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Cuando aquello hubiera acabado, ambos tendrían que pagar un precio que jamás habrían imaginado… Lisa Bond se había deshecho de las ataduras del pasado y ahora era una importante empresaria por derecho propio. Constantino Zagorakis había salido de los barrios más pobres de la ciudad y, a fuerza de trabajo, se había convertido en un millonario famoso por sus implacables tácticas. Constantino le robaría su virginidad y, durante una semana, le enseñaría el placer que podía darle un hombre de verdad…
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Seitenzahl: 202
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2005 Susan Stephens
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El precio de la inocencia, Nº 1725 - agosto 2024
Título original: Virgin for Sale
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales , utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410742222
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Tienes que irte antes de que vengan a por ti…
La mano de su madre golpeaba los hombros de Lisa haciéndole llorar; lágrimas silenciosas que resbalaban por sus mejillas mientras su mirada permanecía fija en el rostro de su madre.
–Tienes que irte a la ciudad con tu padre.
–¿Mi padre? –la cara de Lisa reflejaba miedo.
Eso fue lo más impactante para su madre, porque la niña a la que ella llamaba Willow hacía mucho tiempo que había aprendido a controlar sus sentimientos. Lisa recuperó el control rápidamente. Odiaba dejar caer la máscara. Sólo se sentía segura cuando nadie sabía lo que estaba pensando. La máscara era el escudo que utilizaba para defenderse en la peligrosa sociedad en la que vivía, un lugar donde una mirada descuidada o una risa imprudente podía ser la causa de un humillante castigo delante de toda la comunidad. Pero aunque le asustaba su cruel «familia», Lisa tenía más miedo de dejar a su madre a su merced. Temía a su padre también porque era un extraño del que su madre había huido hacía siete años. ¿Sería su padre malo? ¿Sería por eso por lo que su madre se había apartado de él? ¿Sería peor que aquello?
Lisa miró asustada la puerta abierta. Nadie tenía permiso para cerrar puertas en la comunidad.
–Por favor, Willow, debes irte antes de que lleguen.
La voz de su madre tenía el tono desesperado que ella asociaba con cosas horribles y sus en otro tiempo bellos ojos estaban llorosos e inyectados en sangre.
–Por favor, Willow…
–No me llames Willow. Mi nombre es Lisa… Lisa Bond.
Al escuchar los sollozos de su madre, Lisa deseó no haber sido la causa de ellos y saber cómo hacer que volviera a sonreír. Pero sólo podía quedarse detrás de las barreras que había levantado en su mente y mirarla llorar.
–Tengo algo de dinero de la caja del mercado.
Lisa miró horrorizada cómo su madre buscaba en el bolsillo de la bata.
–Pero eso es robar a la comunidad, te castigarán…
–Si me quieres, tomarás este dinero y te irás de aquí.
Las monedas le hacían daño en la palma de la mano.
–Vendrás conmigo… –dijo a su madre.
–¿Ir contigo?
Por un momento los ojos de su madre brillaron, pero entonces las dos oyeron las voces acercándose… voces de hombre.
–Baja por esa ventana –ordenó Eloisa con fuerza en la voz por primera vez en su vida–. Y no dejes de correr hasta que llegues a la terminal de autobuses. Aquí tienes la dirección de tu padre –dijo deslizando un papel en la mano de Lisa.
–¿Y qué pasa contigo?
–Yo… les entretendré hasta que estés lo bastante lejos.
Intercambiaron una mirada. No había tiempo para más. El jefe de la comuna había comunicado que Lisa empezaría a ser una mujer esa noche tras la cena. Sería una diversión para todos.
–Me llamo Lisa Bond. Me llamo Lisa Bond. Me llamo Lisa Bond –se repetía Lisa mientras se lanzaba corriendo calle abajo.
Era la única forma de bloquear la voz interior que le decía que volviera a la comuna y salvara a su madre. Otra voz, más racional, insistía en que si volvía le causaría más sufrimiento.
Cuando vio las luces de la pequeña terminal de autobuses, aceleró el ritmo y saltó dentro del último autobús que salía para la ciudad. No había transporte en la comuna. Sabía que no podrían alcanzarla. Al menos, ella, estaba a salvo…
El conductor del autobús aceptó su dinero sin hacer ninguna pregunta. Si se hubiera sentido tentado a preguntar algo a la sucia niña que arrugaba un papel en un puño, algo en el gesto de su boca le hubiera advertido de que era mejor no inmiscuirse en su silencio.
Mientras Lisa miraba a la oscuridad estuvo segura de que su madre le hubiera urgido a mirar hacia el futuro. Y, en ese momento, tuvo la certeza de que alguien, una persona llamada Lisa Bond, todavía existía. Encontraría a esa persona y la nutriría como el semillero que había cuidado en su parcela secreta en el erial que la comunidad llamaba jardín. Lo había protegido con fiereza y controlado la maleza. Sus plantas se habían desarrollado. Lo mismo haría ella.
Está aquí…
Constantine Zagorakis no movió ni un músculo en respuesta al susurro de su ayudante, aunque sus ojos se oscurecieron ligeramente cuando Lisa Bond entró en la sala. El ascenso de esa mujer a un puesto de poder en Bond Steel le favorecía. Su padre, Jack Bond, tenía un carácter difícil, hacer negocios con la hija de Jack parecía algo más sencillo. Lisa Bond tenía reputación de dura. Tenía que serlo para haber ocupado el puesto de su padre cuando éste murió. Dura o no, era una mujer… y las mujeres eran víctimas de sus emociones, algo que podía darle una ventaja.
Un aire de confianza en sí misma envolvía a la presidenta de Bond Steel cuando entró seguida de sus directores en la sala de juntas. Sus maneras resultaban retadoras. Lisa Bond no sólo bailaría al son que él tocara, sino que, cuando acabara con ella, también cantaría.
Lisa había tenido la peor infancia posible, su juventud había sido frustrante y, a pesar de ello, había salido adelante. De todos modos él no hacía concesiones. Sólo había dos mujeres en el mundo en las que pudiera confiar y Lisa Bond no era ninguna de las dos.
Bond era una mujer con historia. Antes que con su padre, había vivido con su madre en un lugar sin reglas ni límites. Podía parecer de hielo cuando quería, pero por debajo tenía que haber un espíritu intentando salir a la luz. Él liberaría ese espíritu y añadiría su empresa a su cartera por un precio de saldo. En lo tocante a los negocios, no tenía escrúpulos. Acabar con su oposición era el primer objetivo de Constantine.
Como cualquier depredador, Tino sintió el cambio en el aire según Lisa Bond se acercaba hasta él, lo mismo que el olor de la fresca fragancia que llevaba. Menuda, con buen talle, llevaba un traje sastre negro con intención de impresionar. Era más guapa de lo que sugerían las fotografías, con un brillante pelo castaño recogido en un impecable moño. Las mujeres hermosas habitualmente utilizaban su belleza como un instrumento para desarmarlo, pero Lisa Bond era diferente, y no sólo porque tuviera los ojos verdes más impresionantes que hubiera visto nunca. Tenía algo más… El resultado sería el mismo. Tomaría lo que quería y se marcharía. Una mujer le había traicionado cuando nació, sólo dos se habían ganado su confianza hasta ese momento; no iba a haber más.
Los periódicos y las revistas de negocios decían que Bond había sido bendecida con los atributos de un macho dominante mezclados con la astucia de una mujer. La tentadora visión de sus pechos concedía alguna credibilidad a los rumores. ¿Había olvidado abrocharse un botón? ¿O la exposición de su exuberante curva era fruto de algún frío cálculo? Fuera lo que fuera, tenía el inevitable deber de ponerla de rodillas.
Tino no dedicó más de un segundo a sus valoraciones. Pasara lo que pasara en la reunión, tenía que encontrar la llave que abriera el lugar donde se ocultaban los más oscuros secretos de Bond Steel. Todas las empresas los tenían. Junto a su gente analizaría cuidadosamente los informes hasta que descubriera dónde estaban. Esa «negociación» era simplemente una cortesía, un gesto que no significaba nada. En cuanto descubriera el talón de Aquiles de Bond Steel, golpearía.
En el papel de gracioso vencedor, podría salvar el puesto de la señorita Bond, o no. Dependería de lo que ella cooperara. Lo único cierto era que añadiría otro valor a Zagorakis International.
Mientras todo eso sucedía, Lisa llegaba a algunas rápidas conclusiones, a pesar de que era difícil pensar racionalmente cuando aún tenía el vello erizado por la inesperada llegada de Constantine Zagorakis. Su agenda estaba ajustada al milímetro y no le gustaba alterarla. La reunión con Zagorakis Inc se había programado para más tarde esa mañana. Ella tenía algo que vender; Zagorakis Inc siempre tenía ofertas que hacer, pero nadie había esperado a Zagorakis en persona.
Lisa casi ni había tenido oportunidad de sentarse a su mesa antes de que su asistente personal, Mike, le advirtiera de quién estaba en el edificio. Hombres hechos y derechos se estaban comportando como chiquillos nerviosos con el solo anuncio de su presencia. Afortunadamente, la especialidad de Lisa era apagar incendios.
Zagorakis Inc había hecho una oferta por una de las filiales de Bond Steel, una empresa de pequeña maquinaria que había dado buenos resultados en el pasado. La empresa ya no se ajustaba a su visión estratégica del núcleo de la corporación y la inyección de dinero resultante de la venta podía salvar Bond Steel.
Los negocios familiares habían perdido el favor de la City y el precio de las acciones de Bond Steel había caído en picado. La situación era crítica. No había más ofertas serias y si no cerraba el trato con Zagorakis se arriesgaba a perder Bond Steel, arruinar la vida de quienes trabajaban para ella, y afrontar una humillación que haría retroceder unos cien años la causa de las mujeres en los negocios. Todo eso se jugaba en ese trato.
Zagorakis Inc tenía dinero y lo movía deprisa, lo que a ella le beneficiaba. Pero eso no explicaba por qué Constantine Zagorakis se tomaba un interés personal en el asunto. ¿Por qué había un depredador de nivel mundial husmeando por allí? ¿Porque quería Bond Steel entero? Eso era lo que le decía su olfato.
Cuando lo vio mirándola, los rumores que había oído sobre él le vinieron a la mente: le gustaba ver con sus propios ojos la presa antes de devorarla. Se había reído, pero en ese momento no parecía muy divertido. Sentía el efecto Zagorakis. Era como una enorme fuente de energía que atraía la atención de todo el mundo. Un típico magnate: despiadado, determinado y sin corazón. Tampoco ella era un merengue, lo que explicaba la agitación en el edificio. Era un combate que nadie quería perderse.
Un sexto sentido le decía que ella nunca se sentaba en la cabecera de la mesa, sino en el medio de su equipo. Tino decidió quedarse de pie detrás de la silla de ella como si ya estuviera pensando en ocupar su puesto. Y mandó a uno de sus secuaces a la rara vez usada silla de presidencia en la cabecera de la mesa.
–Buenos días, caballeros –saludó Lisa. No necesitaba levantar la voz para atraer la atención.
Zagorakis enviaba señales sexuales con cada movimiento. Mientras el cuerpo de ella la traicionaba mostrando cómo deseaba probar esa masculinidad de alta graduación. Pero eso no podía ser. Tenía que mantener el control.
Tino se dio cuenta inmediatamente de la sombra que ocultaba la mirada de Lisa. Había esperado una mirada retadora o de otro tipo más salvaje. Una mirada sumisa le desagradaba. La caza no era limpia si la presa ya estaba herida.
Lisa se recompuso y se relajó. Era peligroso permitir que Zagorakis se diera cuenta de lo afectada que estaba, pero algo en él le recordaba el pasado…
Era su presencia, su fuerza, su irresistible fuerza física. Sí, era eso. Sacudió la cabeza con un gesto rápido e instintivo, para cerrar el paso a unos recuerdos que estaban mejor encerrados. Pero durante unos pocos segundos la vieja película se reprodujo en su cabeza. El líder de la comuna era poderoso, había sido un hombre diabólico que se había ido haciendo cada vez más fuerte gracias a la inseguridad de su rebaño. Había sido una desgracia para Lisa atraer su atención cuando su cuerpo empezó a desarrollarse antes que el de las otras niñas, y siempre había estado agradecida a su madre por haberla ayudado a escapar antes de tener que someterse a la obscena ceremonia que habían pensado especialmente para ella.
Echó una mirada rápida a su alrededor para comprobar que nadie había notado su paseo por el pasado. Nadie lo había notado, estaban todos demasiado ocupados preparándose para la reunión. Ya podía sentir la sangre que volvía a correr libre por sus venas otra vez. El pasado siempre estaría ahí, con ella, reflexionó Lisa. Y gracias, porque le hacía ser cautelosa.
–Señorita Bond.
Volvió en sí de repente. Zagorakis le ofrecía la mano mientras ella lo único que podía pensar era en lo amenazante que parecía. Pensó en su padre, recordó que su autocontrol se había demostrado mucho más eficaz para él que para su joven esposa, provocando que su madre huyera de los cafés de por la mañana hacia la promesa de libertad que significaba la comuna. Su padre podía haber sido el pilar de cualquier comité de caridad en la zona, pero había sido incapaz de ver cómo la frágil mente de su madre se desmoronaba delante de él…
–Voy a ser un espíritu libre –había dicho su madre, recordaba Lisa mientras pensaba en su agitada huida de la comuna. Lo único que era libre en la comuna era el permiso de los hombres para mantener relaciones sexuales cuando y con quien quisieran. Las mujeres trabajaban mientras los hombres bebían hasta perder la consciencia, recuperándose sólo para el siguiente apareamiento. En opinión de Lisa, su madre sólo había cambiado una esclavitud por otra. Afortunadamente, algo así nunca le ocurriría a ella, había tomado el control de su vida cuando había escapado de la comuna y nadie iba a quitárselo.
Cuando Zagorakis le estrechó la mano, sintió una sacudida correr por su brazo. Había pensado que era fuerte, pero no tenía ni idea hasta ese momento de lo poderoso que era. Tocarle era como acariciar a un león dormido. Tenía la tranquilidad de un depredador dispuesto a saltar en cualquier momento.
–Es un placer conocerle –dijo Lisa, pero los dos sabían que era una mera cortesía.
El único placer para cualquiera de los dos sería un trato que inclinara la balanza a su favor.
La mirada de Zagorakis era tan dura como la suya. Le hubiera gustado saber algo más sobre él antes de la reunión, pero era un hombre oscuro y misterioso, un hombre que vivía tras un muro de secretismo. Nunca circulaban rumores sobre él. Aparentemente era Don Limpio, sin familia conocida, sin vida sexual, sin vida fuera de su formidable imperio económico.
Con treinta y cinco años, dirigía una de las mayores corporaciones del mundo. Devorar empresas era su forma de crecer. Pero ése era un negocio que se le iba a atragantar, porque Bond Steel no estaba en venta y ella tampoco, pensó Lisa apretando las mandíbulas mientras le sostenía la mirada.
–¿Nos sentamos, caballeros?
Zagorakis le acercó la silla como un perfecto caballero. Había notado lo territorial que era ella.
–Gracias, señor Zagorakis –dijo sentándose.
–Por favor, llámeme Tino.
–¿Quiere sentarse enfrente de mí? –dijo Lisa señalando un lugar en la mesa, ignorando su intento de rebajar la formalidad.
No quería sentarse enfrente de él, pero era mejor, más seguro tenerlo a la vista todo el tiempo, así podría detectar cualquier gesto que hiciera a su gente. También le permitía estudiarlo. Su elección de ropa era casi un insulto: una chaqueta informal, pantalones vaqueros y una camisa negra con el cuello abierto, aunque todo era de diseño. Su espeso pelo negro era demasiado largo, y llevaba barba de por lo menos un día.
Le dio un vuelco el estómago cuando sus ojos se encontraron con los de él. No le gustó su expresión. Desde un punto de vista estético, los ojos eran agradables. Negros como la boca del lobo, con largas pestañas. Ésa era una expedición de exploración para Tino Zagorakis, no estaba interesado en su empresa de maquinaria, estaba investigando la vulnerabilidad de la compañía matriz, Bond Steel. Estaba comprobando su propia vulnerabilidad, pensó Lisa.
Lisa estaba acostumbrada a tener cazaempresas husmeando alrededor. Todos pensaban lo mismo: una mujer era una presa fácil, ése era su error. Los hombres de negocios que normalmente trataba tenían la palidez de la sala de juntas y grasa de más. Y así se había imaginado a Zagorakis: bajo, regordete, más feo… un modelo en joven de los llorones magnates de las navieras. Pero Tino Zagorakis no era ninguna de esas cosas.
Tenía que obviar su impresionante envoltorio y centrar la mente en lo de dentro. La reputación de Bond Steel estaba en la línea de fuego, por no mencionar la suya propia, y por el modo tan informal de aproximarse, se daba cuenta de que Zagorakis pensaba que el negocio tenía un resultado inevitable. Ni siquiera se había preocupado de afeitarse o vestirse de modo apropiado.
La reunión entre Bond Steel y Zagorakis Inc se desarrolló como un amable partido de tenis. Mientras tanto Lisa se concentraba en lo que sucedía por debajo: Zagorakis había localizado una empresa que pensaba que encajaría bien en la suya; la pequeña parte que ella estaba dispuesta a vender no le interesaba. La quería toda.
Cuando hicieron una pausa en la conversación, él se levantó. Era casi mediodía.
–¿Se va tan pronto? He encargado que pusieran algo de comer en la sala de al lado. Creo que podríamos ajustar los últimos detalles –a él no le interesaba charlar con los canapés y era el momento de romper el hechizo–. No hemos terminado, señor Zagorakis.
–Yo sí.
Lisa sintió como si la sangre se le retirara de la cara. No estaba acostumbrada a que la miraran como lo estaba haciendo Zagorakis. No estaba acostumbrada a que nadie le llevara la contraria. Ella ponía las reglas. Pero Tino Zagorakis había dejado claro que con él eso no iba. Iba a hacer lo que le apeteciera y ella no podía evitarlo. Bond Steel sólo era un aperitivo… la empresa, la gente que trabajaba en ella no importaban.
–Lo lamento, tengo otro compromiso –dijo sosteniéndole la mirada.
Lisa no creía que lo lamentara. Ese tono profundo de voz lo había elegido para que pareciera que había algún tipo de entendimiento entre ellos, casi intimidad. Eso hacía que se sintiera incómoda, además tenía que incomodar a su equipo, tenían que estarse preguntando qué estaba pasando. Zagorakis estaba intentando minar su autoridad. Empujó la silla y se levantó para encararlo. No iba a dejar que Bond Steel fuera absorbida por un magnate hambriento, alguien que pensaba que su empresa eran sólo números. Y si Zagorakis se había bajado de su torre de marfil para relacionarse con ella y había pensado que no era peligrosa, había calculado mal. Defendería Bond Steel hasta el final.
Después de su experiencia en la comuna, Bond Steel había sido su salvación. Mientras otras adolescentes deseaban libertad, ella ansiaba disciplina y normas para poder dormir segura. Jack Bond se lo había dado. Le había proporcionado un marco dentro del que se había sentido segura. Cuando había vuelto a casa no le había importado que su padre no mostrara ningún favoritismo por ella. Nunca lo había esperado. Jack Bond siempre había querido un hijo y ella aceptó eso también. Había empezado en la empresa de su padre desde abajo. Cuando él murió, había ocupado su puesto gracias sólo a su esfuerzo. Para entonces había descubierto el secreto del éxito: trabajo duro y saber elegir los objetivos. Jack Bond nunca había permitido que pérdidas de tiempo como las emociones, se interpusieran en su camino.
–Señorita Bond, parece distraída.
Esos ojos, esos increíbles ojos negros, bailaban de risa. Lisa apretó los puños.
–En absoluto, señor Zagorakis –le dirigió una mirada de despedida–. Como su decisión de asistir a esta reunión ha sido claramente algo de última hora, no le retendré. Estoy segura de que nuestra gente podrá arreglar otra reunión por si quedan temas pendientes.
–¿Digamos que cenamos a las nueve para discutir esos destacados temas pendientes?
Lisa se ruborizó. Estaba segura de que había doble intención. A pesar de su complexión delgada, sus pechos siempre habían sido su característica más «destacada». Y, en ese momento, los pezones se habían endurecido como balas, lo que, por la expresión de los ojos de Zagorakis, sabía que éste había notado.
–Mandaré a mi chófer a recogerla a su apartamento sobre las nueve…
–No –antes de que pudiera decir más, Lisa se encontró en la puerta–. Caballeros, se terminó la reunión –dijo recobrando el control–. Mañana por la mañana a las diez me vendría bien conocer la respuesta. Arréglalo, Mike, por favor.
Esa noche, a las nueve, Lisa estaba en el sofá del ático que ella llamaba su hogar. A pesar de acabar de tomar un baño estaba cualquier cosa menos relajada. Llevaba su albornoz favorito, tenía la música baja, una copa de buen borgoña encima de la mesa y un libro recién empezado. Había leído la primera página tres veces y todavía no tenía claro lo que decía.
Sabía que el chófer de Zagorakis llamaría, pero se cerró aún más el albornoz cuando sonó el timbre. Por suerte Vera se ocuparía de todo. Vera, su confidente y ama de llaves, sabía exactamente lo que tenía que hacer.
Exactamente, como Lisa había previsto, la conversación entre Vera y el chófer de Zagorakis duró unos segundos. Con un suspiro de alivio, volvió al libro. Pero no conseguía tranquilizarse. Probó a cambiar de música. Siempre encontraba algo entre su enorme colección de discos… Pero esa noche era diferente, esa noche tenía que hacer esfuerzos para evitar que sus dedos se detuvieran en las cajas de la colección La divina Callas. La apasionada voz de la greco americana Maria Anna Sophie Cecilia Kalogeropoulos era lo último que necesitaba escuchar. Cualquier cosa remotamente griega estaba fuera de los límites. Finalmente se decantó por un jazz blandengue. El gemido de la trompeta de Miles Davis parecía apropiado.
Cuando el timbre sonó de nuevo, primero se sobresaltó y después se enfadó. Zagorakis era un descarado enviando dos veces a su chófer la misma noche.
Vera abrió la puerta, pero la curiosidad pudo a Lisa. La audacia de ese hombre era increíble. Su imprevista visita a las oficinas ya había estado mal, pero eso era insultante, y Vera tenía problemas para deshacerse de él.
–Gracias, Vera, ya me ocupo yo –Lisa no podía negar que se sentía agradecida de que Vera permaneciera en el rellano–. ¿Sí? –lo miró fijamente.
Tino Zagorakis estaba más informalmente vestido y, si cabe, más descaradamente masculino.
–Habíamos quedado para cenar esta noche.
–Usted ha quedado para cenar esta noche, señor Zagorakis.
–Es hora de que me llame Tino.
–Es tarde…
–Exactamente –dijo él–. Y como señalaste, Lisa, todavía tenemos cosas de que hablar.
¿Lisa? ¿Cuándo le había dado permiso para que la llamara por su nombre? Primera regla de supervivencia de Jack Bond: «Mantén a todo el mundo a distancia». A todos… Se relajó un momento. Llevaba un maletín. Por supuesto, Zagorakis era un hombre al que importaban más los negocios que sus apetitos carnales, pero ella ya había fijado la reunión para la mañana siguiente. No tenía intención de dejarse arrollar dos veces el mismo día.
–Los negocios tendrán que esperar hasta que nuestros equipos estén presentes.
–Si insistes.
–Insisto. Nuestra próxima reunión será mañana por la mañana.