Romance en el trabajo - Katy Evans - E-Book

Romance en el trabajo E-Book

Katy Evans

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Beschreibung

«Ahora las reglas las pongo yo», le dijo Kit Walker, el jefe nuevo. Pero la que mandaba era Alexandra. ¿Quién pensaba Kit que era? El heredero acababa de llegar y ya quería mandar, pero si Alexandra lo sorprendía comportándose mal, su padre lo desheredaría. Parecía fácil, ¿no? No cuando la química entre ambos era irresistible. Ironías del destino, tenían que desarrollar una aplicación de citas juntos. ¿Podría ser él la pareja perfecta? ¿O tal vez el escándalo perfecto?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Katy Evans

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Romance en el trabajo, n.º 2129 - octubre 2019

Título original: Boss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-707-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Mi lema como mujer siempre había sido el mismo: hazte dueña de cada lugar en el que entres. Esa mañana, al entrar en las oficinas de Cupid’s Arrow, con un café en una mano y una carpeta en la otra, golpeando con mis tacones rojos el piso de linóleo, supe que iba a atraer muchas miradas. Mi equipo levantó la vista de su escritorio con nerviosismo. Sabían que en días así llegaba con energía y que, si las cosas no salían como yo quería, rodarían cabezas.

–Todo el mundo a la mesa de conferencias, la reunión empezará dentro de dos minutos –avisé.

Ben, el jefe del departamento de tecnología, que solo asistía a las reuniones importantes del equipo de diseño, fue el primero en acercarse a mí. Me ofreció un café y sonrió con timidez y se ruborizó al darse cuenta de que ya tenía uno.

–No sabía si te habría dado tiempo de ir a por café, pero ya tienes dos.

Yo le sonreí mientras dejaba mis cosas en la mesa y aceptaba su taza.

–Con leche descremada.

–Tu favorito –me dijo él, volviendo a sonreír.

Yo le di un sorbo y le devolví el gesto.

–Bueno, nunca es demasiado café. Gracias.

–De nada.

Di un buen sorbo de mi taza desechable y sentí cómo la cafeína entraba en mi sistema, cosa que agradecí. Tenía por delante un día muy largo e iba a necesitar la energía. Necesitaba que todo saliese a la perfección.

Todo el mundo fue tomando asiento alrededor de la mesa, yo me coloqué al frente y encendí la pantalla que había en la pared. El grupo me miró con los ojos muy abiertos.

«Mirad y aprended», pensé. «Así es como trabajan los profesionales».

–Bueno, ahora que ya estamos todos, vamos a empezar –les dije–. Como sabéis, hemos estado centrados en modernizar la marca. ¿Me puede decir alguien qué es lo que busco con el nuevo diseño?

Nadie respondió.

Yo suspiré.

En ocasiones me sentía como la niñera.

–Responde tú, Ellie, en vista de que no lo hace nadie –le dije a mi mejor amiga del instituto.

Ellie Mason me había seguido a Cupid’s Arrow cuando yo había conseguido el trabajo de mis sueños y se habían quedado libres varios puestos en mi equipo. Siempre era bueno tener a tu mejor amiga, además de a una diseñadora de talento, cerca.

–La combinación de colores de la aplicación es fundamental para atraer la atención de nuestro público –empezó Ellie–. Cupid’s Arrow es, sobre todo, una aplicación de citas para gente joven. Los colores oscuros podrían disuadirlos, así que lo que necesitamos es una explosión de color que capte su atención.

–Sí, Ellie. Menos mal que hay alguien que me escucha –comenté yo, haciendo reír al resto del equipo–. Bien, con eso en mente, mostradme qué es lo que se os ha ocurrido.

Todo el equipo se puso a buscar en sus maletines las carpetas que debían haber estado encima de la mesa desde hacía cinco minutos.

–No me lo puedo creer –dijo con incredulidad.

Tim, que es el más joven del grupo, sacó por fin un diseño con una paleta de colores primarios. Yo me mordí el interior de la boca mientras la examinaba.

–Tim, está bien, pero los colores primarios solo atraen a los niños. Es una aplicación para ligar y no queremos que los niños de siete años se conecten, ¿no?

Tim se echó a reír avergonzado y yo le sonreí e intenté ocultar mi exasperación. Miré al resto del equipo con la esperanza de ver algo mejor. Alastair quería que el color se decidiese ese mismo día y yo, sinceramente, también. Eché un vistazo rápido a todas las propuestas.

Por desgracia, no había muchas que mereciesen la pena, pero la de Ellie no estaba mal. Me sonrió y me pasó su carpeta, rogándome con la mirada que utilizase su propuesta. Yo no le devolví la sonrisa porque no me gustaba mostrar mis preferencias, y menos, en la oficina.

Después de que todo el mundo hubiese presentado sus ideas, saqué la mía propia.

–Tiene que parecerse más a esto –les dije, proyectando en la pantalla de la pared mi paleta, en tonos rojos y grises–. Tiene que ser neutra desde el punto de vista del sexo. Llamativa. Apasionada. Audaz. Atemporal. Que atraiga a todo el mundo.

El equipo miró la pantalla con interés. Yo hice un esfuerzo por no repetirles que eso era lo que tenían que haber hecho ellos. Ellie se dio cuenta de mi frustración e hizo una mueca.

Yo la fulminé con la mirada.

Toda la mañana perdida con algo tan sencillo.

Estupendo.

–Tomaremos mi diseño y el de Ellie como punto de partida. Al final del día quiero tres propuestas de cada uno de vosotros para poder escoger una. ¿Entendido?

Todo el mundo asintió con entusiasmo, como si mi presentación les hubiese dado nuevas energías. Mientras se levantaban de la mesa, yo le hice una mueca a Ellie, que me señaló el café.

–Alimenta al monstruo –me dijo sonriendo.

Torcí el gesto una vez más y me terminé la segunda taza del día. Eran las diez de la mañana y ya estaba destrozada. Al menos sabía que era probable que el equipo escogiese mi diseño. Aunque pareciese engreída, sabía que mis ideas siempre eran las mejores. Ese era el motivo por el que Cupid’s Arrow me había fichado con tan solo veinte años y por el que me había convertido en jefa del departamento cuatro años más tarde. Cuatro años de entusiasmo, dedicación y trabajo duro. Todo el equipo de diseño dependía de mí y me merecía el reconocimiento.

Ben pasó por delante mientras organizaba mis cosas.

–Gracias por venir, Ben. No hace falta que tomemos una decisión todavía, pero te avisaré en cuanto tengamos un diseño ganador para que puedas ponerte a trabajar en él.

–Por supuesto –me respondió–. ¿Qué vas a hacer esta noche después del trabajo?

No quise decirle que volvería a casa y me comería unos restos de comida china recalentados. Me daba vergüenza admitir que la cocina no era lo mío.

–Supongo que hoy me quedaré tranquila en casa –le respondí, como si soliese salir de fiesta en vez de ponerme el pijama y ver una película.

–Olvídate de eso. Deberíamos…

Las puertas se abrieron y apareció Alastair Walker, el director general de Cupid’s Arrow, la única persona ante la cual respondía yo.

–¿Cómo va la mañana, querida Alexandra? –me preguntó con su acento británico, a pesar de que llevaba una década viviendo en Chicago.

Se ajustó el traje mientras entraba en la habitación. Para su edad era un hombre muy guapo y ni siquiera las canas ni las arrugas le quitaban protagonismo a su piel bronceada y su cuerpo atlético.

Ben retrocedió nada más verlo.

–Ahí va –respondí yo sonriendo.

Cuando Alastair entró, todo el mundo se puso recto y yo me alegré de que mi equipo supiese comportarse cuando estaba el jefe delante. No obstante, mi sonrisa perdió fuerza al ver al hombre moreno que lo acompañaba.

Un hombre joven y muy guapo, vestido con traje negro, corbata roja y zapatos de diseño, el pelo alborotado y barba de tres días.

Nos miramos a los ojos y a mí se me secó la boca. De repente, me sentí aturdida.

Me fijé en su pelo rizado y moreno, en los ojos marrones claros, en la mandíbula cuadrada.

Y en aquel cuerpo… Era alto y con los hombros anchos.

No supe qué hacía con Alastair, solo supe que era el hombre más guapo que había visto en toda mi vida.

–Quiero presentaros a todos a mi hijo pequeño, la oveja negra de la familia –anunció Alastair, dándole una palmada en el hombro a su acompañante.

Este sonrió divertido y le brillaron los ojos con determinación al oír el comentario de la oveja negra.

–Kit Walker –añadió, presentándose a sí mismo, mirándome a mí.

–Y esta es el arma secreta de Cupid’s Arrow, Alexandra Croft.

El recién llegado me miró fijamente a los ojos y yo sentí que se me cortaba la respiración.

Kit alargó la mano.

–Vaya mezcla, una oveja negra y un arma secreta –comentó en tono de broma.

–Es fácil subestimar a ambas –añadí yo con voz tranquila, sonriendo y tendiéndole la mano.

Su mirada era de curiosidad y diversión, y también de algo más, respeto.

–Encantada de conocerte, Kit –le dije.

–El placer es mío –me respondió él también con acento británico.

Me di cuenta de que llevábamos demasiado tiempo mirándonos y aparté la mano, consciente de que todo mi equipo nos observaba. Yo había oído hablar del hijo pequeño de Alastair, nada bueno. En aquel momento entendí que tuviese fama de mujeriego.

–¿Por qué no os vais presentando todos mientras yo hablo con la señorita Croft? –sugirió Alastair al equipo–. Ben, a ti te veré luego.

–Sí, señor –respondió este.

Ben y Kit se saludaron con una inclinación de cabeza y después mi amigo me apretó el brazo a modo de despedida antes de salir de la habitación.

Kit lo vio desaparecer con el ceño fruncido y después volvió a mirarme a mí de manera inquisitiva e intensa. Yo seguí a Alastair a su despacho.

«No mires atrás, Alexandra. Nunca has permitido que ningún hombre te distraiga y no vas a empezar a hacerlo ahora».

Pero no pudo evitar sentir el calor de la mano de Kit en la mía.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Alastair abrió la puerta de su despacho y me hizo un gesto para que pasase delante de él.

–Siéntate.

Yo me estiré la chaqueta del traje mientras entraba. De repente, estaba nerviosa, cosa que no me ocurría con frecuencia. Solía sentirme segura de mí misma y relajada, pero aquella misteriosa reunión me había tomado desprevenida. Pensé que mi puesto de trabajo podía estar en peligro.

«No seas tonta, Alexandra, este lugar se hundiría sin ti».

Alastair se echó a reír al ver la expresión de mi rostro y se sentó detrás del escritorio.

–No tienes de qué preocuparte, Alexandra. Ya sabes lo mucho que te valoro. Por favor, siéntate.

Aliviada, intenté recuperar la compostura y esbocé una sonrisa mientras tomaba asiento.

–Me resulta difícil decir esto. Llevamos trabajando juntos un tiempo y eres una de mis mejores empleadas. Por eso quiero que lo sepas antes que nadie. Me marcho, Alex.

–¿Qué quieres decir? –pregunté yo, poniéndome más recta, alarmada.

Alastair rio de nuevo.

–Pensé que te alegraría la noticia.

–¡Por supuesto que no! –grité.

¿Adónde se iba a machar mi jefe?

–Era una broma, Alex –me dijo él, mirándome con cariño y dando un sorbo a la taza de té que le había llevado su asistente, John–. No sé de qué te sorprendes. Todos tenemos que retirarnos en algún momento. Incluso los adictos al trabajo como tú.

–Bueno, sí, pero todavía eres…

–¿Joven? –terminó Alastair en mi lugar, riendo de nuevo y sacudiendo la cabeza–. Una de las cosas que más me gustan de ti es que eres muy graciosa sin pretender serlo. ¿Quieres decir que no lo veías venir?

–En absoluto.

–Bueno, pues ahora ya lo sabes. De hecho, eres la primera en saberlo. Anunciaré mi retirada oficialmente al final de la semana.

Aquello me puso nerviosa y tuve que controlarme para no morderme las uñas. Un cambio de dirección era algo muy importante. Alastair siempre había sido un jefe fácil y amable, que me dejaba llevar a mi equipo a mi manera.

–¿Y qué significa eso para nosotros? –le pregunté–. ¿Y por qué me lo cuentas a mí?

–Todo a su debido tiempo. Lo cierto es que quería pedirte un favor.

–Lo que quieras –le respondí con toda sinceridad.

Yo era la que era gracias a Alastair. Él me había dado la oportunidad de desarrollarme profesionalmente y jamás habría llegado tan lejos sin su apoyo.

–Te lo cuento a ti porque eres responsable. Sé que sacas mucho trabajo adelante, probablemente más que yo. No me avergüenza admitir que soy un poco vago. Y un poco mujeriego también. Empecé este negocio para meter las citas en la era de la información, pero jamás pensé que tendría tanto éxito. Y eso, en parte, ha sido gracias a ti, Alex.

Yo hice una mueca.

–Has sido un jefe estupendo –le respondí–. Has pasado por dos matrimonios, dos divorcios, dos hijos y… tienes carisma. Todo el mundo sabe que tu presencia es necesaria en las alfombras rojas de esta ciudad.

Alastair rio más fuerte de lo necesario y se dio una palmada en el pecho.

–Cierto, cierto. Tengo que admitir que he crecido, he madurado, con este negocio. Y siempre te he considerado mi protegida, la persona que continuaría con la empresa con los años, pero tengo herederos.

Ella supo que se refería a sus hijos. El mayor tenía una importante empresa de medios de comunicación y el pequeño era al que le gustaba más la fiesta, había pasado los tres últimos años en Tailandia o algo así.

–William ya tiene su imperio –empezó Alastair, como si me hubiese leído la mente–. Y Kit… ha estado un tiempo en Tailandia, pero es el momento de que aprenda lo que es el trabajo duro o, al menos, el trabajo.

Se echó hacia atrás en su sillón.

–Kit no tiene ninguna experiencia, pero, sinceramente, no pienso que eso sea un problema. Cuando tú llegaste tampoco la tenías y mira lo lejos que has llegado…

Frunció el ceño antes de continuar.

–Kit… todavía no está hecho para trabajar en una empresa. Es igual que su padre a esa edad, vago e inmaduro. Me temo que lo lleva en la sangre. Y su madre no ha aportado mucho más.

Todo el mundo sabía que Alastair se había casado con su segunda esposa, una bailarina a la que había conocido en Londres, solo porque se había quedado embarazada de Kit.

–Pero lo cierto es que Kit todavía es joven y pienso que, con algo de ayuda, podría ser bueno en esto. En cualquier caso, le gusta la idea de asumir mi papel.

Aquello me pareció normal, ¿cómo no iba a gustarle la idea de heredar una empresa que facturaba miles de millones de dólares al año?

–Es inteligente, Alex –continuó mi jefe–. Y sereno. Podría hacerlo bien. Tiene potencial, no me gustaría que lo desperdiciase.

Yo me mordí el labio, me sentía incómoda. La idea de ocuparme de Kit no me gustaba, pero no podía decírselo a Alastair.

–¿Y qué puedo hacer yo para que te sientas más cómodo con esta… transición? –le pregunté.

Alastair se echó a reír.

–Siempre tan directa. La verdad es que a Kit le vendría bien un maestro, pero jamás lo aceptaría. No le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Yo voy a estar un tiempo por aquí, echándole un ojo, pero me gustaría que tú lo guiases.

Guiarlo.

Guiar a un tipo guapo y seductor que iba a ser mi jefe. Se me encogió el estómago solo de pensarlo.

–Te has quedado muy callada, Alex, y eso no es normal en ti –comentó él, arqueando las cejas–. Me acababas de decir que harías cualquier cosa por mí.

Yo suspiré y esbocé una sonrisa.

–Supongo que me acabo de pegar un tiro en el pie.

–Sí.

Tragué saliva. Sabía que no tenía elección, pero conocía a los chicos como Kit. Seguro que le habían ido bien los estudios con poco esfuerzo y que se sentía dispuesto a dirigir el mundo entero, pero sin trabajar porque no estaba acostumbrado a hacerlo.

Yo era todo lo contrario. Siempre había preferido estudiar a salir de fiesta. Mis padres habían sido adictos al trabajo, perfeccionistas, con poco tiempo para mí. Y yo también llevaba aquello en la sangre.

El trabajo siempre había sido la religión de mis padres. Hasta tal punto que solo hablábamos por teléfono en Navidad y cuando había algún cumpleaños, y nuestro tema de conversación era el trabajo. Yo solo tenía a mi hermana Helena, que estaba en la mejor universidad, en Stanford, gracias a mí.

Mis padres siempre habían pensado que uno no nacía, sino se hacía, trabajador. Y económicamente nos habían ayudado muy poco a Helena y a mí desde que habíamos terminado el instituto. No obstante, yo había querido ayudar a Helena, que era muy inteligente y se merecía recibir la mejor educación.

Por eso era tan importante mi trabajo. Porque no solo se trataba de cumplir mis sueños, sino también de darle a mi hermana la oportunidad de cumplir los suyos.

Kit jamás sabría lo que significaba sacrificarse por otra persona y la idea de ser su niñera no me gustaba nada.

Yo no tenía tiempo para chicos vagos.

Salvo que mi puesto de trabajo dependiese de ello, por supuesto.

–Bueno, ¿qué quieres que haga? –le pregunté a Alastair.

–Solo que lo guíes. En cuanto confíe en ti, verá lo duro que trabajas y querrá seguir tus pasos. Quiero que lo vigiles, que le enseñes y que… me informes de cómo va.

–¿De qué quieres que te informe exactamente?

–De cómo lo está haciendo. Quiero asegurarme de que merece su herencia. Y, si te soy sincero, tengo la esperanza de que seas una inspiración para él.

Yo sentí que aquella era demasiada responsabilidad.

–¿Y si las cosas no salen como tú esperas? –le pregunté.

–En ese caso, tendrás que ayudarlo a cambiar eso. Por el bien de la empresa –me dijo él–. Voy a llamarlo.

–Alastair, espera…

No me apetecía volver a ver a Kit Walter en aquel estado de confusión.

Alastair ya estaba en la puerta.

–John, llama a mi hijo, por favor.

Yo me puse en pie y, poco después, llamaban a la puerta. Kit ni siquiera esperó a que su padre le hiciese entrar. Abrió la puerta y… seguía siendo el hombre más guapo que yo había visto jamás.

–Entra, Kit. Alex y yo estábamos hablando de ti y de Tailandia.

Kit se apoyó en la puerta y me miró.

–Cómo no.

¿Qué significaba aquello?