Europa después de Europa - Ivan Krastev - E-Book

Europa después de Europa E-Book

Ivan Krastev

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Con el auge de los partidos nacionalistas de extrema derecha en todo el continente y las negociaciones para el Brexit, la Unión Europea está más desorganizada y llena de dudas que nunca. El reconocido intelectual Ivan Krastev reflexiona en este provocativo libro sobre el futuro de la Unión Europea y los desafíos a los que se enfrenta. Según el autor, si la UE se derrumba, la lógica de su fragmentación será más la del pánico bancario que la de una revolución. La única manera de hacer frente al riesgo de desintegración es reconocer sus raíces en la crisis de los refugiados, crisis que ha cambiado drásticamente la naturaleza de las políticas democráticas a escala nacional a lo largo del continente. Lo que está ocurriendo en Europa no es solo un motín populista contra la clase dirigente, sino una rebelión contra las élites meritocráticas. El principal reto al que se enfrenta la UE en la actualidad es dar respuesta a estas preocupaciones al mismo tiempo que tratar de sofocar los impulsos reaccionarios que las acompañan.

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Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Título original: After Europe

Edición original en inglés en 2017La presente obra se publica por acuerdo con University of Pennsylvania Press

© Ivan Krastev, 2017© De esta edición: Universitat de València, 2019© De la traducción: Gonzalo Gómez Montoro, 2019

Publicacions de la Universitat de ValènciaArts Gràfiques, 13 • 46010 Valènciahttp://[email protected]

Coordinación editorial: Juan Pérez Moreno

Imagen de cubierta:Mural pintado por Bansky en Dover (Kent) con motivo del Brexit,Paul Bissegger (2017)Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-9134-464-3

Índice

Agradecimientos

Introducción. El síndrome de déjà vu

1. Nosotros los europeos

2. Los verdaderos representantes del pueblo

Conclusión. Las posibilidades de supervivencia de la UE

Bibliografía

Agradecimientos

Creo que me resultaría más fácil identificar a los cientos de miles de refugiados e inmigrantes que llegaron a Europa en 2016 que nombrar a todas las personas e instituciones que me han ayudado a escribir este libro.

La existencia de este libro se debe en gran medida a Lenny Bernardo, que lo leyó y revisó dos veces y me hizo numerosas sugerencias. Muchas de las ideas que desarrollo surgieron durante conversaciones que mantuve con Stephen Holmes y Mark Leonard. Jan-Werner Müller y John Palatella no solo leyeron e hicieron lúcidos comentarios sobre el texto, sino que también me ayudaron a precisar mis tesis sobre los nuevos partidos populistas. Soli Ozel y Fyodor Lukyanov hicieron interesantes aportaciones sobre la política de Turquía y de Rusia. También estoy en deuda con Damon Linker, mi editor en Penn Press, y con mi agente literario Toby Mundy, por su constante asesoramiento. Toby tuvo el acierto de decirme que solo hay algo peor que escribir un libro durante una gran transformación: no escribirlo.

También me gustaría darles las gracias a mis colegas del Centro de Estrategias Liberales de Sofía y, en especial, a Yana Papazova por sus ánimos y ayuda incondicionales. Nunca hubiera podido terminar este libro sin su colaboración. Por otra parte, el IWM me proporcionó las condiciones de trabajo idóneas. También he aprendido mucho en las reuniones y en las conversaciones durante las comidas con mis compañeros del iwm, en particular con Holly Case y con Shalini Randeria. Solo un norteamericano experto en historia europea del siglo XIX puede tener la pasión de Holly por la UE y solo un intelectual indio que haya hecho toda su carrera en Europa puede tener los conocimientos que Shalini posee sobre la política y la historia del continente.

Hace dos años tuve la suerte de que el New York Times me propusiera escribir un artículo mensual. La disciplina que he adquirido gracias a esta obligación y la ayuda de mis editores Clay Risen y Max Strasser me han ayudado a centrarme en los aspectos fundamentales de la actualidad política europea. Marc Plattner, del Journal of Democracy, me facilitó el acceso a mucha documentación y, al mismo tiempo, me hizo pertinentes sugerencias. A Adam Garfinkel, que me hizo ver lo que ocurría en Europa desde otra perspectiva, le debo el título de la conclusión del libro.

También me gustaría darle las gracias a mi familia, con quienes suelo conversar a diario sobre lo que pasa en el mundo: mi esposa, Dessy, que es una experta en el arte de disentir y de hacer preguntas insólitas; a mi hija Niya y a mi hijo Yoto, que solo por el hecho de existir me hacen intentar comprender el mundo en el que les ha tocado crecer.

IntroducciónEl síndrome de déjà vu

Un telegrama escrito en letras mayúsculas llegó a finales de junio de 1917 a un remoto cuartel situado en los confines del Imperio de los Habsburgo: «SE RUMOREA HEREDERO AL TRONO ASESINADO EN SARAJEVO». Atónito, el conde húngaro Battyanyi –alto mando militar al servicio del emperador– se puso a hablar en su lengua materna con unos compatriotas sobre la muerte del archiduque Francisco Fernando, hasta entonces considerado proclive a defender los intereses de los eslavos. Desconfiando de la lealtad de los húngaros al emperador, el teniente esloveno Jelacich les exigió que hablaran en alemán, como era habitual. «De acuerdo –aceptó el conde, hablando en alemán–. Mis compatriotas y yo celebramos que se haya muerto el cabrón».

Así acaeció el fin del multiétnico Imperio Habsburgo según la magistral novela La marcha Radetzky,1 de Joseph Roth. El imperio se desintegró, pues, por una combinación de fatalidades, asesinatos, mala suerte y algunos componentes suicidas. Mientras los historiadores debaten si fue una muerte natural por agotamiento del propio sistema o una consecuencia más de la Primera Guerra Mundial, el fantasma del fallido experimento de los Habsburgo aún sigue rondando a los europeos. «Si el experimento austrohúngaro hubiera funcionado, la monarquía de los Habsburgo habría resuelto en su territorio el principal problema de la Europa actual: la federación en armonía de naciones con valores y tradiciones diferentes así como la preservación de sus propios estilos de vida y la limitación de sus soberanías para poder conseguir una cooperación internacional pacífica y eficaz», escribió acertadamente en 1929 Oscar Jaszi, testigo y cronista del fin de la monarquía del Danubio.

Como ya sabemos, el experimento no llegó a producir resultado alguno porque no se supo resolver este problema. La novela de Roth deja patente que los artificiosos conglomerados políticos y culturales se desintegran rápidamente por sus propias deficiencias estructurales y por causas puramente accidentales. Son procesos inevitables e involuntarios, con dinámicas propias. Como los episodios de sonambulismo.

¿Está Europa actualmente en proceso de desintegración? ¿La salida del Reino Unido de la Unión Europea y el auge de los partidos euroescépticos son el resultado de otro experimento destinado a resolver el principal problema de Europa? ¿Está la UE condenada a romperse, como ya le sucedió al Imperio Habsburgo? ¿Será 2017 –año de elecciones en Holanda, Francia y Alemania– tan decisivo como lo fue 1917?

«Sabemos mucho de integración europea, pero casi nada de desintegración», ha observado acertadamente Jan Zielonka. Esto no es algo casual. Para los artífices del proyecto europeo la integración debía hacerse sin frenar ni mirar hacia atrás, y les bastaba con no mencionar la desintegración para creer que así la conjuraban. Pensaron que la Unión Europea no podría desintegrarse, pero no hicieron irreversible la integración. Aunque nuestro desconocimiento sobre la desintegración también se debe a otros motivos como, por ejemplo, lo difícil que resulta definirla: ¿Cómo podemos diferenciar la desintegración de la UE de su reforma o reconfiguración? ¿Podríamos considerar como desintegración la salida de varios países de la eurozona o de la propia UE? ¿La menguante influencia global de la UE, el fin del libre movimiento de ciudadanos y la desaparición de instituciones como el Tribunal de Justicia de la Unión Europea serían síntomas de desintegración? ¿La Europa de dos velocidades es el principio de su desintegración o la antesala de una Europa más cohesionada? ¿Podría continuar el mismo proyecto una unión formada por países gobernados por partidos antiliberales?

Paradójicamente, ahora que Europa está más unida que nunca sus líderes políticos y sus ciudadanos se encuentran paralizados por el miedo a la desintegración. La crisis financiera conllevó la unión bancaria y la amenaza terrorista, así como una mayor cooperación en materia de seguridad; pero más paradójico aún es que las crisis de la unión hayan despertado el interés de los alemanes por los problemas económicos de Grecia y de Italia y que los polacos y húngaros sigan atentamente las políticas de asilo alemanas. Los europeos temen la desintegración cuando están condenados a entenderse.

La desintegración europea tampoco ha sido tema recurrente entre escritores de ficción. En muchas novelas se especula con las hipotéticas consecuencias de una victoria nazi en la Segunda Guerra Mundial, un triunfo soviético en la Guerra Fría y una revolución comunista en Nueva York, pero casi nadie ha novelado la desintegración de la UE. Quizá la única excepción sea José Saramago: en su novela La balsa de piedra,2 un río que fluye desde Francia hasta España desaparece bajo tierra y la península ibérica se desgaja de Europa antes de alejarse por el Atlántico hacia el oeste.

«Es necesario hacer un esfuerzo constante para poder ver lo que tenemos delante de nuestras propias narices», dijo George Orwell lúcidamente. El 1 de enero de 1992 el mundo entero se despertó con la noticia del fin de la Unión Soviética. La superpotencia se había derrumbado sin necesidad de guerras ni invasiones alienígenas ni más detonante que un ridículo golpe de estado fallido. Nadie pensaba que el imperio soviético pudiera hundirse ni perder una guerra nuclear, y se creía que había resistido demasiadas turbulencias internas como para poder implotar. «Aunque circunstancias extraordinarias inviten a hacer análisis sensacionalistas, normalmente hay factores estabilizadores que retrasan desenlaces desastrosos. Las sociedades atraviesan crisis –graves, incluso– frecuentemente, pero rara vez se suicidan», sostenían antes de 1990 destacados expertos americanos. Sin embargo, las sociedades a veces se suicidan, y además con entusiasmo.

Como en 1914, la incertidumbre atrofia actualmente la imaginación de los europeos. Los gobernantes y la ciudadanía se debaten entre la actividad frenética y la pasividad fatalista, y la hasta ahora inconcebible desintegración de la UE empieza a parecer inevitable. Los postulados que hasta hace muy poco tiempo regían nuestras acciones ya nos resultan obsoletos, casi absurdos. La historia nos ha enseñado que algo supuestamente inconcebible puede ocurrir, y la persistente nostalgia centroeuropea por los liberales Habsburgo es la mejor prueba de que a veces solo podemos apreciar ciertas cosas después de haberlas perdido.

Aunque la Unión Europea siempre ha sido una idea en busca de concreción, la preocupación por que desaparezca aquello que la mantenía unida es cada vez mayor. Ya se ha perdido la memoria colectiva de la Segunda Guerra Mundial: la mitad de los estudiantes alemanes de quince y dieciséis años desconoce que Hitler fue un dictador y un tercio cree que defendió los derechos humanos. Según la novela satírica Ha vuelto –de la cual se vendieron más de un millón de ejemplares en Alemania–,3 ya no cabría preguntarse si los nazis podrían volver al poder, sino si seríamos capaces de darnos cuenta en caso de que lo hicieran. Puede que se haya producido «el fin de la historia» que Francis Fukuyama vaticinó en 1989, y con la funesta consecuencia de que la experiencia histórica ya no le importa ni le interesa a casi nadie.

El fundamento geopolítico de la unidad europea desapareció con el derrumbe de la Unión Soviética, y la Rusia de Putin, por muy amenazadora que parezca, no puede llenar este vacío existencial. Los europeos están más indefensos ahora que durante el fin de la Guerra Fría. La mayoría de los británicos, alemanes y franceses creen que se avecina otra guerra mundial, y las amenazas externas de la UE la dividen en vez de cohesionarla. Según un estudio de Gallup International, Bulgaria, Grecia y Eslovenia pedirían protección a Rusia en caso de conflicto bélico. La relación con Estados Unidos también ha cambiado radicalmente: Donald Trump es el primer presidente que no considera la continuidad de la Unión Europea como prioridad de la política exterior norteamericana.

El Estado de bienestar –elemento central del consenso político tras la Segunda Guerra Mundial– también está siendo cuestionado. Europa envejece –su media de edad aumentará desde los 37,7 años en 2003 hasta los 52,3 años en 2050– sin dejar garantizada su prosperidad económica: la mayoría de los europeos cree que sus hijos vivirán peor que ellos, y, como la crisis de los refugiados ha demostrado, la inmigración probablemente no resolverá el problema de la baja natalidad.

Pero la demografía menguante no representa la única amenaza para el Estado de bienestar europeo. Según Wolfgang Streeck, prestigioso sociólogo alemán director del Instituto Max Plank, el Estado de bienestar europeo está en crisis desde los años setenta. El capitalismo ha sabido sacudirse las instituciones y regulaciones que se le impusieron tras la Segunda Guerra Mundial y, como resultado, el celebrado «estado de los impuestos» europeo se ha convertido en «estado de la deuda». En vez de repartir entre los pobres los ingresos fiscales de los ricos, los gobiernos europeos mantienen su salud financiera endeudando a las nuevas generaciones mediante el gasto en déficit. Como consecuencia, los mercados financieros han terminado suplantando a los gobiernos elegidos democráticamente y, por tanto, se han socavado los cimientos del Estado de bienestar que surgió tras la guerra.

La Unión Europea ha sucumbido además a un cambio de moda ideológica. Aunque los síntomas –dificultad en la interacción social, debilitamiento de las habilidades comunicativas, intereses limitados y conductas repetitivas– del «trastorno autista» que se le diagnosticó a la UE en 2014 se percibieran con anterioridad, la Unión Europea causó gran decepción cuando asumió que Rusia aceptaría la asimilación de Kiev a la UE y luego se sorprendió de que Putin desplegara su ejército para anexionar Crimea. Igualmente ocurrió cuando desde Bruselas explicaron la desafección de la ciudadanía hacia el proyecto europeo solo por una deficiente estrategia de comunicación. Al principio de la crisis ucraniana Angela Merkel habló por teléfono con Vladimir Putin. Al término de la conversación, la canciller alemana dijo tener la sensación de que el presidente ruso vivía «en otro planeta». Tres años después deberíamos preguntarnos quién de los dos vive en la realidad.

Tras el fin de la Guerra Fría y la ampliación de la UE, los gobernantes europeos quedaron demasiado satisfechos con su propio modelo político y social y se durmieron en los laureles mientras la geopolítica mundial cambiaba profundamente. Europa había asumido que la globalización conllevaría el fin de los estados como actores internacionales fundamentales y del nacionalismo como principal motor político. Los europeos creyeron que la superación de los nacionalismos étnicos y de la teología política –es decir, su propia experiencia tras la Segunda Guerra Mundial– se extendería al resto del planeta. «Europa es la síntesis resultante de la unión de la energía y la libertad del liberalismo con la estabilidad y el bienestar de la socialdemocracia. El modo de vida europeo resultará irresistible cuando el mundo haya prosperado y necesidades básicas como la alimentación y la atención sanitaria hayan sido satisfechas», expuso Mark Leonard en su ambicioso libro Por qué Europa liderará el siglo XXI.4 Pero lo que tan solo ayer parecía aplicable a nivel mundial hoy empieza a considerarse una excepción. Basta con echar un vistazo a China, la India y Rusia (por no mencionar al amplio mundo musulmán) para comprobar que el nacionalismo étnico y las religiones siguen siendo elementos determinantes en la política global. El posmodernismo, el posnacionalismo y la secularidad no necesariamente hacen a Europa precursora de lo que tendrá el resto del planeta. Además, el patrioterismo ha resurgido con fuerza –y sed de venganza– en Europa durante la crisis de los refugiados.

Los europeos han tardado en advertir que su admirable modelo político ni siquiera lo adoptarán sus vecinos. Es la versión europea del «Síndrome de Galápagos» de las empresas japonesas de tecnología: Japón fabricaba los mejores teléfonos móviles para redes 3G, pero sus empresas no triunfaban a nivel mundial porque el resto del planeta iba a la zaga de las innovaciones que contenían tan «perfectos» artefactos. Los teléfonos móviles japoneses no eran demasiado buenos como para no poder fracasar, sino demasiado perfectos como para poder triunfar. Europa sufre ahora su propio «Síndrome de Galápagos», y puede que su orden político posmoderno sea tan avanzado y esté tan adaptado al entorno que otros países no pueden imitarlo.

Los cambios que se han producido me llevaron a pensar en cómo podría ser una Pos-Europa. En una Pos-Europa el viejo continente ya habría perdido tanto su posición central en la política global como la propia convicción de poder dirigir el rumbo de la historia. Una Pos-Europa significaría que el proyecto europeo ha perdido su atractivo teleológico y que ya nadie sueña con tener unos Estados Unidos de Europa. En una Pos-Europa habría crisis identitaria y se cuestionarían las raíces cristianas e ilustradas del continente. Pos-Europa no sería tanto el fin próximo de la UE como el de nuestras ingenuas expectativas sobre la futura forma de Europa y del mundo.

Este libro es una reflexión sobre el futuro de Europa al estilo del «pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad» de Antonio Gramsci. El tren de la desintegración, que ya ha partido de Bruselas, llevará al continente al desorden y a la irrelevancia global, y lo convertirá en un territorio violento y provinciano. Puede que también cause el derrumbe de las democracias liberales de la periferia europea y el de algunos estados miembros, y aunque no necesariamente produzca una guerra, probablemente hará aumentar la pobreza y la inestabilidad. Pese a que la cooperación política, cultural y económica no desaparecerá, quizá sí dejaremos de soñar con una Europa libre y unida.

La Unión Europea no necesita resolver todos sus problemas para poder recuperar la credibilidad: basta con que en los próximos cinco años los europeos puedan viajar libremente, que el euro sobreviva como moneda común de algunos estados miembros y que la ciudadanía pueda elegir democráticamente a sus gobernantes así como presentar demandas contra ellos ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo. «¿Quién habla de ganar? Lo importante es resistir», dijo el poeta Rainer Maria Rilke. Pero ni siquiera resistir va a ser fácil.

La desintegración de la UE probablemente desencadenaría una retirada masiva de depósitos, no una revolución. Las victorias de signo antieuropeísta en referéndums tampoco tienen por qué causar su implosión, que posiblemente sucederá por su propia disfuncionalidad (aparente, quizá) y por la mala interpretación de las dinámicas políticas nacionales por parte de las élites. Las decisiones de los líderes y gobiernos para evitar el derrumbe de la UE no harán sino contribuir a que este ocurra, y la desintegración se producirá por la rebelión de Alemania y Francia, no por la salida de la periferia.

El fin de este libro no es salvar la UE ni llorar su pérdida; tampoco es otro tratado sobre la etiología de la crisis europea, ni un panfleto contra la corrupción y la impotencia de sus élites, ni la obra de un euroescéptico. Es, sencillamente, una reflexión sobre algo que probablemente sucederá y un análisis de cómo el haber vivido cambios políticos radicales con anterioridad determina nuestra presente forma de actuar. Me fascina la importancia que en política tiene lo que yo denomino síndrome de déjà vu, o sensación de estar presenciando de nuevo un hecho histórico ya ocurrido.