El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 4 - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 4 E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, cuarto tomo. La cuarta parte abarca los capítulos XV al XXI de la primera parte y está prologada por Alfonso Reyes.

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Seitenzahl: 137

Veröffentlichungsjahr: 2018

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgoDon Quijote de la Mancha4

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999Primera edición electrónica, 2017

Contiene los capítulos XVI al XXI de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Prólogo de Alfonso Reyes, “Una interpretación de Don Quijote”, Obras completas, t. VII, México, 1957.

D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5292-8 (ePub)ISBN 978-607-16-5288-1 (ePub, Obra completa)

Hecho en México - Made in Mexico

De poetas no digo. Muchos en ziernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Zervantes, ni tan nezio, que alabe a Don Quijote.

LOPEDE VEGA

ÍNDICE

Una interpretación del “Quijote”. Alfonso Reyes.

CAP. XV.—Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó Don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses.

CAP. XVI.—De lo que sucedió al Ingenioso Hidalgo en la venta que él imaginaba ser castillo.

CAP. XVII.—Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo Don Quijote y su buen escudero Sancho Panza, pasaron en la venta que, por su mal, pensó que era castillo.

CAP. XVIII.—Donde se cuentan las razones que pasó Sancho Panza con su señor Don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas.

CAP. XIX.—De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos.

CAP. XX.—De la jamás vista ni oída aventura que con más poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabó el valeroso Don Quijote de la Mancha.

CAP. XXI.—Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero.

Plan de la obra.

UNA INTERPRETACIÓN DEL “QUIJOTE”

ALFONSO REYES

Don Quijote ha engañado a todos, aun al mismo Cervantes. No está loco: se finge loco —nuevo Bruto, nuevo Hamlet— para romper con las limitaciones del ambiente que lo rodea. Por eso, porque “está en el secreto”, es el único que no pierde nunca la serenidad. Cervantes dice que se va a burlar de los libros caballerescos; es una manera de hablar; él se burla, de hecho, de todos los géneros literarios. Los que buscan en la obra un concepto filosófico del mundo —contraste de lo ideal y lo real— también se equivocan. Don Quijote defiende al débil por imitación a la tradición caballeresca, no por virtud pura. Es vanidoso y soberbio: siempre está pensando en la gloria terrestre. Piensa en conquistas materiales y a veces miente a sabiendas. Tampoco es verdad que Sancho represente la materia pura: es más crédulo que Don Quijote. Si éste cree, o lo finge, en los caballeros legendarios, Sancho cree en Don Quijote, lo cual es todavía más difícil. Cuando Sancho se encuentra gobernador de su ínsula, piensa más en la justicia que en la riqueza. El verdadero loco es Sancho. La novela es una verdadera miscelánea en que hay: a) poesías burlescas o madrigales; b) novelas trágicas, patéticas, románticas; c) crítica literaria que a veces es directa y a veces en forma de parodia; d) “silva de varia lección”, o sea trozos retóricos sobre temas y lugares comunes ya medievales, ya humanísticos; e) y por medio de todo esto, se abre paso el argumento central: el viaje de todos los héroes ambulantes. Los viajes son los libros más profundos y populares: La Odisea, La Eneida, La Comedia, Gulliver, Robinson, Simbad, las Cartas persas, Fausto, las Almas muertas, etc. Todo gran libro es un remedo del Juicio Final, y para juzgar a los hombres hay que viajar y conocerlos. El hombre mismo es un peregrino. Don Quijote está cansado de la vida usual y casera; no le queda más liberación que la locura. Si sólo fuera cristiano ideal, hubiera imitado a Jesús, como san Francisco. Él imita a los caballeros andantes para salirse con la suya. Necesita que el mundo le deje andar errando a su antojo, y éste es privilegio que sólo se concede a los locos. Le gusta sufrir un poco; cuando lo compadecen, ríe. A veces desconcierta al crédulo Sancho, dándole con la realidad en los ojos. Si hace reír es, precisamente, porque no sabe llorar. Véase cómo, en Sierra Morena, envía a Sancho con un mensaje para Dulcinea, y le dice francamente que se quedará haciendo el loco hasta su regreso. Pero su método de locura es la imitación: va a imitar a Amadís, y a Don Roldán sólo hasta donde no le parece demasiado furioso. Estas declaraciones nos descubren todo el secreto de Don Quijote. Y como Sancho le pregunte la causa de tanta locura, puesto que Dulcinea no le ha hecho nada que las justifique, Don Quijote contesta que “el toque está en desatinar sin ocasión”. Cuando le describen la Dulcinea real, él la finge a su manera y corrige la descripción. Cuando Sancho quiere darle la alucinación ya forjada, él la rechaza. Todos lo sospechan cuerdo y le llaman el “cuerdo loco”. La historia de la cueva de Montesinos es otra clave de su disimulo. Don Quijote deja traslucir su juego porque no lo toma muy en serio. En su vida no hay drama porque no hay seriedad. La verdadera profundidad de este “Burlador de la Mancha” está en otra parte: Don Quijote es un artista de la vida en el sentido literario moderno, porque se vale de una deformación voluntaria. Esta deformación es siempre artística: simbólica. En efecto, en los borregos ve soldados; en las prostitutas, doncellas; en los presos, inocentes esclavos. ¿No hay una sátira social en el fondo de todo esto? Conoce a los hombres, y entre odiarlos y divertirse con ellos, prefiere esto último. E inventó hacerse caballero para que los hombres, creyendo burlarse de él, le sirvieran de bufones.

CAPÍTULO XV

Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó Don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses

Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli que así como Don Quijote se despidió de sus huéspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisóstomo, él y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se había entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado más de dos horas por él, buscándola por todas partes, sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corría un arroyo apacible y fresco; tanto, que convidó, y forzó, a pasar allí las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar. Apeáronse Don Quijote y Sancho y, dejando al jumento y a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha yerba que allí había, dieron saco a las alforjas, y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compañía, amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron.

No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso,1 que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenó, pues, la suerte, y el diablo (que no todas veces duerme), que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas2 de unos harrieros yangüeses, de los cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua, y aquel donde acertó a hallarse Don Quijote era muy a propósito de los yangüeses. Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo refocilarse con las señoras hacas, y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trotico algo picadillo3 y se fue a comunicar su necesidad con ellas; mas ellas, que, a lo que pareció, debían de tener más ganas de pacer que de ál, recibiéronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera, que a poco espacio se le rompieron las cinchas, y quedó sin silla, en pelota. Pero lo que él debió más de sentir fue que, viendo los harrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacía, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron, que le derribaron mal parado en el suelo.

Ya, en esto, Don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habían visto, llegaban ijadeando, y dijo Don Quijote a Sancho:

—A lo que yo veo, amigo Sancho, éstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dígolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante.

—¿Qué diablos de venganza hemos de tomar —respondió Sancho—, si éstos son más de veinte, y nosotros no más de dos, y aun quizá no somos ni uno y medio?

—¡Yo valgo por ciento! —replicó Don Quijote.

Y sin hacer más discursos, echó mano a su espada y arremetió a los yangüeses, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo; y a las primeras dio Don Quijote una cuchillada a uno, que le abrió un sayo de cuero de que venía vestido, con gran parte de la espalda.

Los yangüeses, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahínco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a Don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen ánimo. Y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aún no se había levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rústicas y enojadas. Viendo, pues, los yangüeses el mal recado que habían hecho, con la mayor presteza que pudieron cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a los aventureros de mala traza y de peor talante.

El primero que se resintió fue Sancho Panza; y hallándose junto a su señor, con voz enferma y lastimada, dijo:

—¡Señor Don Quijote! ¡Ah señor Don Quijote!

—¿Qué quieres, Sancho hermano? —respondió Don Quijote, con el mesmo tono afeminado y doliente que Sancho.

—Querría, si fuese posible —respondió Sancho Panza—, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ahí a mano; quizá será de provecho para los quebrantamientos de huesos, como lo es para las feridas.

—Pues a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? —respondió Don Quijote—. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo que tener en mi poder, o mal me han de andar las manos.

—Pues ¿en cuántos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? —replicó Sancho Panza.

—De mí sé decir —dijo el molido caballero Don Quijote— que no sabré poner término a esos días. Mas yo me tengo la culpa de todo; que no había de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros, como yo; y así, creo que en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo. Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando veas que semejante canalla nos hace algún agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera; sino pon tú mano a tu espada y castígalos muy a tu sabor; que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender, y ofendellos con todo mi poder; que ya habrás visto por mil señales y experiencias hasta adónde se extiende el valor de este mi fuerte brazo.

Tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente Vizcaíno. Mas no le pareció tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo, que dejase de responder, diciendo:

—Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. Así, que séale a vuestra merced también aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero, y que desde aquí para adelante de Dios perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya hecho, o haga, o haya de hacer, persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condición alguna.

Lo cual oído por su amo, le respondió:

—Quisiera tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto,4 para darte a entender, Panza, en el error en que estás. Ven acá, pecador; si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, llenándonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿qué sería de ti si, ganándola yo, te hiciese señor della? Pues lo vendrás a imposibilitar, por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener valor ni intención de vengar tus injurias y defender tu señorío. Porque has de saber que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor, que no se tenga temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas, y volver, como dicen, a probar ventura; y así es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse gobernar y valor para ofender y defenderse en cualquiera acontecimiento.

—En éste que ahora nos ha acontecido —respondió Sancho— quisiera yo tener ese entendimiento y ese valor que vuestra merced dice; mas yo le juro, a fe de pobre hombre, que más estoy para bizmas que para pláticas. Mire vuestra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, porque él fue la causa principal de todo este molimiento. Jamás tal creí de Rocinante; que le tenía por persona casta y tan pacífica como yo. En fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida. ¿Quién dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado caballero andante, había de venir por la posta y en seguimiento suyo esta tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas?

—Aun las tuyas, Sancho —replicó Don Quijote—, deben de estar hechas a semejantes nublados; pero las mías, criadas entre sinabafas5 y holandas, claro está que sentirán más el dolor desta desgracia. Y si no fuese porque imagino…, ¿qué digo imagino?, sé muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquí me dejaría morir de puro enojo.

A esto replicó el escudero:

—Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha6 de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre.

—Sábete, amigo Sancho —respondió Don Quijote—, que la vida de los caballeros andantes está sujeta a mil peligros y desventuras, y ni más ni menos está en potencia propincua7 de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y diversos caballeros, de cuyas historias yo tengo entera noticia. Y pudiérate contar agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que sólo por el valor de su brazo han subido a los altos grados que he contado, y estos mesmos se vieron antes y después en diversas calamidades y miserias; porque el valeroso Amadís de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcalaus el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniéndole preso, más de doscientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una coluna de un patio. Y aun hay un autor secreto, y de no poco crédito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa, que se le hundió debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer, se halló en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas,8