Secretos de amor - Anne Marie Winston - E-Book
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Secretos de amor E-Book

Anne Marie Winston

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Beschreibung

¿Los llevaría su pasión al altar? El doctor Derek Mahoney había mantenido su libido bajo control durante años, pero la sexy y sensual Kristin Gordon lo tenía al límite de su resistencia. Tiempo atrás, ella había aceptado gustosa ser la niñera de la hija pequeña de Derek, y ahora, de repente, quería casarse y ser feliz para siempre… ¡con él! ¿Qué podía hacer un hombre cuando una mujer como Kristin le mostraba sus piernas y le lanzaba una insinuante mirada? Derek se arriesgó a hacer lo que le parecía mejor. Tener a Kristin en sus brazos y en su cama era como tener una sed insaciable. Nunca podría satisfacer su deseo por completo… pero, ¿estaba listo para el matrimonio?

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Anne Marie Rodgers. Todos los derechos reservados.

SECRETOS DE AMOR, Nº 1314 - septiembre 2012

Título original: The Marriage Ultimatum

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Deseo son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0842-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

–Derek, creo que deberíamos casarnos.

–¿Que crees... qué? –a Derek Mahoney casi se le cayó el instrumento que estaba utilizando para suturar el corte de la pezuña del perro.

Al sentir vacilación en el veterinario, el animal trató de ponerse en pie.

Kristin Gordon cambió de posición para sujetar al perro con más fuerza. Sus espesa y rizada trenza se le echó hacia delante y ella, con un gesto impaciente, sacudió la cabeza para apartarla del rostro.

–He dicho que deberíamos casarnos.

–Oh –Derek sonrió traviesamente y se relajó. Kristin seguía teniendo las mismas reacciones que de adolescente, continuaban ocurriéndosele las ideas más descabelladas–. Sí, Kristin, lo que tú digas. ¿Piensas que podríamos hacerlo durante la hora del almuerzo?

Kristin, empequeñeciendo los verdes ojos, lo miró fijamente. Sus oscuras cejas, en contraste con la blancura de su piel, se arquearon de una manera que Derek reconoció como peligrosa.

–No estoy para bromas, Derek, hablo en...

–Serio –dijeron ambos al unísono.

–Buenos días, doctor Mahoney. Hola, Kristin, gracias por sustituirme. Esta mañana, cuando he llevado los niños al colegio, me he dado cuenta de que tenía una rueda pinchada –Faye, la veterinaria ayudante de Derek, entró en Quartz Forge Animal Clinic desabrochándose el abrigo–. ¿Qué tal la vieja Princesa?

–Para ser una perra de doce años que ha estado jugando con la cuchilla de una cortadora de césped, está muy bien –Derek levantó al animal en sus brazos y lo dejó en el suelo con cuidado, encantado del cambio de conversación–. La señora Peters está en la sala de espera, así que ya puedes llevarle a Princesa. Dile que evite que la perra haga mucho ejercicio, que se tome los antibióticos y que, si le da por morderse los puntos de sutura, le ponga un collar que se lo impida.

–De acuerdo –Faye le dio el informe del día–. Mutley tiene mañana una exploración quirúrgica, su dueño va a venir luego a hablar con usted antes de la operación.

Derek tomó los papeles mientras abría la puerta para que Faye y la perra pasaran antes que él.

–¿Derek?

Con desgana, él volvió la cabeza. Engañándose a sí mismo, había creído poder salir de aquella situación sin más discusión.

–Kristin –Derek indicó la puerta con un movimiento de cabeza–, tengo la sala de espera llena de personas impacientes y preocupadas por sus animales. Además, tú tienes que cuidar de mi hija y volver a tu trabajo. ¿Te parece que dejemos para esta noche el asunto de la boda?

–No te lo estás tomando en serio –respondió ella, aún con el ceño fruncido.

–Tienes toda la razón del mundo.

Derek no pudo resistir la tentación de tirarle de la rubia coleta, como había hecho montones de veces desde que la conoció diez años atrás, cuando fue a las montañas de Pensilvania para la entrevista con Paul Gordon, el padre de Kristin, que requería un socio en su consulta veterinaria. Por aquel entonces, Kristin era una adolescente de dieciséis años que parecía un chico.

Al excepción del pelo, que ahora llevaba largo y recogido en coleta, Kristin no había cambiado en diez años, pensó Derek mientras observaba la alta y esbelta figura de ella vestida con una camisa de franela y unos pantalones de color caqui. De no ser por aquel glorioso cabello rubio rizado, podría pasar por un chico.

–¡Mi padre!

Derek volvió la cabeza al oír la voz de la niña. Apenas le dio tiempo a levantar en sus brazos a Mollie, su hija de tres años, cuando ésta se arrojó a él.

–Hola, enana –Derek le frotó la nariz con la suya–. ¿Te has divertido con Sandy mientras Kristin me estaba ayudando?

Sandy, la recepcionista, no se atrevía a manejar a los perros, por lo que se había ofrecido voluntaria para cuidar de Mollie mientras Kristin lo ayudaba a él hasta la llegada de Faye.

–¡Hemos hecho muñecas de papel! –Mollie le enseñó la ristra de figurillas de papel mientras Derek se deleitaba mirando aquellos ojos azules, mejillas sonrosadas y revueltos rizos.

¿Qué haría sin ella? Perder a Debbie había sido una pesadilla. Un día, ambos estaba celebrando el embarazo de su primera hija; al día siguiente, estaba oyendo palabras como «metástasis» y frases como «no se le puede radiar durante el embarazo». Las restantes nueve semanas de embarazo de Debbie fueron una pesadilla; dos meses después del parto, Derek, con Mollie en sus brazos, estaba al pie de la tumba de su difunta esposa.

Mollie seguía charlando cuando Kristin se aproximó con la chaqueta de la niña que él le había puesto a su hija aquella mañana al llevarla a la casa de Kristin en el pueblo.

–Mollie, ponte la chaqueta y vámonos a jugar.

Derek dejó a su hija en el suelo y la niña, inmediatamente, corrió hacia Kristin. Ella, después de darle un abrazo, le puso la chaqueta.

–¿Te has portado bien con la señorita Sandy?

–Sí –Mollie reafirmó sus palabras asintiendo con la cabeza.

–¡Estupendo! Estoy muy orgullosa de ti. Dile a papá que lo veremos a la hora de la cena.

–Adiós, papá. Hasta la cena –repitió Mollie antes de que Kristin saliera con ella por la puerta posterior.

Cuando la puerta se cerró tras ellas, Derek sacudió la cabeza sintiendo una gran ternura. Qué pareja. Las dos se querían como hermanas. Kristin era una gran amiga.

–Kristin cuida muy bien a tu hija –dijo Faye, que acababa de presentarse con un gato en los brazos.

Derek asintió.

–No sé qué haría sin ella –sonrió traviesamente al recordar lo que Kristin le había dicho en la sala de exploración–. Pero a veces se le ocurren unas ideas...

Faye sonrió. Había trabajado con el padre de Kristin, el doctor Gordon, antes de que Derek se hiciera al frente de la clínica; y conocía a Kristin desde pequeña.

–¿Qué le pasa? ¿Acaso quiere aprender a pilotar aviones ahora?

–No.

–¿Se va a hacer policía?

Derek rió y sacudió la cabeza.

–¿Se va a ir de marcha por Alaska?

–No, nada de eso. Ahora cree que debería casarme con ella.

A Derek lo sorprendió que Faye no se echara a reír inmediatamente, como él había esperado que hiciera.

–Mmmmm –fue todo lo que Faye dijo.

–¿Qué significa «mmmmm»?

Faye se encogió de hombros.

–En mi modesta opinión es una buena idea.

–¿Te has vuelto loca? Kristin es demasiado joven para mí.

–Solo tienes treinta y cuatro años –Faye había pasado los cincuenta–. Kristin ha cumplido los veinticinco la semana pasada. La diferencia de edad no llega a los diez años.

Derek, sintiéndose traicionado, se la quedó mirando.

–Es una locura, igual que el resto de las locuras que se le ocurren a Kristin.

–Mollie necesita una madre, ¿quién mejor que Kristin, que la lleva cuidando desde la muerte de Debbie? Y tú necesitas una esposa; pero no cualquier mujer, sino una tan obstinada como tú, una que sepa ladrar cuando te pones burro.

–Kristin no es todavía una mujer –dijo él con irritación.

Faye se negó a callarse.

–Derek, no digas tonterías. Kristin no es un hombre y es demasiado mayor para ser considerada una adolescente.

–Puede que tengas razón en eso, pero no está preparada para el matrimonio –Derek, con suma irritación, desapareció por el pasillo antes de que Faye pudiera ver el súbito enrojecimiento de su rostro.

Faye debía de estar loca. Él no tenía intención de volver a casarse. ¿Por qué iba a hacerlo? La vida le iba bien tal... tan bien como podía irle sin Debbie. Nadie podría reemplazar a su difunta esposa.

Además, Debbie no había sido una mujer obstinada y jamás se habían gritado el uno al otro. Debbie no se había parecido en nada a Kristin, que era un torbellino de energía y cabezonería. Nadie podía ocupar el lugar de su dulce y tierna Debbie.

De repente, Derek vio los papeles que tenía en las manos y recordó que era viernes y que los pacientes lo estaban esperando. Quería acabar en la consulta al mediodía con el fin de pasar el resto de la tarde en el Santuario de Animales de los Apalaches, una cobijo gratis para animales que el padre de Kristin había fundado unos años antes de su muerte.

Desechando más pensamientos sobre Kristin, Derek continuó su marcha por el pasillo para hablarle al dueño de Mutley.

Pero aquella tarde, al despedirse de los trabajadores voluntarios del santuario de animales en la clínica de la organización, las palabras de Kristin sobre el matrimonio aún reverberaban en sus oídos.

¡Qué locura!

Sintió algo parecido a pánico cuando aparcó el coche delante de su casa y caminó hacia la puerta. Era una casa antigua preciosa con fachada de ladrillo en el pueblo de Quartz Forge, a unos minutos del bosque Michaux en los Apalaches. Kristin había vivido allí con su padre hasta la repentina muerte de él ocho años atrás; su madre, al igual que le ocurrió a Mollie, había muerto cuando ella era pequeña. Tras el fallecimiento de Paul Gordon, como la casa era demasiado grande para ella, Kristin se la vendió a Debbie y a él, que esperaban llenarla de hijos algún día. Fueron generosos en el dinero que le ofrecieron a Kristin por la casa, aunque para él no representaba ningún esfuerzo el precio que había pagado. Nadie en Quartz Forge tenía idea de su fortuna, y quería que siguiera siendo así.

Su fortuna. Aún le parecía irreal lo rico que era. Gracias a su hermano, los diez millones de dólares con los que había empezado se habían incrementado significativamente durante los quince años transcurridos desde entonces. Quizá no le parecía real porque no quería que lo fuese; no ser rico significaría que sus padres seguirían vivos y disfrutando de su primera y única nieta.

Todavía le causaba un profundo dolor pensar en ellos. Cuando aún su hermano Damon y él estaban estudiando en el instituto, sus padres fueron al Caribe de viaje de segunda luna de miel; allí, un día nadando en el mar, un joven completamente borracho en una lancha motora les pasó por encima. El borracho resultó ser un príncipe de Arabia Saudita; su padre, furioso con el comportamiento de su hijo, les dio millones de dólares a los hermanos Mahoney como compensación y desheredó a su hijo a modo de castigo. No obstante, eso no le devolvió la vida a sus padres.

La pesada puerta de la casa se abrió mientras él subía pesadamente los escalones. Mollie apareció detrás de la puerta de rejilla con Kristin a sus espaldas, pero ésta ni siquiera lo miró cuando él abrió la puerta de rejilla.

–¡Papá! ¡Papá! –gritó Mollie alegremente arrojándose a sus brazos.

Al instante siguiente, la niña le pidió que la dejara en el suelo porque quería enseñarle una cosa. Cuando Mollie echó a correr por el pasillo, Derek aventuró una mirada a Kristin.

–Al parecer, lo habéis pasado bien. ¿Cuánto le ha durado hoy la siesta?

–Dos horas –respondió Kristin en tono neutral.

Normalmente, Kristin era una persona sumamente expresiva, sus ojos verdes siempre mostraban lo que sentía.

–Se ha levantado a las cuatro –añadió Kristin.

–Verás, Kristin, respecto a lo que me has dicho esta mañana...

Ella ladeó la cabeza y arqueó las cejas, pero no pronunció palabra alguna.

–No es un asunto fácil. La gente no se casa porque sea algo conveniente o por resolver problemas. Eres una niñera magnífica y jamás podré agradecerte lo suficiente lo bien que estás cuidando de mi hija, pero... eso no es motivo suficiente para que nos convirtamos en una familia.

Se hizo un prolongado silencio en el vestíbulo. Por fin, cuando Derek vio que Kristin no iba a responder, le preguntó:

–¿Entiendes lo que te estoy diciendo?

–Perfectamente –contestó ella con voz gélida–. Quieres monopolizar mi vida y mi juventud porque te resulta conveniente a ti.

Derek se quedó perplejo.

–¡Eso no es verdad!

¿O lo era?

–Escucha, Derek, esta situación no es buena para mí ni tampoco para Mollie. Se está haciendo muy dependiente de mí y vas a tener muchos problemas cuando algún día te cases. No le va a ser fácil acostumbrarse a una nueva madre.

–¿Cómo de dependiente? –preguntó Derek, decidiendo ignorar el resto de las palabras de Kristin.

¿Por qué tenía que volver a casarse? Estaba bien como estaba.

Al menos, estaba bien como había estado hasta ese día.

–Mollie ha empezado a llamarme mamá; no siempre, pero sí a veces. Y es natural hasta cierto punto dado el tiempo que pasamos juntas –Kristin respiró profundamente y le tembló la voz–. Creo que deberías buscarte otra niñera.

Derek se quedó atónito. Tanto que le fue imposible encontrar respuesta.

En ese momento, Mollie apareció corriendo hacia él otra vez y le exigió que fuera a ver su obra de arte.

–Hay un asado de carne en el horno con zanahorias y patatas –dijo Kristin–. Mollie ha tomado verdura y fruta hoy, así que puede tomar helado de postre.

–¿No te vas a quedar a cenar?

Kristin solía cenar con ellos los días laborales.

–No –Kristin se volvió y agarró la chaqueta que tenía en el armario del vestíbulo–. Tengo cosas que hacer esta noche.

¡Maldito Derek!

La tarde siguiente, Kristin gruñó mientras contemplaba las cifras que tenía delante; no obstante, no lograba concentrarse en la declaración trimestral de los impuestos que le estaba haciendo a un artista local. Derek seguía considerándola una adolescente, de eso no le cabía duda. ¿Por qué no lograba darse cuenta de lo mucho que había cambiado y madurado? Se fiaba de ella respecto a cuidar a su hija, pero no creía que se había hecho una mujer adulta.

Bien, pues la situación iba a cambiar. Estaba cansada de ser la buena Kristin, parte del mobiliario. Ya hacía dos años que Debbie había fallecido.

Una súbita tristeza sustituyó su enfado. Había querido a Debbie como a una hermana. Y, de no haber muerto, ella jamás se habría permitido a sí misma que el encaprichamiento que había sentido por Derek se hubiera transformado en algo más. Pero ya no era una quinceañera, sino una mujer. Una mujer que amaba a Derek profundamente.

Sin embargo, él le había dejado muy claro que sus sentimientos por ella eran de otro cariz.

Kristin suspiró. ¿Acaso no tenía derecho a soñar con tener una familia y amor durante el resto de su vida? Sería una buena madre para Mollie y la niña la quería. Pero eso no era suficiente.

Cerró los párpados con fuerza para contener las lágrimas. No tenía sentido pasarse el resto de la vida soñando con un imposible. Tenía veinticinco años y casi ni se había fijado en otros hombres. ¿Y por qué? Porque, hasta ese momento, no había dejado de compararlos con Derek. Sólo había tenido una experiencia sexual, pero tan anodina que casi no contaba como tal.

Y todo por culpa de Derek.

Pero no estaba dispuesta a pasarse el resto de la vida esperando a que Derek se fijara en ella, todo iba a cambiar. Quizá no hubiera en el mundo otro Derek Mahoney, pero había muchos hombres, buenos hombres que podrían quererla, hombres con los que formar una familia.

Y aunque en su corazón siempre habría un pequeño rincón para Derek, a él eso no le importaba, sólo a ella.

Tras tomar una decisión, asintió para sí y agarró el bolígrafo, dispuesta a trabajar el rato que le quedaba. El momento más tranquilo del día era el tiempo que Mollie dormía la siesta, que aprovechaba para realizar su trabajo de contabilidad.

La rutina del día empezaba cuando Derek llevaba a Mollie a su casa por la mañana. Allí, Kristin le daba el desayuno a la niña. Al mediodía, volvían a casa de Derek para almorzar y después Mollie se acostaba y ella trabajaba en la contabilidad.

La temporada de más trabajo era cuando se aproximaba la fecha límite de las declaraciones para Hacienda; durante ese tiempo, Kristin podría trabajar las veinticuatro horas del día si quería y, a veces, aceptaba más trabajo del que debía. Pero le pagaban bien y necesitaba el dinero; sobre todo, desde la muerte de su padre y de las deudas que él había dejado.

En realidad, de dedicarse exclusivamente a la contabilidad podría acabar de pagar las deudas en un año, lo que era otro incentivo para ello.

Sí, había sido estupendo su trabajo como niñera de Mollie, pero la situación había llegado a su fin.

Mollie se despertó pasadas las cuatro y Kristin le dejó ayudarla a preparar un pastel de carne para la cena.

Eran las cinco y media y acababa de sacar la bandeja del horno cuando la puerta de la casa se abrió.

Kristin oyó a Mollie en el vestíbulo contarle a su padre los acontecimientos del día. Sarge, el pastor alemán que iba con Derek a la clínica todos los días, apareció en la cocina meneando la cola a modo de saludo, y ella le dio un abrazo antes de ponerle en el suelo el plato con la comida.

–Yo y mamá hemos ido a la biblioteca y a la tienda y luego me he dormido...

–Tú y Kristin –la corrigió Derek.

–Sí –dijo la niña–. Y hemos jugado con las muñecas.

Kristin esbozó una triste sonrisa mientras metía los papeles en el portafolios; después, se dirigió hacia la puerta. ¿Acaso Derek había pensado que exageraba cuando le dijo que la niña, a veces, la llamaba mamá?

Derek aún estaba en el vestíbulo con Mollie en los brazos. La niña le apretaba la cara con ambas manos y lo miraba fijamente a los ojos. A Kristin le dio un vuelco el corazón al ver ambas morenas cabezas juntas. Despacio, sacó su chaqueta del armario.

–Hola. Acabo de sacar un pastel de carne del horno, así que podéis cenar inmediatamente.

Derek le clavó su mirada azul.

–¿Tampoco vas a cenar con nosotros esta noche?

–No. Tengo reunión con la junta –desde que acabó los estudios de contabilidad, estaba en la junta directiva del Santuario.

Derek arqueó las cejas.

–La reunión no empieza hasta las siete, tienes tiempo para cenar.

Kristin se negó a mirarlo a los ojos mientras intentaba rodearlo para abrir la puerta, pero Derek no se movió. Por fin, respirando hondamente, ella alzó los ojos y le lanzó una mirada desafiante.

–No, gracias. Y ahora, si no te importa, déjame salir.

–¿Es que no vas a volver a cenar nunca con nosotros? –Derek se hizo a un lado, pero su tono era agresivo.

–No lo sé –respondió ella con cautela.

Ese hombre irritado no era el Derek de siempre. Por lo general, Derek era una de las personas más tranquilas y flemáticas que conocía. Por supuesto, la mayoría del tiempo parecía estar en una nube, pensando en los animales...

De repente, Kristin se dio cuenta de que él seguía esperando una respuesta.

–Es posible. Dentro de unos meses va a ser el cumpleaños de Mollie, esa noche cenaré con vosotros.

–¡En septiembre! Faltan tres meses.

Tanto Kristin como Mollie se sobresaltaron al oír el grito de Derek. La niña, inmediatamente, se echó a llorar. Al verla, su padre, preocupado, empezó a acariciarle la cabeza.

–Perdona, cariño, no quería asustarte.

–Papá, no le grites a Kristin –dijo Mollie con lágrimas en los ojos pero voz firme.

Derek se quedó boquiabierto.

–Es igual que tú, Kristin –declaró Derek en tono acusador.

Kristin sabía que eso no era un halago, pero no replicó. Debbie había sido una mujer dulce, tranquila y encantadora que jamás había alzado la voz ni había contradicho a su marido. Por el contrario, ella era todo lo opuesto a la querida esposa de Derek.

Inclinándose hacia delante, Kristin le dio un beso en la frente a Mollie.

–Hasta mañana, cielo –murmuró Kristin.

El gesto la hizo acercarse demasiado a Derek; rápidamente, se echó hacia atrás y se marchó antes de que él pudiera seguir poniéndole defectos.