4,99 €
El secreto de Alex Para el experto en seguridad Garrett King, rescatar a una dama en apuros era una rutina diaria, aunque se tratase de una princesa sexy y deseable a la que pensaba tener muy cerca. Garrett sabía que la princesa Alexis había escapado de su palacio en busca de independencia y amor verdadero… un amor que creía haber encontrado con él. Pero Garrett no era un caballero andante, sino un experto en seguridad contratado en secreto por el padre de Alexis para protegerla durante su aventura. Era un solterón empedernido que no creía en los finales felices… pero un beso de la princesa podría cambiarlo todo. Un acuerdo íntimo Cuando el descarado millonario irlandés Ronan Connolly conoció a Laura Page saltaron chispas. Para Laura, él representaba el peligro; y para él, ella era un refugio seguro. De modo que la pasión prendió fuego entre ellos, demasiado ardiente y veloz, tanto que Ronan decidió ponerle fin antes de que pudiera convertirse en algo serio. Pero volvió a ella de nuevo con el deseo de reanudarlo donde lo habían dejado. Laura estaba dolida y furiosa... y, para colmo, escondía algo. Ronan se juró que averiguaría todo lo que había sucedido desde que él se había ido. Aunque, en esa ocasión, intimar con Laura podía significar entregarle su corazón.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 337
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 428 - agosto 2019
© 2012 Maureen Child
El secreto de Alex
Título original: To Kiss a King
© 2012 Maureen Child
Un acuerdo íntimo
Título original: Up Close and Personal
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2013
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-368-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
El secreto de Alex
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Un acuerdo íntimo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Aquello era un infierno, pensaba Garrett King.
Un grupo de niños pasó corriendo y gritando a su lado.
¿Disneylandia era el sitio más feliz de la tierra? Garrett no estaba de acuerdo.
¿Cómo se había dejado convencer para ir allí? No tenía ni idea.
–Te estás volviendo blando –murmuró, apoyando la mano en una barandilla de metal… para apartarla inmediatamente porque estaba pringosa.
–Podrías estar en la oficina –se dijo a sí mismo, limpiándose la mano con una servilleta de papel que tiró a la papelera–. Podrías estar comprobando facturas o buscando nuevos clientes. Pero no, tenías que decirle que sí a tu primo.
Jackson King había hecho todo lo posible para convencerlo de que participase en su pequeña aventura familiar. Su mujer, Casey, estaba preocupada por él porque lo veía demasiado solo. Casey era una buena chica, pero ¿a nadie se le había ocurrido pensar que un hombre estaba solo porque quería estarlo?
Podría haber dicho que no, pero Jackson le había tendido una trampa. Había hecho que sus hijas le pidieran al tío Garrett que fuera con ellos y, francamente, enfrentado con las tres niñas más adorables del mundo, había sido imposible decir que no.
–¡Eh, primo! –lo llamó Jackson. Y Garrett se volvió para fulminarlo con la mirada.
–¿Qué?
–Casey, cariño –dijo Jackson, volviéndose hacia su esposa–. ¿Has visto eso? Parece que mi primo no lo está pasando bien.
–Sobre eso… –lo interrumpió Garrett, levantando la voz para hacerse oír por encima de los gritos infantiles–. Estaba pensando que debería marcharme…
Alguien le tiró entonces de la pernera del pantalón y Garrett miró el rostro levantado de Mia.
–Tío Garrett, vamos a montar en la noria. ¿Quieres venir con nosotros?
A los cinco años, Mia King era ya una rompecorazones. Desde los ojos azules al diente que le faltaba en la encía superior o el hoyito en la mejilla, era absolutamente adorable. Y como no era tonta, sabía qué tenía que hacer para salirse con la suya.
–Ya… Garrett miró a sus hermanas pequeñas, Molly y Mara. Molly tenía tres años y Mara estaba aprendiendo a caminar. Y las tres juntas eran imparables, pensó. Una niña haciendo pucheros era irresistible, tres eran demasiado para cualquier hombre.
–¿Qué te parece si me quedo aquí y cuido de vuestras cosas mientras subís a la noria?
Jackson soltó una risotada que Garrett decidió ignorar. Pero aquello era increíble. Él era el propietario de una de las más respetadas empresas de seguridad del país y allí estaba, negociando con una niña de cinco años.
Los miembros de la familia King tenían una relación muy estrecha, pero Jackson y él eran amigos además de primos y habían trabajado juntos durante mucho tiempo. La empresa de seguridad de Garrett y la de Jackson, King Jets, estaban asociadas, aunque no fuera legalmente. Los millonarios clientes de Garrett contrataban los lujosos jets de Jackson y ambas compañías se beneficiaban de esa sociedad.
Por otro lado, la mujer de Jackson, Casey, era una de esas mujeres felizmente casadas que veían a todos los hombres solteros como un reto personal.
–¿Vas a subir a la noria con nosotros? –le preguntó Jackson. Tenía en brazos a Mara y cuando la niña tocó su cara, Garrett vio que su primo prácticamente se derretía. Algo curioso porque en los negocios Jackson King era un tiburón, un tipo al que nadie quería enfadar.
–No –respondió Garrett, tomando a la niña en brazos. Con la explosión de población en la familia King, estaba empezando a acostumbrarse a tratar con niños–. Esperaré aquí con Mara y vigilaré vuestras cosas.
–Podrías subir conmigo, tío Garrett –insistió Mia, clavando en él sus ojazos azules.
Él se puso en cuclillas para mirarla.
–¿Qué tal si me quedo aquí con tu hermana y cuando bajes me cuentas cómo lo has pasado?
Mia hizo un puchero, evidentemente poco acostumbrada a no salirse con la suya, pero enseguida sonrió.
–Bueno.
Casey tomó a las dos niñas de la mano y, sonriendo, se dirigió a la cola.
–No te he pedido que vinieras a Disneylandia con nosotros para que te quedases como un pasmarote –protestó Jackson.
–¿Y por qué me has pedido que viniera? No, mejor, ¿por qué te he dicho yo que sí?
Jackson soltó una carcajada.
–Una palabra: Casey. Mi mujer cree que estás muy solo y cualquiera le lleva la contraria.
Garrett miró a la niña que tenía en brazos.
–Tu papá tiene miedo de tu mamá.
–Desde luego que sí –admitió Jackson, dirigiéndose a la cola–. ¡Si empieza a protestar, hay un biberón en la bolsa de pañales!
–¡No te preocupes, puedo cuidar de una niña! –gritó él, pero Jackson ya había sido tragado por la multitud–. Estamos solos, pequeñaja –le dijo a la niña, que empezaba a revolverse, como si quisiera salir corriendo–. No, de eso nada. Si te dejase en el suelo saldrías corriendo y tu madre me mataría.
–Bajo –dijo Mara.
–No.
La niña frunció el ceño y después lo intentó con una sonrisa.
–Madre mía –murmuró Garrett, sin dejar de sonreír–. ¿Las mujeres nacen sabiendo cómo hacer eso?
De las casetas cercanas salía una musiquilla alegre y el olor a palomitas de maíz flotaba en el aire. Un perro con una chistera bailaba con Cenicienta para animar a la gente y Garrett tenía una niña en brazos… y se sentía fuera de lugar.
Aquel no era su mundo, pensó, meciendo a Mara cuando empezó a revolverse. Que le dieran una situación peligrosa: un asesinato, un secuestro, incluso un robo de joyas, y estaba en su elemento.
¿Pero aquella reunión familiar en un parque de atracciones? No, para nada.
Propietario de una de las empresas de seguridad más importantes del país, sus clientes iban desde la realeza europea a ricos empresarios y políticos. Como también ellos eran millonarios, los King sabían cómo mezclarse con ese tipo de gente y su reputación era impecable.
Su firma era la más buscada no solo en el país sino en todo el mundo y los mellizos King viajaban por todo el planeta, haciendo bien su trabajo.
Eso era lo suyo, se dijo a sí mismo mientras observaba a Jackson y su familia llegar a la cabecera de la cola. Casey llevaba a Molly en brazos y Jackson a Mia sobre los hombros. Parecían una familia perfecta y Garrett se alegraba de corazón. De hecho, se alegraba por todos los King que recientemente se habían lanzado a las procelosas aguas del matrimonio y la familia.
Pero él no pensaba apuntarse. Los hombres como él no creían en los finales felices.
–Pero no pasa nada –le dijo a Mara, dándole un beso en la frente–. Yo me conformo con pasar un rato con vosotros. ¿Qué te parece?
La niña balbució algo ininteligible y luego señaló con la manita a un hombre que vendía globos.
Garrett iba a comprarle uno cuando se fijó en una mujer a unos metros de él…
Alexis Morgan Wells estaba pasándolo de maravilla. Disneylandia era exactamente lo que había esperado que fuese. Le encantaba todo lo que la rodeaba: la música, las risas de los niños, los personajes de dibujos animados de tamaño natural paseando entre la gente. Le gustaban los jardines, los topiarios en forma de personajes de Disney, incluso el olor de aquel sitio. Olía a infancia, a sueños y a magia al mismo tiempo.
La musiquilla de la última atracción en la que había subido seguía sonando en sus oídos y tenía la sensación de que sería así durante horas…
Pero su buen humor desapareció cuando el hombre que había estado molestándola en la góndola apareció a su lado.
–Vamos, guapa. No estoy loco ni nada parecido, solo quiero invitarte a comer. ¿Tan horrible sería?
Ella se volvió, con una sonrisa impaciente.
–Ya le he dicho que no estoy interesada, así que déjeme en paz.
En lugar de mostrarse enfadado, los ojos del hombre se iluminaron.
–Ah, eres británica, ¿verdad? Me encanta el acento.
–Por el amor de Dios…
Iba a tener que librarse de su acento, se dijo a sí misma, porque llamaba mucho la atención. Aunque no era británico sino de Cadria. Si se esforzaba, podría fingir un acento americano. Al fin y al cabo, su madre había nacido en California.
Pensar en su madre la hizo sentir culpable, pero Alex decidió olvidarse de ello. Además, estaba absolutamente segura de que su madre entendería por qué había tenido que marcharse.
Después de todo, ella era una adulta inteligente y segura de sí misma. Y si quería tomarse unas vacaciones, ¿por qué iba no iba a hacerlo?
Bueno, ya se sentía un poco mejor…
Hasta que vio que su admirador seguía persiguiéndola. Ella intentaba pasar desapercibida y aquel hombre estaba llamando la atención.
Intentando ignorarlo, Alex apresuró el paso, moviéndose entre la gente con una gracia adquirida durante años haciendo clases de ballet. Llevaba una blusa blanca, vaqueros y sandalias de cuña, pero en ese momento desearía llevar zapatillas de deporte para salir corriendo.
Pero no, salir corriendo entre la gente como una lunática solo llamaría la atención, justo lo que ella quería evitar.
–Venga, guapa, solo quiero invitarte a comer.
–Yo no como –respondió Alex–. Me alimento de oxígeno.
El hombre parpadeó.
–¿Qué?
«Deja de hablar con él», se dijo a sí misma. «Ignóralo y te dejará en paz».
Se dirigía a unos toboganes gigantes cuando se fijó en otro hombre que la miraba. Era alto, de pelo negro y mandíbula cuadrada. Y tenía un bebé en brazos.
Al mirarlo sintió algo, como si lo reconociera. Como si hubiera estado buscándolo siempre. Desafortunadamente, a juzgar por la niña que llevaba en brazos, alguna otra mujer lo había encontrado antes.
–No vayas tan rápido –insistió el pesado que la perseguía.
Alex miró al hombre que llevaba el bebé en brazos y sintió como si estuviera tocándola con los ojos. Y, sin que ella le dijese nada, pareció entender la situación inmediatamente.
–Ah, ahí estás, cariño –la llamó–. ¿Por qué has tardado tanto?
Sonriendo de oreja a oreja, Alex aceptó la ayuda que le ofrecía. Él le pasó un brazo por los hombros y miró al tipo que la seguía.
–¿Algún problema? –preguntó su caballero andante.
–No –murmuró el tipo, sacudiendo la cabeza–. Ningún problema.
Y desapareció.
Alex lo observó alejarse entre la gente, exhalando un suspiro de alivio. No quería que nada estropease su primer día en Disneylandia. El hombre que estaba a su lado seguía teniendo el brazo sobre su hombro y le gustaba. ¿Cómo no iba a gustarle? Era alto y guapo y al verla en apuros le había ofrecido su ayuda.
–¡Gobo!
La voz de la niña que tenía en brazos interrumpió sus pensamientos y, recordando que probablemente su héroe era el marido de alguien, Alex se apartó.
–Qué guapa eres. Tu papá debe estar muy orgulloso de ti.
–Desde luego que sí –dijo el hombre, su voz era tan profunda que parecía enterrarse dentro de ella–. Y tiene dos más igual que esta.
–¿Ah, sí? –Alex no entendía por qué saber que tenía tres hijas le parecía tan decepcionante, pero así era.
–Mi primo y su mujer tienen otras dos niñas. Ahora mismo están en la montaña rusa y yo estoy vigilando sus cosas.
–Ah, ya –Alex sonrió de oreja a oreja–. ¿Entonces no es usted su padre?
Él sonrió también, como si hubiera sabido lo que pensaba.
–Yo no le haría eso a un pobre niño inocente.
Estaba disfrutando del inofensivo flirteo tanto como ella.
–¿Por qué no? Un héroe podría ser un buen padre.
–¿Héroe? No, para nada.
–Lo ha sido para mí hace un minuto –insistió ella–. No podía convencer a ese hombre para que me dejase en paz, así que agradezco mucho su ayuda.
–No tiene nada que agradecer. Si hubiera acudido a un guardia de seguridad, él se habría encargado de echarlo de aquí. Probablemente debería haberlo hecho.
No, de haber acudido a un guardia de seguridad habría tenido que firmar la declaración con su nombre y su identidad habría sido descubierta.
Alex negó con la cabeza, su melena rubia moviéndose de lado a lado.
–No era peligroso, solo molesto.
Él rio y a Alex le gustó el sonido de su risa.
–Gobo, Gar –insistió la niña, con una vocecita cargada de determinación.
–Ah, es verdad, el globo –Garrett le hizo una seña al hombre que vendía los globos, que se acercó de inmediato para atar uno de color rosa a la muñeca de su sobrina.
Mientras le pagaba, la niña movía el bracito arriba y abajo, gritando de alegría al ver que el globo bailaba a su antojo.
–Bueno, creo que deberíamos presentarnos –sugirió él–. Esta niña tan exigente es Mara y yo soy Garrett.
–Yo soy Alexis, pero puedes llamarme Alex –dijo ella, ofreciéndole la mano.
Garrett la estrechó y, al rozar su piel, Alex sintió un calor inesperado. Pero cuando la soltó, el delicioso calor se disipó.
–Bueno, Alex, ¿qué tal lo estás pasando?
–Hasta hace un momento, de maravilla. Me encanta este sitio –respondió ella–. Es la primera vez que vengo y había oído hablar tanto de Disneylandia…
–Ah, eso lo explica todo.
–¿Qué explica? –preguntó Alex, poniéndose tensa.
–Es tu primera vez en Disneylandia y lo estás pasando tan bien que toda esta multitud no te molesta.
–No, estoy encantada. Todo el mundo parece muy agradable, salvo ese impertinente –Alex dio un paso atrás. Por encantador que fuera charlar con aquel hombre tan guapo, sería mejor dar por terminada la charla y seguir adelante–. En fin, gracias otra vez por rescatarme, pero debería irme…
Él inclinó a un lado la cabeza.
–¿Has quedado con alguien?
–No, pero…
–¿Entonces por qué tanta prisa?
El corazón de Alex se aceleró. No quería que se fuera y eso era muy agradable. Además, le caía bien, le gustaba.
Mirando los pálidos ojos azules de Garrett, lo pensó un momento. Tenía que intentar pasar desapercibida, pero eso no significaba que tuviera que ser una ermitaña durante sus vacaciones. ¿Y qué clase de vacaciones serían si no incluyeran un poco de romance?
–¿Qué tal si te quedas un rato con nosotros? –sugirió él–. Así me rescatarás de esta pandilla.
–¿Tú necesitas que te rescaten? –replicó Alex, burlona.
–Te aseguro que mis sobrinas me tienen tomada la medida. Si no estás aquí para protegerme, a saber lo que podría ocurrir.
Tentador, pensó ella. Solo llevaba tres días en Estados Unidos y ya se sentía un poco sola. Era liberador, desde luego, pero también un poco deprimente. Y no podía llamar a los pocos amigos que tenía en Estados Unidos porque en el momento que lo hiciera su familia descubriría su paradero y su momento de libertad terminaría abruptamente.
No le haría daño a nadie si pasara el día con un hombre que le gustaba y con una familia a la que él claramente adoraba.
Alex respiró profundamente, decidida a dar el salto.
–Muy bien, de acuerdo. Me encantaría rescatarte.
–Estupendo –dijo él–. Mi primo y su familia volverán en cualquier momento. Mientras esperamos, ¿por qué no me cuentas de dónde eres? Tu acento suena británico, pero no exactamente…
Alex se alteró un poco al escuchar eso, pero intentó disimular.
–Tienes buen oído.
–Eso me han dicho. Pero esa no es una respuesta.
No, no lo era, y qué astuto por su parte darse cuenta. La habían entrenado desde niña a responder de manera evasiva… su padre se habría sentido orgulloso de ella.
«Nunca respondas a una pregunta directamente, Alexis. Cuidado con lo que dices, Alexis, tienes una responsabilidad hacia tu familia, tu corona, tu gente».
–Eh, Alex.
La voz de Garrett interrumpió sus pensamientos, afortunadamente. Era la segunda vez que la rescataba ese día. No quería pensar en sus deberes, en su papel en la historia de su país. No quería ser nada más que Alex.
De modo que en lugar de ser evasiva, sugirió:
–¿Por qué no intentas averiguar de dónde soy? Yo te diré cuándo has acertado.
Él enarcó una oscura ceja.
–Estás retando al tipo equivocado, pero como quieras. Cinco dólares a que lo acierto antes de que termine el día.
Esperaba que no fuera así porque eso lo arruinaría todo.
–¿Cinco dólares? No es mucho.
Garrett sonrió y esa sonrisa envió una nueva ola de calor por todo su cuerpo.
–Estoy abierto a negociaciones.
–No, no, me parece bien –se apresuró a decir ella.
Tal vez no estaba preparada para un romance. O tal vez Garrett era demasiado para ella. En cualquier caso, decidió que lo mejor sería calmar un poco las cosas.
–Cinco dólares me parece bien.
–De acuerdo entonces, pero deberías saber que no se puede apostar conmigo. Siempre gano.
–Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?
–No tienes idea.
Alex sintió un escalofrío. Pero, nerviosa o no, le gustaba lo que sentía estando con él. ¿Qué tenía que la afectaba tanto?
–¡Qué divertido ha sido, tío Garrett!
Un diminuto remolino corrió hacia ellos y se abrazó a las piernas de Garrett, antes de mirarla a ella con gesto receloso.
–¿Quién eres?
–Es Alex –dijo él–. Alex, te presento a Mia.
–Hola, Mia.
La niña se agarró a las piernas de su tío con más ímpetu.
–Cariño, no salgas corriendo cuando hay tanta gente –escucharon entonces una voz masculina.
Alex se volvió para ver a una atractiva pareja acercándose a ellos, el hombre con una versión más pequeña de Mia en los brazos.
–Alex, te presento a mi primo Jackson y su mujer, Casey. Y esa niña tan guapa es Molly.
–Encantada de conoceros.
Jackson la miró de arriba abajo y le hizo un guiño a su mujer.
–Dejamos a Garrett solo cinco minutos y encuentra a la mujer más guapa de Disneylandia… –Casey le dio un codazo en las costillas–. Sin contarte a ti, cariño. Tú eres la mujer más guapa del mundo.
–Sí, claro, ahora –riendo, Casey se volvió para mirar a Alex.
–Encantada de conocerte.
–Siempre has sido un casanova, Jackson –bromeó Garrett.
–Por eso me quiere –respondió su primo, besando a su mujer en la frente.
Alex sonrió. Era tan agradable ver que aquella familia mostraba afecto públicamente que sintió una punzada de envidia. En cambio, ella había tenido que escapar de la suya… aunque los echaba de menos, incluso a su dictatorial padre.
–Debo admitir que estoy un poquito abrumada –les confesó–. Es la primera vez que vengo a Disneylandia y…
–¿La primera vez? –la interrumpió Mia–. Pero si tú eres mayor.
–¡Mia! –exclamó Casey, horrorizada.
Garrett y Jackson soltaron una carcajada a la que Alex se unió de inmediato. Inclinándose para mirar a Mia a los ojos, le dijo:
–Es horrible, lo sé. Pero yo vivo muy lejos de aquí.
Mia pareció pensarlo un momento antes de volverse hacia su madre.
–Deberíamos subir a la montaña rusa con Alex.
–Esa es tu atracción favorita –la regañó su padre.
–Pero a ella también le gustaría, ¿a que sí, Alex? –la niña se volvió para mirarla con gesto implorante.
–¿Sabes una cosa? Estaba preguntándome dónde estaría el famoso Ghost Ride.
–¡Yo te llevaré! –Mia tomó su mano y empezó a caminar, esperando que toda la familia las siguiese.
–Creo que ahora sí vas a pasar el día con nosotros –bromeó Garrett.
–Eso parece –respondió Alex, encantada.
Estaba en un sitio del que había oído hablar toda su vida y, además, acompañada. Había niños con los que reír y gente con la que charlar… todo era casi perfecto.
Pero cuando miró los ojos azules de Garrett, se dijo a sí misma que era más perfecto de lo que había imaginado.
–Y después de montar en el Ghost Ride, podemos subir al barco de los piratas… –Mia no paraba de hablar.
–Molly, cariño, no toques a ese bicho –dijo Jackson.
–¿Un bicho? –repitió Casey, poniendo cara de asco.
Sin soltar a Mara, Garrett se acercó a Alex.
–Prometo que después de montar en la atracción yo me encargaré de que puedas hacer lo que quieras.
Lo curioso era que, aunque él no lo sabía, ya estaba haciendo lo que quería hacer.
Quería ser aceptada por sí misma, pasar un día sin tener que preocuparse más que de pasarlo bien y, sobre todo, quería conocer gente y caerles bien por ser Alex Wells.
No porque fuera Su Alteza Real, la princesa Alexis Morgan Wells, del reino de Cadria.
Alex estaba volviendo loco a Garrett. Y no solo porque fuera preciosa, divertida e inteligente sino porque nunca había visto a una mujer disfrutar tanto. La mayoría de las mujeres que entraban y salían de su vida estaban eternamente preocupadas por si se despeinaban o se rompían una uña y eran tan sofisticadas que jamás se les ocurriría ir a un parque de atracciones.
Pero ella era diferente. Tenía a las niñas comiendo en la palma de su mano y, sin intentarlo siquiera, lo emocionaba de una forma inesperada. Tanto que no podía apartar los ojos de ella.
Su amplia sonrisa, tan invitadora y tan sexy le resultaba extrañamente familiar.
Sabía que la había visto antes, pero no podía recordar dónde. Y también eso lo molestaba. Porque una mujer como Alex era imposible de olvidar.
Durante el almuerzo, había comido su hamburguesa con ganas, dejando escapar suspiros de placer que lo habían hecho pensar en sábanas frescas y sexo ardiente. Cuando se sentó sobre los caballitos, la imaginó sentada a horcajadas sobre él. Cuando lamió un helado, imaginó…
Garrett sacudió la cabeza, intentando apartar de sí esa imagen. Desde que aquella chica apareció le costaba trabajo caminar y si seguía imaginando esas cosas acabaría paralizado.
A Alex le gustaba todo en Disneylandia; lo veía en sus ojos, que no eran capaces de esconder nada. Otra cosa en la que era diferente a las mujeres que él conocía, que mentían, planeaban estrategias y flirteaban de manera estudiada.
Alex, en cambio era… ella misma.
–Esto te va a gustar –dijo Mia, que se había convertido en la guía personal de su invitada–. En el barco pirata disparan balas de cañón y hay una hoguera y cantan y dentro está muy oscuro…
–Muy bien, cariño –Jackson interrumpió la cascada de información–. ¿Qué tal si dejamos descansar a Alex un rato? –sugirió, llevando a su familia a la primera fila de bancos, en la proa del barco.
Garrett aprovechó la oportunidad para sentarse con Alex en la última fila de popa para robar unos minutos a solas.
–Es estupenda –dijo Alex–. Tan inteligente, tan habladora, me encanta.
–Desde luego que sí –asintió él–. Mia tiene una opinión sobre todo y no vacila en compartirla con los demás. Su profesora de la guardería dice que es precoz, yo digo que es una parlanchina.
Alex rio de nuevo y Garrett se encontró sonriendo como respuesta. Cuando Alex reía, ponía su alma en ello y su rostro se iluminaba.
Aquella chica le gustaba demasiado, pensó entonces, sorprendido. Ni siquiera sabía su apellido… no sabía nada sobre ella y no era capaz de averiguar de dónde procedía.
Y no porque no lo hubiese intentado.
La sensación de haberla visto antes estaba sacándolo de quicio. Había algo en ella, algo que tenía en la punta de la lengua, pero no era capaz de recordar.
La atracción empezó a moverse y Alex se inclinó hacia delante, como para no perderse nada. También le gustaba eso de ella: su curiosidad, lo dispuesta que estaba a pasarlo bien. Vivir el momento no era algo que hiciese todo el mundo. En general, la gente siempre estaba pensando en el mañana, en lo que harían cuando tuvieran tiempo, o dinero o energía.
Lo había visto a menudo: gente que lo tenía todo y que, sin embargo, no parecía darse cuenta porque estaba siempre buscando algo más.
–Maravilloso –susurró ella. El barco se mecía sobre sus raíles como si estuviera flotando de verdad, el agua acariciando el casco.
Sobre sus cabezas, el cielo nocturno se había llenado de estrellas y una brisa cálida movía su preciosa melena. Incluso en la oscuridad, Garrett veía el brillo de alegría en sus ojos y, de repente, no podía resistirse.
Inclinándose hacia delante, la tomó por la cintura y se apoderó de su boca para saborear lo que llevaba horas haciéndole perder la cabeza.
Y había merecido la pena esperar.
Después de un segundo, Alex se recuperó de la sorpresa y le devolvió el beso de manera suave, lánguida, haciendo que Garrett deseara estar a solas con ella en la oscuridad y no rodeados de piratas cantarines y alegres turistas.
Alex suspiró y eso lo encendió aún más, dejándolo sin respiración. ¿Pero quién necesitaba respirar?
–Ha sido precioso –susurró ella, acariciando su cara.
Garrett tomó su mano para besarla.
–Ha sido más que eso.
Un pirata disparó su pistola y Alex dio un respingo, pero luego rio, divertida, apoyando la cabeza en su hombro. Garrett la abrazó y, en lugar de disfrutar de la atracción, se dedicó a observar sus reacciones.
No dejaba de sonreír, mirando de un lado a otro, como absorbiendo las experiencias como una esponja. Y en ese momento, se alegraba infinito de que Jackson lo hubiera convencido para ir a Disneylandia.
–Lo estoy pasando tan bien –susurró.
–¿Solo bien?
Ella apartó la cabeza de su hombro para mirarlo a los ojos.
–Muy, muy bien.
–Ah, bueno, eso está mejor –bromeó Garrett.
Alex seguía maravillándose de todo y él maravillándose de ella. El agua acariciaba el casco del barco, los piratas cantaban y, delante de ellos, Mia cantaba también.
Garrett sonrió para sí mismo, pensando que, por sorprendente que fuera, también él lo estaba pasando muy, muy bien.
Después del barco pirata pasearon por el parque, con los últimos rayos del sol iluminando el cielo.
Las niñas estaban agotadas. Molly arrastraba los pies, Mara dormía sobre el hombro de Casey y Mia parecía tan increíblemente cansada que su sonrisa era casi una mueca. Pero antes de volver a casa tenían que hacer la última y tradicional parada.
–Vamos al castillo de la Bella Durmiente, Alex –dijo Mia, intentando disimular un bostezo–. Molly y yo seremos princesas algún día y tendremos un castillo como ese y un montón de cachorritos y…
–Otra vez con los cachorritos –Jackson suspiró, como si hubieran hablado del tema mil veces.
Alex rio, tomando a Garrett de la mano. Sus ojos brillaban con la misma emoción de antes. No estaba cansada de las niñas ni de nada. Al contrario, lo estaba pasando en grande.
Al verla sonreír, de nuevo tuvo esa sensación de que la conocía o la había visto antes. Frunciendo el ceño, Garrett intentó recordar. No podía conocerla porque se acordaría, pero había algo en ella tan familiar…
El palacio brillaba con una luz rosada, las luces escondidas entre las rocas y los arbustos dándole un aire de cuento de hadas.
Garrett sonrió cuando Mia lanzó una exclamación al ver los cisnes que flotaban elegantemente sobre el lago. El viento movía las ramas de los árboles, llevándoles un aroma a rosas recién cortadas…
–¿Puedo comprar un gorro de princesa, de esos que tienen pico? –preguntó la niña.
–Claro que sí, cariño –respondió Jackson, abrazando a su hija.
Garrett observó la escena y, por primera vez, sintió una punzada de envidia. Que no duraría mucho, por supuesto. Pero, por el momento, podía admitir que la idea de tener unos hijos como Mia y sus hermanas no le parecía absolutamente insoportable.
Para otra gente, claro, no para él.
–¡Alex, mira! –Mia tomó su mano para llevarla hacia la balaustrada de piedra sobre el lago, señalando los cisnes y el castillo rosado al fondo…
Y Garrett, de repente, se quedó inmóvil.
Acababa de descubrir por qué el rostro de Alex le resultaba tan familiar.
Varios años antes había hecho un trabajo para su padre, el rey de Cadria.
Y eso significaba que la guapísima Alex, la mujer más sexy e interesante que había conocido nunca, era la princesa Alexis.
Y él la había besado.
Maldita fuera.
Garrett se pasó una mano por el cuello, intentando llevar oxígeno a sus pulmones. Aquello lo cambiaba todo. Radicalmente.
–¿Te gustaría vivir en un castillo, Alex? –le preguntó Mia.
Él aguzó el oído para escuchar su respuesta.
Alex pasó una mano por el largo caballo oscuro de la niña antes de decir:
–Creo que un castillo puede ser un sitio muy solitario. Son muy grandes y tienen muchas corrientes de aire.
Garrett observaba su expresión mientras describía su propio hogar. Curiosamente, nunca se le había ocurrido pensar que a una princesa no le gustase vivir en un castillo. Después de todo, pertenecer a la realeza tenía que ser mejor que cualquier otra alternativa.
–Pero podría tener muchos cachorros –insistió Mia.
–Sí, pero no los verías nunca porque las princesas no pueden jugar con cachorros.
–¿Por qué no?
–Porque tienen muchas cosas que hacer. Tienen que decir las frases apropiadas, hacer las cosas que les mandan… no hay mucho tiempo para jugar.
Mia frunció el ceño.
Y Garrett también. ¿Era eso lo que Alex pensaba de su vida? ¿Era por eso por lo que estaba allí, de incógnito, escapando de su vida de princesa? ¿Y qué haría si supiera que había averiguado su verdadera identidad? ¿Saldría corriendo?
–¿Sabes una cosa? Yo creo que un castillo de verdad no te gustaría tanto como este –dijo ella entonces.
–A lo mejor –asintió Mia–. Pero sí puedo jugar a ser una princesa.
–Seguro que eso es mucho mas divertido –respondió Alex.
Al darse la vuelta, se encontró con la mirada de Garrett y él sintió la atracción golpeándolo como un puñetazo en el pecho. Estaba metido en un buen lío.
Una princesa, por Dios bendito. ¿Había besado a una princesa?
Los vaqueros, las sandalias de cuña, las gafas de sol sobre la cabeza…
Había hecho todo lo posible por pasar desapercibida, pensó, preguntándose por qué. Siendo una princesa, podrían haberle hecho un tour guiado por Disneylandia tratándola como… bueno, como una princesa. En lugar de eso, había pasado el día paseando por el parque como cualquier turista.
Sola.
Esa palabra se repetía en su mente una y otra vez. Olvidando por un momento que le había mentido sobre su identidad… o más bien se la había ocultado, se preguntó dónde estarían sus guardaespaldas. Su séquito.
¿No sabía lo peligroso que era para alguien como ella salir a la calle sin protección? El mundo era un sitio peligroso y ayudar a los locos y los criminales no llevando guardaespaldas era una locura.
¿Por qué lo habría hecho?
Como si hubiera leído sus pensamientos, la sonrisa de Alex se evaporó. Garrett se percató de inmediato y volvió a sonreír como si no pasara nada. Ella quería mantener su identidad en secreto por alguna razón y hasta que descubriese cuál era esa razón, le llevaría la corriente.
Y hasta que supiera qué estaba pasando, se encargaría de mantenerla a salvo.
Jackson y Casey llevaron a las niñas al coche en el enorme aparcamiento en el que los turistas se movían como zombies buscando sus vehículos.
Garrett se volvió hacia Alex.
–¿Dónde está tu coche?
–No he venido en coche –respondió ella–. No sé conducir, así que he tomado un taxi desde el hotel.
Un taxi, pensó él, sola. Estaba buscándose problemas. De hecho, era un milagro que hubiera pasado el día entero sin ser reconocida.
–¿Dónde te alojas?
–En Huntington Beach.
–Muy bien, yo te llevaré al hotel.
–No tienes por qué hacerlo –se apresuró a decir ella.
Y Garrett se preguntó si sería amabilidad o una reacción a su cambio de actitud.
La cercanía, la conexión que había entre ellos antes había desaparecido. ¿Pero cómo no iba a ser así? Ella era una princesa y él un hombre normal que no pensaba dejarse llevar por el deseo después de reconocerla.
Era una princesa de verdad. Daba igual que su cuenta corriente pudiera compararse con la de Alex; el dinero no tenía nada que ver con la realeza. Y las dos cosas no tenían por qué llevarse bien.
–Pero es que quiero llevarte. No me cuesta nada.
–Puedo ir sola.
–Seguro que sí, ¿pero por qué vas a esperar un taxi cuando yo estoy aquí?
No pensaba dejarla sola hasta que supiera que estaba a salvo. El bonito rostro de la princesa Alexis había salido en más portadas de revista de las que podía recordar. Los reporteros y fotógrafos la seguían como ratas al flautista de Hamelín. Había tenido la suerte de cara hasta entonces, pero tarde o temprano se le acabaría y cuando así fuera se vería rodeada de gente. Y no todos ellos de fiar.
De modo que la llevaría al hotel. Y, una vez allí, pensaría qué debía hacer.
–Bueno, de acuerdo –asintió Alex–. Gracias.
Tuvieron suerte con el tráfico y, veinte minutos después, Garrett paraba el BMW frente a la puerta del hotel. Después de darle las llaves al aparcacoches, tomó a Alex del brazo para llevarla a la puerta, mirando a un lado y a otro discretamente. El vestíbulo era muy elegante, pero estaba casi vacío. Había árboles de verdad en el interior, colocados en gigantescos tiestos de terracota, un suelo de mármol que brillaba bajo las lámparas y cuadros en las paredes pintadas de color beis.
Dos de los empleados de recepción estaban ocupados metiendo datos en los ordenadores y un cliente le hacía preguntas a un tercero mientras una pareja mayor salía de uno de los ascensores. Todo parecía absolutamente normal, pero como Garrett sabía muy bien, las cosas podían cambiar en un instante. Una situación normal podía convertirse en una pesadilla en un segundo.
Alex no parecía darse cuenta de lo tenso que estaba mientras iban hacia los ascensores.
–Es este –le dijo, usando una tarjeta magnética para activarlo.
Mientras esperaban, Garrett volvió a mirar alrededor y notó que nadie se había fijado en ellos. Mejor. Aparentemente, la identidad de Alex también era un secreto allí, de modo que no se sentía tan ridículo por no haberla reconocido.
Pero, en su propia defensa, uno no solía ver a una princesa en vaqueros tomando un taxi para ir a Disneylandia.
Se alojaba en la suite real, por supuesto, y Garrett se alegró al ver que solo ella podía usar ese ascensor. Al menos, contaba con cierta protección. Y no se refería a los empleados del hotel. Él sabía lo fácil que era sobornar a los empleados de un hotel. Por una cantidad de dinero, había gente capaz de vender su alma al diablo.
Las puertas del ascensor se abrieron frente a un vestíbulo de mármol en el que había una sola puerta. Garrett esperó a que Alex abriese con su tarjeta y luego, antes de que ella pudiese decir nada, se coló en la suite para comprobar que no había nadie esperándola.
Era un sitio elegantemente decorado, con sofás de color azul medianoche, una chimenea que ocupaba gran parte de una pared y una terraza que ofrecía una estupenda panorámica del puerto.
Garrett se acercó al dormitorio para mirar discretamente bajo la cama y en el cuarto de baño antes de volver al salón.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó ella, tirando la tarjeta magnética sobre una mesa.
–Comprobar que no hay nadie –respondió Garrett, como si solo fuera un gesto caballeroso. Pero Alex no era tonta y empezó a mirarlo con cierto recelo.
Tenía la nariz quemada por el sol, el cabello despeinado y… y él pensó que estaba para comérsela, pero se dijo a sí mismo que debía calmarse. Sabía quién era y ya no habría más besos ni más fantasías.
Alex no estaba a su alcance. La deseaba, desde luego. Y mucho. Pero no pensaba crear un incidente diplomático.
Había conocido a su padre y sabía que el rey de Cadria no era el tipo de hombre que se tomaría a la ligera que un plebeyo se acercase a la princesa. Y Garrett no quería problemas. Sí, Alex era preciosa, sexy, divertida e inteligente, pero su corona era un obstáculo insalvable. Y, además de todo eso, estaba allí sola, sin protección.
Garrett estaba entrenado para pensar más en la seguridad que en sus propios deseos y mezclar ambas cosas no podía dar buen resultado.
–Te lo agradezco, pero estoy bien. Es un hotel de lujo y tienen un buen sistema de seguridad.
Él no estaba tan seguro de eso, pero lo comprobaría.
Cierto, era un hotel de cinco estrellas y normalmente eso significaba que los clientes estaban seguros, pero como él había descubierto de la peor manera posible, todo el mundo cometía errores.
–Gracias otra vez.
–No tienes que darme las gracias.
Garrett tragó saliva. Quería abrazarla y besarla hasta que los dos se quedasen sin aliento. Aún tenía en su boca el sabor de sus labios y sabía que no podría olvidarlo. Estaba excitado, pero tenía que controlarse.
–Lo he pasado muy bien –dijo Alex, sonriendo–. En realidad, lo he pasado mejor que nunca. Disneylandia ha sido todo lo que había imaginado que sería.
Ese comentario lo pilló por sorpresa.
–¿Habías imaginado que pasarías el día con una niña de cinco años que no dejaba de parlotear?
–Había imaginado que pasaría el día con amigos y que encontraría a alguien que… –Alex no terminó la frase.
Mejor, pensó Garrett. Él era un experto en seguridad, pero también era un hombre. Y saber que Alex sentía lo mismo que él sería más de lo que hubiera podido soportar.
Si no salía pronto de allí, podría olvidar sus principios y su buen juicio…
–Bueno, será mejor que me vaya –murmuró, dirigiéndose a la puerta mientras aún podía hacerlo.
–¿Estás seguro? –Alex señaló el bar–. Tal vez podrías tomar una copa antes de irte. O podríamos llamar al servicio de habitaciones…
No se lo estaba poniendo fácil, pensó él. Sería tan fácil quedarse allí, besarla de nuevo, sentir cómo su cuerpo respondía a sus caricias y olvidarse de quién era.
–No, gracias. Quizá en otra ocasión.
–Sí, claro –asintió ella, sin poder disimular su decepción.
Y después de un día entero viéndola sonreír, Garrett no podía soportar verla triste.
–¿Qué tal si desayunamos juntos? –se oyó decir a sí mismo.
Alex volvió a sonreír y el corazón de Garrett empezó a latir con una fuerza inusitada. Garrett King, el maestro de los errores.
–Eso me gustaría mucho.
–Entonces, nos veremos mañana. Vendré a buscarte a las diez –asintió él antes de salir de la suite.
Permaneció inmóvil en el ascensor, intentando no pensar en lo que acababa de hacer. Pero tenía que pensar en ello, encontrar la forma de solucionar la situación.
Sí, deseaba a Alex, pero su código de comportamiento exigía que protegiese a la princesa, no que se acostase con ella.
Cuando llegó al vestíbulo y las puertas del ascensor se abrieron, se dijo a sí mismo que tal vez podía hacer las dos cosas.
La cuestión era si debía hacerlo.