Esos días con Ilsa - Annie West - E-Book

Esos días con Ilsa E-Book

Annie West

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Beschreibung

Una recatada princesa… y el hombre que podría liberarla. Perseguida por los paparazzi y compadecida por el público tras dos compromisos fracasados, la princesa Ilsa de Altbourg escapó a Mónaco para encontrarse a sí misma y vivir un poco., y tal vez el multimillonario australiano Noah Carson podría ayudarla a hacer eso. Las mujeres como Ilsa siempre habían despreciado los humildes orígenes de Noah y cuando un infierno de chispas saltó entre ellos se mostró cauto, incluso después de llevarla a su yate. El suyo era un caso de opuestos que se atraen, pero Noah temía lanzarse de cabeza porque no sabía si podrían cubrir la brecha entre dos mundos tan diferentes como los suyos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Annie West

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Esos días con Ilsa, n.º 2971 - 30.11.22

Título original: Claiming His Virgin Princess

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-211-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Da igual lo guapo que sea, le odio. ¿Cómo ha podido hacerle eso a nuestra princesa? –decía una de las enfermeras–. Le ha roto el corazón y está tan triste…

–Calla, está a punto de llegar –la reconvino su compañera–. Es casi la hora y ella nunca llega tarde.

No, Ilsa nunca llegaba tarde y oyó la conversación de las enfermeras mientras entraba en el ala infantil del hospital. Había tenido una vida entera para acostumbrarse al interés del público por su vida privada, y para convencerse a sí misma de que no le molestaba, pero en realidad la sacaba de quicio.

A su lado, la directora del hospital la miró de soslayo, sonrojada, y para evitar una situación incómoda, algo que solía hacer a menudo, Ilsa señaló un mural en la pared.

–Este es nuevo, ¿verdad? No estaba aquí hace un mes.

–Así es, Alteza. En realidad, fue idea de los niños y les gusta mucho.

–Alegra mucho el pasillo.

Era una escena bucólica, con un arroyo cristalino, hadas, gnomos y todo tipo de animalitos del bosque, desde erizos a unicornios. En una esquina, el palacio real de Altbourg, que ella conocía tan bien. Frente al palacio, una figura familiar con una corona sobre el largo cabello rubio, de la mano de un hombre moreno con el uniforme verde del país vecino, Vallort.

El rey Lucien y ella, evidentemente. ¿Borraría el autor la figura de Lucien ahora que el compromiso se había roto?

Ilsa esbozó una sonrisa amarga. Y no porque hubiesen roto el compromiso, al que habían sido obligados por cuestiones diplomáticas, sino porque estaba cansada de que se lo recordasen continuamente. Cansada de ser reducida a un compromiso roto.

Y no solo un compromiso sino dos. Su primer prometido falleció en un accidente y el segundo la había rechazado porque estaba enamorado de una camarera.

Todo el mundo la veía como una figura digna de compasión.

Ilsa tuvo que hacer un esfuerzo para controlar las lágrimas. Quería que la dejasen en paz, pero se veía continuamente enfrentada a la debacle de sus fracasados planes de boda. Pero si se quedaba en el palacio, lejos de las cámaras, la gente pensaría que estaba llorando por su exprometido.

Además, sabía por experiencia que el trabajo era el mejor antídoto para la inquietud y los niños estaban esperándola. Niños cuyo valor frente a la enfermedad hacían que sus preocupaciones pareciesen mezquinas. Los niños esperaban ansiosamente sus visitas y ese era su trabajo, de modo que se volvió hacia la mujer con una sonrisa aparentemente serena, como si no tuviese una sola preocupación en el mundo.

–Cuando quiera.

Entraron en una habitación en la que dos adolescentes esperaban sentadas en sus camas. La más joven, que había perdido el pelo debido al tratamiento, tomó a toda prisa una revista y la escondió bajo la almohada.

No debería haberse molestado. El equipo de prensa del palacio la informaba a diario y, si no recordaba mal, la portada de esa revista decía: Ilsa con el corazón roto mientras Lucien alardea de su nueva amante. Y luego la describía a ella como «trágica» y «solitaria».

A veces desearía no tener tan buena memoria.

Cuando volvió al palacio estaba exhausta. Sonreír continuamente y mostrarse serena y encantadora era agotador cuando no habías dormido suficientes horas.

Y cuando los paparazis no dejaban de gritar preguntas indiscretas detrás del cordón de seguridad. Entre la compasión del público y las pullas de la prensa, sentía como si hubiera hecho cien apariciones públicas ese día.

Le dio las gracias al ujier que le abrió la puerta de la zona privada del palacio y en cuanto estuvo a solas se quitó los zapatos de tacón y movió los dedos de los pies. Un baño caliente la ayudaría a aliviar el nudo de tensión y calmaría su nerviosismo.

Ilsa esbozó una sonrisa triste. Las princesas no se ponían nerviosas, no podían permitirse ese lujo.

Mientras se dirigía hacia su apartamento oyó voces en el despacho del rey y se acercó para saludar a sus padres, pero algo la detuvo.

–Ilsa tiene veintisiete años, no diecisiete –estaba diciendo su madre–. Llevarla de viaje al extranjero fue lo más sensato entonces, pero hacerlo ahora…

–Pues claro que es lo más sensato. Entonces solo eran tontas fantasías románticas, pero en esta ocasión ha creado un problema para la casa real. Todo está en el aire, las tensas relaciones con Vallort, el final de las negociaciones del tratado.

Ilsa contuvo el aliento.

¿Su padre la veía como un problema para el reino de Altbourg?

Ella había trabajado mucho para servir a su país. No había rechazado el matrimonio concertado con el príncipe Justin o, cuando murió, con su sucesor, Lucien. Aunque las negociaciones de tales matrimonios la hubieran hecho sentir como si fuera un coche de segunda mano, se había tragado el orgullo y había enterrado sus sueños románticos para hacer lo que se esperaba de ella.

En cuanto a las especulaciones de la prensa, estaba haciendo todo lo posible para aplastarlas, cumpliendo con sus obligaciones diarias cuando lo que le gustaría era estar sola.

–No puedes decirlo en serio, Peter. Ilsa ama su país. Nadie ha trabajado más que ella por Altbourg y siempre ha hecho lo que le hemos pedido que hiciese.

Ilsa se llevó una mano al corazón. Al menos su madre la entendía.

–Pues claro que sí, para eso ha sido entrenada desde niña –replicó su padre.

Ilsa tragó saliva. Su padre la quería, pero ella conocía bien ese tono. Estaba pensando como un rey y eso estaba por encima de los sentimientos familiares.

–Pero en este momento Ilsa es un problema y todo sería más sencillo si desapareciese durante un tiempo.

Ilsa se mordió los labios. Ese era el pago que recibía por su lealtad, por su obediencia. Por no haber puesto nunca sus deseos por encima de todo lo demás.

A los diecisiete años había creído que el amor cambiaría su vida. Por supuesto, estaba equivocada, pero había descubierto que uno no moría de un corazón roto. Había salido de aquello más fuerte y más decidida, encontrando consuelo en el cumplimiento de sus deberes, en el cariño de su familia y en el respeto de su gente.

Pero ahora su gente se compadecía de ella, los periodistas le hacían preguntas indiscretas y malintencionadas y su familia…

Ilsa parpadeó. Mejor no pensar en ello.

Se había pasado la vida haciendo lo que se esperaba de ella. La formal Ilsa, la amable princesa que suavizaba el rostro de la monarquía de Altbourg y alimentaba el anhelo de la gente por un cuento de hadas.

Pero ella era algo más que un rostro bonito para las voraces revistas. Más que una elegante anfitriona, una embajadora o un peón dinástico.

Su futuro había sido organizado para ella desde que nació y ahora, abruptamente, ese futuro se había desintegrado, dejándola sin rumbo y, si su padre tenía razón, siendo un estorbo.

Tal vez era por eso por lo que llevaba tanto tiempo sintiéndose inquieta. No, más que inquieta. Se sentía vacía, como una cáscara sin sustancia. ¿Cuándo había hecho algo que ella quisiera hacer, algo que no estuviese en la agenda?

De repente, quería escapar de allí, olvidarse de las obligaciones y las expectativas aunque solo fuese durante unos días.

Quería probar la libertad.

Necesitaba hacerlo.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Noah asintió, distraído, mientras el hombre que estaba sentado a su lado intentaba venderle una propuesta de negocios. El elegante club náutico de Mónaco estaba lleno de gente, aunque entendía la necesidad de aprovechar cualquier oportunidad para interesar a posibles inversores cuando estabas intentando levantar una empresa. Además, la idea era interesante, pero no era ni el sitio ni el momento.

Y no estaba prestando la debida atención porque no podía dejar de mirar la pista de baile, llena de gente guapa o lo bastante rica como para hacerse pasar por guapa. Los mayores bailaban con gesto circunspecto, los más jóvenes, conscientes de ser objeto de atención, bailaban sin freno, pero solo una mujer llamaba su atención.

Como las demás, era guapa y rica, pero parecía totalmente absorta en la música, sin fijarse en nada más. Y no era solo eso lo que la hacía diferente.

Con un vestido de lentejuelas color azul cobalto, los labios rojos y el pelo dorado volando alrededor de los hombros, era la tentación hecha carne.

No había podido dejar de pensar en ella desde el día anterior, aunque entonces había mantenido las distancias deliberadamente.

Ilsa de Altbourg, el reino alpino famoso por sus pistas de esquí, sus bancos, sus empresas de robótica y sus pintorescas tradiciones monárquicas.

La princesa Ilsa.

Noah conocía a muchas mujeres ricas, pero tenía un acendrado prejuicio contra las estiradas que creían que el dinero heredado las convertía en seres superiores. Y, con toda seguridad, una princesa sería de esas.

Sin embargo, durante el almuerzo benéfico el día anterior había tenido dudas.

Ilsa era serena y elegante, todo lo que uno podía esperar de una princesa. Y guapísima, si te gustaban las rubias de hielo, pero algo más había despertado su interés, un cierto aire de fragilidad.

Aunque era absurdo, claro. Había aceptado dirigir una subasta benéfica cuando el maestro de ceremonias se puso enfermo y estaba en su elemento con aquel grupo de ricos ociosos, pero el instinto le decía que era algo más que una caprichosa princesa y había pasado todo el almuerzo mirándola, cautivado a pesar de sí mismo.

Curiosamente, la princesa también lo había observado, aunque intentaba disimular. Sus miradas se habían encontrado en varias ocasiones y cada vez que ocurría Noah sentía un escalofrío en la espina dorsal y un primitivo deseo entre las piernas.

Sus miradas no habían sido coquetas en absoluto. Al contrario, eran mesuradas, contenidas. Mientras las voces subían de tono a medida que el champán circulaba por las mesas, Ilsa de Altbourg parecía tan serena y compuesta al final del almuerzo como al principio.

Esa noche, sin embargo, no parecía serena y compuesta.

Noah miró el largo pelo rubio que acariciaba sus hombros mientras bailaba en la pista y tuvo que cambiar de postura. Su sangre marcaba un ritmo primitivo que no tenía nada que ver con la música sino con ella.

Una mujer que ni siquiera se molestaba en mirarlo.

Una mujer que no debería ser su tipo.

–¿Señor Carson? Con unos fondos para poner el proyecto en marcha podríamos…

Noah giró la cabeza.

–Estoy interesado en saber algo más, pero no ahora mismo. Envíeme un correo con su proposición esta semana y mi equipo lo estudiará.

Después de despedirse, Noah se dirigió a la pista.

Él no era un hombre que ignorase su instinto y era hora de conocer a la mujer cuyo recuerdo lo había perseguido durante las últimas veinticuatro horas.

Él estaba mirándola. Ilsa sentía el calor de su mirada como un puntero láser a través de la tela del vestido. Era el hombre de anchos hombros y enigmática mirada al que había visto el día anterior en el almuerzo benéfico.

No le había preguntado a nadie por su identidad porque no quería saberlo. Sin embargo, lo había buscado con la mirada una y otra vez.

La orquesta dejó de tocar en ese momento e Ilsa dejó de bailar. Su breve interludio consigo misma, perdiéndose en el ritmo de la música, había terminado y era hora de volver al mundo real.

Aunque se sintiese diferente. Tal vez porque llevaba el pelo suelto y un vestido por la mitad del muslo, algo muy poco habitual en ella. Intentó imaginar la cara de su padre si pudiese verla en ese momento y tuvo que contener la risa.

–¿Quiere bailar conmigo?

La voz ronca, varonil, la dejó momentáneamente sin respiración.

Curiosamente, esa voz sonaba familiar, como si la hubiese oído antes. En sus sueños tal vez.

Ilsa se dio la vuelta, pero estuvo a punto de dar un paso atrás al verlo tan cerca. La piel morena, la mandíbula cuadrada con un hoyito en la barbilla y una boca amplia, sensual. Era él, por supuesto.

Una vocecita la urgía a salir corriendo, pero otra vocecita le decía: «quédate».

Ilsa levantó la cabeza y se encontró con los ojos más extraordinarios que había visto nunca. Bajo unas cejas negras bien arqueadas, sus ojos eran de color turquesa, ni azules ni verdes sino algo entre medias. Unos ojos claros, luminosos y penetrantes.

Era comprensible que las mujeres no dejasen de mirarlo y buscar su atención. De cerca era impresionante y carismático.

–¿Alteza?

Ilsa frunció el ceño.

Durante un segundo había imaginado que se sentían atraídos por una fuerza irresistible, por una profunda e inexplicable compulsión. Por supuesto, no existía tal cosa. Él sabía quién era y quería bailar con una princesa, tal vez para hacer convenientes contactos.

Ilsa esbozó una sonrisa de princesa, compuesta y elegante.

–Me temo que llega demasiado tarde. La música ha terminado y…

Las luces se atenuaron en ese momento y la orquesta volvió a tocar mientras él enarcaba las cejas esbozando una sonrisa.

Una sonrisa que la golpeó como un rayo. Él había pedido a la orquesta que tocase esa canción y que bajasen las luces.

Para bailar con ella.

La confirmación estaba en el brillo de sus ojos, aunque no era un brillo de satisfacción sino de seguridad en sí mismo que resultaba poderosamente atractivo.

Ilsa tomó aire, diciéndose a sí misma que solo era otro hombre en busca de un coqueteo con una princesa, pero al hacerlo le llegó su aroma, algo masculino y excitante que aceleró su corazón y enloqueció sus hormonas.

Podría decirle que se iba o que ya había bailado más que suficiente por una noche. En lugar de eso, asintió con la cabeza y fue recompensada por un brillo de anticipación en esos fabulosos ojos de color turquesa, aunque el rictus de su boca se volvió extrañamente serio.

Como si tampoco él estuviera seguro de lo que hacía.

Luego tomó su mano y puso la otra en su cintura, todo perfectamente respetable. Le costaba respirar, pero él se movía como si hubieran bailado juntos desde siempre, como si sus cuerpos se conociesen, anticipando cada paso. Se miraban a los ojos de una forma imposiblemente íntima….

Y eso demostraba lo poco excitante que había sido su vida hasta ese momento.

Sin darse cuenta, Ilsa pasó la punta de la lengua por sus labios y él siguió el movimiento con la mirada.

¿Pensaría que estaba intentando seducirlo?, se preguntó, asustada.

Él apretó su cintura cuando chocaron con otra pareja. Estaban lo bastante cerca como para sentir el calor de su cuerpo.

Era un hombre fuerte, atlético, con un natural aire de autoridad. Le gustaría saberlo todo sobre él, pero estaba segura de que cuando lo supiera, aquella fantasía, aquella extraña conexión, se derrumbaría.

¿Era una locura agarrarse a esa ilusión unos minutos más?

–¿Por qué me ha pedido que baile con usted? –le preguntó por fin.

–Porque no podía dejar de hacerlo.

Eso la dejó completamente atónita.

No había burla en su expresión, al contrario. Estaba muy serio y el brillo de sus ojos la dejaba transfigurada.

Estaban rodeados de gente, pero todo parecía remoto, como si existieran en una burbuja, alejados del resto del mundo.

Ilsa se percató de que había puesto una mano sobre su torso en un gesto posesivo y sus mejillas se cubrieron de rubor.

–No lo haga –dijo él cuando iba a apartarla.

–¿Por qué no podía dejar de pedirme que bailase con usted?

–Francamente, no pensaba hacerlo. La vi ayer y no me acerqué.

Ilsa asintió con la cabeza. Debería alegrarse de que no estuviera interesado, pero no había dejado de pensar en él desde entonces. Era la primera vez que le pasaba algo así. Desde su aciago romance adolescente no se había sentido interesada por ningún hombre. Sin embargo, desde el almuerzo del día anterior se había preguntado si volvería a verlo.

–Pero esta noche tenía que acercarme –dijo él entonces, tomando su mano y rozando suavemente sus dedos con los labios.

Ilsa lo miró con los ojos como platos. La sacudida que experimentó hizo que se le doblasen las rodillas.

–Tú también lo has sentido –dijo él entonces, tuteándola.

Las palabras escaparon de su boca antes de que Ilsa tuviese tiempo para pensar. Esa noche parecía haber perdido la cabeza.

–Pero no nos conocemos.

Cuando él apretó su mano, experimentó una extraña sensación en la pelvis, algo que la hacía cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro para aliviar… no era dolor sino una especie de latido, una palpitación que no había sentido nunca.

Ilsa tomó aire. Debería dar un paso atrás, poner espacio entre ellos.

Pero aquella sensación, aquel hombre, todo era demasiado extraordinario. Si se daba la vuelta sabía que lo lamentaría. Esa conexión era tan rara. ¿Volvería a experimentarla alguna vez?

El instinto le decía que no. Especialmente con un matrimonio organizado por su padre.

–Eso tiene fácil remedio –dijo él–. Ven conmigo y nos conoceremos mejor.

Sus palabras quedaron colgadas en el aire, invitadoras, tentadoras. Cargadas de doble intención.

La intensidad de su mirada la dejaba sin aliento. O tal vez era estar tan cerca de él, encerrada en su abrazo.

Era una proposición absurda. Irse con un hombre al que no conocía iba contra todas las reglas que había respetado durante toda su vida.

Se dio cuenta entonces de que estaban atrayendo miradas de curiosidad. No podían quedarse así indefinidamente, tenían que moverse. Sin embargo, en realidad no le importaba. Estaba cansada de preocuparse por su imagen y por la percepción del público.

–No sé por qué crees que me iría contigo cuando ni siquiera sé tu nombre.

–Noah Carson.

En realidad, Ilsa sí sabía quién era. Cualquiera que leyese la prensa internacional reconocería ese nombre. Noah Carson era un multimillonario hecho a sí mismo que siempre estaba rodeado de mujeres guapas.

–Ah, claro, recuerdo haber leído algo sobre ti en las revistas.

Él esbozó una sonrisa.

–No creas todo lo que lees en la prensa.

Ilsa hizo una mueca. Dada la cantidad de tonterías que la prensa había publicado sobre la princesa de Altbourg desde que era niña, ella lo sabía mejor que nadie.

–No creo todo lo que leo en la prensa. ¿Y tú?

–No, claro que no, Alteza –Noah se inclinó hacia delante, casi rozando su frente con los labios–. Estás a salvo conmigo, te doy mi palabra. No pasará nada que tú no quieras que pase.

Ella contuvo el aliento al pensar en lo que le gustaría que pasase. Era algo inaudito para ella anhelar así a un hombre. Intentó decirse a sí misma que, sencillamente, se sentía dolida y rechazada y el interés de Noah era como un bálsamo para su dañado orgullo, pero la verdad era otra.

La verdad era que nunca en su vida se había sentido tan atraída por un hombre. Todas las células de su cuerpo gritaban que sería imposible darle la espalda.

El ardiente brillo de sus ojos hacía que sus pechos se hinchasen, sus pezones turgentes bajo el vestido.

–Ilsa, por favor. No me llames Alteza.

Él esbozó una risa y ella tragó saliva. ¿Cómo sería sentir esos labios sobre los suyos? ¿Ardiente, decadente o fríamente delicioso?

–¿Nos vamos? –le preguntó él entonces.

El roce de su mano, mucho más grande y áspera que la suya, hacía que se sintiera tontamente protegida.

–¿Dónde vamos?

No pensaría llevarla a su hotel, donde tendría que pasar frente a la mirada de los empleados. Y frente a la mirada del hombre alto y fuerte al que había visto cuando salió esa noche.

No era uno de sus guardaespaldas porque había pedido que se quedasen en Altbourg sino un miembro del equipo de seguridad de la casa real, un desagradable recordatorio de que, aunque había querido probar la libertad, no podía escapar de su verdadera vida.

–Vamos a mi yate.

Los asombrosos ojos de color turquesa sostenían los suyos mientras Ilsa asentía con la cabeza, sorprendida por lo inevitable que le parecía aquel momento.

–Sí, por favor.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Ilsa era consciente de la conmoción que habían creado saliendo juntos de la fiesta y agradecía el calor y la fuerza de su mano, que no había soltado en ningún momento.

Irse con un hombre para «conocerlo mejor» era territorio inexplorado para ella, pero no hubiera sido capaz de rechazarlo.

Cuando salían del edificio vio al guardaespaldas de nuevo. Sin duda, antes de que acabase la noche su padre sabría dónde había estado y con quién.