El Malo (edición completa) - Kris Buendia - E-Book

El Malo (edición completa) E-Book

Kris Buendía

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Beschreibung

Morir y revivir nunca se sintió tan bien... Todos piensan que estoy muerto, pero la verdad es que yo ya estaba muerto antes de desaparecer, cuando todos me llamaban Lucifer. Ahora era dueño de un club del placer con mis dos mejores amigos. El Cielo. Era mi santuario aquí arriba. Podía ver a través del panel polarizado a los malditos adinerados ir por todo el pecado en su máximo esplendor. Ahora era un maldito dios. Pero, así como era dios, también era malo. Pero cuando vi a Tate entrar a mi club mi corazón cobró vida. Ella estaba rota y mi necesidad de repararla era mi nueva obsesión. Ella quería ser mi nueva bailarina. Tate Cole tenía secretos oscuros y yo iba a descubrirlos.

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Portada

El Malo

EDICIÓN COMPLETA

Kris Buendia

Derecho

Copyright © 2022 Kris Buendia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

1ra Edición, marzo, 2022.

Edición completa

Título Original:

EL MALO

ISBN: 979-8-88627-812-5

Diseño y Portada: K Studio

Fotografía: Shutterstock.

Maquetación y Corrección: K Studio.

Agradecimientos

Después de seis años, Lucifer cuenta su historia. No podía ser posible sin que hayan amado la serie Un Dulce Encuentro.

Mariposa.

Amarga Inocencia.

Espero que amen esta historia,

Yo lo hice.

Morir y revivir nunca se sintió tan bien...

Todos piensan que estoy muerto, pero la verdad es que yo ya estaba muerto antes de desaparecer, cuando todos me llamaban Lucifer. Ahora era dueño de un club del placer con mis dos mejores amigos.

El Cielo.

Era mi santuario aquí arriba. Podía ver a través del panel polarizado a los malditos adinerados ir por todo el pecado en su máximo esplendor.

Ahora era un maldito dios.

Pero, así como era dios, también era malo.

Pero cuando vi a Tate entrar a mi club mi corazón cobró vida. Ella estaba rota y mi necesidad de repararla era mi nueva obsesión. Ella quería ser mi nueva bailarina.

Tate Cole tenía secretos oscuros y yo iba a descubrirlos.

El Malo

Kris Buendia

Capítulo

1

Lucifer

Las llamas ardían y mi mirada estaba perdida ahí en el fuego de la chimenea.

Mi torso brillaba por el sudor y al final de él, una mata rubia hacía aparición.

Era la perra que estaba haciéndome una mamada.

Observé mi mano derecha, en la otra tenía mi trago de bourbon. Amargo y picante como lo que sentía en mi pecho.

Mi mano derecha siguió hasta la cabeza de la rubia y empujé más fuerte.

Ella tuvo una arcada, pero no me importó y ella no ponía resistencia en absoluto. Nunca nadie lo hacía porque les gustaba satisfacerme.

Levantó su vista y la ignoré.

Tres embestidas más y me corrí directo en su boca. No tenía más remedio que tragar. Y eso hizo.

Quité mi mano de su cabeza y ella la levantó y me miró.

Me sonreía.

La maldita perra estaba sonriéndome. No me gustaba que una perra me sonriera. Odiaba eso.

Me gustaba que me temieran, que me respetaran y agacharan la mirada ante mí. Era un hijo de puta malo, era el maldito Lucifer de ese lugar. Era así como me llamaban y lo odiaba.

Odiaba todo. El fuego, la maldad, la maldita vulnerabilidad que pudiera rodearme porque era mi maldita debilidad.

Odiaba la debilidad y la pureza en las miradas.

Por mi pasado. Por quien era.

—Eres estupendo—dijo la rubia.

La miré serio.

—Sal de aquí.

Sabía que era una orden en serio. Ella no discutió, tomó sus mierdas y se fue. Al momento en que abrió la puerta de mi estudio, escuché la música que venía de afuera en mi club. El Cielo. ¿Acaso era una maldita alucinación? Yo era el malo que vivía alrededor de muchos ángeles.

Mis propios ángeles, los que había construido.

Era mi santuario aquí arriba. Podía ver a través del panel polarizado que iba desde el suelo hasta el techo, y ver a todas las perras bailar.

A los malditos adinerados ir por ellas y todo el pecado en su máximo esplendor.

No, no era ninguna especie de chulo. Esa mierda no era mejor que yo. Y tampoco era una mierda ilegal o un maldito prostíbulo mi club. Al menos no del tipo y tampoco bizarra.

Mis perras recibían un jugoso cheque al final de la semana, ellas venían solas por trabajo, eran chicas hermosas buscando una mejor oportunidad que sus culos les pudiera dar.

Podían irse cuando quisieran y salirse de esa mierda.

Cada noche cada una de ellas regresaba a su vida habitual.

Hijas, hermanas, novias, esposas.

Y hasta estudiantes universitarias.

Lo que me hizo pensar en mi antigua vida. Pero eso era otra historia.

Lo que quería decir es que, tenía un club con los mejores traseros de la ciudad, bailarinas y chicas de compañía trabajando en mi club. Llenando mis bolsillos y yo los de ellas. Personas sacando su pecado como mejor pudieran hacerlo, la regla era solo una: No lastimar a mis malditas perras.

Era un maldito dios.

Pero, así como era dios, también era malo.

No con ellas, solo conmigo mismo.

Mi club daba ilusión. Pero también era una fachada a todo lo que llevaba dentro y me atormentaba. Me gustaba todo lo malo, todo lo corrupto que pudiera alejarme de las cosas buenas.

Era mi castigo y era mi única salvación.

No podía permitirme ser feliz, no de nuevo y el olor de lo malo me iba a mantener alejado de ella.

Ella.

La que jamás volvería. Y la que pensaba que había muerto. Pensar en ello hizo que me doliera el pecho, habían pasado apenas cuatro años.

Cuatro años desde que salvé su vida.

Cuatro años para darme cuenta que la quería.

Cuatro años para acabar con el mal nacido que la jodió.

Cuatro años para morir.

No morí en carne, pero para mí, yo morí ese mismo día que no quiso quedarse conmigo.

Pero eso, eso también es otra historia.

Me levanté de la silla y metí mi polla semierecto dentro de mis pantalones.

Me fui al cajón de mis cigarrillos y saqué uno para encenderlo y llevarlo a mi boca.

Me detuve en el panel, observando todo y a todos como un maldito dios.

Di otra calada y dejé salir el humo por mi nariz lentamente.

Entonces la vi.

Capítulo

2

Tate

Los gritos de mi padre discutiendo era la alarma perfecta todo el tiempo. Ni siquiera me inmutaba o sobresaltaba como lo hacía cuando era pequeña que me refugiaba en el baño de mi habitación, de hecho, a veces pasaba las noches en mi bañera sin darme cuenta.

Había algo malo en mí. Lo podía sentir. La tristeza me inundaba el alma, y me hacía cometer estupideces. La voz que acompañaba mi cabeza era la prueba real de que estaba muriendo lentamente.

Como la que estaba a punto de cometer ese mismo día. Tenía el dinero suficiente y una pequeña mochila con alguna ropa.

Me iría de esa maldita casa. La que había crecido con todos los sirvientes y padres ausentes.

Pero sus gritos no. Sus gritos siempre estaban ahí.

Odiaba los gritos.

Me hacían temblar.

Me hacían llorar y me llenaban de rabia al mismo tiempo.

Me habían jodido lo suficiente. No quería estar ahí.

Esperaría que se durmiera me había dicho, todo estaba planeado como él quería. Cuando ya los gritos se iban entonces eso era que estaba ya dormido.

Suspiré.

Faltaba un par de horas más.

Cuatro horas después me ponía mis converse y mi chamarra de cuero. Me coloqué la mochila y salí de la habitación.

Ni siquiera me molesté en tomar las llaves de mi coche. No lo necesitaba. Tampoco la casa. Mucho menos a él y ellos.

Me coloqué la mochila sobre mi hombro y abrí la puerta principal. Ni siquiera el chofer y los guardias estaban ahí para detenerme. Tenía luz verde. En cuanto salí a la calle oscura ya nada podía detenerme.

Ni siquiera me había traído conmigo algo personal que me recordara la vida que tenía, todo lo estaba dejando, todo era parte de su malévolo plan. Y la única persona que yo amaba en el planeta era mi hermano.

Él se había ido para siempre.

Con lágrimas en los ojos llegué a la estación de trenes y compré un boleto.

Seattle sería mi destino.

Ahí haría mis sueños realidad, lo que Josh hubiese querido.

Cuando llegué al lugar, el olor a tabaco, alcohol y sabrá dios qué más, no me importó. Había estado una vez en estos lugares con Josh, no porque quisiera, era porque había ido a buscarlo y sabía dónde podía encontrarlo.

En un club de esos, llenos de putas, bailando y dejándose tocar por unos dólares más. Ellas eran hermosas, llenas de curvas, olían a perfume caro y tenían muchos billetes en el elástico de su bikini al cabo de unos minutos.

Yo estaba a punto de convertirme en una de ellas.

Tenía miedo que fuese un lugar peligroso, de niñas atrapadas o lleno de trata de blancas. Pero nada iba a perder con ir una noche y asegurarme de que este era el lugar correcto.

Nadie se me quedó mirando, todos estaban en lo suyo. Yo tenía una mochila solamente conmigo. En cuanto di el primer paso, un hombre se acercó a mí.

—¿Estás perdida? —era el doble el altura y tamaño, tuve que levantar la cabeza para verle a la cara, llevaba gafas oscuras y vestía de negro de pies a cabeza.

Era un guardaespaldas o una mierda así.

—Hola, busco al gerente.

Él se rió en mi cara.

—Ve a casa—volvió a decir.

—Quiero trabajar aquí, necesito hablar con el gerente.

Negó con la cabeza, puso sus manos pesadas en mis hombros y me instó a que saliera de ahí. Me negué de nuevo, pero el tipo estaba sacándome casi a rastras del lugar.

Me rehusaba a ser echada sin motivo alguno. Necesitaba quedarme en este lugar o moriría.

—¡Oye! —le di un golpe en las manos—Dije que quiero hablar con el gerente.

—¿Qué mierda sucede aquí?

La voz del hombre detrás de mí hizo que el grandote me soltara. Me giré para encontrarme con un hombre tatuado de cuello y manos que usaba un traje sin corbata. Llevaba una coleta desordenada y era bastante grande y guapo como aterrador.

—Esta muñeca aquí dice que quiere hablar con el maldito gerente.

El hombre me miró de pies a cabeza. Algo me decía que él era el gerente o algún amigo de él o ella por la forma sobreprotectora de verme.

Se cruzó de brazos y miró hacia arriba como si alguien estuviese detrás de esos paneles oscuros.

Mierda.

¿Había alguien viéndome desde ahí? Me dieron escalofríos, como si en verdad pudiese sentir esa presencia desde ahí, observándome tal cual acecho.

—¿Qué quieres con el…gerente? —algo me decía que no se llamaba gerente el dueño de ese lugar.

Me recompuse la mochila y repetí.

—Le decía al grandote aquí, que quiero trabajar en este lugar.

Quise mostrarme como si sabía lo que estaba haciendo, sino esos dos sujetos no iban a respetarme en lo más mínimo. Además, tenía que verme valiente. ¿Se suponía que tenía que verme fuerte? Mostrarme tal y como era solo iba a traerme problemas.

El hombre furioso no se mostró interesado. Alzó una ceja y le dijo al grandote:

—Haz que se vaya.

—Sí, señor.

—¡Espera! —le dije cuando iba de nuevo el grandote a tocarme.

Se detuvo.

—¿Eres el dueño? Por favor, necesito trabajar, estoy dispuesta a ser bailarina, lo que sea, soy muy buena, de verdad.

—Eres una niña—dijo en lugar.

—No lo soy, tengo veinticinco. Sé cómo me veo, pero créeme este lugar me necesita.

La madre que me había parido. Estaba hablando demás. No tenía veinticinco, tenía veinticuatro. Y no tenía grandes pechos, era una chica regular, delgada, con buen trasero y, además, rubia. Mis ojos eran azules casi como una maldita pesadilla que brillaba con el gran iris oscuro en el medio.

Todo el mundo me lo decía. Mis ojos eran mis enemigos, solamente atraían el mal.

Tenía un rostro angelical, pero no me sentía nada angelical desde que Josh se había quitado la vida.

—Será mejor que te largues, este no es un lugar para ti.

—¿Quién lo dice? —lo enfrenté—¿Acaso eres el propietario? Si eres el propietario me iré, pero sino lo eres, apártate y déjame hablar con tu jefe.

Él se quedó mirando con el grandote.

—Ella tiene cojones—dijo.

—Mierda sí, Bones.

¿Bones? ¿Qué clase de nombre es ese?

Así le decía al chico tatuado, le calculaba que estaba en sus treinta, no podía ser mayor. Pero algo que sí tenía era que no juzgaba por cómo se miraban las personas por fuera.

Bones se acercó a mí y señaló hacía arriba.

—¿Ves ese panel oscuro de ahí? —dije que sí con la cabeza—Si logras ir ahí, el trabajo es tuyo.

Se quedó de brazos de nuevo y me riñó con la mirada. Si estaba hablando en serio, no iba a perder el tiempo con ellos dos, así que me abrí paso y caminé lejos de su presencia. Las escaleras me iban a tocar encontrarlas, frente a mí estaba el camino al bar, a un pasillo de sanitarios, y otro pasillo que daba a lo que era la tarima.

En cuanto a mis pies seguían moviéndose para encontrar las escaleras, pisaba la alfombra roja terciopelo debajo de mis pies.

Una fuerte oleada me sacudió y fui levantada del suelo, sacada en el aire sobre la espalda de alguien. Visualicé antes de gritar, y me di cuenta que Bones, estaba cargándome.

—¡Suéltame! —le grité, golpeándole fuerte la espalda. Esto no estaba pasándome a mí.

—Te dije si lograbas, cosa que no ha pasado ¿O sí, vampira?

—¿Vampira?

—Te ves como una con esos ojos que tienes, muy hermosa, pero torpe, mejor ve a casa.

Este tipo estaba loco.

Me bajó una vez el aire fresco de la calle tocó mi rostro. Me bajó con mucho cuidado y me dijo:

—No regreses, por tu bien. Estudia, haz una mierda de esas, pero no vuelvas. Esto no es para ti.

Tenía lágrimas de enfado en los ojos.

—¿Y qué mierda sabes lo que necesito?

Tomé mi mochila del suelo. Y caminé lejos de ahí. Podía sentir todavía su mirada sobre mí. El tipo estaba loco. Tenía que regresar con un mejor plan, pero ese lugar era mi destino.

O moriría.

Llegué a una especie de bar, ponía en la puerta que los tragos después de media noche eran gratis.

Mi oportunidad.

Necesitaba un trago.

Dejé mi mochila en el suelo y un chico de ojos grises y cabello azul puso un vaso con agua.

—¿Necesitas identificación para llenar ese vaso de alcohol?

Él ladeó su cabeza. Resoplé y saqué mi maldita identificación y se la lancé de mala gana.

Aprobó con una seña y llenó mi vaso de un contenido amarillo y transparente. Puso dos cubitos de hielo y lo llevé a mi garganta.

¿Qué mierda sucedía en esa ciudad? Todos pensabas que era una maldita niña.

—No eres de aquí ¿Cierto?

No iba a darle ningún dato mío a ningún extraño, así que me encogí de hombros.

Cuando terminé mi trago, el tipo me sirvió otro. Sonriéndome con una mirada lasciva. Me lo bebí y tomé mi mochila del suelo. Saqué un billete de veinte y se lo entregué.

—Va por la casa—volvió a decir.

—Gracias.

En cuanto me levanté, me sentí mareada. Me agarré de la orilla de la barra e hice lo posible por mantenerme así y salir.

Vi al chico de la barra, estaba sirviendo una cerveza en el otro extremo. En cuanto a mí, caminaba hacia la salida y me di de bruces con un pecho duro. De inmediato su aroma inundó mis fosas nasales, aspiré hondo y levanté la mirada.

Un gran hombre esbelto con traje de tres piezas y tatuajes.

Esperé un instante a que aquel hombre se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, me quedé rígida lejos de él para ampliar mi camino visual.

Era alto. Delgadez atlética, pero lo que más me intrigaba no era su barba crecida, sino la forma en cómo me miraba. Su rostro era hermoso, cada centímetro de su cara había sido esculpida a la perfección.

Cabello perfectamente peinado hacia atrás.

Mirada oscura, ojos grises intenso. Y barba perfecta y crecida.

Tenía la boca en línea recta y respiraba casi gruñendo.

¿Qué esperaba que dijera?

—Perdón.

Levantó una ceja y me tambaleé. No sabía que dos tragos podían ponerme así. Hacía tiempo que no probaba el alcohol. Me aferré a mi mochila y me aparté para que el hombre guapo pasara de mí.

Me sujetó del brazo fuerte y sentí un escalofrío apoderarse de todo mi cuerpo.

¿Qué fue eso?

—Ven conmigo—me dijo con voz ronca.

Oh, por Dios. Este hombre iba a lastimarme.

Me zafé de su agarre y corrí hacia la salida.

—¡Joder! —escuché que gritó detrás de mí.

Un auto frenó y sentí rechinar las llantas y ese sonido contrajo mi nuca y el olor a neumático quemado llegó a mi nariz. Seguido del impacto en mi cuerpo siendo lanzada fuera de ahí. Estaba tirada en el pavimento mojado. Había comenzado a llover. Y yo iba a ser atropellada.

—Mierda—dijo alguien tirado al lado mío.

¿Él me había salvado?

—Joder, William—el hombre de traje del club estaba ayudando a levantarse—te dije que no vinieras detrás de esta perra.

¿William? ¿Había escuchado bien?

Me levanté como pude aun sintiéndome mareada, no iba a quedarme ahí, esos tipos eran raros. Caminé como pude a la acera y me abrí camino.

—¡Oye! Joder, ven aquí.

—Vete a la mierda, no te conozco—le dije.

Llegó hasta a mí, dejando a su amigo atrás.

—He salvado tu puta vida ¿Y así es como me pagas?

Tragué en seco.

—Gracias, pero esta soy yo yéndome.

Me giré y de nuevo estaba frente a mí.

—Y este es el maldito gerente que buscabas. Ahora dime, ¿Quién coño eres?

Oh, mierda. El dueño de ese bar.

El Cielo ese era el nombre del club, ahora lo recuerdo.

—Soy Tate, y —me removí incómoda—Y quiero trabajar en el El cielo.

Me estudió con la mirada. Escuchaba los autos volver a su curso normal. Su amigo detrás de él esperándolo. El tal Lucifer o como sea que se llamase, estaba viéndome ahora de pies a cabeza.

—¿Dónde están tus malditos padres?

Eso me hizo enfadar. No tenía derechos a hacer preguntas.

—Vete a la mierda, no necesito darte explicaciones, si vas a darme el trabajo dímelo ahora, sino me marcharé, otros clubs me querrán.

William miró a su amigo sobre su hombro.

—Te dije que la perra tenía agallas.

—Deja de decirme perra—le pedí echa una fiera—Me llamo Tate.

—La maldita perra Tate tiene agallas—dijo en vez.

Maldito psicópata.

De nuevo estaba mareada, sentí mis ojos moverse hacia atrás y las manos frías de Lucifer sostenerme en el aire.

—Mierda.

Bones se acercó rápidamente y tocó mi cara.

—Mierda, la han drogado.

¿Drogado?

Capítulo

3

Lucifer

Ella estaba discutiendo con Bones, uno de mis mejores amigos. Él y su hermano habían salvado mi maldita vida, y teníamos este club. Éramos socios, este club era nuestra salvación y también nuestra pesadilla muchas veces. Bones y Vill eran hermanos de sangre y yo no, pero como si lo fuera.

Bajé y varias perras querían mi atención. Pero en mi pensamiento solo había una, ¿Quién era la rubia que había llegado a mi club con una mochila? Se le vía desesperada.

—¿Qué mierda sucedió? —les pregunté.

Bones se llevó las manos al cabello, eso hacía cuando estaba cabreado, además de neurótico.

—La perra se volvió loca. Dijo que quería hablar con el gerente.

Gerente, no lo llamaría de esa forma. Yo era el puto amo del lugar. Entonces ella quería hablar conmigo.

—¿Y qué quería hablar conmigo? —pregunté.

—Quería trabajar aquí, dudo mucho que de mesera. La perra quería bailar o una mierda así.

Eso me cabreó.

—¿Y por qué la has echado?

Bones me miró mal.

—¿Acaso no la viste, hermano? La chica es demasiado joven, no queremos a los malditos federales acá.

—¿Le pediste identificación?

—No fue necesario, mayor de edad parece, pero no creo que tenga la piel ni las ganas de ser parte de nuestras perras. La he echado, era demasiado sospechosa. Insistía en hablar contigo.

Mierda.

—¿Adónde se ha ido?

—No lo sé. Y no es buena idea que vayas tras de ella.

Lo señalé de inmediato. Nadie me daba órdenes, ni siquiera mis hermanos.

—Si ella quería hablar conmigo, lo hubieras respetado.

—Hermano, ¿Estás hablando en serio? La perra está loca.

Salí por la puerta principal, encontrándome a uno de nuestros guardias, me hizo una seña en forma de saludo.

—¿Adónde se fue la chica, Taylor?

—Creo que entró en uno de esos bares.

Mierda.

—Lucifer, no vayas detrás de ese coño.

No le hice caso.

—No te metas.

—¡Lucifer! —me gritó y me paré en seco. Odiaba que me llamaran así. Eso pertenecía al pasado.

Me giré y lo vi. Mi mirada llena de odio y fuego. Odiaba ese sobrenombre, odiaba el lugar donde me llamaban así. Odiaba por quien había dejado de llamarme así.

Es por eso que Bones y Vill me habían decidido llamarme por mi nombre.

—Deja de llamarme así, Alexander o romperé tu linda cara.

Bones se echó a reír.

—Prefiero que me llamen monstruo, ya sabes, por el tratamiento de huesos que doy.

Era un maldito sádico.

Yo era oscuro, él era sádico y su maldito hermano menor era un psicópata villano que follaba en silencio con mujeres casadas.

Yo las elegía silenciosas, al grano y sin más. No era selectivo y tampoco me importaba repetir.

Me acerqué a él hasta que sintiera mi aliento.

—Vuelve a llamarme así y romperé cada uno de tus huesos.

—Joder, solo era una broma, hermano.

Levanté una ceja.

—Lo sé.

Me di la vuelta y me abrí camino. Sabía que Bones venía detrás de mí, siempre cuidaba mi espalda.

—¿Dónde está Vill? —le pregunté sin mirarlo.

—Jodiendo algún coño.

—Deberías estar haciendo lo mismo.

—¿Y perderme esto? Jamás. No sé por qué vas detrás de esa chica. ¿Tengo que recordarte lo que te pasó la última vez cuando salvaste a una?

No me detuve.

Hice esos pensamientos a un lado. Bones tenía suerte de que no pateara su culo en esos momentos. Hablar de ella también estaba prohibido.

Fue entonces cuando la vi. Se levantaba con mucho cuidado y el tipo de la barra la observaba. ¿Cuánto había bebido?

Entré para ir por ella cuando se dio de bruces en mi pecho.

—Perdón—dijo.

Sus ojos grises claro se clavaron en los míos.

Ella era hermosa.

Ella no pertenecía en estos lugares. Joder, ella iba a joderlo todo y el sonido de mi corazón me lo estaba avisando.

—¿Dónde están tus malditos padres? —le pregunté.

—Vete a la mierda, no necesito darte explicaciones, si vas a darme el trabajo dímelo ahora, sino me marcharé, otros clubs me querrán.

Miré a Bones. Ella tenía agallas.

—Te dije que la perra tenía agallas.

—Deja de decirme perra—le respondió—Me llamo Tate.

Tate, Tate, Tate. Empezaba a obsesionarme con ese nombre.

—La maldita perra Tate tiene agallas—dijo Bones, eran unos malditos niños.

Tate me miró con temor. Se tambaleaba. Algo no andaba bien. Sus ojos estaban brillando demasiado, tenía las pupilas dilatadas.

—Mierda. —dije cuando cayó en mis brazos, estaba sudando frío.

Bones se acercó rápidamente y tocó su cara.

—Mierda, la han drogado.

Un auto derrapó cerca.

Vill.

—Ya era hora que aparecieras. —le dijo su hermano—¿La perra casada te dejó ir?

—Vete a la mierda, hermano—dijo entre dientes.

—Ayúdame a meterla al auto—le ordené.

Daniel era un chico fuerte, Vill. Así le gustaba que lo llamaran. No era tan listo como nosotros, era ingenuo en algunas cosas, pero para otras, era un maldito psicópata como su hermano mayor. Era el genio de la tecnología y quien borraba nuestros rastros.

Su único defecto y debilidad. Los coños casados.

Tenía un jodido fetiche por meterse con mujeres prohibidas. Y las perras, caían, era un chico apuesto, jodido, pero caliente.

—Vamos—le dije a Bones, sabía lo que teníamos que hacer.

—Joder, sí. —estaba ya excitado.

Entramos al maldito bar de mala muerte donde habían drogado a Tate y nos acercamos al tipo de la barra. Estaba ya pálido.

—Mierda, no sabía que era tu chica. —dijo cagándose en los pantalones, refiriéndose a mí.

Tate no era mi chica.

No todavía.

Miré a Bones. Era su pase.

—No soporto a los abusivos y menos que estén cerca de mi club.

Me sonrió como un maldito lunático. Sacó un cuchillo y saltó la barra. Todos en la zona sabían que no podían meterse con nosotros. Ambos los lanzamos por encima de la barra, llevándonos al chico a la parte de atrás. El maldito hijo de puta de cabello azul le gustaba meterle mierdas a las bebidas.

Era momento de darle una lección.

Ni siquiera sabía por qué me estaba molestando esta vez, pero lo hice. Sino sería otro hijo de puta igual.

—Les juro que solamente quería pasarla bien un rato, no iba a lastimarla.

—¿Alguien te dijo que la drogaras o es parte de tu trabajo hacerlo por diversión? Si había otro hijo de puta igual a él lo sabría.

Bones no decía una maldita cosa, solo quería clavarle el cuchillo entre las costillas.

Miré hacia abajo, el tipo estaba meándose encima.

Joder.

—Déjamelo a mí, William.

—¿Por qué lo hiciste? —me dirigí de nuevo a mi objetivo. —¿Acaso ibas a violarla?

Se abrieron sus ojos como platos. Tenía un sentimiento extraño sobre la violación, era porque sabía lo que eso causaba en una chica. Lo había visto con mis propios ojos. A ella la veía llorar cuando recordaba a su agresor y yo solamente podía borrar lo que él le hacía haciéndole el amor.

Nunca estuve ahí para protegerla, ni siquiera aquel día.

—William—la voz de Bones me trajo a la realidad—Sé lo que esa mierda significa para ti, hermano. No te tortures, dame al maldito.

—Lo juro que solo quería robarle, ella no es de por acá. Y tenía dinero. Lo vi en su mochila.

Maldito idiota.

Pero le creí, vi en sus ojos que decía la verdad.

—Lo juro que no iba a lastimarla.

—Pero estaría inconsciente, sola, vulnerable y además… ¿Quién te detendría?

Sus ojos se abrieron más. El hijo de puta estaba sufriendo un colapso.

Sabía que no solamente le robaría, una cosa llevaría a la otra, la perra era caliente. Joder que sí, era hermosa.

—Por favor, no seas malo. Déjame ir.

Me hizo reír.

—¿Malo yo? —me reí de nuevo en su cara—pero si no te he hecho nada… no seré yo, el malo.

Le di un golpe en el estómago y cayó al suelo. Tenía cosas más importantes que hacer.

—Encárgate de él—le pedí a Bones.

—Cuenta con eso.

Salí de ahí, la gente de ese lugar ni siquiera se había dado cuenta que un chico atrás gritaba por su vida.

Me arreglé la chaqueta y regresé al auto. Me subí en la parte de atrás donde estaba Tate. Todavía inconsciente.

Llevaba una camisa rasgada a la moda, una chaqueta de cuero y converse.

Era delgada, su piel bastante blanca, como si broncearse fuese un insulto para ella. Bones la había llamado Vampira, me pareció gracioso, pero entendía el punto, la chica era hermosa, tan hermosa que no parecía real. Y su cabello, podía sentir el aroma a vainilla desde aquí. Esta chica tenía una casa y había huido.

Miré su mochila, y luego a Vill que miraba todos mis movimientos.

—¿Has revisado su mochila?

—No, porque es tu perra y lo harás tú.

Puse los ojos en blanco. Tenía razón, era mía, y más les valía a los dos entenderlo. Mi mente cuerda, la normal, del hombre y doctor que era, me decía que ese no era un pensamiento adecuado. El llamarla mía.

Pero el otro, el malo. Ese que ella buscaba y que sé que le gustó cuando lo miró, me decía que era eso. Mía hasta saber quién coño era y qué quería conmigo.

Miré dentro de su mochila, tenía poca ropa, su pasaporte, lo abrí y vi su foto, era una chica que había viajado por casi todo el mundo.

Su móvil, era uno caro. Mierda, tenía contraseña.

Miré dentro de su billetera, tenía más de cinco mil dólares con ella. Y billetes enrollados dentro de algunos calcetines.

La miré.

Su boca estaba entreabierta.

Ella era una maldita chica rica.

Tate cole. Tenía veinticuatro años, cumpliría los veinticinco en unos meses.

Joder.

Bones llegó, limpiaba su cuchillo en la parte baja de sus pantalones. Vi la sangre y no me causó remordimiento alguno.

—¿Lo mataste?

—No, pero le hice mucho daño. Resulta que ya había violado dos chicas, no lo maté porque casi me ve un maldito que estaba sacando la basura. Regresaré otro día por él.

—Bien hecho.

Tate se removió incómoda, al abrir los ojos nos miró a nosotros tres. Tres hijos de puta tatuados, ella casi inconsciente y sola en el auto. No dudó en gritar.

—¡Ayu…

Mis manos llegaron a su boca y se hizo silencio.

Las lágrimas rodaron por sus ojos. Y eso me cabreó demasiado.

—Ella está loca—dijo Vill.

Tate los siguió a cada uno con la mirada.

—No te haremos daño—le dije—cállate la puta boca.

—Habla por ti—dijo Bones.

Lo miré mal.

—Que les quede claro a los dos que Tate no puede ser tocada por nadie excepto yo. ¿Quedó claro?

No dijeron nada.

—¿Quieren que vuelva a repetirme? ¿Acaso no fui claro?

—Mierda, lo que sea que digas, Will. —Vill se acomodó en su asiento y puso las manos en el volante.

Vi a Bones.

—Está bien, hermano. Nadie tocará a tu maldita perra.

Regresé la mirada a Tate. Quien no dejaba de llorar. Mierda, odiaba jodidamente eso. Ver a llorar a una mujer.

Ver su vulnerabilidad. Lo detestaba demasiado.

Me gustaban fuertes, perras, con agallas de mandarlo todo a la mierda y hacer conmigo lo que quisieran. Podía permitirlo de una que no significara nada para mí. Era mi maldita debilidad.

Una línea muy delgada para cruzar.

—Soy William, ya conociste a Bones y él es su hermano Vill. Somos los dueños de El Cielo. No te haremos daño, al menos que me digas quién coño eres y porqué quieres trabajar en mi jodido club.

Quiso hablar contra mi mano, pero no me di cuenta que aun la tenía a mi merced.

—Quitaré mi mano, pero si gritas, voy a poner una cinta en ella. ¿Has entendido?

Asintió con la cabeza. Poco a poco quité mi mano y sentí la necesidad de lamerme sus lágrimas y borrarlas de su rostro.

Joder.

—Soy Tate Cole, me fui de casa porque quería trabajar. Quiero ser independiente. Mis padres, ellos—miró hacia Vill y Bones que tenía toda su atención—ellos no me entienden.

Sabía que algo más había detrás de su escape de casa. Todo lo que decía era demasiado planeado, demasiado obvio hasta para las novelas.

—Tienes mucho dinero en la mochila ¿De verdad crees que me voy a creer esa mierda?

Ella tragó nerviosa aclarando su garganta.

—Nadie de aquí la cree—me siguió Bones. Y luego miró a su hermano.

—A mí no me preguntes, solo quiero regresar con mi perra y follarla.

—¿Tu perra casada? Eres un patético de mierda. Pudiendo tener todos los coños apretados que quieras, quieres una con un anillo en su maldito dedo.

—Vete a la mierda, Bones.

Tate no entendía nada de lo que los hermanos hablaban, pero estaba distrayéndola de la verdad.

—Tate—me miró—Estoy esperando una mejor respuesta.

En sus ojos podía ver una mirada, una que conocía bien. Ella estaba huyendo de algo más que buscando su jodida dependencia.

—Mi hermano se suicidó—el color de sus ojos cambió cuando esas palabras salieron de su boca.

El suicidio, movía algo en mí. Algo doloroso, algo peligroso y prohibido.

Bones y Vill guardaron silencio. Conocían muy bien mi pasado y sabían lo que el suicidio había hecho en mí.

—Creo que es suficiente razón para huir de casa, William.

Bones intentaba suavizar las cosas porque se dio cuenta que me había quedado callado cuando escuché a Tate confesarse.

—Me fui de casa porque mis padres no pueden superarlo, ni yo tampoco. Sino salía de esa casa iba hacerlo yo también… pero no lo hice, por él. Por eso… estoy buscando trabajo. A Josh le gustaban esos clubs, su sueño era tener uno. —se rio para sí misma al recordar lo que sea que le haya dicho su hermano en vida—Quiero trabajar en uno, y no ser encontrada por mis padres nunca.

Era una buena excusa.

Pero no le creía del todo. Lo del suicidio de su hermano podía ser una cosa. Pero las marcas de sus brazos decían otra.

Ella se dio cuenta y las cubrió con su chaqueta de cuero.

Tate Cole tenía secretos oscuros y yo iba a descubrirlos.

—¿Tienes dónde quedarte?

—Tengo dinero para un hotel.

—Vill te llevará a uno seguro. Hablaremos mañana, aun no me convences.

Abrí la puerta del todo terreno y Bones se bajó conmigo.

Iba caminando mirando la punta de mis zapatos cuando escuché la voz de Bones decir:

—¿No estarás pensando en darle trabajo?

—Eso no es tu problema.

—Sí lo es, sé lo que te hizo sentir con esa mierda del suicidio. ¿De verdad le creíste?

Me detuve y lo vi.

—Ella dijo la verdad, pero sé que hay algo más.

—Lo sé, hermano. Yo también lo pude sentir. ¿Quieres que la investigue?

—Joder, sí. Encuentra algo y me lo haces saber.

—Cuenta con ello.

Llegamos al club, me fui a la barra y me sirvieron Bourbon en las rocas. Mi favorito. Necesitaba algo más fuerte. Bones se encargaba de algo por teléfono, lo vi cabreado. Así que le pregunté.

—Una entrega salió mal. ¿Quieres ir?

—¿Acaso tengo algo mejor que hacer?