Mi Guardián - Kris Buendia - E-Book

Mi Guardián E-Book

Kris Buendía

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Beschreibung

Crecer en Asylum era el sueño de toda chica. Hasta que descubrí que era el último lugar en el que una persona quisiera estar. Al hombre que amé en Asylum me encontrará tarde o temprano. Me ama, pero es un monstruo. Un monstruo no puede amar. Me mintió Me engañó. Me fui. Después de finalmente cortar los hilos de la manipulación, corrí lejos del peligro y toda su pesadilla. Abandoné todo lo que conocía, sin saber que encontraría en mi camino a mi guardián. El hombre que ha jurado protegerme siempre y cuando esté cerca, él peleará con mis demonios y estoy dispuesta a pelear con los de él. Soy Selene, también soy Ava. Pero sé que nací bajo otro nombre y quiero averiguarlo. Mi guardián y yo somos dos almas destinadas a estar juntas, pero pronto descubriremos que mi infierno no era tan diferente al de él… su reino.

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Copyright © 2023 Kris Buendia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

1ra Edición, Mayo, 2023.

Título Original:

Mini serie Asylum

ISBN Digital: 979-8-89074-281-0

Diseño y Portada: K STUDIO

Vectores: Shutterstock.

Maquetación y Corrección: Sam Flowers.

Contenido

Advertencia +21

Querido lector,

Esta es una miniserie de tres libros, los cuales pueden atraparte en cada una de sus páginas.

Las etiquetas de advertencia son:

Secuestro, violación, rituales sospechosos, sectas, lenguaje explícito sexual (esto último sé que te gusta) pero los temas anteriores, por favor ten mucho cuidado al leerlos. Si estos temas son familiares para ti en tu lectura habitual y tienes la piel gruesa, pues adelante, te espero del otro lado.

Ten en cuenta que he llamado así a cada uno de los protagonistas principales:

El Guardián:

Posesivo controlador.

Sexy como el demonio.

Poderoso y altruista.

La Mentirosa:

Dolorosamente hermosa.

Cautiva.

Altruista e ingenua.

La Sombra:

Posesivo y vengador.

Líder de lo siniestro.

Hermoso acechador.

Así como Selene buscó un nuevo comienzo… yo también.

Crecer en Asylum era el sueño de toda chica. Hasta que descubrí que era el último lugar en el que una persona quisiera estar. Al hombre que amé en Asylum me encontrará tarde o temprano.

Me ama, pero es un monstruo. Un monstruo no puede amar.

Me mintió

Me engañó.

Me fui.

Después de finalmente cortar los hilos de la manipulación, corrí lejos del peligro y toda su pesadilla.

Abandoné todo lo que conocía, sin saber que encontraría en mi camino a mi guardián. El hombre que ha jurado protegerme siempre y cuando esté cerca, él peleará con mis demonios y estoy dispuesta a pelear con los de él.

Soy Selene, también soy Ava. Pero sé que nací bajo otro nombre y quiero averiguarlo.

Mi guardián y yo somos dos almas destinadas a estar juntas, pero pronto descubriremos que mi infierno no era tan diferente al de él… su reino.

Prólogo

LA SANGRE ESTABA POR TODA MI ROPA.

Nunca me gustó ver sangre, ni siquiera la que sale normalmente de tu cuerpo, me costó entenderlo cuando cumplí doce. Siempre hacía que me desmayara. Pero esta vez no era mi sangre, ni estaba saliendo normalmente del cuerpo de alguien si pudiera decir que apuñalar a una persona en el pecho es algo normal.

No lo es.

Pero no tenía otra opción, siempre nos enseñaron en A que teníamos una opción. Obedecer.

No había negociación sobre ello ni punto de por medio. Ni línea delgada. Era más bien un muro entre nuestra dignidad y la libertad.

Yo elegí la libertad porque dignidad ya no me quedaba ninguna.

Pero no fui la única.

También, mis hermanas… las chicas que conocí en ese lugar, debía salvarlas a ella, y era la única que podía hacerlo.

Miré la sangre en mis manos y seguí corriendo hacia donde mis hermanas estaban esperándome. Solté el cuchillo y fue el primer error de mi escape. El lacayo lo tomó y me hirió el vientre, sentí el ardor enseguida, le di un golpe en su entrepierna y el cuchillo cayó al suelo, no me quedé a esperar otra puñalada, salí corriendo, ahora la sangre de mis manos se mezclaba con la mía.

—¿Está muerto? —preguntó una de mis hermanas.

—No lo sé, espero que sí.

Diana y Nix se me quedaron mirando como si no pudieran creer lo que salía de mi boca. Siempre fui la más madura de las tres, la más seria y por ende, la que obedecía mejor. La especial.

Pero también fui la primera en trazar un plan para salir de A. Y solo faltaba un paso. Subir a ese bote. Donde había pagado mucho dinero para escapar de mi oscuridad.

Cien mil por cada una. Era lo que había pagado por salir de ahí, en un barco pesquero directo a América donde se supone había nacido. Tenía que haber nacido en ese lugar ¿no? Era eso. Nadie llega a A en una canasta y una nota de abandono de la nada. yo era especial, me lo decían siempre y tenía que averiguar por qué.

Diana y Nix eran mis hermanas, las únicas chicas cercanas a mí en ese lugar durante los últimos años. Siempre era lo mismo, ser educadas, lo más que pudiéramos soportar. Matemáticas, Ballet, piano, cocina, idiomas, etiqueta y muchas cosas más.

—¡Selene! —gritaron mis hermanas desde el barco.

Con mi mano apretando la herida de mi estómago, me lancé hacia los costales de la bodega donde estaban ellas ya escondidas. Sabía que era cuestión de tiempo para morir. Mentí. La herida era profunda. Pero debía sacarlas de ahí a pesar de todo.

—Dame mi dinero—dijo el gordo pesquero al cual conocí haciéndome pasar por una traficante de armas. Le había mentido, pero no en el dinero.

Ni siquiera sabía lo que era traficar armas, pero había escuchado que esa era un buen negocio que estaba a nuestro alrededor.

—Dijiste que traerías armas. No mujeres.

Vi a mis hermanas confundidas por lo que el traficante me decía. Lancé el maletín con el dinero dentro. Él lo miró sin chistar y cambió de opinión rápidamente, no importa la mercancía, era el dinero lo que hacía mover a la gente.

—Traje algo mejor.

El tipo miró dentro y sonrió conforme. El maldito alemán nunca había visto tanto dinero en su vida seguramente. A mí no me interesaba el dinero, solamente quería sacar a mis hermanas y a mí de ese maldito lugar.

Estábamos en Alemania y moríamos de frío en la noche estrellada. Era otoño y solamente habíamos traído una pequeña mochila con unas cuantas cosas personales sin sentido. No queríamos llamar la atención de nadie, pero no contaba con ser apuñalada esa noche.

Había esperado que todos se fueran a dormir, como era la chica especial de A, yo tenía pase libre para salir por la puerta grande, pero no había llegado demasiado lejos cuando uno de los lacayos me atrapó cuando miró correr a mis hermanas.

Había sido demasiado fácil que por un momento pensé que era una trampa.

—Escóndanse ahí y no hagan ruido, la guardia costera no sospechará nada—miró mi herida—¿Debo preocuparme por eso?

Negué.

—Solo llévanos y no hagas preguntas. Directo a América como quedamos—dije en alemán, era el único idioma que mis hermanas aún no habían aprendido. Por alguna estúpida razón, el alemán era uno de los últimos idiomas por aprender—Tu prioridad son ellas, no importa lo que pase conmigo. ¿Has entendido?

—Lo que tú digas, bonita.

Cerró el contenedor y nos sumergimos en la oscuridad. Yo rezaba porque las horas corrieran rápido, no me importaba morir.

Había salvado a mis hermanas de ese infierno.

I

ESTABA SEGURA QUE EL BARCO SE HABÍA DETENIDO O ALGUIEN LO HABÍA HECHO DETENER.

Apenas y podía moverme. Mis hermanas estaban gritando por ayuda, pero era imposible yo ya estaba muerta.

—¡Selene!

No podía moverme. Estaba encima de un charco de sangre. Mi propia sangre. Unos hombres habían abierto la puerta secreta del contenedor del barco y encontró a mis hermanas gritando por ayuda.

—No… no… tenemos que llegar a América.

Mis hermanas fueron sacadas a la fuerza de ahí. Solamente podía escuchar sus gritos y esos hombres llevándoselas.

No les hacían daño.

No eran como los lacayos del lugar de donde veníamos nos castigaban, esto era diferente. Esto se sentía diferente.

Estoy tumbada en el suelo, en un charco de sangre, sintiendo como mi vida se desvanece lentamente. La realidad golpea mi cara mientras luchó por mantener los ojos abiertos, cuando diviso al hombre acercándose a mí.

—No me toque—le ordené y él se detuvo—déjeme morir acá. Solamente no le haga daño a mis hermanas… por favor.

Viste un abrigo negro que le llega hasta los tobillos y una capucha empapada que cubre su cara, pero me fijo en sus ojos azules y su mandíbula cuadrada y enseguida sé que es imposible no fijarse en él.

Me observa con mirada intensa, atractivamente peligrosa, mientras se agacha para examinar mi herida. Me siento paralizada mientras sus ojos recorren mi cuerpo, pero sabe exactamente lo que está haciendo, aunque no pueda ver su rostro con claridad, su presencia me da seguridad.

Me preguntará si estoy herida y le responderé que estoy casi segura de que me han apuñalado. Él me tranquilizará con una voz grave y profunda mientras me cubre con su abrigo, manteniéndome seca bajo su protección.

Pero no es el caso.

Sigo admirando sus ojos azules, que penetran en mi alma, y me dejo llevar por su belleza mientras me observa.

Ladea la cabeza como si no entendiera lo que decía. Yo no me di cuenta que seguía hablando en alemán. Pero era demasiado tarde para preguntarle si quiera quién demonios era él o en dónde estaba.

Como si mis palabras no tuvieran un efecto en él, se acerca más y puedo ver el color intenso azul de sus ojos mirando los míos.

—No voy a lastimarte.

Inglés.

Es inglés.

Cerré mis ojos, recordando cuando aprendí el idioma. La maestra era de reino unido, malhumorada y siempre decía que Inglaterra era el mejor lugar para visitar en el mundo. Le gustaba enseñarlos los lugares turísticos, costumbres y música. Muchos artistas famosos eran de ahí, como Adele. Me gustaba su música. Teníamos permitido escuchar música, siempre y cuando lo hiciéramos en nuestras habitaciones.

Asylum no era una tortura, no siempre. Teníamos mucha libertad para ser una cárcel de entretenimiento y tienda de carne fresca. Ella decía que los ingleses eran amables, la mayoría de ellos. Como el hombre que tenía frente a mí cuya identidad desconocía.

—No me toque—dije en su idioma cuando vi que quería tocarme el estómago. Se sorprendió que supiera también inglés. Bueno, sabía ocho idiomas en total.

—Tienes mi palabra, tus hermanas estarán a salvo y tú también.

Él había entendido. Lo había entendido todo.

El hombre tenía unos ojos azules que se me clavaron en el corazón. Parecía que pudieran ver a través de mí, como si supiera todo lo que había pasado y lo que tenía en mente. Sin siquiera hablar, lo supe. Pero eso no importaba en ese momento, tenía que encontrar a mis hermanas. Él parecía ser el único que podía ayudarme.

—¿Dónde estoy? – pregunté con firmeza.

El hombre no contestó, estaba ahí de pie con los brazos claramente musculosos cruzados sobre su pecho. Haciéndose millones de preguntas.

Yo también lo hacía.

Había algo extraño en esa habitación, algo que no lograba explicar. Tal vez era su presencia, ese hombre se veía como alguien que había visto demasiado en su vida. No parecía temerle a nada.

Quería parecer fuerte, quería ser valiente como mis hermanas, pero me sentía tan perdida en ese momento que no sabía cómo actuar.

Olía a durazno. Me gustaba el durazno, al menos su aroma. ¿Quién había traído duraznos? Las últimas horas pasaron frente a mis ojos. Recordé todo y supe por fin donde estaba.

Estaba perdida.

Mis hermanas. Debía buscarlas, debía subirlas a ese barco y que se marcharan lo más lejos que pudieran. Con mucho cuidado me levanté de la cama, sintiendo el ardor de mi herida en el bajo vientre, pensé que había sido mi estómago solamente. Pero la adrenalina me hizo no prestar atención demasiado en donde el maldito aquel me había hecho daño.

Caminé unos pocos pasos.

Estaba en un hospital, nunca había estado en uno antes, pero sabía cómo eran, en la televisión todos eran iguales y en la vida real parecía ser aún más frío de lo que pensaba.

Comencé a sentirme mareada, tenía mucho frío, además, pero necesitaba llegar a la puerta, en cuanto caminé hacia ella el hombre que me observaba me cortó el paso y me detuvo.

Se me quedó mirando de pies a cabeza como si fuera un bicho raro frente a él.

Y yo… no podía dejar de ver esos ojos.

Azules.

—No te haré daño—dijo levantando sus manos en rendición.

Esa voz.

Estaba hablándome en inglés.

Un perfecto acento inglés. El hombre era alto, fuerte y lleno de tatuajes. Podía ver como sobresalían de su cuello. Ahora Llevaba un suéter de cuello abajo con sus mangas remangadas un poco, por lo que podía ver su piel marcada.

Era una mala señal.

Los hombres que tenían tinta en su piel no eran de fiar. Y ahí estaba ese extraño rogándome con la mirada.

—Necesitas regresar a la cama.

Ladeé un poco la cabeza.

—¿Entiendes lo que digo? —preguntó.

Desde luego que entendía. Ya había hablado con él en el barco cuando todo se volvió negro. Me sentí más mareada todavía porque estaba muerta del miedo. Mis ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y el hombre caminó muy despacio hacia mí.

—¿Puedo acercarme? —parecía rogar— Necesito ayudarte a que regreses a la cama.

No entendía por qué me estaba hablando de esa manera. Fuerte, determinado. Pero no me estaba llamando perra o zorra como la mayoría de los hombres solía hacerlo antes en ese lugar. Antes de convertirme en la especial.

Tampoco me miraba con deseo a pesar de estar completamente desnuda debajo del extraño pedazo de tela que usaba. Por otro lado, no tenía opción. Estaba frente a la única salida de esas cuatro paredes que nos rodeaba.

¿Y si era uno de los malos? ¿Y si A lo había enviado? Había muchos fanáticos por todos lados. ¿Qué tan lejos habíamos llegado?

—¿Dónde estoy?

Se sorprendió por mi pregunta y parecía aliviado de que yo no intentara huir ahora. Al menos no por los momentos.

—Tu herida.

Seguí lo que sus ojos miraban, mi ropa y la parte baja de mi estómago. Sentí algo frío y enseguida mis manos llegaron a la tela mojada.

Sangre.

Toqué la sangre con mis manos y comencé a temblar. No me gustaba la sangre, se me daba muy mal. Era algo para lo cual no estaba preparada. Odiaba la sangre y lo que conllevaba a ella.

Era muerte. Siempre muerte.

Antes de que cayera al suelo, el hombre llegó hasta a mí y me sostuvo antes de caer. Su aroma, de inmediato se me metió debajo de mi piel y fue más embriagador todavía. Podía sentir su alimento cerca de mi rostro cuando dijo:

—Estás a salvo, no tienes por qué huir.

Y de nuevo todo oscureció.

Había sido salvada dos veces por ese hombre y parecía una dama en apuros, aunque yo de dama no tenía nada. Aunque habíamos sido entrenadas para conocer todo lo que nos pudiera rodear no sabíamos una cosa, y era en quién confiar. Solo obedecer y eso se me daba muy mal a veces.

Sabíamos cocinar.

Sabíamos usar un lavaplatos.

Una computadora.

Los libros eran para memorizarlos.

Los mapas estaban prohibidos.

Teníamos que aprender tantos idiomas como fuera posible y el alemán era el último de ellos.

Sabíamos hablar, usar palabras rebuscadas, y asentir con la cabeza cuando un hombre nos daba una orden.

Aunque se me daba mal lo de obedecer y por eso era castigada muy a menudo.

También éramos entrenadas en cosas que, en nuestro mundo, ni en ningún otro podría llamarse natural, pero es que debíamos ser buenas en todo, hasta en la cama. Porque no sabía a quién ibas a ser entregada, a nadie le gustaba regresar material dañado y mucho menos, usado.

¿Quién era yo?

Una de esas chicas, llevaba en ese lugar muchos años, desde que nací. Nadie, pero nadie era digno de mí. Me había convertido en un ejemplo para todas las chicas que llegaban. Pronto iba a tener un dueño. Por el cual había nacido y era tan especial como yo.

Las otras, tenían una cifra. La mayoría pagaban diez veces más. Era suficiente para seguir reclutando a las chicas. Pero mi precio, no entendía por qué mi precio era tan alto. Y casi ninguno era digno de mí, eso decía él.

Quien se creía mi dueño. Él. Mi oscuridad.

Así era como lo llamaba en mis pesadillas. Esto era una pesadilla.

Él era malo.

Él era despiadado.

Él era horrendo.

Él era mi pesadilla todas las noches.

Él era mi captor.

Él era por quien había decidido a sacar mis hermanas de ese lugar. Una vez comprendí para qué éramos entrenadas, y lo que pasaba si no eras especial lo que me hizo correr.

Asylum era una pesadilla. Era el infierno.

Te llevaban al paraíso y si eso no ocurría tenías otro destino, uno peor. te ibas de un infierno para irte a algo peor. Me habían lavado el cerebro de una forma que pensé era normal, crecer en un lugar como ese. El lugar donde albergaba niñas de doce meses a mujeres no más de veinticinco. Ese lugar era Asylum, donde de refugio no tenía nada. Era una jaula de oro, llena de poder, belleza y mucha oscuridad. Yo era la que reinaba ese lugar, yo era la que iba a destruirlo algún día.

De pronto ya no sentía frío. Me imaginé estar en mi habitación. Era hermosa y grande. Tenía todo lo que pudiera imaginar. Desde libros, pinturas a medio terminar, ropa hermosa, maquillaje caro y desde luego, mis hermanas conmigo.

Mi cuerpo comenzó a sentirse pesado, incluso para mí que apenas y pesaba unos cincuenta y cinco kilos. No era tan alta, tenía el pelo castaño casi negro y mis ojos eran verdes como las hojas de los árboles a veces grises. Mi voz era fuerte y no suave como la de una chica normal, eso quedaba bien con mi temperamento.

Me gustaba pelear y la música fuerte.

Me gustaba ser divertida y hacer reír a la gente. Muchas de las chicas decían que era como su hermana mayor y otras como su madre. Eso era demasiado para asimilar. Porque ahora me sentía mal por haberlas dejado. Cuando descubrí lo que realmente era ese lugar quise huir enseguida. Y ahora que lo había logrado, todo era tan irreal. Solo quería morir.

El hombre inglés estaba frente a mí, sentado en una silla y tenía algo en su mano, un teléfono celular. Los había visto en algunas revistas y en la televisión. Nadie tenía permitido tener uno en A.

Me preguntaba si él estaba viendo las noticias o solamente jugando algo en él. No sabía en realidad si ese era otro uso que se le daba aparte de comunicarte a larga distancia. No sé por qué, pero quise tener uno para arrojárselo a la cabeza en estos momentos.

Tenía manos grandes y su piel era hermosa a pesar de haberla marcado con tinta. Me preguntaba qué tipo de marcas tenia. La gente solía hacerlo con algún significado.

Era fuerte, muy fuerte y bastante alto, medía dos metros o más, me sentí diminuta cuando me cargó en sus brazos.

Yo jamás marcaría mi cuerpo de esa forma, pensé.

Su cabello era algo corto y tenía barba, una muy esponjosa del mismo color de su cabello casi rubio. Si me hubiese conocido en A le habría tenido miedo. Pero en cambio, no vi que tuviera cerca de él algún tipo de látigo o un arma con la cual reprenderme. ¿Quién era en realidad él? ¿Y por qué me miraba de esa forma?

—¿Quién es usted? —quise saber.

Se quedó inmóvil ante mi pregunta y volvió a mirarme. Esta vez dejó el objeto de sus manos al lado de él sobre la mesa y cruzó sus brazos frente a su pecho. De inmediato vi cómo se le marcaban sus músculos. Ahora estaba más serio, ya no se veía preocupado. Por alguna razón ya no era tan amigable.

—¿Sabes dónde estás?

—No.

Hubo un poco de silencio. Antes de que respondiera.

—Estás en Reino Unido.

Imposible.

Dado su acento, me imaginé que era británico, pero había gente británica por todos lados. Reino Unido no estaba tan lejos de Alemania. Lo sabía porque escondía un mapa dibujado debajo de mi cama. A pesar de tener acceso a computadoras, tenías restringido ciertas cosas. Pero había encontrado un perfecto mapa y muchas cosas más en páginas educativas de niños, después de todo en A no había guardianes tan listos.

—¿Dónde están mis hermanas?

Levantó una ceja confundido.

No iba a explicarle que eran mis amigas, eran mis hermanas. Las quería demasiado. Así que eso eran.

—Están bien.

—¿Por qué no puedo creerle? Se supone que íbamos a América. ¿Por qué estoy acá? ¿Dónde está el barco?

Me dolía la cabeza. Me llevé las manos a la cabeza. Agua, necesitaba agua. Pero no iba a pedírsela. No confiaba en ese hombre. Por muy hermoso que se mirara, era una trampa todo aquello.

—Debes descansar. Podemos hablar de todo esto cuando te sientas mejor. Tus… hermanas están en un lugar seguro.

—Quiero irme, necesito llegar a América cuanto antes.

Se levantó y se acercó al pie de la cama. No me quitaba los ojos de encima y de pronto la habitación se volvió demasiado pequeña para los dos. Este hombre había salvado mi vida y ahí estaba yo gritándole, que me dejara ir.

Modales, Selene.

—¿Cómo te llamas?

—Selene.

—Selene—pronunció y me gustó como mi nombre se escuchaba cuando lo decía—¿Tienes algún apellido, Selene?

Apellido.

Todas éramos belladonas, del uno al mil. Yo era la belladona número uno. Pero eso, no era ningún apellido. Así que no supe qué decir.

—¿De dónde venía tu barco?

No podía decírselo. No exactamente.

—Alemania.

—¿Dónde? —preguntó serio—No hagas que me repita, por favor.

Dios, esa voz, esa forma de exigir me gustaba de alguna manera, no le tenía miedo, pero tampoco confiaba en él.

—No lo sé.

Miré hacia otra dirección. Me estaba poniendo nerviosa. Esto era lo que llamaban un interrogatorio. Y para ello, necesitabas una especie de abogado. Así que se me ocurrió tener uno.

—Sí va a interrogarme necesito un abogado.

Levantó sus cejas sorprendido y vi que la comisura de su boca se levantaba un poco. ¿Acaso estaba burlándose de mí?

—Pareces lista, pero no tanto. —comenzó a decir cuando se acercaba un poco más al otro extremo de la cama. —Te diré esto: el barco en el que venías con tus hermanas era de trata de blancas que cruzó fronteras peligrosas. Ni siquiera era un barco decente y no entiendo cómo pudieron sobrevivir todo ese tiempo ahí y en tu estado. Francia no detectó el barco, pero nosotros sí. Y los detuvimos, el hombre al que seguramente le pagaste miles de libras, huyó y dejó el barco abandonado a la deriva, quien sabe qué hubiera pasado si nosotros no lo hubiésemos encontrado.

—¿Trata de blancas?

Me miró con extrañeza. Sabía muchas cosas, pero no todo. Y definitivamente no sabía lo que era algo como trata de blancas. Me sentí demasiado estúpida al respecto porque sabía que era algo importante que debía saber.

—Iban a ser vendidas—su tono de voz cambió como si le repudiara explicármelo—significa que iban a correr un terrible peligro, lo que les esperaba. Desde ser violadas, mutiladas, sometidas a dios sabe qué aparte de prostitución, secuestro y peor, robar sus órganos, la muerte.

Todo eso sonaba muy mal. Y quise llorar por lo que ese hombre estaba diciéndome. Todo esto era una pesadilla. Quería estar muerta, no me importaba más nada que saber si mis hermanas estaban a salvo.

—Dice que mis hermanas están a salvo.

—Lo están.

—Entonces quiero morir—eso lo tomo por sorpresa y vi como aclaraba su garganta. —hice esto por ellas y solamente yo salí herida, es una señal de la vida. Yo merezco morir. Y puedo aceptarlo, para esto está aquí ¿No?

Limpiaba mis lágrimas con mis manos sin dejar de mirarlo. Lo que vi en sus ojos no podía descifrarlo, pero de pronto su mirada se suavizó. Y hasta pensé que podría estar triste. Yo lo estaba, pero yo no lo conocía de nada así que no sabía por qué estaba triste.

—Me llamó Kent—me tendió la mano. Tenía una gran mano frente a mí. Limpia y olía a él—Mucho gusto, Selene.

No teníamos permitido tocar a otros hombres. No de esa forma. Cero contacto. Así que miré hacia otro lugar.

—Perdona, no quise ponerte incómoda.

—No lo hace, es solamente que no tenemos permitido tocar a ningún hombre…

Me callé cuando era demasiado tarde. Ya había abierto mi boca. Y de pronto sus ojos chocaron con los míos.

—¿Qué mierda dijiste?

Hasta enfadado lucía bien.

—Nada, no he dicho nada.

Se hizo silencio por un largo rato, solo dios sabía lo que Kent estaba pensando, yo solo pensaba en una cosa. En la forma en cómo me miraba.

—¿Quieres ver a tus hermanas?

Dije que sí con un movimiento de cabeza.

—Entonces, Selene. De ahora en adelante tendrás que confiar en mí. Sé que no tienes motivos suficientes para hacerlo. No me conoces y estás aquí en un hospital y frente a ti a un hombre que no conoces de nada. Pero déjame decirte algo—sentí que lo que iba a decir no lo iba a olvidar nunca—siempre que estés cerca de mí, estarás a salvo. Y te protegeré con mi vida, es lo que hago. Cuidar de la gente. ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Es policía?

Hizo una mueca parecida a una pequeña sonrisa. Y negó.

—Soy algo mejor que un policía. Protejo a personas como tú y tus hermanas.

—¿Personas como nosotras?

—Selene, tus hermanas y tú han estado en cautiverio sin ni siquiera saberlo. Ellas no lo entienden, ¿Desde cuándo lo sabes tú? ¿Es por eso que has huido?

Cerré mis ojos. No quería seguir hablando de eso. Cautiverio. Sonaba tan mal. En A no nos trataban mal, no siempre. Se supone que en cautiverio la gente muere de hambre y sufre maltrato. Nosotras no sufríamos de hambre, teníamos todas las comodidades posibles y éramos premiadas si hacíamos las cosas bien. Castigadas si hacíamos las cosas mal, ¿No era así como funcionaba la vida? Ahora no sabía nada, y tampoco quería saberlo. Iba a cerrar mis ojos por ahora. Quizá era una pesadilla y pronto despertaría en mi habitación. Escuchando música a todo volumen sin importar nada. Solamente quería que el dolor se fuera. Así que eso hice, cerré mis ojos e hice lo que siempre hacía cuando los castigos ocurrían, cuando algunas clases eran dolorosas. Cerraba mis ojos e imaginaba que estaba en otro lugar.

No tenía mi reproductor de música conmigo, siempre funcionaba, la música me ayudaba.

Quería estar en otro lugar, pero siempre esos ojos azules seguían apareciendo.

2

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