Corrompida - Kris Buendia - E-Book

Corrompida E-Book

Kris Buendía

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Princesa corrompida: Lo vi crecer y se convirtió en algo oscuro, en algo que decían que era diabólico. Lo que el mundo no sabía era que me gustaba entonces más. No es como un príncipe azul ni mucho menos. Todo lo que él toca es pecado y todo lo que yo sé es que he estado enamorada de él desde que éramos unos niños. Pero él se marchó y desde entonces me convertí en humo. Ahora ha regresado. Sé que me necesita, siempre me necesitó. A la luz del día es hueso y cicatrices, en la oscuridad me dice que estoy corrompida por él. Pero se equivoca. Todavía podemos destruirnos. ¿Finalmente dejaré que me quite las capas de perfección para llegar a mi alma podrida y marchita? Tal vez. Idiota: Dicen que está corrompida, espero que por mí. La amé desde niño y rompió mi corazón, ahora yo la romperé a ella.

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Copyright © 2022 Kris Buendia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

1ra Edición, noviembre 2022.

Título Original:

CORROMPIDA ISBN Digital: 979-8-88862-417-3

Diseño y Portada: @Kstudioink

Fotografía: Shutterstock.

Maquetación: Sam Flowers.

Corrección: K studio.

CORROMPIDA

Kris Buendia

OTRAS OBRAS

Serie La Profesional

Incitación

Fascinación

Redención

El regalo perfecto

La Misión Ivanovic

El Imperio Ivanovic

Seducida

Atrapada

Engel

El amor me ha estafado

SERIE QUÉDATE CONMIGO

Quédate conmigo

Quédate conmigo no te vayas

Quédate conmigo siempre

Quédate, pequeña mía

Serie Dulce encuentro

Paraíso

Infierno

Perdón

Amarga Inocencia

El malo

El malo la historia de lucifer

BILOGÍAS

Arte y placer

Arte y venganza

Arráncame el corazón

Arráncame el alma

Nunca me dejes de amar

Nunca me dejes ir

Trilogía

Una criminal culpable

Una criminal liberada

Una criminal engañada

Independientes

Corrompida

La mansión

Mis amores

C de cenicienta

B de bella

No te escondo nada

Dulce perdición

Blue jeans

Alguien más

Confesión

No me mires así, nena

Inalcanzable

Una novia

Audiolibros:

Trilogía Quédate conmigo

Trilogía La Profesional

Engel

La Mansión

Bilogía Ivanovic

Bilogía Arráncame el corazón

C de cenicienta

Querido lector,

Si te gusta el amor en los libros, tienes que saber que cuando hay amor, también hay dolor. Como en este libro. Y si te gustan los idiotas también, conocerás a Cole cuya idiotez, enamora. Aunque no siempre.

De todas maneras, este libro puede que sea para ti, o no. Pero te aseguro que no saldrás ilesx después de que lo leas. Ten cuidado con las escenas calientes y donde ser un idiota, puede doler… a veces, demasiado.

Aquí encontrarás escenas dolorosas y secretos sucios.

Lee bajo tu propio riesgo.

Amé la palabra Corrompida desde que la leí por primera vez, y estos son algunos de sus significados:

corrompido, da Del part. de corromper.

Del lat. corrumpĕre.

Alterar y trastrocar la forma de algo.

Echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo.

Pervertir a alguien.

Con amor,

Kris.

PLAYLIST

Hands – Seeva

Without you – Hinder

Champagne – Lia Marie Johnson

Too Close to comfort – Mcfly

Carry you – Rueele ft Fleurie

Go away – Tate Mcrae

Space bound – Eminem

Hate myself – Tate Mcrae

Drugs – 12 AM

Mad World – 2WEI

Buzzcut season – Lorde

Hurts so good – Astrid S

Drunk In Love – Beyonce

Love in the dark - Adele

Prometo destruirte en la oscuridad.

Princesa corrompida:

Lo vi crecer y se convirtió en algo oscuro, en algo que decían que era diabólico.

Lo que el mundo no sabía era que me gustaba entonces más.

No es como un príncipe azul ni mucho menos. Todo lo que él toca es pecado y todo lo que yo sé es que he estado enamorada de él desde que éramos unos niños.

Pero él se marchó y desde entonces me convertí en humo.

Ahora ha regresado.

Sé que me necesita, siempre me necesitó. A la luz del día es hueso y cicatrices, en la oscuridad me dice que estoy corrompida por él.

Pero se equivoca. Todavía podemos destruirnos.

¿Finalmente dejaré que me quite las capas de perfección para llegar a mi alma podrida y marchita?

Tal vez.

Idiota:

Dicen que está corrompida, espero que por mí.

La amé desde niño y rompió mi corazón, ahora yo la romperé a ella.

Prólogo

—Dime que me necesitas—me rogaba a punto de llorar—di malditamente que me necesitas, o me iré y no volverás a saber nada de mí.

Si tan solo él supiera que lo estaba protegiendo, protegiéndolo de mí, de mis padres, de los suyos…de... Él ya había sufrido demasiado, no tenía por qué sufrir ahora por el error de algunas personas que deciden ser malas, apenas éramos unos niños.

Te amo, quise decir. Pero las palabras no salían de mi boca. Quise decirle muchas cosas, pero la forma en cómo se miraba ahí de pie con su cabello mojado, su ropa empapada también y sus labios pálidos en línea recta, rogando porque dijera algo. Pero no pude, no podía.

Estaba haciendo esto por él, por nosotros. Aunque él no lo pudiera entender, era mejor así.

—Asa…

—¡Dilo! —podía sentir la desesperación en su voz. Asa Cole era un chico con poca paciencia, fuerte y agresivo cuando debía serlo. Era su fachada, una que había dejado caer cuando estaba conmigo.

—Ve a casa—rogué a punto de llorar.

—Mírame a la puta cara, y dilo ¿Por qué estás a punto de llorar? ¿¡Por qué mientes!?

Me conocía tan bien. Así que me armé de valor para verlo y que no pudiera leer nada en mí más que desprecio. Había aprendido a fingir muchas cosas gracias a él. Por primera vez, el alumno superaba a su maestro, yo era una buena alumna y él era el maestro a quien yo amaba con locura.

—Ve a casa—volví a decir.

Entonces vi caer una lágrima de sus ojos y eso me rompió porque lo estaba lastimando y sabía que no había marcha atrás.

—Tú… tú eres mi lugar seguro.

—Lo siento.

—No lo sientes—se limpió con brusquedad las lágrimas—no volverás a saber de mí.

—De acuerdo.

Mi frialdad lo estaba lastimando. Quería gritarle que estaba haciendo todo esto por él, por nosotros. Para protegerlo, pero también si le decía algo corríamos peligro, él más que yo y primero muerta a perder a Cole de esa manera. No podía permitirlo y si debía renunciar a su amor para verlo vivir, lo haría una y mil veces sin pensarlo.

—¿A quién proteges?

A ti. —A nadie. Solo ve a casa, Asa. Sólo olvídalo.

—¿Lo harás tú? ¿Olvidarme?

Asentí.

—Espero hacerlo.

Le había roto el corazón, y sabía que algún día él iba a romperme también a mí. Aunque yo, ya estaba rota.

UNO

COLE

Conduje como un maldito desquiciado hasta que la luz de la gasolina se encendió en mi Harley. Estaba lejos de casa, lejos de todo lo que había construido. Malditamente no estaba huyendo, solo necesitaba un momento para respirar, aunque ese momento se volvió horas levantando polvo en la carretera.

Había conducido por seis horas sin parar para llegar a Colorado donde vivía mi madre con su nuevo esposo. Al menos ella parecía tener una vida.

Cuando me sacó mi padre de casa, me fui a Washington con mi padre quien se había quedado conmigo como si hubiera ganado la maldita lotería. Me había separado de mi madre gracias a sus influencias desde que cumplí los quince. Y desde ese entonces nada ni yo volvimos a ser los mismos.

Seattle estaba a dieciocho horas de distancia en auto, pero mi moto era veloz, no quería comprarme un boleto de avión porque no encontré mi maldito pasaporte. Viví en una casa de cristal, literalmente era toda de paredes de cristal de cuatro pisos, donde el alcohol, las drogas y las mujeres estaban por doquier. Ni siquiera puedo pensar en cómo perdí lo que quedaba de niño de mí gracias a las putas de mi padre.

Me detuve en Junos. No podía creer que de todos los malditos lugares me detuviera en este. El lugar no había cambiado nada, era casi moderno, era lo mínimo que se podían permitir, al menos no estaban en la maldita quiebra, y eso era algo bueno. Era mi lugar favorito cuando crecí ahí, ahora era solamente humo de lo que era.

Aparqué la moto frente a la puerta, me importaba una mierda y vi algunos chicos afuera que se quedaron observando mi moto personalizada.

Le lancé un billete de cincuenta dólares a uno de ellos.

—Límpiala y cuídala, es mi bebé—le dije y ellos sonrieron, poniéndose manos a la obra.

Como me gustaba.

Entré al café, sintiendo el viejo olor a café y pastel de calabaza, el estómago me hizo tregua, había olvidado por completo ese aroma. Lo que hizo que se me revolviera el estómago al mismo tiempo. Me senté en una de las mesas del fondo y enseguida una chica un poco menor que yo puso una taza de café frente a mí.

Agradecí por lo bajo.

—¿Qué te sirvo, guapo?

¿Guapo?

Ni siquiera me molesté en verla a la cara, no me interesaba conocerla, no era la persona que me imaginé encontrar aquí.

A lo mejor ella sí tuvo éxito lejos de aquí. Dijo la jodida voz en mi cabeza.

A lo mejor no. Esperaba que no. Malditamente no, ella no se lo merecía, después de haber jodido lo poco bueno que quedaba de mí.

—Solo café, me iré pronto.

Parece que no estuvo de acuerdo. Porque se quedó esperando si cambiaba de opinión. Me obligué a verla a la cara. Era una chica joven de cabello castaño casi rubio, la reconocí enseguida por la cicatriz en su ceja derecha.

Era su hermana menor.

Hacía ocho años que no me miraba, era imposible me reconociera, ella debió tener unos ocho años cuando me fui de aquí.

—Tenemos la mejor tarta de calabaza, si te quedas, la casa invita.

—Lo que sea para que me dejes solo, niña.

Le arrojé un billete de diez dólares. Era el café más caro que me había tomado. De hecho, estaba horrible, casi escupí la mesa cuando le di el primer sorbo.

Para ese entonces la chica había desaparecido. Sonya. Ese era su nombre. Me preguntaba cómo había terminado ella en el café, recordaba cuando su hermana también hacía turnos en este café mientras metía mi lengua dentro de su boca en uno de los baños de atrás.

Maldición.

Me levanté cuando miré mi moto completamente brillante afuera cuando alguien me arrojó el billete de diez dólares de nuevo, cayendo en mi regazo.

—El café es gratis si te quedas a comer. Como no has pedido nada, te devuelvo tu billete.

Esa voz.

Mire la punta de sus zapatos. Eran unos vans blancos con dibujos de calaveras hechas a mano. Conocía bien esa paleta de colores y cada línea trazada.

Todavía estaba aquí, en esta maldita ciudad. En este maldito café familiar. Frente a mí. Después de tantos años.

Levanté mi cara para verla y sus ojos se abrieron como platos.

Ella sí me reconocía. ¿Cómo no iba hacerlo? Ella había jodido todo y yo la había jodido también.

Tenía el cabello más rubio, un poco más abajo de los hombros, lo llevaba suelto en perfectas ondas doradas. Tenía los labios pintados de un color rosa pálido y sus ojos eran de un ámbar embriagador.

El uniforme le quedaba bien. Usaban falda corta púrpura y medias negras con camisa de botones. Botones que no le hacían justicia por su abultado escote.

Mierda. Ella era lo más cercano a una puta diosa griega y había sido mía hasta que me rompió los huesos, el alma y el corazón si tuviera huesos al mismo tiempo.

La odiaba.

—Cole.

Jadeó mi nombre.

En cambio, yo me levanté y quedé frente a ella. Su rostro llegaba a mi pecho. Mi chaqueta de cuero apenas y rodaba sus hombros. Sus mejillas estaban ya rojas, típico de Sophia, jugar a ser la chica buena, pero en realidad era mala. Muy mala.

—¿Estás follando con otro?—le pregunté hace ocho años atrás.

Ella puso cara de culpable. No parecía arrepentida. Y asintió con la cabeza.

Me importaba una mierda con quién estuviera follando. Ella era mía desde que teníamos seis años. Pero el hecho del engaño no era todo, ella estaba rota. Había algo más que nunca me pudo decir. La odié más todavía y fue cuando acepté irme con mi padre.

—Parece que necesitas malditamente salir corriendo—señalé con mi mano la puerta—Puedes hacerlo. Pero pensándolo bien, creo que fue un error parar acá. El café es una mierda.

No me importaba ser grosero con ella. Ella sabía muy bien que no era ningún tipo dulce. No lo era antes y ahora tampoco.

Recogí de nuevo el billete de diez dólares del suelo y los metí dentro de la bolsa de su delantal. Ella mirando cada movimiento que hacía sin decir nada.

¿Por qué mierdas no decía nada?

La dejé ahí de pie y me subí a la moto. No sin antes encender un porro y dejar una gran nube espesa detrás de mí.

Dejé la moto en el garaje que estaba abierto y sentí cómo mi espalda crujía a través del frío y por estar en la misma posición por horas, sentí mis manos entumidas y mi cara ardía como el fuego, necesitaba una ducha, dormir y comer. En ese maldito orden.

Un ruido frente a la casa de mi madre llamó mi atención. La casa de los Gómez seguía intacta, nueva pintura como de un catálogo salido de Ikea y flores perfectas que adornaban alrededor del porche. Nada había cambiado demasiado, solamente Sophia, malditamente ella había crecido. Mucho.

Era la misma chica caliente calienta pollas. La misma que me jodió y que me aseguré de joder también.

Mi corazón se detuvo en un segundo y regresé hace ocho años, en esa misma entrada la dejaba todas las noches. Ahí fue mi primer beso, nuestro, primer beso. Y la última vez donde la vi.

Hace un rato estaba en el café, pero ya no usaba el uniforme. La recordé cómo lucía desnuda.

Arrojé esos pensamientos a un lado, no merecía tenerlos. Yo la había cagado en grande.

Parecía discutir con un chico frente a su casa, llevaba pantalones cortos y una camisa dos tallas más pequeñas que ella ahora, seguramente su turno en el café había terminado, tenía el cabello rubio revuelto y estaba descalza como si hubiera salido con prisas. Miré la hora en el reloj de mi muñeca. Las siete ¿Qué no debería de estar en la escuela o algo?

Universidad quizás. ¿No había ido a una universidad lejos? ¿Artes? Siempre me parecía una chica artista además de una princesa, a pesar de que sus padres eran emigrantes se habían dispuesto a dejar sus raíces atrás y cumplir su sueño americano. Sophia era una niña prodigio, la primera en la clase, la primera en este maldito pueblo, la primera de la cual me había enamorado y vuelto loco.

—¡Te he dicho que vengas conmigo! —escuché que el sujeto le hablaba como si fuera de su propiedad. Odiaba esa mierda, odiaba que alguien se atreviera a ver a los demás de esa manera, como si fuesen su propiedad.

Inmediatamente mis manos se hicieron un puño al lado de mi cuerpo y crucé la calle haciendo frenar una camioneta a mi paso.

No era mi maldito problema. Joder, no lo era. Pero nadie se atrevería a lastimarla. Solo yo.

—¡Estás loco! —la mujer gritó mientras hacía sonar el claxon de su vieja camioneta. La miré de soslayo e ignoré por completo su comentario. Sí estaba loco, pero no iba a decírselo.

Cuando llegué donde estaba Sophia y el idiota abusivo que tenia de frente llamé su atención.

—¿Qué mierda sucede aquí? —pregunté directamente a ella. Se relamió los labios y sentí una sacudida no solo en mi pecho por lo hermosa que se veía aun de cerca sin llevar su jodido uniforme.

Si no por la forma extraña en cómo me miraba.

Parecía que iba a desmayarse.

Joder.

—Te he hecho una pregunta. ¿Está todo bien?

Ella parpadeó y vi cómo se sonrojaba.

—Ella está hablando conmigo, soy su novio ¿Y tú eres?

Vi al idiota de su novio y mascullé:

—¿Responderás por ella?

El idiota no era más alto que yo, parecía un maldito atleta o algo parecido por la forma de sus hombros y la chaqueta universitaria de Denver, entonces sí eran universitarios o una mierda parecida.

—Estoy bien—respondió rápidamente—es una discusión tonta, no te metas.

Mis ojos no se quitaban de los de su novio, quien ahora estaba por salir corriendo. Era un tipo repugnante, lo podía sentir. ¿Qué hace Sophia con este tipo? Ni siquiera me molesté en imaginármelo. Estaba perdiendo mi tiempo nada más.

—No me meto, pero nadie jode lo que me gusta joder—dije con desdén.

Escuché como Sophia dejaba de respirar ante mi amenaza.

—Joder, es el desvelo. Estoy jugando contigo—dije al fin. Para ablandar un poco las cosas, ni siquiera me conocían y ya estaba empezando a dejar amenazas, no era lo que necesitaba en ese momento.

—Soy Asa Prince—le tendí la mano al tipo—Acabo de llegar, ni siquiera sé si mi madre está en casa.

El tipo se lo pensó dos veces, sabía que podía entender que la amenaza había sido en serio, de otra manera no hubiese tomado mi mano para dejar algo claro.

Era su maldito novio, y sí era un abusivo.

—Edward.

¿Era en serio? El tipo sí tenía parecido al maldito Edward Cullen debía admitir. De nuevo ¿Qué demonios hacía Sophia con este tipo?

—La señora Hahn da clases ahora en la universidad, debe estar ahí en este momento.

Regresé la mirada de nuevo hacia Sophia. Joder. Volvía a sonrojarse ¿Acaso era el frío? ¿Por qué me miraba de esa manera?

—Será mejor que entres, podrías resfriarte—miré sobre su camisa y pude ver sus pezones asomarse.

Joder.

Ella abrió sus ojos como platos y asintió por un segundo antes de caminar hacia su casa de nuevo, dejándonos a Edward y a mí ahí.

—No eres mi padre, Asa. Ya tengo uno. Iré adentro no porque me lo pides, sino porque voy tarde a clases.

Ella sabía que odiaba que me llamara por mi primer nombre. Era así como se llamaba mi padre también.

Quería reírme, de su valentía por hablarme así, por otro lado, le daba un poco de crédito, pero se esfumaba por dejar que el idiota al lado mío la tomara de esa manera.

—Y tú—señaló a Edward—no eres mi novio. No sé de donde ha venido eso.

—Yo…

Mierda. Ni siquiera me molesté en escuchar la protesta de ese perdedor, crucé de nuevo la calle para buscar la llave de repuesto que mi madre guardaba debajo de la alfombra en la entrada y la encontré sucia y fría por el pavimento.

Miré hacia atrás y no había rastro de Sophia ni de su no-novio. ¿En qué demonios estaba pensando cuando decidí cruzar la calle? No sabía nada de ellos. ¿Y si hubiera golpeado al tipo? Me debía mantener bajo perfil si no quería que mi padre me encontrara en este lado de la ciudad.

Era el último lugar en el que me buscaría porque sabía que era el primer lugar donde me escondería. Inteligente. ¿O estúpido? De cualquier manera, ya estaba ahí y no me iría, estaba seguro que mi madre estaría feliz de verme.

Pero mi excusa por regresar no era solamente porque estaba huyendo de mi padre o tomando un respiro. Después de saber la clase de negocios en los que estaba metido quería respuestas y esas eran pruebas para acabar con él.

Quería joder mi empresa. Quería joder por lo que tanto había trabajado. Mi éxito y mi dinero no era gracias a él y lo sabía. Había dejado a cargo a mi mejor amigo, Eric. Era mi mano derecha y socio de LegalAd. Mi empresa era la mejor en negocios de publicidad. Así que le dije a Eric que necesitaba un respiro, necesitaba buscar una pausa.

Y ahí estaba.

Y en lo único que pensé fue en mi madre y… Sophia. Ella lo había jodido todo. Si ella me hubiera pedido quedarme, si ella no hubiese follado con alguien más quizás mi vida no se hubiera convertido en un infierno.

Nunca estuve preparado para sentir lo que en esos momentos sentía cuando la vi. Ahí de pie, estaba mayor. Ya no era una niña, yo tampoco lo era.

Había perdido la cuenta de cuantas mujeres habían estado en mi cama todo ese tiempo y nunca la busqué.

La frase correcta era: Lo hice para protegerte de mi padre. Amenazó con destruir a la familia Gómez y sin más, me estaba marchando con él con el único objetivo de lastimar a mi madre.

Pero después estaba queriendo proteger a la chica que terminó lastimándome.

Sophia no merecía sonreírme de la manera en que lo había hecho. Habían pasado ocho años, por lo que sabía, aún vivía con sus padres, lo que era extraño. Aún estaba en esta maldita ciudad fantasma, no pensé encontrarla acá así tan fácil, pero la vida me estaba jugando algo muy turbio.

Algo no estaba bien.

Di un vistazo por la casa, era más grande de lo que se miraba por fuera, siempre me pareció acogedora, además, mi madre además de ser profesora, era una increíble decoradora de interiores, por lo que siempre ibas a ver el lugar impecable.

Me detuve a ver las fotografías donde salía mi madre con su nuevo marido. Solamente había convivido con ellos el año en que mi madre se volvió a casar con él. Ed, con una D. era un ingeniero aeronáutico retirado que ahora era consejero o algo así, no sabía dónde trabajaba, ni siquiera sabía dónde trabajaba mi madre. Siempre supe que era profesora, pero mi padre nunca la había dejado trabajar de verdad en lo que quería.

Universidad de Denver, había dicho Sophia. Seguramente ella sabía más de mi madre que yo. ¿Podía ser más patético?

Mi madre se miraba feliz en las fotografías, había un viaje a las cataratas del Niágara y Brasil. Les gustaba viajar en pareja. No tenían hijos, eran demasiado viejos. Me preguntaba si alguna vez mi madre pensaba en adoptar. Pero supongo que haber perdido mi custodia por completo la había hecho odiar volver a ser madre.

Ahora yo tenía veinticuatro, una empresa exitosa y una sucursal nueva que apertura en la maldita ciudad en la que crecí con la excusa de acercarme a mi madre. Necesitaba sacar a mi padre del medio y encontrar lo que por mucho tiempo él ha andado buscando. Pruebas. Hasta tener el valor de poder denunciarlo. Pero necesitaba pruebas. Y no sabía por dónde comenzar a buscar.

Mis ojos estaban cerrándose ante las fotografías familiares de Laura y Ed, Laura así se llamaba mi madre, pero la odiaba un poco, por no haber un luchado un poco más por mí, y la amaba porque siempre había sido buena conmigo por otro lado. Tenía esta guerra interior entre ser el buen hijo que mi madre pensaba que era, y el hijo de puta que mi padre había criado durante los últimos ocho años. Algo de él tenía que tener, me preguntaba si algo estaba mal conmigo, por ser su hijo.

Arrojé esos pensamientos a un lado y subí el segundo piso para encontrarme con el baño. Me metí a la ducha completamente desnudo mientras miraba como mis huesos y mi piel volvían a ser uno solo. Los mechones de cabello entraban casi a mis ojos. Tomé el gel de baño de lavanda que a mi madre le gustaba usar y viejos recuerdos vinieron a mi mente.

Lavanda.

Así olía la cama de Sophia cuando entraba por su ventana a media noche y me acostaba a su lado, me gustaba verla dormir. Tenía diez. No sé por qué lo hacía, ni siquiera me caía bien, pero ella por alguna razón me daba tranquilidad. Era mi escondite cuando mi padre nos golpeaba a mi madre y a mí. No fue hasta que mi madre puso una orden contra mi padre después del divorcio que todo comenzó.

Mi padre por lastimarla sobornó a muchos abogados, entre ellos fiscales y hasta el mismo juez para quedarse conmigo.

Ni siquiera me quería el maldito, solamente quería lastimar a mi madre.

Nunca pude preguntar el por qué, nunca pude quejarme, nunca pude hacer nada. Solamente me convertí en la versión oscura de Asa Cole Prince cuyo padre era un hijo de puta y una madre sumisa que le gustaba la decoración de interiores y gel de lavanda.

Tomé una toalla y me dirigí a mi vieja habitación. El corazón me dio un vuelvo cuando vi mi habitación completamente limpia, los posters de Friends habían desaparecido, ahora había cuadros de autos y motocicletas.

¿Mi madre había remodelado mi habitación según la edad que tenía? Se me hizo un nudo en el estómago si eso fuera posible. Revisé el closet y había ropa grande de una persona de mi edad. Chaquetas de cuero, sudaderas, pantalones y zapatos y tenis de marcas costosas.

—¿Qué mierda…

—Casi pongo un tiro en tu cabeza, hijo—escuché la voz de un hombre detrás de mí. Sostuve con fuerza mi toalla de baño alrededor de mi cintura y me aparté el pelo de la cara.

—Ed. —dije.

—No apagaste la alarma, es la fecha de tu cumpleaños—reveló—. Estaba en el cobertizo cuando escuché la alerta en el teléfono. ¿Estás bien?

No podía decir nada. Mierda. ¿Qué iba a decir? No había avisado a nadie que vendría, seguramente no me esperaban. De hecho, había sido un error.

—Yo…

Ed bajó el arma de paintball al suelo y se acercó al closet.

—Tu madre ha cambiado tu cuarto, decoración y ropa según ibas creciendo. Creo que siempre supo que vendrías a casa. —dijo Ed buscando unos pantalones vaqueros oscuro y un suéter blanco de Hugo Boss, también una chaqueta y unos converse de mi talla.

Dios, era tan raro todo aquello.

—Creo que te quedarán bien—dijo—hay ropa interior en el cajón, bóxer de hombre desde luego ¿O eres un chico con speedo ahora?

—No, señor.

—De acuerdo—me dio una palmada en el hombro—estaré abajo, cámbiate y duerme un poco, pareces cansado. Cocinaré algo para ti y tu madre. Ella viene siempre a almorzar a casa, le dará gusto verte.

—Gracias—dije, pero Ed ya había cerrado la puerta.

Me senté en la orilla de la cama, analizando el por qué estaba ahí. No tenía donde ir. Aunque sí tenía, pero me sentía un adolescente quebrado y no solamente de dinero. Me quedé analizando las paredes a mi alrededor y pensé en el dolor de mi madre haciendo esto cada cinco años. Cambiándolo todo por mi regreso.

El dinero nunca fue un problema para mí, ni siquiera para mi madre, pero ella aun así no luchó lo suficiente por mí. Y aquí estaba, en la habitación que ella había preparado para mí y que lo había estado haciendo sabrá Dios desde hace cuánto tiempo con la esperanza de que yo regresara.

No necesitaba esta mierda, no necesitaba fingir que todo estaba bien y que ahora seríamos una familia disfuncionalmente feliz.

Ni siquiera necesitaba proteger a Sophia de su no-novio. ¿Qué mierda hacia ahí? ¿Por qué la gasolina se acabó antes y no después? ¿Por qué Colorado?

Odiaba toda la situación, me sentía como un maldito adolescente perdido. Pero no lo era, al menos no un adolescente. ¿Perdido? Supongo que todos estamos perdidos de alguna manera, pero no todos tenemos el valor de reconocerlo.

¿Qué pensaría Laura al verme?

¿Qué le diría?

Me dejé caer y mi espalda se sintió bien al sentir el colchón frío debajo de mí. Mis ojos se cerraron, por más que intenté mantenerme despierto, el aroma a lavanda era demasiado confortante para mí.

Sophia, ella había crecido, como yo. ¿Qué más había en Colorado? ¿De qué más me había perdido?

Abrí mis ojos cuando el aroma a tocino llegó a mi nariz. Me di cuenta que aún seguía desnudo, me había quedado dormido. Miré la hora en el reloj de la mesita al lado la mi cama y eran pasada la una de la tarde. Tomé la ropa y para mi desgracia todo me quedaba perfectamente. Mi madre a pesar de no estar conmigo, sabía mis gustos o al menos había acertado en algunos, odiaba los converse, me gustaban mejor mis botas negras de cuero cuando no usaba traje.

Fui hasta mi tocador y me encontré con un baño perfectamente varonil. No había lavanda, el gel de baño ponía en la etiqueta blue coton. Había láminas de afeitar, dentífrico, un cepillo de bambú de dientes color negro y un cepillo. Era como si mi madre me estuviera esperando, aquello era loco casi retorcido, esperaba verlo así y no ponerme triste, ya estaba grande para eso.

Peiné mi cabello hacia atrás y me reuní con Ed que estaba en la cocina.

—Hola, ¿Has dormido bien?

—Sí, gracias.

—Estoy preparando tocino, tostadas, pollo y ensalada. ¿Qué prefieres?

No había desayunado, y Ed pensó en preparar un desayuno-almuerzo, lo que me pareció bien.

—Si no te molesta, me serviré de todo.

—Oh, no. Yo te serviré, no hay problema, tu madre vendrá pronto.

Estaba nervioso de ver a mi madre y no sabía por qué.

—Eso debe doler—me dijo, señalando mis nudillos, estaban con la carne viva aún, y además uno de mis pómulos también se veía como si hubiese salido de alguna pelea.

Y así era.