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James es un libro fascinante. Una reescritura de Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain desde el punto de vista de Jim, el esclavo. Con el humor típico de Percival Everett y una inteligencia sobrecogedora, el lector vive una gran aventura, la de la libertad. James es el nombre de la dignidad. El esclavo ha visitado de forma clandestina la biblioteca de su amo y ha aprendido a leer y escribir. Cuando se entera de que lo han vendido y lo van a separar de su mujer y su hija decide escaparse. En esa aventura trepidante lo acompaña Huck. Los dos se convierten en una pareja de personajes que se necesitan mutuamente no sólo para sobrevivir, también para conocerse y saber cuál es su verdadera conexión. El lenguaje es fundamental en este libro de lectura trepidante construido casi enteramente en diálogos inteligentes. Las críticas han sido excepcionales en todos los grandes medios de comunicación de Estados Unidos y Reino Unido. Considerada de forma generalizada como una obra de arte ha encumbrado a Percival Everett en la cima de los autores literarios contemporáneos de su país. Una fascinante y conmovedora lectura para todas las edades. Percival Everett es un escritor estadounidense distinguido con numerosos premios. Sus libros más recientes han sido publicados en De Conatus. Dr. No ganó el premio PEN 2023 Los árboles fue finalista del Booker Prize 2022. Cuánto azul considerado una obra fundamental por el crítico James Wood. American Fiction, ganadora del óscar 2024 al mejor guión adaptado está basada en su obra Cancelado. Próximamente en De Conatus también publicaremos Telephone, finalista del premio Pulitzer en 2021 y su obra poética Sonetos para una tonalidad perdida.
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Seitenzahl: 340
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james
Percival Everett
Traducción
Javier Calvo
Colección ¿qué noscontamos hoy?
Novela
Título:
James
De esta edición:
© De Conatus Publicaciones S.L.
Casado del Alisal, 10
28014 Madrid
www.deconatus.com
Copyright © 2024 by Percival Everett
Título original: James
Spanish translation rights arranged with Melanie Jackson Agency, LLC
© De la traducción: Javier Calvo
Primera edición: noviembre 2024
Diseño: Álvaro Reyero Pita
ISBN epub: 978-84-10182-13-4
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede reproducirse total ni parcialmente, ni almacenarse en sistema recuperable o transmitido, en ninguna forma ni por ningún medio electrónico, mecánico, mediante fotocopia, grabación ni otra manera sin previo permiso de los editores.
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
Para Danzy
The notebook of Daniel Decatur Emmett
I come to town de udder night,
I hear de noise, den saw de sight,
De watchmen dey be runnin’ roun’
Cryin’ Ole Dan Tucker come to town.
Git outen de way, Git outen de way,
Git outen de way, Ole Dan Tucker,
You’s too late to come yo supper.
Sheep an’ hog a walkin’ in de pasture,
Sheep says, «Hog can’t you go no faster?»
Hush! Hush! Honey de wolf growlin’,
Ah, ah, de Lawd, bull dog growlin’,
Git outen de way, Git outen de way,
Git outen de way, Ole Dan Tucker,
You’s too late to come yo supper.
Here’s my razor in good order,
Magnum bonum-jis hab bought ’er,
Sheep shell oats, an’ Tucker shell de corn,
I ’ll shabe ye soon as de water gits warm.
Git outen de way, Git outen de way,
Git outen de way, Ole Dan Tucker,
You’s too late to come yo supper.
Jay bird in de martin’s nest,
To sabe his soul, he got no rest,
Ole Tucker in de fox’s den,
Out come de young ones nine or ten.
Git outen de way, Git outen de way,
Git outen de way, Ole Dan Tucker,
You’s too late to come yo supper.
I went to de meetin’ de udder day,
To hear Ole Tucker preach and pray;
Dey all got drunk, but me alone,
Make Ole Tucker walk jaw bone.
Git outen de way, Git outen de way,
Git outen de way, Ole Dan Tucker,
You’s too late to come yo supper.
EL CUADERNO DE DANIEL DECATUR EMMETT
Llegué al pueblo la otra noche / oí un ruido raro y vi algo raro / los alguaciles corrían de un lado para otro / y gritaban y ha venido al pueblo el viejo Dan Tucker / Vete de aquí, vete de aquí / vete de aquí, viejo Dan Tucker / llegas tarde si quieres cenar.
Están pastando la oveja y el puerco / y dice la oveja: ¿no puedes ir más rápido, puerco? / Calla, calla, cariño, que gruñe el lobo / Ay, ay, señor, también gruñe el perro / Vete de aquí, vete de aquí / vete de aquí, viejo Dan Tucker / llegas tarde si quieres cenar.
Aquí está mi navaja en perfecto estado / impecable, recién comprada / las ovejas se comen la avena y Tucker el maíz / en cuanto esté caliente el agua te voy a afeitar / Vete de aquí, vete de aquí / vete de aquí, viejo Dan Tucker / llegas tarde si quieres cenar.
Arrendajo en el nido del vencejo / si quiere salvarse, no puede descansar / el viejo Tucker en la guarida del zorro / salen los cachorros, nueve o diez de ellos / Vete de aquí, vete de aquí / vete de aquí, viejo Dan Tucker / llegas tarde si quieres cenar.
Fui a la iglesia el otro día / para oír al viejo Tucker rezar y predicar / todo el mundo se emborrachó, pero yo fui el único / que hizo al viejo Tucker bailar y bailar / Vete de aquí, vete de aquí / vete de aquí, viejo Dan Tucker / llegas tarde si quieres cenar.
Old Zip Coon
I went down to Sandy Hook to-der ar-ter noon;
I went down to Sandy Hook to-der ar-ter noon;
I went down to Sandy Hook to-der ar-ter noon;
And de fust man I met dere was old Zip Koon.
Old Zip Koon is a very larned scholar,
Old Zip Koon is a very larned scholar,
He plays on the Banjo Konney in de hollar.
Did you ever see de wild goose sail upon de ocean;
Did you ever see de wild goose sail upon de ocean;
Did you ever see de wild goose sail upon de ocean;
O de wild goose motion is a very pretty notion,
For when de wild goose winks de beckon to de swallor,
And den de wild goose hollor, google, google, gollor.
If I was president of dese United States;
If I was president of dese United States;
If I was president of dese United States,
I ’d suck ’lasses candy and swing open de gates;
And dose I didn’t like I ’d block ’em off de docket,
And de way I ’d block um wou’d be a sin to Crockett.
EL VIEJO NEGRO ZIP
Esta tarde fui a Sandy Hook / esta tarde fui a Sandy Hook / esta tarde fui a Sandy Hook / y el primer hombre al que me encontré allí fue el viejo negro Zip / el viejo negro Zip es todo un erudito / el viejo negro Zip es todo un erudito / toca con el banjo «El negrito en el valle».
¿Has visto volar a los gansos salvajes sobre el mar? / ¿Has visto volar a los gansos salvajes sobre el mar? / ¿Has visto volar a los gansos salvajes sobre el mar? / su forma de moverse es muy bonita de ver / porque cuando el ganso le guiña el ojo a la golondrina / el ganso google, google, gollor.
Si yo fuera presidente d’estos Estados Unidos / si yo fuera presidente d’estos Estados Unidos / si yo fuera presidente d’estos Estados Unidos / chuparía golosinas y abriría las puertas de par en par / y no dejaría pasar a los que me cayeran mal / y mi forma de cerrarles el paso sería pecado mortal.
Turkey in the Straw
As I was goin’ down the road,
A tired team an’ a heavy load,
I crack’d my whip and the leader sprung
And says day-day to the wagon tongue.
(Chorus)
Turkey in the straw, turkey in the hay;
Dance all nighty and work all day;
Roll ’em up and twist ’em up a-high tuck-a-haw,
And hit ’em up a tune call’d Turkey in de Straw.
Oh I went out to milk and I didn’t know how,
I milked a goat instead of a cow,
A monkey sittin’ on a pile of straw,
A wink in his eye at his mother-in-law.
(Chorus)
Turkey in de hay, turkey in de straw;
The old gray mare won’t gee nor haw;
Roll ’em up and twist ’em up a-high tuck-a-haw,
And hit ’em up a tune call’d Turkey in de Straw.
EL PAVO EN EL PAJAR
Iba yo por la calle / con el carro muy cargado y los caballos cansados / di un latigazo y el líder del tiro salió disparado / y le dijo adiós muy buenas al carro.
(Coro)
El pavo en el pajar, el pavo entre el heno / baila toda la noche y trabaja todo el día / mueve esos huesos y date un buen baile / y toca la canción del pavo en el pajar.
Fui a ordeñar y no sabía hacerlo / y en vez de una vaca ordeñé una cabra / y un mono sentado en un montón de paja / el ojo le guiñó a la buena de su suegra.
(Coro)
El pavo entre el heno, el pavo en el pajar / la vieja yegua gris ya no dice ni mu / mueve esos huesos y date un buen baile / y toca la canción del pavo en el pajar.
The Blue-Tail Fly
When I was young I used to wait
On my massa and give him his plate,
And pass de bottle when he got dry,
And brush away the blue-tail fly.
(Chorus)
Jimmie crack corn and I don’t care,
Jimmie crack corn and I don’t care,
Jimmie crack corn and I don’t care,
My massa’s gone away.
And when he’d ride in de afternoon,
I ’d follow after with a hickory broom,
The pony being rather shy,
When bitten by a blue-tail fly.
(Chorus)
One day he ride around de farm,
De flies so num’rous they did swarm,
One chanc’d to bite him in de thigh,
De devil take de blue-tail fly.
(Chorus)
De pony run, he jump, he pitch,
He threw my massa in de ditch;
He died and de jury wonder’d why,
De verdict was de blue-tail fly.
(Chorus)
Dey lay him under a ’simmon tree;
His epitaph is dere fo to see;
«Beneath this stone I ’m forced to lie,
A victim of the blue-tail fly.»
La mosca de la cola azul
Cuando yo era joven servía / a mi amo y le daba su plato / y le pasaba la botella cuando no le quedaba ni gota / y le apartaba a la mosca de cola azul.
(Coro)
Jimmie reparte maíz y me da igual / Jimmie reparte maíz y me da igual / Jimmie reparte maíz y me da igual / se ha muerto mi amo.
Y cuando se iba a cabalgar por las tardes / yo le seguía con una escoba de paja / el caballo se quedaba muy cortado / cuando le picaba aquella mosca de cola azul.
(Coro)
Un día estaba cabalgando por la granja / y había tantas moscas que eran un enjambre / y una le mordió en el muslo / mal rayo parta a aquella mosca de cola azul.
(Coro)
El caballo salió disparado y pegó un buen salto / y tiró a mi amo al fondo de la zanja / allí murió y cuando el jurado preguntó por qué / el veredicto fue la mosca de cola azul.
(Coro)
Lo enterraron debajo de un árbol de caquis / con el epitafio a la vista de todos / «Debajo de esta lápida tengo que yacer / víctima de la mosca de cola azul».
CAPÍTULO 1
Los cabroncetes estaban escondidos entre la hierba alta. La luna no acababa de estar llena, pero daba mucha luz y la tenían detrás, así que yo los podía ver perfectamente, aunque fuera noche cerrada. Las luciérnagas centelleaban sobre el fondo negro. Me esperé en la puerta de la cocina de la señorita Watson y meneé con el pie un escalón que estaba suelto, sabiendo que al día siguiente me diría que lo arreglara. Estaba esperando a que me diera una bandeja de pan de maíz que había hecho con la receta de mi Sadie. Esperar ocupa una gran parte de la vida del esclavo; esperar y esperar para volver a esperar. Esperar exigencias. Esperar comida. Esperar a que se acabe el día. Esperar la justa y mecida recompensa cristiana al final de todo.
Los chavales aquéllos, Huck y Tom, me estaban vigilando. Siempre jugaban a que yo era un villano o bien su presa, pero en cualquier caso me usaban de juguete. Se dedicaban a dar brincos por ahí con los ácaros, los mosquitos y demás bicharracos, pero nunca se me acercaban. Siempre conviene darles a los blancos lo que quieren, de forma que salí al patio y grité a la oscuridad:
—¿Quién ronda por ahí a oscuras?
Se movieron con torpeza y soltaron risillas. Aquellos chavales no habrían podido pillar por sorpresa ni a un tipo sordo y ciego con una orquesta tocando de fondo. Puestos a perder el tiempo, habría preferido perderlo contando las luciérnagas que prestándoles atención a ellos.
—Supongo que me quedaré sentao aquí en el porche a vigilá, a ver si oigo otra vez ese ruido. Lo mismo hay algún demonio o alguna bruja ahí fuera. Voy a quedarme aquí, en lugar seguro. —Me senté en el escalón superior y apoyé la espalda en el poste. Estaba cansado, así que cerré los ojos.
Los chavales hablaban en voz baja, excitados; yo los oía tan claro como la campana de una iglesia.
—¿Ya se ha dormido? —preguntó Huck.
—Creo que sí. He oído que los negros se pueden dormir así —dijo Tom, chasqueando los dedos.
—Chist —dijo Huck.
—Yo digo que lo atemos —dijo Tom—. Que lo atemos al poste ése del porche en el que está apoyao.
—No —dijo Huck—. ¿Y si se despierta y arma un buen barullo? Entonces me trincarán por estar fuera y no en la cama, que es donde debería estar.
—Bueno, vale. ¿Pero sabes qué? Necesito velas. Me voy a meter en la cocina de la señorita Watson y coger unas cuantas.
—¿Y si despiertas a Jim?
—No voy a despertar a nadie. Cuando un negro duerme, no lo despiertan ni los truenos. ¿Es que no sabes ná? Ni los truenos ni los rayos ni un león rugiendo. Me han contao que hubo uno que no se despertó ni con un terremoto.
—¿Cómo crees que será estar en un terremoto?
—Como cuando te despierta tu padre en plena noche.
Los chavales se acercaron a hurtadillas con torpeza, gateando y arrancando un montón de chirridos a los tablones del porche, y entraron por la puerta holandesa de la cocina de la señorita Watson. Los oí rebuscar dentro, abriendo puertas de armario y cajones. Mantuve los ojos cerrados y no hice caso de un mosquito que me aterrizó en el brazo.
—Aquí están —dijo Tom—. Voy a coger tres.
—No te puedes llevar las velas de una pobre vieja —dijo Huck—. Eso es robar. ¿Y si le echan las culpas a Jim?
—Mira, le voy a dejar cinco centavos. Con eso hay de sobra. No sospecharán de un esclavo. ¿De dónde iba a sacar un esclavo cinco centavos? Venga, vámonos antes de que aparezca la vieja.
Los chavales salieron al porche. No creo que se dieran cuenta de todo el ruido que estaban haciendo.
—Deberías haber dejao una nota también —dijo Huck.
—No hace falta tanto —dijo Tom—. Con cinco centavos sobra. —Noté que las miradas de los chavales se dirigían a mí. Me quedé muy quieto.
—¿Qué haces? —dijo Huck.
—Le voy a gastar una broma a Jim.
—Lo que vas a hacer es despertarlo.
—Calla.
Tom se me puso detrás y me cogió el ala del sombrero por encima de las orejas.
—Tom —protestó Huck.
—Chist. —Tom me levantó el sombrero de la cabeza—. Le voy a colgar el sombrero del clavo éste.
—¿Y qué consigues con eso?
—Pos que cuando se despierte creerá que ha sido una bruja. Cómo me gustaría estar aquí para verlo.
—Vale, ya está en el clavo, vámonos —dijo Huck.
Alguien se movió dentro de la casa y los chavales echaron a correr, doblaron la esquina a pleno galope y pusieron pies en polvorosa. Oí los pasos que se alejaban.
Entonces apareció alguien en la cocina y se detuvo en la puerta.
—¿Jim? —Era la señorita Watson.
—¿Sí, señora?
—¿Estabas durmiendo?
—No, señora. Estoy muy cansao, pero no dormía.
—¿Estabas en mi cocina?
—No, señora.
—¿Había alguien en mi cocina?
—No he visto a naide, señora. —Y era del todo cierto, porque había tenido los ojos cerrados todo el tiempo—. No he visto a naide en su cocina.
—Bueno, aquí tienes el pan de maíz. Le puedes decir a Sadie que me ha gustado su receta. Le he hecho un par de cambios. Ya sabes, para refinarla.
—Sí, señora, se lo diré.
—¿Has visto a Huck? —preguntó.
—Lo he visto antes.
—¿Hace cuánto? —dijo.
—Un rato —dije.
—Jim, te voy a hacer una pregunta. ¿Has estado en la biblioteca del Juez Thatcher?
—¿En su qué?
—Su biblioteca.
—¿La sala ésa donde tié los libros?
—Sí.
—No, señora. He visto los libros, pero no he estao en la sala. ¿Po qué me lo pergunta?
—Oh, porque ha encontrado unos libros fuera de los estantes.
Me reí.
—¿Qué iba a haser yo con un libro?
Ella se rio también.
El pan de maíz venía envuelto en un paño fino y yo tenía que ir cambiando de sitio las manos todo el tiempo de tan caliente que estaba. Me pasó por la cabeza probarlo porque tenía hambre, pero quería que Sadie y Elizabeth lo probaran primero.
Nada más entrar por la puerta, Lizzie vino a mí corriendo, olisqueando el aire como un sabueso.
—¿Qué es eso que huelo? —me preguntó.
—Me imagino que será este pan de maíz —le dije—. La señorita Watson ha usado la receta especial de tu madre y la verdad es que huele bien. Me ha informado, eso sí, de que ha hecho un par de alteraciones.
Sadie se me acercó y me dio un beso en los labios. Me acarició la cara. Tenía la piel y los labios suaves, pero sus manos eran igual de ásperas que las mías por culpa de trabajar en los campos; seguían siendo agradables, eso sí.
—Me aseguraré de devolverle el paño mañana. Los blancos siempre se acuerdan de esas cosas. Te juro que creo que dedican un rato cada día a contar los paños, las cucharas, las tazas y esas cosas.
—Así es. ¿Te acuerdas de aquella vez que olvidé devolver el rastrillo al cobertizo?
Sadie puso el pan de maíz en el bloque de madera —un tocón, en realidad— que usábamos de mesa. Lo cortó. Nos pasó unos pedazos a Lizzie y a mí. Di un bocado y Lizzie también. Nos miramos.
—Pero si olía bien —dijo la niña.
Sadie cortó un pedazo muy fino y se lo metió en la boca.
—En serio, el talento de esa mujer no está en la cocina.
—¿Me lo tengo que comer? —preguntó Lizzie.
—No hace falta —dijo Sadie.
—¿Pero qué le vas a decir cuando te pregunte? —le pregunté.
Lizzie carraspeó.
—Señorita Watson, nunca en mi vida m’he comío un pan de maíz como ése.
—Mejor «nunca en la vida mía» —le dije—. Es la gramática incorrecta correcta.
—Nunca en la vida mía m’he comío un pan de maíz como ése —dijo.
—Muy bien —le dije.
Albert apareció en la puerta de nuestra cabaña.
—¿Sales, James?
—Salgo enseguida. Sadie, ¿te importa?
—No, ve —dijo.
Salí y caminé hasta la fogata, donde estaban sentados los hombres. Me dieron la bienvenida y me senté. Hablamos de lo que le había pasado a un fugitivo de otra granja.
—Sí, le han dado una buena paliza —dijo Doris. Doris era un hombre, pero a los esclavistas no parecía haberles importado cuando le pusieron el nombre.
—Van a ir todos al infierno —dijo el viejo Luke.
—¿Qué te ha pasado a ti hoy? —me preguntó Doris.
—Nada.
—Algo te debe de haber pasado —dijo Albert.
Estaban esperando a que yo les contara alguna historia. Por lo visto era algo que se me daba bien, contar historias.
—Nada, sólo que hoy he sido transportado a Nueva Orleans. Aparte de eso, no ha pasado nada.
—¿Qué? —dijo Albert.
—Sí. Fijaos, me he quedado adormilado hacia mediodía y al abrir los ojos estaba de pie en una calle a reventar, rodeado de carruajes de mulas y qué sé yo.
—Estás loco —dijo alguien.
Vi que Albert me hacía la señal de advertencia de que había blancos cerca. Luego oí movimientos torpes en los matorrales y supe que eran los chavales aquéllos.
—Os lo digo, m’he encontrao el sombrero colgao de un clavo. Yo no lo he puesto ahí, he dicho. ¿Cómo ha llegao ahí? Y m’he dao cuenta de que han sío las brujas. No las he visto, pero han sío ellas. Y una de las brujas, la que me se ha llevao el sombrero, me ha mandao a Nueva Orleans. ¿Os lo podéis creer? —Mi cambio de dicción alertó al resto de la presencia de los chavales blancos. Así pues, mi actuación para los chavales se convirtió en el marco de mi narración. Mi historia pareció menos inventada cuando se volvió un juego real con los chavales.
—No me digas —dijo Doris—. Pos a las brujas no hay que buscarles las cosquillas.
—Ahí llevas razón —dijo otro hombre.
Oímos que los chavales soltaban unas risillas.
—Así pues, estaba yo en Nueva Orleans, ¿y sabéis qué? —dije—. Pos que de pronto me aparece un brujo detrás. Y me dice: «¿qué haces tú en esta ciudá?». Le digo que no tengo ni idea de cómo he llegao aquí. ¿Y sabéis qué me dice? ¿Sabéis qué me dice?
—¿Qué te dijo, Jim? —preguntó Albert.
—Me dijo: Jim, sé un hombre libre. Y me dijo que naide me iba a volver a llamar negro.
—Madre de Dios —gritó Flaco, el herrador.
—Me dijo el demonio que podía comprarme lo que quisiera por la calle. Que me podía comprar whisky si quería. ¿Qué sus parece?
—El whisky lo carga el diablo —dijo Doris.
—Da igual —dije—. De verdad da igual. Dijo que si lo quería era pa’ mí. Y tó lo que quisiera. Pero me daba igual.
—¿Por qué? —preguntó un hombre.
—Primero, porque al sitio aquél me había mandao el demonio. No era real, era un sueño. Y porque no tenía guita. Así de simple. Así que el demonio chasqueó los dedos sucios y me mandó de vuelta a casa.
—¿Y por qué hizo eso? —preguntó Albert.
—Carajo, pos porque en Nueva Orleans no te pués meter en líos si no tienes guita, da igual que sea un sueño —dije.
Los hombres se rieron.
—Eso he oído yo también —dijo un hombre.
—Espera —le dije—. Me paíce que estoy oyendo a un demonio de ésos en las matas. Dadme una antorcha pa’ que pueda dar luz a esas matas. A las brujas y a los demonios no les gusta estar rodeaos de fuego. Se derriten como manteca en una parrilla.
Nos reímos todos al oír cómo los chavales blancos salían pitando.
Después de pisar la noche anterior aquellos tablones que chirriaban, ya sabía yo que la señorita Wilson me haría clavarlos y arreglar el escalón suelto. Esperé hasta media mañana para no despertar a ningún blanco. Dormían como marmotas y siempre se quejaban de que se habían despertado demasiado temprano, daba igual cómo de tarde fuera.
Huck salió de la casa y se me quedó mirando unos minutos. Estaba pululando como cuando tenía algo en mente.
—¿Por qué no estás corriendo por ahí con tu amigo? —le pregunté.
—¿Quién? ¿Tom Sawyer?
—Ése será, supongo.
—Seguramente estará durmiendo todavía. Seguramente se ha pasao la noche despierto atracando bancos y trenes y cosas de ésas.
—¿Eso hace?
—Eso dice. Tié dinero, así que se compra libros y se pasa el día leyendo aventuras. A veces no sé qué pensar de él.
—¿Qué quieres decir?
—O sea, encontró una cueva y a veces vamos y nos juntamos con otros chavales, pero cuando llegamos siempre tié que ser el jefe.
—¿Ah, sí?
—Y tó es por los libros ésos que lee.
—¿Y eso te da mala espina?
—¿Por qué dice la gente eso? «Dar mala espina».
—Bueno, me paíce a mí, Huck, que es como si te dan un pescao que tié una espina dentro que no se ve, y cuando te lo comes, si no andas con mucho cuidao…
—Ya lo pillo.
—A veces paíce que a los amigos hay que aguantarlos y ya está. Al final, van a hacer lo que quieran.
—Jim, tú llevas las mulas y arreglas las ruedas de la carreta y ahora estás arreglando el porche éste. ¿Quién te ha enseñao a hacer toas esas cosas?
Me detuve, miré el martillo que tenía en la mano y le di la vuelta.
—Pos es una buena pregunta, Huck.
—¿Quién fue?
—La necesidad.
—¿Qué?
—La nesesidá —me corregí—. La nesesidá es cuando tiés que hacé una cosa porque no hay más remedio.
—¿Y qué pasa si no?
—Pos pasa que te llevan al poste y te azotan o te llevan río abajo y te venden. Tú no te has de preocupar d’eso.
Huck miró al cielo. Lo pensó un momento.
—Mira que es bonito mirar el cielo cuando no hay nubes y es tó azul. He oído que hay azules distintos que tienen nombre. Y rojos también. Me pregunto cómo llamarán a ese azul.
—Azul turquesa —dije—. Como los huevos del petirrojo.
—Es verdad, Jim. Parece un huevo de petirrojo, pero sin manchas.
Asentí con la cabeza.
—Por eso hay que mirá más allá de las manchas.
—Huevos de petirrojo —repitió Huck.
Nos quedamos sentados un momento más.
—¿Qué más te reconcome? —le pregunté.
—Creo que la señorita Watson está loca.
No dije nada.
—Siempre está hablando de Cristo y de rezar y de esas cosas. Tié a Jesucristo en el seso. Me ha dicho que rezar me ayudará a ser más generoso con el mundo. ¿Eso qué carajo significa?
—No digas palabrotas, Huck.
—Pareces ella. No veo por qué tengo que estar pidiendo cosas pa’ que nadie me las dé y aprender la lección de que no me den lo que pido. ¿Qué lógica tiene? Es como rezarle al tablón ése.
Asentí con la cabeza.
—¿Dices que sí porque es verdá o porque no?
—Digo que sí ná más, Huck.
—Estoy rodeao de chiflaos. ¿Sabes qué hizo Tom Sawyer?
—Dímelo, Huck.
—Nos hizo jurar con sangre que, si alguien cuenta secretos de la banda, mataremos a toa la familia de esa persona. ¿No te parece de locos?
—¿Cómo se jura con sangre?
—Pos te tienes que hacer un corte en la mano con una navaja y darle la mano a tós los que han hecho lo mismo. Ya sabes, pa’ que las sangres de tós se mezcle bien. Y entonces sois hermanos de sangre.
Le miré las manos.
—En vez de eso escupimos. Tom Sawyer dijo que servía igual y que no podíamos atracar un banco con las manos toas cortás. Un chaval se puso a llorar y dijo que se iba a chivar y Tom Sawyer le hizo callar dándole cinco centavos.
—¿Y tú no me estás contando secretos ahora mismo? —le pregunté.
Huck hizo una pausa.
—Contigo es distinto.
—¿Porque soy un esclavo?
—No, no es por eso.
—¿Pos por qué?
—Porque eres mi amigo, Jim.
—Vaya, gracias, Huck.
—No se lo contarás a nadie, ¿verdá? —Me miró con cara de preocupación—. Aunque vayamos a atracar un banco. No lo contarás, ¿verdá?
—Sé guardar secretos, Huck. Y también te puedo guardá el tuyo.
La señorita Watson se acercó a la puerta mosquitera y dijo entre dientes:
—¿No has acabado con el escalón, Jim?
—Pos sí que he acabao, señorita Watson —dije.
—Es un milagro con el chaval ése hablando por los codos. Huckleberry, haz el favor de entrar y hacer tu cama.
—Pero si la voy a deshacer otra vez esta noche —dijo Huck. Se metió las manos en los pantalones y se quedó allí meciéndose, como si supiera que se había pasado de la raya.
—No me hagas salir a buscarte —dijo ella.
—Te veo aluego, Jim. —Huck entró corriendo en la casa, pasando de costado junto a la señorita Watson como si estuviera esquivando un sopapo.
—Jim —dijo la señora Watson, mirando hacia la casa, en dirección a Huck.
—¿Señora?
—Me he enterado de que el padre de Huck ha vuelto al pueblo. —Me pasó al lado y miró el camino.
Asentí con la cabeza.
—Sí, señora.
—Ten vigilado a Huck —dijo.
No entendí exactamente lo que me estaba pidiendo que hiciera.
—Sí, señora. —Devolví el martillo a la caja—. Señora, ¿qué es lo que tengo que estar vigilando sactamente?
—Y ayúdale también a andarse con cuidado con el Tom Sawyer ése.
—¿Por qué me dice usté tó esto, señora?
La anciana me miró y a continuación miró el camino y el cielo.
—No lo sé, Jim.
Reflexioné sobre lo que había dicho la señorita Watson. El tal Tom Sawyer no suponía realmente ningún peligro para Huck, sólo una especie de diablillo que se le posaba en el hombro para decirle burradas. El hecho de que hubiera vuelto su padre, en cambio, ya era otra cosa. Era posible que hubiera vuelto sobrio, pero también que hubiera vuelto borracho. En cualquiera de aquellos dos estados siempre le arreaba palizas al pobre chaval.
CAPÍTULO 2
Aquella noche me senté con Lizzie y seis niños más en nuestra cabaña y les di una clase de lengua. Eran unas clases indispensables. Moverse de forma segura por el mundo era algo que dependía del dominio fluido del lenguaje. Los chavales estaban sentados en el suelo de tierra apisonada y yo en uno de nuestros taburetes hechos en casa. El agujero del techo atraía el humo del fuego que ardía en mitad de la choza.
—Papá, ¿por qué tenemos que aprender eso?
—Porque la gente blanca espera que hablemos de una manera determinada y siempre va bien no decepcionarlos —dije—. Los únicos que sufren cuando les hacemos sentirse inferiores somos nosotros. O quizás debería decir «cuando no se sienten superiores». Así pues, detengámonos para revisar unos cuantos puntos básicos.
—No hay que mirarlos a los ojos —dijo un chico.
—Bien, Virgil.
—Nunca seas el primero en hablar —dijo una niña.
—Correcto, February —dije.
Lizzie miró a los demás niños y después a mí.
—Nunca trates ningún tema de forma directa cuando hables con otro esclavo —dijo.
—¿Cómo se llama eso? —pregunté.
—¡Pasar canario! —dijeron todos juntos.
—Excelente. —Estaban satisfechos consigo mismos, y dejé que disfrutaran un momento de la sensación—. Probemos a hacer unas cuantas traducciones de situaciones. Primero, algo extremo. Vas caminando por la calle y ves que está ardiendo la cocina de la señora Holiday. Ella está de pie en su jardín, de espaldas a la casa, y no lo ha visto. ¿Cómo se lo dices?
—Fuego, fuego —dijo January.
—Directo. Aunque no del todo correcto.
La más pequeña de todos, Rachel, una niña alta y flaca de cinco años, dijo:
—¡Caray, señora! ¡Mire p’ahí!
—Perfecto —dije—. ¿Y por qué es correcto?
Lizzie levantó la mano.
—Porque tenemos que dejar que sean los blancos los que identifiquen el problema.
—¿Y eso por qué? —pregunté.
—Porque lo tienen que saber todo antes que nosotros —dijo February—. Porque le tienen que poner nombre ellos a todo.
—Bien, bien. Hoy estáis muy espabilados. Vale, imaginemos que es la grasa lo que se ha incendiado. Que ha dejado beicon sin atender en el fogón. Y ahora la señora Holiday está a punto de echarle agua. ¿Qué le decís? ¿Rachel?
Rachel lo pensó.
—¡Señora, el agua va a hacé que esplote!
—Claro, es verdad, ¿pero qué problema tiene eso?
—Que le estás diciendo que está haciendo algo mal —dijo Virgil.
Asentí con la cabeza.
—¿Y qué deberíais decirle?
Lizzie miró el techo y habló mientras lo pensaba.
—¿Quiere que le traiga arena?
—Enfoque correcto, pero no lo has traducido.
Asintió con la cabeza.
—Ay, Diosito mío, señora, ¿quié que le traiga arena?
—Bien.
—«Quié» cuesta de decir —intervino Glory, la mayor de los niños—. No acabar la palabra.
—Es verdad —dije—. Y no pasa nada por tartamudear. De hecho, es bueno. Qui-quié que le tr-tr-traiga un poco de arena?
—¿Y si no te entienden? —preguntó Lizzie.
—No pasa nada. Que se esfuercen para entenderte. Farfulla a veces, para que tengan la satisfacción de decirte que no farfulles. Disfrutan de corregirte y de creer que eres tonto. Acordaos, cuanto más decidan que no nos quieren escuchar, más podremos hablar entre nosotros delante de ellos.
—¿Y por qué Dios hizo las cosas así? —preguntó Rachel—. ¿Que ellos fueran amos y nosotros esclavos?
—Dios no existe, hija. Existe la religión, pero no ese Dios suyo. Su religión dice que recibiremos nuestra recompensa al final, aunque parece que no menciona nada de su castigo. Cuando estamos con ellos, sin embargo, sí que creemos en Dios. Oh, Diosito, Diosito, en ti creemos. La religión no es más que una herramienta de control que usan y a la que se adhieren cuando les conviene.
—Tiene que existir algo —dijo Virgil.
—Lo siento, Virgil. Puede que tengas razón. Puede que exista algún poder superior, niños, pero no es su Dios blanco. Sin embargo, cuanto más habléis de Dios y de Cristo y del cielo y el infierno, mejor se sentirán ellos.
—Y cuanto mejor se sientan, más a salvo estaremos —dijeron los niños al unísono.
—February, traduce eso.
—Cuanto mejó estén, menos mal pa’ nosotros.
—Muy bien.
Huck me encontró cuando estaba llevando sacos de pienso para pollos del carro al cobertizo de detrás de la casa de la Viuda Douglas. Vi que examinaba algo con atención y me di cuenta de que quería hablar.
—¿Qué andas rumiando, Huck?
—Pienso en rezar —dijo—. ¿Tú rezas?
—Sí, señó. Rezo tó el tiempo.
—¿Y pa’ qué rezas?
—Rezo pa’ muchas cosas. Una vez recé pa’ que la pequeña January se pusiera mejó cuando estaba mala.
—¿Y funcionó?
—Bueno, ahora está mejó. —Me senté en el carro y miré el cielo—. Una vez recé pa’ que lloviera.
—¿Y funcionó también?
—Llovió, ya lo creo. No justo entonces, pero acabó lloviendo.
—¿Y cómo sabes que lo hizo Dios?
—Supongo que no lo sé. ¿Pero es que Dios no lo hace tó? ¿Quién más va a hacer que llueva?
Huck cogió una piedra, la examinó un momento en su mano y se la tiró a una ardilla que estaba en la rama alta de un olmo.
—¿Sabes qué pienso?
Huck me miró.
—Pienso que rezá es pa’ la gente que está contigo y que quiere que reces. Rezas pa’ que la señorita Watson y la Viuda Douglas te oigan pedirle a Cristo lo que sabes que quieren ellos. Y así te haces la vida una miaja más fácil.
—Puede ser.
—Y de vez en cuando pides también una caña nueva de pescá, o algo así, pa’ que te puedan reñir.
Huck asintió con la cabeza.
—Está bien pensao. Jim, ¿tú crees en Dios?
—Hombre, pos claro. Si no hay Dios, ¿cómo tenemos esta vida tan bonita? Ahora ve a jugar, corre.
Vi cómo Huck se alejaba corriendo por la calle y desaparecía doblando el recodo de delante de la casona del Juez Thatcher. Cuando ya estaba a punto de echarme al hombro el último saco, se me acercó por detrás el viejo Luke.
—Qué susto me has dado —le dije.
—Lo siento. —Se subió de un salto y sentó su cuerpo bajito en los tablones del carro.
—¿Qué quería el capullín ése?
—No es mal chaval —dije—. Sólo está intentando entender las cosas. Como todo el mundo, supongo.
—¿Te has enterado de lo del hermano ése de Saint Louis, McIntosh?
Dije que no con la cabeza.
—Un hombre libre. Con la piel clara como tú. Se metió en una pelea en los muelles y fue a prenderlo la policía. Preguntó qué le iban a hacer por pelearse. Uno de los policías le dijo que seguramente lo iban a colgar. El hermano se lo creyó. ¿Por qué no se lo iba a creer? Sacó su cuchillo y los apuñaló a los dos.
Se acercó un hombre blanco y por alguna razón se puso a examinar el caballo que estaba enganchado al carro. Intentamos evitar su mirada. Habíamos estado hablando, de forma que teníamos que seguir hablando.
—Sigue —le dije a Luke.
—Vale. Pos el hermano echó a correr po’l callejón como arma que lleva el diablo y le arrean en toa la boca. Y los blancos se le tiran encima y le dan por tos laos. O sea, le arrean donde no tié nombre.
Asentí con la cabeza.
—Eh —gritó el hombre blanco.
—¿Señó? —dije.
—¿Este caballo es de la señorita Watson?
—No, señó. El carro es de la señorita Watson. El caballo es de la Viuda Douglas.
—¿Y crees que lo querrá vender?
—Pos no lo sé, señó.
—Cuando la veas, se lo preguntas —me dijo.
—Sí, señó. Eso haré.
El hombre miró una vez más al caballo, le abrió los labios con los dedos y se alejó.
—¿Para qué crees que un bobo como ése quiere un caballo? No sabe nada de caballos —dijo Luke.
—Esta bestia tiene cien años y apenas puede tirar del carro cuando está vacío y no llueve.
—A los blancos les encanta comprar cosas —dijo Luke.
—Así pues, ¿qué le pasó a McIntosh? —pregunté.
—Que lo pillaron y lo encadenaron a un roble, amontonaron palos debajo de él y lo quemaron vivo. Me han contado que se puso a pedir a gritos que le pegaran un tiro. Los tipos se pusieron a vociferar que a quien pegarían un tiro sería al primero que intentara acabar con su sufrimiento.
Sentí que se me revolvía el estómago, pero no era tan distinta de otras muchas historias que había oído. Aun así, apretaba el calor y me noté todo pegajoso de sudor.
—Qué forma tan terrible de morir —dije.
—Supongo que no hay forma buena —dijo Luke.
—No estoy seguro.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Luke.
—Pues que nos vamos a morir todos. Quizás no todas las formas de morirse sean malas. Quizás haya alguna forma de morir que me podría satisfacer.
—Estás diciendo chaladuras.
Me reí.
Luke negó con la cabeza.
—Pero eso no fue lo peor. Muere gente de color todos los días, ya lo sabemos. Lo peor fue que el juez le dijo al gran jurado que había sido un acto multitudinario y que por eso no podían recomendar ninguna imputación. O sea que, si lo hace gente suficiente, no es ningún crimen.
—Dios bendito —dije—. La esclavitud.
—En eso tienes razón —dijo Luke—. Si son muchos los que te matan, entonces son inocentes. Y adivina cuál fue el veredicto.
Esperé.
Ilegal.
—¿Crees que alguna vez llegaremos a ir a algún sitio como Saint Louis o Nueva Orleans? —le pregunté.
—Cuando lleguemos al cielo —me dijo, y me guiñó el ojo.
Nos echamos a reír y entonces vimos que venía un blanco por el camino. No había nada que irritara más a los blancos que un par de esclavos riendo. Sospecho que tenían miedo de que nos riéramos de ellos, o quizás simplemente odiaban la idea de que nos lo pasáramos bien. Fuera cual fuera el caso, no nos callamos lo bastante deprisa y llamamos su atención. Nos había oído y caminó hacia nosotros.
—¿Qué son esas risillas de niñas? —preguntó.
Yo había visto a aquel hombre alguna vez, pero no lo conocía. Vi que intentaba hacer una pose como de hombre peligroso. Aquello hizo que le tuviera más miedo y a la vez menos.
—Nos perguntábamos si sería verdá —dijo Luke.
—¿Si sería verdad el qué? —preguntó el hombre.
—Nos perguntábamos si es verdá que las calles de Nueva Orleans están hechas de oro, como dicen —dijo Luke, y me miró.
—Y si es verdá que, cuando se inunda, las calles se inundan de whisky. Yo no he probao nunca el whisky, no señó, pero tiene buena pinta. —Me giré hacia Luke—. ¿A ti no te paíce que tiene buena pinta, Luke?
Llegado aquel punto temí durante un segundo que el tipo se diera cuenta de que nos estábamos burlando de él, pero soltó una risotada y dijo:
—Tiene buena pinta porque es bueno, chavales. —Y se alejó muerto de risa.
—Ahora se va a emborrachar, no tanto porque puede como porque nosotros no podemos —dije.
Luke soltó una risilla.
—Entonces, cuando lo veamos dando tumbos más tarde y haciendo el ridículo, ¿será un ejemplo de ironía proléptica o de ironía dramática?
—Podría ser las dos cosas.
—Eso sí que sería irónico.
CAPÍTULO 3
La nevada primaveral pilló a todo el mundo por sorpresa. La señorita Watson me tuvo todo el día cortando leña, para que le durara varias semanas. Pero no había mucha, y tampoco nos invitó ni a mí ni al otro esclavo a llevarnos un poco a nuestras casas. Recogimos la que pudimos del suelo y talamos en secreto unos cuantos arbolitos de las inmediaciones de las barracas de los esclavos. Por supuesto, la madera estaba verde y soltaba un humo terrible y costaba que no se apagara, pero daba algo de calor. Conseguí apilar unos cuantos leños maduros debajo del porche de la señorita Watson. Volvería a por ellos de noche. Los viejos esclavos April y Cotton los necesitaban. Habría quien llamaría a lo que yo estaba haciendo robar. Yo también lo llamaría así, pero no me importaba especialmente. Había empezado a sudar y me quité la camisa, a pesar del frío.
—Qué montón tan grande de leña —dijo Huck, sobresaltándome—. ¿Te he asustao? —preguntó.
—Un poquillo, supongo. ¿De ande vienes?
—Le acabo de vender toas mis posesiones terrenales al Juez Thatcher. Me ha dao este dólar por todas.
Solté un silbido.
—Un dólar entero. No sabía que tenías tantas cosas.