Kalfü Kimün: La Leyenda del Sabio Azul - Oscar Díaz Antillanca - E-Book

Kalfü Kimün: La Leyenda del Sabio Azul E-Book

Oscar Díaz Antillanca

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Beschreibung

Antes de la vida, el caos y el vacío reinaban. En un futuro donde las máquinas han sometido a la humanidad y aniquilado todo rastro de naturaleza, surge una esperanza desde la desolada ciudad de los grises. Kalfü, tocado por el Newen —la energía primordial—, se adentra en una odisea en busca de sabidurías olvidadas. Mientras descifra el legado que promete la liberación de los suyos, se enfrenta a tecnologías oscuras y verdades dolorosas. Del azul venimos y al azul volvemos. ¿Podrá Kalfü liderar a la humanidad hacia su redención y convertirse en el próximo sabio que necesita su pueblo?

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© Kalfü Kimün

Sello: Tricéfalo

Primera edición digital: Julio 2024

© Oaccar Díaz Antillanca

Director editorial: Aldo Berríos

Ilustración de portada: José Canales

Corrección de textos: Feelipe Reyes

Diagramación digital: Marcela Bruna

Diseño de portada: Marcela Bruna

_________________________________

© Áurea Ediciones

Errázuriz 1178 of #75, Valparaíso, Chile

www.aureaediciones.cl

[email protected]

ISBN impreso: 978-956-6183-60-0

ISBN digital: 978-956-6386-38-4

__________________________________

Este libro no podrá ser reproducido, ni total

ni parcialmente, sin permiso escrito del editor.

Todos los derechos reservados.

Dedicado a Cami,

amor y caos alegre de mi vida;

A mi familia adorada;

Y a todas las piedras del sol de mi universo.

“Si el conocimiento puede crear problemas, no es con

la ignorancia que

podemos resolverlos”.

—Isaac Asimov

“Construimos nuestras propias culturas, no solo sobre los logros de

aquellos que han llegado antes, sino también sobre sus ruinas”.

—Ken Robinson

1. La Ciudad de los Grises

El pequeño Kalfü jugaba con la tierra de manera especial. La observaba detenidamente, la agarraba con una mano y soltaba delicadamente con la otra.

Vivía en un lugar de grandes alerces, coihues y arrayanes que rodeaban la casa escondida. Las ramas milenarias, floridas y de profundos verdes bajaban hasta una hermosa montaña de cálidas dunas, cuyo vuelo genuino cruzaba hasta llegar a las nubes.

Más allá del bosque, comenzaba un diminuto estero que se convertía lentamente en un río tranquilo.

La murta y el maqui tenían un propósito.

La playa serena y la cordillera de misterios, una función de astros. Todo era nativo, vivo y libre de oscuridades.

Ese era su hogar y santuario de infancias.

Kalfü adoraba despertar con energía. Lo primero que hacía al amanecer era besar a su madre y a su padre. Posteriormente, se acercaba al fogón para soplar las cenizas y aumentar la temperatura del fuego, sintiendo rápidamente la calidez en sus diminutas mejillas. Tanto el fogón como las paredes olían a diferentes hierbas, pero destacaba la menta fresca que la madre recolectaba día a día.

Buscó la vieja tetera entre vasijas de greda, con esos dibujos de lunas y soles que tanto le gustaban. En las paredes, construidas con juncos, estaba la simbología de estrella que siempre le robaba minutos de atención. En los cuatro pilares de roble, había algunos instrumentos para pasar las noches de lluvia. En especial los de viento, construidos de coligue, a los cuales el pequeño Kalfü no podía sacarles sonido.

Siempre estaban los tres presentes en el desayuno para beber el primer mate sanador de almas de la mañana, como un ritual inagotable de ternuras. Entre otros quehaceres, él se encargaba de la limpieza de las bombillas y del proceso de la yerba mate canchada.

“Qué hermosa es esta vida”, pensó Kalfü, mientras daba pequeños y cuidadosos sorbos a su mate.

Ese día el cielo se pintó de un color extraño, pero sin advertencias peligrosas.

Mientras la familia atizaba el fuego y Kalfü regaba los cultivos de su gran huerto, Rilou y las máquinas entraron violentamente a su hogar.

—Maestro Rilou —vociferaron las máquinas Wekufü, unas de color negro con aspecto de araña—. Éstos son los últimos.

Rilou sonrió.

El líder supremo de las máquinas, conocido como el heraldo del vacío, siempre portaba su armadura negra con cadenas de energía oscura en ambos hombros y el rostro metálico de cuatro cuernos grises, solo diferenciados por los ojos rojos, con una intensidad luminosa tan fuerte, que no podías verlo directamente.

—Activen el Brujo de Sombras —indicó Rilou—. Pero solo con los adultos. Al pequeño lo llevaremos.

Las máquinas se movieron con su aspecto lúgubre, canalizando la energía oscura en un disparador que apuntaba a la familia de Kalfü.

—¿A quién primero, maestro Rilou? —preguntaron las máquinas, haciendo tensos movimientos de carga.

—Corre, Kalfü —gritó el padre entre lágrimas y sollozos.

En el suelo y sin poder escapar, los padres del pequeño sólo tenían ojos para él. Como si la siniestra situación no existiera.

—Perdónanos por no haberte enseñado todo —dijo la madre con una dulzura tan nostálgica, como cuando en invierno el hogar sea convierte en un abrigo inmortal.

—Ejecuten la orden —prosiguió Rilou.

Un rayo nebuloso salió de las máquinas y Kalfü observaba la situación con los ojos inundados, sin poder mover su cuerpo.

Antes del impacto, su madre lo miró detenidamente y, esbozando una sonrisa final, le regaló palabras que más adelante olvidaría.

—Recuerda, querido hijo, de tierra es el pensar —le susurró, en el mismo instante en que desaparecía del lugar.

Sin poder emitir sonido alguno, Kalfü cayó al suelo de rodillas.

—Terminen el trabajo —ordenó Rilou mientras levantaba de la tierra a Kalfü.

Con desmedida violencia destruyeron todo a su paso. Los árboles, el estero, el río, la playa y el mar. Toda la fauna y flora que había conocido ya no estaba. Las máquinas absorbieron toda la naturaleza en un segundo, dejando solamente el vacío palpitante.

El último recuerdo de su familia siendo capturada por garras y colmillos metálicos, quedó difuso en su mente. Rilou y las máquinas se llevaron al pequeño.

El joven Kalfü, después de muchos ciclos lunares, estuvo obligado a crecer en el cemento, rodeado de estructuras negras y edificios grisáceos, como todas las niñas y niños de su edad. Las frías construcciones, cables, mecanismos, humaredas, circuitos, hologramas y tecnología de punta, consumieron toda la naturaleza del mundo. Cada tribu o aldea que antes existía fue arrasada vorazmente, dejando una única ciudad habitable que fue llamada: La Ciudad de los Grises. En esa ciudad, la naturaleza completa fue reemplazada por una infinidad de dispositivos artificiales.

Todo era controlado por las máquinas mayores, unas gigantescas torres negras que vigilaban a la población; estaban también las máquinas menores, con un aspecto siniestro que simulaba la forma de una araña. Y, por último, el líder supremo junto a su corte de comandantes y vicecomandantes artificiales.

Así era el tiempo de la máquina. Su compleja inteligencia, sus unidades de inspección y reconocimiento, sus plataformas de seguridad y su artillería de guerra, conformaban día a día la trifecta perfecta de la oscuridad.

Para mantener la armonía de los sucesos, las máquinas borraron los registros y el recuerdo del mundo antiguo. La gente fue violentamente obligada a olvidar la existencia de los primeros seres humanos y su relación armónica con la naturaleza. Curiosamente, solo podían recordar su primer nombre.

Pequeñas edificaciones individuales eran consideradas casas. Cuatro paredes sin patio, separadas métricamente.

Cada persona tenía una única función preestablecida. Sin recuerdos ni porvenires, sin amistades ni relación mínima con los demás, todo pasaba según el pulso cibernético.

Kalfü era un compresor de nivel intermedio. Sin mayores propósitos ni cuestionamientos, dedicaba la mayor parte de su día al lenguaje binario y reducción de contenido natural. Había crecido como un habitante ejemplar de la Ciudad de Los Grises.

El tiempo pasaba sin prisa y sin cambio alguno. Todo era un bucle interminable de lo mismo.

Hasta que un día, Kalfü despertó con un estallido en la profundidad de su ser. Tuvo un sueño que no recordaba y sabía cosas extrañas. Conocimiento que nunca había estado en su mente. Su lengua masticaba nuevas palabras y pensamientos.

Una voz confusa giraba en las cuatro paredes de su pequeña casa. Corría por todo su cuerpo una libertad arraigada en lo más profundo. Sin pensarlo, agarró su bolso desgastado y salió a la calle oscura. Era como si una fuerza magnética lo atrapara.

“Búscalos”, dijo una voz desde la lejanía.

Un momento después, aquellas formas cibernéticas que solo le permitieron sobrevivir en el orden de las masas quietas, ya no le significan nada.

El joven miró a las máquinas vigilantes, pero nada raro sucedía.

Kalfü comenzó a tambalearse por el cemento y en cada pestañeo la Ciudad de Los Grises se desvanecía.

Pieza por pieza, cable por cable y los múltiples hologramas.

Todo se iba disipando inexplicablemente. Sus ojos veían cómo desaparecía la gente y comenzaban a emerger grandes cerros, senderos verdes, flores y animales que antes compartían el mundo.

“¿Qué me está pasando?”, pensó Kalfü mientras apretaba su cabeza con las manos y respiraba de manera irregular.

Era un viaje del tiempo al pasado. Un impulso aún más fuerte hizo que saliera corriendo lejos, llegando a los límites de la ciudad. En la gran muralla de piedra negra y alambres, un alocado torbellino celeste empezó a rodear todo su cuerpo, levantándolo del suelo y haciéndolo volar lejos de la Ciudad de Los Grises.

Cuando el joven Kalfü se percató que estaba fuera de la ciudad, recordó un poco lo que era el pasto. Parecía algo imposible, ya que estaba liberado del control de las máquinas.

Su respiración se fue calmando y comprendió que había más mundo del que le habían enseñado.

La misteriosa voz volvió a inundar su mente.

Pasó horas sentado escuchando palabras que no podía entender. La confusa voz repetía una y otra vez: “De tierra es el pensar, el tiempo es circular, busca las aldeas olvidadas, encuentra la Ciudad de Los Cinco Ríos”.

La figura de una mujer de aspecto familiar se mezcló con las palabras en su mente. Kalfü cayó desmayado en el suelo libre de máquinas.

2. Karü y Kelü

Al volver del sueño, el joven Kalfü vio a dos jóvenes de colorido aspecto, quienes lo observaban hace varios minutos. Se veían muy entusiastas y alegres.

—¿Tendrá nombre? —dijo Karü, una joven de belleza estelar, ojos pequeños de cosmos, cabello verde y piel delineada de flores. Lunas, astros y cometas en su mirada suave. A su espalda, llevaba una guitarra de madera con detalles y símbolos desconocidos para Kalfü.

—Es bastante escuálido —respondió Kelü, un gigante grueso, de cabello rojizo y mejillas de nácar. En sus brazos tenía tatuadas líneas rojas, cabello recortado como remolino de carbón y un bolso del porte de un altar, donde llevaba muchos aparatos de madera y greda, tampoco conocidos por Kalfü.

Ambos con cintillos y mantas multicolores.

Kalfü se levantó y les preguntó quiénes eran. Aún muy desorientado, sintió mucha amabilidad en el ambiente.

—Somos viajantes —le respondió Kelü.

—Hemos escuchado a la voz mística de la naturaleza.

—Ella nos trajo a este lugar.

—Así es —continuó Karü.

—Hace siglos que no ha existido un despertar de energía en el dominio de las máquinas. Eres el primero al que conocemos, ¿c