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Los escritos iniciales de Miguel de Cervantes Saavedra datan de los tiempos de su reclusión en Argel. A su regreso a España, entre 1582 y 1587, escribió sus primeras obras teatrales. Solo se conservan dos obras de esa etapa: El cerco de Numancia y El trato de Argel. El trato de Argel pertenece al periodo clasicista de su teatro y contiene escenas autobiográficas de su vida en Argel. En el presente volumen seguimos la división en cuatro jornadas de la edición de Florencio Sevilla Arroyo. Cabe agregar que El trato de Argel es un relato psicológico en que Aurelio y Silvia luchan por la pureza de sus almas y sus cuerpos. Lo hacen en medio de las crueldades a que son sometidos en Argelia. Esta obra es una profunda reflexión sobre - la libertad, - la venganza - y el suicidio.Aurelio y Silvia ven de cerca las de existencias de ladrones, cristianos conversos al Islam y contrabandistas sin ética alguna. Al final de la historia, Aurelio y Silvia sufren el olvido y la indiferencia de sus compatriotas. Con este final Cervantes reclama al rey Felipe II que tome medidas para erradicar una práctica usual en su época que el propio autor vivió en carne propia. Tras concebir estas obras, en la tradición clásica y el teatro humanista, durante cierto tiempo Cervantes dejó de escribir para la escena. En los últimos años de su vida publicó Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615). Varias de esas comedias muestran también su imagen del mundo islámico y su mísera vida en Argelia y la prisión que allí sufrió durante cinco años. Durante ese tiempo intentó escapar varias veces y tras cada intento fracasado sufrió duros castigos. Las obras que destilan ese dolor son: - El trato de Argel, - El gallardo español, - Los baños de Argel, - y La gran sultana doña Catalina de Oviedo.Cabe añadir que el Trato de Argel fue imitada por Lope de Vega en Los cautivos de Argel.
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Seitenzahl: 86
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Miguel de Cervantes Saavedra
El trato de Argel
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El trato de Argel.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-125-8.
ISBN rústica: 978-84-9816-362-9.
ISBN ebook: 978-84-9816-968-3.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 33
Jornada tercera 63
Jornada cuarta 83
Libros a la carta 107
Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616). España.
Era hijo de un cirujano, Rodrigo Cervantes, y de Leonor de Cortina. Se sabe muy poco de su infancia y adolescencia. Aunque se ha confirmado que era el cuarto entre siete hermanos. Las primeras noticias que se tienen de Cervantes son de su etapa de estudiante, en Madrid.
A los veintidós años se fue a Italia, para acompañar al cardenal Acquaviva. En 1571 participó en la batalla de Lepanto, donde sufrió heridas en el pecho y la mano izquierda. Y aunque su brazo quedó inutilizado, combatió después en Corfú, Ambarino y Túnez.
En 1584 se casó con Catalina de Palacios, no fue un matrimonio afortunado. Tres años más tarde, en 1587, se trasladó a Sevilla y fue comisario de abastos. En esa ciudad sufrió cárcel varias veces por sus problemas económicos, hacia 1603 o 1604 se fue a Valladolid y allí también fue a prisión, esta vez acusado de un asesinato. Desde 1606, tras la publicación del Quijote, fue reconocido como un escritor famoso y vivió en Madrid.
Los escritos iniciales de Cervantes datan de los tiempos de reclusión en Argel. A su regreso a España, entre 1582 y 1587, escribió sus primeras obras teatrales. Solo se conservan dos: El cerco de Numancia y El trato de Argel. Tras estos textos, en la tradición clásica y el teatro humanista, durante cierto tiempo dejó de escribir para la escena.
Cabe añadir que El trato de Argel fue imitada por Lope de Vega en Los cautivos de Argel.
Aurelio
Zahara, ama de Aurelio
Yzuf, amo de Aurelio
Fatima, criada de Zahara
Sayavedra, soldado cautivo
Leonardo, cautivo
Sebastián, muchacho esclavo
Don mercaderes
Mamí, solado corsario
Un pregonero
Un padre, cautivo
Una madre, cautiva
Francisco, su hijo cautivo
Juan, su segundo hijo cautivo
Un moro
El Demonio
Tres esclavos
Dos muchachos moros
La Ocasión
La Necesidad
Un cristiano cautivo
Pedro, otro soldado cautivo
El rey moro
Cuatro turcos
Tres esclavos
(Sale Aurelio.)
Aurelio ¡Triste y miserable estado!
¡Triste esclavitud amarga,
donde es la pena tan larga
cuan corto el bien y abreviado!
¡Oh purgatorio en la vida,
infierno puesto en el mundo,
mal que no tiene segundo,
estrecho do no hay salida!
¡Cifra de cuanto dolor
se reparte en los dolores,
daño que entre los mayores
se ha de tener por mayor!
¡Necesidad increíble,
muerte creíble y palpable,
trato mísero intratable,
mal visible e invisible!
¡Toque que nuestra paciencia
descubre si es valerosa;
pobre vida trabajosa,
retrato de penitencia!
Cállese aquí este tormento,
que, según me es enemigo,
no llegará cuanto digo
a un punto de lo que siento.
Pondérase mi dolor
con decir, bañado en lloros,
que mi cuerpo está entre moros
y el alma en poder de Amor.
Del cuerpo y alma es mi pena:
el cuerpo ya veis cual va,
mi alma rendida está
a la amorosa cadena.
Pensé yo que no tenía
Amor poder entre esclavos,
pero en mí sus recios clavos
muestran más su gallardía.
¿Qué buscas en la miseria,
Amor, de gente cautiva?
Déjala que muera o viva
con su pobreza y laceria.
¿No ves que el hilo se corta
desa tu amorosa estambre,
aquí con sed o con hambre,
a la larga o a la corta?
Mas creo que no has querido
olvidarme en este estrecho,
que has visto sano mi pecho,
aunque tan roto el vestido.
Desde agora claro entiendo
que el poder que en ti se encierra
abraza el cielo y la tierra,
y más que no comprehendo.
Una cosa te pidiera,
si en esa tu condición
una sombra de razón
por entre mil sombras viera;
y es que, pues fuiste la causa
de acabarme y destruirme,
que en el contino herirme
hagas un momento pausa.
Yo no te pido que salgas
de mi pecho, pues no puedes;
antes, te pido que quedes,
y en este trance me valgas.
Mira que se me apareja
una muy fiera batalla,
y que no he de atropellalla
si tu consejo me deja.
Del lugar do me pusiste,
me procuran derribar;
pero, ¿quién podrá bajar
lo que tú una vez subiste?
Ya viene Zahara y su arenga;
¡ay, enfadosa porfía;
cómo que me falta el día
antes que la noche venga!
¡Valedme, Silvia, bien mío,
que, si vos me dais ayuda,
de guerra más ardua y cruda
llevar la palma confío!
(Entra agora Zahara, ama de Aurelio, y Fátima, criada de Zahara.)
Zahara ¡Aurelio!
Aurelio Señora mía...
Zahara Si tú por tal me tuvieras,
a fe que luego hicieras
lo que ruega mi porfía.
Aurelio Lo que tú quieres yo quiero,
porque al fin te soy esclavo.
Zahara Esas palabras alabo,
mas tus obras vitupero.
Aurelio ¿Cuál ha sido por mí hecha
que en ella no te complaces?
Zahara Aquellas que no me haces
me tienen mal satisfecha.
Aurelio Señora, no puedo más;
por agua me parto luego.
Zahara Otra agua pide mi fuego,
que no la que tú trairás.
No te vayas; está quedo.
Aurelio De leña hay falta en la casa.
Zahara Basta la que a mí me abrasa.
Aurelio Mi amo...
Zahara No tengas miedo.
Aurelio Déjame, señora, ir,
no venga Yzuf, mi señor.
Zahara Quien queda con tanto amor,
mal te dejará partir.
Aurelio No hay para qué más porfíes,
señora: déjame ya.
Zahara Aurelio, llégate acá.
Aurelio Mejor es que te desvíes.
Zahara ¿Así, Aurelio, me despides?
Aurelio Antes te hago favor,
si con el compás de honor
lo compasas y lo mides.
¿No miras que soy cristiano
con suerte y desdicha mala?
Zahara El amor todo lo iguala:
dame por señor la mano.
Fátima Zahara, señora mía,
dígote que me ha admirado
mirar en lo que ha parado
tu altivez y fantasía.
Ver, por cierto, es gentil cosa,
y digna de ser notada,
de un cristiano enamorada
una mora tan hermosa.
Y lo que más llega al cabo
tu afición tan sin medida,
es mirarte estar rendida
a un cristiano que es tu esclavo.
¡Y monta que corresponde
el perro a lo que le quieres!
Perdóname; frágil eres.
Zahara ¿Dónde vas?
Fátima Bien sé yo adonde.
Zahara Dulce amiga verdadera,
lo que dices no lo niego;
mas ¿qué haré?, que amor es fuego
y mi voluntad es cera.
Y, puesto que el daño veo
y el fin do habré de parar,
imposible es contrastar
las fuerzas de mi deseo.
Vuelve tu lengua e intento
a combatir esta roca,
que no será gloria poca
gozar de su vencimiento.
Fátima Quiero en esto complacerte,
pues al fin puedes mandarme.
Cristiano, vuelve a mirarme,
que no es mi rostro de muerte.
Aurelio Más que muerte me causáis
con vuestros inducimientos.
Dejadme con mis tormentos,
porque en vano trabajáis.
Fátima ¿No ves cómo se retira
el perro en su pundonor?
Así entiende él del amor
como el asno de la lira.
Aurelio ¿Cómo queréis que yo entienda
de amor en esta cadena?
Zahara Eso no te cause pena,
que luego se hará la enmienda:
las dos te la quitaremos.
Aurelio Muy mejor será dejalla;
que no quiero con quitalla,
pasar de un estremo a estremos.
Zahara ¿A qué extremos pasarás?
Aurelio Quitando al cuerpo este hierro,
cairé en otro mayor hierro,
que al alma fatigue más.
Fátima ¿Almas tenéis los cristianos?
Aurelio Sí, y tan ricas y estremadas
cuanto por Dios rescatadas.
Fátima ¡Que son pensamientos vanos!
Pero si almas tenéis,
de diamante es su valor,
pues en la fragua de amor
muy más os endurecéis.
Aurelio, ¡resulución!
Ten cuenta en lo que te digo:
no quieras ser tan amigo
de tu obstinada opinión.
Ya te ves sin libertad,
entre hierros apretado,
pobre, desnudo, cansado,
lleno de necesidad,
sujeto a mil desventuras,
a palos, a bofetones,
a mazmorras, a prisiones,
donde estás contino a oscuras.
Libertad se te promete;
los hierros se quitarán,
y después te vestirán.
No hay temor de oscuro brete.
Cuzcuz, pan blanco a comer,
gallinas en abundancia,
y aun habrá vino de Francia
si vino quieres beber.
No te pido lo imposible,
ni trabajos demasiados,
sino blandos, regalados,
dulces lo más que es posible.
Goza de la coyuntura
que se te ríe delante;
no hagas del ignorante,
pues muestras tener cordura.
Mira tu señora Zahara
y lo mucho que merece:
mira que al Sol oscurece
la luz de su rostro clara.
Contempla su juventud,
su riqueza, nombre y fama;
mira bien que agora llama
a tu puerta la salud.
Considera el interés
que en hacer esto te toca,
que hay mil que pondrían la boca
donde tú pondrás los pies.
Aurelio ¿Has dicho, Fátima?
Fátima Sí.
Aurelio ¿Quieres que responda yo?
Fátima Responde.
Aurelio Digo que no.
Zahara ¡Ay, Alá! ¿Qué es lo que oí?
Aurelio Yo digo que no conviene
pedirme lo que pedís,
porque muy poco advertís
el peligro que contiene.
Fátima ¿Qué peligro puede haber,
queriéndolo tu señora?
Aurelio La ofensa que, siendo mora,
a Mahoma viene a hacer.
Zahara ¡Déjame a mí con Mahoma,
que agora no es mi señor,
porque soy sierva de Amor,
que el alma sujeta y doma!
¡Echa ya el pecho por tierra
y levantarte he a mi cielo!
Aurelio Señora, tengo un recelo
que me consume y atierra.
Fátima ¿De qué te recelas? Di.
Aurelio Señora, de que no veo
ningún camino o rodeo
como complacerte a ti.
En mi ley no se recibe
hacer yo lo que me ordenas;
antes, con muy graves penas
y amenazas lo prohíbe;
y aun si batismo tuvieras,
siendo, como eres, casada,
fuera cosa harto escusada
si tal cosa me pidieras.
Por eso yo determino