El jardín en movimiento - Gilles Clément - E-Book

El jardín en movimiento E-Book

Gilles Clément

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Beschreibung

La historia del jardín ha estado tradicionalmente marcada por un discurso basado en el orden visual y el control que ejerce el hombre sobre las especies vegetales. En este célebre ensayo, Gilles Clément se aleja de forma radical de este enfoque y aporta una de las reflexiones contemporáneas sobre el paisaje y los jardines más interesantes de la disciplina. El jardín en movimiento sostiene que los jardines y el paisaje no son espacios estáticos que deben controlarse, sino lugares donde la naturaleza debe seguir su curso, donde las especies vegetales deben instalarse de forma espontánea y desarrollarse libremente de modo que la experiencia estética surja de la contemplación de los propios procesos espontáneos de sucesión biológica. La labor del jardinero ya no consiste en domesticar la naturaleza mediante la imposición de un punto de vista predeterminado y estricto, sino en conocer las especies y sus comportamientos, observar las dinámicas naturales y la corriente biológica que anima el lugar para orientar y explotar al máximo sus características naturales.

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El jardín en movimiento

Gilles Clément

GG

Editorial Gustavo Gili, SL

Via Laietana 47, 2º, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 93 322 81 61

Valle de Bravo 21, 53050 Naucalpan, México. Tel. (+52) 55 55 60 60 11

El jardín en movimiento

Gilles Clément

Traducción de Susana Landrove

GG®

Título original: Le Jardin en mouvement. De la vallée au jardin planétaire, Sens&Tonka, París, 2007.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

© de la traducción: Susana Landrove

© del texto y de las imágenes: Gilles Clément

© Sens&Tonka, 2008

y para esta edición:

© Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2012

ISBN: 978-84-252-31285 (epub)

www.ggili.com

Producción del ebook: booqlab.com

Índice

 

Introducción

      I.

El orden

 

La ilusión del orden

 

La ilusión del desorden

     II.

Entropía y nostalgia

    III.

Reconquista

 

El hecho biológico

    IV.

Suelos baldíos

     V.

Clímax

    VI.

Jardín en movimiento

  VII.

Un experimento

 

El lugar, el método

VIII.

Desfase

   IX.

Vagabundas

 

Listado de especies para el “jardín en movimiento”

    X.

El “jardín en movimiento” del parque André-Citroën en París

 

Conclusión del “jardín en movimiento”

  XI.

Del “jardín en movimiento” al “jardín planetario”

 

1. Informes

2. Proyectos

3. Acciones pedagógicas

4. Investigación

A la espera de continuar

 

Anexos

 

Bibliografía

Introducción

A lo largo de ciertas carreteras, tropezamos con jardines involuntarios. La naturaleza los ha creado. No parecen salvajes y, sin embargo, lo son. Un indicio, una flor particular, un color vivo, los distinguen del paisaje.

Al mirar estos jardines de forma sesgada, como hacen los perros con las moscas, se plantea un DESFASE.

Imágenes:

Sologne. Suelo cubierto de dedaleras, claro púrpura entre los árboles. Han talado los robles.

Isla griega. Paros en abril, en el viento. A ras de una tierra cepillada por el Harmattan, un manto de malvas, Anthemis, una amapola.

Hemisferio sur, carretera de Wellington, un campo de Arums blancas que las vacas evitan. Más lejos, capuchinas sobre matas de Muehlenbeckia.

Palmerston North, una playa. Altramuces arborescentes y cinerarias a la luz, muy pálida, de un amanecer.

Si preguntamos a los habitantes quién ha plantado esas flores, no lo saben. Siempre han estado ahí. ¿Siempre? ¿Pero qué hacen las capuchinas, originarias de México, en Nueva Zelanda? O las Arums africanas, las Cannas indicas, que crecen fuera de África o de India, como si estuviesen en su medio original… Hydrangeas asiáticas y Fuchsias magellanica sobre los altiplanos de la Isla de la Reunión. Eucaliptos australianos y tasmanos en África, Madagascar, los Andes, en todo el mundo, poblando las montañas secas, las tierras difíciles.

Los hombres han viajado y, con ellos, las plantas. De esta mezcla inmensa, que ha puesto frente a frente flores de continentes separados desde hace mucho tiempo, nacen nuevos paisajes.

Las plantas que se escapan de los jardines razonados están a la espera de encontrar un suelo que les convenga para desarrollarse. El viento, los animales, las máquinas, transportan las semillas lo más lejos posible.

La naturaleza utiliza todos los vectores capaces de actuar como intermediarios. Y, en ese juego de uniones, el hombre es su mejor baza. Sin embargo, no le preguntan su opinión. ¿Se harán sin él, los nuevos jardines?

Un suelo abandonado es el terreno que prefieren las plantas VAGABUNDAS. Una página en blanco para iniciar un boceto sin modelo. El invento es posible, el exotismo, probable.

Siempre han existido los SUELOS BALDÍOS. La historia los denuncia como una pérdida de poder del hombre sobre la naturaleza. ¿Y si los mirásemos de otro modo? ¿No serían ellos las páginas en blanco que necesitamos?

En los países más alejados y, a menudo, más pobres, lo que se nos suele enseñar primero es el último edificio: se trata de una conquista. Cuando, en un país como Francia, hay suelos baldíos en un municipio, el alcalde se alarma: siente vergüenza. Estos dos comportamientos siguen una misma dirección. Una pérdida perceptible del poder del hombre se considera una gran derrota. Se entiende por qué este proceso mental ha conducido a una formalización extrema de las modalidades de creación: no existían otros medios de expresar una supremacía y de facilitar su lectura. Y eso se debe, sin duda, a que la forma —la forma controlada— gozaba del exorbitante poder de prevenirnos de las persistencias diabólicas de lo desconocido. Los jardines tradicionales, de diseño constante, calman el espíritu, alimentan una NOSTALGIA, despejan interrogantes.

¿De qué tenemos miedo exactamente? o, más bien, ¿de qué necesitamos tener miedo todavía? En la espesa sombra de un sotobosque, o en el fango de los pantanos, yace una inquietud que el inconsciente tiende a expulsar. Lo limpio y claro tranquiliza. Todo lo demás está habitado por maléficos elfos... Todavía a finales del siglo XX, tropezamos con esquemas simplistas que el romanticismo ha hecho pesados. Para cambiar de jardines, hay que cambiar de leyenda: parece que tenemos los medios necesarios. Hoy en día, hemos logrado reconsiderar completamente el modo de aprehensión sobre el cual se había modelado nuestro universo —es decir la imagen que deseábamos tener—, y que, de hecho, construía nuestros sueños.

¿Qué ha pasado?

Hace cien años, todavía se clasificaban las cosas y los fenómenos. Se inventariaban y se agrupaban por afinidades. Se agotaba así una “tipomanía” que servía como base de reflexión. Las plantas no han escapado a un orden sistemático en el cual conviene siempre situarlas. Hoy en día, ha aparecido un nuevo factor que ha hecho estallar todos los órdenes de clasificación y ha transgredido las leyes más intransigentes. El jardín, en tanto que prolongación de un pensamiento ordenado, también ha explotado.

Lo que ha sucedido, que se podría denominar el hecho biológico, ha sacudido, sin duda de forma irreversible, los modos y las premisas de toda creación. En el siglo XIX, la biología no existía; solo existían los seres vivos.1 Hoy en día, todos tenemos conciencia de lo que pasa “entre” los seres vivos. Ya no nos podemos contentar con yuxtaponer elementos clasificados, con llenar el espacio de individuos bien anclados en su definición, infinitamente aislados. El motivo es que nada, en su puesta en práctica, ha previsto el nexo que podía haber entre ellos. Todavía hoy, el jardín parece haber escapado a esa gran conmoción, lo que parece muy contradictorio. ¿Es posible que, quizá, solo se esté manteniendo al margen, por prudencia, como para descartar lo esencial de un mensaje difícil de soportar?

Recurrir a un arquitecto todavía parece la única forma conveniente de abordar el DESORDEN natural. Es una manera de decir que el ORDEN biológico —de una naturaleza completamente diferente— todavía no se ha percibido como una posibilidad de generación de ideas nuevas. Se le ignora, como si aquellos que manipulan el paisaje se hubieran aislado de las ciencias que desvelan su inteligencia. Podemos preguntarnos por qué.

Es muy revelador que el IFLA2 asimile los suelos baldíos industriales a un paisaje en peligro. Equivale a denunciar la reconquista de un espacio por la naturaleza como si fuera una degradación, cuando se trata de todo lo contrario. El hombre, que ha ganado terreno, ¿no puede ceder algo?

Sin embargo, las dinámicas más intensas del paisaje se confrontan justo en el punto de encuentro de los poderes orgánicos y los poderes inteligentes.

Todo aquello que el hombre abandona al paso del tiempo, proporciona al paisaje la oportunidad de ser marcado por él, pero también de liberarse de él.

Los suelos baldíos no hacen referencia a nada que perezca. En sus lechos, las especies se dedican a inventar. El paseo por los suelos baldíos constituye un replanteamiento continuo, ya que todo está ahí para desbaratar las especulaciones más arriesgadas.

Observar un lugar familiar que se vuelve baldío lleva a plantearse diversas preguntas, todas ellas vinculadas a la dinámica de la transformación.

¿Cuál es el poder de RECONQUISTA que anima este lugar salvaje?

Las hierbas han desaparecido. ¿Por qué estas espinas?

La landa destinada al pasto ha perdido terreno, los árboles lo han ganado.

El paisaje abierto, ¿va a volver a cerrarse?. ¿Es un bosque el CLÍMAX del bocage?3

Finalmente, y sobre todo:

¿Sería posible que ese gran poder de conquistar el espacio se pusiera al servicio del jardín? ¿Y, de qué jardín?

En un lugar resguardado de las miradas, apartado de las ciudades y las carreteras, un terreno de unas pocas áreas servirá como EXPERIMENTO.

Oportunidad: el suelo baldío ya está aquí.

Intención: seguir el flujo natural de las plantas, adscribirse a la corriente biológica que anima el lugar, y orientarla. No considerar a la planta como un objeto acabado. No aislarla del contexto que la hace existir.

Resultado: el juego de las transformaciones conmociona la forma del jardín constantemente. Está todo en manos del jardinero. Es él quien lo concibe. El movimiento es su herramienta; la hierba, su materia; la vida, su conocimiento.

Sin duda, es difícil imaginar qué aspecto tendrán aquellos jardines para los que se ha previsto una existencia que no se inscribe en ninguna forma.

En mi opinión, no debería juzgarse a estos jardines a partir de su forma, sino de su aptitud para reflejar cierto placer de existir.

Campo de malvas, Paros (Cícladas), Grecia, 1987.

Las malvas asociadas a las margaritas de los sembrados son endémicas de la cuenca mediterránea.

Arums, carretera de Wellington, Nueva Zelanda, 1990.

Al rechazar el Arum, tóxico para el hombre y los animales, las vacas y las ovejas han diseñado un jardín. El Arum es africano (del sur y del este).

Altramuces híbridos, claro al sur de Queenstown, Tasmania, Australia, 1991.

Origen en parte desconocido: América del Sur y Europa.

 

1.   Foucault, Michel, Les Mots et les choses [1966], Éditions Gallimard, París, 1992 (versión castellana: Las palabras y las cosas, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2009).

2.   International Federation of Landscape Architects (Federación Internacional de Arquitectos del Paisaje).

3.   Tipo de paisaje en el que las tierras de cultivo o los prados están rodeados por elevaciones de tierra cubiertas por árboles o setos y donde el hábitat es disperso [N. de la T.].

I. El orden

La ilusión del orden

La ilusión del desorden

“El hombre nunca ha podido vivir sin tramas. Ante el desorden aparente del mundo, tuvo que buscar los términos significantes, aquellos que, asociados entre ellos, hacían que su acción sobre el medio fuese más eficaz, aquellos que le permitían sobrevivir. Ante la infinita abundancia de objetos y seres, buscó relaciones entre ellos y, ante la infinita movilidad de las cosas, buscó invariables”.1

Henri Laborit, La Nouvelle grille.

Sin duda, la historia de los jardines está marcada especialmente por la noción de orden. En el jardín —y únicamente en él— la naturaleza se presenta según un orden particular. En cualquier otra parte, en el paisaje agrícola, se niega la naturaleza de forma radical. Y, de un paisaje no agrícola, se dice que es salvaje, lo que excluye la noción de orden.

El orden del jardín es visual. Es comprensible por su forma. El vocabulario relacionado con los jardines es muy preciso: remates, setos, parterres, alamedas, entoldados, etc.,2 y su objetivo es aislar elementos que, en la naturaleza, se entremezclan de forma confusa. De este modo, el orden es, al mismo tiempo, una apariencia, un contorno de las formas, una superficie o una arquitectura. Todo lo que se aleja de él es desordenado. De ahí el origen de las técnicas que garantizan este orden: tala, corte, poda, escarda, rodrigado, empalizado, etc. Es como si, hasta la actualidad, el orden se hubiese percibido solo desde el exterior de los fenómenos —su aspecto— y como si este no debiera cambiar nunca.

Sin embargo, incluso para abordar la forma, existen otras palabras. Con relación a las masas forestales3 se habla de “manto arbustivo” cuando el lindero del bosque es espeso, y de “margen” para designar a los matorrales que lo acompañan. Este vocabulario alude a un tejido continuo que se desarrolla entre la copa y el estrato herbáceo. Está compuesto de múltiples especies imbricadas. Y cuando en este manto, o pradera, se encuentran matorrales espinosos, se dice de él que está “armado” o que está invadido por una “maleza de colonización”. ¿Se trata todavía de un jardín?

Quizá. Pero integrar estas palabras a la larga lista que ya entorpece las publicaciones sobre jardinería aporta una nueva mirada sobre la noción de orden. Una mirada diametralmente opuesta que, por ejemplo, tendría en cuenta la posible expresión de un orden interior, íntimo, el de los mensajes que se transmiten con vistas a una evolución; un orden que permitiría “ir hacia”. “La naturaleza evoluciona, es decir, que suma y se vuelve compleja, no resta”.4

En un jardín de “orden estático”, una dedalera que emerge del macizo que le estaba destinado es indeseable. Produce sensación de desorden.

En un jardín de “orden dinámico”, una dedalera de raíces libres indica que el lugar está en evolución. El desorden consistiría, por el contrario, en interrumpir esta evolución.

Con frecuencia, el orden se asocia a la limpieza. Es una noción subjetiva carente de sentido biológico. Origina comportamientos diversos. En un parque floral del centro de Francia,5 un jardinero cortaba flores marchitas y lozanas a la vez; las amontonaba en una carretilla para tirarlas. Al percatarse, el propietario se inquieta y le pregunta:

—¿Por qué corta usted las flores que están en buen estado?

—¡Me adelanto, señor!

Este gesto anodino tiene más consecuencias de las que pueda pensarse. Sin duda, eliminar la causa elimina el efecto, pero eliminar las flores marchitas no significa únicamente eliminar las manchas (limpiar); significa también eliminar los frutos y, por lo tanto, las semillas. Ahora bien, es precisamente en las semillas donde se encuentra lo esencial del mensaje biológico, el que genera un orden dinámico y conduce a jardines desconocidos.

ORDEN BIOLÓGICO

Pétalos en el suelo, Pamplemousses, Islas Mauricio, 1987.

ORDEN ESTRUCTURAL

Campos de arroz, Pupuan, Bali, Indonesia, 1983.

La forma de esta configuración se modifica con la erosión natural de las terrazas.

ORDEN FORMAL

Topiarios, jardín Mausset, Limoges, Francia, 1990.

Anastomosis de

Ficus sp., Batuan, Bali, Indonesia.

Las raíces se sueldan entre ellas según un dibujo orgánico.

 

 

1.   Laborit, Henri, La Nouvelle grille, Éditions Robert Laffont, París, 1974.

2.   Conan, Michel, Vocabulaire des jardins, Ministerio de Cultura Francés, Dirección de Patrimonio.

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