Escuchar a los niños - Luigi Cancrini - E-Book

Escuchar a los niños E-Book

Luigi Cancrini

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Beschreibung

De todos los traumas provocados por el ser humano, los que se producen dentro de las familias por los cuidadores son los más graves. Dar voz, escuchar a los niños y contar esas historias es, por lo tanto, no sólo un deber profesional, sino también un deber ético, moral y civil. La escucha terapéutica de los niños maltratados o que han sufrido abusos debería enseñarse en las universidades y practicarse en los servicios públicos. Sin embargo esta enseñanza no se imparte ni siquiera en las escuelas de especialización en Psiquiatría, Neuropsiquiatría Infantil, Pediatría o Psicología Clínica. En este libro Luigi Cancrini tiene el coraje de representar y denunciar, con su trabajo y con la descripción precisa de las terapias que realiza o supervisa, que el dolor, el sufrimiento, los traumas repetidos y la distorsión de las relaciones en familias a menudo violentas y sin ayuda tienen consecuencias devastadoras para el cuerpo y la mente de los niños. Trabajar con otros niños maltratados será más fácil para aquellos que hayan leído las lecciones de los casos de Hillary, Diego, Michele, Ruggero y Pamela. «El legado de este nuevo libro de Luigi Cancrini es el mensaje que nuestra sociedad actual requiere con urgencia: priorizar los derechos de la infancia, sus buenos tratos y políticas públicas que garanticen la redistribución de las riquezas para ofrecer a todos los niños y niñas que lo requieran una psicoterapia integral para reparar sus daños. Mejorar las condiciones de vida de la infancia es contribuir a la mejora de la humanidad». —Jorge Barudy, Médico psiquiatra, terapeuta familiar, traumaterapeuta..

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LIBRERÍAS:

THEMA: MKMT: Psicoterapia

BISAC: PSY007000. Psicología / Psicología clínica

TEMAS: Psicoterapia infantil/Psicoterapia sistémica /Psicoterapia trauma infantil/

Título original:Ascoltare i Bambini. Psicoterapia delle infanzie negate

Copyright © 2017 Luigi Cancrini

Originalmente publicado en italiano en Milán por Raffaello Cortina Editore

Imagen de cubierta: iStock.com/SBDIGIT

Copyright de la presente edición en español:

© 2021 EDITORIAL ELEFTHERIA, S.L.

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

EDITORIAL ELEFTHERIA, S.L.

Sitges, Barcelona, España

www.editorialeleftheria.com

Primera edición: Abril de 2021

Diseño de cubierta: Juan Mauricio Restrepo

Maquetación: M.I. Maquetación, S. L.

ISBN (papel): 978-84-122674-1-9

ISBN (ebook): 978-84-122674-2-6

DL: B 5675-2021

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Índice

Escuchar a los niños

 

Prólogo (Jorge Barudy)

Prefacio (Clara Mucci)

Introducción (Luigi Cancrini)

CAPÍTULO I

Los niños a los que nos referimos

De Lorna Smith Benjamin a la infancia infeliz

Las etapas de desarrollo en las que se experimenta la situación traumática

La madre

Los dos requisitos fundamentales de un tratamiento eficaz

Ilusión número uno: Protegerlo es suficiente

Ilusión número dos: La psicoterapia por sí sola es suficiente

Las situaciones en las que se han llevado a cabo estas terapias

CAPÍTULO II

El caso Hillary

El comienzo de la mejora

La nostalgia de la madre

La mejora se consolida

El embarazo de la terapeuta

El encuentro con la pareja adoptiva y el «tierno» ecuerdo de la pulsera

La «madre mar» y la «madre playa»

Preparación de la reunión de adopción (el acoplamiento)

El grupo SASB de Lorna Smith Benjamin y el trabajo terapéutico realizado con Hillary

Observaciones finales

CAPÍTULO III

El caso de Diego

La historia según los servicios sociales

La historia del educador y la entrada en la comunidad

Primer mes en la comunidad

El diagnóstico SASB

Después de seis meses en la comunidad

La psicoterapia en la época de la AT: La familia existe y debe ser respetada

La conclusión de la AT: La decepción los profesionales y la importancia de la supervisión

Una sesión en la que nos despedimos

¿Es un trabajo terapéutico muy diferente al que haces con un adulto?

La separación de una madre que te ama

Diego, Luisa y Anika: Hacia una etapa TLP

Observaciones finales sobre la adopción de niños pre-TLP

Intervención terapéutica familiar en situaciones de angustia pre-TLP

CAPÍTULO IV

El caso de Michele

El ingreso

Michael en la comunidad

La madre se va

Después de un año

El conflicto de lealtad

Comportamiento femenino y juegos de violencia (1 año después de entrar en la comunidad)

La terapeuta está esperando un bebé y Michele comienza la «revelación» del abuso (18 y 19 meses después de entrar en la comunidad)

El permiso por maternidad

La reanudación de las sesiones (26 meses después de entrar en la comunidad)

El trauma sexual

Un camino de integración (29 meses después de entrar en la comunidad)

5 meses después: el recuerdo de su madre (34 meses después de entrar en la comunidad)

El encuentro con la familia adoptiva y la «difícil» separación de la comunidad (3 años después de entrar en la comunidad)

Integración familiar y tiempo para el perdón

Observaciones finales

CAPÍTULO V

El caso de Ruggero y Ludwig

El caso de Ruggero

El diagnóstico sasb

El proceso de la terapia

El diseño familiar y el juego de superhéroes

La evaluación del juego

El camino de la adopción

Observaciones finales

El caso de Ludwig

Una infancia infeliz del tipo paranoide

Entre los 10 y los 20 años: la música como el centro de un mundo de fantasía

La «novela familiar» de Ludwig

Carl, Johanna y el desarrollo delirante

Consideraciones psicopatológicas

Una breve nota sobre la «creatividad»

CAPÍTULO VI

El caso de Pamela

El cuadro clínico inicial: la hipótesis diagnóstica

El diagnóstico SASB

La separación de la niña de su madre

El encuentro con el padre

El futuro de Pamela

Indicios de psicopatología

Lo que pasó después

Observaciones finales

CAPÍTILO VII

Las cosas más importantes que hemos aprendido

Experiencias traumáticas y trabajo terapéutico

Una situación psicopatológica bien definida

La cuestión particular del coeficiente intelectual (CI) y las dificultades cognitivas

La organización de la intervención: Acoger a los niños maltratados de la mejor manera posible

Infancia infeliz y adopción

Breves comentarios finales

Notas

A Francesca, esposa y extraordinaria compañera de viaje,

de Palermo en adelante, en esta aventura ahora muy larga

PRÓLOGO

El prólogo de este libro es el resultado de un encuentro, mejor dicho, de un reencuentro. Digo reencuentro porque la vida me dio la oportunidad de encontrarme por primera vez con Luigi Cancrini, hace justamente 23 años, en un contexto similar a aquél en el que se produjo nuestro reencuentro hace poco más de un año. El encuentro y la oportunidad de conocerlo personalmente se lo debo a la invitación a compartir una comida con él que me hizo una mujer, Pia Bosch, una psicóloga catalana que en ese momento era concejala del Ayuntamiento de Gerona, una importante y bella ciudad de Cataluña. Pia Bosch tenía la responsabilidad en ese entonces, entre otras tareas, de las políticas servicios sociales del Ayuntamiento de la ciudad, en particular de la atención a la infancia y a sus familias. Había tenido la excelente idea de fichar a Luigi para acompañar y supervisar a los profesionales de un programa, de prevención y tratamiento de los malos tratos infantiles, en una de las zonas más pobres y marginadas de la ciudad.

En este primer encuentro en Gerona y durante la comida, recuerdo haber descubierto nuestra experiencia común de haber compartido la amistad con otro de los grandes hombres de la psiquiatría italiana, Franco Basaglia.1 Me di cuenta de que la invitación tenía una finalidad: solicitarme que continuara el trabajo que Luigi Cancrini había comenzado como supervisor del ese equipo, era mejor saber retirarse de esas tareas antes de fusionarse o ser fusionados con los equipos a los que acompañamos. A cualquiera fuera el responsable de esa encerrona, alrededor de un menú de la nueva cocina catalana y de un vino excelente, no terminaré de agradecerle esa gran oportunidad de confirmar la calidad humana y la sabiduría del profesor Cancrini. A esto hay que sumar que para mí y para mi esposa y compañera de trabajo, la psicóloga Maryorie Dantagnan, se abrió una puerta para concretar un proyecto que podía hacerse realidad: el de cambiar nuestro lugar de vida, Bélgica. Es una ciudad que me había dado mucho, pues me acogió como refugiado político en el momento en el que la solidaridad europea existía. Pero a pesar de mis empeños, después de 25 años nunca pude adaptarme a sus nubes permanentes que cubrían un cielo que siempre estaba como a punto de caerse.

Lo más importante fue que el encuentro que Pia Bosch había organizado me dio la oportunidad de abrazar por primera vez a este gran hombre, a quien, sin que él lo supiera, yo ya conocía y admiraba por la lectura de dos de sus escritos que ya estaban traducidos en español: La psicoterapia, gramática y sintaxis editado por Paidós en 1987 y La caja de Pandora, manual de psiquiatría y psicopatología editada por esta misma editorial el año 1996. Mi interés por leer La psicoterapia, gramática y sintaxis tuvo que ver con la curiosidad que despertó en mí su título, en un momento en el que intentaba completar la formación que había adquirido en el máster de Psicoterapia Humanista, cuyo exponente principal es Carl Rogers, psicólogo estadounidense, ampliamente conocido por su modelo de psicoterapia centrado en la persona. Yo me había formado como psicoterapeuta de esta orientación, en paralelo a mi formación como neuropsiquiatra, en la cual me había dado cuenta de los límites de esta especialidad para ofrecer un tratamiento menos asistencial y más personalizado a las personas que sufren trastornos mentales. Esta frustración también se explica porque ya en ese momento habíamos creado un colectivo de atención terapéutica para víctimas de la tortura latinoamericanas que encontraban refugio en Bélgica.

Ambas formaciones las pude realizar en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, a partir del año 1975, gracias a una beca que en esa época el Estado belga otorgaba a los exiliados chilenos de la dictadura de Pinochet. Tanto mi familia como yo mismo pudimos conocer lo que era una Europa solidaria muy lejana a la actual, enrarecida vergonzosamente por los diferentes Gobiernos –alguno autoproclamado como progresista– por el rechazo, la discriminación y la violación permanente del derecho de asilo de cientos de miles de familias refugiadas, donde los niños y niñas son los afectados menos visibles, pero los más dañados. La lectura atenta del libro La psicoterapia, gramática y sintaxis me permitió fortalecer la idea de la importancia de la calidad de las relaciones psicoterapéuticas y de la calidad humana del terapeuta en los modelos teóricos que la sustentaban y que eran múltiples, a veces con postulados teóricos en conflicto. Además, el contenido de este libro supuso mi primer contacto y mi adhesión entusiasta con el enfoque familiar sistémico, que muestra mi diploma obtenido en el Centre de Formation et de Recherche en Systèmique (CEFORES) del Centre Chapelle-aux-Champs, de la Universidad Católica de Lauvain donde luego ejercí como docente-formador durante quince años.

Lo fundamental de la lectura de esta obra fue la posibilidad de conocer al autor, que fue emergiendo a medida que avanzaba en la lectura. Al terminar de leer su obra, me lo representé como un erudito que conocía en profundidad los diferentes temas que abordaba. Un gran profesional de la salud mental, comprometido socialmente y con una vocación genuina para contribuir a la búsqueda de una metodología terapéutica integral que respondiera a los intereses reales de las personas que sufren, en particular las afectadas por la violencia institucional de los manicomios y las instituciones psiquiátricas y la injusticia de las desigualdades sociales.

Esto fortaleció la identidad profesional que yo me estaba construyendo, la de llegar a ser un profesional de la salud mental formado para alcanzar mi finalidad existencial, que era usar el conocimiento para aliviar el sufrimiento de quienes –como yo– habían sobrevivido a la violencia represiva y conocían el dolor del desarraigo de los exiliados, ofreciéndoles apoyo tanto a ellos como a sus familias.

Como consecuencia de lectura de esta obra, transforme al autor en un amigo –no en un amigo imaginario– sin su consentimiento y sin informarle, dándole además el título que usábamos en nuestra semántica política: compañero.

Nuestros encuentros me permitieron oficializar esta amistad constatando que cada uno tiene sus modelos teóricos preferidos, resultado de recorridos diferentes. Pero también que compartimos el mismo proyecto social y político: contribuir a cambiar este modelo de sociedad, dominado por la ideología de mercado, y a nivel microscópico, contribuir a desarrollar, apoyar y comunicar las prácticas de equipos de salud mental que centran sus intervenciones en mejorar el bienestar de las personas, cualesquiera que sean sus trastornos, sus orígenes, su género o su estatuto social.

Más tarde, y poco después de nuestro primer encuentro, pude leer con mucho interés un tercer libro: Océano borderline: Viaje por una patología inexplorada, editado también por Paidós el año 2007. Reconociendo que algunos de sus referentes teóricos de la corriente psicoanalítica no son los míos, la lectura de este libro me permitió sentirle aún más compañero, porque aunque en su obra no lo explicita, yo percibí que en él había una clara postura política de denuncia de los poderes ideológicos y académicos, del mercadeo de las farmacéuticas que están detrás de las publicaciones y de la imposición de los manuales DSM. Para mí, son parte de la violencia ideológica aún imperante en el modelo de la psiquiatría dominante, la que reduce a las personas que sufren síndromes o enfermedades mentales.

Los manuales DSM son el instrumento que legitima esta reducción del sufrimiento humano a etiquetas diagnósticas, sin tomar en cuenta lo que la revolución neurocientífica y la epigenética nos han aportado estas últimas décadas –gracias a las nuevas tecnologías–, que no dejan ninguna duda de que la salud mental es el resultado de la interacción entre el material genético de cada persona y las condiciones de vida o el entorno en el que a cada ser humano le toca desarrollarse. Esto, si es válido en general, es especialmente importante para las niñas y niños, quienes cuanto más pequeños son, más vulnerables y dependientes del entorno resultan, ya sea familiar, institucional o social. Para mí, lo más criticable de los DSM es la invención del trastorno de estrés postraumático, TEPT, que aparece por primera vez en el DSM-III en 1980 para tratar de definir la sintomatología de quienes regresaban psicológicamente dañados de gravedad por el trauma de la guerra de Vietnam. Esa denominación centra su origen en los afectados y no en los responsables de las guerras que enviaron a millones de jóvenes al horror. Además, otro fallo –quizás menor– relacionado con el primero, es que en ninguna parte distingue entre el trauma producido por el ser humano (violencia, maltrato, violación, abuso) y el trauma de una catástrofe natural. Y lo que es más grave aún, aunque indica un solapamiento entre los síntomas del TEPT y los de diferentes trastornos de la personalidad, el comité científico de este manual DSM nunca ha reconocido las consecuencias destructivas y patológicas de los traumas por malos tratos. Estos malos tratos pueden ser por acción, cuando se trata de agresiones físicas, psicológicas o por abusos sexuales. Pero también pueden serlo por omisión, como los diferentes tipos de negligencia, en particular las carencias afectivas y el abandono, que la mayoría de las veces son acumulativos o se producen repetidamente durante años en el silencio de las familias o en otros sistemas significativos, como el abuso sexual infantil cometido por sacerdotes, incluyendo obispos.

Los editores de los DSM hicieron oídos sordos a las peticiones de prestigiosos autores e investigadores, como Bessel van der Kolk y Judith Herman, que solicitaron repetidamente el reconocimiento de los traumas complejos o TEPT complejo. A pesar de las negativas, van der Kolk pidió de nuevo en 2011 que se incorporara el trastorno de los traumas del desarrollo, resultado de los malos tratos en la infancia y la exposición de niños y niñas a contextos de violencia. Esta petición, apoyada por un grupo de reputados investigadores e investigadoras, de que se reconociese que el abuso y el maltrato infantil es un fenómeno patológico recibió esta breve respuesta de la junta de la APA (Asociación Americana de Psicología), directamente implicada en la estafa de la imposición de los DSM a nivel mundial: «La noción de que las experiencias adversas en el desarrollo conducen a un trastorno evolutivo sustancial es más una intuición clínica que una prueba de investigación» (van der Kolk, B. 2014).

Cuando los responsables de este instrumento niegan la relación entre los traumas infantiles y los diferentes síndromes psicopatológicos por una «falta una evidencia científica», cierran las puertas a la posibilidad de que sobre todo los profesionales de la salud mental con un pensamiento perezoso puedan aceptar que los malos tratos infantiles o las infancias infelices son parte importante de las causas de los trastornos mentales que describen, así como de otros múltiples problemas de salud. Esta toma de posición, que ha sido siempre política y económica, es desmentida radicalmente por la investigación epidemiológica realizada a partir de una muestra de 18 000 sujetos en los EE. UU, conocida con el nombre de ACE (Experiencias infantiles adversas) (Felitti et al., 1998), que prueba que muchas enfermedades (cardiovasculares, inmunitarias, metabólicas, hepáticas, renales), junto con la depresión, el consumo de alcohol y drogas y el suicidio se desarrollan con mayor frecuencia y gravedad en los niños que han sufrido graves traumas personales y familiares, donde los malos tratos en la infancia juegan un papel fundamental.

El reencuentro con Luigi Cancrini, que explica que sea yo el que escriba este prólogo, se produjo en febrero del 2020, antes que nuestra vida cotidiana se oscureciera con la visita inesperada de la pandemia provocada por el COVID. Fue en una comida organizada de nuevo por otra gran mujer, la psicóloga Dimitra Doumpioti, fundadora y directora de Hestia, Centro Internacional de Psicoterapia en Barcelona, supervisora –entre otras actividades– del Centro Studi di Terapia Familiare e Relazionale de Roma, creado y dirigido por el profesor Luigi Cancrini, quien a su vez es docente en su curso de posgrado en Terapia Relacional Sistémica en Barcelona.

La comida esta vez fue en Barcelona y duró menos tiempo. Eso ya lo sabía de antemano, me lo había advertido Dimitra insistiendo en que llegara puntual, porque, aunque lo intentemos, los sudamericanos estamos «epigenéticamente» condicionados a llegar con cierto retraso. En el transcurrir de la comida compartimos con Luigi Cancrini lo que había sido nuestra vida en los 20 años que no nos habíamos visto. Coincidimos de nuevo en la indignación y la tristeza que nos provoca la alienación consumista y la violencia subliminal impuesta en la actualidad por el sistema neoliberal globalizado, que hace creer a una gran parte de la población, incluyendo a miembros de partidos políticos que se dicen progresistas, que el mesías que está entre nosotros ya no es un hijo de un dios, sino las creencias impuestas por los mercados financieros o, mejor dicho, como yo lo denomino: «el fascismo financiero».

Nos consolamos mutuamente como «dos viejos compañeros», pensando que no todo estaba perdido y que nuestras prácticas profesionales y nuestro activismo por denunciar y actuar defendiendo los derechos humanos, en particular de los niños y las niñas, era lo que nos tocaba en ese momento. Ambos coincidimos en que aportar desde nuestra profesión con nuestras intervenciones concretas como psiquiatras y terapeutas para poder aliviar los sufrimientos de los daños originados por el maltrato infantil era uno de los frentes en el que políticamente podíamos seguir siendo coherentes con nuestras respectivas trayectorias de activistas sociales.

Ambos nos sentimos parte de ese movimiento social que hace visible el dolor y el sufrimiento de la infancia e investiga para aportar la mejor metodología terapéutica para hacer frente a los múltiples daños de la infancia afectada por la violencia y los malos tratos producidos por el mundo adulto no sólo a nivel familiar, sino también a nivel institucional y social. Ambos coincidimos en que, además, teníamos el privilegio de formar y acompañar profesionales y equipos formados en su mayoría por mujeres, que se caracterizaban por su valentía y su capacidad para ofrecer relaciones terapéuticas a los niños y niñas basadas en el afecto, la empatía y la mentalización terapéutica.

Recuerdo el cariño y el entusiasmo con el que Luigi me explicó en esa reunión el contenido de su último libro, Escuchar a los niños, que estaba en la etapa de traducción. Lo que no me quedó claro fue quién propuso que sería yo el que escribiría el prólogo de esta versión en castellano. Cómo salí de esa comida con esta tarea debajo del brazo fue un misterio, hasta que el autor aclaró posteriormente en un correo que fue él quien me lo había pedido en ese encuentro.

Meses después, cuando recibí el manuscrito y comencé su lectura, tomé consciencia del enorme desafío que significaba. Si bien compartíamos el compromiso ético-político por la infancia negada, y ambos estábamos junto con nuestros equipos intentando proponer modelos comprensivos para explicar el daño provocado por los malos tratos y los contextos de violencia producidos por los adultos en los diferentes sistemas de pertenencia, teníamos diferencias en la elección de los paradigmas explicativos, como se verá posteriormente. Sobre todo en lo que se refiere a la compresión del desarrollo de la mente infantil, lo que me supuso un esfuerzo para acercarme a las explicaciones del daño y la nomenclatura usada para nombrar la psicopatología de cada niño y niña presentada en este libro y comprender las bases del modelo de lo que había que hacer, para crear una psicoterapia de la infancia negada o, como el autor también denomina, infancia infeliz.

Desde que conocí en la lectura de Océano borderline la denominación que usa Luigi Cancrini para referirse a la infancia afectada por los malos tratos, intenté establecer un puente con lo que en nuestro trabajo denominamos «la infancia traumatizada por malos tratos por acción u omisión provocada por los adultos, siendo la más grave la provocada por los progenitores en el seno de las familias».

La lectura del este libro que prologo creo que pude acercarme un poco más al verdadero sentido de su concepto, de «infancia infeliz». Lo entendí, primero con riesgo de equivocarme, como una forma de proteger a los progenitores de ser señalados como los únicos responsables de los malos tratos de sus hijos e hijas. Al haber leído este libro, tengo más elementos de juicio, lo que me permite el atrevimiento de concluir que con esa nomenclatura el autor estaba refiriéndose con sus términos y su sabiduría a los mismos fenómenos que son los ingredientes de nuestro paradigma: De las competencias y las incompetencias parentales (Barudy, J. Dantagnan M., 2009). Con este paradigma –resultado de varios años de investigación– pudimos mostrar que los progenitores que dañan a los niños lo hacen porque ni sus familias de origen ni el sistema social les ha aportado las mínimas condiciones de vida bien tratantes en su infancia temprana.

Ésta es la razón principal por la que no pudieron desarrollar su potencialidad neurobiológica, inscrita en la genética de los seres humanos en cuanto que animales sociales, y que conduce a la configuración y al funcionamiento de un cerebro social. Esto es, un órgano que pertenece al sistema nervioso que es, entre otras múltiples funciones, responsable del desarrollo en los progenitores de capacidades fundamentales que ellos no pudieron desarrollar. Nos referimos a la capacidad de cómo reconocer y responder a las necesidades de apego de sus crías, a la empatía necesaria para descodificar sus comunicaciones preverbales, sus necesidades de cuidados físicos, afecto y estimulación, así como del desarrollo de una capacidad de mentalización sana, «capacidad de interpretar el comportamiento propio o el de otros a través de la atribución de estados mentales», que es lo que protege a los hijos e hijas, entre otras experiencias negativas, de ser objeto de la proyección de los traumas infantiles no resueltos de sus progenitores.

A esto se agrega que estos progenitores en la mayoría de los casos crecieron en familias donde no conocieron modelos de crianza saludables, o como me lo expresó un niño de ocho años: «Mis padres no saben cuidarme ni educarme porque no aprendieron a hacerlo, porque nadie los cuidó ni educó a ellos».Antes de resignificar el concepto de infancia infeliz, me preocupaba que pudiera reforzar la puntuación arbitraria que existe aún en la cultura, que plantea que cuando los niños o niñas no son felices, o se portan mal, es porque son ellos los que tienen un problema. Todavía es minoritario el grupo de adultos, incluyendo a profesionales de la infancia, que tienen claro que muchos problemas que presentan los niños o niñas, incluyendo sus trastornos, no son porque ellos sean el problema, sino que lo que manifiestan es consecuencia de los problemas o los daños provocados por la incompetencia de los adultos de crear entornos saludables para todos ellos.

Ya con la elección del título del libro que tengo el honor de prologar, Escuchar a los niños: Psicoterapia de la infancia negada, el autor implícitamente denuncia lo anterior, al mismo tiempo que propone el estudio de cinco casos de niños y niñas que presentan intervenciones que superan la negación del sufrimiento infantil cuya responsabilidad recae en esa parte de mundo adulto que sigue ninguneando a la infancia. Entre estos adultos que son significativos para los niños y niñas se incluyen los profesionales de la infancia que por ignorancia, desidia o traumas no resueltos participan producir sufrimiento o, en los casos más graves, los revictimizan, minimizando y negando el sufrimiento infantil. Por lo tanto, son también responsables del Dolor invisible de la infancia (Barudy, J. 1988).

En las dramáticas historias de Hillary, Diego, Michele, Ruggero y Ludwig, que son los personajes centrales de este libro, encontramos casos de infancia negada, los tres subsistemas que producen y mantienen el sufrimiento traumático de millones de niños y niñas.

El primer subsistema es el de los afectados: los niños y niñas cuyo sufrimiento y dolor traumático es inimaginable, impensable, negado. Y lo más grave son los seres humanos que ejercen como profesionales de la infancia que no han conocido nada parecido en su niñez y que no se pueden poner en el lugar de los niños y niñas que sí lo han vivido y lo viven en la actualidad. Se trata de niños y niñas que desde su vida intrauterina tienen que desviar sus recursos para desarrollarse sanamente para resistir al daño que les producen los adultos que, paradojalmente, tendrían que cuidarlos y protegerlos. Son niños y niñas que no nacen con estrella sino estrellados, y como son inmaduros, no tienen otra alternativa para sobrevivir que apegarse a los que les hacen daño adaptando sus estilos de apego para sobrevivir y evitar el abandono o el aniquilamiento.

Esta lectura no coincide totalmente con los modelos explicativos preferidos de Luigi Cancrini, porque sus autores de referencia para explicar los trastornos de los niños y niñas que son los principales sujetos de este libro pertenecen la escuela psicoanalítica freudiana o neofreudiana. Las explicaciones basadas en los conflictos intrapsíquicos están, para mi gusto, demasiado presentes. Hubiera preferido que en sus referencias psicoanalíticas estuviera más presente el paradigma del apego elaborado a partir los trabajos de John Bolbwy2 y de las mujeres extraordinarias que enriquecieron esa teoría: M. Ainsworth (1978) y M. Main (1995).

Luigi Cancrini y yo resolvimos nuestras diferencias porque ambos compartimos la mirada sistémica de los fenómenos humanos, que nos permite aceptar que la elección de las teorías explicativas tiene que ver con la historia del que las elige y con las oportunidades que tenemos para conocerlas y profundizar en ellas. Para ambos, como muchos profesionales con una mirada ecosistémica, las teorías explicativas son mapas creados por sus autores para comprender el complejo territorio de lo humano. Por esta razón, cada uno puede de elegir o elige el mapa que más resuena con su persona y, sobre todo, con los que tuvimos al alcance de la mano en una etapa de nuestra vida en la que necesitábamos de una forma urgente una explicación para darle sentido a lo que observamos, y en muchos casos a los acontecimientos dolorosos que nos ha tocado vivir. Como la mirada sistémica tiene que ser integradora y dinámica, el autor y yo estamos siempre vigilantes para evitar que nuestras adhesiones teóricas sean una doctrina.

Leyendo el manuscrito, me reafirmé en lo que yo había constado en mi trabajo como psiquiatra infantil: que los comportamientos sintomáticos de los niños y niñas como los estudiados en este libro pueden expresarse –si no reciben un tratamiento psicoterapéutico– en un trastorno de personalidad en la vida adulta. Además, Cancrini subraya la importancia fundamental (confirmada por la neurociencia, véase Schore, 1994 y Cozolino, 2006) de las etapas de desarrollo en las que se produce el trauma para determinar el tipo y la gravedad de los trastornos. El trauma causa una regresión a etapas más tempranas y puede impedir que se desarrollen las posteriores: cuanto más temprano sea, más grave será la consecuencia. Cancrini compara sus propias constataciones con las teorías de Melanie Klein, Donald Winnicott o Margaret Mahler.

A mí no me ha sido posible establecer puentes con las ideas de Melanie Klein. Creo que su modelo desconoce la importancia del contenido real de las relaciones madre-hijos/as, centrándose en los conflictos intrapsíquicos en los bebes y en los niños pequeños, que ella misma se inventa. Además, lo que creo saber de ella es que era sectaria, creía realmente en lo que creía, y desechaba las ideas de todos los que no seguían sus propuestas teóricas. Esto explica, entre otros acontecimientos, todas las estrategias que usó para cuestionar la teoría del apego e impedir que John Bolwy ingresara en el Instituto de Psicoanálisis de Inglaterra, aunque paradojalmente, ella fue su psicoanalista y supervisora durante un largo período.

En relación a los otros autores a los que Luigi Cancrini se refiere para formular las explicaciones de los trastornos de los cinco menores que ocupan la mayoría de los capítulos del libro, yo ya había aprendido e integrado las ideas de Margaret Mahler, gracias a mi lectura de Océano Borderline y, por supuesto, volvimos a coincidir en el reconocimiento de la utilidad de los conceptos aportados por Donald Winnicott.

El tener diferencias en la elección de las teorías para darle sentido a lo que observamos en la clínica pasa a segundo plano cuando lo fundamental es que el autor y yo tenemos una alianza ética y política en la defensa de los intereses superiores de los niños y las niñas. Esto explica nuestro empeño para denunciar, explicar e insistir sobre la responsabilidad de los Estados y de los profesionales de la infancia, que es prioritario prevenir e intervenir de una forma coherente en las situaciones de abandono, negligencia, abusos físicos, psicológicos y sexuales que afectan a la infancia, como una forma concreta de hacer realidad la filosofía que sostiene la convención internacional de los derechos de las niñas y de los niños. La otra fuente de nuestra alianza estratégica basada en nuestras prácticas es que cuando se le ofrece a los afectados una psicoterapia –que no excluye el buen uso de la psicofarmacología– a tiempo y eficazmente, se puede prevenir la patologización de las heridas traumáticas, así como erradicar el peligroso riesgo de la repetición de los trastornos a lo largo de las generaciones.

Por esto, esta nueva obra de Luigi Cancrini es un aporte para argumentar a partir de sus experiencias reforzadas por las investigaciones más recientes en el campo de la neurobiología y de psicotraumatología que los malos tratos a la infancia están en el origen de trastornos graves y patologías mentales, desde la depresión hasta la ansiedad, pasando por los trastornos de la personalidad, el suicidio, las toxicomanías y las diferentes manifestaciones de conductas violenta y mal tratantes, como los malos tratos de los hijos o hijas y la violencia a la mujer.

El trabajo cotidiano para apoyar a la infancia maltratada y afectada por los contextos de violencia, tal como la describen y notifican los testimonios de los trabajadores de la salud mental infanto-juvenil desde la práctica clínica o los trabajos de investigadores del campo de la neurociencia como Schore (1994), Siegel (1999), Cozolino (2006), Van der Kolk (2014), Teicher (2000), Briere (1992), Lanius (Lanius, Vermetten, Pain, 2010), no dejan dudas sobre las dramáticas consecuencias para la salud física y mental, porque los malos tratos son estresores mórbidos que la alteran del eje HHA (hipotalámico-hipofisario-adrenal) y en ocasiones son muy tóxicos. El exceso de liberación de cortisol resultado de las respuestas de estrés de una madre embarazada atacada por su pareja –o en situación de precariedad o aislamiento social– atraviesa la barrera placentaria y llega hasta el feto, lo que produce destrucción de tejidos cerebrales fundamentales para un neurodesarrollo saludable. El daño se amplifica cuando los contextos de malos tratos se prolongan después del nacimiento y por ignorancia, negligencia o desidia no se le procuran a la madre y al bebé los recursos necesarios para su protección y la reparación terapéutica del daño ya causado. A esto se agrega el debilitamiento del sistema inmunitario y la desregulación neurobiológica y socioafectiva.

Luigi Cancrini y yo tenemos en común que hemos dedicado una parte importante de nuestra vida profesional –más de treinta años–, a investigar sobre las consecuencias y los modelos más coherentes para mejorar las condiciones de vida de la infancia maltratada, por lo que podemos testimoniar la devastación que produce una crianza mal tratante o, en términos de Cancrini, una «infancia infeliz» o negada.

Lo más dramático de estos contextos es que para que los hijos o las hijas mantengan una relación con sus progenitores, de quienes dependen, no tienen otra alternativa que desarrollar un estilo de apego en el cual corren el riesgo de ser considerados la causa de sus trastornos. Esto se complementa con el hecho de que el niño o la niña se culpará a sí mismo y asumirá esa violencia, esa agresividad y esa destructividad en su interior y actuará con ella. Esto es lo que ha permitido a Luigi Cancrini establecer de una forma magistral la interrelación estrecha entre las consecuencias del maltrato infantil severo y el trastorno límite de la personalidad en los adultos que presentan y manifiestan sus traumas infantiles múltiples, tempranos y acumulativos con diversas sintomatologías (autolesión, tendencias suicidas o diversas formas de autodestrucción, incluyendo el abuso de alcohol y drogas; o expresándolo contra otros con violencia física y delincuencia, como hacen las personas antisociales). Esto está en contradicción con lo que denunciábamos anteriormente, que según los editores de los DSM, con la prepotencia de los que abusan del poder, «hay una falta de pruebas científicas» para confirmar estas constataciones que clínicos como el autor y de esta obra y yo mismo, y cientos de miles de profesionales, constatamos en la cotidianidad de nuestras prácticas clínicas.

Cancrini recoge en este volumen las voces (con fragmentos reales de sesiones) de cinco protagonistas de infancias negadas que han tenido la desgracia de contar con cuidadores cuyos traumas no resueltos, la ausencia de modelos de crianza saludables o situaciones de precariedad afectiva social –y, suponemos, con tantas infancias tan infelices o devastadas por abusos, abandonos, incesto, violencia y distorsiones de todo tipo– no les permiten ofrecer la protección y el cuidado que los niños necesitan para crecer sanos, curiosos, creativos, inteligentes, atentos. La impulsividad, los altibajos del estado de ánimo, los espantosos vacíos depresivos, la ira, la agresividad, la disociación, la inquietud, la incapacidad para controlar y cuidar de uno mismo y del otro (todos ellos signos antecesores de TLP con desregulación emocional y acting-out)marcan la vida cotidiana de estos cinco niños que se hubieran convertido en adolescentes de riesgo, y luego en adultos con trastornos límites de personalidad si no les hubiera proporcionado el tratamiento psicoterapéutico que se describe en este libro.

El segundo subsistema lo constituyen los responsables de los daños, los que por incompetencias parentales severas, resultado de sus traumas infantiles provocados por los adultos que eran sus progenitores, hacen sufrir y provocan daño a menudo sus propias crías. Les provocan el dolor, sufrimiento y respuestas de estrés traumáticas en lugar del buen trato que necesitan para desarrollarse sanamente.

Los traumas más graves y destructivos son aquéllos producidos por malos tratos causados por una figura de apego a quien el niño o niña se dirige instintivamente, porque es un comportamiento relacional primario instintivo, inserto en la genética destinado a obtener seguridad y protección frente situaciones estresantes. Estos malos tratos dañan, a veces irreversiblemente, la confianza en las relaciones interpersonales, lo que planteará un gran desafío para los psicoterapeutas.

De todos los traumas provocados por el ser humano, los que se producen dentro de la familia por los cuidadores son los más graves, precisamente porque socavan esta confianza fundamental: las relaciones con los otros seres humanos. Por esta razón, las niñas o los niños afectados gravemente pueden devastar y arruinar su propia vida o la vida de otros cuando desarrollan un estilo de apego desorganizado de tipo hostil como mecanismo de supervivencia o resistencia, presentando conductas antisociales que se dirigen contra sí mismos o los demás. En estas circunstancias, el niño o la niña maltratados pueden integrar como normales las conductas de los que los agreden, identificándose con el agresor, creando las condiciones para maltratar en el futuro de sus propias crías o abusar de ellas. Esta forma de resistir al sufrimiento y al dolor traumático tiene además como efecto adverso que el niño o la niña pierde la oportunidad de vivirse como un afectado por los malos tratos y la de sostenerse en uno de los pilares del fenómeno de la resiliencia. Esto puede explicar también la argumentación que el autor hace sobre el derecho que tienen todos los niños y niñas afectados por malos tratos a recibir psicoterapia.

El tercer subsistema, o los terceros en nuestra nomenclatura de los cuales distinguimos los terceros cómplices indirectos de los malos tratos, a diferencia de los y sobre todo las terceras, que comprometidas en la defensa de los derechos de la infancia hacen lo posible por apoyarlos.

Nuestra práctica nos ha permitido constatar que el maltrato intrafamiliar se hace crónicos no sólo por las carencias de redes sociales de apoyo, sino por las incoherencias y deficiencias de las políticas y de las intervenciones de los profesionales de los servicios de protección. La presentación de los cinco casos, de los tres niños y las dos niñas descritos magistralmente por el autor en este libro, es una ilustración fehaciente de lo que estoy afirmando.

Los profesionales de los equipos con lo que he tenido el privilegio de trabajar en Bélgica, España y Chile y yo mismo compartimos con vehemencia la premisa con la que Luigi Cancrini defiende en este libro y en los anteriores: cuanto se tarde en ofrecer una psicoterapia reparadora –que en nuestra práctica corresponde a nuestro modelo de traumaterapia sistémica–, a los niños y niñas traumatizados por malos tratos, más severas serán las consecuencias del sufrimiento infantil y de los traumas infantiles, que él engloba en el concepto de infancia infeliz. Esta denominación permite considerar otras fuentes de sufrimiento infantil, como, por ejemplo, la falta de sintonía de una madre con los estados internos de sus crías, que puede pasar desapercibida porque no existen indicadores evidentes de malos tratos (Schore, 1994; Liotti y Farina, 2011). Tanto lo uno como lo otro puede dar lugar a graves enfermedades psicológicas y mentales en la adolescencia y en la vida adulta. Entre otros, diferentes trastornos de personalidad, en particular el trastorno límite de personalidad, toxicomanías, depresión y ansiedad, incluyendo lo que él denomina las enfermedades antisociales.

Esto coincide con los resultados de las investigaciones de Martin Teicher (2000),3 resultado de la aplicación de las nuevas tecnologías de imaginería cerebral, que prueban que el maltrato infantil y los contextos de violencia a los que son expuestos, aunque sea como testigos, como es el caso de la violencia machista de sus parejas a sus madres, producen heridas difíciles de curar o que quizás nunca sanen completamente. Gracias a esas investigaciones, ya no debería existir ninguna duda de que las heridas de los traumas tempranos por malos tratos son determinantes para la salud mental de los seres humanos. Sobre todo, los que afectan los primeros 1000 días de la vida de un niño o una niña (Cyrulnik, B. 2021) –que incluye el período antes de la concepción–, por el efecto de la representación que tienen los candidatos a madres y padres de su futura cría.

Estas representaciones, influidas en gran parte por el contenido de su vida de infancia y las condiciones de vida actuales, influirán en la calidad de las relaciones que establecerán con el futuro bebé desde que conoce la noticia que la madre está embarazada. La calidad de esas relaciones, considerando el período de vida intrauterina, puede ser de buen trato o en momentos producir sufrimiento o traumas intrauterinos. Estas experiencias relacionales, presentes hasta los dos años, jugarán un papel fundamental para el desarrollo del cuerpo-mente, la configuración del estilo de apego, de la modalidad de las respuestas de estrés, la formación de la autoestima, la representación en relación con el otro, la imagen del cuerpo y el respeto de la vida no sólo de los humanos, sino de todos los seres vivos.

El otro aspecto del libro que entusiasmará a los y las lectoras es cómo el autor concibe lo que él denomina la psicoterapia de la infancia negada, poniendo el acento en lo importante que es escuchar a los niños y niñas. Esta idea es mucho más que una consigna: es una convicción fundada en la valentía, la honestidad y el compromiso social del autor de esta obra, así como también fundamentada en la experiencia adquirida en una práctica terapéutica cercana con las personas que sufren en particular la infancia. Su amplia experiencia como profesor de Psiquiatría y Psicoterapia lo acercan a la gente, especialmente a los niños y a las niñas. A diferencia de muchos académicos, Cancrini, cuando comparte sus conocimientos, lo hace a partir de sus conocimientos científicos, pero también experienciales, que se nutren de su historia personal, de sus experiencias como esposo, padre y abuelo.

Luigi Cancrini menciona ya en el primer capítulo del libro que «Una buena calidad de las relaciones interpersonales [...] puede considerarse suficiente, de hecho, para protegerse contra las fuertes presiones ambientales». De acuerdo con las teorías actuales sobre el apego y el trauma, el primer factor de resiliencia del niño, la niña y del futuro adulto es precisamente el apego seguro (Van der Kolk, 2014) tanto con respecto al trauma causado por otra persona como al trauma causado por una catástrofe de tipo natural (como los terremotos o los tsunamis). En el desarrollo de nuestros programas en Bruselas y en Barcelona podemos testimoniar, sin negar el impacto nefasto de la pobreza y las graves dificultades sociales, que éstas son menos destructivas para la infancia cuando las relaciones entre madres e hijos responden a los indicadores de un apego suficientemente seguro y en las relaciones parento-filiales prevalecen las conductas de cuidados, afecto y protección (Barudy J., Marquebreucq, A.P., 2009).

El contenido del libro Escuchar a los niños es el resultado de los últimos tres años de trabajo de Luigi Cancrini y su equipo, que no sólo ponen a nuestra disposición una detallada crónica de las rutas terapéuticas de niños provenientes de situaciones traumáticas prolongadas y graves. Estos niños y niñas, por sus historias de traumas, –provocados por malos tratos severos– tenían el riesgo de que los trastornos que los caracterizaban se hicieran crónicos: Hillary y Michele tenían rasgos antisociales, Diego trastorno límite de personalidad, Ruggero y Ludwig rasgos paranoicos y Pamela esquizofrénicos. Cancrini defiende la idea de que son pretrastornos límites de personalidad, preantisociales, preparanoides y preesquizofrénicos basándose en la terminología propuesta por una investigadora cuyos trabajos yo no conocía. Se trata de Lorna Smith Benjamin (1996), a quien el autor reconoce que es ella la que propone que los niños y niñas con historias de violencia y maltrato similares a las descritas en este libro presentan manifestaciones de lo que ella considera pretrastornos límites de personalidad en la forma de presociales, preparanoicos y preesquizofrénicos.

Quienes trabajan con niños y adolescentes afectados por traumas complejos consecuencia de maltrato severo son capaces de reconocer por experiencia los indicadores precoces de cuándo ya se está gestando el trastorno. Por eso tratamos de convencer a los responsables de los servicios de protección, y antes que a ellos a los políticos que hacen las leyes, para que integren que la precocidad de la intervención es esencial para la recuperación y prevenir la irreversibilidad de los trastornos que, sin intervenciones de protección apoyadas en una terapia reparadora, seguirán presentes en la vida adulta.

Cancrini subraya la importancia fundamental (confirmada por la neurociencia, véase Schore, 1994 y Cozolino, 2006) de las etapas de desarrollo en las que se produce el trauma para determinar el tipo y la gravedad de los trastornos. El trauma causa una regresión a etapas más tempranas y puede impedir que se desarrollen las posteriores: cuanto más temprano sea, más grave será la consecuencia. Esto explica su insistencia, como la mía, en la obligación de que los profesionales de la infancia estén atentos para la detección precoz de los indicadores de sufrimiento y trauma infantil.

En la lectura de esta obra, el lector o la lectora podrán darse cuenta de cómo Cancrini usa el concepto de repetición, tan importante para la corriente psicoanalítica, para explicar la génesis de los trastornos, pero también para explicar unos de los aspectos de la psicoterapia de los efectos traumáticos del maltrato infantil basado en principios psicoanalíticos. Para el autor, los traumas por malos tratos o infancias infelices actúan por repetición y es intergeneracional, se transmite de una generación a otra en una cadena de violencia y maltrato cuando no se enmiendan lo antes posible. Por lo tanto, Cancrini se preocupa de hacer hincapié en los problemas interpersonales, y a su vez traumáticos e intergeneracionales, presentes en la historia de las madres, padres u otros cuidadores que, lamentablemente, no pueden responder de manera «suficientemente buena» a la inmensa tarea de cuidados, estimulación, educación, protección que aseguran el desarrollo armonioso de los niños y niñas.

Una de las finalidades de la psicoterapia es también interrumpir la cadena de repetición intergeneracional que traspasa su carga mórbida de una generación a otra, de padre a hijo, de madre a hija. La crianza reactiva los trastornos de los sistemas de apego infantil, entonces en la forma de estilo de apego adulto (George, Kaplan & Main, 1985), haciendo que las viejas heridas se den en el presente. El trauma, como ya ha quedado patente, siempre se revive como si estuviera eternamente presente y fuera atemporal.

Como decíamos anteriormente, Cancrini hace referencia al principio de repetición, que es quizás uno de los principios que fundamentan la práctica de la terapia psicoanalítica. Aunque no es la corriente terapéutica en la que yo me he formado y que mi equipo practica, podemos establecer una coincidencia posible con la metodología terapéutica en lo que llamamos el tercer bloque de nuestro modelo de traumaterapia infantojuvenil sistémica.4 Quizás la diferencia de la metodología de tratamiento de los niños y niñas que el autor acompaña es que en nuestro modelo de traumaterapia no tratamos de conseguir la rememoración de los hechos traumáticos de las víctimas como fuente para su elaboración y reparación terapéutica. En nuestro modelo, intentamos lo que llamamos la reconstrucción resiliente de la historia de vida de los niños o adolescentes. Intentando encontrar nuevos sentidos a lo acontecido en su historia de vida, usando instrumentos como el hacer un diario de vida o escribir un cuento para visualizar con ellos lo que vivió y resignificarlo para liberarlos de la vergüenza o de la culpabilidad impuesta por los responsables de los maltratos de los contextos de violencia.

La lectura de la forma en la que Luigi Cancrini expone los procesos terapéuticos de los niños y niñas de su libro me ha permitido imaginarme de nuevo las analogías en nuestras visiones terapéuticas. En la metodología que se expone en este libro, se pone el acento en trabajar el dolor despertado por la repetición de la narrativa de los acontecimientos traumáticos promoviendo el recuerdo de los traumas pasados en el lugar seguro de la relación terapéutica, para conseguir la liberación o la elaboración de los contenidos traumáticos a través de la simbolización y la expresión verbal o a través de instrumentos como el juego simbólico, el dibujo o el intercambio de roles.

El autor considera el hecho de estimular a través del accionar psicoterapéutico la rememoración de los contenidos traumáticos de los pacientes como un «arte de la liberación », una fórmula vital de la psicoterapia, una forma de «dar voz al dolor » al niño y al adolescente maltratado.

Los y las lectoras encontraran en la descripción de los procesos terapéuticos de los cinco niños sujetos principales de esta obra que en todo momento el autor expresa su admiración y reconocimiento en la capacidad de los profesionales del centro que los acoge –la Comunidad– de transformar sus «contratransferencias» en amor concreto, en una bondad transformada en acción ofreciendo relaciones interpersonales reparadoras de las consecuencias de la violencia y los malos tratos que los afectados han sufrido.

También se hace evidente en la lectura de esta obra el respeto a las madres y padres que, aunque responsables del daño, son reconocidos como personas legítimas cuyas conductas son también el resultado de una infancia infeliz. El autor, en una actitud muy cercana a los de los etólogos, va escudriñando cualquier señal, gesto, conductas, actitudes, aunque sean microscópicos, que hayan significado un aporte para sus hijos e hijas, por lo menos un intento de estos progenitores de controlar sus conductas dañinas. La diferencia en cualidad y en cantidad de estos aportes maternos o paternos es lo que permite entender, según Cancrini, la diferencia de los trastornos que presentan estos niños y niñas.

Cuando el lector o la lectora lea las historias de maltrato intrafamiliar de los casos presentados por el autor, se dará cuenta de que van acompañados de fallas profundas en las intervenciones de protección, desde la ausencia de la el detección precoz y de instrumentos para la evaluación del daño traumático en los niños y para evaluar las incompetencias de las madres y de los padres, hasta la disfuncionalidad de los sistemas familiares que por las características descritas corresponden todos a lo que nosotros llamamos sistemas familiares organizados por traumas.

Los lectores y lectoras se darán cuenta de que existía un riesgo de correlación sustancial entre el contenido de lo que Cancrini denomina las infancias infelices de estos niños con futuros trastornos de personalidad en la adolescencia y en la vida adulta. Esto puede permitir a los terapeutas infantiles que lean este libro que imaginen a sus jóvenes pacientes con características similares a los casos presentados, que les están pidiendo ser rescatados de la antesala de los trastornos de personalidad que a menudo se observan en la clínica de los adultos. En este sentido, el autor aconseja el uso del SASB (Structural Analysis of Social Behavior), afirmando claramente que los terapeutas que se ocupan de la psicoterapia de niños y niñas deben tener en cuenta si quieren ser realmente útiles.5

Lo que los lectores y lectoras podrán ver con gran claridad es la posibilidad de distinguir, dentro de la «infancia infeliz», las situaciones características de los niños y niñas que corren peligro –si no se les ofrece una psicoterapia reparadora– de desarrollar los trastornos más graves de personalidad con los que un terapeuta psicólogo o psiquiatra puede encontrar en pacientes adultos: el trastorno de personalidad, es decir, antisocial, límite, paranoico o esquizotípico.

Desde el punto de vista más teórico, el análisis de casos que se presentan en el libro afirma, con cierta riqueza de detalles, que las infancias infelices de los niños y niñas que sufren incluso una grave violencia, aun en fases precoces de su desarrollo, no implican riesgos inminentes de evolución psicótica. La explicación del autor del porqué de esta afirmación es otra fuente de motivación para leer y estudiar el contenido de este libro. Para promover esta curiosidad, Cancrini afirma que es «importante aclarar que los niños psicóticos y los niños con trastornos graves del espectro autista no aparecen en este historial, ni por lo general en las situaciones de trabajo de las que procede esta casuística».

Otro aspecto de los múltiples que me impulsaron a recomendar la lectura de este libro porque son interesantes y útiles para la práctica psicoterapéutica –no puedo abordarlos en todos sus aspectos, pues sólo se trata de un prólogo– es que Cancrini plantea que, en situaciones similares, es fundamental la reconstrucción de los esquemas trigeneracionales que dan origen a la pareja, así como otros elementos que constituyen un obstáculo y un problema para una paternidad feliz. Esto resuena en nuestros esfuerzos de los diez años que nos costó elaborar y poner a la disposición de los clínicos nuestra Guía de evaluación de las competencias parentales (Barudy, J., Dantagnan M.2010), como base para diseñar el acompañamiento de los padres y madres que dañan a sus hijos e hijas.

Cancrini insiste en la necesidad de que los psicoanalistas y los operadores terapéuticos con una la teoría sistémico-familiar y relacional se unan no sólo en la búsqueda de los orígenes de las dificultades entre una generación y otra, sino para el diseño de la terapia con el niño y su familia. Para ello, afirma el autor que la reconstrucción de las experiencias traumáticas debe hacerse con cuidado. Y en eso coincido con el autor y «le perdono» sus preferencias por algunos autores psicoanalistas que yo no respeto en la parte de sus obras, porque han caído en esa tentación de someter a los pacientes infantiles a sus creencias. Me refiero a su llamado a ser cuidadosos de refugiarse rápidamente en «la causalidad fantasmática» de los traumas por malos tratos, que desgraciadamente muchos terapeutas infantiles todavía defienden. Me refiero, por ejemplo, a quienes creen e interpretan el sufrimiento infantil como consecuencia de un complejo de Edipo no resuelto en la primera infancia.

Aunque sea a veces más inconfortable, hay que asumir la evidencia de la realidad dolorosa de la existencia de traumas por el maltrato infantil. A este respecto, no puedo dejar de mencionar las investigaciones pioneras de Pierre Janet o de Sandor Ferenczi, quienes con valentía defendieron la existencia real de las experiencias traumáticas, a pesar de que el maestro de este último fue Sigmund Freud, que además fue su psicoanalista y que se había retractado de sus primeros trabajos, donde defendió el origen traumático de los trastornos mentales y que luego, por la presión social de su época, reemplazó por la teoría de la seducción y su complejo de Edipo.

Las altas incidencias del maltrato infantil es una realidad innegable, y en este sentido, el título de este libro adquiere toda su importancia, así como la forma en la que el autor organiza sus diferentes manifestaciones psicopatológicas, siempre considerando la relación entre su contenido y la etapa del desarrollo de los niños y niñas afectadas. Otro aspecto importante de su obra es cómo aborda el riesgo de su transmisión transgeneracional, avanzando que los resultados de las investigaciones en el campo de la epigenética prometen un futuro más esclarecedor en este aspecto.

Lo que también me pareció extremadamente importante es el llamado que hace Cancrini a evitar dos caminos que pueden dar una falsa ilusión de que se está proporcionando un apoyo terapéutico coherente a niños y niñas afectadas por malos tratos cuando esto no es así.

La primera «o la figuración ilusoria número uno» para Cancrini consiste en creer que para ayudar basta con proteger al niño del entorno perturbador y maltratador, es decir, creer que el hecho de protegerle, ofreciéndole refugio en familias y centros de acogida, es suficiente. En esta ilusión, ni siquiera se piensa en la necesidad del derecho que tienen los niños y las niñas afectadas de recibir una psicoterapia para ayudarles a elaborar sus traumas y, por lo tanto, ayudarles a modificar su identificación y la interiorización de los responsables de su maltrato.

La segunda corresponde a lo que Cancrini llama «la figuración ilusoria número dos»: creer que la psicoterapia ofrecida a estos niños y niñas puede ser por si sola suficiente para que se curen sus heridas traumáticas. Esta postura no sólo es un error, sino que en muchos casos es un indicador de ignorancia, de identificación con la madre o el padre responsable de los daños a sus hijos o hijas. En algunos casos se trata de ayudar a los profesionales, que son los responsables de estas medidas, a superar el miedo a la reacción de las madres, padres u otros miembros adultos de la familia de los niños. Estas situaciones son más frecuentes desde el momento en que muchos Estados aprobaron legalmente que las competencias de la protección infantil pasaran del sistema judicial a la autoridad administrativa de los servicios sociales de protección.

Por otra parte, me adhiero a la preocupación de Luigi Cancrini de que los niños y niñas de familias de clase media-alta afectados por infancias infelices corran el riesgo de ser mal protegidos, porque es más probable que los profesionales de la protección infantil los dejen en casa al identificar el origen social de esta familia, a la que se le exige que sólo hagan terapia, con resultados a menudo insuficientes.

Acercándome al final de la tarea encomendada, quisiera aprovechar esta oportunidad para denunciar que los responsables de productos comerciales como los DSM tienen también una responsabilidad ética y moral en la existencia de lo que el autor denomina la infancia negada.

Para los o las «científicas» que están detrás de negocio del DSM,cuando dicen que «falta una evidencia científica», están cometiendo un error epistemológico. La gravedad de negar la evidencia del maltrato y la violencia dirigida a los niños y niñas es negar uno de los factores más mórbidos que existen para la salud mental de la población. Si pudieran salir de la esfera de poder y de comercio en la que se encuentran, podrían ayudar a que los profesionales de la salud mental no descartaran la posibilidad de que las patologías mentales y psicológicas más graves se desarrollen a partir de infancias infelices. También se podría sensibilizar a estos y estas profesionales sobre que el apego desorganizado y los traumas complejos infantiles crean las bases de los trastornos y las enfermedades mentales. Y no sólo eso, sino que, como ya lo afirmábamos, gracias a la investigación epidemiológica conocida como ACE (Adverse Childhood Experiences) (Felitti et al., 1998), hay pruebas suficientes de que muchas enfermedades (cardiovasculares, inmunitarias, metabólicas, hepáticas, renales), junto con la depresión, el abuso de alcohol y drogas y el suicidio se desarrollan con mayor frecuencia y gravedad en las personas que han sufrido graves traumas personales y familiares.

Dar voz y escuchar a los niños y niñas contar estas historias es, por lo tanto, no sólo un deber profesional, sino también un deber ético, moral y civil.

Sanar sistemática, inteligente y pacientemente los daños de las infancias infelices, o en nuestra semántica «los daños de los niños y niñas afectados por traumas resultado de los malos tratos y contextos de violencia producido por los adultos», podría ser crucial para la prevención de los trastornos que contribuyen de manera fundamental a la existencia de la psicopatología que la psiquiatría descriptiva reduce a síndromes o enfermedades mentales. Todas ellas descritas fríamente en manuales despersonalizados, que mistifican o esconden su origen traumático y la relación etiológica con las injusticias sociales, la violencia de género y las ideologías adultocéntricas.

El legado de este nuevo libro de Luigi Cancrini Escuchar a los niños: psicoterapia de la infancia negada, es el mensaje que nuestra sociedad actual requiere con urgencia: priorizar los derechos de la infancia, sus buenos tratos y políticas públicas que garanticen la redistribución de las riquezas para ofrecer a todos los niños y niñas que lo requieran una psicoterapia integral para reparar sus daños. Mejorar las condiciones de vida de la infancia es contribuir a la mejora de la humanidad.

JORGEBARUDY

Médico psiquiatra, terapeuta familiar, traumaterapeuta

www.traumaterapiayresiliencia.com

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