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Eva Heyman es para la ciudad de Oradea, lo que Ana Frank es para Ámsterdam y el mundo. Dos adolescentes judías, cada una de las cuales escriben y mantienen un diario, mientras que el mundo estaba cambiando a raíz de la ocupación nazi. Ambas murieron en un campo de concentración, Eva en Auschwitz y Ana en Bergen-Belsen. Pero los dos diarios son muy diferentes. El diario de Eva es corto pero muy intenso. No vivió escondida como Ana. Vivió el día a día de la ciudad y la deshumanización que poco a poco va sufriendo su familia y ella misma. Un proceso lento hacia el infierno. Sin embargo, Ana Frank es mundialmente conocida y la historia de Eva se presenta ahora por primera vez en español, con una franqueza y emotividad que llegarán a todos los lectores. "Cómo tantos adolescentes, Eva Heyman empezó a escribir su dietario secreto y personal el día de su aniversario. Hacía trece años. Era el 13 de febrero de 1944, en Oradea, Hungría. Dejó de escribir cuatro meses después, el 30 de mayo de 1944. Es realmente muy poco tiempo. Pero estos pocos meses nos presentan de manera concentrada todo el dramatismo, el recorrido que millones de personas hicieron en aquellos mismos años en toda Europa. El recorrido que va entre una vida aparentemente normal, festiva, un aniversario, unos regalos, una familia, unas esperanzas, unos sueños, los primeros enamoramientos, y las puertas mismas del infierno. Eva deja de escribir en el preciso momento en el que la vienen a buscar en un camino que pasará por su deportación en Polonia el 3 de junio, la llegada a Auschwitz el 6 de junio y la muerte en el campo, después de ser seleccionada por Mengele, el 17 de octubre del mismo año." "Hay libros que nos cambian; hay que dejarse transformar por ellos. No se es la misma persona tras leer el "pequeño diario" de Eva. Leyéndolo tiene una la sensación de devolverle la vida a Eva y, en cierto modo, es así." ELVIRA LINDO
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Título original en húngaro:
ZSOLT ÁGNES. A TIZENHÁROM ÉVES ÉVA HARCOLT AZ ÉLETÉÉRT A HARMADIK BIRODALOM HÓHÉRAIVAL, DE A NÉMET VADÁLLAT LEGYŐZTE ÉVÁT
© 1949 by Zsolt Ágnes and XXI. Század Kiadó Kft
© De la traducción: Mihály Dés
Corrección: Marta Beltrán Bahón
© Del prólogo: Elvira Lindo
Dibujos: Tino Carosia
Diseño de cubierta: Edgardo Carosia
Primera edición: mayo de 2016, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano:
© Nuevos Emprendimientos Editoriales S.L.
C/ Aribau, 168-170, 1.º 1.ª
08036 Barcelona (España)
e-mail: [email protected]
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Maquetación: Editor Service, S.L.
Diagonal, 299 ent. 1ª – 08013 Barcelona
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Con el agradecimiento de:
ISBN: 978-84-943530-3-1
Queda prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio de impresión, en forma
idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.
Ned Ediciones – www.nedediciones.com
Índice
Prólogo
He vivido tan poco. Diario de Eva Heyman
Prólogo a la primera edición del diario de Eva
Epílogo
Prólogo
Leo una vez y otra y otra más el diario de la niña Eva Heyman. Asombrada en primer lugar por su prosa, tan precisa y madura para una criatura de trece años. Me quedo sin habla en una primera lectura. En estas páginas está contenido el Holocausto. Si nombrar una por una a las víctimas de la ignominia es una manera de entender qué significado tiene una cifra, seis millones de muertos, el nombre de Eva da voz a todos aquellos niños que fueron desposeídos de la vida sin que su inocencia provocara piedad alguna. En el Monumento a los Niños del Museo del Holocausto de Jerusalén queda el visitante sobrecogido por las imágenes proyectadas de miles de rostros infantiles, pero aún más impresiona escuchar de fondo, como en un susurro, sus nombres, sus nombres completos, uno a uno, certificando el hecho de que cada niño que mataron fue una pérdida insustituible para la humanidad. Entre esos nombres está el de Eva, la pequeña húngara de la ciudad de Oradea, que emprendió la escritura de un diario, como tenían por costumbre tantas niñas aplicadas, el 13 de febrero del 1944, y lo dejó cuatro meses más tarde, ya internada en el gueto de su ciudad, poniéndolo a salvo a última hora, como si intuyera la importancia de su testimonio, en manos de la que había sido cocinera de la casa de sus abuelos.
Los diarios se escriben en presente. Eva es la hija única de una pareja que, tras divorciarse, deja a la niña en manos de los abuelos maternos, unos judíos acomodados, seculares, patriotas húngaros, que crían a la nieta en el confort provinciano de un país al que creían pertenecer por formar parte esencial del sector de la población más activo económicamente. Pero Eva, aun disfrutando la confortabilidad de una vida sin sobresaltos, sueña con seguir los pasos de su madre, Ágnes Zsolt, que en el diario es nombrada por la cría no como mamá sino como Ági, reflejo sin duda de una relación que no parece enteramente materno-filial, más bien de niña fascinada por una mujer que contiene todo lo que ella desea para la edad adulta: cosmopolitismo, aventuras, belleza. Eva admira a su madre, pero también la siente lejana, entregada más al amor de su nuevo marido, el escritor Béla Zsolt, que al papel que debería haber asumido. Pero es gracias a esta infancia peculiar por la que surge la voz que nosotros escuchamos, la voz inteligente, de observaciones perspicaces, que en ocasiones se diría que está anticipando su desgracia.
Eva cumple trece años, y saluda a su querido diario como si fuera su amigo más íntimo, como esas niñas que suplen la soledad con una amiga invisible. Es una estudiante de notas brillantes, que compatibiliza en su relato la inocencia propia de la edad con la gran educación que recibían los niños de familia judía burguesa en aquel mundo que el nazismo en gran parte enterró. Eva escucha a sus mayores hablar de política. Está rodeada de personas que leen los periódicos, que atienden a las noticias de la radio con ansiedady que incluso escriben, como su padrastro, escritor reconocido yperiodista perseguido no sólo por su condición de judío sino por sus ideas socialistas. Eva tiene muy clara la amenaza alemana, sabe quién es Hitler y lo define con crudeza, seguramente con las mismas palabras que le oye a su temperamental madre. Hoy en día, esa precocidad en el juicio puede parecernos extraordinaria, pero no lo es si indagamos en qué lugar situabanla cultura las familias judías. La pequeña diarista, rodeada deadultos que opinan con bastante criterio sobre el curso de la guerra, escucha y traduce lo que oye en sus propias palabras: trata de comprender la diferencia entre socialismo y comunismo, espera anhelante la victoria de los aliados y no concibe que su existencia sea arrancada de esa casa desde la que ella contempla las peripecias, a veces remotas e inquietantes, de sus progenitores.
Si los alemanes no hubieran invadido Hungría, si ese penúltimo año de la guerra no hubiera existido, este diario hubiera sido también un gran testimonio de los miedos que, desde la lejanía, vivía una niña consciente de su condición judía y de la amenazanazi. Pero ese lógico temor hubiera sido compensado con elmismo devenir de la vida cotidiana, que en los niños se impone en el momento en que olvidan con los juegos las preocupaciones de los adultos. El diario de Eva hubiera sido de cualquier manera interesante, por tratarse del testimonio de una cría que, a punto de convertirse en adolescente, atiende a las conversaciones de sus mayores y se deja contagiar por la angustia y la rabia que ellos sienten hacia el dictador ante el que Europa se ha ido poco a poco rindiendo; pero estas inocentes diatribas políticas perderían peso ante la felicidad del disfrute de los paseos en su querida bicicleta, de las meriendas entre amigas, de su enamoramiento del chico Pista Vadas, de su proyecto de ser fotógrafa, independiente y viajera como la madre.
Pero lo que debía haber sido se fue torciendo en los últimos meses del penúltimo año de la guerra, cuando los alemanes invadieron la ciudad provinciana. Nuestra heroína anota concienzudamente las restricciones a las que son sometidos los suyos en cuatro meses. Cuatro meses en los que está comprimido todo lo que venían sufriendo los judíos en Alemania desde que Hitler tomó el poder. Se trata de un sufrimiento diabólicamente condensado, sin tregua, que se hace patente en cada entrada del diario: los derechos ciudadanos usurpados, los bienes arrebatados, la dignidad pisoteada. Si en un primer lugar, a Eva se le prohíbe montar en bicicleta; días más tarde, dos policías se personan en su casa para arrebatársela. Es en ese momento cuando ella comprende que, para sus enemigos, su condición de niña no despierta piedad alguna. Por encima de la vulnerabilidad o de la edad se impone el hecho de su pertenencia a la comunidad judía.
En la tercera lectura del diario comienzan a asaltarme preguntas: ¿Por qué no se ha publicado antes en nuestro país? La primera traducción del húngaro al inglés data de los años 1960 pero, sea como fuere, sorprende que este libro no ocupe un lugar más preeminente en la literatura testimonial del Holocausto. Sería objeto de estudio averiguar por qué un volumen que nos narra en primera persona una experiencia tan intensa no ha logrado un reconocimiento ajustado a su importancia, como así ocurrió conel diario de Ana Frank. ¿Interviene en la escasa presencia de laniña Eva Heyman la manera en que cada país ha gestionado su responsabilidad en la matanza de judíos?
Este tesoro vio la luz gracias al amor que Mariska Szabó, empleada de los abuelos de Eva, sentía por la niña. Mariska, católica, tuvo acceso al gueto de Oradea desde el que los judíos fueron distribuidos a distintos campos de concentración. Eva lo puso en manos de su querida Mariska días antes de que la deportaran. La niña y sus abuelos perdieron la vida meses después en Auschwitz. La madre, Ági, y el padrastro, Béla, consiguieron salvarla. Un superviviente del campo contó a la madre cómo fue el sangriento Mengele en persona el que empujó a la niña al camión donde habían de ser conducidos a la cámara de gas.
Ági, liberada de Bergen-Belsen, buscaría a su hija con desesperación hasta que tuvo la certeza de que había muerto. Volvió a Oradea entonces y Mariska le entregó el diario. La única misión que dio sentido a la vida de Ági a partir de ese momento fue publicarlo. Una vez que lo consiguió, se quitó la vida. Cuando se ha presenciado la maldad sistemática y colectiva resulta casi imposible volver a confiar en el ser humano.NOhay manera de ofrecerle algo de sosiego o consuelo al alma. Al sentimiento de culpabilidad que de manera frecuente perseguía a los supervivientes del Holocausto por el mero hecho de no haber muerto, se unía, en el caso de Ágnes, el tormento de una madre algo bohemia que antepuso su vida a la crianza de la niña. Pero ¿quién podía imaginar que en los meses finales de la guerra, cuando los alemanes la daban por perdida, una buena parte de las energías del ejército alemán estaría destinada a la solución final para los judíos? ¿Quién piensa que va a sobrevivir a una hija?
Hay libros que nos cambian; hay que dejarse transformar por ellos. No se es la misma persona tras leer el «pequeño diario» de Eva. Una acaba estas páginas y quisieran emprender una peregrinación hasta Oradea: Visitar la casa de los abuelos, el barrio que la niña recorría en su bicicleta, ir andando al colegio en el que estudiaba, imaginar los días de diario de aquellos niños cuando aún podían disfrutar de una infancia normal; caminar luego por esas calles en que una mañana, a bordo de un camión, junto a su familia, Eva fue trasladada al gueto. La vida, cuenta la niña, parecía insoportablemente normal aquel día. Los no judíos se afanaban en sus tareas diarias sin preguntarse o sin querer ver donde llevaban a toda esa gente que hasta hace cuatro meses habían sido vecinos con los que habían tenido trato y compartido negocios. Quisiera respirar en el sitio donde el ejército estableció el gueto, la última morada antes del campo donde Eva, sus abuelos, Ági, Béla, todas las familias judías que habían hecho próspera esta ciudad se hacinaban en espera de un destino fatal. Muchas pudieron ser las vejaciones pero ni la dignidad ni la esperanza pueden ser arrebatadas. Las últimas palabras de la niña, antes de emprender el camino a Polonia, lo atestiguan: «Aguantaría en un sótano o en un desván o en cualquier agujero hasta el fin de la guerra, y permitiría incluso que aquel guardia civil bizco que nos quitó la harina me besara, ¡con tal de que no me maten, con tal que me dejen vivir!».
Hay hoy una pequeña estatua en Oradea que reproduce la foto más conocida de una Eva de doce años, pero yo quisiera caminar por todos aquellos lugares que ella solía frecuentar antes de que los nazis y sus vergonzosos cómplices le robaran su infancia. Tratar de mirar el paisaje de Heyman con los ojos de esta criatura candorosa que quería ser fotógrafa y dedicar su vida a plasmar una crónica visual del mundo. El nazismo sólo le permitió dejar anotados cuatro meses de su vida interior. Cuatro meses resumidos en unas páginas que se convierten, desde el momento en que las leemos, en una valiosa e insustituible mirada de los últimos tiempos del horror. Todo vuelve a nosotros en presente y, aunque sepamos el final que su autora ya no pudo escribir, experimentamos angustia según avanzamos en la lectura, como si algo pudiera seguir siendo evitable. Ése es el milagro de este diario, escrito por una niña dotada para la narración, que nos sitúa admirablemente en aquellos días en los que sucedió todo. Leyéndolo tiene una la sensación de devolverle la vida y, en cierto modo, es así.
Elvira Lindo
He vivido tan poco. Diario de Eva Heyman
13 de febrero de 1944
Hoy cumplo trece años. Nací un viernes 13, día de la mala suerte. Ági es muy supersticiosa, pero le da vergüenza confesarlo. Éste es mi primer cumpleaños en el que Ági no está conmigo. Ya sé que van a operarla, pero aun así hubiera podido bajar. También en Várad hay buenos médicos. Es mi decimotercer cumpleaños y no ha venido. Ella está feliz ahora porque el tío Béla ha salido de la cárcel. Ági quiere mucho al tío Béla, y yo también lo quiero. La abuela dice que Ági no quiere tanto a nadie, ni siquiera a mí; pero yo no lo creo. Es posible que cuando era pequeñano me quisiera, pero ahora sí, sobre todo desde que le prometí que de mayor seré fotógrafa de prensa y me casaré con un ario inglés. Según el abuelo, para cuando me toque casarme ya no importará si mi marido es ario o judío e, incluso, él cree que para entonces la misma palabra «ario» estará en desuso. Yo no creo que esto ocurra porque siempre habrá arios y siempre les irá mejor. Incluso si para entonces ya no se llevan a los judíos a Ucrania para hacer trabajos forzados —como hicieron con el tío Béla y los judíos más ricos de Várad— y ya no hay una «ley judía». Según Ági, después de la guerra no la habrá, pero porque ella siempre decía que los alemanes van a perder la guerra. Ya lo dijo aquel verano, hace dos años, cuando se llevaron al tío Béla a Ucrania. Creo que nunca olvidaré aquel día.
Acabo de darme cuenta de que ya me han pasado muchísimas cosas que recordar cuando sea mayor, incluso cuando sea vieja. Mi pequeño diario, ya habías nacido cuando al tío Béla se lo llevaron a Ucrania, pero como yo todavía era una niña no te lo anoté con detalle. Pero ahora que —bien está lo que bien acaba— el tío ha vuelto vivo de Ucrania y hasta ha salido de la cárcel de Budapest, un día de estos te contaré lo que pasó aquel día. Pero hay cosas que nunca he anotado porque tu, pequeño diario, aún no existías y yo era demasiado pequeña. Como, por ejemplo, cuandolos nazis deportaron a Marta a Polonia. Nunca jamás olvidarétampoco el día en que los rumanos se fueron de aquí y yo miraba desde la farmacia de mi abuelo cómo el almirante Horthy, montado en un caballo blanco, desfiló por la Calle Mayor.1Ági se enojó mucho al verme saludar con la mano a Horthy, y me dijo que ese hombre mataba judíos cuando llegó al poder y ella era aún pequeña. Entonces me piqué mucho con Ági, no entendía por qué decía esas cosas sobre el gobernador de Hungría, que tenía, además, un nieto tan precioso. Pero poco después quisieron quitarle la farmacia al abuelo. Entonces caí en la cuenta de que Ági había tenido razón al llamar viejo asesino a Horthy. Ya ves, mi pequeño, tampoco anoté en ti que los húngaros casi le quitaron la farmacia al abuelo. El abuelo dice que lo resolvió Ági, pero según la abuela fue él, el abuelo, quien les untó las manos y logró recuperarla. Mi pequeño diario, tú no sabes quién es el paladín Szepesváry, ése que le hizo todo esto a mi abuelo, pero ya te lo contaré. El tío Béla dijo que un Popescu o un Ionesco nunca harían lo que es capaz de hacer un paladín húngaro.2Sin embargo, a la abuela le caen fatal los rumanos, pero a Ági y al abuelo les caen bien, sólo que no se atreven a decirlo delante de ella porque le tienen miedo. Se lo pregunté al tío Béla, pero él me dijo que no se puede generalizar y que, precisamente, la generalización es la tragedia de los judíos; por ejemplo, cuando hay alguien como Emil Adorján, que es la persona más rica de Várad y tiene un montón de dinero, entonces a mí también me odian los arios porque yo también soy judío, aunque no tenga nada ahorrado.
Yo gasto todo mi dinero de bolsillo en comprar regalos de cumpleaños. Es verdad que también recibo regalos, incluso para Navidad. Tampoco esta Navidad vino Ági, ni yo pude ir a Budapest porque estaba enferma. Ági me llamó por teléfono diciendo que no podía dejar solo al tío Béla en la cárcel, pero la verdad es que allí no está solo para nada, ya que en la prisión militar del bulevar Margit, número 87, hay más que suficientes judíos encerrados con él. Yo ya le he escrito a la cárcel y también para su cumpleaños, que es el 8 de enero, y hasta le envié una foto mía. Mi padre me dijo que pusiera como destinatario: «a la A/A del preso Béla Zsolt». Pero yo puse: «a la A/A del señor Béla Zsolt». Me dio miedo de que se lo tomara mal. Mi abuelo dice que antes metían presos a los que robaban o mataban o estafaban y que estar en la cárcel era una vergüenza mayor, pero que ahora es un orgullo. Por eso el abuelo se siente orgulloso de que su yerno haya estado preso durante cuatro meses. El señor Schapira, el profesor de francés del liceo, me dijo a la hora del recreo que después de la guerra el tío Béla será un gran hombre gracias a su encarcelación. Pero tío Béla ya es un gran hombre, que ha escrito muchísimos libros, sólo que a mí no me los dejan leer porque no los entendería. Y eso que yo leo las novelas de Mór Jókai y Kálmán Mikszáth3y hasta comprendo los cuentos de Shakespeare. Antes, el tío Béla escribía los editoriales deAz Újság,4de los que de verdad no entendía nada. También es cierto que entonces yo era aún mucho más pequeña. Luego, a causa de la«ley judía», él escribía otras cosas en el mismo periódico, pero aquellos artículos ya ni trataba de leerlos.
Antes siempre se organizaba una pequeña fiesta para mi cumpleaños, pero el año pasado vinieron sólo mis dos mejores amigas: Anikó Pajor y mi prima Marica Kecskeméti, además de Ági, por supuesto. La abuela me dijo que no permitiría hacer más fiestasde cumpleaños para que los arios no digan que los niños judíos hacen alarde. Es verdad que en nuestra casa sólo Mariska, la cocinera, y mi institutriz Juszti son cristianas. Pero ellas no dicen esas cosas. Mariska siempre servía en casas judías porque allí las criadas comen lo mismo que los señores. Ella me contó que en las casas de los arios hay comida diferente para los criados, y que ella la detesta. Y Juszti adora a los judíos. Ella ya fue la institutriz de Ági también, y además siempre ha estado con nosotros. Yo la quiero más que a nadie en el mundo, tal vez incluso más que a Ági. Y eso que Juszti es alemana, o mejor dicho, austriaca, y su madre vive en Knittelfeld, pero ella odia a los alemanes, o sea, a Hitler y sus seguidores, que son los nazis, o mejor dicho, a lasSS. Hoy Juszti pasará todo el día con nosotros. Desde que la Volksbundno le permite vivir en casas de judíos trabaja con dos niños arios en una hacienda. Ya ves, mi pequeño, ése es otro día que no puedo olvidar, el día en que nuestra Juszi tuvo que dejarnos por orden de la Volksbund e ir a la hacienda de los Poroszlay. Cuando el último verano pasé unos días con ellos, el señor Poroszlay me trató bastante bien, pero Juszti sabía que odia a los judíos. La señora Poroszlay no los odia, porque ella es una católica muy piadosa, pero también el señor Poroszlay es católico, y sin embargo, los odia aunque no lo demuestre delante de mí.
Un día en que tenían visitas, Juszti me sacó de la sala porque tanto el notario como el maestro de escuela hablaban pestes de los judíos incluso delante de mí, o sea,maldijudeaban, como suele decir Ági. Un día, escuché por casualidad que Poroszlay le explicó a la tía Boriska, su señora, que ahora mismo yo era una niña preciosa, pero cuando fuera mayor ya me saldrían los típicos signos de mi raza. Yo no creo que sea así porque mi papá, el arquitecto Béla Heyman, es exactamente como un ario: esbelto, alto y con los ojos azules, como los típicos arios de las noticias. Y a mi hermoso papá de ojos azules todavía le caen bien los húngaros y los arios y suele pasar rato con ellos en la pastelería Japport. Mi padre parece un verdadero ario y es muy apuesto, pero Ági no estaba enamorada de él y se divorciaron.
Ya ves, mi pequeño diario, ésta es una de las cosas que tú ignoras porque ocurrió hace nueve años, cuando yo apenas tenía cuatro. Pero aun así me acuerdo de ello, aunque no tan bien comode aquella tarde en la que se llevaron a Marta, cuando después dedarnos una buena vuelta en bicicleta ella vino a nuestra casa a merendar. Mañana continuaré con esto, pero ahora te pongosólo lo que he recibido para mi decimotercer cumpleaños: Ági me regaló un brazalete de oro con adorno de esmalte azul, que ella había recibido de Gyurka Bíró, o mejor dicho, de la mamá de Gyurka, la señora del doctor Géza Bíró, de Kolozsvár, porque el pobre de Gyurka murió del tifus en Ucrania y su hermano mayor, Feri Bíró, desapareció también, pero la señora Bíró cree que sus hijos fueron capturados por los rusos y están vivos todavía. Ági me dijo que los húngaros fueron derrotados en Voronezh y que un montón de soldados y también de las unidades de trabajo forzado cayeron presos, pero lo que no puede explicar Ági es quesi fuera así ¿por qué no se ha acabado aún la guerra? Cada día, justo a las cuatro, hay una emisión en húngaro desde Rusia, pero se escucha fatal por las interferencias enviadas desde Budapest. Un día Ági oyó en la radio oficial húngara una emisión desde la primera línea del fuego en Szeredinabuda, un pueblo de Ucrania. Eso ocurrió cuando tío Béla todavía estaba allí, y entonces Ági y los demás dijeron que en Rusia a una persona como Béla Zsolt no le obligarían a hacer trabajo de esclavo con 50 grados bajo cero y no le darían palizas ni pasaría hambre, sino que trabajaría en su despacho de escritor como le corresponde. Ági estaba llorando terriblemente, y también la abuela y Juszti.
Lo curioso es que la mamá del tío Béla, que vive en Komárom, también escuchó esa emisión. Le escribió a Ági diciendo que no paraba de llorar y de confiar en que Dios le devolverá a su hijo. No conozco a mi abuelastra, pero según Ági es una anciana muy hermosa, inteligente y cariñosa. Así que tengo tres abuelas: la mamá Lujza o abuela Heyman, que es la madre de mi papá, la abuela Rácz y esa abuela de Komárom. La abuela Lujza es bastante extraña y a veces me cae fatal. Ági dice que está mal de la cabeza, como los Weiszlovits en general. Es que de soltera se llamaba Lujza Weiszlovits. Es hermana del tío Emil Weiszlovits, dueño del hotel Park, pero no se hablan porque se pelearon por la herencia. El tío Emil está enojado hasta conmigo, pero yo no tengo la culpa de que ellos se hayan peleado cuando yo aún ni siquiera había nacido. No creo que tuviera sentido que se peleasen, ya que los dos heredaron más que suficiente, pero mi papá dice que el patrimonio de los Weiszlovits es más valioso que el de los Heyman,y que en el hotel hay muchísimas alfombras persas, cubrecamasy edredones, y en cambio, la abuela Lujza no tiene otra cosa que paredes. Lo que pasa es que entre esas paredes hay un cine y varias tiendas y viviendas. Ágí y el tío Béla se reían mucho contando historias del tío Weiszlovits, que acaban todas con que el tío echa a los huéspedes del hotel. Una vez echó hasta al rey rumano y entonces le clausuraron el hotel, pero ya no me acuerdo de lo que ocurrió exactamente.
La abuela Rácz me regaló un abrigo beis de entretiempo y un vestido de tela azul marino. De mi papá recibí un par de zapatosnegros con tacón bajo (es que hasta ahora he tenido sólo zapatosplanos) y dos pares de medias (hasta ahora he llevado mediasde punto o calcetines). La abuela Lujza me regaló tres pijamas,una docena de pañuelos de color y chucherías. Y la hermana de papá, la tía Lili, una cadenita de oro lindísima. Mi pequeño diario, desde ahora en esa cadenita llevaré la llave con la que te cerraré para que nunca nadie pueda conocer mis secretos. De mi abuelo recibí varios discos de vitrola que le gustan a Ági: «Parlez-moi d’amour», «J’attendrai» y otros tres, en los que canta Lucienne Boyer, a quien Ági vio en persona y dice que es la criatura más dulce en el mundo. Mi abuelo me los compró porque así aprenderé las letras y haré feliz a Ági, a quien mis notas ni siquiera le importan si no saco excelente en francés, porque una fotógrafa de prensa tiene que saber lenguas. Yo hablo bien el húngaro y el alemán, el rumano lohe olvidado, y ya empiezo a saber francés también. El abueloadora a Ági, creo que a él le da lo mismo si sé francés o no, lo quea él le importa es el liceo, pero por Ági él también insiste en