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De vuelta a Nuoro después de cuatro años de detención en la península, Elias Portolu ya no es el mismo: pálido y apático, no consigue reintegrarse al ambiente agropecuario del que proviene. La ilusión de poder volver a la vida de antes, pasada junto a su padre y sus hermanos en las tancas de la familia, desaparece la misma tarde de su llegada, cuando conoce a una mujer prohibida para él: la novia de su hermano. Los buenos consejos que está buscando no son suficientes para empujarlo a confesarlo todo ni renunciar a Maria Maddalena, que corresponde sus sentimientos. Si ni siquiera las bodas recién celebradas pueden impedir el adulterio, a Elias le queda tan solo la elección del sacerdocio como prisión en la cual expiar sus culpas y huir del deseo. Sin embargo, la muerte imprevista de su hermano y el nacimiento de su hijo ilegítimo enfrentan otra vez al joven a un dilema desgarrador. Deledda se concentra en el tormento interior del protagonista, dejándonos la duda de si su verdadero pecado ha sido el de no reprimir una pasión o no haber tenido el valor de darle rienda suelta.
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Grazia Deledda
Elias Portolu
Novela
traducció
Prefacio
En 1903, Elias Portolu es publicado por primera vez por entregas en “Nuova Antologia”, una prestigiosa revista literaria cuyas páginas acogieron obras como Maestro Don Gesualdo de Giovanni Verga o El difunto Matías Pascal de Pirandello.
Es un momento crucial en la vida de la escritora nuoresa: acaba de mudarse a Roma después de haberse casado con el alto funcionario Palmiro Madesani y ya se ha estrenado como escritora con esfuerzo y tenacidad capaz de cosechar el aprecio de la crítica por El camino del mal (1896).
El alejamiento de la isla, siempre en el centro de su narrativa, la llevará a componer sus obras más célebres, al ritmo de casi una novela por año.
En 1903, publica Cenizas y hace una primera revisión del texto de Elias Portolu con vistas a la publicación en forma de volumen por la editorial de Turín Roux e Viarengo.
Del mismo año es la traducción francesa de Georges Hérelle (traductor, entre otros, de Gabriele D’Annunzio), que asemeja la obra de Deledda a la de Verga.
El aprecio de Hérelle fue determinante para el éxito de la autora nuoresa en Francia.
Con novelas como La hiedra (1908) y Cañas al viento (1913), la prosa de Deledda llegará a su cumbre y eso la llevará a revisar Elias Portolu para su publicación en 1917 con el editor Treves, que ya había publicado una buena parte de las novelas de Deledda y que contaba en su catálogo con autores como D’Annunzio, Verga y Pirandello.
La estructura de la novela no cambia. Sin embargo, los estudiosos han evidenciado el intenso trabajo de revisión lingüística fruto de su madurez.
La importancia de esta novela, probablemente escrita casi completamente en Cerdeña, entre Nuoro y Cagliari, aunque terminada en Roma, ha sido más de una vez evidenciada por la crítica. Respeto a las obras de su estreno, se nota un mejor dominio de la materia, fruto de su prosa y de su mundo espiritual ya formados, que esta vez se concentra sin demasiadas divagaciones en el protagonista.
Reconocida por la misma autora como su primer éxito, fue considerada su obra maestra y se la asemejó a las obras inmortales de los grandes maestros rusos, como Crimen y castigo. En 1935, el célebre crítico Momigliano definió la novela como «el libro de más alta y a la vez sólida moralidad que se haya escrito en Italia después de Los novios».
Elias Portolu impresionó a los críticos y lectores de la época por su carácter universal, inesperado, porque los temas del tabú y del incesto, y el amor de un hombre correspondido por la futura esposa de su hermano, tenían como fondo un lugar muy diferente a los cánones burgueses, es decir, los inacabables pastizales, las tancas solitarias, y eran expresiones de la cultura agropecuaria de la Cerdeña central considerada muy conservadora. Se describe el choque entre un individuo, hijo de la civilización moderna de principios de siglo, y la ley inviolable del orden familiar y de la cultura a la cual pertenece.
Como en otras obras de Deledda, el protagonista se mueve entre dos fuerzas opuestas, el deseo y la culpa, lo que está permitido y lo que está prohibido, sin estar nunca en condiciones de asumir hasta el final las consecuencias de su elección.
Al igual que en novela La madre (1919), la obra investiga con mirada profunda y nada descontada un tema aún hoy controvertido: el celibato sacerdotal, que Elias vive no como vocación sino como fruto de sus indecisiones, como una pena a expiar, como un modo de frenar sus propias pasiones. El final, aparentemente catártico, enfrenta al protagonista de Deledda a un destino puesto en las manos de Dios, pero determinado por la incapacidad humana de elegir e ir hasta el final hacia una postura de rebelión.
La traducción de José Miguel Velloso, revisada y corregida, supera las dificultades de reproducir en lengua española un mundo que la autora pensó en sardo y expresó en italiano y da a conocer al público hispanohablante uno de los libros más representativos de la obra de Grazia Deledda.
Elias Portolu
I
Días felices se acercaban para la familia Portolu de Nuoro. A últimos de abril tenía que regresar el hijo Elias, que cumplía una condena en una penitenciaría del Continente; luego tenía que casarse Pietro, el mayor de los tres jóvenes Portolu.
Se preparaba una especie de fiesta; la casa estaba recién enjalbegada y el vino y el pan, preparados1; parecía como si Elias regresara de sus estudios, y los parientes, acabada su desgracia, le esperaban con cierto orgullo.
Finalmente llegó el día tan esperado, especialmente por tía Annedda, la madre, una mujercita plácida, blanca, un poco sorda, que amaba a Elias más que a ningún otro de sus hijos. Pietro, que era labrador, Mattia y tío Berte2, el padre, que eran pastores de ovejas, regresaron del campo.
Los dos jóvenes se parecían bastante; bajos, robustos, de barba cerrada, con la cara bronceada y con largos cabellos negros. También tío Berte Portolu, el viejo zorro, como le llamaban, era de pequeña estatura y tenía una cabellera negra y enmarañada que le caía hasta los ojos rojizos, enfermos, que iba a confundirse por encima de las orejas con la larga barba negra, no menos enmarañada. Llevaba una ropa bastante sucia, con una larga zamarra negra, sin mangas, de piel de carnero, con la lana por dentro; y entre aquella pelambrera negra se destacaban solo dos enormes manos de un color rojo bronceado, y en la cara, una nariz de la misma tonalidad.
Para aquella solemne ocasión, sin embargo, tío Portolu se lavó las manos y la cara, pidió un poco de aceite de oliva a tía Annedda y se untó bien los cabellos, luego los desenmarañó con un peine de madera, profiriendo exclamaciones por el dolor que esta operación le causaba.
– ¡Que el Diablo os peine! – decía a sus cabellos, torciendo la cabeza. – ¡Ni la lana de las ovejas está tan enmarañada!
Cuando la maraña estuvo suelta, tío Portolu empezó a hacerse una trencita sobre la sien derecha, otra sobre la izquierda, una tercera bajo la oreja derecha y una cuarta bajo la oreja izquierda. Luego se untó y peinó la barba.
– ¡Hágase otras dos más ahora! – dijo Pietro riendo.
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