo mismo.

«No tienes padre, ¿verdad? Apuesto a que tu madre nunca estuvo casada». Pensamientos como ése empezaron a acosarlo. No, su hijo jamás escucharía ese tipo de cosas.

Mientras miraba a Allison, se dio cuenta de que era una solución estupenda. Ni siquiera podía imaginarse las razones por las que se había mantenido virgen tanto tiempo, pero no podía tomarse su entrega a la ligera. No, si Allison había decidido hacerle ese regalo a él, y sólo a él, tenía la obligación de tratar ese regalo como el tesoro que había sido.

Además, tenía treinta años. Nada complacería más a su madre que verlo casado y que le diera nietos a los que mimar.

Y seguro que a su madre le gustaría Allison. Bastaba con una mirada para apreciar su bondad. Era la mujer perfecta para compartir su vida, pensó lleno de satisfacción. Y también sería una madre maravillosa para sus hijos. Ya había visto lo fantástica que era con los recién nacidos en el hospital. Dulce, tranquila y aun así competente.

Se removió en sus brazos y él volvió a la realidad. Vio cómo tragaba saliva, y cómo la aprensión se reflejaba en su mirada.

–Gracias –dijo, acariciándole la mejilla–. No… no pretendo que esto sea más de lo que es. No quiero que te sientas obligado ni incómodo.

–¿En serio? –le preguntó él con una ceja arqueada.

–No –se apresuró a decir–. No es que…

–Allison.

Ella se interrumpió y lo miró a los ojos.

–Es una lástima que no quieras que me sienta obligado, porque es así como yo quiero que tú te sientas.

La vio dudar y pensó que estaba conteniendo la respiración.

–¿Qué quieres decir?

–Quiero decir que quiero casarme contigo.

–¿Qué? –puso una expresión tan horrorizada que Kane casi se echó a reír.

–Cásate conmigo.

Allison empezó a retorcerse en sus brazos mientras él se sentaba en el borde de la cama, sujetándola en su regazo hasta que dejó de moverse y volvió a apoyar la cabeza en su hombro.

–Esta noche… –le dijo–, no ha sido algo casual para ti. Y no hemos usado protección. Es probable que te haya dejado embarazada.

–Pero… pero no tienes que… ¡No puedes casarte conmigo! –parecía completamente aterrorizada, tensa y rígida contra él.

–Sé que no tengo que hacerlo, pero quiero hacerlo –inclinó la cabeza y le buscó la boca para darle un beso tan intenso como apaciguador. Cuando ella se relajó un poco, él volvió a apartarse–. Di que sí.

Ella lo miró durante unos momentos y cerró los ojos.

–Estás loco. No soportarías estar casado conmigo.

La certeza con la que lo dijo lo desconcertó, pero entonces se dio cuenta de que no había dicho que fuera ella la que no soportaría estar casada con él.

–Lo he pensado –le dijo, cubriéndole un pecho con la mano–, y creo que nos llevaríamos muy bien. En la cama nos compenetramos a las mil maravillas, y fuera también.

Allison se puso colorada.

–Ésas no son razones de peso para casarse –declaró, pero sin apartarle la mano.

–Es mejor que nada. Piénsalo y verás que tengo razón. ¿Con cuántos hombres has hablado como conmigo?

–Con ninguno. Pero, Kane, creo que no lo has pensado bien. Tú eres un Fortune.

–¿Y a quién le importa cuál sea mi apellido? –maldita sea, ¿qué problema tenía? Debía casarse con él–. Di que sí –insistió, masajeándole el pezón con los dedos–. Estaremos muy bien juntos. Y si estás embarazada, me darás una gran alegría.

Allison volvió a cerrar los ojos y respiró hondo.

–Sí.

Por el tono de la respuesta, a Kane le pareció que estaba accediendo más a una ejecución que a una boda, pero el alivio que sintió fue tan grande que no hizo ningún comentario. Se levantó, con ella abrazada a él, y se dio la vuelta para tumbarse en la cama. Le esparció el pelo por la almohada y entró en el cuarto de baño a agarrar una toalla y empaparla de agua caliente.

Al volver al dormitorio, lo divirtió encontrar cómo se había cubierto con una sábana y aún más que protestara cuando él se la quitó y empezó a lavarla.

–Voy a verte cada día –le dijo–. Así que ya puedes ir olvidándote de tanta modestia.

–No puedo –dijo ella, cubriéndose la cara con las manos. Él se echó a reír y dejó la toalla a un lado.

–No puedo creer que me hayas ocultado este pelo durante cuatro años –murmuró, tumbándose junto a ella y hundiendo la cara en la fragante melena.

Allison no dijo nada, pero él sintió que estaba sonriendo. Había hablado muy poco desde que se levantaron del sofá, y Kane tuvo un momento de pánico al pensar que tal vez le hubiera hecho daño. Se inclinó sobre ella y le tomó un pecho en la mano.

–¿Estás segura de que estás bien? He sido demasiado duro.

–Estoy bien –dijo ella, y una vez más se puso colorada.

–¿Por qué te ruborizas tanto? –le preguntó con una sonrisa.

–No lo sé –respondió sin mirarlo a los ojos.

–¿Sabes? Hay muchas cosas que podríamos hacer si de verdad quieres ruborizarte…

Había esperado que con aquel comentario ella ocultara el rostro y se riera, pero Allison le clavó la mirada, con sus verdes ojos brillando de deseo.

–Muéstramelas.

A Kane le vibró todo el cuerpo de anticipación, y sintió un tremendo alivio al darse cuenta de que no le había hecho daño ni la había asustado. Pero esa vez se aseguraría de que compartieran todo el placer. Sería él quien lo hiciera todo por ella.

Y así lo hizo. La presionó de espaldas contra la almohada y la besó desde el lóbulo de la oreja hasta las uñas de los pies, succionando, mordisqueando y pellizcando, pasándole la lengua por la parte trasera de las rodillas y luego masajeándole y lamiéndole sus hermosos pechos. A continuación, entrelazó los dedos con los suyos y le sujetó ambas manos sobre la cabeza, para seguir explorando su cuerpo con la otra mano. Al cabo de un rato, se arrodilló a sus pies y le separó las piernas, sin hacer caso de su débil murmullo de protesta. Pronto ella empezó a jadear y él fue subiendo con besos por la cara interna del muslo, deleitándose con cada centímetro de piel desnuda, hasta que su boca llegó hasta el mismo centro de su esencia femenina. Allí, su lengua buscó ávidamente la fuente de humedad, escondida entre los rizos rubios, y la saboreó con extremo cuidado hasta que ella se retorció bajo su boca. Entonces Kane incrementó el ritmo, y ella se arqueó y gritó al sentir las convulsiones de su propia liberación.

Él dejó que se recuperara, y entonces la acurrucó entre sus brazos.

–Así es como debería haberse hecho en tu primera vez –ya no podía cambiarlo, pero la idea de que aquella mujer tan dulce, responsable e increíblemente apasionada estuviera cada noche en su cama lo inundó de placer.

–Ha sido… maravilloso –susurró ella, poniéndole la mano en el pecho–. Pero tú no has… necesitas… –se interrumpió, y él pensó que se había vuelto a ruborizar.

–Cualquier hombre que te diga que lo necesita es un condenado mentiroso.

Ella se echó a reír, como él esperaba. Pero entonces se puso seria y con los dedos le trazó pequeños círculos alrededor del ombligo.

–Ahora te toca a ti.

Él respiró hondo y le retiró la mano.

–No puedo –dijo–. No soy el tipo de hombre que lleva preservativos en la cartera. Ya nos hemos arriesgado una vez…

–Creo que no estoy en el mejor momento para concebir –dijo ella–. Además, no pasaría nada malo por tener un bebé.

A Kane le dio un vuelco el corazón al oír aquellas palabras, pero aun así dudó. No quería abrumarla, a pesar de que su cuerpo pedía otra cosa.

–No sé si puedo…

–¿Y qué pasa si yo quiero hacerlo? –lo preguntó con tanta timidez y lo tocó con tanta suavidad que Kane no pudo reprimir un gemido.

–Mi madre me educó para ser un caballero –le recordó–. No puedo negarme a la petición de una dama.

–Cielos, qué duro, ¿no? –dijo ella con una risita.

–No –se tumbó de espaldas y la hizo acostarse a su lado–. Esto es duro –le puso una mano encima de la suya y le enseñó cómo acariciarlo, cuál debía ser la presión y la velocidad en los movimientos. Y, tras unos momentos de indecisión, Allison aprendió a hacerlo con tanta pericia que él tuvo que detenerla para no perderse por completo.

–Espera –le dijo con voz ahogada.

–¿Por qué? –preguntó ella con aprensión, deteniendo la mano.

–Porque si sigues voy a explotar antes de tiempo.

Ella retiró la mano y él casi soltó un gemido por el cese de aquel ardiente y dulce placer. Era deliciosamente tímida, pensó Kane, pasándole un dedo por la mandíbula e inclinándose para darle un beso en los labios. En esa ocasión no tuvo que hacer nada para que separara las piernas. La miró fijamente a los ojos mientras introducía su endurecido miembro en su receptivo interior. Y le mantuvo la mirada durante todo el acto, hasta que su propio cuerpo empezó a vibrar por los temblores del orgasmo. Entonces bajó una mano entre ellos y le frotó el sexo con dos dedos. Ella abrió desmesuradamente los ojos y dejó escapar un grito, justo cuando ambos alcanzaron los momentos finales del clímax. Kane le cubrió la boca con la suya y absorbió los dulces gemidos de sus labios.

El despertador de Allison sonó al amanecer. Ella había dormido toda la noche entre los brazos de Kane, quien se despertó varias veces por la novedosa sensación de estar durmiendo con alguien. Era algo sorprendentemente agradable, a pesar de no ser algo a lo que estuviera acostumbrado. Un médico no tenía mucho tiempo para dormir, y mucho menos para pensar en el sexo.

Pero en esos momentos estaba pensando precisamente en eso.

Allison se movió y alargó una mano para apagar el despertador. Aún medio dormido, él le puso una mano en el hombro desnudo y la hizo volverse, se colocó encima y la penetró con facilidad. Su cuerpo femenino le dio una cálida y húmeda bienvenida. Las caderas empezaron a moverse a un ritmo tranquilo, que, sin embargo, bastó para encender el fuego interno de Kane. Le agarró las piernas y se las pasó alrededor de la cintura, colocándola de tal modo que con cada ligera sacudida la excitaba más y más. Y cuando ella empezó a gemir con fuerza, él se rindió a un intenso y prolongado orgasmo que derritió sus huesos en un torrente de pasión y que lo hizo desplomarse sobre ella, igualmente exhausta.

–Buenos días –la saludó al oído cuando recuperó el aire.

–Buenos días –respondió ella con un cierto deje en la voz.

–Hoy voy a empezar a usar protección –dijo él.

Ella le sonrió mientras le masajeaba el cuello.

–¿Y de qué sirve cerrar la puerta del establo cuando el caballo se ha escapado? –preguntó, pero entonces miró el despertador y empezó a empujarlo por los hombros–. ¡Levanta, voy a llegar tarde! Hoy tengo turno de día.

Él se tumbó de costado y permaneció así mientras ella se levantaba y se duchaba. A continuación se duchó él, y cuando volvió al dormitorio ella ya se había vestido y se estaba cepillando el pelo con rapidez. Mientras se lo recogía en su peinado habitual, él se acercó por detrás y le puso las manos en los hombros, mirándola a los ojos en el espejo.

–¿Lista para irte?

Ella asintió mientras se ponía las horquillas.

–Casi.

–Me gusta que vayas así al trabajo –le dijo–. No quiero que nadie vea todo este pelo suelto y empiece a tener ideas.

Las manos de Allison se detuvieron y se volvió a mirarlo, claramente asombrada. Demonios, Kane podía imaginarse lo que estaba sintiendo. Una voz maliciosa había pronunciado esas palabras sin que él pudiera evitarlo.

Carraspeó torpemente para aclararse la garganta.

–Es hora de irse.

Allison completó su turno como si estuviera volando con el piloto automático. Realizó sus tareas habituales con su eficiencia de siempre, pero su cabeza seguía en el dormitorio.

«Quiero que te cases conmigo».

Cuando fue al almacén en busca de una cosa, se tuvo que pellizcar para convencerse de que aquello era real.

El día anterior, había sido una enfermera soltera y sosa, virgen y desesperadamente enamorada del médico más arrebatador del hospital. Hoy… ya no era virgen, e iba a casarse con él.

Durante muchos años el celibato había sido su elección. Quería casarse y entregarle a su marido el regalo de su cuerpo. Pero los años habían pasado y el amor no la había encontrado. Hasta que llegó Kane. Y aunque no había sabido que acabarían casándose, se había dado cuenta, al sentir sus caricias, que aquel hombre era lo que había deseado durante todo ese tiempo. Kane le había hecho el amor. A ella. Y no sólo eso. Se había preocupado de que experimentara tanto placer como él, y para ello le había hecho cosas tan maravillosas que nunca podría olvidar.

El mundo estaba loco. Y ella tampoco estaba muy cuerda, fantaseando con una boda y una vida junto a un hombre como Kane Fortune. Un miembro de la familia Fortune.

Kane no iba a casarse con ella. Se había mostrado muy seco al encontrarse en el aparcamiento antes de entrar juntos en el hospital. Seguramente ya se estaba arrepintiendo por haberle hecho esa proposición.

Bueno, ¿y qué? Ella se comportaría como si lo hubiera hecho de broma. De ese modo no lo perdería como amigo. No podría soportar que la evitara y que no quisiera conservar la amistad. No después de haber intimado tanto.

Más tarde, cuando estaba en la sala de descanso buscando alguna bebida en la nevera, Kane entró por la puerta. Parecía agotado, como si no hubiera dormido bastante, y eso había sido culpa de ella…

–Hola, ¿acabas a las siete? –le preguntó mientras se servía una taza de café.

–Sí –respondió ella, preparándose para el inevitable y doloroso momento.

–Esta noche voy a acabar muy tarde, pero si mañana estás libre podríamos ir por los anillos –hablaba con despreocupación, pero mientras daba un sorbo la miró con ojos entrecerrados por encima de la taza. Ya fuera por el humo o por el horrible sabor del café, Allison no supo el motivo.

–Empieza mi fin de semana –dijo, pero entonces se percató de lo que él había dicho–. ¿Anillos? ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Kane, sabes que no espero de ti que te cases conmigo sólo porque pueda estar… embarazada. ¿Por qué no esperamos unas semanas y vemos qué pasa? Tal vez no haya ningún motivo para casarnos.

–Oh, sí que hay un motivo –dijo él. Dejó la taza y cruzó la sala hacia ella–. Allison –le puso las manos en las caderas y tiró de ella hacia él–, te conozco. Si has sido virgen hasta los… a propósito, ¿cuántos años tienes?

–Veintiséis.

–Si has sido virgen hasta los veintiséis, es que tenías un motivo. No me diste a mí ese regalo porque sí –la acercó más y su voz se hizo más profunda–. Te comprometiste conmigo en cuanto estuve dentro de ti por primera vez sin que ninguno de los dos usara protección. La segunda vez, y la tercera, tan sólo añadieron un poco de peso –la rodeó con los brazos y le hizo presionar las caderas contra él. Allison se estremeció con el contacto–. Lo único que tienes que elegir es si quieres usar o no protección de ahora en adelante en caso de que no vayamos a ser padres de inmediato.

Hablaba en serio. Y aunque ella comprendía ahora que la infancia sin padre de Kane debía de haberlo convencido de no cometer el mismo error con un hijo propio, le costó respirar, invadida por una ola de calor. Kane quería casarse con ella. ¡Con ella!

Lo miró a sus bonitos ojos dorados y se atrevió a pasarle las manos por los hombros.

–De acuerdo –dijo, y respiró hondo–. Tal vez deberíamos usar protección al principio. Podemos decidir más tarde cuándo queremos tener hijos… si es que la diosa de la fertilidad no lo ha decidido ya por nosotros.

–Por mí, estupendo –dijo él, y se inclinó para besarla.

En ese preciso momento, la puerta de la sala se abrió y entraron dos enfermeras.