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El millonario secreto… Lo último que habría esperado Raina Maywood, heredera de un imperio empresarial, era enamorarse en la boda de su mejor amiga. Desde que su matrimonio fracasara, había aprendido a mantener las distancias, hasta que conoció a Akis, el padrino de la boda. El millonario hecho a sí mismo Akis Giannopoulos desconfiaba de las mujeres que solo se fijaban en su cartera, pero la atractiva mujer que acababa de conocer en aquel enlace no sabía que era rico. Y habían congeniado al instante. ¿Habría conocido por fin a la mujer que se había enamorado del hombre que había detrás del millonario?
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Seitenzahl: 190
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Rebecca Winters
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El valor de un millonario, n.º 2615 - abril 2017
Título original: The Millionaire’s True Worth
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-9523-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
–CHLOE, lo siento, no puedo ser tu dama de honor, ya sabes por qué.
Tras aquellas palabras, Chloe permaneció en silencio. Raina estaba muy ocupada con su trabajo, además de con la responsabilidad que había recaído sobre sus hombros después de la muerte de su abuelo. Era la heredera del imperio de los Maywood y su nombre aparecía constantemente en las noticias. Cada vez que acudía a un acto público, los periodistas la perseguían.
Chloe provenía de una destacada familia de empresarios griegos, el objetivo preferido de los paparazzi europeos. Su boda iba a ser todo un acontecimiento en Atenas.
–Si fuera tu dama de honor, la prensa convertiría tu boda en un circo.
Raina temía robarle el protagonismo a su querida amiga Chloe y prefería no correr ese riesgo. Habían sucedido muchas cosas en los ocho años que habían transcurrido desde que Chloe pasara su último año del instituto en California, viviendo con Raina y sus abuelos. Pero habían mantenido el contacto por teléfono e Internet.
La abuela de Raina había fallecido tres años atrás y Chloe había volado hasta California con sus padres para asistir al funeral. Hacía justo nueve meses de la muerte de su abuelo y, de nuevo, Chloe y su familia habían tomado un avión para acompañarla en el funeral. Su estrecha amistad la había ayudado a superar el dolor y la familia de Chloe le había pedido que volviera a Grecia con ellos.
–Por favor, dime que lo entiendes, Chloe. No quisiera estropearte tu gran día.
–No me importa.
–A mí sí me importa.
Chloe suspiró.
–Al menos, quédate en casa de mis padres. Después de todo lo que hiciste cuando viví contigo, están deseando corresponderte.
–¿Qué te parece si cuando te vayas de luna de miel, paso unos días con ellos antes de volver a California?
–Quieren que te quedes una temporada. Piénsatelo, podríamos pasarlo muy bien.
–Lo pensaré. Estoy deseando que llegue el momento del banquete. Estabas muy guapa en las fotos que me mandaste con el vestido de novia.
–Pero te perderás la ceremonia en la iglesia.
–A pesar de lo mucho que lo siento, creo que es mejor así. Ya he reservado una habitación en el hotel Diethnes. Puedes llamarme allí o a mi teléfono móvil. Oye, Chloe, no le cuentes a nadie mis planes, ni siquiera a tu novio.
–Te lo prometo. Le he hablado mucho de ti, pero no tiene ni idea de que vas a venir a Grecia.
–Estupendo, quiero que sea tu gran día. Si la prensa averigua que estoy ahí, lo echarán todo a perder. Antes de que acabe el año, puedo volver a Grecia a conocerlo o podéis venir vosotros a California.
–Te lo prometo. Oh, es un hombre maravilloso. No puedo dormir ni comer.
–No me sorprende. Ta le-me, Chloe –dijo, usando una de las pocas expresiones en griego que recordaba.
Seis años antes, Raina había estado en la misma situación que su amiga. En la universidad había conocido a Byron Wallace, un escritor. Después de un breve noviazgo, habían acabado casándose. No había tardado mucho en darse cuenta de lo egoísta que era su marido e incluso había llegado a sospechar que le era infiel. Poco antes de su segundo aniversario, había descubierto pruebas de su infidelidad y se había divorciado de él, lo que había hecho que perdiera a su abuela de un ataque al corazón. Se había prometido no volver a casarse y así se lo había dicho a su querido abuelo poco antes de que muriera de un cáncer de estómago.
Hacía un mes que Chloe la había llamado para contarle la sorpresa de su inminente boda. La noticia le había hecho recuperar la alegría de vivir, perdida después de la muerte de su abuelo.
El jefe de equipo de su laboratorio había caído en la cuenta de que llevaba años sin disfrutar de unas vacaciones, así que la había animado a tomarse el tiempo de descanso que quisiera.
–Ve a Grecia a ver a tu amiga –le había dicho–. Aquí seguiremos a tu regreso.
Raina lo había estado pensando y había decidido que un cambio de aires para asistir a la boda de Chloe le vendría muy bien.
Quizá fuera por todas las cosas que había tenido que hacer antes de su viaje a Atenas por lo que le dolía la cabeza. Necesitaba tomar un analgésico más fuerte. Después de pasar la aduana vestida en vaqueros y camiseta, recogió la maleta y salió de la terminal para tomar un taxi.
–Al hotel Diethnes –le dijo al taxista.
El empleado de la agencia de viajes de California le había reservado la habitación del hotel. Desde allí, podía ir caminando a la plaza Syntagma y al centro.
El día anterior Chloe la había telefoneado desde Atenas para contarle que hacía veinticinco grados, la temperatura perfecta para celebrar su boda en pleno mes de junio. Teniendo en cuenta la relevancia de las familias Milonis y Chiotis, iba a ser uno de los mayores acontecimientos sociales del verano.
Raina, con los rizos de la melena rubia cayéndole hasta los hombros, se fijó en el cielo azul y despejado, un buen augurio para la ceremonia. Chloe era la persona más encantadora del mundo y confiaba en que su futuro esposo fuera un hombre digno de ella.
Raina no había tenido suerte en el amor, pero habían pasado cuatro años desde su divorcio y no estaba dispuesta a estropear la felicidad de su amiga. Toda mujer se casaba pensando en que el suyo sería un matrimonio para siempre.
Una vez hubo deshecho la maleta en su habitación, bajó y pidió que le indicaran dónde estaba la farmacia más cercana. El conserje le explicó que en la siguiente manzana había una tienda que los turistas americanos solían frecuentar.
Raina le dio las gracias y echó a andar calle abajo.
Akis Giannopoulus sonrió a su mejor amigo.
–¿Estás preparado para dar el gran paso?
Theo sonrió.
–Ya conoces la respuesta. Si por mí fuera, hace meses que habría secuestrado a Chloe para casarnos en secreto. Pero su madre y la mía no han parado desde que nos comprometimos. ¿Sabes que hay más de mil invitados en la lista?
Akis se alegraba por él. Theo y Chloe hacían una pareja perfecta.
–Eres un hombre afortunado. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarte antes de que te conviertas en un hombre casado?
–Ya me has ayudado bastante con los invitados que vienen de fuera. Te sugiero que vuelvas al ático. Necesito que mi padrino esté descansado para mañana, el gran día. ¿Vendrá tu hermano?
–Vasso me llamó hace un rato. Irá a la ceremonia, pero luego tiene que estar en una inauguración, así que se perderá el banquete.
–Está bien, entonces, nos vemos mañana en la iglesia.
Akis le dio un abrazo.
–Por supuesto.
Hacía muchos años que eran amigos. Akis se alegraba de que Theo fuera a casarse, pero sabía que echaría de menos la complicidad que habían compartido de solteros. Después de todas las cosas que habían hecho juntos, Akis tenía una cierta sensación de pérdida.
La vida de Theo quedaría supeditada a la de Chloe. Su amigo había cambiado al enamorarse de ella. Estaba entusiasmado con la boda.
¿Cómo podía estar tan seguro de que casarse con Chloe era lo mejor para él?
El matrimonio era un compromiso de por vida. Aquella mujer debía de ser excepcional. Akis no imaginaba encontrar una mujer así.
Consciente de que se sentía desanimado, decidió marcharse del banco propiedad de la familia de Theo e irse caminando hasta el ático para así despejarse. Después del ensayo de la boda de aquella mañana, lo que necesitaba era hacer un poco de ejercicio.
Los turistas invadían Atenas y se cruzó con gente de todo tipo de camino al edificio Giannopoulus. Al doblar una esquina, a punto estuvo de llevarse por delante a una hermosa mujer en vaqueros y camiseta.
–Me seen xo rees, thespinis –se disculpó, haciéndose a un lado.
Ella murmuró algo que no logró entender. Por un instante, sus miradas se encontraron. De repente, sintió una corriente eléctrica y, por el brillo que vio en sus ojos, ella también debió de sentirla. Por la forma en que se movía, era evidente que tenía prisa por llegar a alguna parte. Lo último que vio de ella fue su melena rubia brillando al sol antes de doblar la esquina.
Raina aminoró la marcha, aturdida por lo que acababa de ocurrir. Quizá fuera el dolor de cabeza lo que había provocado que hubiera estado a punto de tropezarse con el hombre más guapo que había visto jamás. Ni en sus mejores sueños hubiera imaginado un hombre así.
Necesitaba tomar un analgésico cuanto antes.
Enseguida llegó a la tienda, Alpha/Omega 24. Su interior era igual que el de cualquier tienda de conveniencia de los Estados Unidos. Al entrar, se encontró un cartel en varios idiomas avisando de que el suelo estaba mojado.
Se acercó al mostrador y el dependiente, seguramente un estudiante universitario, la acompañó hasta el pasillo de los analgésicos. Después de elegir una caja de pastillas y tomar una botella de agua, lo siguió de vuelta al mostrador para pagar. Mientras esperaba, abrió la botella y se tomó dos pastillas. Al salir, el dependiente le preguntó dónde se hospedaba. Raina le dijo que estaba de paso y echó a andar hacia la salida. Pero sin saber cómo, se resbaló y cayó.
–¡Ay!
Un fuerte dolor se extendió por su tobillo. El dependiente salió de detrás del mostrador para ayudarla a levantarse. Al intentar ponerse de pie, el dolor se intensificó. Por suerte, el analgésico que se acababa de tomar ayudaría a calmar el dolor.
El chico fue hasta el fondo de la tienda y regresó con una silla.
–Voy a llamar al hospital.
–No hace falta.
El joven la ignoró.
–Es responsabilidad de la tienda. Quédese aquí.
Se sentía como una estúpida sentada allí, en medio de la tienda, mientras los clientes entraban y salían. El otro dependiente se ocupó de atenderlos. Al cabo de unos minutos, llegó la ambulancia. Para entonces, ya había contestado algunas de las preguntas que el universitario le había hecho para rellenar el formulario para el seguro. Como quería mantener el anonimato, dio el nombre de su abuela para que nadie reparara en su nombre. Muy a su pesar, un pequeño grupo de gente se congregó mientras la ayudaban a salir. Aquello era lo último que necesitaba.
–Gracias –le dijo al dependiente–. Han sido muy amables y se lo agradezco.
Dos horas más tarde, tenía el pie vendado. Se había hecho un esguince. Tenía que ponerse hielo y mantener la pierna en alto para que la hinchazón bajara. El médico de urgencias le dio unas muletas antes de marcharse en un taxi. Previamente, le había comentado que la tienda correría con todos los gastos.
Después de que se celebrara el banquete de bodas, Raina llamaría a su compañía de seguros para que reembolsara los gastos a la tienda. Al fin y al cabo, había sido culpa suya.
De momento, haría reposo y llamaría al servicio de habitaciones para que le llevaran la comida y el hielo. Al día siguiente, tendría que ir al banquete con muletas, pero, aun así, no estaba dispuesta a perderse la celebración de su querida amiga.
Después de hacer el viaje hasta allí, le parecía sorprendente que lo único en lo que podía pensar era en el hombre que había estado a punto de llevársela por delante. Nunca antes había sentido nada parecido. Las calles de Atenas estaban atestadas de gente. ¿Cómo era posible que se hubiera quedado sin respiración solo por mirar a un hombre?
Akis se puso de pie, con una copa de champán en la mano, para brindar por los novios.
–Es todo un honor que Theo Chiotis me haya pedido que sea su padrino de boda. Es un amigo como pocos. Después de haber conocido a Chloe, solo puedo decir que es sencillamente encantadora. Por Theo y Chloe. Espero que seáis siempre tan felices como hoy.
Después de que la multitud aplaudiera, otros amigos hicieron sus brindis. Akis se alegraba de que su papel en aquel día tan largo de celebraciones hubiera terminado. En cuanto pasara un tiempo prudencial, se escabulliría del lujoso salón del hotel Grand Bretagne y se iría al ático.
Amar a una mujer hasta el punto de llegar al altar era un enigma para él. Le gustaban las mujeres, pero sus negocios con Vasso lo mantenían tan ocupado que apenas profundizaba en sus relaciones.
Aunque se alegraba de haber alcanzado la edad de veintinueve sin haber sucumbido al matrimonio, la boda de Theo le había llevado a preguntarse qué les pasaba a él y a su hermano. Ambos se habían dedicado a los negocios desde muy jóvenes. Hasta aquel momento, ninguna relación amorosa había interferido en sus vidas y se las habían arreglado para hacer realidad su sueño de salir de la pobreza. Además de ser los propietarios de una cadena de tiendas en Grecia, dirigían una organización benéfica con dos centros, uno en Grecia y el otro en Nueva York.
Aunque sus orígenes humildes formaban parte del recuerdo, era precisamente eso lo que les había movido para no volver a saber lo que era pasar hambre. Por desgracia, su paso de la pobreza a la riqueza tenía algunos inconvenientes. Por diversas razones, tanto Vasso como él no acababan de confiar en las mujeres que aparecían en sus vidas. Disfrutaban de relaciones esporádicas. Recelaban cuando se cruzaban con mujeres que parecían amarlos por sí mismos y que no mostraban interés por su dinero. Pensaba en sus padres quienes, a pesar de lo pobres que habían sido, se habían amado intensamente. Buscaban una relación como la que habían tenido ellos, que durara de por vida. Pero encontrar a la mujer perfecta parecía una misión imposible.
Akis recordó las palabras de su brindis. Había sido sincero al referirse a Chloe. Le parecía una gran compañera para Theo, que también tenía espíritu de triunfador. Ambos provenían del mismo entorno social y económico, por lo que podían estar seguros de que no había intereses ocultos. Si había dos personas que podían pasar juntos y felices el resto de sus vidas, esos eran ellos.
De vez en cuando sentía la mirada oscura de la dama de honor sobre él, buscando que le prestara atención. Althea Loris era una de las amigas de Chloe, una mujer muy atractiva que no tenía pareja. Había intentado acorralarlo en varias fiestas que se habían celebrado antes de la boda. Althea provenía de una buena familia, pero con un patrimonio modesto, y era evidente que deseaba un matrimonio como el de Chloe. Aunque se sintiera atraído por ella, no podría evitar preguntarse si su interés era meramente económico. No era justo juzgar sin más datos, pero su intuición le decía que así era.
Deseaba ser amado por ser como era. Tanto Vasso como él habían nacido en el seno de una familia que había tenido que trabajar muy duro para salir adelante. La idea de recibir educación universitaria era algo muy lejano para ellos y de lo que no se había preocupado hasta el verano previo a tener que hacer el servicio militar.
Una turista italiana de nombre Fabrizia, que había estado en la isla en el mes de julio, había estado coqueteando con él en la tienda en la que por entonces trabajaba. Como no hablaba italiano ni ella griego, se las habían arreglado para entenderse en inglés. Se había sentido atraído por ella y no había dudado en pasar tiempo con ella cada vez que había tenido un rato libre. Antes de que llegara el momento de la despedida, se había enamorado y le había preguntado cuándo volvería.
–No volveré –le había contestado después de besarlo apasionadamente.
Después, le había explicado que iba a casarse con uno de los abogados que trabajaba para su padre en Roma.
–No olvidaré nunca al chico de la tienda. ¿Por qué no eres tú ese abogado con el que mis padres van a casarme?
No solo se había sentido herido en su orgullo, sino que su pregunta le había hecho ser consciente de sus limitaciones, especialmente de aquellas que diferenciaban a ricos y pobres. Desde entonces, Akis había tenido varias relaciones con mujeres, pero nunca había deseado casarse con ninguna.
Era una lástima que su hermano hubiera tenido que marcharse después de la ceremonia y no hubiera asistido a la recepción. Se había tenido que ir a una importante cita de negocios, así que no podía ponerle de pretexto para marcharse pronto. Iba a tener que inventarse otra excusa.
Por suerte, los discursos casi habían terminado. El padre de Chloe fue el último en hablar. Después de emocionarse al mencionar que había entregado a su querida hija a Theo, animó a todos a disfrutar del resto de la noche y a bailar.
Akis observó a Theo escoltar a Chloe hasta la pista para abrir el baile. Enseguida, otras parejas se les unieron. Eso significaba que Akis debía cumplir un último deber: tenía que sacar a bailar a Althea, que lo estaba deseando.
–Llevo todo el día esperando esto, Akis.
Sabía a qué se refería, qué era lo que esperaba, pero no podía fingir un interés que no sentía. Aquel largo y agotador día de boda estaba a punto de terminar. Estaba deseando marcharse, pero tenía que elegir muy bien sus palabras.
–Por desgracia, tengo unos asuntos de negocios de los que ocuparme después de la boda.
–¿Negocios? ¿Esta noche? –preguntó ella alzando la cabeza.
–Mi trabajo no acaba nunca –dijo, bailando hasta la mesa de sus padres–. Gracias, Althea. Si me disculpas, Theo me pidió que bailara con alguien más antes de marcharme –añadió, improvisando una excusa.
Akis sonrió a sus padres mientras ella lo miraba sin poder disimular su desilusión, y cruzó el salón hasta el otro extremo. Para fingir que no había mentido, buscó por entre las mesas a alguna mujer que estuviera sola para invitarla a bailar.
En la mesa redonda que había junto a las puertas del fondo, vio a una mujer sentada sola. Había otra pareja en la misma mesa, pero era evidente que ella no estaba acompañada. Consciente de que Althea estaría mirándolo, se acercó hasta la desconocida. Quizá tuviera pareja, pero decidió arriesgarse.
Fijándose mejor, distinguió unos rasgos clásicos bajo aquella melena dorada con reflejos rojizos. Solo había visto a una mujer con un color de pelo así. Contuvo el aliento. Llevaba un traje de chaqueta en azul claro, con un pequeño relicario colgando del cuello. Calculaba que debía de tener unos veintitantos años y no le vio anillos. Akis se acercó.
–Discúlpeme, thespinis. Veo que está sola. Como padrino de esta boda, si me lo permite, me gustaría bailar con usted.
Sus ojos se encontraron con los suyos. Eran los mismos con los que se había cruzado el día anterior. Eran de un extraño tono lavanda y enseguida se perdió en ellos.
–Lo siento, pero no hablo griego.
Sus palabras lo devolvieron al presente. ¿Qué estaba haciendo aquella belleza americana en la boda de Theo?
–Creo que nos cruzamos ayer en la calle.
–Recuerdo que estuvimos a punto de chocarnos –murmuró ella apartando la vista.
Akis reparó con satisfacción en las palpitaciones de un músculo de su cuello, justo por encima del relicario. Parecía alegrarse tanto como él de aquel inesperado encuentro.
–Estuve a punto de llevármelo por delante por no ir mirando por dónde iba.
Él sonrió.
–No pasa nada. Por cierto, la he invitado a bailar, pero quizá haya venido con alguien y lo está esperando.
Ella se sonrojó.
–No, he venido sola. Gracias por la invitación, pero estaba a punto de irme.
No estaba dispuesto a perder su rastro por segunda vez.
–¿No puede concederme un baile? Necesito que me rescaten.
–¿Dónde está su esposa?
–No estoy casado y hace meses que no tengo una novia.
–Entonces, ¿quién era esa mujer morena de pelo largo con la que estaba bailando hace un momento?
Así que se había fijado.
–Es muy observadora. Era la dama de honor. Habría sido muy descortés no haber bailado con ella.
Con un brillo divertido en los ojos, se inclinó hacia la derecha y recogió del suelo un par de muletas.
–A menos que esté preparado para recibir algún pisotón con una de estas, le haré un favor y me iré.
Akis no se esperaba aquello. Parecía una lesión muy reciente. Aquella excusa para rechazarlo aumentaba sus deseos de conocerla mejor. El día anterior había deseado salir tras ella, pero no había querido asustarla.
–Entonces, deje que la ayude.
Sin pararse a pensar, tomó las muletas y esperó a que se pusiera de pie. Medía al menos uno setenta, y tenía una silueta curvilínea. La falda del traje resaltaba sus caderas generosas y sus piernas esbeltas. Reparó en el tobillo izquierdo, que estaba vendado. Llevaba una sandalia de tacón alto en un pie y un zapato plano en el otro.
–Gracias.
Tomó las muletas y se las colocó debajo de los brazos. Su delicado perfume lo envolvió.
–¿Por qué no saca a bailar a la otra mujer de mi mesa? Estoy segura de que a su pareja no le importará.
–Prefiero acompañarla hasta su habitación.
–No me hospedo aquí.
Aquello era interesante. Había ayudado a Theo a buscar alojamiento para los invitados de fuera de la ciudad.
–Entonces, la acompañaré fuera y la llevaré donde necesite.
–Le agradezco su ofrecimiento, pero me vale con que me encuentre un taxi. Estoy deseando llegar a mi habitación y poner la pierna en alto.
–Se me ocurre algo mejor.
Akis la acompañó desde el salón al vestíbulo. La mujer no tenía demasiada destreza con las muletas. Durante el recorrido, llamó a su chófer y le pidió que le esperara en la puerta del hotel.
Al salir, los flashes de las cámaras de los paparazzi los cegaron. La boda de Chloe y Theo sería la noticia principal de los informativos de las diez. Seguramente, mostrarían imágenes de los invitados durante la recepción.
Algunos paparazzi hicieron preguntas sobre la atractiva mujer que acompañaba a Akis. Aunque estaba acostumbrado, no le agradaba aquella clase de atención y siguió caminando sin contestar hacia la limusina de cristales ahumados. Le sostuvo las muletas para que se metiera en el coche y luego entró él y cerró la puerta antes de sentarse frente a ella.
–¿Está bien?
–Sí, ¿y usted?