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Una belleza frágil domó a la fiera que él llevaba dentro… El implacable Raffaele Petri necesitaba a Lily, una solitaria investigadora, para poder llevar a cabo sus planes de venganza, pero ella era una mujer combativa y demasiado intrigante. Lily, cuyo rostro había quedado marcado por una cicatriz cuando era adolescente, había decidido esconderse de las miradas crueles y curiosas, por lo que trabajar para un hombre tan impresionante físicamente hacía que sus propias imperfecciones físicas fuesen todavía más difíciles de llevar. Hasta que los besos de Raffaele despertaron a la mujer que tenía dentro. ¿Estaba él dispuesto a arriesgar su venganza por el amor de Lily?
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Seitenzahl: 163
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2016 Annie West
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Frágil belleza, n.º 2497 - septiembre 2016
Título original: The Flaw in Raffaele’s Revenge
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8767-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
RAFFAELE Petri se guardó la tarjeta de crédito y salió del restaurante que estaba a orillas del mar. Ignoró las miradas y le dio las gracias al camarero. El servicio había sido excelente, se había ganado la propina.
Él seguía acordándose de lo que era depender de la bondad de los extranjeros con dinero.
Se detuvo mientras sus ojos se acostumbraban a la luz del sol, que se reflejaba en el mar que golpeaba los yates blancos. El aire olía a sal y él respiró hondo y disfrutó de la sensación después de haber tenido que soportar el penetrante perfume de las mujeres que habían intentado llamar su atención desde la mesa de al lado.
La costa de Marmaris era todo un ostentoso despliegue de riqueza, el lugar adecuado para invertir, si sus investigaciones eran correctas, y siempre lo eran. Aquel viaje a Turquía sería productivo y…
Una risotada lo hizo detenerse. El sonido ronco, peculiar, le causó un escalofrío.
Se le aceleró la respiración. Volvió a oír la risa y miró hacia un yate muy grande. La luz del sol se reflejaba en el pelo castaño del hombre que había en la cubierta más alta, que gritaba a dos mujeres que caminaban por el paseo.
Raffaele sintió que se movía el suelo bajo sus pies. Apretó los puños y observó al hombre que levantaba una copa de champán y decía a las mujeres:
–Subid, el champán está frío.
Raffaele conocía aquella voz.
La reconocía a pesar de que habían pasado veintiún años.
El tono petulante y la risa ronca habían aparecido en sus pesadillas desde que tenía doce años.
Había perdido la esperanza de encontrarlo. No había sabido el nombre de aquel tipo baboso y malo que había desaparecido de Génova más rápido de lo que las ratas salían de un barco hundido. Nadie le había hecho caso al niño delgado de doce años que habían insistido en que un extranjero con el pelo castaño había asesinado a Gabriella.
Gabriella…
Se sintió furioso, tanto, que le sorprendió a sí mismo.
Llevaba toda la vida perfeccionando el arte de no sentir nada por nadie, de no confiar, desde lo de Gabriella, pero en esos momentos… Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para seguir inmóvil, observando la escena.
Grabó en su mente el rostro del hombre, que se había vuelto rechoncho con la edad, el nombre del yate y el hecho de que sus empleados, que iban vestidos con pantalones cortos y camisas blancas, hablaban inglés como si fuese su idioma nativo. Uno de ellos se ofreció a ayudar a subir a las mujeres a bordo.
Raffaele se dijo que no eran mujeres todavía, sino más bien adolescentes. Las dos eran rubias y una de ellas iba maquillada para intentar aparentar diez años más. Raffa era un experto en maquillaje, y en mujeres.
Los gustos de aquel inglés no habían cambiado. Todavía le gustaban jóvenes y rubias.
Sintió náuseas y el deseo de subir al yate y hacer justicia por Gabriella. No tenía la menor duda de que era el mismo hombre.
Pero ya no era un niño impulsivo, dolido.
En esos momentos podía hacer mucho más que moler a puñetazos a un hombre.
Siguió andando y esbozó aquella sonrisa que tanto gustaba a la cámara y a millones de mujeres de todo el mundo, pero no apartó la mirada del hombre de mediana edad.
–Lucy… –dijo la chica más alta de las dos–. Rápido, mira. Se parece a… No puede ser, ¿o sí?
Las dos chicas lo miraron y dieron gritos de emoción.
Raffa estaba acostumbrado a las fans, pero en vez de limitarse a asentir y seguir andando, sonrió todavía más.
La chica más alta se dirigió a él mientras tiraba de su amiga, olvidándose del yate y de su dueño.
–Te pareces mucho a Raffaele Petri, supongo que te lo dirán a menudo –comentó casi sin aliento.
Raffa pensó que era muy joven, demasiado joven para subir al yate, incluso demasiado joven para él, aunque la diferencia era que con él habría estado a salvo.
–Es que soy Raffaele Petri.
Las dos chicas dejaron escapar un grito ahogado y la de menor estatura puso cara de que se iba a desmayar.
–¿Estás bien?
La chica asintió y su amiga sacó el teléfono.
–¿Puedo?
–Por supuesto –respondió él, que estaba acostumbrado a que le hiciesen fotografías–. Iba a tomarme un café, ¿os apetece acompañarme?
Las alejó de la orilla y las chicas se fueron tan contentas que ni siquiera oyeron al hombre que seguía gritándoles desde el yate. Aquella tarde se había quedado sin diversión.
«Y pronto se quedará sin todo lo demás», pensó Raffa, sonriendo de verdad.
DEJA de burlarte de mí, Pete –dijo Lily, hablando por teléfono–. Ha sido un día muy largo. Tú te acabas de levantar en Nueva York, pero en Australia ya es hora de irse a la cama.
Miró hacia la ventana y vio el reflejo de su despacho en el cristal. Su casa estaba demasiado lejos de la ciudad para ver las luces y las estrellas no aparecerían hasta que no apagase la lámpara. Se frotó el cuello, que tenía muy tenso. Había sido muy duro entregar el proyecto a tiempo y cumpliendo sus propias exigencias.
–Hablo en serio –respondió Pete, que parecía emocionado–. El jefe te quiere aquí.
Lily se puso recta en el sillón, se le aceleró el corazón.
–¿De verdad?
–Sí. Y el jefe siempre consigue lo que quiere, ya lo sabes.
–Sí, pero Raffaele Petri no es mi jefe.
Hasta pronunciar su nombre le resultaba extraño. ¿Qué tenía ella, Lily Nolan, que vivía en una vieja granja a una hora de Sídney, en común con Raffaele Petri?
–Ni siquiera sabe que existo –añadió.
–Por supuesto que sabe que existes. ¿Por qué piensas que te mandamos tanto trabajo? Se quedó impresionado con tu informe sobre la operación de Tahití y a partir de entonces pidió que los hicieses tú todos.
Aquello la sorprendió. Lily jamás había imaginado que el propio Petri leyese sus informes.
–Eso es fantástico, Pete, no sabes lo mucho que me gusta oírlo.
A pesar de su reciente éxito, la cuantía del crédito que había pedido para comprar aquella casa y ampliar su negocio todavía le quitaba el sueño por las noches, pero después de años sintiéndose como una extraña en todas partes, había decidido establecerse en un lugar y se sentía orgullosa de ello. Aunque hubiese tenido que irse a vivir a otro continente. Había necesitado hacer aquello para enderezar su vida.
Se relajó, si el señor Petri en persona había hablado de su trabajo…
–Estupendo, te mando ahora mismo el contrato. Va a ser estupendo poder ponerte rostro por fin.
–Espera un momento –dijo Lily, poniéndose en pie–. Solo quería decir que me alegro de que se valore lo que hago, nada más.
–¿No quieres aceptar la oferta del jefe de trabajar aquí? –preguntó Pete sorprendido.
–No.
La idea de vivir en una gran ciudad, rodeada de gente, le ponía la piel de gallina.
–No me puedo creer que no quieras trabajar para Raffaele Petri.
Lily se pasó los dedos por el pelo largo, lo apartó de su rostro.
–Ya trabajo para él, pero soy mi propia jefa. ¿Por qué iba a querer cambiar eso?
La independencia y la posibilidad de controlar su vida lo eran todo para Lily. Tal vez porque su mundo había cambiado de manera irrevocable a causa de un acontecimiento que la había despojado de tanto.
Un momento de silencio le hizo saber lo extraña que parecía su actitud.
–Veamos. Para empezar, porque si trabajas para él, después podrás conseguir cualquier otro trabajo. Y además está el sueldo. Lee el contrato antes de rechazarlo, Lily. Es posible que no vuelvas a tener otra oportunidad como esta.
–Gracias por el interés, Pete, te lo agradezco mucho, pero no va a ser posible –repitió Lily, volviendo a pasarse la mano por el pelo.
Por un instante, se preguntó qué oportunidades habría podido aprovechar si su vida hubiese sido diferente. Si ella hubiese sido diferente.
Bajó la mano, asqueada consigo misma. No podía cambiar el pasado. Todo lo que quería, todo a lo que aspiraba estaba al alcance de su mano. Solo tenía que centrarse en sus metas. Éxito, seguridad, autonomía. Eso era lo que quería.
–Al menos, piénsalo, Lily.
–Lo he hecho, Pete, pero la respuesta es no. Soy feliz aquí.
Al principio pensó que era el coro de pájaros que la despertaban al amanecer, pero se dio cuenta de que el sonido era demasiado monótono y persistente. Abrió los ojos y vio que todavía era de noche.
–¿Dígame? –preguntó, sentándose en la cama.
–¿Lily Nolan?
El pulso se le aceleró al oír la voz de hombre con acento extranjero.
Miró el reloj que tenía en la mesita y se dio cuenta de que todavía no era medianoche. Solo llevaba media hora durmiendo.
–¿Quién es?
–Raffaele Petri.
Como estaba medio dormida, la voz le resultó muy seductora. Lily frunció el ceño y se cerró el cuello del pijama. A ella las voces masculinas nunca la afectaban así, aunque tenía que reconocer que había pocas voces como aquella.
–¿Sigue ahí?
–Por supuesto, es que me acabo de despertar.
–Mi dispiace.
Lo siento. Su voz no decía lo mismo, su voz…
Lily sacudió la cabeza. Si era Raffaele Petri, la llamaba por trabajo, así que no podía distraerse con cómo sonaba su voz.
–Signor Petri –le dijo–. ¿Qué puedo hacer por usted?
–Firmar el contrato y venir aquí subito.
Lily se controló para no responder, al único lugar al que iba a ir subito era a dormir otra vez.
–Eso es imposible.
–Tonterías. Es la única decisión sensata.
Lily respiró hondo e intentó calmarse. Estaba hablando con su cliente más importante.
–¿Me ha oído?
–Sí.
–Bien, cuando haya organizado el vuelo, dele los detalles a mi asistente. Él le enviará a alguien al aeropuerto.
Así debían de haber hablado los príncipes en el Renacimiento italiano, como si hiciesen la ley con sus palabras. Se imaginó cómo sería tener tanta seguridad en sí misma.
–Gracias, pero no voy a ponerme en contacto con Pete –le respondió, aclarándose la garganta–. Su oferta me halaga, signor Petri, pero prefiero seguir siendo mi propia jefa.
–¿Me está rechazando?
La suavidad de su voz le erizó el vello de la nuca.
Se preguntó si sería la primera en negarle algo a Raffaele Petri y supo que se estaba adentrando en terreno pantanoso.
Estaba considerado como el hombre más guapo del mundo, con su cabello rubio y su rostro perfecto, y había hecho de su estilo informal, pero cuidado, un estilo que hombres de todo el mundo ansiaban copiar. No era de sorprender que todas las mujeres que hubiese conocido en su vida le hubiesen dicho que sí.
Pero no solo era guapo. Había dejado de modelar para demostrar que también podía tener éxito en los negocios. Era rico y poderoso, y estaba acostumbrado a salirse siempre con la suya.
–Me siento muy halagada…
–¿Pero?
–Por desgracia, no puedo aceptar.
Se hizo el silencio. Lily se preguntó si habría quemado todos los puentes. Sintió miedo. Necesitaba el trabajo.
–¿Qué tendría que cambiar para que estuviese en posición de aceptar?
–¿Le importa que le pregunte yo por qué me quiere a mí? Me habían dicho que estaba satisfecho con mi trabajo.
–Si no estuviese contento con su trabajo, no le estaría ofreciendo un puesto, señorita Nolan –replicó él–. Quiero que esté aquí y que forme parte de mi equipo porque es la mejor en lo que hace. Ni más ni menos.
Ella sintió calor, se sintió abrumada.
–Gracias, signor Petri. Se lo agradezco mucho. Y quiero que sepa que seguiré dándole el mejor servicio posible –añadió.
–No es suficiente.
–¿Perdone?
–Estoy empezando con un proyecto muy importante. Necesito tener a mi equipo a mano y dispuesto a respetar la mayor confidencialidad posible.
Lily se puso tensa.
–Espero que no esté insinuando que yo soy un riesgo para su seguridad. Todos los contratos que firmo tienen cláusula de confidencialidad y siempre salvaguardo mi trabajo y a mis clientes.
Nunca compartía detalles de su trabajo sin permiso.
Pero sabía que Raffaele Petri era como un tiburón a la hora de oler a sangre antes que sus competidores. Cada vez que Lily investigaba una empresa para él descubría vulnerabilidades y problemas. Era la magia que tenía aquel hombre, que convertía aquellos negocios en un éxito rotundo en la industria del ocio, ya fuese un lujoso complejo turístico en Tahití o un puerto deportivo en Turquía.
–Si dudase de su capacidad para guardar secretos, no la contrataría.
Lily dejó escapar el aire que había contenido en los pulmones.
–Pero no puedo correr ningún riesgo –continuó él–. Este tiene que ser el mejor equipo. Y tiene que estar en Nueva York. La necesito aquí.
Lily se sintió orgullosa. Era la primera vez que alguien la necesitaba. Nunca había destacado, ni por su aspecto, ni por las notas, ni en el deporte, siempre había sido mediocre, siempre había estado en la sombra hasta que…
Sacudió la cabeza, le fastidiaba volver a sentir aquella necesidad. Era algo que le había quedado de sus años de adolescencia, cuando había sentido que nadie la quería, que era una carga para su familia, y una preocupación. Y una vergüenza para sus amigos, un recuerdo constante de un desastre que preferían olvidar. Había odiado sentir que la incluían por obligación, no porque quisieran tenerla cerca.
Las palabras de Raffaele le hicieron desear aceptar, decirle que estaría en Nueva York al día siguiente.
Se imaginó explorando la Gran Manzana, se imaginó…
Tragó saliva. No era posible. No podía enfrentarse a las miradas de todas esas personas desconocidas, que la mirarían con fascinación o girarían la cabeza bruscamente. No quería volver a pasar por aquello.
–Estoy acostumbrada a trabajar con su personal a distancia. Estoy segura…
–Este proyecto no va a funcionar así, señorita Nolan –insistió él–. No voy a tolerar ningún fracaso.
Lily abrió la boca para decir que si aquel proyecto fracasaba, no sería por su culpa.
–¿Sí, señorita Nolan? ¿Qué decía?
–Siento no poder complacerlo en esta ocasión, signor Petri.
–Doblaré su salario. Y la bonificación de final de proyecto.
Aquello la sorprendió. La curiosidad la había llevado a leer el contrato y el sueldo ya la había impactado. Era más de lo que había ganado en los dos últimos años. Conseguir el salario de cuatro años enteros de golpe la tentó. Aquello solucionaría sus preocupaciones financieras…
–¿He conseguido que cambie de opinión, señorita Nolan?
Una parte de ella quería vivir la aventura, viajar, emocionarse, pero había tenido que apartar todos aquellos sueños cuando su vida había dado un vuelco con catorce años. Le habían quitado a su mejor amiga, la juventud, una vida «normal». Se había perdido muchas cosas que otras personas daban por hechas, como coquetear con chicos y salir con ellos.
Sacudió la cabeza y maldijo a aquel hombre por despertar en ella anhelos que llevaban años enterrados.
Le encantaba su casa y estaba orgullosa de haber podido comprarla, pero, además, necesitaba la seguridad y la paz que esta le aportaba.
–No, signor Petri, no he aceptado, solo me he sorprendido con su propuesta.
–Interesante, señorita Nolan. Cualquier otra persona habría aceptado esta oportunidad. ¿Por qué usted no? ¿Por su familia? ¿Tiene marido e hijos?
–¡No! No… –se interrumpió, no quería compartir nada de su vida privada con aquel hombre.
–¿No tiene familia? Ya decía yo que me parecía demasiado joven para tenerla.
Lily arqueó las cejas. Tenía veintiocho años, no era tan joven. Se preguntó si Raffaele Petri estaría intentando jugar con ella.
–Supongo que la edad se vuelve importante cuando uno llega… a la madurez.
Al otro lado de la línea resoplaron con impaciencia, ¿o fue tal vez una risa apagada?
Lily no estaba segura. Supo que no tenía que haber hecho referencia a la edad de Raffaele, que tenía cinco años más que ella, pero Lily se negaba a dejarse pinchar.
–Por suerte, todavía no estoy en la tercera edad, señorita Nolan.
«Ni mucho menos», pensó ella, que veía con frecuencia fotos suyas en elegantes actos, siempre rodeado de mujeres sofisticadas, pero nunca la misma.
–Entonces, si no es la familia lo que la ata, supongo que será un amante –añadió con voz sensual.
–Mi vida privada no es asunto suyo, signor Petri.
–Sí que lo es si se interpone entre lo que quiero y yo.
–En ese caso, ya es hora de que se dé cuenta de que uno no siempre consigue lo que quiere –le dijo–. Yo decido cuándo y a quién le presto mis servicios.
Lily se pasó la mano por el rostro, dándose cuenta de que aquello iba de mal en peor. Estaba enfadada y nerviosa y necesitaba tranquilizarse, por mucho que la provocasen.
–Supongo que no le hablará a todos sus clientes con voz tan sensual –respondió él en tono meloso–. Podrían hacerse una idea equivocada de los servicios que presta.
A Lily casi se le cayó el teléfono de la mano.
Era la primera vez que un hombre le decía que era sensual.
«Está jugando contigo, buscando tus puntos débiles», se dijo. Eso la tranquilizó.
–Hay motivos por los que no puedo ir a Nueva York a trabajar, signor Petri, pero…
–Deme tres.
–¿Perdone?
–Quiero saber por qué está rechazando mi oferta. Deme tres razones.
–Para empezar, no tengo pasaporte –respondió Lily sin pensarlo.
–Ya tenemos uno. ¿Qué más?
–No puedo permitirme el lujo de alquilar un apartamento en Nueva York.
–¿Ni siquiera con la bonificación que le ofrezco?
–Tengo otros compromisos aquí y todo el dinero que gano es para saldarlos.
–¿Y el tercer motivo?
¿Que no podía soportar la idea de trabajar en un despacho con más gente? ¿Que no podía pasar por todo aquello otra vez?
¿Que prefería la soledad? Tenía una buena vida y un buen plan de negocio y ningún magnate mandón se los iba a estropear.
–No responde, señorita Nolan, lo que me hace pensar que es el motivo más importante. O que no tiene ninguno.
Ella hizo un esfuerzo por no responder.
–¿Es un amante lo que la retiene?
–No tiene ningún derecho a interrogarme así.
–Tengo derecho porque se está interponiendo en mi proyecto más importante.
A pesar de la arrogancia de aquel hombre, Lily no pudo evitar sentir curiosidad.
Iba a contestarle que no otra vez, cuando habló él.
–¿Quiere mi consejo? Déjelo y búsquese otro que no le estropee una oportunidad tan maravillosa. Tiene mucho talento, no permita que nadie la frene.
–No sabía que fuese un experto en relaciones sentimentales, signor Petri. Tenía entendido que las novias le duraban muy poco.