En el paraíso con su enemigo - Annie West - E-Book

En el paraíso con su enemigo E-Book

Annie West

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

«No saldría contigo ni por un millón de dólares» «¿Y por dos?» A Stephanie Logan le habría gustado abofetear a Damen Nicolaides cuando este le hizo la propuesta de que se hiciera pasar por su novia durante un par de meses, pero lo cierto era que necesitaba el dinero para salvar a su familia. Como el arrogante griego ya la había seducido y olvidado en otra ocasión, Steph exigió que en el contrato especificara que Damen no podía besarla. Pero corría el riesgo de arrepentirse pronto porque, encerrada en el paraíso con su enemigo, la química que había entre ellos podía acabar enloqueciéndola.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 183

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Annie West

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En el paraíso con su enemigo, n.º 2837 - febrero 2021

Título original: Contracted to Her Greek Enemy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-212-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO PUEDO más, Damen. Tengo ganas de desaparecer.

Damen miró preocupado a Clio. No era propio de ella huir de los problemas.

–No puede ser tan grave.

«Respuesta equivocada, Nicolaides», se dijo.

De su madre y de sus hermanas había aprendido a respetar el temperamento femenino. Era evidente que la situación era seria.

–¿Ah, no? –contestó Clio–. Es el único tema de conversación de mi padre, y ha convencido a mamá.

Damen se alarmó al ver a su prima llorar por primera vez en su vida. Eran primos segundos, pero estaban tan unidos como si fueran hermanos.

–Pronto es la boda de Cassie, ¡pero no sé si puedo asistir a la boda de mi propia hermana pequeña!

Damen se sintió culpable, Clio estaba pasándolo mal por su culpa.

–Papá no para de decir que yo, siendo la mayor, debería casarme antes. Que tú y yo somos la pareja perfecta y que soy una egoísta por no aceptar a un hombre decente y honesto –Clio se mordió el labio–. Por supuesto, jamás menciona tu fortuna,

El recurso al sarcasmo despejó un poco la nube que había nublado la conciencia de Damen.

Pero no era ninguna broma. Manos era un hombre difícil, y podía convertir la vida de Clio en un suplicio.

–Lo siento –dijo, tomando la mano de su prima–. No debería…

–No te hagas ahora el macho echándote la culpa, Damen Nicolaides. Ya sé que acostumbras a asumir todo tipo de responsabilidades, pero aquí no eres el único culpable –Clio suspiró–. ¿Crees que no he disfrutado de ir a fiestas contigo y no he aprovechado para hacerme con una lista potencial de clientes para mi negocio?

–La idea fue mía.

Estaba harto de tener que ahuyentar a las mujeres que buscaban en él un marido. Llevar a Clio como su acompañante regular le había facilitado las cosas.

–No has hecho nada malo –dijo Clio, apretándole la mano.

Damen la miró fijamente. Era típico de ella intentar absolverlo de culpa. Siempre lo había apoyado, y no era justo que su vida se complicara de aquella manera.

–Está bien, quedemos en que ninguno de los dos tiene la culpa –eran dos adultos con derecho a salir juntos aunque no fueran amantes–. Eso no resuelve el problema de tu padre. Tenemos que conseguir que se olvide de sus pretensiones sin que te culpe.

Clio se pasó las manos por el vestido.

–Ya te he dicho que voy a huir. A Tierra de Fuego.

–¿Sabes dónde está?

–Vale, no. Pues al Círculo Polar. Abriré un negocio de diseño de iglúes.

Damen no pudo contener una carcajada. Su prima era una diseñadora con mucho talento y sería capaz de superar ese reto. Pero no bastaría su palabra para convencer a Manos de que no eran pareja; y más con el premio de su vasta fortuna formando parte de la ecuación.

Esa era una de las razones por las que había acudido a su prima: un millonario griego soltero era un trofeo para muchas mujeres; y uno que no estuviera calvo y al que no le faltaran dientes era una rareza.

–Olvídate de los iglúes y deja esto en mis manos.

–¿Tienes una idea? –preguntó Clio esperanzada.

Damen asintió.

–Tengo que perfilarla, pero creo que sí. Confía en mí.

El semblante de Clio se relajó.

–Gracias, Damen, sabía que podía contar contigo.

 

 

Veinte minutos más tarde, Damen estaba junto a su mejor amigo, Christo, que estaba a punto de casarse. Christo estaba mirando su teléfono, y Damen, en lugar de contemplar la vista panorámica de la costa de Corfú, aprovechó para estudiar a los invitados reunidos en el jardín de la villa.

Necesitaba a una mujer. Y pronto. Una mujer que interpretara el papel de su amante el bastante tiempo como para que Manos aceptara que Clio y él no tenían un futuro.

Si acudía a la inminente boda de Cassie, la hermana de Clio, con una novia despampanante, Manos perdería la esperanza; y si la mantenía a su lado al menos una par de meses como su acompañante…

Pero ¿quién podía ser esa mujer? Tendría que estar soltera y ser muy atractiva si es que quería convencer a Manos.

Al mismo tiempo, Damen necesitaba a alguien que no pretendiera aprovechar la situación para acabar ganándose un lugar en su vida.

–Relájate –la voz de Christo interrumpió sus reflexiones–. Soy yo el que se casa, no tú.

Damen sonrió.

–Y con la misma mujer por segunda vez. Has batido un récord.

Christo abrió las manos.

–La primera vez no tenía ni idea de cuánto la quería. Esta vez, todo es perfecto. Solo espero que alguna vez encuentres una mujer como Emma, que sea el centro de tu vida y a la que ames por encima de todo.

La sonrisa de Damen se congeló. Él ya no creía en ese cuento de hadas. Había perdido la inocencia una década atrás. Ahuyentó los recuerdos de los acontecimientos que habían cambiado su vida y la de su familia para siempre. Aquel era un día para celebrar, no para pensar en errores del pasado. Damen tomó dos copas de champán de la bandeja de un camarero y le pasó una a su amigo.

–Por ti y por tu encantadora Emma –bebieron y añadió–: Y por que yo encuentre a la mujer perfecta para mí.

Que fuera atractiva, inteligente, complaciente y, sobre todo, prescindible.

 

 

–Estás preciosa, Emma –Steph retrocedió un paso para ver a su amiga con el velo. Nunca la había visto tan feliz ni tan guapa.

–Ya conocías el vestido –dijo Emma sonriendo.

Era el mismo con el que se había casado la primera vez con Christo, antes de averiguar que no la amaba y abandonarlo. Desde entonces habían pasado muchas cosas, pero Emma y el millonario griego habían limado sus diferencias. Estaban tan enamorados que su felicidad casi resultaba irritante.

–¿Estás bien, Steph? –preguntó Emma.

Ya cuando había recogido a su amiga en el aeropuerto de Corfú le había inquietado su semblante de preocupación, pero Steph se resistía a arruinar la felicidad de su amiga. Encontraría una solución a sus problemas, por más que hasta el momento ninguna de las que había buscado hubieran servido de nada. Pero seguiría intentándolo. Sobre todo porque el problema no la afectaba a ella exclusivamente. Contuvo un estremecimiento.

–Claro que estoy bien, solo un poco sentimental al verte tan radiante. Pareces una princesa.

–¡Así es como me siento! –dijo Emma.

Steph la abrazó.

–Te lo mereces, Em.

–No es cuestión de que me lo merezca… –Emma dio un paso atrás como si fuera a añadir algo, pero Steph la detuvo.

–Vamos, Em, tenemos que salir.

Emma se sobresaltó al ver la hora y se volvió precipitadamente hacia la puerta. Steph le recolocó el velo y la siguió al escenario perfecto para una boda: el jardín de la villa con el espectacular azul turquesa del mar al fondo.

Pero lo que convertía aquel día en verdaderamente especial era ver a su amiga casándose con el hombre al que amaba.

Sin embargo, más tarde, mientras saludaba a los demás invitados, no conseguía concentrarse en el presente. Y no por culpa de sus preocupaciones, sino por una incómoda y vibrante energía procedente de él incluso mientras charlaba con cada una de las mujeres presentes de menos de cuarenta años. Steph habría podido identificar su recorrido porque dejaba a su espalda un rastro de mujeres fascinadas.

Ese no sería su caso, porque el hombre que destacaba por encima de los demás por su altura y hombros era Damen Nicolaides, una serpiente. El hombre que le había hecho actuar como una idiota.

Pero lo que más la irritaba era las facilidades que le había dado. Era impulsiva, pero no confiaba fácilmente en los hombres. Por eso mismo no podía entender por qué había olvidado toda cautela cuando Damen Nicolaides había acudido a ella.

Quizá porque había cometido el error de creer que Damen era diferente. Que era leal y cariñoso, y lo era, aunque solo con aquellos que pertenecían a su círculo íntimo. Fuera de ese círculo, actuaba con una calculadora y retorcida crueldad.

El recuerdo de aquella tarde en Melbourne todavía la acosaba cada vez que estaba baja de moral o cansada, lo que sucedía a menudo, puesto que la angustia la mantenía despierta la mayoría de las noches.

¿Cómo era posible que se hubiera dejado engañar por otro hombre de aspecto y modales amables después de la experiencia con Damen, el diablo en persona?

Cuando estaba especialmente vulnerable, Steph pensaba que haber sucumbido al encanto de Damen había arrasado con sus defensas y con su sentido común. Que por eso su juicio estaba enturbiado en relación a los hombres.

Así que había decidido no tener nada que ver con el sexo opuesto. Solo así estaría a salvo.

Al menos con Damen solo había sufrido su orgullo… no como la catástrofe que la esperaba cuando volviera a Melbourne. Recordarlo hizo que su ánimo se desplomara y que necesitara estar a solas.

Vio un sendero que partía de la villa y, recogiéndose el vestido, lo siguió hasta que el rumor del festejo se acalló. Había llegado a lo alto de un acantilado a cuyos pies había una playa de arena blanca. En la brisa flotaba el olor a cipreses y a mar, y Steph la aspiró profundamente.

Solo necesitaba calmar su mente y recuperar algo de energía.

–¿No lo estás pasando bien?

La voz era como chocolate denso y Steph descubrió, aterrada, que algo se relajaba en su interior… como si hubiera estado esperando aquel momento.

Habría reconocido la voz de Damen Nicolaides en cualquier parte porque todavía la oía en sueños.

Apretó los dientes y se cuadró de hombros.

–Quería respirar y estar sola.

Al contrario de lo que había pretendido, oyó los pasos de Damen aproximarse.

–Tan directa como siempre, Stephanie.

Steph se mordió el labio, irritada por la facilidad con la que aquella voz activaba sus hormonas femeninas. Que Damen fuera la única persona que la llamaba por su nombre completo, sonaba como una invitación al pecado.

–Así entenderás la indirecta y te marcharás.

La respuesta de Damen fue una risa seca. En lugar de irse, se detuvo detrás de ella. Steph no podía verlo, pero sí percibirlo.

–Te he traído una rama de olivo.

Una mano cetrina de dedos largos y uñas perfectas apareció ante Steph. Sujetaba una copa de champán. Antes de que pudiera rechazarla, Damen continuó:

–Brindemos por la feliz pareja.

Siempre tan astuto. Sabía que era una sugerencia a la que no podía negarse.

Tomó la copa evitando tocarle los dedos. La alzó y dijo:

–Por los novios.

Bebió y, al volverse, bebió de nuevo para calmar la súbita sed que sintió.

De cerca, Damen no parecía la serpiente que era. Estaba tan guapo como siempre. Pómulos marcados, mentón firme; nariz larga, unos labios sensuales y unos ojos verdes como un bosque en el que brillara la luz del atardecer. Todo ello coronado por un cabello oscuro que ella sabía lo suave que era.

–Por Emma y Christo –dijo él–. Y por que sean felices el resto de sus vidas.

Bebió y Steph miró fascinada el movimiento de su nuez. Entonces él la miró y ella sintió una sacudida.

«No, no, no. No es atracción. Eso queda en el pasado. Lo rechazas, lo desprecias».

–Gracias por la copa –dijo, esforzándose por tratarlo como a un desconocido–. Será mejor que vuelva junto a Emma.

–Está rodeada de familia y amigos. Puede prescindir de ti un rato.

–Aun así, quiero volver.

–Pensaba que podríamos hablar.

–No tenemos nada de que hablar –dijo Steph con firmeza.

La mirada de Damen se ensombreció y súbitamente Steph intuyó que pasaba algo.

–De Melbourne.

–No hay nada que decir. Forma parte del pasado.

–No lo parece. Me miras con hostilidad, Stephanie.

Ella asió el pie de la copa para reprimir el impulso de tirarle a la cara lo que quedaba de champán.

–¿Te sorprende? –preguntó.

–Me disculpé.

–¿Crees que eso basta? –Steph describió un círculo con la mano y derramó el champán.

–Hice lo necesario para ayudar a un amigo.

–¡Me raptaste! –Steph clavó un dedo en el pecho de Damen.

–Brevemente. Christo estaba desesperado por saber dónde se escondía su novia el día de la boda.

–Eso no es excusa. Emma mandó un mensaje diciendo que estaba bien. Además, no puedes culparla por marcharse cuando descubrió la verdadera razón por la que Christo se casaba con ella.

Damen sacudió la cabeza lentamente.

–Han hecho las paces. Pero aquella semana Christo estaba loco de preocupación. Tenía que ayudarlo a encontrarla. Y tú –Damen le atrapó la mano y se la cerró sobre el pecho– sabías dónde estaba.

–Asumiste que lo sabía –dijo ella, manteniendo la vista fija en su rostro.

–Era evidente que alguien la había ayudado a desaparecer, Stephanie, y tú solo contestabas con evasivas. Por eso pensé que si te tenía a solas podría persuadirte de…

Steph se ruborizó violentamente y liberó su mano de golpe al tiempo que retrocedía.

–¿A eso lo llamas persuadir? –preguntó con la respiración agitada.

Aunque Damen palideció, Steph no sintió ninguna satisfacción en incomodarlo porque estaba demasiado ocupada recordando que ella había dado el primer paso aquella noche.

Exhausta tras una intensa semana de trabajo, no había encontrado ninguna excusa cuando Damen había aparecido diciendo que creía tener una pista sobre dónde estaba Emma. Le había pedido que lo acompañara para convencerla de que volviera junto a Christo. Ella sabía que estaba en Corfú, pero no podía admitirlo, así que había accedido a acompañarlo, y se había quedado dormida durante el viaje fuera de la ciudad.

Al despertar, el coche estaba parado y Damen se inclinaba sobre ella. Adormecida, ella había reaccionado instintivamente, alzando una mano a su rostro. Él se había quedado parado y ella había sentido cómo el aire se cargaba de electricidad. Entonces Damen la había rodeado con sus brazos y la había besado con una intensidad que le había hecho descubrir más sobre el deseo que lo que había sabido hasta entonces. Sus dedos le habían acariciado el cabello con un ansia que evidenció la atracción que había intentado disimular. Durante toda la semana había visto como el guapo y considerado Damen se preocupaba por los amigos y la familia de Emma mientras la buscaba sin descanso.

Solo cuando dejaron el coche y fueron a la aislada casa de la playa, había descubierto la verdad y la burbuja estalló. Damen le dijo que la retendría allí hasta que le dijera dónde estaba Emma. Aun así ella no le creyó y pensó que bromeaba. Hasta que fue a tomar su móvil y Damen le dijo que se lo había quitado. Eso era lo que estaba haciendo cuando ella había despertado en el coche, no robarle un beso. Solo se había aprovechado de su reacción instintiva, asumiendo que seducirla le facilitaría la tarea.

Steph cerró los ojos para bloquear el recuerdo y la humillación de aquella noche.

–¿Stephanie, estás bien? –preguntó Damen, tomándola del codo.

–No me toques.

Steph dio un paso atrás y chocó contra el tronco de un ciprés. Se irguió y miró fijamente a Damen. Era un gran actor. El año anterior, en Australia, le había hecho creer que se sentía atraído por ella.

Lo peor era que para él solo había sido un «breve rapto», puesto que Christo había llamado al poco tiempo anunciando que había localizado a Emma. Entonces su secuestrador se había disculpado por tomar medidas extremas y la había devuelto amablemente a su casa.

Steph se había sentido tan ninguneada como en todas las ocasiones en las que su padre había incumplido la promesa de ir a verla, porque siempre tenía cosas más importantes que hacer que estar con su hija.

–Quería disculparme –repitió Damen con aparente sinceridad. Pero Steph nunca creería en su palabra.

–Ya lo has hecho.

–Se ve que no ha funcionado –dijo él, alzando un hombro. Al ver la mirada inquisitiva de Steph, añadió–: No me has perdonado.

Steph apartó la mirada. No estaba dispuesta a absolverlo para que se sintiera mejor.

–No puedes tenerlo todo.

–Sin embargo, no le has contado a Emma lo que pasó.

–No ha valido la pena –Steph se encogió de hombros–. Después de todo, eres el mejor amigo de su esposo. ¿Para qué iba a hacer que le cayeras mal si iba a tener que verte a menudo?

–¿Es eso lo que sientes? ¿Te caigo mal?

Una vez más, Steph creyó percibir algo parecido al sentimiento de culpabilidad en su tono, pero supuso que se trataba más bien de curiosidad. Dada su fortuna y encanto, debía resultarle extraño que alguien lo rechazara.

Tomó aire.

–Me enseñaron a ser educada, Nicolaides, pero está claro que no quieres entenderlo. La respuesta es que sí: me caes mal.

Steph lamentó que no pareciera afectarle en lo más mínimo. Alzó la barbilla y añadió:

–Espero no tener que volver a verte ni a hablarte.

Solo entonces percibió una leve tensión en sus facciones, un temblor en los labios y un brillo transitorio de sorpresa en sus ojos. En una fracción de segundo, todo ello desapareció y Damen volvió a recuperar la expresión de quien no tenía ninguna preocupación en la vida

–Es una lástima –dijo, desplegando una encantadora sonrisa–, porque confiaba en que pudiéramos pasar un tiempo juntos.

Steph lo miró atónita.

–¿Bromeas? No pasaría tiempo contigo ni aunque me ofrecieras un millón de dólares.

Se produjo un silencio que Steph aprovechó para empezar a caminar hacia a casa, hasta que la voz de Damen la detuvo:

–¿Y por dos millones de dólares?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DAMEN había hecho la propuesta impulsivamente, pero le satisfizo ver que por fin Stephanie lo miraba con una expresión que no era puro desdén. Y se dijo que quizá su intuición había sido una genialidad.

Necesitaba temporalmente una mujer soltera, atractiva e inteligente. Stephanie reunía todas las condiciones. Que sintiera animosidad por él era aún más perfecto, a pesar de que sentirse tratado como si fuera venenoso le causara una mezcla de culpabilidad y de indignación.

Sabía que merecía su enfado y comprendía que la había herido, pero qué otra cosa podía haber hecho cuando su amigo estaba loco de preocupación y Stephanie Logan tenía las clave que necesitaba.

Había hecho todo lo posible para que le diera la información, pero finalmente había tenido que recurrir a tomar medidas drásticas. Su motivación había sido loable: que Christo resolviera sus problemas con su esposa.

Pero también era verdad que nunca se había esforzado en ver las cosas desde la perspectiva de Stephanie hasta que lo había mirado con sus enormes ojos marrones llenos de dolor. Ni siquiera que luego reaccionara con ira había borrado el recuerdo de aquella primera intuición. Damen había sentido emociones que no había experimentado desde la fatídica noche con su padre

Posteriormente, había intentado verla para disculparse, pero una crisis en el trabajo había exigido su atención y había tenido que marcharse.

«O tal vez te resultó más fácil no enfrentarte a lo que te hacía sentir».

–Si es una broma, no tiene gracia.

Stephanie siguió caminando y su cabello negro se balanceó al ritmo de su paso decidido. Era una mujer vibrante, el aire crepitaba con su energía y con una fuerza interior que iluminaba sus facciones, bien estuviera triste, contenta o furiosa.

Y cuando besaba…

–No es ninguna broma.

Eso hizo que se detuviera y se volviera a mirarlo con una ceja arqueada.

Damen la prefería así. Sabía manejar mejor su ira que su dolor.

–¿Cómo vas a pagar dos millones de dólares para…?

–¿Pasar tiempo contigo? –Damen dio un paso hacia ella–. Lo digo en serio.

Ella sacudió la cabeza.

–¿Cuánto has bebido?

Damen sonrió.

–Estoy completamente sobrio –en lugar de sentirse insultado, le gustaba que fuera tan directa. Solo su familia y Christo lo trataban así.

–No puede ser una frase para ligar conmigo, porque sé que no tienes el menor interés en mí.

Aunque lo dijo con frialdad, sus mejillas enrojecieron, traicionándola. Damen recordó al instante la noche en Melbourne, la deliciosa sensación de tenerla en sus brazos…

–Así que, ¿qué pretendes? ¿Quieres reírte otra vez de mí? –preguntó ella, cruzándose de brazos y mirándolo airada.