Interludio con el jefe - Una pasión oculta - Noches secretas - Katy Evans - E-Book

Interludio con el jefe - Una pasión oculta - Noches secretas E-Book

Katy Evans

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 509 Interludio con el jefe Katy Evans William Walker siempre conseguía lo que quería, hasta que se encontró con la horma de su zapato. India no se podía creer que se hubiera dejado convencer por su exjefe para volver a trabajar con él. Era arrogante. Dominador. La obsesionaba de un modo que no quería admitir. Cuando se fue del trabajo y lo dejó plantado se sintió genial, pero después, al ver al gran multimillonario completamente impotente ante un bebé, accedió a sus demandas. Y le preocupaba que no fuera a ser la última vez. Una pasión oculta Cat Schield Una misteriosa mujer a la que no podía resistirse… Cuando una hermosa desconocida se infiltró en una de las familias más antiguas de Charleston, el magnate Paul Watts juró proteger a los suyos de Lia Marsh. Pero la salud de su abuelo mejoró milagrosamente después de confundir a Lia con la nieta a la que había perdido hacía ya mucho tiempo, por lo que a Paul no le quedó más remedio que seguirle la corriente. A pesar de que era su deber descubrir la verdad sobre Lia, muy pronto fue él quien tuvo un secreto: deseaba a la mujer que podía destruir todo lo que tanto significaba para él… Noches secretas Amy J. Fetzer ¿Conseguiría alguna vez alejarlo de aquella mansión… y de los fantasmas que lo tenían atrapado? Si aquellas paredes centenarias hablaran, contarían la historia del actual señor de la casa, Cain Blackmon, que dirigía su imperio desde el interior de aquella mansión, una cárcel que él mismo había creado. Y de Phoebe Delongpree, que en busca de refugio, había roto la paz de Cain e iba a llevarlo al límite de su control… la misma mujer que años atrás lo había vuelto loco con un solo beso. Entre aquellas paredes, los dos podrían dar rienda suelta a la pasión. Allí estaban a salvo, pero el mundo seguía fuera, amenazándolos…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 509 - febrero 2023

 

© 2019 Katy Evans

Interludio con el jefe

Título original: Big Shot

 

© 2019 Cat Schield

Una pasión oculta

Título original: Seductive Secrets

 

© 2005 Amy J. Fetzer

Noches secretas

Título original: Secret Nights at Nine Oaks

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2020, 2021 y 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-428-9

Índice

 

Créditos

Interludio con el jefe

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Epílogo

Una pasión oculta

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Noches secretas

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

India

 

Hay tres cosas en la vida que me molestan de verdad. La primera es tener un ciclo natural de sueño que me despierta todos los días a las cinco de la mañana sin excepción, fines de semana incluidos. La segunda es el hecho de que esta norma no se aplique a todo el mundo: ver a Montana, mi compañera de piso, aparecer en la cocina para desayunar a las ocho de la mañana todos los días con el rostro descansado y lista para iniciar el día cuando yo ya llevo tres horas en pie siempre me hace gruñir. Pero mi tercera y última aversión es la peor con diferencia: odio a mi jefe.

Mi arrogante, exigente y frío jefe.

¿Sabes ese tipo de personas que aprietan repetidamente el botón para cerrar la puerta del ascensor cuando ven a alguien acercarse porque quieren evitar el contacto humano?

Pues así es mi jefe. Pero peor.

Son las cinco de la mañana un poco pasadas. Llevo varios minutos despierta y todavía no he hecho el amago de levantarme de la cama. En lo único que puedo pensar es en que tengo que pasarme el día en presencia de ese pretencioso niño bonito, William Walker. Ha convertido mi vida en un infierno desde que empecé a trabajar como su asistente hace un año. Ahora me despierto cada mañana a esta hora infame e intento pensar en la manera de librarme de ir a trabajar sin que me despidan.

¿Llamar y decir que estoy enferma? ¿Pintarme un moratón en la frente y decir que me he caído? ¿Decir que mi perro no solo se comió mis deberes, sino que también me comió a mí? Fuerte. Pero no tengo perro. Ni tampoco estoy ya en el colegio. Y William Walker es peor que cualquier profesor al que haya tenido que enfrentarme en mi vida. Peor que ninguna persona a la que haya tenido que enfrentarme alguna vez. Solo podría superarlo Voldemort.

Van pasando los minutos. Suspiro y me levanto de la cama, me pongo el traje de chaqueta con pantalón habitual, mi uniforme de trabajo en Walker Industries. Además, no es que pretenda precisamente impresionar a mi jefe con la ropa. Quiero impresionarle con mi ética de trabajo… o al menos eso quería antes. Hasta que me di cuenta de que no se fijaba.

Después de vestirme, lavarme la cara y peinarme me dirijo a la cocina y enciendo la cafetera. La cocina es la parte más acogedora del apartamento porque a Montana, mi compañera de piso, le encanta cocinar. Miro de reojo hacia la puerta de su dormitorio con melancolía, deseando que estuviera ya despierta y preparara algo delicioso.

Consciente de que no se levantará hasta dentro de unas horas, agarro mi café y me siento en el taburete de la cocina con mi ordenador. He pasado incontables mañanas en esta cocina con el ordenador tomando café, absorbida en la escritura de mi novela. Levantarse tan temprano es una maldición y una bendición. Puede que sea una hora solitaria, pero es el momento perfecto para escribir. Me veo arrastrada por mi historia casi al instante. Los jugos creativos flotan libremente esta mañana. Mis dedos tienen vida propia y vuelan por el teclado a gran velocidad. Sin apenas darme cuenta tengo quinientas nuevas palabras en la pantalla.

No sé si lo que he escrito es bueno, y la perfeccionista que hay en mí siente el impulso de volver atrás y corregir los errores, pero aprendí hace tiempo a ignorar esas molestas voces de mi cabeza. Si quiero terminar mi novela alguna vez sé que debo dejar que las palabras fluyan. Puedo revisarlas más tarde y hacer que todo sea perfecto. Forma parte de lo que me gusta del proceso. Me resulta fácil olvidarme del trabajo y de la pesadilla de mi jefe cuando estoy escribiendo. Pero en cuanto escucho la alarma del reloj de Montana sé que mi tiempo de paz se ha terminado. Esta mañana he avanzado mucho, pero me muero de ganas de poder seguir. Lo último que necesito es un recordatorio de que hoy voy a ver a William Walker.

–Buenos días, preciosa –me saluda Montana entrando tranquilamente en la cocina y dirigiéndose directamente a la nevera a sacar los ingredientes para su batido matinal. Tiene el negro cabello recogido en una impecable coleta y el rostro fresco, con su piel dorada impoluta sin maquillaje.

–Buenos días, precioso unicornio bienhumorado por las mañanas –digo con una sonrisa cerrando el ordenador.

Montana se ríe y gira la cabeza para mirarme.

–¿Has conseguido avanzar hoy? –pregunta esperanzada.

–Muchísimo. Estoy encantada porque fluye, y triste porque tengo que parar. ¿Vas a salir a correr?

Montana consulta su reloj.

–A ver si me da tiempo. Tengo que estar en la pastelería a las ocho hoy.

Montana lleva poco menos de un año trabajando en la mejor pastelería de la ciudad. No es la típica panadería que sirve pan y algunas pastas, preparan pasteles especiales, tartas de boda y obras estrafalarias como las que se ven en los concursos de cocina en televisión.

Es un sitio carísimo, pero les va fenomenal. La gente de Chicago nunca se cansa, y yo tampoco, ahora que me trae cosas de ahí todo el rato. Montana tiene un trabajo que adora, el cuerpo de una diosa y la mejor personalidad del mundo. Se puede decir que lo tiene todo, y sin embargo resulta imposible tener celos de ella, porque también es encantadora. Es mi hermana de otra madre y se merece solo lo mejor.

–Seguro que tu cuerpo te perdonará que te saltes un entrenamiento –bromeo sacándole la lengua.

Montana se ríe.

–Oh, nooooo. No podría hacer algo así. Esa actitud es la que lleva a la pereza, ¿verdad? Si no voy ahora iré esta noche. ¿Quieres venir?

Yo alzo al instante las palmas de las manos.

–No, gracias. Mi ejercicio será ir corriendo a la máquina de café.

Montana se ríe y mete un puñado de ingredientes en el vaso de la batidora.

–Ya sabes que no me gusta nada que sigas en este trabajo con ese monstruo para el que trabajas. El Hombre de Piedra, así es como le llaman en la revista de negocios que acabo de leer. ¿Sonríe alguna vez?

Yo resoplo.

–Jamás.

Montana se ríe y luego se retuerce las manos nerviosa.

–Sabes que te quiero, India. Pero pienso que ese trabajo es muy duro para ti. Hace dos noches ese tipo te estaba llamando a… ¿qué hora era cuando escuché tu móvil desde mi cuarto? ¿Las tres de la madrugada?

–William es un adicto al trabajo. No sabe cuándo parar. Cree que nadie duerme cuando él no está durmiendo –digo, preguntándome por qué lo defiendo si lo odio. Intensamente.

–Pensé que a lo mejor… bueno, no quiero volver a verte con esas ojeras, India.

Yo sonrío y guardo el ordenador.

–A mí tampoco me gustan, te lo aseguro. Pero este trabajo es mi salvavidas. Es la razón por la que puedo seguir comiendo mientras escribo mi novela –frunzo el ceño–. No a todos nos encanta nuestro trabajo. Te agradezco la preocupación, pero estoy bien. Además, enseguida dejaré el empleo, porque este libro va a ser un exitazo –afirmo con entusiasmo.

Montana sonríe mientras aprieta el botón de la batidora.

–Si quieres algo distinto puedo intentar conseguirte un trabajo en la pastelería.

Gruño.

–Las dos sabemos que eso no va a pasar, Montana. No soy capaz ni de hacer una tostada, imagínate pasteles elegantes –sacudo la cabeza y agarro mis zapatos–. Vamos a olvidar esta conversación, ¿de acuerdo? Estoy bien. Todo el mundo tiene un trabajo que odia en algún momento de su vida.

Montana asiente distraídamente, pero las dos nos reímos porque sabemos que a ella no le pasa eso.

Antes de la pastelería trabajó como entrenadora personal en el gimnasio local. Antes de eso ayudaba a su madre en su estudio de danza enseñando coreografías infantiles a los niños. Nunca ha trabajado en un restaurante fregando cacerolas, ni como limpiadora o cajera.

Montana está en el proceso de servirse con cuidado el batido en un vaso y se muerde el labio en gesto de concentración.

–De acuerdo. Pero si te vas a quedar ahí no dejes que ese tipo te siga echando mierda encima. Dale el infierno que se merece y recuerda quién es al final tu último jefe. Eres tú, India. Tú.

Yo asiento y fuerzo una sonrisa tan falsa que me sorprende que mi compañera no lo note.

–Vaya, eso sí que es un buen consejo –digo deseando dejar de hablar de trabajo–. Gracias. Te veo luego, ¿vale?

Montana me sonríe mientras se toma su batido con una pajita rosa. Agita la mano que tiene libre.

–Vale, cariño. Que tengas un gran día en la oficina. ¡Te quiero!

–Y yo a ti –salgo de la cocina, consciente de que cada paso que doy hacia la puerta me acerca más a la oficina. Me acerca más a William Walker, el hombre del que se dice que tiene un corazón de piedra. Ah, sí. Cada centímetro de ese hombre está hecho de piedra, el corazón incluido.

Me estremezco ligeramente al pensar en el aspecto que tiene con traje. Un escalofrío de miedo, claro está. Sí, sin duda es miedo. No puedo ser tan masoquista como para estremecerme por otras razones.

Así que me obligo a mí misma a salir del apartamento y dirigirme a la estación de tren. El trayecto al trabajo es corto… demasiado corto. Me lleva al infierno demasiado rápido.

¿Queréis saber algo divertido?

Normalmente invierto el tiempo pensando en maneras de evitar a mi jefe y seguir conservando el trabajo. No es fácil, pero puedo ser sutil. No tengo nada mejor que hacer con mi tiempo cuando no estoy rellenando papeles, respondiendo al teléfono y asegurándome de que todo esté perfecto para un hombre imposible de complacer. A veces, durante los pocos minutos que tengo libres al día, fantaseo con echarle una pizca de sal en el café o ponerle todos los informes en los sitios equivocados, pero soy una perfeccionista y nunca sería capaz de hacer esa broma. De hecho nunca llevo a cabo ninguna de esas fantasías. Respeto mi trabajo en cierto modo y sé lo afortunada que soy por tenerlo. Pero en mañanas como esta una chica tiene permiso para soñar. Mi madre me interroga con frecuencia sobre mi trabajo. Cuando le hablo de los abusos de William siempre parece pensar que exagero. Comenta que lo ha visto en esa revista de negocios y que es muy guapo. Me dice que su actitud severa es señal de que es un buen jefe. A veces me gustaría llevármela al trabajo un día. Entonces lo vería. Entonces lo entendería.

Aunque seguramente seguiría diciendo que sería un buen marido.

Eso es muy gracioso. Compadezco a la mujer que consiga echarle alguna vez el lazo. Puede que sea multimillonario, pero también tiene millones de muros que lo rodean y una chica moriría en el intento nada más escalar los primeros.

Salgo de la estación de tren de Chicago a la típica mañana ventosa de la ciudad y ahí está. El edificio en el que voy a pasar el día. La sede de Walker Industries, una de las empresas de videojuegos más importantes del país. Mi madre dice que debería estar orgullosa de trabajar en una empresa tan prestigiosa, de haber sido elegida entre tantas mujeres para ser la asistente de William Walker. Pero cuando miro el gigantesco edificio, pienso que preferiría limpiar baños en lugar de entrar ahí.

¿Por qué? ¿Qué me ha pasado?

Estaba emocionada cuando me contrató el departamento de recursos humanos de Walker Industries. Quería aprender, y pensaba que aprendería del mejor si había conseguido trabajar para William Walker. Sí, tenía fama de ser un imbécil, pero era un genio para las cosas importantes. Había levantado él solo aquella empresa de la nada. Pero en el momento en que me presenté en mi primer día de trabajo y lo vi sentado en su escritorio, me temblaron un poco las piernas. Me dirigió una mirada azul que estuvo a punto de hacerme tropezar. Supongo que no fue la mejor manera de causar una buena impresión.

Para intentar salvar la cara, le di los buenos días y la voz me salió temblorosa porque me sentía intimidada por él. Se limitó a mirarme fijamente con el ceño fruncido mientras yo hablaba. Tenía las mandíbulas apretadas y los ojos tan entornados que parecían dos rayas. Desde aquel día se ha portado fatal conmigo, y cada día que pasa odio más y más mi trabajo.

Sin embargo, mis pies me hacen avanzar. Compongo una expresión de valentía y saludo con la cabeza a los compañeros que están en el mostrador de recepción. Todos me dirigen sonrisas cargadas de simpatía porque saben cuál es mi trabajo y para quién tengo que hacerlo. Vuelven a su conversación, encantados de no estar en mi lugar.

Me dirijo al ascensor. No hay nadie más esperando, aquí todo el mundo cree que conseguirá puntos extra si sube por la escalera. Yo no. Y menos porque estoy en el piso treinta y dos, en la última planta. En la suite ejecutiva, con el dueño y director general. Lo mejor de lo mejor. El top. El mayor imbécil, alias el Hombre de Piedra.

Bueno, al menos William no está esperando hoy el ascensor. Si vuelve a darle al botón de cerrar las puertas una vez más cuando me ve acercarme podría matarle.

La planta alta es relativamente tranquila. La mayoría de sus ocupantes son gente importante, y saben lo que les conviene. Por eso hacen el menor ruido posible. William odia que lo molesten. Me dirijo en silencio a mi despacho, que es esencialmente una caja de cristal. Me he acostumbrado a mi ordenador de última generación, al escritorio ultramoderno y a las impresionantes vistas de Chicago. Cuando me siento me doy cuenta de que William no está. Suele llegar temprano al trabajo sin necesidad, seguramente porque no tiene vida social. Según dice mi madre es un lobo solitario, pero para mí eso se traduce en que es un imbécil que no tiene amigos. A pesar de los lacayos que le siguen a todas partes, yo sé que no tiene amigos de verdad. Después de todo, controlo su agenda personal.

Pero, ¿dónde está hoy? No llegar pronto es como llegar tarde para él. No hay mucho que pueda hacer yo hasta que él llegue, así que me acerco a la cafetera y me preparo un café. Cuando la máquina está estrujando la cápsula se abre la puerta del ascensor y aparece William.

Tengo que admitir que hay algo en su presencia que siempre me deja sin aliento. Sale seguido de tres personas. Tiene el pelo perfectamente peinado, la barba incipiente arreglada. Sus ojos son de un azul intenso. Y hoy echan chispas de rabia.

Me ve esperando al lado de la cafetera. La oficina entera está mirando cuando se acerca a mí con un puñado de papeles en la mano. Sus colegas intentan seguirle el ritmo, y yo dejo el café, temerosa repentinamente de su mirada. ¿Habré hecho algo mal?

–Buenos días, señor Walker…

–Yo no diría que son buenos días, India –gruñe, dejándome los papeles en el brazo–. Necesito que ordenes este lío de papeles, y no quiero saber nada de ti hasta que esté arreglado.

Cuando se marcha sin sonreír siquiera, me doy cuenta de que he estado conteniendo la respiración. Y esa es la razón por la que, a pesar de su belleza, a pesar de su dinero, no puedo soportar a este hombre.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

William

 

¿Os habéis dado cuenta alguna vez de un error nada más cometerlo? A mí me pasa la mayor parte del tiempo. El más reciente acaba de ocurrir hace unos segundos, cuando he sido maleducado con mi asistente. En cuanto le puse la pila de papeles en las manos me di cuenta de que estaba siendo muy duro. Cuando me marché sin reconocer mi error, supe que era imperdonable.

Pero, ¿a quién le importa? Este soy yo ahora. Me largo con la cabeza bien alta y nadie se sorprende ni se lleva una desilusión. Es lo que espera la gente que trabaja para mí.

Me dirijo a mi despacho y cierro la puerta antes de que nadie pueda entrar detrás de mí. Necesito estar solo, pero resulta difícil en un edificio construido entero en cristal. Mi padre sugirió el diseño cuando yo estaba ocupado creando Walker Industries de la nada. En aquel momento no me importaba nada la estética, así que le hice caso. Mi padre aseguraba que eso promovería un ambiente sano, que los empleados me considerarían accesible si podían verme trabajar en mi despacho. Pero lo que realmente pasa es que siento que estoy en una pecera gigante, observado y juzgado constantemente.

Me siento en el escritorio y dejo escapar un suspiro inaudible. No parezco tan estresado como realmente estoy. Miro a la izquierda y veo que India se ha retirado a su despacho a trabajar con el papeleo que le he dado. Mira hacia mí y me dirige una sonrisa falsa antes de sentarse en un ángulo alejado al mío.

India es la única persona clara respecto a lo mal que le caigo. No sé si pretende mostrar su desagrado, pero lo tiene escrito en la cara cada vez que interactuamos. En cierto sentido es un alivio. Nadie más tiene el valor de hacer nada excepto aceptar mi comportamiento con férrea decisión. Tal vez India no diga nada, pero sé exactamente lo que piensa.

William Walker es un malnacido.

Me quedo sentado largo rato en mi escritorio sin hacer nada. No puedo pensar con claridad. No después de la noticia que he recibido esta mañana. Mi hermano pequeño, Kit, el desastre de la familia, ha tenido un hijo hace unos meses. Eso ya era bastante duro de aceptar, como si no fuera bastante que se hubiera casado con la mujer perfecta. Ahora, la nueva función que ha presentado en La flecha de Cupido, la empresa de mi padre y actualmente la mayor aplicación de citas del mundo, le ha convertido en multimillonario. Lo que nos hace iguales en términos profesionales a pesar de que yo he invertido muchos más años en Walker Industries que él en La flecha de Cupido. No entiendo por qué me importa tanto. Tal vez porque yo siempre he sido el que tenía éxito. O porque siempre he disfrutado comparándome con Kit. Sus errores me hacían parecer mejor a mí. Ahora estamos en igualdad de condiciones y no sé cómo manejarlo.

Soy un egoísta, ¿por qué no puedo sentirme orgulloso de mi hermano, que finalmente ha tomado las riendas de su vida y ha hecho cosas importantes? Y entonces lo entiendo. Ha conseguido todo lo que yo he logrado. Y lo hecho más rápido que yo. Ha conseguido todo lo que yo siempre quise. Poder. Estatus. Dinero. A su mujer la conoció cuando trabajaban juntos en La Flecha de Cupido. Y ahora lo tiene todo, incluida la familia perfecta.

Familia.

Eso es lo yo más he anhelado por encima de todo. Mi padre y yo nunca hemos estado particularmente unidos. Es británico, como Kit. Kit y yo somos de madres diferentes. La mía es americana y culta. La de Kit es británica y es un completo desastre. Mi padre se vino a vivir aquí cuando conoció a mi madre, pero tuvo una aventura con la madre de Kit cuando estaba visitando a su familia en Gran Bretaña. Dos divorcios más tarde, mi padre se quedó en Estados Unidos para criarnos a Kit y a mí. Mi padre y yo pasamos mucho tiempo juntos, pero si lo pienso bien todo gira en torno a los negocios. Hablamos de la empresa, de dinero, acciones y gastos, y luego nos estrechamos la mano y nos vamos cada uno por nuestro camino.

Siempre ha estado más cerca de Kit. Tal vez porque es más parecido a él en muchos sentidos: despreocupado, que no se toma a sí mismo demasiado en serio. Kit no se pasó la década de sus veinte años intentando hacerlo todo bien. De hecho no intentó nada, ni trabajar, ni tener pareja ni estar sobrio. Nada le interesaba. Yo estaba muy ocupado subiendo por la escalera del éxito profesional y no estuvo muy atento al momento en el que todo cambió, cuando encontró a su mujer, Alex. Ahora lo tiene todo y yo sigo soltero y preguntándome si alguna vez tendré la misma oportunidad para cambiar.

No tengo problemas para atraer a las mujeres, pero la cosa nunca dura. Me consideran arrogante, rudo y difícil. Y puede que tengan razón. Todo ese tiempo luchando con uñas y dientes para convertir Walker Industries en lo que es hoy ha convertido mi corazón en una piedra. Al menos eso es lo que la gente cree.

No les culpo, por supuesto. Entiendo su razonamiento. De lo único de lo que soy capaz de hablar es de la empresa con la que prácticamente estoy casado. Y mi carácter no ayuda.

Dejo que se me acumule el estrés y entonces estallo y cargo sobre alguien, como he hecho con India hace un momento. Pero no soy una mala persona. Al menos eso espero. Solo he perdido un poco el camino y he olvidado cómo ser bueno. Necesito una mujer que me ayude a encontrar de nuevo el sendero.

Miro de reojo a India, que está tecleando en el ordenador con rostro inexpresivo. Es una mujer guapa, de piel bronceada y una lluvia de pecas en la nariz. Tiene los ojos del color del café que bebe con tanta frecuencia, y grandes rizos salvajes que le caen por los hombros. No importa que vista ropa anodina, siempre tiene buen aspecto.

Me doy cuenta de que la estoy mirando fijamente y vuelvo la vista al ordenador. No debería tener esos pensamientos sobre mi asistente, pero es mejor que pensar en Kit. Me pregunto cómo sería tener a una mujer como India en mi vida. Me mantendría siempre activo, de eso estoy seguro. Aunque no lo demuestre en el trabajo se le ve que tiene fuego. Es muy inteligente, organizada y trabajadora. Muy trabajadora. También es divertida. La gente siempre se ríe con sus ocurrencias en la máquina de café. Pero me pregunto cómo sería en una relación. Puro fuego en el dormitorio, por supuesto. Apasionada en todos los aspectos, ahora que lo pienso. Me imagino que es de esas que guarda rencor por cosas pequeñas y que se muere de celos si otra mujer muestra interés. Pero podría estar equivocado. Después de todo, nunca me he tomado el tiempo de conocerla.

¿De verdad estoy fantaseando con la asistenta a la que no hago más que mandar? Sacudo la cabeza. Nunca mostraría ningún interés en mí después del modo en que la trato. ¿Me gustaría invitarla a cenar? Por supuesto. ¿Lo haré alguna vez? Por supuesto que no. Sé que aunque no fuera algo inapropiado, también diría que no. ¿Qué clase de chica quiere salir con el tipo que le hace la vida miserable?

Escucho el teléfono a través de la pared de cristal e India suspira con fuerza, lo descuelga y pone su voz más alegre. Parece relajarse un poco cuando la persona empieza a hablar al otro lado de la línea. Incluso se ríe un poco. Pongo los ojos en blanco. Ya sé quién debe estar al teléfono.

Kit.

Tengo que esperar unos minutos mientras India charla. Luego mira hacia mí y dice que me va a pasar a Kit. Transfiere la llamada y se aparta de mí lo más rápidamente posible. Kit empieza a hablar en cuanto me pongo el teléfono en la oreja.

–¡Hola, hermano! Cuánto tiempo sin hablar, ¿qué tal estás? Espero que cuides bien a esa joya de asistente que tienes.

–¿Qué quieres, Kit?

–Eh, ¿es que no puedo llamar a mi hermano para ver qué tal está? ¿Tan mal concepto tienes de mí que crees que solo llamo porque necesito algo de ti?

–Sí.

Kit se ríe.

–De acuerdo, es justo. Iré al grano. Sabes que Alex y yo nos vamos de luna de miel la semana que viene, llevamos meses esperando esto. Cuando nos casamos pensamos que era mejor esperar al relanzamiento de La Flecha de Cupido y luego nació Rosie, así que llevamos tiempo planeando esto. Teníamos una canguro preparada después de meses de entrevistas, pero le ha surgido una urgencia familiar y no puede encargarse.

Suspiro y me reclino en la silla.

–¿Qué quieres de mí?

–Mira, eres el tío de Rosie. Somos familia, y la familia se apoya. Ya sabes lo poco que le gusta a Alex dejar a nuestra Rosie con desconocidos. Y los dos hemos visto el cariño que le tenías a la niña cuando viniste. Pensábamos que tal vez querrías pasar un tiempo con ella mientras estamos fuera. Son dos semanas, y te lo agradeceríamos mucho.

–Tendría que tomarme unos días libres en la empresa. No puedo irme de vacaciones cuando quiera, Kit. Soy el director.

–¡Trabaja desde casa! Vamos, eres mi única esperanza –suspira–. Alex no querrá que ningún desconocido cuide de Rosie. Cancelará el viaje si no accedes.

–¿Y papá? ¿Le has preguntado a él?

–Diablos, no. Lo agotaría en un par de horas. ¡Vamos, tú eres joven! Además, conozco la cara de embobado que se te pone cuando la ves. ¿De verdad te quieres librar de esto? Pensé que aprovecharías la oportunidad de poder pasar más tiempo con Rosie.

A una parte de mí le encanta la idea. No puedo negar que Rosie es adorable. Pero cuidar de ella será también un doloroso recordatorio de lo que no tengo.

–De verdad que no puedo, Kit. Tendrás que encontrar a otra persona.

–¿Qué he oído? ¿Que te encentará cuidar de Rosie las dos semanas enteras? ¡Genial, William! Eres el mejor hermano del mundo.

–Kit, te juro que…

–Te la dejaré el lunes a primera hora de la mañana. Me alegro mucho de que hayas accedido. Adiós, hermano.

–Kit, eres un…

Ha colgado. Gimo frustrado y dejo el teléfono antes de apoyar la cabeza en la mesa. ¿Cómo diablos voy a salir de esta?

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

India

 

Algo le pasa hoy a William. No he hablado con él en todo el día, pero lo sé. Cada vez que miro en su dirección está dando pasos por el despacho y murmurando entre dientes. Y cuando han dado las cinco en punto ha sido el primero en salir por la puerta. Algo extraño en él.

Siento como si me quitaran un peso de encima cuando salgo de la oficina. Supongo que parte de la razón es porque esta mañana William me ha avergonzado en público. Normalmente, cuando es brusco conmigo lo hace en la privacidad de su despacho. Pero hoy me ha humillado delante de todo su equipo.

Cuando llego a casa me encuentro el apartamento en silencio. Montana todavía tardará un poco en llegar, y me alegro de tener un rato para escribir. Me siento en la encimera de la cocina, abro el ordenador y antes de poder acceder a mi manuscrito veo que tengo un correo de una dirección que no conozco. El título del mensaje menciona un trabajo. Lo abro con curiosidad.

No recuerdo haberme inscrito últimamente en ninguna oferta de empleo. Renuncié hace tiempo a encontrar algo mejor, pero cualquier cosa podría ser mejor ahora que trabajar para William.

Leo con atención el contenido.

 

Querida India:

Nuestras más sinceras disculpas por la tardanza en responder. Hacer varios meses recibimos tu currículum para trabajar como redactora con nosotros. Desafortunadamente, ese puesto ya estaba ocupado, pero nuestro equipo ha revisado tu currículum y creemos que podrías encajar perfectamente en otro puesto. Nos gusta mucho cómo escribes y creemos que podrías ser una contribución excelente para las páginas de salud y belleza de nuestro sitio web.

Aunque se trata de un puesto freelance y te pagaríamos por artículo, es una manera estupenda de asomar la cabeza. También trabajarías desde casa, por lo que puedes hacerlo en cualquier horario que te convenga. Si crees que podría interesarte, por favor, ponte en contacto con nosotros.

Saludos cordiales,

Lauren Garvey

 

Freelance World

 

Oh, Dios mío.

Vuelvo a leer el correo y recuerdo que lo eché mucho tiempo atrás. No puedo creer que esto no sea parte de mi novela, que sea real. Es toda una oportunidad. ¿Qué debería hacer? ¿Aceptar un trabajo que me gusta y por el que me van a pagar menos o seguir trabajando para un imbécil y tener más dinero?

Montana elige el momento perfecto para volver a casa. Entra en la cocina con una caja que sin duda contiene pasteles que han sobrado de la pastelería.

–Hola, ¿qué tal tú día? –me pregunta sonriendo y abriendo la caja.

–Como siempre. Pero todo está a punto de mejorar –afirmo sonriendo también y agarrando una magdalena de chocolate–. Acabo de recibir una oferta de trabajo de una empresa de comunicación. Quieren que escriba para ellos. Podría hacerlo desde casa y dejar mi empleo de asistente.

Montana abre los ojos de par en par.

–¡Eso es increíble, India! Dime que vas a decir que sí…

–Me siento tentada, pero seguramente ganaré bastante menos que en Walker Industries.

–El dinero no lo es todo. Mientras tengas para pagar el alquiler y puedas seguir con tu novela…

–Sí –reconozco a regañadientes. Siento una punzada de duda en el estómago ante la idea de dejar a William. Sinceramente, ¿qué otra mujer sería capaz de aguantarle como yo? Aunque eso tendría que darme igual.

–Entonces, ¿a qué esperas? ¡Acepta el trabajo!

Me muerdo el labio inferior. Sigo reacia. Pienso en sus arrogantes ojos azules y el estómago se me encoge todavía más al pensar en dejar a ese malnacido. Y me enfado todavía más con él por esclavizarme emocionalmente sin siquiera ser consciente de ello.

–Voy a hacerlo –afirmo asintiendo vigorosamente con la cabeza para intentar convencer a mi cuerpo de que se sincronice con mi cerebro–. Sí, voy a hacerlo.

Aspiro con fuerza el aire y escribo mi repuesta. Montana aplaude cuando le doy a la tecla de enviar. Luego se acerca a la nevera y saca una botella de champán.

–Vamos a emborracharnos para celebrarlo.

–Adelante –murmuro nerviosa, alzando la copa que Montana me ha llenado–. Salud.

 

 

Cuando me despierto al día siguiente, que es viernes, apuesto a que son las cinco de la mañana, pero esta vez, cuando intento abrir los ojos es como si tuviera piedras en los párpados. Tengo náuseas y mi estómago todavía protesta por la cantidad de champán que bebí anoche.

Me siento en la cama, miro el reloj y el corazón me da un vuelco. Son las 8.43 de la mañana, voy a llegar tarde al trabajo el día que presento mi renuncia. ¡Mierda!

Me ducho a toda prisa, me visto y llamo a un taxi. Hoy no hay tiempo para el transporte público.

Cuando entro en la oficina el reloj dice que llego cuarenta minutos tarde. No es tan grave como me temía, pero sé que William estará furioso. Subo al ascensor sudando y cuando las puertas se abren estoy empapada. Veo a William en su despacho con tres hombre de traje y maldigo. Se suponía que yo debía estar sentada en aquella reunión tomando notas. William va a estar todavía más enfadado de lo que imaginaba. Pero ya no hay vuelta atrás.

Me dirijo hacia el despacho de William con toda la confianza en mí misma de la que soy capaz. Veo cómo levanta la cabeza cuando me ve venir. Su expresión profesional se transforma en una mueca de furia pura. Se levanta justo cuando cruzo la puerta y entro en la guarida del león. Los otros hombres se giran para ver quién ha interrumpido la reunión.

–Llegas tarde –me espeta William con sus azules ojos echando chispas.

–Sí, llego tarde.

–Mas te vale cambiar de opinión si no quieres que te despida aquí mismo –me suelta William sin importarle que los otros hombres estén delante.

Y en ese momento me doy cuenta de lo mucho que necesito hacer esto. No puedo seguir en un sitio en el que se me humilla públicamente.

–No va a hacer falta que me despidas –aseguro con una sonrisa edulcorada–. Dejo el trabajo ahora mismo.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

William

 

¿Qué diablos?

Me quedo mirando fijamente a India, preguntándome quién diablos se cree que es. ¿Aparece allí tarde y tiene la audacia de amenazar con irse?

–¿Qué acabas de decir? –le pregunto con la sangre hirviendo de rabia.

–Ya me has oído –afirma ella con tono desafiante.

¿Cómo se atreve a humillarme así delante de mis clientes? Paso por delante de ella y abro la puerta de mi despacho.

–Espérame en tu despacho. Tenemos que hablar.

Le hago un gesto para que salga. Parece que India va a protestar, pero tras unos instantes hace lo que le digo.

–Disculpen un segundo, caballeros –murmuro–. Vuelvo enseguida. Si quieren ir leyendo el contrato mientras tanto…

Aspiro con fuerza el aire con la esperanza de mantener la calma mientras voy a hablar con India.

Cuando entro en su despacho la encuentro caminando arriba y abajo.

–Siéntate, India –le pido en voz baja pero firme. Ella toma asiento en su silla y me mira recelosa–. Has sido una buena empleada.

Ella parece sorprendida por el cumplido, aunque trata de mantener una expresión neutral. Sintiéndome de pronto nervioso, meto las manos en los bolsillos y la miro fijamente.

–Por eso estoy dispuesto a darte otra oportunidad. Ha sido precipitado por mi parte hacer ese comentario sobre despedirte, y tú te has precipitado al pensar en irte. Después del modo en que me has avergonzado, yo diría que tienes suerte de que sea tan generoso. No mucha gente te daría una segunda oportunidad después del modo en que te has comportado hoy.

–¿Y qué me dices de todas las segundas oportunidades que te he dado yo a ti? –responde ella.

–¿A qué demonios te refieres?

India se ríe y sacude la cabeza.

–Por supuesto. No tienes ni la menor idea. No eres consciente de las consecuencias de tus actos. ¿Me tratas fatal y esperas que te tenga respeto? ¿Que esté agradecida de tener una segunda oportunidad? Me has gritado por llegar cinco minutos tarde, William. Cinco. Me has llamado a mi casa en mitad de la noche porque no encontrabas un papel que te había dejado encima de la mesa. No te gusta que te sirva el café solo ni tampoco si le pongo leche. Nada de lo que hago te complace. Así que se acabó.

–Estoy empezando a enfadarme de verdad. Siempre he sido justo contigo, India.

Ella sacude la cabeza.

–¿Por qué sigo aquí y por qué me molesto en discutir con un hombre que no sabe lo cruel que es en realidad? Me voy.

–No puedes irte. No tengo a nadie que haga tu trabajo.

India sonríe sin ganas.

–Ese ya no es mi problema –murmura mientras recoge sus cosas.

Lo único que yo puedo hacer es mirarla con los ojos abiertos de par en par. Y sin decir nada más, se marcha.

Yo entorno los ojos, confundido por mi necesidad de salir corriendo tras ella. Algo que no voy a hacer, por supuesto. No hay nada más que yo pueda hacer. La veo salir de la oficina. Y una parte de mí se alegra de verla marchar. De saber que ya no veré esos ojos grandes y brillantes y esa tentación andante que supone India Crowley.

Aprieto los puños, consciente de que es demasiado buena para este lugar. Demasiado buena para trabajar con un hombre que la trata tan mal. Y mientras la veo marchar entiendo todo lo que he hecho mal. Aquí y en mi vida amorosa. ¿Por qué me ha hecho falta algo tan radical para entender que yo soy el problema?

Tras finalizar la reunión con mis clientes, regreso a casa. Hay más tráfico de lo normal, lo que me da la oportunidad de estar un rato a solas con mis pensamientos. La mayoría de ellos centrados en India. Me pregunto qué hará ahora. Me preocupa que no tenga otro trabajo. ¿Podrá seguir pagando el alquiler? No sé por qué me interesa tanto, pero después de que se haya marchado así no puedo olvidarla sin más. Algo me dice que esa mujer estará en mi mente por algún tiempo.

Detengo el coche frente a mi casa. Miro la mansión que tengo delante y me doy cuenta una vez más de lo grande que es para una sola persona. Dos plantas, techos altos, anchas columnas, grandes ventanales. Es el producto de años de duro trabajo. Años de aislamiento y noches en la oficina. Cierro el coche y entro.

Los suelos de mármol brillan como espejos y toda la casa está impoluta. El servicio trabaja muy bien. Después del día que he tenido, decido que me vendría bien una copa. Voy a la nevera y saco una botella de champán. Acabo de servirme una copa cuando me suena el móvil.

–Walker –contesto sin comprobar quién llama.

Escucho a Rosie llorando de fondo y a Alex intentando consolarla.

–Oye, no quería llamar y darte la lata, pero tenemos que irnos, William. Ahora mismo –suena cansado y preocupado–. La hermana de Alex ha tenido un accidente. Tengo que llevarla ahora mismo a verla.

–Oye, Kit, no es que no quiera ayudar, pero…

–Bien. Estaremos allí en una hora. Necesito tu ayuda.

Aprieto los dientes y recuerdo lo que ha pasado con India. Recuerdo que soy un imbécil. Que es hora de hacer un cambio. Ahora lo veo. Empezando con mi vida familiar. Pienso en mi hermano, que guarda silencio al otro lado del teléfono. ¿De verdad es tan malo pasar un tiempo de calidad con mi sobrina? Miro hacia el jardín y pienso en las cosas a las que puedo jugar con Rosie. Mis tranquilas noches están a punto de volverse mucho más interesantes.

–De acuerdo –digo en voz tan baja que apenas se me oye–. Adelante, seré el canguro de Rosie.

Capítulo Cinco

 

 

 

 

 

India

 

Lo estoy haciendo. Lo estoy haciendo de verdad. Me niego a mirar hacia atrás mientras me dirijo al ascensor. Una parte de mí esperaba que William me siguiera, pero no lo hace. Antes de que me pueda dar cuenta, estoy fuera del edificio rumbo a la libertad. La emoción no dura demasiado. La buena chica que hay en mí está en estado de shock. ¿Por qué he tenido que montar semejante escena? Pero en el fondo conozco la respuesta.

Porque se lo merecía.

Pero he gastado todos mis cartuchos. William no dará ninguna referencia buena de mí. Todo depende ahora de ese trabajo de freelance. De pronto, la libertad no me parece tan atractiva. Me cuesta respirar mientras me dirijo hacia el tren para volver a casa. Tengo que recordarme que esto es lo que quiero. Es el comienzo de una nueva vida.

Entonces, ¿por qué tengo tanto miedo?

Llegar a un apartamento vacío a media mañana no está bien. Saber que tengo todo el día por delante debería animarme, pero lo único que quiero ahora mismo es volver a la oficina y suplicarle a William que me deje recuperar mi empleo. La idea de la incertidumbre me provoca mareos.

Pero no lo haré, porque me queda algo de orgullo y porque sé que de todas maneras no funcionaría. William es un hombre duro y orgulloso. No me perdonará jamás por las cosas que le he dicho, aunque fueran verdad.

Ahora estoy sola.

Me siento durante un largo rato sin hacer nada. No puedo concentrarme en nada productivo, debería estar averiguando en qué va a consistir mi nuevo trabajo o preparando mi currículum. Debería estar haciendo algo para contrarrestar el hecho de que hoy he perdido mi trabajo.

Montana llega finalmente a las cinco con varias bolsas de la compra en la mano. Me ve tumbada en el sofá y cae en la cuenta.

–Lo has hecho, ¿verdad? ¿Has dejado Walker Industries?

Yo asiento con la cabeza y Montana deja todas las bolsas en el suelo y viene a darme un abrazo.

–Maldita sea, India. Nunca pensé que te atreverías.

No es una afirmación reconfortante. Hace que me sienta como si hubiera cometido un error. Un gran error. Montana parece darse cuenta y recula al instante.

–Lo que quiero decir es que ha sido un movimiento muy valiente. Pero había que hacerlo. Ya no tendrás que estar en un sitio en el que no te valoran ni eres feliz.

–¿Y si no era tan malo?

¿Cómo puedo explicarle a Montana que he visto la vulnerabilidad de William y que eso me ha provocado una punzada en el corazón?

–Te conozco, India. Eres dura –Montana toma asiento a mi lado en el sofá–. Sé que nunca exagerarías tu reacción con algo así. Si dices que algo es una pesadilla, es que lo es.

Guardamos silencio unos instantes. Yo suspiro. Cada vez que pienso en lo que ha ocurrido en la oficina, me viene a la mente una cosa. Decido compartirla con Montana por si tal vez me puede ayudar a entenderlo.

–¿Te cuento una cosa? Antes de que me fuera, William dijo que yo era una buena empleada. Creo… creo que es lo más amable que me ha dicho en todo el tiempo que ha trabajado allí.

Montana resopla. No está en absoluto impresionada.

–Bueno, no es tampoco un gran cumplido, ¿no te parece?

–Supongo que no. Pero él no regala nunca cumplidos. Y que haya alabado mi rendimiento laboral… bueno, eso en su caso es un gran halago.

–¿Qué intentas decir?

–Creo que tal vez he juzgado mal sus acciones. Tal vez siempre ha sido cruel para ser amable en lo que a mí se refiere. Tal vez pretendía incentivarme teniéndome todo el rato alerta, presionándome para que alcanzara todo mi potencial.

Montana chasquea la lengua y me da un golpecito en el brazo.

–No sé por qué defiendes su actitud, India. Y además, aunque eso fuera cierto, ¿no sería un poco manipulador?

Hago un esfuerzo por volver a recuperar mi argumento.

–Solo digo que a lo mejor no es tan malo como parece. A lo mejor es un incomprendido, trabaja bajo mucha presión para dirigir una empresa tan importante.

–Vale, ya entiendo. Lo que quieres decir es que tiene excusa porque hace un trabajo increíble. Pero eso no es así. Aunque sea un mandamás, no es un tipo amable. Tienes suerte de haberte librado completamente de él.

Suspiro. Tal vez no haya sido buena idea sacarle este tema a Montana. Ella no conoce al hombre, así que es imposible que entienda mi punto de vista. Pero está en lo cierto, defender al tipo que ha hecho mi vida desgraciada no es digno de mí. Parece que me gusta que me machaque constantemente alguien que se cree superior a mí.

Pero, ¿acaso no he hecho yo lo mismo con él? Sí, sin duda fue William quien empezó a ser áspero conmigo. ¿Pero fue siempre así o yo lo volví loco con mis comentarios mordaces y mi actitud? Me conservó a su lado solo porque soy una buena empleada. Tal vez en su mente yo soy tan mala como él para mí.

La idea me produce una punzada en la boca del estómago.

Montana se da cuenta de que me estoy torturando y me da otro golpecito en el brazo. Parece preocupada.

–Oye, no pienses tanto. Tienes que soltar. Aquí es donde empieza tu nueva vida. Aprovéchala al máximo.

Tiene razón. No puedo quedarme eternamente lloriqueando y cuestionándome. Me siento más recta, echo los hombros hacia atrás y abro el ordenador. Tengo un correo nuevo de Lauren Garvey. Sonrió.

–De acuerdo, nueva vida. Allá voy.

Capítulo Seis

 

 

 

 

 

William

 

Es sábado. Alex y Kit vienen de camino ahora para dejar a Rosie. Doy vueltas por toda la casa desesperadamente para asegurarme de que todo está limpio y es seguro. Rosie todavía no gatea, pero una parte de mí tiene terror a que escape de algún modo de la cuna y se haga daño. He tapado todos los enchufes de la casa para que no se electrocute y he guardado todas las cosas frágiles con las que se podría cortar. Soy consciente de lo absurdo de estos preparativos, es literalmente un bebé todavía, pero me parece muy importante hacer esto bien. Una vida depende de mí.

Decido que no hay mucho más que pueda hacer, así que bajo para sentarme en el salón. No puedo dejar de mover las piernas mientras intento esperar con paciencia la llegada de Rosie. No quiero dejarme llevar por los nervios. Cuando eso ocurre es cuando empiezo a cometer errores idiotas, y no puedo permitirme algo así cuando llegue el bebé.

Llaman a la puerta y me sobresalto. Me pongo de pie, aspiro con fuerza el aire y voy a abrir. Me encuentro con Alex con Rosie en brazos. Mi cuñada no es muy sonriente en general, pero hoy parece especialmente desgraciada.

–No te dejes engañar por su carita de ángel –dice dándole un beso a su hija en la frente antes de entrar–. Es un terror.

Miro hacia la entrada y veo a Kit peleándose con las cosas del bebé. Estoy a punto de salir a ayudarle cuando mi padre se baja del otro lado del coche. Me saluda con la mano, yo le digo hola y me pregunto qué está haciendo aquí.

–Papá… no esperaba verte aquí.

Mi padre sonríe. Como a Kit, no le cuesta sonreír.

–Hola, hijo. ¿Creías que iba a perderme la oportunidad de verte con un bebé? –se ríe con ganas–. Teniendo en cuenta tu trayectoria con las mujeres puede que todavía falte bastante para que tengas tu propio hijo. Quería ver cómo te las apañabas como padre por unos días.

Kit y él se están riendo de mí ahora y yo fuerzo una sonrisa fingiendo que también me parece divertido.

–Prometo hacer un trabajo tan bueno como tú, papá –le espeto.

Kit se ríe todavía más, seguramente porque se acuerda de que nuestro padre no podía quedarse con nosotros cuando éramos bebés. Le daban pánico la caca, los vómitos y que pudiera pasarnos algo.

–De verdad, gracias por hacer esto –me dice Kit cuando por fin se deja de reír–. Te lo agradecemos mucho. Espero que cuando la hermana de Alex se mejore podamos irnos de luna de miel.

Kit y mi padre empiezan a meter cosas en casa y yo les sigo. Dejan una cuna, un parque, una pila de juguetes y suministros en el centro del salón. Alex está sentada en el sofá con Rosie en brazos.

–Entonces, ¿crees que podrás ocuparte de la princesa tú solo? –me pregunta mi padre mientras saca las cosas de la niña.

–Sí –asiento yo.

–¿Y estás dispuesto a trabajar desde casa?

–Sí, papá. Estoy plenamente preparado.

Mi padre me da un golpecito en el hombro con la mano.

–Lo sé, hijo. No dudo de ti.

«Pues lo parece», me dan ganas de decir. Pero mantengo la boca cerrada. Ahora no es momento de confrontaciones. Por mucho que mi familia se burle de mí, tengo que mantener la calma. Así es como he lidiado siempre con ellos y hasta el momento ha funcionado.

Parece que a mi padre le cuesta trabajo entender que no soy un asiduo a las fiestas como era él a mi edad. Le preocupa que sea un adicto al trabajo.

Alex estira los brazos para pasarme a Rosie.

–Toma. Deberías acostumbrarte a tenerla en brazos.

Me da un poco de cosa. Hace tiempo que no tengo a mi sobrina en brazos, y la idea me pone nervioso. Pero tengo que acostumbrarme, así que la tomo con cuidado. Pesa más de lo que esperaba, pero me acostumbro enseguida a su peso. La niña resopla ligeramente y yo la acuno con suavidad.

–Bueno, creo que ya está todo –dice Kit tras regresar de otro viaje al coche–. Deberíamos irnos. Todavía tenemos que hacer las maletas.

Yo asiento distraídamente mirando a Rosie.

–Pasadlo bien –les digo dándole un abrazo a Alex.

–Estoy deseando ver a mi hermana. Asegúrate de que la niña esté bien y luego duerme –sonríe con cansancio–. Espero que te hayas echado una buena siesta antes de que llegáremos. No tendrás otra oportunidad.

Me río, aunque no parece que Alex esté de broma. Mi padre me da una palmada en la espalda.

–Si tienes algún problema, llámame –dice.

Yo asiento, pero sé que no lo voy a hacer. Ni aunque la niña se queme a lo bonzo o salte por la ventana. De ninguna manera admitiré ante mi padre que no puedo hacer esto. Esta es una misión en solitario.

–Gracias, pero no será necesario. Todo va a estar bien.

–¿Y crees que puedes compaginar todo el trabajo que tienes con el cuidado de Rosie? –pregunta mi padre alzando una ceja.

Yo aspiro con fuerza el aire por la nariz.

–Supongo que tendré que demostrarte que puedo.

Mi padre se ríe y me vuelve a dar una palmada en la espalda.

–Ese es mi chico. Siempre tan competitivo.

«Porque tú me obligas a competir con todo el mundo, incluido yo mismo». Me doy cuenta, y no por primera vez, que la mitad de las conversaciones con mi padre tienen lugar en mi cabeza. Tal vez algún día tenga el valor de decirle a la cara todo lo que pienso. Alex le da un beso a Rosie en la frente.

–Cuida bien de ella –me repite casi como en una plegaria. Parece que no se quiere ir. Kit la guía hacia la puerta.

–Podemos confiar en él, Alex. Vamos.

–Pero…

–Ya es suficiente, Alex. Es hora de irse.

Finalmente se marchan los tres, y cuando el coche arranca siento una punzada de miedo.

Ahora estamos solos Rosie y yo.

La miro justo en el momento en que abre los ojos. El corazón se me para. Agita las manitas y me sonríe durante un breve instante. La abrazo más fuerte. ¿Qué puede salir mal?

Estoy a punto de averiguarlo. Veo cómo se oscurece el rostro de Rosie. Le tiembla el labio inferior y de pronto empieza a llorar. Más fuerte de lo que cabría esperar. Tiene la cara roja y le caen las lágrimas por las mejillas. La alejo un poco de mi pecho, preguntándome cómo puede una cosa tan pequeña hacer tanto ruido.

Y así empieza la pesadilla.

Hace más de una hora que Rosie empezó a llorar, y todavía no ha parado. Lo he intentado todo: he probado a cambiarle el pañal, pero cada vez que lo comprobaba, estaba seco. He intentado darle de comer, pero no le apetecía. He agitado los juguetes delante de ella, pero los ignora. He abandonado por completo la idea de trabajar. ¿Cómo voy a concentrarme con Rosie gritando tan fuerte que hasta las ventanas tiemblan?

La acuno hacia delante y hacia atrás. Empiezo a preguntarme si le pasa algo malo. ¿Es normal que los bebés lloren tanto? Hay millones de razones por las que podría estar llorando, pero no sé cuáles son.

Entonces diviso algo. Rosie tiene la boca completamente abierta al llorar. Parece que tiene las encías algo hinchadas. Y de pronto caigo en lo que podría estar pasando. Le paso delicadamente el dedo por la encía para comprobar si mis sospechas son ciertas.

Sí. Le están saliendo los dientes.

Estupendo, justo lo que necesitaba, durante las dos semanas que voy a estar cuidando de ella le tocará pasar lo que Kit una vez llamó el momento más estresante de un bebé. Dejo a Rosie en la cuna y trato de concentrarme en buscar algún remedio. Tras buscar en la pila de suministros encuentro anillos para morder y gel de dentición. Para mi alivio, cuando se lo paso por las encías parece calmarse un poco. Suspiro aliviado. La casa parece extrañamente tranquila ahora que la niña se ha calmado, pero no me quejo. Esto es mejor que su llanto.

Consulto el reloj. Solo ha pasado media hora y estoy agotado. Desafortunadamente no puedo decir lo mismo de Rosie, ahora que no está llorando, se aburre. Me siento en la alfombra del salón con ella y le pongo juguetes de colores delante de la cara mientras ella aplaude con alegría. Desde luego esto es mejor que el llanto, pero solo quiero que se duerma un poco para poder ordenar mis pensamientos.

Son las once de la noche cuando empieza a adormilarse, y aprovecho la oportunidad para llevarla a mi dormitorio, donde he instalado la cuna, y la dejo ahí para que se eche una siesta. A los pocos minutos se queda dormida y salgo a hurtadillas sin despertarla.

Bajo con la intención de ponerme a ordenar sus cosas, pero nada más sentarme me tumbo en el sofá y cierro los ojos. ¿Cómo es posible que un bebé me haya agotado tan rápidamente? No puedo imaginarme haciendo esto todos los días durante dos semanas.

Tal vez mi padre tenga razón. Tal vez no esté hecho para esto. Pero entonces me acuerdo de algo muy importante: Kit y Alex están haciendo esto juntos. Es un trabajo de al menos dos personas. Así que tal vez no estaría mal contar con algo de ayuda.

Necesito refuerzos. Pero, ¿a quién puedo llamar? A mi padre no, y menos tan pronto. Supongo que el problema está en que nadie más acudiría en mi ayuda. Mis amigos son casi todos hombres y tan adictos al trabajo como yo. Podría contratar a alguien, pero, ¿cómo sé que puedo confiar en esa persona?

La confianza es el motivo por el que me encuentro ahora en esta situación. Los padres de Rosie no confían en nadie lo suficiente como para contratarle, así que si yo lo hago estaría traicionando sus deseos. Solo hay una persona a la que podría llamar. Sé que puedo confiar en ella. Podría ayudarme con mi carga de trabajo. Podría ser el otro progenitor durante dos semanas. No conozco a nadie más trabajador, y es una de las pocas personas en las que tengo confianza plena. Le confiaría cualquier cosa: mi empresa, mis necesidades personales. Incluso esto.

El problema es conseguir que acepte.

Aunque sé que tengo muy pocas probabilidades, busco el número de India en el móvil. Me preparo para irme a la cama y dejo el móvil en la mesilla de noche con su número en la pantalla, listo para marcarlo mañana.

Y me niego a pensar en por qué el corazón se me acelera cuando pienso en ella.

Capítulo Siete

 

 

 

 

 

India

 

Es domingo por la mañana y ya he terminado con el trabajo. ¿Cómo es posible? Me levanto a mi hora habitual. Preparo el desayuno y hago una sesión de escritura en la cocina. Luego, tras recibir mi encargo por correo electrónico, que consiste en escribir un artículo sobre los mejores trabajos que se pueden hacer en línea desde casa, investigo un poco y hago un borrador. Ahora llevo como una hora intentando llenar el tiempo editando el texto y tratando de pensar en los siguientes pasos. Esta mañana me siento muy productiva y ahora no tengo nada más que hacer.

Me siento en la silla y suspiro. No imaginé que el trabajo de freelance sería así. Estoy a punto de escribir para pedir más encargos, pero no quiero dar la sensación de que he hecho este a la carrera. Vuelvo a repasar el texto para comprobar que está perfecto, pero las palabras se me borran ante los ojos. He leído el artículo tantas veces que casi me lo sé de memoria. Y luego intento seguir con la novela, pero no tengo inspiración. Más me valdría aceptar que por hoy he terminado.

Decido prepararme una comida saludable. Le robo a Montana algunos ingredientes de la nevera y me preparo un deprimente y ligero plato de pollo. Tardo casi media hora en comer, pero no es suficiente. Todavía me queda el resto del día, y si no encuentro algo que hacer me voy a volver loca de aburrimiento. Ahora recuerdo por qué busqué al principio un trabajo de oficina. No puedo estar todo el día metida en el mismo sitio. Me agobio en el apartamento. Desesperada por escapar del aburrimiento de mi primer día, agarro el bolso y salgo por la puerta sin pensármelo dos veces. No sé dónde voy, pero cualquier cosa es mejor que estar aquí.

Ahora entiendo por qué a Montana le gusta correr. Cuando salgo a toda prisa a la calle siento el viento alborotándome el cabello. Cruzo la calle para ir al parque que está al otro lado y me siento en un banco, permitiendo que el aire frío me llene los pulmones. Y me doy cuenta de lo que quiero. Quiero progresar. Quiero demostrar que avanzo en mi carrera profesional y en la vida. Ahora mismo, dejar un trabajo de oficina y empezar algo nuevo por lo que me pagan menos parece un paso atrás, pero con tanto tiempo para mí misma y para pensar, es imposible no darle vueltas a todo. Ahora estoy atrapada en un círculo de dudas respecto a mí misma, preguntándome cuándo sabré por fin qué hacer con mi vida.

El teléfono me vibra en el bolsillo. Frunzo el ceño. Normalmente nadie me llama durante el día. Llego a la conclusión de que debe ser mi madre y la ignoro, pero unos instantes después vuelve a sonar el móvil. Suspiro, lo saco del bolsillo y miro la pantalla. Se me congela el corazón.

Es William.