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Este primer libro traducido al castellano del prestigioso historiador Ulrich Herbert ofrece, basándose en las investigaciones más recientes, una concisa panorámica del Tercer Reich. Tras analizar los factores que hicieron posible el ascenso del nacionalsocialismo y la instauración de la dictadura, la parte principal del ensayo se dedica a los años que van de 1939 a 1945, un periodo en el que la historia alemana se expande hacia una dimensión europea y mundial. Con una opinión clara y precisa, el autor analiza, entre otros aspectos, el surgimiento de la extrema derecha, la crisis de la primera democracia alemana, la colaboración de las elites tradicionales en la llegada del NSDAP al poder, la política antisemita nazi, la guerra de Hitler contra la Unión Soviética, las actitudes sociales de la población alemana, las políticas de ocupación en la Europa dominada por los alemanes y el exterminio de los judíos europeos.
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Seitenzahl: 223
Veröffentlichungsjahr: 2024
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HISTÒRIA / 212
DIRECCIÓN
Mónica Bolufer Peruga (Universitat de València)Francisco Gimeno Blay (Universitat de València)M.ª Cruz Romeo Mateo (Universitat de València)
CONSEJO ASESOR INTERNACIONAL
Pedro Barceló (Universität Postdam)Peter Burke (University of Cambridge)Guglielmo Cavallo (Università della Sapienza, Roma)Roger Chartier (EHESS)Rosa Congost (Universitat de Girona)Mercedes García Arenal (CSIC)Sabina Loriga (EHESS)Antonella Romano (CNRS)Adeline Rucquoi (EHESS)Jean-Claude Schmitt (EHESS)Françoise Thébaud (Université d’Avignon)
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
Título original:Das Dritte Reich. Geschichte einer Diktatur© Verlag C. H. Beck oHG, Múnich, 2016
© Ulrich Herbert, 2016© De esta edición: Universitat de València, 2024© De la traducción: Anna Catharina Hofmann y Toni Morant i Ariño, 2024
Publicacions de la Universitat de Valènciahttps://[email protected]
Ilustración de la cubierta:Espectadores del desfile del 1 de mayo de 1938 en el bulevar Unter den Linden, Berlín.Fotografía: Munth. © Vintage GermanyCoordinación editorial: Amparo Jesús-Maria RomeroDiseño de la cubierta y maquetación interior: Inmaculada MesaCorrección: David Lluch
ISBN: 978-84-1118-362-8 (papel)ISBN: 978-84-1118-363-5 (ePub)ISBN: 978-84-1118-364-2 (PDF)
Edición digital
PRÓLOGO
PREFACIO
LISTADO DE SIGLAS
PRIMERA PARTE
EL IMPERIO ALEMÁN Y EL TERCER REICH
LOS AÑOS DE POSGUERRA
LA DERECHA EN LA REPÚBLICA DE WEIMAR
SEGUNDA PARTE
«LA TOMA DEL PODER»
PERSECUCIÓN
ECONOMÍA Y SOCIEDAD
EXPANSIÓN
LOS POGROMOS DE NOVIEMBRE
RUMBO A LA GUERRA
TERCERA PARTE
LA PRIMERA FASE DE LA GUERRA, 1939-1941
EL ESTALLIDO DE LA VIOLENCIA
BARBARROJA
POLÍTICA DE EXTERMINIO
GUERRA Y OCUPACIÓN
LA VOLKSGEMEINSCHAFT DURANTE LA GUERRA
RESISTENCIA
EL FINAL
CONCLUSIONES
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
ÍNDICE ONOMÁSTICO
El análisis del nacionalsocialismo es casi tan antiguo como su existencia como fenómeno histórico. En las últimas décadas se han publicado innumerables panorámicas y estudios sobre aspectos específicos de esta dictadura, la mayoría en alemán y/o inglés. Con la traducción del volumen El Tercer Reich. Historia de una dictadura, de Ulrich Herbert, publicado en 2016 por la editorial C. H. Beck, de Múnich, por fin está disponible en castellano un relato conciso y exhaustivo del régimen nazi. Su autor es uno de los más reputados historiadores alemanes. Entre 1992 y 1995, Herbert fue director del Centro de Investigación de Historia del Nacionalsocialismo de Hamburgo, antes de asumir la cátedra de Historia Contemporánea en la Universidad de Friburgo, que ocupó hasta su jubilación en 2019. En particular, es conocido por sus investigaciones sobre el nacionalsocialismo y el Holocausto. Sus libros figuran entre las obras de referencia más importantes sobre el tema y le han valido numerosos galardones y reconocimientos académicos, como el afamado Premio Leibniz de la Sociedad Alemana de Investigación (DFG).
Herbert ha desempeñado un papel decisivo en la reorientación de la investigación sobre la dictadura nazi, no solo arrojando luz sobre los protagonistas del exterminio, el terror de la ocupación y la guerra de aniquilación, sino también definiendo el carácter de la propia dictadura y su lugar en la sociedad alemana. Esto es válido sobre todo en el caso de su famosa monografía Best. Biographische Studien über Radikalismus, Weltanschauung und Vernunft, 1903-1989 (Best. Estudios biográficos sobre el radicalismo, la ideología y la razón, 1903-1989), sobre Werner Best, un alto funcionario de las SS, publicada en 1996. Al situar en primer plano a un ideólogo nazi inteligente y culto, consiguió dar un vuelco a las concepciones hasta entonces predominantes sobre los perpetradores. Nacido en 1903, Best pertenecía a la llamada «generación de los jóvenes de la guerra» (Kriegsjugendgeneration), que había vivido la Primera Guerra Mundial y las convulsiones de la posguerra como una experiencia juvenil determinante. Durante su carrera de Derecho y su militancia en el movimiento estudiantil völkisch, Best consolidó sus presupuestos ideológicos: la noción de la superioridad del Volk alemán, el rechazo frontal de las ideas de 1789 y la concepción de los judíos como un pueblo enemigo que habría que eliminar de forma sistemática, eficaz y sin sentimentalismos. Al tomarse en serio las concepciones ideológicas de altos funcionarios de las SS como Best, Herbert dejó claro que el Holocausto no fue el acto desmedido de «criminales» particularmente violentos, de bárbaros marginados socialmente y de burócratas obsequiosos, sino un asesinato en masa planificado y organizado por la élite burguesa del país, bien preparada, extremadamente ideologizada y, en general, muy joven. Igualmente, demostró que no se trataba en absoluto de un proceso inexplicable, sino que las decisiones y medidas que condujeron al Holocausto podían rastrearse paso a paso y en detalle.
Aparte de la importancia de la impronta biográfica y generacional, en las últimas tres décadas se han podido corregir también otros supuestos que habían caracterizado la percepción de la dictadura nazi y su política de exterminio. En primer lugar, esto incluye el hecho de que el número de perpetradores directamente implicados, calculado entre 200.000 y 250.000, fue mucho mayor de lo que se suponía. Al mismo tiempo, la propia interpretación del Holocausto cambió de manera fundamental, ya que las investigaciones empíricas llevadas a cabo desde la década de 1990 refutaron la imagen de un asesinato en masa anónimo e industrializado. No en vano, menos de la mitad de los judíos asesinados murieron en las cámaras de gas; los demás fueron fusilados o golpeados brutalmente hasta morir, y otros muchos murieron de epidemias, hambre o agotamiento. En este contexto, se ha destacado además que la escalada de violencia antisemita no puede explicarse sin tener en cuenta la evolución de la guerra de explotación y exterminio librada por los alemanes en el este de Europa. Por último, en cuanto a la propia población alemana, aún habría que añadir a la «gente sencilla» que participó en la marginación de sus conciudadanos judíos y se apoderó de sus casas, propiedades, negocios, ropa o puestos de trabajo, beneficiándose así directamente de la deportación y el asesinato en masa.
Con el presente libro, Ulrich Herbert nos ofrece una «obra de precisión sobre la dictadura de Hitler» (Süddeutsche Zeitung) basada en los últimos hallazgos de la investigación, a la que él mismo, como uno de los principales expertos del periodo comprendido entre 1933 y 1945, contribuyó de manera decisiva. A pesar de la notable brevedad de la exposición, el autor consigue analizar todos los aspectos importantes de la dictadura nazi, centrándose, por un lado, en las actitudes sociales de la población alemana y su interacción con el régimen y, por otro, en el análisis de la interrelación entre la guerra de exterminio alemana y el asesinato de los judíos europeos. El libro es, por tanto, una de las mejores y más diferenciadas introducciones al tema, que refuta los mitos y las ideas erróneas en torno a la dictadura nazi. Lo que queda tras su lectura es la nada tranquilizadora conclusión que Herbert formuló con gran acierto en su volumen de ensayos titulado Wer waren die Nationalsozialisten? (¿Quiénes eran los nacionalsocialistas?), aparecido en 2021: la nítida demarcación entre «alemanes» y «nacionalsocialistas» es a todas luces errónea, ya que el régimen nazi y sus crímenes «no fueron llevados a cabo por una sociedad y unas personas distintas a las que conocemos».
ANNA CATHARINA HOFMANNTONI MORANT I ARIÑO
Berlín / València
Presentar la historia del Tercer Reich1 en una extensión tan reducida constituye un atrevimiento. Por un lado, se trata de una época que, en las últimas décadas, ha sido investigada con mayor intensidad que cualquier otra. Las aportaciones resultantes arrojan una imagen de conjunto extraordinariamente variada y compleja, que se diferencia claramente de la tendencia, habitual en años anteriores, a reducir la historia del Estado nazi a unas pocas personas y acontecimientos centrales. De ahí que resulte problemático concentrarse en unas pocas líneas y tesis principales. Por otro lado, al fin y al cabo, se trata de historia específicamente alemana solo en el periodo que abarca de 1933 a 1939. Desde ahí hasta 1945, en cambio, son años que forman parte de la historia europea y mundial, y para casi todos los estados europeos siguen suponiendo la fase más horrible de su pasado. Sin duda, una perspectiva tan amplia no puede presentarse con propiedad en una visión tan condensada como la que busca el presente libro. No obstante, este desequilibrio no puede sino quedar reflejado en las proporciones del relato.
Así pues, el periodo hasta 1939 apenas ocupa dos quintas partes de la exposición. En la primera parte, lo importante para mí es mostrar qué procesos de larga duración, que se remontan a finales del siglo XIX, ejercieron su influencia y cómo se combinaron con las catastróficas experiencias de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica mundial. A la hora de presentar los años del dominio nazi hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, muchos acontecimientos que suelen formar parte del repertorio estándar del relato histórico de la época encontrarán en estas páginas, si acaso, un tratamiento relativamente breve. No en vano, por muy interesantes y esclarecedores que resulten muchos aspectos de esos años, su importancia histórica es claramente menor que la de los acontecimientos que sacudieron el mundo a partir de 1939, como la guerra contra la Unión Soviética, la ocupación alemana de Europa o el asesinato en masa de los judíos europeos.
Esta escueta presentación carece casi por completo de consideraciones sobre la evolución historiográfica y sus controversias, que han sido expuestas con detalle en otros textos. Por eso, solo se referencian las citas literales. Además, el presente texto no pretende, ciertamente, ser exhaustivo, algo que tampoco sería posible ni disponiendo de mucho más espacio. El objetivo principal es mostrar de forma relacional los acontecimientos y sus causas, para así no disolver la historia del Tercer Reich en detalles inconexos. Esta presentación se apoya en muchas partes en mi Historia de Alemania en el siglo XX (Herbert, 2014), aunque tenga, en parte, otros acentos y énfasis. No obstante, este breve esbozo es principalmente resultado de debates con estudiantes, doctorandos y colegas sobre la época nazi, en los que durante los últimos años nos hemos enfrentado una y otra vez a cuestiones nuevas y desafiantes. Ante todo, quiero agradecer a Sybille Steinbacher y Susanne Heim su lectura crítica y sus relevantes consejos. Contradiciendo la convicción de que el Tercer Reich ya ha sido investigado o incluso «despachado» (algo que, por otro lado, se afirmaba ya hace décadas), lo cierto es que en muchos puntos nos encontramos apenas en el comienzo. De ahí que, como todos los demás, este libro solo deba entenderse como un balance provisional.
ULRICH HERBERTEn Friburgo de Brisgovia, marzo de 2016
1 Aunque, en lo sucesivo, el término Tercer Reich no aparezca entre comillas por razones editoriales, las traductoras señalan que se trata de un término nacionalsocialista que no se debe naturalizar ni normalizar.
DAF
Deutsche Arbeitsfront (Frente Alemán del Trabajo)
DAP
Deutsche Arbeiterpartei (Partido Obrero Alemán)
DNVP
Deutschnationale Volkspartei (Partido Nacional del Pueblo Alemán)
HJ
Hitlerjugend (Juventudes Hitlerianas)
IMT
International Military Tribunal (Tribunal Militar Internacional)
KPD
Kommunistische Partei Deutschlands (Partido Comunista de Alemania)
NKVD
Naródny komissariat vnútrennij del SSSR (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de la URSS)
NSDAP
Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán)
OHL
Oberste Heeresleitung (Mando Supremo del Ejército [Imperial])
OKW
Oberkommando der Wehrmacht (Alto Mando del Ejército)
PAAA
Politisches Archiv des Auswärtigen Amtes (Archivo Político del Ministerio de Asuntos Exteriores).
RMO
Reichsministerium für die besetzten Ostgebiete (Ministerio del Reich para los Territorios Ocupados del Este)
SA
Sturmabteilung (Sección de Asalto)
SD
Sicherheitsdienst (Servicio de Seguridad de las SS)
Sopade
Sozialdemokratische Partei Deutschlands im Exil (Partido Socialdemócrata de Alemania en el Exilio)
SPD
Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata de Alemania)
SS
Schutzstaffel (Escuadras de Protección)
UFA
Universum-Film Aktiengesellschaft (Universum Film S. A.)
URSS
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
USPD
Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania)
EL IMPERIO ALEMÁN Y EL TERCER REICH
¿Cómo pudo llegar el nacionalsocialismo al poder en Alemania? No es una pregunta que se planteen solo los historiadores. También se la hicieron los contemporáneos, los propios protagonistas y los observadores externos. Durante mucho tiempo se dio por hecho que el régimen nazi era el resultado de una evolución poco favorable de la historia alemana, de un Sonderweg (camino especial) alemán que se remontaba al siglo XVIII o incluso más atrás. Sin embargo, la idea de que el desarrollo de un servilismo específicamente alemán («Untertanengeist») podría rastrearse hasta Federico el Grande o acaso incluso hasta Martín Lutero no tardó en demostrar su escasa consistencia. En cambio, parecía más plausible la tesis de que en Alemania se habían desarrollado estructuras problemáticas a lo largo del siglo XIX que favorecieron el establecimiento de la dictadura nazi tras 1933. En resumidas cuentas, esta interpretación partía de la base de que, dada la fragmentación –históricamente condicionada– del país en múltiples estados pequeños, en Alemania el Estado nacional y la industrialización solo pudieron surgir con un considerable retraso. Por tanto, la burguesía alemana no habría podido desarrollar una conciencia liberal y democrática, o solo lo habría hecho de forma rudimentaria. De ahí que el liberalismo alemán fracasara con la revolución de 1848/49, debido sobre todo a la resistencia de la nobleza y del rey prusiano. Como resultado, con la fundación del Imperio en 1871, llevada a cabo desde arriba, habría surgido un Estado autoritario semifeudal con el que la burguesía se reconcilió rápidamente, también por miedo al emergente movimiento obrero. La desmesurada influencia de las antiguas élites preindustriales en la agricultura a gran escala, del Ejército y de la administración ministerial habría impedido la democratización y parlamentarización de Alemania. Al mismo tiempo, el nacionalismo se habría convertido en una fuerza aglutinante cada vez más importante para las masas. Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, la democracia de la República de Weimar solo habría podido apoyarse en un sector cada vez más pequeño de la población y habría acabado siendo destruida por la alianza de las viejas élites con el movimiento de masas nacionalista.
Algunos aspectos de esta corriente interpretativa siguen siendo convincentes, pero en general fue refutada con dos argumentos: por una parte, el término Sonderweg presupone una norma de la que se produce una desviación, en este caso, la de Alemania respecto de la evolución de las principales democracias occidentales. Sin embargo, ni Francia ni Gran Bretaña cumplían tal estándar de «occidentalidad», ya fuera en cuanto al sufragio, a las enormes contradicciones sociales o, en el caso de Francia, a las profundas fisuras entre partidarios y detractores de la república a finales de siglo. Por no hablar de la política colonial de los estados europeos, que contradice por completo un concepto de «occidentalidad» basado en valores.
Por otra parte, la imagen del Imperio alemán esbozada por la teoría del Sonderweg resultaba distorsionada y parcial, pues los evidentes déficits del sistema político, como en lo referente a la parlamentarización, contrastaban con los notables avances que, en otros países, solo se lograron mucho más tarde: el sufragio universal masculino, el pronunciado imperio de la ley o la política social en la que Alemania fue pionera en el mundo. Tampoco la extrema derecha tuvo una influencia decisiva en Alemania antes de 1914. Y si se tiene en cuenta que hasta 1930 los partidos democráticos siempre habían podido contar con una clara mayoría, el fracaso de la República de Weimar no era, por lo visto, inevitable: incluso en la primavera de 1933, más de la mitad de la población votó en contra de los nacionalsocialistas.
Ciertamente, no se pueden negar las continuidades entre el Imperio alemán y el régimen nazi, pero resulta obvio que son más complicadas de lo que sugiere el simple modelo del Sonderweg, que consideraba a la Alemania guillermina como retrógrada, y, en el fondo, fracasada. No cabe duda de que, en los treinta años anteriores a la Primera Guerra Mundial, el Imperio alemán fue, junto con Estados Unidos, el Estado más floreciente del mundo en el plano económico, científico y también cultural. Un auge económico sin precedentes en la historia, casi sin freno durante más de veinte años, transformó a Alemania de un Estado agrario a un Estado industrial en el plazo de una generación. La aparición de grandes plantas industriales fue de la mano del rápido crecimiento urbano, de la introducción de modernos avances técnicos, desde el teléfono hasta el automóvil, y del establecimiento de un sistema escolar y universitario que se convirtió en modelo a escala global.
Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, el Imperio alemán constituyó la referencia en prosperidad y éxito de la sociedad alemana. Nada menos que el historiador Hans-Ulrich Wehler, uno de los más destacados defensores de la tesis del Sonderweg, confirmó que el Imperio presentaba «un alto grado de seguridad jurídica, derechos de participación política presentes solo en unos pocos estados occidentales, logros en políticas sociales como solo se podían encontrar en Austria y Suiza, espacios de libertad para la crítica decidida, experiencias de éxito para la oposición, libertad de expresión con escasa intervención de la censura, oportunidades educativas, movilidad social ascendente, un aumento de la prosperidad», así como «perspectivas de vida y oportunidades de participación manifiestamente mejoradas» (Wehler, 2008: 203).
Sin embargo, estos inmensos avances estuvieron ligados a espectaculares e impetuosos procesos de transformación cultural, social, técnica y económica que, en muy poco tiempo, conllevaron enormes cambios en las condiciones de vida de la mayoría de la gente. Gran parte de la población emigró de las regiones rurales a los nuevos centros urbano-industriales, de modo que el perfil social de la sociedad alemana también cambió profundamente. Ya no estaba caracterizada por la nobleza, el clero y el «estamento burgués», sino por las clases, definidas por su posición en la sociedad de mercado capitalista: la burguesía, los artesanos, los empleados y los obreros industriales. Al mismo tiempo, crecían las diferencias entre ricos y pobres, no de forma tan exagerada como en Gran Bretaña, pero sí hasta el punto de que el temor a la «disgregación social del pueblo» causada por el capitalismo moderno se convirtió en uno de los temas que definieron estos años.
No cabe duda de que esta evolución no se restringió a Alemania, sino que puede observarse –en diversos grados– en la mayoría de los países de Europa occidental y septentrional. La diferencia más importante, no obstante, fue la extraordinaria velocidad de los cambios económicos, sociales y culturales durante estas décadas. Sobre todo, confirió al proceso aquí descrito ese dramatismo espectacular que ya impresionaba a los contemporáneos y distinguía la evolución de Alemania de la de otros países. En Gran Bretaña, la transformación de una sociedad agraria a una industrial se prolongó durante setenta u ochenta años. En Francia, al igual que en Italia, la modernización acelerada se limitó a unas pocas «islas» industriales hasta la década de 1950. En Alemania, en cambio, las transformaciones se produjeron en los veinticinco años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Por tanto, las zonas de fricción entre los referentes tradicionales y los modernos eran aquí mayores, el potencial de conflicto más diverso y las experiencias de cambio más intensas.
Estas experiencias de pérdida de las tradicionales condiciones de vida estaban relacionadas, por ejemplo, con el retroceso de los vínculos religiosos, el auge del movimiento obrero y los cambios en los roles de género y en la relación entre las generaciones. En torno al cambio de siglo se condensaron en actitudes defensivas y temores, que acabaron derivando en una patente crisis de orientación, sobre todo en la burguesía. La oposición al materialismo y al poder del dinero, al «frío» intelecto, a la alienación y la masificación estaba aquí más extendida y se expandió hasta convertirse en una reacción contra la modernidad cultural en su conjunto.
Cuanto más rápidos, nuevos y violentos eran los cambios en las propias condiciones de vida, más importante resultaba la referencia a comunidades estables. Así ocurría, por ejemplo, en el medio social católico, en el que los católicos encontraban apoyo y seguridad en su fe, pero también en su vida en comunidad, con sus instituciones sociales y sus fiestas. Esto era igualmente cierto, y quizá en mayor medida, en el caso de las organizaciones obreras de la nueva clase proletaria: en ellas, los trabajadores, emigrados en su mayoría de las regiones rurales a las ciudades industriales, encontraban cohesión y solidaridad, ayuda en caso de enfermedad y protección para sus familias.
Sin embargo, era la referencia a la nación la que mostraba más efectividad. En Alemania, transmitía un sentimiento de pertenencia natural que ayudaba a superar las irritaciones de la sociedad industrial moderna y a compensar los temores que el futuro y el desarraigo provocaban. El nacionalismo actuaba, así, como antídoto contra muchas penurias y ansiedades, contra el sufrimiento por la disgregación social y la resignación ante la complejidad del mundo moderno. Pero, al mismo tiempo, también transmitía la nueva experiencia de vivir la euforia de un acontecimiento de masas, o la recién despertada apetencia por el creciente poder de un gran Estado-nación.
En el plano interno, el nacionalismo se convirtió en el motor de integración del joven Estado nacional, cuyos componentes presentaban, en realidad, una marcada heterogeneidad. En un principio, el punto de partida fue definir la pertenencia mediante la contraposición. Lo que había de considerarse «alemán» se definía, hacia el exterior, por la enemistad con los polacos en el este y los franceses en el oeste, y, hacia el interior, por desmarcarse de los adversarios del nuevo Estadonación. Entre ellos se encontraban, por «internacionalistas», los socialdemócratas; los católicos, por su vinculación «ultramontana» a la Iglesia del papa en Roma, y la única minoría no cristiana de Alemania: los judíos.
Estas ideas también se reflejaron en la nueva legislación sobre la ciudadanía alemana. Para regular la afluencia de trabajadores extranjeros, sobre todo polacos, a las explotaciones agrícolas del este del Imperio, se estipuló que solo eran alemanes quienes descendieran de alemanes, pero no quienes hubieran nacido en Alemania. El factor decisivo, como se subrayaba en el Parlamento, sería que «la ascendencia, la sangre, es el criterio determinante para obtener la ciudadanía. Esta disposición sirve de manera sobresaliente para preservar y mantener el carácter del pueblo alemán (völkisch) y los rasgos distintivos alemanes» (Intervención del doctor Eduard Giese, diputado del Partido Conservador Alemán, en la 153.ª sesión del Reichstag, el 28 de mayo de 1913, cit. en Deutsches Reich, 1913: 5282).
Esto también iba dirigido contra los judíos alemanes, una pequeña minoría que no representaba más del 1 % de la población del Reich. Lo decisivo no era la diferencia religiosa, sino la referencia a la presunta alteridad biológica, esto es, «racial», de los judíos. Esta visión difería de forma significativa del antisemitismo cristiano, que había tenido su reflejo en varios movimientos y partidos antisemitas desde la década de 1880, pero que rápidamente perdió importancia. En cambio, el antisemitismo social penetraba ahora de forma más intensa en la «burguesía ilustrada» (Bildungsbürgertum), donde se aunaba con la crítica a la civilización y a la cultura de la moderna sociedad industrial. En 1912, Heinrich Claß, abogado de Mainz y uno de los líderes de la ultranacionalista Liga Pangermánica (Alldeutscher Verband), publicó bajo seudónimo Si yo fuera el káiser, un libro en el que resumía las extendidas consignas intimidantes de la derecha política. Según Claß, el tremendo florecimiento económico de las décadas anteriores había provocado la pérdida de los lazos con la tierra, el auge de la socialdemocracia y la destrucción de la clase media, mientras que la cultura estaría dominada por la decadencia y la «americanización». Al mismo tiempo, con la alta industrialización, habría llegado el «gran momento» de los judíos, porque «su instinto y su orientación mental se dirigían hacia la ganancia». Con su «prisa, crueldad e insensibilidad moral», la nueva era estaría caracterizada por los judíos, que dominarían la vida económica «con su falta de escrúpulos, su codicia» (Frymann [i. e. Claß], 1912: 31-32).
Los nacionalistas concentraban sus aversiones y temores en los judíos, a cuyas actividades atribuían los efectos derivados de la modernidad en Alemania, percibidos como negativos. Sin embargo, si se compara la evolución aquí descrita con la de otros países europeos, hay que destacar en primer lugar lo que tienen en común todas las sociedades en vías de industrialización. La búsqueda de confianza y orientación frente a un entorno que cambiaba rápidamente era tan frecuente en Francia, los Países Bajos, Austria, Italia, Gran Bretaña y Rusia como en Alemania, aunque con variaciones específicas. La combinación de la crítica a la modernidad y los movimientos reformistas, el movimiento obrero y el nacionalismo radical, la ansiedad por el desclasamiento y el antisemitismo también se dejaba sentir en otros países, en algunos casos incluso con más fuerza que en Alemania, sobre todo en Rusia, pero también en Austria. Si en 1913 alguien hubiera tenido que predecir en qué país europeo iba a llegar al poder, veinte años más tarde, un partido antisemita radical y asesino, probablemente habría apostado por Rusia o, aun más, por la Francia desgarrada por el affaire en torno al oficial judío Dreyfus, que había sacudido los cimientos del Estado, pero no por Alemania, donde los judíos habían protagonizado un intenso proceso de integración desde su emancipación en la primera mitad del siglo XIX. Sin duda, el antisemitismo era patente también en Alemania, donde a los judíos se les negaba la posibilidad de hacer carrera en el Ejército y la administración pública, pero la mayoría de los alemanes, judíos o no, estaban convencidos de que esto se normalizaría con el paso del tiempo.
Sin embargo, ya antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial se apreciaban en Alemania signos inequívocos de una radicalización del nacionalismo. Frente al ascenso de los socialdemócratas, quienes en los comicios de 1912 se convirtieron en el primer partido obrero del mundo en ganar unas elecciones a un parlamento nacional, se formó un movimiento aglutinador con la Liga Pangermánica a la cabeza. Este movimiento reclamaba políticas más agresivas, tanto en política interior –sobre todo contra la socialdemocracia, los liberales de izquierda y los judíos–, como en política exterior y colonial, destinadas a asegurar al Reich el estatus de potencia mundial, un «lugar bajo el sol». Estas asociaciones estaban muy lejos de marcar la agenda política, pero no carecían de influencia.
Ya desde principios de siglo, los dirigentes del Reich habían impulsado una política exterior expansiva y habían comenzado a construir una gran marina de guerra. De esta manera, se ponía de manifiesto la reivindicación de que el Imperio alemán poseyera colonias y obtuviera «prestigio mundial». Al mismo tiempo, se pretendía que el entusiasmo por la flota y la política mundial fomentara entre la clase obrera la identificación con el káiser y el Imperio, frenando así su afluencia hacia los socialdemócratas. Las consecuencias se hicieron patentes cuando, en 1904, dos grupos de indígenas del África de Sudoeste alemana, los herero y los nama, se levantaron contra el poder colonial alemán. El Gobierno imperial sofocó el levantamiento con absoluta brutalidad: las tropas alemanas libraron una auténtica guerra de exterminio con el objetivo de acabar con los rebeldes. Más de 60.000 herero fueron asesinados, casi un 80 % del total de su población.