Enamorada desde siempre - Kate Walker - E-Book

Enamorada desde siempre E-Book

KATE WALKER

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Beschreibung

¿Una reina por conveniencia? No cabía la menor duda de que su matrimonio era por conveniencia y por necesidades políticas, pero la bella y tímida Aziza El Afarim tenía la esperanza de que su marido, el chico al que había idealizado, recordase la conexión que había habido entre ambos de niños. Pero el jeque Nabil Al Sharifa no se parecía en nada al chico que había sido. Las pérdidas sufridas y el peso del poder lo habían cambiado hasta hacerlo irreconocible. El niño amable y cariñoso se había convertido en un adulto despiadado al que solo le importaba la pasión. Iba a dárselo todo a Aziza, menos su amor. Pero mientras la presión para dar un heredero al trono aumentaba, ¿podría haber algo más que obligación en el lecho matrimonial?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Kate Walker

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorada desde siempre, n.º 5524 - febrero 2017

Título original: Destined for the Desert King

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas porHarlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9297-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Feliz aniversario!

Nabil bin Rashid Al Sharifa, jeque de Rastaan, alzó la copa hacia los dos invitados de honor de la fiesta. La pareja por la que habían organizado aquella celebración y que, a pesar de todo lo ocurrido en el pasado, estaba formada por sus dos mejores amigos.

—Felicidades por esos diez años juntos. Diez años de felicidad.

Le costó decir aquellas cuatro últimas palabras. Habían sido diez años de felicidad para sus amigos, pero no para él.

—Por Clemmie y Karim —añadió.

La elegante mujer morena, regia como una reina con aquel vestido color escarlata bordado en oro, le sonrió cariñosamente mientras, a su lado, el jeque Karim al Khalifa, que iba vestido más sombríamente, pero igual de elegante que Nabil, con la ropa típica de su país, levantó la copa. Diez años antes, cuando se había acordado el matrimonio entre Clemmie y Nabil, nadie habría imaginado que estarían viviendo aquel momento. No obstante, la pasión de Nabil por la joven Sharmila le había llevado a rechazar a Clemmie y casarse con su amante, que estaba embarazada. Por aquel entonces nadie habría predicho que se celebraría aquella fiesta para celebrar diez años de amor y de matrimonio…

De hijos.

De repente, Nabil dejó su copa en la mesa más cercana. Todavía no le habían dado la noticia, pero era imposible no fijarse en la curva del vientre de Clemmie bajo el vestido de seda rojo que le llegaba a los pies. Clementina siempre había sido una mujer muy bella, incluso cuando él, enfadado, la había rechazado, pero en esos momentos, con las curvas del incipiente embarazo, tenía un brillo especial.

—Enhorabuena —repitió Nabil una vez más, obligándose a sonreír a sus amigos.

Quería sonreír para mostrar que estaba feliz por ellos. Y en el fondo lo estaba, pero al mismo tiempo no podía evitar compararse con ellos.

Lo que sus amigos tenían en abundancia era lo que él tanto necesitaba en esos momentos, aunque no veía la manera de encontrar semejante felicidad.

Diez años antes, recién casado y feliz, había pensado tenerlo todo. Una esposa preciosa a su lado, un futuro hijo y la estabilidad de su país. Había sido joven e ingenuo, y había estado ciego. Solo había pensado en rebelarse contra su destino.

Y lo había hecho, pero solo había conseguido atarse a él con mucha más fuerza. Había sido como encerrarse y tirar la llave.

—¡Diez años maravillosos!

Karim levantó la voz para llegar a todos los invitados, pero sus ojos estaban clavados en su esposa. Ambos estaban en su propio mundo e, inconscientemente, Clemmie se había llevado la mano al vientre.

Fue un momento emocionante, que se rompió con la carrera de dos pequeños por el salón, corriendo a los brazos de sus padres.

—Adnan, Sahra… —dijo Clemmie con dulzura a pesar de estar intentando reprenderlos—. Un príncipe y una princesa no pueden irrumpir así en un acontecimiento público.

—Pero si es la fiesta de papá y mamá —respondió Adnan con toda la seguridad de sus cinco años—. No un acontecimiento público.

Clemmie y Karim volvieron a sonreírse y él pasó la mano cariñosamente por el pelo moreno del niño. Nabil pensó que su padre nunca lo había tratado con aquel cariño, siempre había sido frío y distante.

—Es ambas cosas —le dijo Karim en voz baja.

Algo en su tono de voz hizo que Nabil hiciese un movimiento brusco y se girase hacia la puerta, pero se obligó a volver a donde estaba. Era el anfitrión y tenía que estar allí para asegurarse de que la celebración transcurría como debía.

«Continúa…».

No se lo dijo nadie, pero casi pudo oírlo. Eso le hizo volver a poner su atención en el delicado rostro de Clemmie, pero esta lo miró a los ojos e hizo un leve gesto de cabeza para indicar las puertas de la terraza. El calor de su sonrisa hizo que Nabil supiese que lo comprendía y sabía lo que estaba pensando, y que le parecía bien que saliese a respirar el aire fresco que necesitaba en esos momentos.

—¿No ibais a cantar una canción? —preguntó Clemmie a sus hijos.

Y toda la atención se centró en ellos.

Nabil dio las gracias en silencio a la mujer con la que su padre había querido que se casase y que en su lugar se había convertido en una de sus mejores amigas, y aprovechó la oportunidad que se le presentaba para atravesar el salón en silencio y salir al balcón.

Una ligera brisa le sacudió la ropa y salió a una oscuridad iluminada solo por el frío brillo de la luna en el horizonte. Nabil respiró hondo por fin y empezó a pasear por la superficie de piedra antes de detenerse y apoyar las manos en la barandilla para mirar hacia las luces que salpicaban la oscuridad de la noche más allá de los muros de palacio. Hacia donde su pueblo había terminado el día de trabajo y se disponía a dar las buenas noches a sus hijos.

—¡Maldita sea!

Cerró los puños y golpeó la dura piedra al enfrentarse a las imágenes que tenía en la mente. Al parecer, aquel día todo a su alrededor le recordaba lo que no tenía. Lo que había pensado tener y había desaparecido. Casi sin darse cuenta, se llevó la mano a la cicatriz que marcaba su mejilla y que la espesa barba negra no conseguía ocultar.

Oyó un ruido suave que le recordó dónde estaba y dio un paso atrás para alejarse del borde y entrar en las sombras. Aquella noche la oscuridad parecía ocultar algún peligro en potencia.

¿O eran todo imaginaciones suyas?

Volvió a oír el mismo sonido a su izquierda y giró rápidamente la cabeza.

—¿Alteza?

Era una voz baja, que contenía una cierta aprensión, y evidentemente femenina, rasgo que tenía que haber hecho que se relajase, pero aquella voz le removió recuerdos que había creído enterrados desde hacía mucho tiempo. Recuerdos que le habían enseñado que no podía confiar en nadie, ya fuese hombre o mujer.

—¿Quién está ahí? Muéstrese.

Oyó cómo se movía un vestido contra las baldosas y el susurro de unos zapatos suaves sobre el duro suelo, y entonces ella salió a la luz de la luna. Tenía el rostro delgado y pálido, un pelo moreno, un vestido bordado que le cubría todo el cuerpo y la cabeza, casi por completo.

Por un instante, a Nabil se le detuvo el corazón y dejó de respirar, así que habló casi sin pensar lo que decía:

—¿Sharmila?

No creía en los fantasmas y, no obstante…

—Perdone, jeque.

La mujer se llevó ambas manos a la frente y se inclinó en señal de respeto y sumisión. El gesto hizo que Nabil se fijase en dos cosas. Por un lado, aspiró su perfume a sándalo y a flores, rico y sensual, que lo invadió por completo e hizo que todos sus sentidos se pusiesen alerta, pero en esa ocasión de un modo muy diferente. Respiró hondo y dejó que el aroma lo embriagase como si de un rico vino se tratase, así que tuvo que parpadear para que se le aclarase la vista. Fue entonces cuando se fijó en la segunda cosa: que la mano izquierda que la mujer se había llevado a la frente tenía… no era una malformación, sino que el dedo meñique de la mano izquierda no estaba completamente recto.

Por un momento creyó recordar algo, pero no supo el qué. Se preguntó si había visto antes a aquella mujer, y cuándo.

La mujer, que era una mujer joven, volvió a hablar, obligándolo a volver al presente.

—Perdóneme, Alteza. No sabía que hubiese nadie aquí fuera. Pensé que nadie se daría cuenta de que estaba aquí.

A Aziza le retumbó su propia voz en los oídos. Tenía que haber imaginado que alguien la sorprendería allí, lejos de las celebraciones del salón. También sabía que el jeque Nabil era un hombre duro, exigente, que estaba completamente volcado en la seguridad de su palacio. Era comprensible después de lo ocurrido, pero Aziza no había logrado soportar el ruido y el calor de la fiesta. Ni eso ni ver cómo su hermana mayor, Jamalia, coqueteaba abiertamente, o todo lo abiertamente que podía hacerlo delante de sus padres, con todos los solteros presentes que cumplían los requisitos.

Así que ella había tenido que escapar de la fiesta y de Jamalia, escapar del constante escrutinio de su padre, al que le hubiese dado igual que fuese una criada, porque esperaba que nadie se fijase en ella. Se suponía que tenía que haberse quedado allí, de carabina, pero Jamalia tampoco quería tenerla allí, y Aziza habría preferido estar en cualquier otra parte. Lo cierto era que ni siquiera había querido ir a la fiesta, pero su padre había insistido. Su padre le había dicho que todas las personas que eran alguien irían a la fiesta, y que, de no asistir, se notaría su ausencia.

—La mía no —había murmurado Aziza entre dientes, pero la mirada asesina de su madre le había hecho saber que no debía decirlo en voz más alta.

Así que se había ahorrado las protestas, se había puesto el vestido rosa que le habían dado y había seguido a sus padres.

Jamalia, por supuesto, había pensado que el único motivo por el que no quería asistir a la fiesta era porque no quería ser su carabina y porque se sentía incómoda entre los jóvenes que se le acercaban, pero en realidad había algo más.

Y en esos momentos tenía delante al verdadero motivo por el que no había querido ir a palacio aquella noche, alto y poderoso, rodeándola con el olor de su piel y tapándole la luz de la luna con la cabeza de manera que ella se había quedado completamente a su sombra.

Reconoció para sí que estaba acostumbrada a ocupar aquel lugar. Siempre había sido la sombra de Nabil desde que este, con doce años, había ido de visita a casa de sus padres y ella, con solo cinco años, lo había visto bajarse de un caballo enorme y tirarle las riendas a uno de los mozos de cuadra.

—¿Quién eres?

Era la misma pregunta que le había hecho muchos años antes, así que a Aziza le costó darse cuenta de que se la estaba volviendo a hacer, que no eran imaginaciones suyas, que estaba hablando con el Nabil del presente.

—Solo una criada.

Aziza se dijo que lo parecía. El vestido no era nuevo, por supuesto, sino heredado de Jamalia, pero a su padre le había parecido suficiente para ella, ya que a ella no pretendía mostrarla ante el jeque con la esperanza de conseguir un buen matrimonio.

—He venido con Jamalia, señor.

El instinto le hizo extender la falda del vestido e inclinarse en una cuidadosa reverencia. Esperó que aquella muestra de obediencia hiciese menguar la tensión que emanaba el hombre alto y fuerte que tenía delante. A su madre le había preocupado que se metiese en alguna situación incómoda si iba por ahí ella sola, y en esos momentos Aziza se dio cuenta de que Naddiya había tenido toda la razón, pero lo cierto era que sus padres jamás habían imaginado que algo así podría ocurrir.

—¿Tu nombre?

—Zia, señor.

No supo por qué había dado el nombre con el que la llamaba su familia. Al menos así no la relacionaría con sus padres ni con las maniobras políticas de estos. Aziza no pudo evitar pensar en el motivo por el que en casa la llamaban así y sentirse dolida.

Su padre había decidido que Aziza, que significaba «la bella», no le correspondía a alguien tan pequeño y corriente, que como era la segunda y jamás sería tan bella como su hermana mayor, había que llamarla Zia.

—Necesitaba tomar un poco de aire. Le ruego que me perdone…

Él la interrumpió con un gesto impaciente de la mano y Aziza se preguntó, confundida, si eso significaba que la perdonaba por haber estado allí, escondida en la oscuridad. Lo cierto era que se había arriesgado mucho, conociendo las medidas de seguridad que todavía había en todo el palacio. Así que si aquello salía mal, la culpa sería suya y solo suya.

Tal vez debería haberle dado su nombre completo, pero el corazón se le aceleró solo de pensarlo. Le había entregado su corazón desde que, todos aquellos años atrás, Nabil, con doce años, se había fijado en ella y no en su hermana mayor. Aziza lo había seguido como un perrito y ya había empezado a adorarlo con cinco años. No estaba acostumbrada a que nadie le prestase atención, y el hecho de que Nabil la hubiese tolerado, el increíble efecto de su sonrisa, la habían desequilibrado. Se había enamorado de él ya entonces y le había entregado su corazón, y todo lo ocurrido desde entonces había hecho que ningún otro hombre hubiese conseguido desplazarlo de él.

Lo había reconocido nada más verlo a pesar de la barba negra que cubría su mentón, pero no había podido darle su nombre por miedo a que no se acordase de ella. Su padre se habría reído si le hubiese contado su miedo, por supuesto que no la recordaría, y sentirse dolida solo por la idea era una tontería. No obstante, Aziza no había querido arriesgarse.

—Si me perdona…

Se había girado ya hacia las puertas que daban al palacio para marcharse cuando volvió a oír la voz de Nabil a sus espaldas.

—¡No te vayas!

Nabil no supo por qué había dicho aquello. ¿Por qué iba a querer que alguien le hiciese compañía cuando por fin había encontrado la soledad y el silencio que debían apaciguar a su atormentada alma? Pero era tan evidente que aquella mujer quería marcharse del balcón y dejarlo solo, que de repente Nabil había sentido aquel vacío que siempre había estado allí y se había visto obligado a detenerla.

—¿Alteza?

Era evidente, por su gesto de sorpresa, por la tensión de su cuerpo, que ella tampoco había esperado que le pidiese que se quedase allí con él. Bajo la luz de la luna sus ojos se veían muy grandes, oscuros.

—No te vayas. Quédate un poco.

Fue una orden, no una petición, y Nabil vio cómo la mujer cambiaba de expresión y dudaba un instante antes de volver y hacer otra reverencia.

—Y deja de hacer eso —la reprendió.

No era obediencia y sumisión lo que quería en esos momentos, sino…

¿El qué?

No lo sabía ni él.

—Señor —fue lo único que dijo ella, levantando la bonita barbilla.

No fue un gesto desafiante, sino algo diferente. Algo que le trajo un recuerdo lejano solo por un instante.

Ella mantuvo las distancias, pero Nabil volvió a aspirar su aroma, a sándalo y a jazmín, despertando sus sentidos como nada los había despertado en años. De repente, se le aceleró el corazón. Hacía tanto tiempo que no había sentido deseo por alguien que la sensación lo aturdió. Durante años, las mujeres más bellas y sensuales habían intentado atraerlo sin éxito, y en esos momentos lo había conseguido una que era menuda e insignificante.

—¿Te apetece beber algo?

Aziza pensó que se lo preguntaba porque la había visto humedecerse los labios y había confundido el gesto.

—No, estoy bien.

Nabil pensó que le había dicho que era una criada, que estaba con Jamalia, la hija mayor de la familia Afarim.

Supo que el ceño se le había fruncido, pero le dio igual. Se sentía incómodo al pensar en Farouk El Afarim y su familia y los motivos por los que paseaban a la bella Jamalia ante él. Aquella noche había querido olvidarlo todo, no hacía falta que nadie le recordase que volvía a haber inestabilidad en el país, la importancia de asegurarse la lealtad de El Alfarim para que no se pasase al lado de los rebeldes.

—Quédate… y habla.

—¿De qué?

—De cualquier cosa. Por ejemplo… ¿Qué ves ahí delante? —preguntó, señalando hacia el horizonte.

—¿Qué veo? ¿Por qué me lo pregunta?

Lo cierto era que se trataba de otra pregunta a la que Nabil no podía contestar. Tenía que admitir que había querido ver aquel paisaje a través de sus ojos. Hablar con alguien ajeno a las exigencias y los debates, los tratados y los desacuerdos de los últimos meses. Alguien a quien no tuviese que tratar de manera diplomática, con quien no tuviese que pensar antes todo lo que decía o morderse la lengua.

Pasar más tiempo con alguien que despertaba sus sentidos como no lo había hecho nadie en mucho tiempo. Era como volver a vivir y Nabil quería más.

Por un instante se planteó seducirla. Seguro que ella estaba de acuerdo, lo veía en su rostro, lo oía en su voz. Estaba seguro de que no se resistiría.

Pero si había algo que había aprendido en los diez últimos años era que aquellas relaciones vacías no le aportaban nada.

Debía dejarla marchar, pero no podía.

—Lo que veo… Ya debe de saber lo que hay ahí, aunque ahora no se vea. Seguro que todos los días ve el mar a la derecha y Alazar en la montaña, y aquí…

Se le rompió la voz cuando, al señalar, tocó la ropa de Nabil, que en algún momento se había acercado a ella.

—¿Y aquí…? —repitió él con voz muy tensa.

Y Aziza se preguntó si la tensión se debería a que también sentía aquella atracción, que no tenía nada que ver con la adoración de la niña de cinco años.

No, aquella era la respuesta de una mujer adulta ante un hombre maduro y poderoso. Un hombre que la hacía sentirse más mujer que nunca, pero un hombre con el que debía guardar las distancias mientras recordaba el motivo por el que tanto ella como su familia estaban allí. Aquel hombre tenía que fijarse en Jamalia, no en ella.

—Ya sabe lo que veo, señor. Ahí está Hazibah, la capital. Y ahí…

Le tembló la voz un instante, pero recuperó las fuerzas al saber que al menos con respecto a aquello podía decir la verdad. No había nada que ocultar.

—Ahí hay cientos, miles de personas. Hombres y mujeres, familias, niños, que disfrutan de la noche, de la paz, gracias a usted.

—¿Gracias a mí? ¿De verdad lo piensas?