El príncipe ruso - Lynn Raye Harris - E-Book
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El príncipe ruso E-Book

Lynn Raye Harris

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Beschreibung

Cuando regresó a casa, Paige descubrió que iba a tener un hijo del príncipe… Sola y asustada en las oscuras calles de Moscú, la seria y responsable Paige Barnes no tuvo más remedio que obedecer la orden del apuesto extraño que le pedía un beso. No sabía que estaba siendo rescatada por Alexei Voronov, un príncipe ruso y el mayor adversario de su jefe. Al encontrarse con Paige, Alexei decidió jugar a una ruleta rusa emocional para mantenerla vigilada y descubrir lo que ocultaba. Pero en su espléndido palacio, el juego se le escapó de las manos y la pasión por ella lo abrumó hasta hacerle perder la cabeza…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Lynn Raye Harris.

Todos los derechos reservados.

EL PRÍNCIPE RUSO, N.º 2110 - octubre 2011

Título original: Prince Voronov's Virgin

Publicada originalmente por Mills and Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-998-7

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Promoción

Capítulo 1

EL GRITO que rompió la noche recorrió la espina dorsal de Alexei Voronov como un río de agua helada. Con todos sus sentidos alerta, miró alrededor de la Plaza Roja, el suelo empedrado cubierto por una ligera nevada. A la derecha, el muro del Kremlin bordeaba la plaza, al final, la torre Spassky, con su reloj gigante como el Big Ben de Londres, y las coloridas cúpulas de la basílica de San Basilio. Pero era tarde y no había movimiento en la plaza. Hasta que volvió a escuchar el grito.

Alexei murmuró una maldición. Estaba escondido entre las sombras del Museo de Historia de Rusia esperando que llegara su contacto, pero no podía ignorar los gritos. Aunque seguramente fuera una pelea en alguna discoteca de los alrededores, si había una mujer en peligro tenía que hacer algo.

Iba a costarle una valiosa información, ya que su contacto no esperaría cuando descubriera que no estaba en el lugar indicado, pero llevaba media hora esperando y el hombre no llegaba. En realidad, empezaba a preguntarse si aparecería.

Era posible.

Si su adversario había descubierto sus intenciones, tal vez habría pagado más al informador... aunque Alexei estaba dispuesto a pagarle una fortuna.

Pero no podía quedarse de brazos cruzados mientras oía gritar a una mujer.

Era una maldición ser tan noble, incluso a expensasde sus propios intereses, pensó, con cierta ironía. Él era despiadado en todo lo que hacía, salvo cuando alguien estaba en peligro.

Frente al Kremlin, las luces de los grandes almacenes GUM estaban encendidas y Alexei se dirigió en esa dirección, pero se detuvo al escuchar un ruido. ¿Pasos? El eco en la plaza vacía hacía difícil señalar la dirección desde la que llegaban.

Antes de que pudiese averiguarlo, una mujer apareció de repente en medio de la oscuridad y chocó contra él con tal violencia que estuvo a punto de tirarlos a los dos al suelo.

Alexei la sujetó por la cintura mientras daba un paso atrás para mantener el equilibrio. Era como intentar sujetar a una leona. Ella no emitió ruido alguno, pero lo empujó con todas sus fuerzas, levantando el codo hacia su cara. Instintivamente, Alexei se apartó y le dio la vuelta hasta tenerla de espaldas a él, poniendo una mano sobre su boca.

Si la soltaba, le destrozaría los tímpanos.

–Si vuelves a gritar –le dijo en voz baja– quien te está persiguiendo te encontrará. Y no pienso meterme en una pelea de enamorados.

¿Por qué no podía, por una vez, meterse en sus asuntos? Era tarde, pero su informador aún podía llegar. Había en juego un importante asunto de negocios, por no mencionar años trabajando con un solo objetivo que estaba a punto de conseguir. Perderse ese encuentro con un informador por culpa de lo que parecía una pelea entre borrachos no era parte de su plan. Debería darse la vuelta y volver a la puerta del museo...

La mujer sacudió la cabeza y Alexei pensó entonces que podría ser una turista. Había muchos turistas en Moscú últimamente, al contrario que cuando él era joven. Y repitió la frase en inglés, por si acaso.

Al notar que ella contenía el aliento, supo que había acertado. También hablaba alemán, francés y polaco pero el inglés le había parecido lo más sencillo ya que casi todo el mundo conocía ese idioma.

–No voy a hacerte daño –le dijo–. Pero si gritas, te dejaré sola. ¿De acuerdo?

Ella asintió con la cabeza y Alexei le dio la vuelta. La capucha del abrigo había caído hacia atrás, revelando un cabello oscuro sujeto en una coleta. Sus facciones eran delicadas... aunque el codo que había lanzado contra su cara había sido todo menos delicado. Era una mujer fuerte. Fuerte y frágil al mismo tiem po.

Alexei apartó la mano de su boca y ella lo miró con expresión recelosa, pero no volvió a gritar.

–Por favor, ayúdeme –le pidió, abrazándose a sí misma para contener el frío del mes de abril–. No deje que me hagan nada.

Por su acento, era estadounidense.

No debería sorprenderlo y, sin embargo, algo en ella era totalmente inesperado. No entendía qué hacía una chica estadounidense, que no hablaba ruso, sola en la Plaza Roja a la una de la mañana.

«No te metas en esto, Alexei», le dijo una vocecita.

Pero él no hizo caso.

–¿A quién te refieres, a las autoridades? Si has hecho algo ilegal, no puedo ayudarte.

–No, no –dijo ella, mirando hacia atrás con un gesto de aprensión–. No es eso. Estoy buscando a mi hermana y...

Entonces oyeron gritos en la plaza y ella no esperó su respuesta, sencillamente salió corriendo como lanzada por un cañón. Pero Alexei llegó a su lado en tres zancadas y la tomó del brazo.

–Por aquí –le dijo, tirando de ella hacia los grandes almacenes.

–Hay demasiada luz. Nos verán...

–Precisamente.

Oían el ruido de unas botas sobre el empedrado de la plaza. Alexei la empujó contra uno de los escaparates y ella emitió un gemido de protesta.

–Levanta una pierna y ponla alrededor de mi cintura –le dijo en voz baja.

Ella levantó las cejas asombrada.

–¡Suélteme! No está intentando ayudarme...

–Te aseguro que sí. Pero tú decides, maya krasavitsa –Alexei se apartó–. Buena suerte.

–¡No, espere! –gritó ella–. Muy bien, haré lo que me pide.

Alexei sonrió, aunque no era una sonrisa muy amistosa.

–Spasiba. Fingiremos ser amantes, ¿de acuerdo? Enreda la pierna en mi cintura –le dijo, mientras la empujaba suavemente hacia el cristal del escaparate.

Ella le echó los brazos al cuello, obedeciendo sin discusiones en esta ocasión, y Alexei agarró sus muslos, empujándola hacia él. Llevaba un abrigo largo que los escondía a los dos y, si lo hacían bien, cualquiera que los viese pensaría que estaban haciendo el amor en plena calle.

La chica dejó escapar un gemido cuando la empujó contra su entrepierna y el sonido fue como un río de vodka en sus venas. Por mucho que intentara controlarse, su cuerpo estaba reaccionando.

Chert poberti.

Era pequeña, suave, y olía al verano en los Urales, a flores, a sol y a agua fresca. Ese olor le hacía recordar, le hacía sentir. Y a él no le gustaba sentir. No había sitio en su vida para sentimientos.

Los sentimientos te hacían débil, eran capaces de romperte.

–Bésame –murmuró al notar que los pasos se acercaban–. Y hazlo creíble.

Paige parpadeó, atónita. ¿Cómo se había metido en aquel apuro?

Debería haber acudido directamente a Chad cuando Emma desapareció. Pero pensó que su hermana sencillamente se había olvidado de la hora y Paige no quería interrumpir la cena de su jefe cuando había sido tan amable de permitir que llevase a Emma con ellos a Moscú.

Chad Russell era uno de los solteros más cotizados de Dallas. Era un hombre apuesto, inteligente y muy rico. Y ella era su secretaria. O, al menos, lo era durante aquel viaje, ya que su secretaria ejecutiva, Mavis, no podía hacer viajes de más de tres horas por prescripción médica. Mavis tenía un problema vascular que podría ser mortal si pasaba mucho tiempo en un avión, de modo que Chad tuvo que elegir a otra secretaria para aquel viaje.

Había sido emocionante que la eligiera a ella por encima de otras secretarias con más experiencia y estaba decidida a hacer el trabajo lo mejor posible. Chad tenía suficientes asuntos de los que preocuparse. Estaba allí para firmar un lucrativo contrato, no para buscar a una irresponsable chica de veintiún años por todo Moscú.

Y Paige estaba allí para demostrar que era capaz de hacer un trabajo de responsabilidad y, por lo tanto, que era importante en la empresa Russell.

Últimamente incluso había empezado a pensar que Chad estaba interesado en ella algo más que como en una empleada. Intentaba no hacerse ilusiones, pero Chad la había invitado a comer dos veces y le hacía preguntas sobre su vida personal, sobre su hermana y sobre cosas que no tenían nada que ver con el trabajo.

Chad Russell era el hombre más atractivo que había conocido nunca. En todos los sentidos. Y le había gustado desde que entró en su oficina y le sonrió hacía dos años.

Debería haberle pedido ayuda para encontrar a Emma, pero estaba tan acostumbrada a resolver los problemas por sí sola que decidió buscarla sin ayuda de nadie. Y lo lamentaba.

–No hay tiempo que perder –insistió el extraño.

Su voz era ronca, masculina, la pronunciación de las vocales muy marcada. No tenía un fuerte acento, pero resultaba evidente que era ruso.

El corazón de Paige le dio un vuelco dentro del pecho cuando la apretó con fuerza. Tenía que encontrar a Emma, pero antes de eso tenía que sobrevivir a los siguientes minutos. Y, para hacerlo, debía hacer lo que el extraño le pedía. ¿Qué otra cosa podía hacer? Los hombres que la habían acorralado en la plaza eran muchos y, si la atrapaban, podría no poder escapar por segunda vez.

Aunque no sabía qué querían. Se había alejado del hotel buscando a su hermana y en la plaza se encontró con un grupo de hombres borrachos que no parecían dispuestos a ayudarla. O, al menos, sin que tuviera que pagar un precio.

Paige tembló al pensar en el gigante rubio con manos como palas que, con un fuerte acento ruso, había dicho que la ayudaría si le daba un beso.

Cuando la agarró, riendo, Paige le dio una patada en la entrepierna que le hizo caer al suelo y mientras los de

más lo ayudaban a levantarse había salido corriendo...

Para encontrarse con aquel hombre.

Por qué creía que el extraño iba a ayudarla, no estaba segura. Pero sabía que era el menor de los dos males. El simple contacto de sus cuerpos, a pesar de las capas de ropa, hacía que su corazón se volviera loco, no sabía muy bien por qué.

Quería saber quién era, por qué estaba ayudándola, pero no había tiempo para preguntar. Los ojos grises del extraño la urgieron a obedecer cuando el golpeteo de las botas sobre el empedrado de la plaza empezó a sonar más cerca.

Paige cerró los ojos y puso los labios sobre los del extraño. Pero decidió en el último momento que mantendría la boca cerrada. No había razón para besarlo de verdad; que fingieran besarse sería suficiente para engañar a sus perseguidores.

Pero cuando la lengua del extraño se deslizó entre sus labios, Paige dejó escapar un gemido de sorpresa. La besaba con tal sabiduría, con tal ardor, que se le doblaron las piernas y habría caído al suelo si no estuviera sujetándola.

Sabía a coñac y a menta, tan masculino y tan fuerte que una extraña languidez se apoderó de sus sentidos. No era Chad, no era el hombre con el que llevaba dos años fantaseando, pero quería perderse en su abrazo, quería saber si habría magia si estuvieran solos y desnudos...

Salvo que ella no tenía la menor idea de cómo hacer magia con un hombre. En los últimos ocho años había tenido exactamente una experiencia sexual... y no había sido precisamente memorable. Convertirse en madre de su hermana pequeña cuando tenía dieciocho años y trabajar para pagarse los estudios mientras intentaba llevar la casa no dejaba mucho tiempo para salir con chicos.

Pero ni uno de los besos que le habían dado en su vida se parecía a aquel. Aquel beso era increíble, le removía algo por dentro. Como si hubiera fuegos artificiales en su interior.

¿Cómo podía sentir eso mientras besaba a un completo extraño?

No era ella misma, ésa era la única explicación. Ya no era una aburrida secretaria trabajando para un hombre que nunca podría ser suyo, ya no era la responsable hermana mayor que se encargaba de todo. Era una mujer ardiente, sensual, y completamente a cargo de su destino. Estaba viviendo una vida de intrigas internacionales y peligro, una vida emocionante llena de pasión y de hombres asombrosos que hablaban su idioma con acento ruso y besaban como si les fuese la vida en ello...

Las voces se acercaron más entonces, devolviéndola a la realidad. Y cuando oyó un silbido se le encogió el estómago.

–No te asustes –le dijo el extraño al oído–. Pronto se marcharán.

Paige tembló, aunque no de miedo, mientras la besaba en el cuello.

–¿Cómo te llamas?

Esa pregunta la sorprendió. Estaba apretado contra ella íntimamente, besándola como si lo hubiera hecho toda su vida, su erección rozando uno de sus muslos, y no conocía su nombre. Si la situación no fuera tan peligrosa, habría soltado una carcajada.

–Tu nombre...

–Paige –dijo por fin, antes de que él volviera a buscar sus labios.

Los hombres se acercaron y cuando uno de ellos dijo algo en ruso, Paige sintió que el extraño se ponía tenso.

–Gime –musitó, sobre sus labios.

Su acento hacía que la palabra sonara más sexy que nada que hubiese oído en toda su vida.

Pero Paige se daba cuenta de que estaban en peligro. Y que él lo supiera hacía que el peligro le pareciese más real. Eran muchos contra dos. Si esos hombres descubrían que era la chica que había golpeado a uno de ellos en la entrepierna, el extraño no podría hacer nada.

Nerviosa, enterró la cara en su cuello y dejó escapar un gemido. Pero sonaba irreal, poco convincente.

–Más alto –dijo él, empujando las caderas hacia ella.

Al notar el roce de su erección, Paige dejó escapar un gemido y esta vez era muy real. El extraño volvió a buscar su boca y Paige enredó los dedos en su pelo, apretándose contra él.

Estaba haciéndola sentir algo que no había sentido nunca. Estaban vestidos, en medio de la calle, en peligro, y Paige estaba a punto de llegar al clímax.

Ni siquiera estaba desnuda, no se conocían de nada y sin embargo...

Cuando él puso una mano sobre sus pechos, acariciando un pezón con el pulgar, Paige gimió de nuevo y esta vez no tuvo que fingir.

Se sentía perversa. Estaba ardiendo y totalmente desesperada por llegar al final.

No podía ser y sin embargo...

El extraño se apartó un poco, sin soltarla. No parecía afectado por lo que había pasado, mientras ella estaba ardiendo de deseo y frustrada al mismo tiempo.

–Se han ido –dijo, soltándola.

Paige sintió frío de repente y tuvo que abrazarse a sí misma. Le castañeteaban los dientes, pero no parecía capaz de controlarlo.

–Gracias –murmuró por fin, extrañamente decepcionada al no haber podido llegar al orgasmo. Aunque su cuerpo seguía temblando por efecto de la adrenalina.

–Ne ze chto. Debemos irnos.

Paige parpadeó, mirándolo de cerca por primera vez... y se quedó perpleja. Era un hombre guapísimo. Como un actor de Hollywood, como un modelo... no, nada de eso podía describir a aquel hombre.

Había estado tan asustada antes, y luego tan excitada, que apenas había tenido tiempo de fijarse en los detalles.

Llevaba un abrigo de piel y tenía el pelo oscuro y la nariz y los pómulos que los artistas llevaban siglos pintando y esculpiendo en mármol. Sus labios eran generosos, sensuales, su mandíbula cuadrada.

Y acababa de decir que tenían que irse. Juntos.

Paige dio un paso atrás, desconcertada y recelosa. Ya había cometido demasiados errores esa noche. Había salido sola del hotel, cuando le habían advertido que no lo hiciera, y había estado a punto de ser asaltada por un grupo de borrachos. No iba a irse con aquel hombre, aunque estuviese en deuda con él por ayudarla.

–Agradezco su ayuda, pero si cree que voy a irme con usted a algún sitio para terminar lo que hemos empezado...

–Veo que tienes una gran opinión de ti misma, Paige –la interrumpió él, burlón–. Y vendrás conmigo si no quieres que vuelva a repetirse la escena. Esos hombres podrían volver en cinco minutos, cuando vean que no te has metido en el metro ni en ninguna de las discotecas de por aquí.

–Volveré a mi hotel. Creo que está al final de esa calle...

–No es seguro.

–Mi jefe está allí, él podrá ayudarme...

–No, es más seguro que vengas conmigo.

Paige apretó los labios, furiosa. ¿Quién creía que era para decirle lo que tenía que hacer? ¿Y qué quería decir con eso de que no era seguro? ¡Tenía que ser más seguro que irse con él!

–Le agradezco su ayuda, de verdad, pero mi hermana ha desaparecido y creo que Chad es el único que puede ayudarme...

El extraño dio un paso adelante.

–¿Chad? ¿Chad Russell es tu jefe?

Paige lo miró, perpleja.

–¿Conoce a Chad?

–Claro que conozco a Chad Russell, maya krasavitsa. Y sé que lo mejor es que vengas conmigo si quieres salir viva de aquí.

Paige sintió un escalofrío. Algo en su tono le hacía desear salir corriendo.

–No sé si es buena idea –insistió.

El extraño se encogió de hombros.

–Es tu vida, haz lo que quieras.

–Pero ¿por qué dice que no es seguro?

Él hizo una mueca.

–Las calles no son seguras por la noche, como tú misma acabas de descubrir. Ocurre lo mismo en todas las grandes ciudades del mundo.

Lo que decía era cierto. ¿Saldría sola de noche por las calles de Dallas o Nueva York? No, definitivamente no.

–Puedo pagarle para que me acompañe al hotel.

La carcajada del extraño fue totalmente inesperada y Paige sintió que le ardía la cara. Qué noche tan ex

traña, pensó.

–Ven conmigo o vete sola, haz lo que quieras.

Luego, sencillamente, se dio la vuelta y empezó a caminar en la dirección en la que se habían ido los hombres.

Paige se mordió los labios, temblando y preguntándose qué demonios debía hacer.

Tal vez podría llegar sola al hotel... suponiendo que no se perdiera. No estaba lejos de allí, a lo largo del río Moscova, pero era un paseo oscuro y solitario.

Iría corriendo. Podía llegar en diez minutos si se daba prisa y tal vez Emma ya habría vuelto al hotel. Y si no, Chad estaría allí para ayudarla.

Le llegó entonces el sonido de voces masculinas hablando en ruso. Hablaban en voz muy alta, riendo. No sabía si eran los mismos hombres pero... ¿podía arriesgarse?

¿Qué estaba haciendo allí?, se preguntó, mirando alrededor. ¿Por qué había pensado que podía hacer aquello sola? No hablaba ruso y a veces no podía entender a la gente aunque hablaran su idioma. Paige miró entonces al hombre que se alejaba. A él sí lo entendía.

Pero era un extraño. ¿Cómo iba a ir a ningún sitio con un hombre al que no conocía de nada?

Las voces se acercaban cada vez más. Entre encontrarse con esos borrachos o ir con el hombre que la había ayudado, Paige decidió que no tenía alternativa.

Y empezó a correr.

Capítulo 2

ALEXEI sirvió whisky en un vaso y se lo ofreció a la joven, que estaba sentada con expresión triste en el sofá. El paseo por las frías calles de Moscú la había dejado helada pero un trago de whisky la haría entrar en calor. Y entonces descubriría qué estaba haciendo en la Plaza Roja a la misma hora en la que él debía encontrarse con su informador. Considerando que era empleada de Chad Russell, le parecía una extraordinaria coincidencia.

Y él no creía en las coincidencias. El trabajo duro y los sacrificios lo habían llevado donde estaba en aquel momento, no creer en místicas ocurrencias. Si hubiera dejado su vida en manos de la suerte y las circunstancias, probablemente estaría muerto, como el resto de su familia.

Ella aceptó el vaso sin mirarlo y después de tomar un largo trago empezó a toser.

–¡Sabe horrible!

Alexei tomó un sorbo de su whisky, disfrutando del sabor a barrica de roble y caramelo. El whisky de malta de cincuenta años era perfecto. Y también lo era la interpretación de la chica. Definitivamente, sabía hacerse la inocente, pensó, haciendo una mueca de desdén.

Como su padre antes que él, Chad Russell siempre había creído que podía arruinar Prospecciones Voronov si ofrecía dinero a la gente adecuada. Pero aún no había tenido éxito, ni lo tendría.

Alexei moriría antes de perder el siguiente asalto en su épica batalla. Quien lograse convencer a Pyotr Valishnikov para que le vendiera sus acciones en el Báltico y Siberia obtendría una enorme recompensa, dejando a la otra compañía mordiendo el polvo. Aquel trato era la culminación de todo aquello por lo que Alexei había trabajado tanto. Con una simple firma, Valishnikov podía darle el poder para, por fin, aplastar a Russell de una vez por todas.

Y entonces Katerina habría sido vengada. Eso era lo único que importaba.

Alexei estudió a la mujer que estaba en su sofá.

¿Estaba allí para conseguir información sobre sus planes? De ser así, iba a llevarse una desilusión. Pero si estaba intentando distraerlo para que bajase la guardia... no, en realidad tampoco parecía poner mucho empeño en hacer eso.

Era preciosa, pero de una forma natural. Él había conocido a muchas mujeres guapas en su vida, pero aquella no parecía consciente de su belleza. Ni una sola vez se había tocado el pelo, ni le había pedido un espejo. Y no llevaba una gota de maquillaje.

Mientras la miraba, ella metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un par de gafas.

–Veo bien, pero me duele la cabeza si estoy mucho tiempo sin ellas –murmuró, mirando el vaso que tenía en la mano–. Se llenaron de vaho cuando salí a la calle y se me olvidó volver a ponérmelas.

–¿Qué hacías en la Plaza Roja?

Paige lo miró con los ojos húmedos y, una vez más, Alexei sintió la extraña punzada en el corazón que había sentido antes, cuando respiró su aroma. Su hermana tenía los ojos oscuros, como los de ella. Unos ojos llenos de secretos, de los que no podía escapar por mucho éxito que tuviera o por mucho que intentase dejar el pasado atrás.