La décima pista - Dashiell Hammett - E-Book

La décima pista E-Book

Dashiell Hammett

0,0

Beschreibung

Dashiell Hammet, el autor más respetado dentro del género de la novela negra, decidió que el protagonista de este relato, el hombre sin nombre conocido como el detective de la Continental, fuera su detective estrella. En este caso, el famoso investigador y un policía amigo, deben resolver un asesinato con una variedad de pistas extrañas y discordantes. En lugar de seguirlas hasta el violento final, el sagaz detective decide ignorarlas implementando un método alternativo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 55

Veröffentlichungsjahr: 2019

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Inhalt

La decima pista

• • •

—Don Leopold Gantvoort no está en casa dijo el empleado que me abrió la puerta—, pero está su hijo, el señorito Charles, si desea verlo.

—No. El señor Gantvoort me dijo que me recibiría cerca de las nueve. Son las nueve en punto y estoy seguro de que no tardará. Lo esperaré.

—Como guste el señor.

Se apartó para dejarme pasar, tomó mi abrigo, mi sombrero y me condujo a la biblioteca de Gantvoort situada en el segundo piso, allí me dejó solo. Tomé una de las revistas que había sobre la mesa, coloqué a mi lado un cenicero, y me puse cómodo. Pasó una hora. Dejé de leer y comencé a inquietarme. Otra hora... Comencé a preocuparme.

Comenzaba a dar las once un reloj del piso bajo, cuando entró en la habitación un joven alto y delgado de unos 25 o 26 años, piel muy blanca, ojos y cabellos oscuros.

—Mi padre no ha regresado todavía —me dijo—. Es una lástima que usted lo haya esperado tanto tiempo. ¿Puedo ayudarlo en algo? Soy Charles Gantvoort.

—No, gracias —me levanté del sillón acoplando una despedida educada—. Llamaré mañana.

—Lo siento —murmuró, y nos dirigimos juntos hacia la puerta.

En el momento en que salíamos al pasillo, un teléfono situado en un rincón de la habitación comenzó a sonar con un ring amortiguado. Me detuve en el umbral de la puerta mientras Charles Gantvoort se acercaba a responder. Habló a mis espaldas.

—Sí. Sí. Sí. —de pronto, bruscamente—. ¿Qué? Sí —y, luego, anonadado—. Sí.

Se dio vuelta hacia mí, lento, con el auricular todavía en la mano. Tenía el rostro desencajado, grisáceo, un gesto de angustia, los ojos abiertos de par en par y la boca entreabierta.

—Mi padre —murmuró—. Ha muerto. Lo han matado.

—¿Dónde? ¿Cómo?

—No lo sé. Era la policía. Quieren que vaya inmediatamente.

Se enderezó con esfuerzo, recobró su postura y colgó el teléfono. Los músculos de su rostro se relajaron solo un poco.

—Perdone mi...

—Señor Gantvoort —lo interrumpí—, trabajo para la Agencia de Detectives Continental. Su padre llamó a nuestras oficinas por la tarde y pidió que le enviaran un detective esta misma noche. Dijo que lo habían amenazado de muerte. Pero teniendo en cuenta que aún no me había contratado, a menos que usted quiera...

—Desde luego. Está usted contratado. Si la policía no encontró al asesino, quiero que haga usted todo lo posible por encontrarlo.

—Bien. Vamos a la jefatura.

Ninguno de los dos habló durante el camino. Gantvoort iba inclinado sobre el volante del automóvil lanzado a través de las calles a una increíble velocidad. Me quemaba el deseo de hacer cantidad de preguntas, pero me di cuenta de que para mantener aquella velocidad sin estrellarnos era necesario que concentrara toda su atención en la ruta. Así que opté por no molestarlo y guardé silencio.

En la jefatura de policía nos esperaban media docena de oficiales. Estaba a cargo del caso el inspector O’Gar, un sargento de cabeza alargada que parece un sheriff de película, incluido el sombrero negro de ala ancha, pero que no por eso disfruta menos de mi respeto. Ya habíamos trabajado juntos en dos o tres casos, y nos llevábamos maravillosamente. Nos acompañó a uno de los despachos situados bajo la sala de reuniones. Desparramados sobre el escritorio había aproximadamente una docena de objetos.

—Quiero que mire estas cosas detenidamente —dijo el sargento a Gantvoort— y elija las que pertenecieron a su padre.

—Pero, ¿dónde está?

—Haga esto primero —insistió O’Gar—, y luego lo llevaré a verlo.

Miré los objetos que había sobre la mesa mientras Charles Gantvoort hacía la selección. Un alhajero vacío, una agenda, tres cartas en tres sobres abiertos dirigidos a la víctima, varios documentos, un manojo de llaves, una lapicera, dos pañuelos de lino blanco, dos casquetes de pistola, una navaja y un lápiz de oro unidos a un reloj también de oro, por una cadena de oro y platino, dos monederos negros de piel, uno de ellos nuevo y el otro muy usado, cierta cantidad de dinero en billetes y monedas, y una máquina de escribir abollada y retorcida salpicada de un enredo de cabellos y sangre. Una parte de los objetos estaban manchados de sangre, y la otra, limpios.

Gantvoort seleccionó el reloj con sus accesorios, las llaves, la agenda, los pañuelos, las cartas, los documentos y el monedero usado.

—Esto era de mi padre —dijo—. Las otras cosas no las he visto nunca. Como no sé cuánto llevaba encima esa noche, no les puedo decir si ese dinero le pertenecía o no.

—¿Está seguro de que no eran suyos los demás objetos? —le preguntó O’Gar.

—Creo que no, pero no estoy seguro, Whipple se lo podrá decir —se dio vuelta hacia mí—. Es el criado que le abrió la puerta esta noche. Estaba al servicio de mi padre y él sabrá con seguridad si le pertenecían o no.

Uno de los policías fue a llamar a Whipple para decirle que viniera inmediatamente.

Yo continué con el interrogatorio.

—¿Falta algo que su padre llevara habitualmente? ¿Algo de valor?

—Nada que yo sepa. Todo lo que cabía esperar que llevara está aquí.

—¿A qué hora salió de su casa esta noche?

—Antes de las siete y media. Puede que a las siete.

—¿Sabe adónde se dirigía?

—No me lo dijo, pero supuse que iba a visitar a la señorita Dexter.

Las caras de los policías se iluminaron y sus miradas se cruzaron. Supongo que la mía también. Son muchos, muchísimos, los crímenes en los que no hay faldas de por medio, pero es raro el asesinato notable en el que no esté involucrada una mujer.

—¿Quién es la señorita Dexter? —se adelantó O’Gar.

—Es... —dijo Charles Gantvoort dudando—. Verá, mi padre tenía una relación muy cordial con ella y con su hermano. Solía visitarlos, o mejor dicho visitarla, varias noches por semana. Yo sospechaba que quería casarse con ella.

—¿Qué clase de persona es?

—Mi padre los conoció hace seis o siete meses. Yo los he visto varias veces, pero no los conozco muy bien. La señorita Dexter, Creda es su nombre, tiene unos 23 años y su hermano Madden es cuatro o cinco años mayor. Él debe estar ahora camino a Nueva York donde va a gestionar un asunto que le encargó mi padre.

—¿Le dijo su padre que iba a casarse con ella? —insistió O’Gar sin perder de vista la posibilidad de una intervención femenina.

—No, pero es evidente que estaba, ¿cómo le diría?, muy entusiasmado con ella. Tuvimos unas palabras sobre eso hace unos días, concretamente la semana pasada… Nada serio, entiéndame... Una discusión sin importancia. Por el modo en que me habló temí que pensara casarse con ella.

—¿Por qué dice temí? —saltó O’Gar al oír estas palabras.

Charles Gantvoort se acomodó un poco y carraspeó nervioso.