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Durante muchos años, a Gordon Fee, que es uno de los eruditos evangélicos más destacados de la actualidad, se le ha pedido que combine su confiable experiencia bíblica con su conocida pasión por el evangelio y la iglesia. Exégesis y Espiritualidad. Escuchaando al Espíritu en el Texto es su respuesta. Aquí se reúnen los mejores estudios y reflexiones de Fee sobre la importancia de atender críticamente al texto bíblico, pero con una profunda sensibilidad espiritual. Estos capítulos reveladores cubren una amplia gama de temas contemporáneos, incluida la relación entre el estudio de la Biblia y la espiritualidad, las cuestiones de género, la adoración, el hablar en lenguas, el orden y el liderazgo de la iglesia, el creyente y las posesiones, y el papel del evangelio en nuestra sociedad global.
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Exégesis y espiritualidad:
Escuchando al Espíritu en el texto bíblico
© 2024 por Gordon D. Fee
Publicado por Editorial Patmos,
Miramar, FL 33025
Todos los derechos reservados.
Publicado originalmente en inglés por William B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan / Cambridge, U. K., y por Regent College Publishing, Vancouver, British Columbia, con el título Listening to the Spirit in the Text © 2000 Wm. B. Eerdmans Publishing Co.
A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de la Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Traducido por Roberto Cabrera.
Revisado por Regina Romano.
Diseño de portada e interior por Adrián Romano.
ISBN: 9781646913169
Categoría: Teología.
Conversación para libro electrónico: Cumbuca Studio
Prefacio del autor
EL TEXTO Y LA VIDA EN EL ESPÍRITU
1. Exégesis y espiritualidad: completar el círculo
2. Reflexiones sobre la redacción de comentarios
3. Siendo un cristiano trinitario
4. Algunas reflexiones sobre la espiritualidad paulina
5. La visión neotestamentaria sobre la riqueza y las posesiones
6. Cuestiones de género: reflexiones sobre la perspectiva del apóstol Pablo
7. El obispo y la Biblia
EL TEXTO Y LA VIDA DE LA IGLESIA
8. El Espíritu Santo y el culto en las iglesias paulinas
9. Hacia una teología paulina de la glosolalia
10. Laos y el liderazgo bajo el nuevo pacto
11. Reflexiones sobre el orden eclesiástico en las epístolas pastorales
12. El reino de Dios y la misión global de la Iglesia
Es necesario dar algunas explicaciones sobre esta colección de ensayos, de los cuales solo uno (el capítulo 8) aparece impreso aquí por primera vez. El origen de la colección refleja lo que también es cierto sobre la mayoría de los ensayos: se reunieron a instancias de amigos de Regent College y Eerdmans Publishing Company, que pensaron que podría ser de algún valor para alcanzar a mayores audiencias. La mayoría de ellos se escribieron por algún tipo de invitación, lo que a menudo me brinda la oportunidad de poner por escrito algunas cuestiones sobre las que yo mismo había estado reflexionando.
Estos ensayos tienen dos cosas en común. En primer lugar, tienden a reflejar mi interés por los estudios paulinos y, especialmente, por el papel del Espíritu en la propia vida espiritual de Pablo y en la de sus iglesias. El primer capítulo llega al meollo de la cuestión para mí: que la espiritualidad del texto bíblico debe formar parte de nuestra investigación histórica —y de nuestra obediencia— como exégetas del Nuevo Testamento. En segundo lugar, a diferencia de gran parte de mi obra, los ensayos no se escribieron pensando en el gremio neotestamentario o en el clero profesional, sino para un público mucho más amplio. De hecho, seis de ellos aparecieron primero en Crux, cuyo subtítulo es Revista trimestral de pensamiento y opinión cristianos publicada por el Regent College. Junto con el capítulo 8, que fue una conferencia de la Escuela de Verano del Regent College en julio de 1997, cinco de ellos se prepararon primero para su presentación oral (caps. 1, 3, 6, 10, 11), los cuales fueron prestados más tarde para su publicación; y en algunos de estos casos, me resistí a revisarlos demasiado a partir de su forma oral original.
También me he resistido a introducir cambios sustanciales en estos ensayos a partir de su forma impresa original. El conjunto de estos diversos factores hace que (1) haya cierto grado de desnivel en ellos, (2) haya cierto grado de repetición inevitable, y (3) haya a veces referencias indirectas a otras personas u obras que no están anotadas a pie de página. Con respecto al segundo punto, esto es especialmente cierto sobre mi profunda preocupación por rescatar la palabra «espiritual» (y por lo tanto «espiritualidad») —especialmente con referencia al uso que hace Pablo— de sus diversos significados en inglés que provienen todos de una cosmovisión griega que no tiene absolutamente nada que ver con Pablo. Con respecto al tercer punto, debo señalar especialmente las referencias en el capítulo 6 a los ensayos de mis tres colegas de Regent, Maxine Hancock, Iain Provan y Rikki Watts. Sus tres conferencias precedieron a la mía en un curso de la Regent College Winter School sobre cuestiones de género y también aparecen con la mía en el mismo número de Crux.
Tengo que agradecer a dos antiguos alumnos del Regent College, Rob Clements (que edita las publicaciones del Regent College Bookcentre) y Mike Thomson (antiguo ayudante de cátedra, que ahora es director de ventas de Eerdmans), por su iniciativa para llevar este proyecto hasta la publicación. También debo dar las gracias a Eerdmans por su disposición a publicar estos ensayos y por dejarlos en su forma original, ya que son de un género tan diferente al de mis otras publicaciones en Eerdmans (comentarios sobre 1 Corintios y Filipenses, y una colección de ensayos [con Eldon J. Epp] sobre la crítica textual del Nuevo Testamento).
Por último, unas palabras de agradecimiento a otras editoriales/publicaciones (Hendrickson Publishers, InterVarsity Press, Crux, New Oxford Review, Theology Today, Journal of the Evangelical Theological Society) por el permiso para reimprimir estos ensayos aquí. Los datos de la publicación original son:
Capítulo 1: Crux 31/4 (1995), 29-35.
Capítulo 2: Theology Today 46 (1990), 387-92.
Capítulo 3: Crux 28/2 (1992), 2-5.
Capítulo 4: Alive to God: Studies in Spirituality presented to James Houston (ed. J. I. Packer y L. Wilkinson; Downers Grove: InterVarsity, 1992), 96-107.
Capítulo 5: New Oxford Review 48 (mayo de 1981), 8-11.
Capítulo 6: Crux 35/2 (1999), 34-45.
Capítulo 7: Crux 29/4 (1993), 34-39.
Capítulo 9: Crux 31/1 (1995), 22-31.
Capítulo 10: Crux 25/4 (1989), 3-13.
Capítulo 11: Journal of the Evangelical Theological Society 28 (1985), 141-. 51.
Capítulo 12: Called and Empowered: Pentecostal Perspectives on Global Mission (ed. M. W. Dempster, B. D. Klaus, D. Petersen; Peabody MA: Hendrickson, 1991), 7-21.
GORDON D. FEE
Exégesis y espiritualidad: completando el círculo1
Aunque el tema de este ensayo se ha ido gestando durante una larga temporada, su impulso actual proviene de la redacción del comentario sobre la carta de Pablo a los Filipenses durante el invierno y la primavera de 1994. Mientras trabajaba en el texto de Pablo con gran atención, experimenté un encuentro continuo con el Dios vivo —Padre, Hijo y Espíritu Santo— un encuentro que se produjo de dos maneras. Por un lado, mientras aplicaba exégesis al texto para articular su significado por el bien de otros en la iglesia, a menudo me sentía tan sobrecogido por el poder de la Palabra que me llevaba a las lágrimas, a la alegría, a oración o alabanza. Por otro lado, también experimenté con frecuencia el texto de esta carta en ambientes eclesiásticos, de forma tan sobrecogedora, que me sentí obligado a mencionarlo en el párrafo final del Prefacio del Autor:
La redacción de este comentario no se parece a nada de lo que he vivido hasta ahora como parte de la iglesia. Durante los cuatro meses y medio en los que escribí el primer borrador del comentario, un domingo tras otro el culto (incluida la liturgia) o el sermón estaban directamente relacionados con el texto de la semana anterior. Era como si el Señor me permitiera escuchar el pasaje reproducido en contextos litúrgicos y homiléticos que me hacían detenerme una vez más y «escucharlo» de nuevas maneras. Es difícil describir estas experiencias, que tuvieron un profundo impacto en mis sábados durante el año sabático; y su regularidad parecía ir más allá de la mera coincidencia. Todo ello hizo que mis lunes adoptaran también un patrón regular, ya que volvía al trabajo de la semana anterior y lo pensaba y oraba una vez más.
Este ensayo nace de estas experiencias. Lo que me propongo examinar es la interfaz entre exégesis y espiritualidad, entre el ejercicio histórico de desenterrar la intención original del texto y la experiencia de escuchar el texto en el presente en términos tanto de su espiritualidad presupuesta como intencional. Así pues, trataré de abordar tres cuestiones: en primer lugar, algunas palabras sobre la espiritualidad; en segundo lugar, algunas palabras sobre la exégesis; y, por último, algunas sugerencias sobre cómo deben interactuar ambas para que podamos interpretar la Escritura adecuadamente en sus propios términos.
Debe notarse, que estos dos tópicos a menudo se consideran como dos temas que no están relacionados. De hecho, en la mayoría de los seminarios de teología, uno puede tomar cursos de exégesis, pero la «espiritualidad», esa palabra tan escurridiza de precisar, se deja bastante a la discreción del individuo —y rara vez se sugiere que la segunda tenga mucho que ver con la primera. De hecho, incluso en el Regent College, donde tenemos profesores que enseñan en ambas disciplinas, nuestros estudiantes tienden a tomar cursos que se centran en una u otra, y a veces se quedan con la impresión de que la exégesis y la espiritualidad son disciplinas separadas —que de hecho lo son académicamente. Mi preocupación es que, de alguna manera, deben acercarse mucho más o se perderá el objetivo último de la propia exégesis.
I. Espiritualidad
Parto de una convicción apasionada y singular: que el objetivo propio de toda verdadera teología es la doxología. La teología que no comienza y termina en la adoración no es bíblica en absoluto, sino más bien el producto de la filosofía occidental. Del mismo modo, quiero insistir en que el objetivo ulterior de toda verdadera exégesis es la espiritualidad, en una u otra forma. E insisto en ello por mi convicción de que solo cuando se entiende así la exégesis se ha realizado la tarea exegética de un modo fiel a la intención del propio texto.
Permítanme, pues, que me ocupe desde el principio de la tarea más difícil de todas: ofrecer una definición de «espiritualidad». Como resultado de mi trabajo sobre el grupo de palabras pneuma («Espíritu») en las cartas de Pablo, me he sentido cada vez más angustiado por el hecho de que traduzcamos el adjetivo pneumatikos con minúscula, «espiritual». En efecto, la palabra «espiritual» es una palabra «acorde»; su significado tiene mucho que ver con la cantidad de aire que se bombea dentro o fuera de ella. Lo que hay que señalar es que la palabra pneumatikos, una palabra distintivamente paulina en el Nuevo Testamento, tiene al Espíritu Santo como su principal referente. Pablo nunca la utiliza como adjetivo referido al espíritu humano; y sea como fuere, no es un adjetivo que ponga alguna realidad invisible en contraste, por ejemplo, con algo material, secular, ritual o tangible.
En el Nuevo Testamento, por lo tanto, la espiritualidad se define junto con el Espíritu de Dios (o Cristo). Uno es espiritual en la medida en que vive en el Espíritu y camina por Él; en las Escrituras la palabra no tiene otro significado ni otra medida. Así que cuando Pablo dice que «la Ley es espiritual», quiere decir que la Ley pertenece a la esfera del Espíritu (inspirada por el Espíritu, como es el caso), no a la esfera de la carne. Y esto, a pesar de cómo la carne se ha aprovechado de la Ley, ya que, aunque la Ley vino por el Espíritu, esta no fue acompañada del don del Espíritu para hacerla obrar en los corazones del pueblo de Dios. Por eso, cuando Pablo dice a los corintios (14:37): «Si alguno de vosotros se cree espiritual», quiere decir: «Si alguno de vosotros se considera una persona espiritual, una persona que vive la vida del Espíritu». Y cuando dice a los gálatas (6:1) «si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle», no se refiere a algún grupo especial o elitista de la iglesia, sino al resto de la comunidad de creyentes, quienes comenzaron su vida en el Espíritu y llegan a su plenitud por el mismo Espíritu que produce su propio fruto en sus vidas.
Así, en el Nuevo Testamento, la existencia cristiana es trinitaria en sus mismas raíces. Al principio y al final de todas las cosas está el propio Dios eterno, al que tanto judíos como cristianos se refieren una y otra vez como el Dios vivo. Los propósitos de Dios al crear seres como nosotros, hechos a su imagen y semejanza, era establecer una relación: que pudiéramos vivir en comunión con el Dios vivo, como aquellos que llevan Su semejanza y cumplen Sus propósitos en la tierra. Incluso antes de la caída, se nos dice que Dios había puesto en marcha Su propósito de redimensionar a los caídos para remodelar su visión deformada de Dios y así restaurarlos en la comunión de la que cayeron en su rebelión. Se nos dice que Dios ha logrado esto al venir Él mismo entre nosotros en la persona de su Hijo, quien en un momento de nuestra historia humana efectuó nuestra redención y reconciliación con el Dios Vivo, mediante una muerte humillante y una resurrección gloriosa. Pero no nos ha dejado solos, sino que ha querido venir en nuestra ayuda, y esta es la razón de Su venida a nosotros y entre nosotros por medio de Su Espíritu Santo.
Así, el objetivo de Dios en nuestras vidas es «Espiritual» en este sentido, que nosotros, redimidos por la muerte de Cristo, podamos ser facultados por su Espíritu tanto «para querer como para hacer por Su propia voluntad». La verdadera espiritualidad, por lo tanto, no es ni más ni menos que la vida por el Espíritu. «Habiendo sido vivificados por el Espíritu», dice Pablo a los gálatas, «andemos conforme al Espíritu».
De ahí el objetivo de la exégesis: producir en nuestras vidas y en las vidas de los demás una verdadera Espiritualidad, en la que el pueblo de Dios viva en comunión con el Dios eterno y viviente y, por lo tanto, de acuerdo con los propósitos de Dios en el mundo. Pero para que esto sea eficaz, la verdadera «espiritualidad» debe preceder a la exégesis, además de surgir de ella.
Por eso, les digo regularmente a los estudiantes: recibe el toque de Dios en tu vida. Vivan en comunión con Él; sean de los que claman con el salmista: «Mi alma y mi carne te anhelan»; «Oh Dios, tú eres mi Dios; te busco fervientemente. Mi alma tiene sed de ti; mi cuerpo te anhela, en tierra seca y árida donde no hay agua». Si esos que enseñan y predican la Palabra de Dios, donde la predicación debe basarse en una sólida exégesis del texto, no anhelan ellos mismos a Dios, no viven constantemente en la presencia de Dios, no tienen hambre y sed de Dios, entonces ¿cómo pueden lograr el objetivo último de la exégesis, ayudar a formar al pueblo de Dios en una auténtica Espiritualidad?
De hecho, no me importa mucho cómo llames a ese toque de Dios en tu vida, pero debes tenerlo. Porque sin la presencia y el poder del Espíritu Santo, todo lo demás es mero ejercicio, mero golpear el aire. Para ser un buen exégeta y, en consecuencia, un buen teólogo, hay que conocer la plenitud del Espíritu; y eso incluye una vida de oración («orar en el Espíritu», lo llama Pablo) y de obediencia.
Aquí acecha un gran peligro, como comprenderás, especialmente para quienes han sido llamados por Dios a servir a la iglesia en funciones pastorales y docentes. El peligro es convertirse en un profesional (en el sentido peyorativo de esa palabra): analizar textos y hablar acerca Dios, pero poco a poco dejar que el fuego de la pasión por Dios se apague, de modo que uno no pase mucho tiempo hablando con Dios. Temo por los estudiantes el día en que la exégesis se convierta en algo fácil; o en que la exégesis sea lo que uno haga principalmente por el bien de los demás. Porque con demasiada frecuencia esa exégesis ya no va acompañada de un corazón ardiente, de modo que uno ya no deja que los textos le hablen. Si el texto bíblico no se apodera de la propia alma, probablemente hará muy poco por los que lo escuchan.
Todo esto para decir, entonces, que el primer lugar en el que la exégesis y la Espiritualidad se relacionan es en la propia alma del exégeta, donde el objetivo de la exégesis es la Espiritualidad, que debe ser lo que el exégeta aporta a la tarea exegética, además de ser el objetivo último de la propia tarea. Tal comprensión, diría yo, debe pertenecer a la propia tarea exegética, a la que ahora nos referiremos.
II. EXÉGESIS
No es mi intención describir aquí un buen método exegético. Doy por sentado que uno sabe que la exégesis consiste en hacer las preguntas adecuadas al texto, que esas preguntas son básicamente de dos tipos: contextuales y de contenido; que las preguntas contextuales son también de dos tipos: literarias e históricas; y que las preguntas de contenido son cuatro: determinar el texto original, el significado de las palabras, las implicaciones de la gramática y el contexto histórico-cultural. El objetivo de este ensayo es más bien abordar la cuestión de cómo se relaciona todo esto con el objetivo último de la Espiritualidad.
De lo que se trata aquí es de encontrar el camino entre las dos sirenas que acechan a ambos lados, que atraerían al exégeta hacia uno u otro extremo. Las sirenas son la metodología exegética (Escila, por así decirlo), por un lado, y una visión popular de la espiritualidad (Caribdis), por el otro.
Estos dos aspectos (método exegético y espiritualidad) se consideran constantemente en guerra, con el resultado de que la piedad en la iglesia desconfía, con razón, del erudito o del pastor formado en el seminario, que parece estar siempre diciendo a la gente que el texto no significa lo que parece decir claramente. El resultado es una reacción contra el buen método como tal, ya que esa forma de ver el texto parece ir en contra de una lectura más devocional de la Biblia, en la que «la Palabra del día» se recibe por el encuentro diario con el texto en una forma más libre y asociativa de leer los textos. La conclusión es que estas personas adoptan su propio enfoque de «sentido común» de la Biblia: leerla de forma directa y aplicarla como se pueda, y «espiritualizar» (a veces = alegorizar) el resto.
Llega el exégeta y dice «no» a tanta piedad. Alejando la Escritura de la comunidad creyente, el exégeta la convierte en objeto de investigación histórica. Armado con el llamado método histórico-crítico, se dedica así a un ejercicio de historia pura y simple, un ejercicio que con demasiada frecuencia parece comenzar desde una postura de duda, de hecho, a veces de escepticismo histórico con un sesgo antisobrenatural. Utilizando una jerga profesional sobre la forma, la redacción y la crítica retórica, el exégeta, lleno de arrogancia y asumiendo una postura de dominio sobre el texto, a menudo parece dar la vuelta al texto para que deje de hablar a la comunidad creyente como la poderosa palabra del Dios vivo.
El resultado natural de esta bifurcación entre la iglesia y la academia ha sido la sospecha de ambas partes, y con demasiada frecuencia una exégesis pobre, por un lado, y casi ninguna Espiritualidad, por el otro.
Parte en este conflicto proviene del papel que juega la historia y la intención del autor en este conflicto. Exégesis, por definición, significa, que se busca la intención del autor en lo que ha escrito. Tal definición implica que los autores son intencionales y que una buena investigación histórica puede proporcionar una aproximación razonable a esa intención. Esto significa, por lo tanto, que la tarea exegética es ante todo una tarea histórica, y que el primer requisito para hacer una buena exégesis es aportar un buen sentido histórico a la tarea. Esto significa también que el «sentido» se encuentra primeramente en la intencionalidad, la intencionalidad del autor. Para el erudito creyente, esto significa además que la Palabra de Dios está muy estrechamente ligada a la intencionalidad del autor inspirado divinamente.
Hoy en día es habitual rechazar esta visión de la tarea exegética, un rechazo que procede de varios sectores, además de los piadosos que leen el texto como una revelación directa para sí mismos: el deconstruccionismo pone en duda que tal tarea tenga alguna importancia; la repuesta crítica del lector sostiene que debería prestarse más atención al texto como texto, y a cómo el lector «escucha» el texto; y desde todos los frentes se nos recuerda constantemente, (1) que nunca se puede entrar plenamente en el cráneo de otra persona para conocer su mente (de hecho, una pregunta frecuente es ¿conocían sus propias mentes, o escribían con agendas sobreentendidas en la mano que también afectaban a lo que decían?; y (2) que tampoco el exégeta puede venir al texto con una mente en blanco, sino que también aporta sus propias agendas al texto, por no mencionar toda una carga de bagaje cultural y prejuicios.
Dejando a un lado el deconstruccionismo, acepto estas advertencias como adecuadas para nuestra tarea exegética. Pero también estoy dispuesto a repetir con énfasis que los autores son intencionales y que el significado reside en última instancia en esa intención. Al fin y al cabo, todos los que argumentan en mi contra en este punto son muy intencionados en sus escritos, y (con razón) se sentirían muy ofendidos si yo malinterpretara sus palabras del mismo modo que ellos parecen dispuestos a tratar las palabras del escritor bíblico. Mi guía aquí es el propio apóstol Pablo, que al escribir a la iglesia de Corinto se opuso a que los corintios malinterpretaran (más bien, tergiversaran) lo que él creía que era una intencionalidad directa en su carta anterior. Me remito, por supuesto, a 1 Corintios 5:9-10: «Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios»; de donde aparentemente toma el significado (es decir, la intención de Pablo) que no deben asociarse con personas fuera de la iglesia que eran inmorales. Pero Pablo no quiere saber nada de eso, así que matiza con una explicación de su propia intencionalidad: «no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras». Lo mismo ocurre con el «no que lo haya… ya» de Filipenses 3:12, que Pablo utiliza para matizar lo que acaba de decir. «Al decir esto», matiza ahora, «no quiero decir…». Por lo tanto, permítanme decirlo una vez más, los autores son intencionales, y como la mayoría de los autores también tienen un ego al menos normal, no se toman a bien que se les cite mal, se les interprete mal o se les malinterprete, y todo ello a la luz de lo que ellos entienden que ha sido su propia intencionalidad.
En este punto, no quisiera dejar de recordar que existen diversas formas de intencionalidad inherentes a los distintos géneros literarios y rasgos retóricos; que la poesía, por ejemplo, no es prosa, y que cada una tiene una forma de intencionalidad distinta; o que la prosa no es toda de un mismo tipo, y que, por lo tanto, las letras tienen una intencionalidad distinta (según su tipo) de la narrativa o los aforismos; o que la retórica a veces implica que el autor recurra a la hipérbole, los juegos de palabras o las metáforas, cada uno de los cuales tiene su propia forma de intencionalidad. Por lo tanto, cuando hablamos de «intencionalidad», entendemos que incluimos la forma/estilo/género en que un autor se propone comunicar.
Pero una vez expuesto este punto, permítanme llevalo un paso más allá, lo que también nos conducirá a nuestro punto final: la intersección de la exégesis y la espiritualidad en la propia tarea de la exégesis. En lugar de ver la exégesis y la espiritualidad como opuestas entre sí, o como si una precediera o siguiera o tuviera precedencia sobre la otra, propongo, (1) que la exégesis bíblica fiel pertenece al marco de la comunidad creyente, con quienes la siguen, ya sea exactamente o no, pero intencionalmente, en la estela de las comunidades creyentes originales para quienes y a quienes se escribieron estos documentos; y (2) que dicha exégesis debe tener siempre en cuenta los fines espirituales para los que se escribieron los documentos bíblicos, tal como se ha definido la Espiritualidad en la sección anterior de este trabajo.
III. EXGESIS Y ESPIRITUALIDAD
Al menos en un punto, los que temen al exégeta erudito tienen razón en su protesta de que el exégeta tiende a hacer de la Escritura una cuestión de historia pura y simple, y luego, a menudo, a ser escéptico también de esa historia. Quiero decir con gran vigor que aunque la primera tarea del exégeta es la histórica (determinar el significado pretendido del autor bíblico), esta primera tarea no es la última. La tarea última, y ahora me repito, es la espiritual, escuchar el texto de tal manera que conduzca al lector/oyente a la adoración de Dios y a la conformidad con Dios y sus caminos. Lo que quiero decir es que esta tarea no debe separarse de la histórica, ni agregarse al final. Más bien, determinar la intención espiritual del texto, tal como hemos definido anteriormente la espiritualidad, pertenece legítimamente, de hecho, necesariamente, a la propia tarea histórica.
No quiero decir con esto que lo que a menudo se denomina aplicación o devoción deba entenderse como parte de la propia tarea exegética. Me refiero más bien a que los autores bíblicos no solo fueron inspirados por el Espíritu Santo (o eso creemos), sino que también aportaron su propia espiritualidad a la hora de escribir el texto. Lo que quiero decir es que la verdadera exégesis intenta comprometerse con la espiritualidad del autor, no solo con sus palabras. Además, nuestro compromiso a este nivel no debe ser una tarea meramente descriptiva (como solo decir: «Pablo fue un apasionado amante de Cristo»), sino genuinamente empática, de modo que nosotros mismos nos convirtamos en apasionados amantes de Cristo si queremos escuchar el texto en los términos de Pablo y no simplemente en los nuestros.
¿Qué valor terrenal o eterno tiene, por ejemplo, para nosotros hacer una exégesis de Filipenses 1:21 («porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia»), en términos puramente descriptivos, si no participamos de la intención ulterior de Pablo de que los propios filipenses compartan esta visión de la vida presente? Es fácil sacar de su lugar este texto de su contexto, donde Pablo está recogiendo las dos posibles resoluciones de su encarcelamiento, libertad o ejecución, y ofrece una breve reflexión personal sobre lo que cualquiera de ellas significa para él. Podemos continuar describiendo el poder retórico de la asonancia, que habría hecho que los filipenses escucharan estas palabras de un modo que nosotros no podemos, y sugerir, además, a la luz de lo que sabemos en otras partes de Pablo, que esta afirmación se registra como una especie de lema de su vida. De hecho, podríamos incluso ir más allá e intentar captar algo de la Espiritualidad de Pablo y así comentar, por ejemplo (y ahora desde el comentario):
Como dice en 3:12-14, habiendo sido «asido por Cristo Jesús», Cristo se convirtió así en el singular objetivo de su vida. «Cristo» crucificado, el Señor exaltado, presente por el Espíritu, rey venidero; «Cristo», el que como Dios «se despojó a sí mismo» y como hombre «se humilló a sí mismo» hasta la muerte en la cruz, a quien Dios ha dado ahora el nombre sobre todo nombre (2:6-11); «Cristo», aquel por quien ha «perdido todo, y lo tengo por basura» para «ganarlo» y «conocerlo», tanto su poder de resurrección como la participación en sus sufrimientos (3:7-11); «Cristo», el nombre que resume para Pablo toda la gama de su nueva relación con Dios: devoción personal, compromiso, servicio, evangelio, ministerio, comunión, inspiración… todo.
Pero ¿qué sentido tiene tal descripción si no seguimos preguntándonos por la intención de Pablo, por lo que esperaba que hicieran los filipenses con tal afirmación? ¿Y qué significa además para nosotros, como herederos de su texto, quedarnos cortos ante este texto con nuestros propios dichos, que parecen estar tan lejos de este (por ejemplo, «para mí vivir es ser honrado por colegas y alumnos»)? Pero a menos que lo hagamos, a menos que nos encontremos con la espiritualidad de Pablo, ¿habremos emprendido realmente la tarea exegética definitiva? Porque estas palabras no son simplemente un aforismo autobiográfico; estas palabras pretenden llamar a los filipenses —y a nosotros— a la imitación de Pablo.
El apóstol lo deja bien claro en 4:9: «Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced». La verdadera espiritualidad, la vida en el Espíritu, es precisamente el objetivo de todo lo que Pablo les escribe; y aquí es precisamente donde encaja en su visión de las cosas el motivo de la «imitatio», que figura en gran medida en muchas de las cartas de Pablo y podría decirse que domina Filipenses de principio a fin. Se insta a sus lectores a imitarlo, a seguir su estilo de vida cruciforme, tal como se describe en su propio relato en 3:4-14, del mismo modo que su relato está estrechamente relacionado con la historia de Cristo en 2:5-11. El asunto en Filipos trata de la necesidad de tener la misma mentalidad respecto al evangelio y de vivir unos con otros con la humildad que antepone las necesidades y los intereses de los demás a los propios. Así pues, se les insta a tener la misma mentalidad que Cristo, que, como Dios, demostró su verdadero carácter al entregarse y tomar la forma de esclavo, y que, como hombre, se humilla a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Pero también, se les insta a imitar a Pablo, cuya propia historia encuentra su punto focal en «conocer a Cristo Jesús, mi Señor», lo que queda más claro al conocer simultáneamente el poder de su resurrección, ya que él también participa en el sufrimiento de Cristo, a fin de conformarse a la semejanza de Cristo en su muerte. Y los que viven de otro modo, continúa diciendo en 3:18-19, cuyas mentes están en las cosas presentes y terrenales, son, por lo tanto, enemigos de la cruz. Para escuchar bien esta carta, debemos estar dispuestos a imitar a Pablo en su estilo de vida cruciforme, ya que su propia vida fue una imitación de la entrega de Cristo por el bien de los demás, hasta el punto de morir en la cruz.
Y esto me lleva a mi última preocupación sobre la intención espiritual de este motivo en Filipenses. Pablo entendía la vida cristiana y el discipulado en contraste con nuestra propia espiritualidad, en la que nos contentamos con poner la Biblia en manos de la gente, pero no se nos ocurriría decirles que sigan nuestro ejemplo de seguir a Cristo. Parte de nuestra excusa para esto, por supuesto, es que tenemos una visión perfeccionista del mundo, que si nosotros mismos no somos perfectos, entonces nunca deberíamos sugerir que otros sigan nuestro ejemplo. Pero Pablo está dispuesto a decir que no ha llegado a la plenitud de su conocimiento de Cristo (3:12-14), pero en cualquier caso les instará a seguir su ejemplo. Yo sugeriría que no hemos entrado de lleno en la Espiritualidad de estos textos hasta que estemos dispuestos a seguir a Cristo tan plenamente que podamos decir a aquellos a quienes se nos ha encomendado enseñar que aquello debe marcar nuestras vidas, y las vidas de quienes caminan como nosotros, y seguir así nuestro ejemplo. No estamos hablando de ser perfectos, por supuesto, sino de tener una mentalidad como la de Cristo, de modo que a través del poder de su resurrección nuestras vidas sean vividas en conformidad con su muerte. Cuando tengamos esa mentalidad y nos comportemos de acuerdo con ella, y exhortemos a los demás a que nos sigan, entonces tendremos algo que decir a nuestro mundo roto y caído.
Insisto en que la buena exégesis y la verdadera espiritualidad deberían encontrarse precisamente en este punto de nuestra interpretación de Filipenses.
Por último, yo diría que si no avanzamos hacia este paso del proceso, es decir, si nuestra exégesis y espiritualidad no se unen de la mano en este punto, entonces me pregunto si lo que hacemos puede ser llamado adecuadamente exégesis bíblica. Dicho de otro modo, y en términos contemporáneos: puesto que creemos que la Escritura es la Palabra de Dios, con la que Dios se dirige a nosotros, eso significa que la Escritura es el sujeto y nosotros el objeto. Durante el proceso de exégesis invertimos momentáneamente estos roles, de modo que actuamos como sujeto con el texto como objeto. Yo diría que el proceso exegético no se completa hasta que volvemos a la postura adecuada de los objetos a los que se dirige el sujeto.
IV. UNA NOTA FINAL
Pero no está todo dicho. Supongamos por un momento que lo que he defendido en este ensayo es cierto, que la verdadera exégesis no ha tenido lugar hasta que hemos cerrado el círculo y entrado en la pretendida espiritualidad del texto. La siguiente pregunta obvia es: ¿cómo lo hacemos? ¿Qué hacemos como exégetas, como intérpretes de la Palabra, para realizar bien tanto la tarea histórica como la espiritual, para que se mezclen en nuestras vidas y no se consideren dos disciplinas separadas?
1. La clave hay que buscarla en la postura global de cada uno ante la Escritura, de principio a fin. Esto incluye varias cosas, pero al menos significa llegar al texto con la convicción absoluta de que es la Palabra de Dios; que aquí Dios habla y nosotros escuchamos. Por lo tanto, nuestra preocupación al acercarnos al texto es escuchar a Dios. Ninguna otra postura está exegéticamente en consonancia con el propio texto.
Tal postura incluye también la convicción de que el texto ha sido inspirado por el Espíritu Santo; pues solo con tal convicción cabe esperar que el mismo Espíritu Santo nos ayude en la doble tarea de ser buenos historiadores y buenos oyentes.
2. La segunda clave reside en nuestra preocupación por hacer una buena exégesis, por escuchar primero el texto en sus propios términos, no en los nuestros. Esto, por supuesto, se opone a una noción popular de Espiritualidad, que cree que el aprendizaje se interpone en el camino de escuchar el texto de una manera espiritual. Pero tal aproximación al texto malinterpreta el significado bíblico de Espiritualidad. Y muy a menudo tal aproximación al texto nos da sentimientos cálidos sobre el texto bíblico y sobre Dios, pero no siempre nos lleva a la obediencia o a ser encontrados por los propios propósitos de Dios al darnos el texto en primer lugar.
En contraste con esa opinión, insisto en que la verdadera Espiritualidad exige que hagamos nuestra exégesis tan cuidadosamente como nos lo permitan nuestras habilidades y oportunidades. Puesto que todo el que lee el texto también interpreta lo que lee, la cuestión no es si se hará exégesis o no (todo el mundo la hará y la hace), sino si se hará una buena exégesis o no.
La razón por la que debemos aprender a hacer una buena exégesis es precisamente porque nos apasiona escuchar y obedecer. Esto significa que también debemos ser apasionados para acertar con el significado del texto. No porque Dios esté esperando nuestra exégesis antes de poder hablar a la iglesia, sino porque si el texto va a llevarnos a una Espiritualidad genuinamente bíblica, debemos acertar con el texto para que nuestra Espiritualidad se conforme a la intención del texto.
3. Lo que me lleva, en tercer lugar, a sugerir que nuestra exégesis, por lo tanto, debe mantenerse en el contexto de la comunidad creyente. Debemos aprender a escuchar el texto juntos, a dejar que el experto en exégesis trabaje duro sobre el texto, pero insistiendo en que lo que ha aprendido en la privacidad de su estudio debe ser puesto a prueba en la comunidad de creyentes. Porque los verdaderos herederos de los filipenses, que fueron los primeros en recibir este texto, no son los eruditos que han objetivado el texto y lo han hecho suyo, sino la comunidad de creyentes que se ha comprometido a escuchar a Dios y a caminar por sus caminos.
4. Lo que me lleva finalmente al principio. Nuestra postura final ante el texto debe ser la misma con la que empezamos; pero ahora debe estar informada por una exégesis que haya completado el círculo. Y esa conclusión solo tiene lugar cuando nos levantamos y seguimos, cuando los que queremos ser «espirituales» reconocemos que la verdadera espiritualidad no es simplemente devoción interior, sino adoración que se manifiesta en obediencia y en el mismo tipo de semejanza a Dios que hemos visto en Cristo mismo.
Así pues, creo que la exégesis y la espiritualidad no son disciplinas separadas, sino una disciplina que nos exige simultáneamente ser buenos historiadores, es decir, buenos estudiosos de la Palabra, y buenos orantes.
1. Este ensayo fue la primera de cuatro conferencias pronunciadas como conferencias Ongman en el Örebro Theological Seminary, en Suecia, en diciembre de 1994, y reproducidas en forma ligeramente modificada como conferencias Huber Drumwright en el Southwestern Bapstist Theological Seminary en octubre de 1995. He mantenido deliberadamente el formato de las conferencias y he resistido la tentación de añadir notas a pie de página.
Reflexiones sobre la redacción de comentarios
Me consideraría la persona con menos probabilidades de haber escrito un comentario. Si bien esto refleja un cierto grado de inseguridad de mi parte (¿por qué iba a interesarle a alguien leer lo que yo haya escrito?), de manera significativa refleja una antigua preocupación por cómo debería ser un buen comentario… y no tanto si yo alguna vez podría escribirlo.
No solo he tenido que utilizar comentarios con regularidad (con gusto, pero a menudo con frustración), sino que, como profesor de seminario, se me pide con frecuencia que recomiende a otros los «mejores» comentarios (o comentaristas). A lo largo de los años, he llegado a algunas conclusiones provisionales sobre lo que creo que debe contener un buen comentario, y finalmente he reunido el valor suficiente (¿integridad?) para intentarlo por mí mismo (observando el dicho «los que viven en casas de cristal»). Está por verse si he conseguido satisfacer las necesidades de los demás, pero al menos puedo exponer lo que me motiva a participar en esta locura que alguien ha llamado «la menos creativa de todas las formas de arte académico».
En primer lugar, una objeción. De hecho, no considero que la mayoría de los comentarios sean malos, aunque su grado de utilidad a menudo viene dictado por los parámetros de una serie (y los comentarios independientes no suelen tener mucho éxito). Pero encontrar todas las características que busco en un solo comentario no es fácil. Me vienen a la mente cinco defectos: exponer lo obvio mientras se elude lo difícil; errar por el lado de la «exposición» sin prestar la debida atención a los detalles exegéticos (cuestiones textuales, lexicográficas, gramaticales); su opuesto, exponer el matiz de cada preposición o participio sin una exposición adecuada del texto; entablar un debate permanente con los eruditos sin hacerlo en una conversación adecuada con el autor bíblico; y exponer versículos en serie sin una discusión adecuada de los contextos históricos y literarios.
Cuando acepté la invitación de escribir el comentario sobre las «Epístolas Pastorales (EP)» en la serie Good News Commentary [Comentario de las buenas noticias] (Harper & Row, pero ahora revisado como New International Biblical Commentary, Hendrickson), sabía que las limitaciones de la serie supondrían una exposición sin espacio suficiente ni para discutir puntos a detalle ni para interactuar adecuadamente con la erudición. Como dijo un amigo: «Me gustaron tus conclusiones, pero me habría ayudado ver cómo llegaste a ellas». No obstante, hay un lugar para este tipo de comentario, especialmente para el laico inquieto (siempre con la esperanza, por supuesto, de que los pastores puedan encontrar la exposición útil para sus propósitos).
Por otra parte, la oferta (que en este caso inicié yo) de reubicar el comentario de Grosheide sobre 1 Corintios, considerablemente anticuado, en la serie NICNT (New International Commentary of New Testament) me dio la oportunidad que estaba buscando. Tuve la suerte de que tanto el editor de la serie (F. F. Bruce) como el corrector de Eerdmans (Milton Essenburg) se mostraran condescendientes con algunas ligeras modificaciones del formato de la serie, de modo que pude satisfacer la mayoría de mis intereses personales. Además, entre la redacción del comentario EP y el de 1 Corintios, experimenté el salto cuántico personal definitivo de aprender a usar un procesador de textos. El comentario de EP fue escrito a mano y pasó por cuatro fases completas de mecanografía, además de galeradas y pruebas de imprenta; 1 Corintios se entregó en papel (1800 páginas mecanografiadas) y en disco, y pasó directamente de la corrección de estilo a las pruebas de imprenta.
Al principio estuve mucho tiempo intentando decidir qué traducción utilizar como base para los comentarios. La política editorial para los volúmenes de reposición me permitía abandonar la ASV (American Standar Version) de los primeros volúmenes y crear la mía propia o utilizar cualquier otra disponible. Hacía tiempo que había decidido no crear la mía propia, ya que pensaba que el lector debía tener la ventaja de una Biblia en común con otras. Mi elección se redujo a la RSV (Revised Standar Version), la NASB (New American Standard Bible) y la NIV (New International Version) / NVI (Nueva Versión Internacional). En cierto modo, la simple falta de rigidez de la NASB