El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 9 - Miguel de Cervantes Saavedra - E-Book

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 9 E-Book

Miguel de Cervantes Saavedra

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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, noveno tomo. Este libro contiene los capítulos XLII al XLVI de la primera parte y un prólogo de Irving A. Leonard

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MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgoDon Quijote de la Mancha9

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999Primera edición electrónica, 2017

Contiene los capítulos XLII al XLVI de la primera parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Prólogo de Irving A. Leonard, tomado del capítulo “Don Quijote invade las Indias españolas”, Los libros del conquistador,FCE, México, 1953.

D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5297-3 (ePub)ISBN 978-607-16-5288-1 (ePub, Obra completa)

Hecho en México - Made in Mexico

El hombre se despierta de un incierto

Sueño de alfanjes y de campo llano

Y se toca la barba con la mano

Y se pregunta si está herido o muerto.

¿No lo perseguirán los hechiceros

que han jurado su mal bajo la luna?

Nada. Apenas el frío. Apenas una

Dolencia de sus años postrimeros.

El hidalgo fue un sueño de Cervantes

Y don Quijote un sueño del hidalgo.

El doble sueño los confunde y algo

está pasando que pasó mucho antes.

Quijano duerme y sueña. Una batalla:

Los mares de Lepanto y la metralla.

JORGE LUIS BORGES

ÍNDICE

PRÓLOGO. Irving A. Leonard.

CAP. XLII.—Que trata de lo que más sucedió en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse.

CAP. XLIII.—Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros extraños acaecimientos en la venta sucedidos.

CAP. XLIV.—Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta.

CAP. XLV.—Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad.

CAP. XLVI.—De la notable aventura de los cuadrilleros y la gran ferocidad de nuestro buen caballero Don Quijote.

Plan de la obra.

PRÓLOGO

IRVING A. LEONARD

Los comandantes de las flotas que zarparon de España a las Indias en 1605, una con destino a México y la otra a Tierra Firme, probablemente ignoraban que estaban sirviendo de instrumentos para la introducción en el Nuevo Mundo de una de las obras maestras de la literatura universal, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que acababa de salir de prensa. Las dos flotas conducían en sus calas, en sus camarotes y almacenes de cubierta posiblemente la primera edición entera. Debido al estado actual de los documentos que amparaban la llegada a puerto de estos navíos, y a lo incompleto de sus informaciones, es probable que jamás se sepa cuántos ejemplares llegaron a los promisorios reinos de ultramar en esta ocasión. Ciertos legajos que se conservan en Sevilla indican que los embarques de 1605 variaban entre “tres libros de Don Quijote de la Mancha impresos en Madrid. Por Juan de la Cuesta”, que un tal Juan de Saragoza consignó en el Nuestra Señora del Rosario a nombre de Juan de Guevara, de Cartagena, y 262 ejemplares que a bordo del Espíritu Santo se enviaban vía San Juan de Ulúa a Clemente de Valdés, residente en la capital de México. Otro embarque importante fue el que Diego Correa envió a Antonio de Toro a Cartagena a bordo del Espíritu Santo —probablemente un barco distinto del anterior—, consistente en dos bultos de libros que contenían 100 ejemplares de Don Quijote de la Mancha.

No hubo necesidad de que los navíos llegaran a puerto en el Nuevo Mundo para que empezara a producir contentamiento la lectura de la gran obra. Cuando la flota ancló en Veracruz, los empleados aduanales que practicaron su “visita” como de costumbre, hicieron constar que habían encontrado ejemplares de Don Quijote en los camarotes de los pasajeros; la lectura había empezado en alta mar.

Tal vez nunca se sepa quién tuvo el privilegio de introducir en América el primer ejemplar de la inmortal obra; mas algunos nombres que figuran en las “visitas” de 1605 en San Juan de Ulúa permiten señalar a varias personas como posibles candidatos a tan involuntario como trascendental honor. El 28 de septiembre de ese año, dos franciscanos, comisarios del Santo Oficio, fray Francisco Carranco y fray Andrés Bravo, requirieron a un notario que venía en uno de los barcos, para practicar el interrogatorio acostumbrado. El hombre dijo llamarse Alonso de Dassa, ser originario de Monte Molina y tener “más o menos” treinta años de edad. Viajaba en La Encarnación, que mandaba el capitán Gaspar de Maya. La nao tocó Cádiz después de partir de Sevilla; desde el 12 de julio en que se hizo a la vela en el Atlántico no tocó otro puerto que Guadalupe, donde se aprovisionó de agua fresca; durante el viaje no se avistaron barcos amigos ni enemigos. A la sexta pregunta, referente a libros, Alonso de Dassa replicó que “para su propio entretenimiento traía la primera parte de El pícaro, Don Quijote de la Mancha y Flores y Blancaflor; y para sus oraciones, un devocionario de fr. Luis, un S. Juan Crisóstomo y un Libro de horas de Nuestra Señora”. Prudentemente manifestó que ignoraba que a bordo hubiese algo de naturaleza prohibida. El capitán Maya, del mismo barco, declaró que tenía cincuenta años, que era originario de Sevilla, y que él también era poseedor de un ejemplar de Don Quijote y de otro del Libro de horas que, según su leal saber y entender, no eran obras prohibidas.

En el Nuestra Señora de los Remedios, Juan Ruiz Gallardo, de veintiséis años de edad y que procedía de la Villa de Ayamonte, admitió que se había distraído a bordo leyendo Don Quijote de la Mancha y Bernardo del Carpio. En el San Cristóbal, otro sevillano, Alonso López de Arze, de veinticinco años, manifestó que traía un ejemplar de la novela de Cervantes y un “romancero”, literatura mundana que compaginaba con un devocionario de fray Luis de Granada. Éstos y algunos otros que se incluían entre los efectos personales de los pasajeros de la misma flota fueron los primeros ejemplares del Quijote que llegaron a la Nueva España, y así comenzó el Caballero de la Triste Figura a conquistar el Nuevo Mundo.

Si no cabe duda posible de que estos volúmenes sueltos desembarcaron en las Américas, no existe la misma certeza con respecto al número indeterminado de los que conducían naves en cajas, porque en aquellos tiempos las embarcaciones sufrían pérdidas bastante severas antes de echar anclas en sus puertos terminales al oeste del Atlántico. Por ejemplo, la pequeña escuadra que partió de Sevilla el 15 de mayo de 1605 con destino a Tierra Firme y Panamá constaba de trece galeones que se dirigían a Cartagena y al Istmo, dos a Santa Margarita y uno a cada uno de los siguientes puertos de destino: Santa Marta, Río de la Hacha, Puerto Rico y Santo Domingo. Uno de los galeones que iban a Panamá naufragó al cruzar la traicionera boca de Guadalquivir; otros cuatro se perdieron cerca de la costa de Santa Margarita con toda su carga, que probablemente incluía parte de la preciosa primera edición del Quijote; más tarde se hundió La Trinidad en las cercanías de La Habana, y apenas si se salvaron algunos hombres de la tripulación.

La flota que hizo rumbo a México el 12 de julio también sufrió algunos reveses. De sus treinta y tres naves, veinticinco iban a la Nueva España, tres a Honduras, dos a Campeche, una a Puerto Rico, otra a Santo Domingo y otra a La Habana; a este grupo, que salió de Sevilla, se incorporó otro en Cádiz, compuesto de diez naos. Poco después de salir de Sanlúcar de Barrameda y cerca del puerto de Trujillo, cayó un rayo sobre la nave almirante —destinada a Honduras—; sólo once de las ciento una personas que iban a bordo se salvaron del naufragio. Ya en alta mar, la flota fue atacada por ocho corbetas enemigas; aunque tuvo la suerte de hundir dos de las naves atacantes y de capturar otras dos, se perdió uno de sus mercantes, pesadamente cargado; sólo se salvaron veinte de los hombres de a bordo. Es de presumir que con este barco también se hundieron buen número de ejemplares del Quijote, disminuyendo aun más el volumen que de la primera edición llegó a las Indias ese año.

Por todo esto es difícil determinar cuántos ejemplares de la primera edición del Quijote llegaron hasta los lectores americanos. Aún puede esperarse que, como ya ha ocurrido, se encuentren en los archivos del Nuevo Mundo documentos que se puedan cotejar con los “registros” existentes en Sevilla. Por ejemplo, en el Archivo Nacional del Perú se descubrió hace algunos años un recibo que permite seguir la pista a un embarque de setenta y dos o más ejemplares de la primera edición del Quijote que cruzó el Atlántico el mismo año de su publicación, desde los depósitos de la Casa de Contratación sevillana hasta la capital del virreinato del Perú. Gracias a este documento se tiene noticia de la llegada del Insigne caballero y su escudero a la Tierra firme de Sudamérica.

El 26 de marzo de 1605, un activo librero de Alcalá de Henares, Juan de Sarriá, llevó a Sevilla a lomo de burro sesenta y un bultos de mercancías que deseaba remitir a su socio en la lejana Lima, un tal Miguel Méndez. Contenían una variedad de volúmenes, cuyo número total no puede fijarse porque, por desgracia, faltan en el registro las hojas correspondientes a los primeros veinte bultos; sin embargo, el resto de la información revela que los bultos 21 al 40 contenían cuarenta ejemplares de la obra maestra de Cervantes, y del 41 al 61 otros veintiséis ejemplares. El recibo de Lima acredita el arribo de cuarenta y cinco bultos solamente, porque todos los transbordados en Panamá no habían llegado a su destino todavía; esta parte sustancial de la consignación comprendía setenta y dos ejemplares del Quijote. Así pues, es evidente que los primeros veinte bultos del envío original, cuya documentación falta en el archivo de Sevilla, contenían por lo menos seis ejemplares del libro, tal vez más.

Después de cumplirse los trámites de la Casa de Contratación, todo el envío del librero de Alcalá de Henares se puso a bordo del Nuestra Señora del Rosario, un mercante que iba a Portobelo. Como ya se indicó, la flota que se dirigía a Tierra Firme levaba anclas a mediados de mayo, haciendo escala en las islas Canarias. Esta vez el viaje se retardó considerablemente a causa de una vía de agua en el Espíritu Santo, nave que, según los registros, llevaba por lo menos cien ejemplares del Quijote; de aquí que la flota no pudiera abandonar el archipiélago canario hasta mucho después del 5 de junio. El Nuestra Señora del Rosario, que no sufrió percance alguno durante el viaje, llegó a Cartagena y finalmente a su punto terminal, Portobelo. Cuando se avistó la tan esperada flota, el pequeño puerto tropical salió alegremente del letargo en que estaba sumido el resto del año, y la población entera se echó a la calle.

Entre los que daban la bienvenida a los barcos estaba el hijo de Juan de Sarriá, que tenía su mismo nombre y a quien el documento describe como “menor de veinticinco y mayor de veintitrés”. Se había adelantado al puerto del istmo para encargarse de vigilar el transbordo del cargamento por tierra hasta la ciudad de Panamá; luego hasta el Callao, puerto de entrada del Perú, y finalmente debería entregarlo en manos del socio de su padre, avecindado en la capital del virreinato.

Portobelo era un caserío no muy grande, con su edificio para el gobernador, su primitivo hospital con dos párrocos, y un fuerte, el castillo de San Felipe, que acababa de terminarse. Durante poco más de una década había funcionado como el punto terminal al oeste de la línea de navegación entre España y las colonias sudamericanas; en ese estado encontró el puerto el joven Sarriá cuando llegó por allí probablemente a fines del verano de 1605 para recibir el cargamento de su padre. Nombre de Dios, que era más insalubre, había servido antes como sitio de anclaje para las flotas; pero por razones sanitarias, y sobre todo a causa de los continuos merodeos del pirata Drake, la estación terminal se había trasladado al oeste, al único verdadero puerto con