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Sin boda no habría fusión… solo les quedaba una alternativa. Alessandro no había querido reconocer su atracción porque ella estaba comprometida con su hermano pero, cuando Carlo la dejó plantada días antes de que se celebrara aquella boda tan cuidadosamente planeada, Alessandro Sartori se ofreció para ser el novio. Sus familias podrían seguir adelante con la fusión comercial que buscaban y él tendría por fin a la mujer que siempre había querido. Olivia, huérfana desde bien pequeña, siempre se había sentido invisible, pero el deseo que descubrió con aquel esposo al que no esperaba la hizo sentirse visible por primera vez en la vida. El suyo era un matrimonio de conveniencia, pero ¿qué pasaría con ellos si decidían hacer reales las promesas intercambiadas en el altar?
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Seitenzahl: 196
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Annie West
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El otro novio, n.º 2859 - junio 2021
Título original: Claiming His Out-of-Bounds Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-357-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
YA FALTA poco – murmuró Sonia, revisando el bajo del vestido de Olivia. Otra de las modistas se arrodilló entre ellas para retocarlo–. Casi lo tenemos.
Olivia contuvo un suspiro. Aquella era la última prueba y tenía la sensación de llevar horas allí de pie, girándose, dejándose examinar y clavar alfileres. Pero el vestido tenía que quedar perfecto. Dentro de una semana iba a estar allí, en Venecia, siendo el centro de una celebración que llamaría la atención en todo el mundo, y su vestido tenía que ser único. Era lo que el público, la prensa y, sobre todo, su familia, esperaban.
Es más: si todo salía como estaba previsto, aquel vestido iba a ser la prueba palpable que necesitaba su familia, conservadora donde las hubiera y alérgica al riesgo, para reconocer que sus propuestas tenían mérito. El interés del público sería como un altavoz para la nueva fusión en la que tanto esfuerzo había invertido.
Se miró en el enorme espejo de marco dorado que atrapaba la luz del Gran Canal y la distribuía en el salón del palazzo. La mujer que la miraba desde su luna no parecía Olivia Jennings. Ni siquiera la Oliva que había aprendido por fin a codearse con la élite más rica de Europa y a parecer estilosa y serena. Aquel vestido hacía de ella otra persona.
De lejos la gasa y la seda parecían crema, pero debían su candor al hecho de que, en realidad, tenían un pálido rubor. Ajustado al cuerpo y cayendo en suaves ondas hasta los pies, la falda estaba decorada con una multitud de diminutas flores de gasa, en cuyo centro había un cristal. El cuerpo las llevaba también, y algunas más salpicaban las mangas de gasa de modo que, cuando se movía, esos cristales reflejaban la luz de las ventanas y de la antigua lámpara veneciana.
–Es precioso –sonrió la costurera, apoyándose en los talones–. Parece que saliera de un cuento de hadas.
–Es precisamente ese efecto el que pretendemos –contestó Sonia–. Todas las mujeres quieren parecer una princesa de cuento de hadas al menos una vez en la vida.
«Bueno, no todas».
Había pasado ya mucho tiempo desde que ella creía en esos cuentos. Una tragedia temprana le impidió creer en los finales felices y después, cuando tenía ya dieciocho años, cualquier fantasía romántica que pudiera quedarle le fue arrebatada para siempre. Pero que sus sueños y esperanzas no fuesen los tradicionales no significaba que los demás no los tuvieran.
Respiró hondo. Había habido un hombre, solo un hombre en los últimos nueve años, que le había hecho preguntarse si de verdad existía la media naranja y la atracción instantánea. Había sido solo un momento, un instante fugaz como un relámpago, que la había hecho bailar a una música nueva y maravillosa. Por supuesto no le había conducido a parte alguna, y había hecho lo que tan pronto había aprendido a hacer: enterrar su desilusión y seguir adelante.
–Habéis hecho un trabajo maravilloso –les dijo a las dos–. Este vestido es increíble y vamos a tener una larga fila de clientes esperando en la puerta.
–Si logra convencer al consejo –añadió Sonia.
–Eso déjamelo a mí. Tengo una estrategia preparada.
En un par de semanas, cuando por fin ocupase el puesto que le habían prometido en el consejo, tendría la oportunidad que había estado buscando todos aquellos años. Y estaba preparada.
–Dese la vuelta despacio –pidió la modista más joven, revisando el bajo.
Olivia giró sobre sus zapatos de tacón hechos a mano y adornados con cristal, y la seda pareció suspirar sobre sus piernas. Con suerte, habría muchos suspiros de las mujeres que querrían comprar su vestido en el mismo sitio que ella.
La modista se levantó.
–Perfecto. Va a dejar al novio sin respiración.
Olivia le dedicó la sonrisa que se esperaba.
–Gracias.
No tenía sentido intentar explicar lo poco probable que era eso. Carlo y ella eran amigos, no amantes. El suyo iba a ser un matrimonio de conveniencia.
Ella estaba encantada de poder evitar la trampa. En su opinión, el respeto mutuo y la amistad componían una base sólida para un buen matrimonio. A sus abuelos les había salido bien. Carlo y ella, también podrían hacerlo.
Sonia se acercó a examinar un detalle de la manga cuando alguien llamó a la puerta.
–¿Te importa ver quién es? –le pidió–. No espero a nadie.
Ni siquiera sus abuelos estaban en Venecia. Ella misma se había encargado de los preparativos para que llegasen dentro de una semana.
–Quédese quieta un segundo más –dijo Sonia, frunciendo el ceño a una flor que no estaba bien prendida.
–Hay un hombre –dijo la más joven al volver, los ojos de par en par y alisándose el pelo–. Es il signor Sartori. Dice que quiere hablar con usted.
¿Carlo? Si no llegaba hasta dentro de seis días.
–¿No puede esperar cinco minutos? –preguntó Sonia–. Dile que da mala suerte que el novio vea a la novia antes de la ceremonia.
–Me temo que no puede esperar.
Una voz les llegó desde la puerta y las tres se quedaron inmóviles.
Olivia conocía esa voz. Solía resultar brusca, pero en aquel momento contenía también impaciencia. Debería estar ya acostumbrada a él. No había razón para experimentar respuesta alguna a su presencia. Ambos se comportaban de un modo educado y distante, el hombre que pronto sería su cuñado y ella, y así era exactamente como quería permanecer: distante.
Vio a Sonia mirarlo con los ojos muy abiertos, y cómo su ayudante se enderezaba disimuladamente la camiseta.
Alessandro Sartori siempre causaba ese efecto en las mujeres. Carlo también, pero gran parte del atractivo de su prometido era su buen humor y su sonrisa. Su hermano era más fuerte y callado. Y, en aquel momento, distante y reprobador. Olivia respiró hondo y se volvió.
Sus hombros llenaban el hueco de la puerta. Era un hombre delgado, elegante y poderoso, con un aire urbano que parecía ocultar a alguien más peligroso y crudo. Como siempre, llevaba un traje a medida. Nunca lo había visto vestido de otro modo. Era como un anuncio andante de Sartori, la firma de renombre cuya ropa masculina exclusiva codiciaba el mundo entero. ¿Cómo era posible que los gurús de Sartori no hubieran caído en que podían capitalizar el potente aura sexual de su director general?
Su pelo era como el ébano, y brillaba a la luz de la lámpara, la misma luz que realzaba sus facciones fuertes y equilibradas, sus ojos oscuros y su boca sensual que, en aquel momento, tenía muy apretada. Eso no era sorprendente. Alessandro Sartori siempre tenía esa expresión estando ella presente. ¿Qué le habrían hecho, Carlo o ella, para molestarlo tanto? Al menos, con la boda, todo iba a salir exactamente como él quería.
Y en cierto modo, eso la molestaba. Le molestaba que su matrimonio se hubiera organizado como parte de un acuerdo que pretendía combinar los imperios comerciales Sartori y Dell’Orto. Organizado por sus abuelos y aquel hombre.
No es que ella buscara un emparejamiento por amor. Además, la fusión les ofrecería tanto a ella como a Carlo la oportunidad por la que tanto habían trabajado. No, lo que la molestaba era que, una vez más, otros manejasen su vida. A partir de aquel momento, sería ella quien tomaría las decisiones, quien ostentaría el control.
–Alessandro. Qué sorpresa. Me temo que aún no ha llegado nadie de la familia y Carlo, como sabes, está fuera.
Debía estar buscando a sus abuelos. Las conversaciones entre ellos dos se habían limitado siempre a un intercambio de banalidades. Que no se molestara en tener con ella una conversación con enjundia le fastidiaba, sobre todo porque pronto ambos estarían en el mismo equipo directivo.
–Es a ti a quien vengo a ver.
Así, sin más. Sin explicación. Sin sonrisa. ¿Quería hablar con ella? No podía ser sobre la boda. Él no tenía nada que ver con los preparativos. Tampoco sobre el negocio. Alessandro no hablaba de asuntos de trabajo fuera del despacho, excepto con los ejecutivos de la empresa, y ella no lo era… aún.
–Tenemos que hablar. Ahora.
Típico de él que esperase que lo dejara todo para atenderlo.
Iba a decirle que no, que concertaran una cita porque tenía la agenda llena. Le gustaría ver qué cara ponía si se lo decía, porque seguramente nadie le había negado algo en toda su vida.
–Siento la interrupción –dijo, dirigiéndose a Sonia–, pero ¿podrían dejarnos diez minutos?
–Por supuesto. Vamos a la cocina a tomar un café. Avísenos cuando esté lista.
Qué curioso lo distinta que parecía aquella estancia sin las dos mujeres. A pesar de la altura de los techos, el mobiliario de pátina antigua y el espacio inmenso, resultaba casi acogedora estando las tres charlando y trabajando en su vestido de novia. Con él, la atmósfera se había congelado.
A pesar de los tacones que calzaba, Olivia tuvo que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.
–¿Qué puedo hacer por ti, Alessandro?
De pronto cayó en la cuenta de que era la primera vez que estaban solos. El corazón le golpeó contra las costillas.
–Traigo noticias –dijo, mirando un sofá de valor incalculable pero incomodísimo–. Será mejor que te sientes.
–¿Es por mis abuelos? –preguntó, agarrándolo por la manga sin pensar–. ¿Les ha pasado algo?
No es que la suya fuera una familia muy unida, y sus abuelos no prodigaban fácilmente su afecto, pero la querían a su modo.
–No, no. Nada de eso. Todo el mundo está perfectamente –contestó, e iba a cubrir la mano de Olivia con la suya, pero no lo hizo.
Olivia lo soltó de inmediato.
–Ven, mejor ponte cómoda.
–No puedo. Con este vestido, no. No me atrevo a arrugarlo.
–Pueden plancharlo.
Oliva no se molestó en contestar. Su comentario mostraba su absoluta falta de apreciación por los delicados materiales y aquellos exquisitos adornos creados a mano.
–Puedo escucharte de pie. ¿De qué se trata?
Hubo un instante de silencio.
–¿Has sabido algo de Carlo últimamente?
–Claro –contestó con el ceño arrugado–. Estamos en contacto con regularidad.
No tanta como si fueran amantes, pero se mantenían en contacto. Estaba en Estados Unidos, dando los toques finales a un acuerdo para su hermano y viendo amigos.
–¿Hoy?
Sintió unos dedos fríos en la nuca.
–¿Está bien? ¿Es que le ha ocurrido algo?
–Por lo que sé, físicamente se encuentra bien, pero te sugiero que revises tus mensajes.
El brillo de los ojos de Alessandro y su manera de hablar entre dientes, hicieron crecer su inquietud.
Hacía un rato que había recibido un mensaje de Carlo, pero tenía el teléfono en silencio y había ido a parar al buzón de voz. Después de su reunión con la empresa de catering, había pasado de una cosa a otra y no había tenido ocasión de escucharlo.
Se dio la vuelta, pero su teléfono no estaba allí, sino en la habitación de al lado con sus cosas, así que se volvió a Alessandro y vio que el pulso le palpitaba en la base del cuello. Algo había pasado.
–¡Dímelo sin rodeos! ¿Qué pasa?
Alessandro dudó aún un instante más.
–Carlo te ha dejado plantada. Se ha largado con otra.
OLIVIA sintió que los ojos se le abrían de par en par. ¿Plantada? Eso no era posible. Carlo y ella estaban metidos en aquello juntos. Lo habían hablado detenidamente y ambos habían estado de acuerdo con que aprovecharían al máximo aquel matrimonio. Confiaban el uno en el otro, ¿no?
–Él no me haría algo así –susurró.
Aquella boda significaba demasiado para ambos. Y no había otra mujer en la vida de Carlo. Ya no. Pero bastó con mirar a Alessandro a los ojos para darse cuenta de que era cierto. Sintió que el aire salía de sus pulmones e inmediatamente intentó respirar hondo para paliar la sensación de que le faltaba oxígeno. Unos puntitos brillantes bailaron ante sus ojos y la delicada seda eau de nil que cubría las paredes tembló como una ola que fuera a ahogarla. Mantuvo a duras penas el equilibrio sobre sus tacones hasta que unas manos fuertes la sujetaron por los codos.
–Respira. Despacio.
Olivia parpadeó de seguido ante aquellos ojos del color del café espresso que brillaban con una expresión que no podía descifrar. La sensación de inestabilidad cedió y retrocedió un paso.
–No tienes que… estoy bien.
Aunque no lo estaba. Hacía mucho mucho tiempo que no tenía aquella extraña sensación de dislocación. Por un lado, seguía sintiendo la huella de las manos de Alessandro como si fuera una quemadura. Incluso se miró las mangas del vestido por si se habían roto. Por supuesto, seguían enteras. El contacto de Alessandro había sido de sostén. Casi delicado. Las flores con su corola de cristal le hicieron un guiño. La boda era la semana próxima. El estómago se le retorció.
–¿Estás completamente seguro? –le preguntó casi sin voz.
–¿Crees que estaría aquí si no lo estuviera?
Suspiró. Alessandro parecía aún más serio de lo normal. No, él no era de la clase de personas que se alarman por un rumor. Estaría completamente seguro de los hechos. Nunca había conocido a nadie más metódico y controlado. Olivia se mordió un labio, horrorizada ante cómo su cabeza se alejaba del punto a tratar.
–¿Qué te ha dicho exactamente? Bueno, da igual. Voy a averiguarlo yo.
No quería oír aquello de segunda mano. Necesitaba escuchar la explicación de Carlo. Y necesitaba intimidad, lejos del escrutinio de Alessandro.
Alzando su voluminosa falda, recorrió la estancia y dejó atrás otro grupo de sofás y sillones tapizados, una enorme chimenea de mármol tallado y cuatro ventanales con vistas al Gran Canal.
Abrió la altísima puerta y entró en la habitación mucho más pequeña que había estado usando como despacho en Venecia. Había dejado el teléfono allí.
Olivia fue soltando todo el aire que retenía mientras escuchaba un mensaje de disculpa. El corazón se le cayó a los pies. A pesar de que sabía que Alessandro nunca se presentaría allí sin una buena razón, esperaba…
El mensaje era largo, y el tono de voz de Carlo a veces era de disculpa y otras, de excitación, pero es que había ocurrido algo maravilloso. Había vuelto a encontrase con Hannah, la norteamericana que había conocido mientras estudiaba su posgrado en Estados Unidos. La mujer que le había roto el corazón doce meses atrás al negarse a abandonar su hogar y trasladarse a Europa. Los dos se amaban, y seguían más enamorados que nunca, y habían acordado que él viviría en Estados Unidos durante un año. Después, pasarían otro en Europa para ver cómo se las arreglaba ella viviendo fuera, y luego decidirían dónde iban a quedarse. Pero los dos se habían comprometido a que lo suyo funcionara. Estaban muy felices, y lamentaba dejarla en la estacada, pero…
Olivia se agarró al labrado respaldo de una silla mientras la sangre le atronaba en los oídos. El cuerpo ajustado del vestido que diez minutos antes le resultaba perfectamente cómodo, ahora era como un corsé que no la dejaba respirar.
Sin boda no habría fusión. Sus abuelos habían insistido en que hubiera matrimonio como seguro para la familia Dell’Orto en la nueva empresa, y por lo tanto ella se quedaba sin su puesto en el consejo. Adiós al puesto y a los años de trabajo ejemplar. Sus abuelos eran grandes empresarios, pero pertenecían a otra época, una en la que una mujer, por mucho talento y formación que tuviera, necesitaba tener un hombre a su lado.
Podía haber ocupado un puesto en otras empresas. Había tenido ofertas. Pero su corazón estaba decidido a ocupar el lugar que le correspondía por derecho de nacimiento. Era su sueño.
Su familia quería una boda, pero no por amor, sino como medio para mantener y expandir la fortuna familiar. Así se había hecho durante generaciones, a excepción de su propia madre, que se había casado por amor. Y así le habían salido las cosas. Tragó saliva. Después de tanto trabajo, de tanta dedicación, de tanto tragar con la visión anticuada de sus abuelos… todo para nada.
Por un momento deseó poder ser como Carlo y enamorarse. Parecía fácil. Todas sus esperanzas habían quedado hechas pedazos con aquella noticia. La vista se le nubló. No tenía ni idea de cómo iba a recoger esos pedazos para seguir adelante con su vida. Para su familia aquello era una catástrofe comercial y una pesadilla con los medios. Pero para ella, era una tragedia.
Alessandro maldijo vehementemente a su hermano en silencio mientras la novia burlada buscaba apoyo en una silla, el móvil aferrado en una mano. Se había quedado pálida. Incluso los labios habían perdido todo el color. Su instinto le decía que debía acercarse a ella, que necesitaba consuelo, pero continuó clavado donde estaba. Mejor mantener las distancias. Apretó los dientes y los puños. ¿Cómo era capaz su hermano de algo así? Ni siquiera se había atrevido a enfrentarse a él en persona. Típico de su familia. Nunca pensaban cómo afectaban sus actos a los demás.
En aquellos dos últimos años, se había convencido de que Carlo había cambiado. Parecía menos irresponsable. Iba bien en los estudios y en el trabajo. Lo había juzgado preparado para asumir un papel mayor en la empresa y estaba encantado de compartir la carga, de trabajar con su hermano en tándem. Pero ahora, con su acto bochornoso, había destruido el acuerdo al que le había dedicado dos largos años. El acuerdo que haría que su empresa pasara a otro nivel. Y había dejado a su novia destrozada. El pecho se le contrajo al mirarla. Tenía los nudillos blancos, la respiración errática y, por primera vez desde que podía recordar, sus hombros se veían hundidos, como si no pudiera soportar el peso de la desilusión.
¿Querría a su hermano? ¿Iba a ser, para ella al menos, algo más que un matrimonio de conveniencia? Era una pregunta en la que no se había permitido ahondar. Un matrimonio Sartori-Dell’Orto era necesario, y Carlo se había ofrecido. Eso era lo que importaba, y él nunca dejaba que su pensamiento se desviara hacia lo que Olivia y Carlo pudieran hacer en privado. Nunca.
Desde luego estaban muy unidos. Sus cabezas se acercaban cuando reían, y los ojos de Olivia brillaban al mirarlo. Por eso él, a pesar de ser el hermano mayor, no había sugerido que fuese él quien se casara con la heredera Dell’Orto. Pero ver el gesto de dolor de Olivia en aquel momento hizo que una nueva oleada de furia lo engullera. Fuera como fuese su relación, aquella noticia la había destrozado. Si encima su hermano le había partido el corazón… apretó tanto los puños que le temblaron.
–¿Has sabido algo de Carlo?
A juzgar por su reacción la respuesta era afirmativa, pero tenía que estar seguro.
–Sí, me ha dejado un mensaje –dijo, mordiendo las palabras como si quisiera morderlo a él. Era comprensible.
–En nombre de mi familia te presento nuestras más sinceras disculpas, Olivia. Lo que Carlo ha hecho es completamente inexcusable y…
–Ya se ha disculpado él. Varias veces.
Estaba claro, por lo amargo de su tono y por el gesto de su boca, que las disculpas de su hermano habían caído en saco roto. En su habitual desconsideración y egoísmo, Carlo había bajado un peldaño más.
–Te ha hecho un daño muy serio, Olivia. Y ha deshonrado el apellido de nuestra familia.
–Como comprenderás, en este momento no me preocupa demasiado el impacto en el apellido de vuestra familia.
Alessandro bajó la cabeza. Le gustaba verla ya más erguida, más parecida a la mujer que él conocía. Sin embargo, el modo en que tenía aferrado el móvil y cómo se lo había pegado al pecho, como si estuviera conteniendo así el dolor del corazón, le incomodaba. No estaba acostumbrado a lidiar con los sentimientos de otras personas. De niño, apenas había conocido la ternura, y de adulto… bueno, de adulto era ya lo bastante sabio como para comprender que el sexo y el cariño verdadero eran dos cosas bien distintas.
–Por supuesto. El problema es que las acciones de Carlo no solo van a influir en nuestro apellido.
–Ya. Nos ha hecho daño a todos –contestó, volviéndose a mirar por la ventana.
A pesar de su dolor, Alessandro no percibió odio en su voz. ¿Dónde estaba la lengua afilada de una mujer burlada? ¿Era posible que quisiera tanto a Carlo que ni siquiera en un momento como aquel fuera capaz de despreciarlo?
–Así es, y tenemos que hablar de ello.
Olivia se volvió, los ojos desmesuradamente abiertos, la cara pálida, la boca apretada y, por una vez, vio que su cabeza erguida no significaba confianza, sino un desesperado esfuerzo por no revelar su dolor.
–¿Ah, sí? ¿No es algo que tendríamos que hablar Carlo y yo?
El orgullo en su tono de voz rebajó la tensión de Alessandro. Así estaba mejor. Prefería lidiar con una mujer de mal humor y ofendida, que doliente.
–¿Aunque Carlo esté en Norteamérica y sea tan cobarde que no haya sido capaz de darte la noticia cara a cara?
Ese comportamiento era más que deshonroso. Era insultante. A Olivia, a su familia y a Alessandro, que los había convencido a todos para que confiasen en él.
–Eso no es culpa mía.
–Por supuesto que no, pero hablar con Carlo no solucionará nada. Está decidido a quedarse allí, y con otra mujer.
El tacto debería haberle impedido mencionarla, pero no disponía de tiempo para ello. Tenía que asegurarse de que Olivia comprendía la situación y estaba dispuesta a enfrentarse a ella.
–Te has llevado un golpe durísimo. Si pudiera, me iría para darte tiempo de asimilar la noticia, pero por desgracia el tiempo es un lujo del que no disponemos. Tenemos que decidir qué vamos a hacer.
Hizo una pausa mientras ella digería sus palabras.
–Nuestra unión es un gigante –continuó un instante después ante su silencio–. Si no sale adelante, el impulso provocará una catástrofe de proporciones inimaginables de la que ni nuestras familias, ni nuestras empresas, saldrán indemnes.
–Está bien –suspiró–. Hablemos.