Nick Charles, detective - Dashiell Hammett - E-Book

Nick Charles, detective E-Book

Dashiell Hammett

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Beschreibung

Considerada de las cien mejores novelas de misterio de todos los tiempos. En tiempos de la Ley Seca, Nick y Nora Charles se encuentran en Nueva York pasando sus vacaciones de Navidad, emborrachándose en su habitación de hotel y en cualquier local que se les ponga a tiro, cuando sus planes cambian repentinamente. Nick es un detective privado retirado dedicado a llevar el patrimonio de su mujer. Pero debido a la muerte de la amante de un viejo cliente, Clyde Wynant, vuelve a verse envuelto en una investigación policial, ya que es requerido tanto por Wynant (sospechoso del asesinato y en paradero desconocido) como por el resto de su excéntrica familia, para que descubra al verdadero asesino, y el escondite en el que se encuentra Clyde. Aunque Nick rehúsa la oferta, se verá obligado a formar parte de la investigación, ya que se ve envuelto en los tejemanejes de la familia Wynant.

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Seitenzahl: 290

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Nick Charles, detective
El hombre delgado
Dashiell Hammett
Century Carroggio
Derechos de autor © 2025 Century publishers s.l.
Reservados todos los derechos.Traducción y notas de Inés A. ACosta (The Thin Man)Portada; En el bar, estilo B.LychIsbn:978-84-7254-590-8
A LILLIAN
Contenido
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Derechos de autor
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1
Me encontraba apoyado en el mostrador de un speakeasy (taberna clandestina en tiempos de la prohibición) de la calle Cincuenta y Dos, esperando que Nora terminara de hacer sus compras de Navidad, cuando una joven se levantó de la mesa donde estaba con otras tres personas y se acercó a mí. Era una muchacha menuda, de cabello rubio. Tanto su rostro como su cuerpo, en traje de sport, de un tono azul, causaban una impresión bastante satisfactoria.
-¿No es usted Nick Charles? -me preguntó cuando estuvo a mi lado.
-Sí -le  respondí.
-Soy Dorothy Wynant -repuso, tendiéndome su mano-. Es posible que no se acuerde de mí; usted trató mucho a mi padre, Clyde Wynant. Usted...
-Ciertamente -exclamé-; ahora recuerdo, pero entonces tendrías unos once o doce años. ¿No es así?
-Sí; fue hace unos ocho años. ¿Recuerda las historias que solía contarme? A veces me he quedado pensando, al volver con la memoria a la época en que usted frecuentaba nuestra casa, si aquellas historias eran verdaderas.
-No; tal vez no. ¿Y cómo está tu padre?
-Eso mismo iba a preguntarle -me dijo riendo-. Mamá se divorció, ¿sabe?, y desde entonces no tenemos noticias de él, excepto cuando los diarios hablan de sus experimentos. ¿No le ve usted nunca?
Mi vaso estaba vacío. Le pregunté qué deseaba tomar y me contestó que prefería un scotch and soda. Ordené dos al barman y luego contesté:
-No, no le veo; pues actualmente vivo en San Francisco.
-Me gustaría verle -me dijo hablando lentamente-. Si se enterara, mamá se alborotaría; pero a mí me gustaría verle.
-¿Entonces...?
-Él no vive ya en Riverside, y su nombre no aparece en la guía telefónica ni en la guía comercial de la ciudad.
-Habla con su abogado -sugerí.
-¿Quién es su abogado? –me preguntó con rostro animado.
-Era un tal Mac, o algo parecido. ¡Ah, sí! Macaulay, Herbert Macaulay. Tenía la oficina en el Singer Building.
-Présteme una moneda -me dijo, y salió corriendo hacia el teléfono. Transcurrieron pocos instantes y regresó sonriente-. Le encontré. Vive justamente a la vuelta, en la Quinta Avenida.
-¿Tu padre?
-No; el abogado. Me dijo que papá se ha ausentado de la ciudad. Voy a verle ahora mismo -Dorothy levantó su vaso para acercarlo al mío, y agregó-: Parece que la familia vuelve a reunirse. ¿Por qué no?
Nora se encontraba ya de regreso. Traía a Asta de la correa, pero no pudo evitar que diera un salto y me pusiera las patas sobre el pecho, haciéndome víctima de sus efusivas caricias.
-Pasó una tarde maravillosa -dijo por todo saludo-; derribó una mesa abarrotada de juguetes en Lord and Taylor, asustó a una señora gorda lamiéndole una pierna, en Sack, y tres vigilantes lo acariciaron.
Hice las presentaciones de rigor.
-Mi esposa; la señorita Dorothy Wynant. Su padre fue cliente mío cuando ella no levantaba más que un tanto así del suelo -dije, haciendo- una señal con la mano-. Era una excelente persona, aunque un poco tocado.
-Me fascinaba -repuso Dorothy, señalándome-. Era un detective de carne y hueso, y cuando estaba en casa le seguía a todas partes, obligándole a contarme algunos casos en que había intervenido. Quizá mucho de lo que decía no ocurrió, pero yo le creía todo.
-Pareces cansada, Nora -dije.
-Lo estoy, realmente. ¿Nos sentamos?
Dorothy Wynant dijo que debía volver a su mesa. Estrechó la mano de Nora diciéndole que ya tomaríamos un cóctel con ella en su casa, que vivía en el Courtland, y que el nuevo nombre de su madre era Jorgensen. Nosotros iríamos con mucho placer, y, a su vez, ella debería visitarnos algún día; que vivíamos en el Normandie, y que aún permaneceríamos en Nueva York algunas semanas más. Dorothy acarició la cabeza de Asta y se fue.
Encontramos una mesa y nos sentamos. Nora comentó:
-Es una chica guapa.
-Si te parece... -contesté.
-¿Hay un tipo de mujer que prefieras más que otro? -me preguntó, haciendo una graciosa mueca.
-Tu tipo, querida: las morenas esbeltas con mirada pícara.
-¿Y quéme dices de la  pelirroja con quien paseaste anoche en Quinn?
-No seas maliciosa -repuse-. Sólo quería mostrarme algunos grabados franceses.
2
Al día siguiente, Herbert Macaulay me llamó por teléfono.
-¡Hola! No sabía que usted estaba de nuevo en la ciudad. Dorothy Wynant me dio la noticia. ¿Quiere almorzar conmigo?
-¿Qué hora es?
-Las once y media. ¿Le saqué de la cama?
-Sí -dije-; pero no se aflija por eso. ¿Qué me dice si le pido que venga a mi apartamento para almorzar aquí? Me siento un poco pesado, sin ganas de salir... Okey, digamos a la una.
Compartí un trago con Nora, que se disponía a salir para que le lavaran la cabeza, y después de una reconfortante ducha, apuré otro trago. Me sentía ya mucho mejor, cuando volvió a sonar el timbre del teléfono.
-¿Está ahí míster Macaulay? -preguntó una voz femenina.
-No; no ha llegado aún.
-Siento molestarle, pero ¿querría decirle en cuanto llegue que llame a su oficina?
Prometí hacerlo.
Macaulay llegó diez minutos después. Era un hombre alto, de cabellos rizados y mejillas sonrosadas. Un mocetón bien parecido, de, más o menos, mi edad -cuarenta y uno-, aunque parecía más joven. Gozaba fama de muy buen abogado. Cuando yo vivía en Nueva York hice varios trabajos para él, y siempre nos habíamos llevado bien.
Nos estrechamos la mano y nos dimos palmadas en la espalda, a la vez que me preguntaba cómo me trataba el mundo, a lo que contesté: «Divinamente»; y después de hacerle la misma pregunta, me contestó: «Divinamente. Después le dije que llamara a su oficina.
Regresó con el ceño fruncido, diciendo:
-Wynant está de vuelta en la ciudad y quiere que le vaya a ver.
Me volví con los vasos que había llenado.
-Bien; el almuerzo puede...
-¡Que espere él! -dijo, tomando uno de los vasos.
-¿Tan chiflado como siempre?
-No es broma -dijo Macaulay solemnemente-. Habrá oído decir que estuvo recluido en un sanatorio cerca de un año, allá por el veintinueve.
-No.
Hizo un movimiento de cabeza. Se sentó, colocó su vaso sobre una mesa, al lado de su silla, y luego se inclinó hacia mí.
-¿Qué está buscando Mimi, Charles?
-¿Mimi? ¡Ah!, usted se refiere a la esposa o ex esposa. No lo sé. ¿Se  trae ella algo entre manos?
-Es casi seguro -dijo secamente, y agregó con voz pausada-: y pensé que usted podría saberlo.
Eso era lo que le preocupaba a Macaulay. Le dije:
-Escuche, Mac: desde mil novecientos veintisiete, hace seis años, no he tocado un trabajo de investigación.
Se quedó mirándome fijamente.
-Créame -le aseguré-; al año de contraer matrimonio falleció el padre de mi esposa, dejándole un aserradero, un tren de vía estrecha y algunas otras cosas. Debí abandonar mi agencia para administrar todo. De cualquier modo, como nunca he simpatizado con Mimi Wynant, Jorgensen, o  como quiera que ahora se llame, no me he preocupado de sus asuntos.
-¡Oh!, no creí que usted -intervino Macaulay, haciendo un gesto impreciso y tomando su vaso. Cuando lo apartó de sus labios, continuó-: Sólo pensaba... Ocurre que Mimi me telefoneó hace tres días (el martes), tratando de encontrar a Wynant; ayer me telefoneó Dorothy, diciéndome que  usted se lo había indicado, y vino después a verme. Y creyendo que usted se ocupaba aún de investigaciones privadas, no podía imaginarme de qué se trataba.
-¿No se lo dijeron ellas?
-Efectivamente; querían verle por aquello del «viejo afecto». Pero eso quiere decir mucho.
-Los abogados son seres muy suspicaces -repuse-. Tal vez fuera por eso..., y por dinero. Pero ¿por qué tanto remilgo? ¿Es que Wynant se está ocultando?
-Usted sabe de eso tanto como yo -dijo Macaulay, encogiéndose de hombros-. No le veo desde octubre -apuró otro trago-. ¿Cuánto tiempo va a permanecer usted en la ciudad?
-Hasta después de Año Nuevo -contesté, dirigiéndome luego al teléfono para encargar el almuerzo.
3
Nora y yo fuimos aquella noche al estreno de Honeymoon en el Little Theatre, y asistimos después a una reunión ofrecida por una gente de nombre Freeman, Fielding o algo así. Me sentí anonadado, cuando a la mañana siguiente, después de alcanzarme una taza de café, Nora me puso delante el diario, diciéndome:
-Lee eso.
Pacientemente leí unos párrafos, dejé luego el diario y bebí un sorbo.
-Todo eso será muy divertido -dije-, pero en este momento te cambiaría todas las entrevistas que le hayan hecho al mayor electo O'Brien (e incluyo en la transacción la foto de indios), por un barrilito de whis...
-¡No es eso, idiota! -exclamó, y luego, señalándome con el dedo-: ¡Eso!
«SECRETARIA DE INVENTOR
ASESINADA EN SU APARTAMENTO
Encuentran a Julia Wolf acribillada a balazos.
La Policía busca a su jefe, Clyde Wynant.
»El cuerpo de Julia Wolf, de treinta y dos años, secretaria privada de Clyde Miller Wynant, conocido inventor, fue encontrado acribillado a balazos ayer a mediodía en su apartamento del número cuatrocientos once Este de la calle Cuarenta  y  Cuatro,  por  mistress  Christian Jorgensen, esposa divorciada del inventor, que fue al mismo con el propósito de averiguar la actual dirección de su ex esposo.
»Mistress Jorgensen, que regresó el lunes, después una permanencia de seis años en Europa, declaró a la Policía que, al tocar el timbre del apartamento de la víctima, oyó unos débiles gemidos, por lo que puso el hecho en conocimiento del ascensorista, Mervin Holly, quien llamó al superintendente de la casa. Miss Wolf estaba tendida en el suelo de su dormitorio, con cuatro heridas de bala, calibre treinta y dos, en el pecho. Falleció antes de la llegada del médico y de la Policía.
»Herbert Macaulay, abogado de Wynant, declaró a la Policía que no había visto al inventor desde el mes de octubre. Dijo que Wynant le llamó por teléfono, concertando una entrevista, a la que no acudió; negando luego conocer el paradero de su cliente. Miss Wolf, dijo Macaulay, estuvo al servicio del inventor durante los últimos ocho años. Agregó el abogado que nada sabía acerca de la familia o de los asuntos privados de la víctima, no pudiendo aportar ninguna luz en el misterio de su muerte.
»Las heridas de bala no pudieron ser ocasionadas por la propia víctima, de acuerdo con...»
El resto de la noticia seguía en el tono habitual de los informes que la Policía suministra en tales casos a la Prensa.
-¿Crees que él la puede haber matado? -preguntó Nora cuando dejó el diario.
-¿Wynant? No me sorprendería. Es el mismo demonio.
-¿La conocías?
-Sí. ¿Qué me dices si tomamos algo para cortar este mal gusto?
-¿Cómo era?
-No era fea -respondí-; tenía muy buen sentido y bastante coraje. Y, realmente, se necesitaba de ambas cosas para soportar a ese hombre.
-¿Vivía ella con él?
-Sí. ¡Por favor, necesito un trago! Por lo menos, cuando los conocí vivían juntos.
-¿Por qué no tomas antes tu desayuno? ¿Estaba enamorada de él, o era sólo una cuestión de conveniencia?
-No sé. Es muy temprano para tomar el desayuno.
Cuando Nora abrió la puerta para salir del dormitorio  entró el perro, y apoyando las patas en la cama, me puso el hocico sobre la cara. Le rasqué la cabeza y traté de recordar algo que Wynant me había dicho en cierta ocasión acerca de perros y mujeres. No era eso de la mujer, el perro y el nogal (cuanto más los castigues, más fruto darán). No puedo recordarlo, pero había algo oculto en el interés que el asunto me despertaba.
Nora volvió a la habitación con dos vasos y otra pregunta:
-¿Cómo es Wynant?
-Alto, y uno de los hombres más delgados que yo haya conocido. Debe de estar ahora rozando los cincuenta; cuando le conocí, su cabeza estaba cubierta de canas. Anda generalmente con el pelo largo, bigotes descoloridos y mal cuidados, y se come las uñas.
Aparté al perro para alcanzar el vaso.
-Parece interesante. ¿Qué hacías con él?
-Un empleado suyo le acusó de haberle robado una idea o invento. El nombre de aquél era Rosewater. Trató de intimidar a Wynant, amenazándole con atravesarle a balazos, hacer volar su casa, secuestrar a sus hijos, degollar a su esposa, y no sé qué más. Nunca pudimos dar con él; debió de haber tenido miedo a las consecuencias. De cualquier modo, las amenazas no se repitieron y nada sucedió.
Nora dejó de beber para preguntar:
-¿Le había robado Wynant en realidad?
-¡Exacto! -repuse-. Mañana es Navidad. Trata de no pensar mal de las mortales criaturas.
4
Esa tarde salí a dar una vuelta con Asta; expliqué a dos personas que mi perro era un schnauzer legítimo y no un cruce de scottie y terrier irlandés; paré en el bar de Jim a tomar un trago, y luego me encontré con Larry Crowley, que me traje conmigo al Normandie. Nora estaba en ese momento sirviendo unos cócteles a los Quinns, Margot Innes, un hombre cuyo nombre no entendí bien, y a Dorothy Wynant.
Esta me dijo que deseaba hablarme, de modo que nos llevamos nuestros cócteles al dormitorio. Inmediatamente abordó el asunto:
-¿Cree usted, Nick, que fue mi padre quien la mató?
-No -dije-. ¿Por qué lo iba a creer?
-Bien; la Policía tiene... Escuche: ella era su amante, ¿no es verdad?
Hice un movimiento con la cabeza.
-Cuando yo los conocí, sí.
Dorothy fijó la vista en su vaso mientras decía:
Él es mi padre. Nunca le he querido. Nunca he querido a mamá -me miró-. Gilbert tampoco me gusta.
Gilbert era su hermano.
-Esas cosas no deben atormentarte. Hay mucha gente disconforme con sus familiares.
-¿A usted le gustan?
-¿Mis familiares?
-No. Los míos -me frunció el ceño-. Y, por favor, deje de hablarme como si aún tuviera doce años.
-No es eso -expliqué-. Estoy medio ebrio.
-Bueno; ¿le gustan?
-Tú eres buena -dije, asintiendo con un gesto-, aunque niña mimada. Yo podía pasar muy bien sin los demás.
-¿Qué ocurre con nosotros? -preguntó no en tono de disputa, sino como si realmente quisiera saber la verdad.
-Varias cosas. Tú...
Harrison Quinn abrió la puerta y dijo:
-Vamos, Nick; ven a jugar un poco al ping pong.
-Enseguida voy.
-Trae a la belleza -dijo, mirando de reojo a Dorothy antes de abandonar la habitación.
-No sé si usted conoce a Jorgensen -me  dijo Dorothy.
-Conozco a un tal Nels Jorgensen.
-Algunos tienen suerte en todo. Este se llama Christian. Es una seda. Así es mamá: se divorcia de un lunático y se casa con un gigoló -sus ojos se humedecieron. Lanzó un suspiro y luego siguió hablando--: ¿Qué debo hacer, Nick?
Su voz era la de una niña atemorizada. La rodeé con mi brazo y empecé a confortarla. Lloró sobre mi solapa. El timbre del teléfono, colocando al lado de la cama, comenzó a sonar. De la pieza contigua se oía Rise and Shine, transmitida por radio. Mi vaso estaba vacío. Le dije:
-Sepárate de ellos.
-Uno no puede apartarse de sí mismo -repuso suspirando de nuevo.
-Tal vez yo no sepa de qué me hablas.
-Por favor, no se burle de mí -dijo humildemente. Al entrar en la habitación para contestar el teléfono, Nora me dirigió una mirada interrogadora. Yo le hice una mueca por encima de la cabeza de la muchacha. Cuando Nora dijo hello en el teléfono, Dorothy se apartó rápidamente de mi lado, ruborizándose.
-Lo... lo siento -tartamudeó-. No quise...
Nora le dirigió una sonrisa compasiva. Yo dije:
-No seas chiquilla.
La muchacha encontró su pañuelo, con el que se secó los ojos. Nora siguió hablando en el teléfono.
-Sí... Voy a ver si está. ¿Puede decirme quién llama? -puso una mano sobre el auricular y se dirigió a mí-:
Es un hombre llamado Norman. ¿Quieres hablar con él?
Respondí que no le conocía, y cogí el teléfono.
-Hello?
Una voz un tanto cascada dijo:
-¿Míster Charles?... Tengo entendido, míster Charles, que en cierta época estuvo usted asociado a la Trans-American Detective Agency.
-¿Quién habla? -pregunté.
-Mi nombre es Albert Norman, míster Charles, y probablemente usted no me conoce, pero me gustaría hacerle una proposición. Estoy seguro de que usted...
-¿Qué proposición es la suya?
-No puedo hablar de eso por teléfono, míster Charles; pero si me concede media hora, le prometo...
-Lo siento -repuse-. Estoy muy ocupado y...
-Pero, míster Charles, se trata de...
Oí entonces un fuerte ruido; muy bien podía ser la detonación de un arma de fuego, algún objeto que se hubiera caído, o cualquier otra cosa que produjese el mismo estruendo. Dije varias veces hello, y, no obteniendo respuesta, colgué el teléfono.
Nora tenía a Dorothy frente a un espejo, poniéndose polvos y pintalabios.
Les dije: «Era un corredor de seguros», y me fui al saloncito por una copita.
Habían llegado otras personas. Hablé con ellas. Harrison Quinn dejó el sofá en que había estado sentado con Margot Innes y dijo: «Ahora el ping-pong» Asta saltó y me golpeó el abdomen con sus patas delanteras. Cerré la radio y me serví un cóctel. El individuo cuyo nombre no había entendido estaba diciendo: «Viene la revolución y todos seremos puestos contra la pared, como primera medida.» Parecía considerarla una buena idea.
Quinn se acercó para llenar de nuevo su vaso. Miró en dirección al dormitorio.
-¿Dónde te encontraste a la pequeña rubia?
-Solía mecerla en mis rodillas.
-¿De veras? -preguntó-. No lo hubiera creído.
Nora y Dorothy salieron del dormitorio. Vi un diario de la tarde sobre la radio y me puse a leerlo. Gruesos titulares decían:
«JULIA WOLF, EN UN TIEMPO ASOCIADA CON DELINCUENTES
Arthur Nunheim identifica el cadáver. Wynant sigue oculto.»
Nora, a mi lado, dijo en voz baja:
-Le he pedido que se quedara a comer con nosotros. Sé cariñoso con la chica -Nora tenía veintiséis años-; está un poco desconcertada.
-Lo que tú quieras -me volví. Dorothy, en un extremo de la habitación, reía por algo que Quinn le estaba contando-. Pero si te metes en los problemas de la gente, no esperes que vaya a besarte la parte dolorida.
-No lo haré. Tú eres un magnifico viejo tonto. No leas aquí eso ahora.
Tomó el diario de mis manos y lo hizo desaparecer detrás de la radio.
5
Nora no pudo dormir aquella noche. Leyó las memorias de Chaliapin hasta que comencé a dormitar, y luego me despertó para preguntarme:
-¿Duermes?
Le contesté que sí.
Encendió un cigarrillo para mí y otro para ella.
-¿No te dan ganas a veces de tomar de nuevo a tu cargo alguna investigación criminal, aunque sólo sea por la emoción? Tú sabes, cuando ocurre algo extraordinario, como lo de Lindb...
-Querida -dije- , mi creencia es que la mató Wynant, y la Policía logrará encontrarle sin mi ayuda. De cualquier modo, no es asunto de mi incumbencia.
-No quise decir eso exactamente, pero...
-Además, no tengo tiempo. Estoy demasiado ocupado tratando de que tú no pierdas nada del dinero que me indujo a casarme contigo -al decir esto la besé-. ¿No crees que tal vez un trago te ayude a conciliar el sueño?
-No, gracias.
-Posiblemente yo lo conseguiría si lo tomara -cuando puse mi scotch and soda sobre la mesa de noche, ella tenía el ceño arrugado-. Dorothy es muy mona, pero está chiflada. No sería su hija si no lo estuviese. No se sabía cuánto de lo que dice es lo que ella realmente piensa, ni cuánto de lo que piensa ha sucedido de verdad. Me gusta la muchacha, pero tú te dejas...
-No estoy segura de que ella me guste -dijo Nora pensativa-; probablemente es una pobre infeliz, pero si sólo un cuarto de lo que nos dijo es cierto, está en una situación peligrosa.
-Nada puedo hacer para ayudarla.
-Ella no lo cree así.
-Y tampoco tú, lo que demuestra que, no importa lo que pienses, siempre encuentras alguien que se ponga de tu parte.
-Hubiera deseado que estuvieses lo bastante sereno como para hablarte -Nora suspiró. Luego se inclinó para tomar un sorbo de mi scotch and soda-. Te daré ahora tu regalo de Navidad si tú me das el mío.
-A la hora del desayuno -dije, moviendo la cabeza.
-Pero ya es Navidad.
-A la hora del desayuno.
-Cualquier cosa que me regales -dijo-, espero que no me guste.
-De cualquier manera, tendrás que quedarte con ellos, pues el dueño del acuario me dijo que de ningún modo aceptaría la devolución. Agregó que ya habían mordido las colas de...
-No te sería molesto ver si puedes ayudarla, ¿no es así? ¡Tiene la muchacha tanta confianza en ti, Nick!
-Todo el mundo confía en los griegos.
-¡Por favor!
-Tú quieres simplemente meter tu naricilla en cosas que...
-Te lo pregunto seriamente: ¿sabía su esposa que la Wolf era su amante?
-No lo sé. A ella no le gustaba la Wolf.
-¿Cómo es la esposa?
-No sé..., una mujer.
-¿Guapa?
-Era guapa.
-¿Edad?
-Cuarenta, cuarenta y dos. ¡Pero  dejemos el asunto, Nora! ¿Por qué has de preocuparte por lo que no te importa? Deja que los Charles resuelvan sus problemas, y los Wynant los suyos.
-Quizá aquel trago que ofrecías me haría bien -me dijo, haciendo un gesto.
Me levanté y le preparé una bebida. Al acercarme a la cama con el vaso, el timbre del teléfono empezó a sonar. Miré la hora de mi reloj. Eran cerca de las cinco. Nora se puso el teléfono al oído.
-Hello... Sí; está hablando -me  miró de reojo. Yo moví la cabeza negativamente. Sí... ¿Cómo? ¡Ciertamente!... Sí; con seguridad.
Colgó el teléfono y me hizo una mueca de burla.
-Eres maravillosa -dije-. Y ahora ¿qué?
-Dorothy viene para acá. Creo que tiene miedo.
-Es soberbio -me puse mi bata-. Temí que tuviera que salir para poder dormir.
Nora estaba inclinada buscando sus pantuflas.
-No seas flojo. Puedes dormir todo el día -encontró las zapatillas, las cuales se calzó-. ¿Tiene ella, en realidad, tanto miedo a su madre como dice?
-Si tiene algo de sentido... Mimi es un veneno.
Nora fijó sus negros ojos en mí y preguntó lentamente:
-¿Qué tratas de ocultarme?
-¡Oh, querida! -dije-, esperaba no tener que explicártelo. Dorothy es realmente mi hija. No sabía lo que hacía, Nora. Era en primavera, en Venecia, y yo tan joven, y la luna brillaba sobre el...
-¡Gracioso!... ¿No quieres comer algo?
-Si  tú quieres... ¿Qué tomarías?
-Un bocadillo de carne picada con bastante cebolla frita y una taza de café con leche.
Dorothy llegó mientras yo telefoneaba a una charcutería abierta toda la noche. Cuando fui al saloncito, se puso en pie con alguna dificultad y dijo:
-Siento muchísimo, Nick, molestarles así a usted y a Nora, pero yo no puedo ir a casa en estas condiciones. No puedo, y además tengo miedo. No sé lo que me sucedería, ni lo que haría. ¡Por favor, no me hagan ir!
Estaba ebria. Asta olfateó sus zapatos y piernas. Yo le dije:
-¡Chis!... ¡Chis!... Tú estás perfectamente aquí. Siéntate. Dentro de un momento tendremos hecho un poco de café. ¿Dónde estuviste para ponerte así?
Se sentó y movió la cabeza estúpidamente.
-No lo sé. He estado en todas partes desde que les dejé a ustedes. En todas partes, excepto en mi casa, porque yo no puedo volver a ella en este estado -se puso otra vez en pie, y del bolsillo de su abrigo extrajo una pistola automática-. ¡Mire esto! -me entregó el arma, mientras Asta, moviendo la cola, saltaba contento para alcanzarla.
Nora hizo un ruido con la boca. Yo sentí un escalofrío. Aparté el perro y rápidamente tomé la pistola de la mano de Dorothy.
-¿Qué gracia es esa? ¡Siéntate!
Escondí el arma en un bolsillo de la bata e hice sentar a la fuerza a Dorothy.
-No se enfade conmigo, Nick -suplicó-. Puede quedarse con ella. No quiero arruinar mi vida.
-¿Dónde la encontraste? -pregunté.
-En un speakeasy de la Décima Avenida. Le di a un hombre mi brazalete (el de las esmeraldas y diamantes) por ella.
-Y luego lo recuperaste de nuevo -exclamé-. Aún lo llevas puesto.
Clavó la vista en el brazalete.
-Creí que lo había perdido.
Miré a Nora moviendo la cabeza. Esta advirtió:
-¡Vamos, no la atemorices! La pobre está...
-Nick no está atemorizándome, Nora. No, realmente -repuso enseguida Dorothy-.  Él es la única persona en el mundo a quien puedo recurrir.
Recordé que Nora no había tocado su scotch and soda, Y pasé al dormitorio, donde lo tomé. De nuevo en la sala de estar encontré a Nora sentada en el brazo de Dorothy, con su mano en el hombro de la muchacha. Dorothy gimoteaba, y Nora intentaba calmarla:
-Pero Nick no está enfadado, querida. Te quiere mucho -me miró-. ¿Verdad que no estás enojado, Nick?
-No, sólo estoy ofendido -me senté en el sofá-. ¿Dónde encontraste el arma, Dorothy?
-Un hombre me la dio, ya se lo dije.
-¿Qué hombre?
-Ya se lo he dicho, un hombre, en un speakeasy.
-¡Sí, y que le diste tu brazalete por ella!
-Creí que se lo había dado, pero, ¡mire!, aún lo tengo.
-Ya lo he advertido.
Nora palmeó la espalda de la muchacha.
-Sí, aún tiene su brazalete.
-Cuando venga el  muchacho con el café y demás -dije-, le voy a sobornar para que no se aleje. No voy a quedarme solo con un par de...
Nora desaprobó mis palabras y dijo a la muchacha:
-No le hagas caso. Está así toda la noche.
-Él cree que yo soy una chiquilla ebria y tonta -dijo la muchacha.
Nora le palmeó un poco la espalda.
-¿Para qué necesitabas, pues, un revólver? -pregunté.
Dorothy se irguió en su asiento, mirándome fijamente con sus ojos de ebria.
-Por él -balbuceó excitada-; por si llegaba a molestarme. Tenía miedo porque yo había bebido. ¡Eso es! Y después tuve miedo de eso también, por lo cual decidí venir aquí.
-¿Te refieres a tu padre? -preguntó Nora, tratando de ocultar la excitación que a su vez le produjeron las palabras de la muchacha.
-Clyde Wynant es mi padre. Hablo de mi padrastro -dijo, apoyando su cabeza en el pecho de Nora.
-¡Oh! -exclamó Nora en un tono comprensivo; luego agregó-: ¡Pobre chiquilla! -y me lanzó una mirada significativa.
-¡Bebamos algo todos! -dije.
-¡Yo no, de ningún modo! -contestó Nora reprochándome-. ¡Ni creo que Dorothy esté dispuesta a acompañarte!
-¡Sí, ella sí! Le ayudará a dormir.
Le serví una considerable dosis de scotch y se la hice beber. El efecto fue prodigioso: cuando los bocadillos y el café llegaron ya estaba profundamente dormida.
-¡Ahora estarás satisfecho! -dijo Nora.
-Sí, lo estoy. ¿La acostamos antes de comer?
La llevé en mis brazos al dormitorio y ayudé a Nora a desnudarla. Su diminuto cuerpo era de líneas perfectas.
Volvimos a nuestros bocadillos. Saqué el revólver de mi bolsillo y me puse a examinarlo. Había sido bastante usado. Estaba cargado con dos balas.
-¿Qué vas a hacer con eso? -preguntó Nora.
-Nada hasta que compruebe si es la misma arma con que fue muerta Julia Wolf. Es calibre treinta y dos.
-Pero ella dijo...
-Sí, que lo consiguió en un speakeasy; un hombre se lo dio por un brazalete. Ya lo oí.
Nora se inclinó hacia mí sobre la bandeja de los bocadillos. Sus ojos brillaban y parecían casi negros.
-¿Crees que sea su padrastro? -preguntó.
-Lo creo -repuse, pero lo dije en un tono demasiado enfático.
-¡Oh! Eres un malvado -replicó-. Tal vez lo sea; tú no lo sabes. Ni tampoco crees la historia que te ha contado.
-Escucha,  querida: mañana te compraré  un  montón de novelas policíacas. Esta noche no atormentes tu hermosa cabecita con otros misterios. Todo lo que la muchacha quiso decirte es que tenía miedo de que Jorgensen la estuviese esperando al llegar a su casa y de que las condiciones en que se hallaba no le permitieran mostrarse enérgica.
-¡Pero su madre...!
-Su familia es de esas familias que... Tú no puedes...
En pie, vacilando, Dorothy Wynant, apareció en la puerta del dormitorio en una bata de noche demasiado larga para ella, parpadeó a la luz y dijo:
-¿Podría, por favor, estar con ustedes un rato? Sola allí dentro tengo miedo.
-¡Claro que sí!
Se acercó, se acurrucó a mi lado en el sofá y Nora salió a buscar algo para taparla.
6
Los tres nos encontrábamos desayunando temprano aquella tarde, cuando llegaron los Jorgensen. Nora había contestado el teléfono, del que se apartó tratando de hacernos creer que no sentía viva curiosidad por lo que iba a ocurrir.
-Es tu madre -informó a Dorothy-. Está abajo. Le he dicho que suba.
-¡Maldita sea...! -exclamó la muchacha-. ¿Por qué le habré hablado?
-Lo mismo daría estar viviendo en el vestíbulo del hotel -dije.
-¡No le hagas caso! -repuso Nora palmeando los hombros de Dorothy.
Golpearon a la puerta y salí a abrir.
Los ocho años transcurridos no habían hecho mella en el rostro de Mimi. Estaba un poco más madura, más abundante, eso es todo. Más alta que su hija, y con cabello de un rubio más brillante. Se echó a reír y me tendió sus manos.             
-¡Feliz Navidad! Es una gran alegría verte después de tantos años. Este es mi esposo. Míster Charles.
-Me alegro de verte, Mimi -contesté.
Estreché luego la mano de Jorgensen. Probablemente unos cinco años más joven que su esposa, era un hombre alto, delgado, recto y de tez oscura, cuidadosamente vestido, cabeza bien peinada y cuidado bigote. Hizo una inclinación doblándose por la cintura.
-¿Cómo está usted, míster Charles?
Hablaba con marcado acento teutónico. Su mano era delgada y musculosa.
Pasamos al interior. Terminados los saludos, Mini pidió a Nora la disculpara por su intromisión.
-Tenía deseos de ver de nuevo a su esposo, y, además; la única manera de llegar a tiempo a alguna parte con esta mocosa es arrastrándola -se dirigió a Dorothy, sonriendo-: ¡Mejor es que te vistas, querida!
-Querida -refunfuñó, llena la boca de tostada-, no veía por qué malgastar la tarde en casa de tía Atice siendo día de Navidad.
-Apuesto a que Gilbert no va -agregó.
Mimi dijo que Asta era un bonito perro y me preguntó si tenía idea del paradero de su ex esposo.
-No la tengo.
Siguió jugando con el perro.
-Es una insensatez, una locura desaparecer en un momento así. No es de extrañar que en el primer instante la Policía haya pensado que tenía algo que ver con el asunto.
-¿Y qué cree ahora? -pregunté.
-¿No has leído los diarios? -preguntó levantando la vista hacia mí.
-No.
Fue un hombre llamado Morelli, un gánster. Él la mató. Era su amante.
-¿Le han atrapado?
-Aún no, pero fue él. Desearía encontrar a Clyde. Macaulay de ningún modo quiere ayudarme. Dice que no sabe dónde está, pero eso es ridículo. Es su apoderado y sé perfectamente que está en comunicación con Clyde. ¿Crees que Macaulay es hombre de confianza?
-Es el abogado de Wynant -repliqué-. No hay ninguna razón para que no tengas confianza en él.
-Exactamente lo que yo pensé -se movió un poco en el sofá-. Siéntate. Tengo una infinidad de cosas que preguntarte.
-¿Bebemos algo antes?
-Cualquier cosa que no contenga huevo -respondió-. Me pone biliosa.
Cuando regresé a la despensa, Nora y Jorgensen estaban probando sus conocimientos de francés, Dorothy aparentaba seguir comiendo y Mimi volvía a jugar con el perro. Repartí lo que había preparado y fui a sentarme al lado de Mimi. Esta me dijo:
-Tu esposa es admirable.
-A  mí me gusta.
-Dime la verdad, Nick: ¿tú crees que Clyde esté realmente loco? Quiero decir, ¿suficientemente loco como para tomar alguna determinación?
-¿Cómo puedo yo saberlo?
-Estoy preocupada por los chicos -repuso-. Yo no tengo ya ningún derecho sobre él (la disposición que tomó cuando nos divorciamos los anuló), pero los chicos sí. Nos hallamos ahora en la indigencia y estoy preocupada por ellos. Si Clyde está loco, muy bien puede darle por tirarlo todo y dejarlos sin un centavo. ¿Qué crees que debo hacer?
-Pensando en encerrarlo en un manicomio, ¿eh?
-No... -dijo lentamente-, pero me gustaría hablar con él -puso su mano sobre mi brazo-. Tú podrías encontrarle.
Hice un movimiento negativo con la cabeza.
-¿No quieres ayudarme, Nick? Hemos sido buenos amigos...
Sus grandes ojos azules eran dulces y suplicantes. Dorothy, desde la mesa, nos observaba con desconfianza.
-¡Por el amor de Dios, Mimi! -le dije-. Hay mil detectives en Nueva York. Contrata los servicios de uno de ellos. Yo ya no me ocupo de eso.
-Lo  sabía, pero... ¿Llegó Dorry (diminutivo de Dorothy) muy ebria anoche?
-Tal vez lo estuviera. A mí me pareció estupenda.
-¿No crees que se ha convertido en una hermosa criatura?
-Siempre creí que lo era.
Consideró la respuesta un momento y luego agregó:
-Es sólo una niña, Nick.
-¿Y a qué viene eso? -pregunté.
Sonrió, y, dirigiéndose a la muchacha, dijo:
-¿Qué dices si te vistes, Dorry?
Dorothy repitió contrariada que no veía por qué malgastar una tarde con tía Alice. Jorgensen se dio vuelta para hablar a su esposa:
-Ya que míster Charles es tan amable que...
-Sí -dijo Nora-, ¿por qué no se quedan un rato más? Vendrán algunos amigos. No será nada extraordinario, pero... -movió un poco el vaso para terminar la sentencia.
-Me gustaría -replicó lentamente Mimi-, pero temo que Alice...
-Pídele disculpas por teléfono -sugirió Jorgensen.
-Yo lo haré -dijo Dorothy.
Mimi asintió.
-Sé amable con ella.
Dorothy entró en el dormitorio. Todos parecían ahora más satisfechos. Nora me miró, guiñando maliciosamente. Tuve que aguantarme porque en ese momento Mimi me estaba mirando. Esta me preguntó:
-Tú no querías realmente que nos quedáramos, ¿no es cierto?
-¡No faltaba más!
-Me parece que mientes. ¿Tenías alguna simpatía por la pobre Julia?
-Eso de pobre Julia suena muy bien en tus labios. Me gustaba bastante.
Mimi apoyó otra vez su mano en mi brazo.
-Deshizo mi vida con Clyde. Entonces la odié..., pero eso fue hace mucho tiempo. Cuando fui a verla el viernes, ningún resentimiento tenía contra ella. Nick, ¡la vi morir! No merecía aquella muerte. Fue horrible. No importa lo que haya podido sentir antes, ahora no queda más que pena. Cuando dije pobre Julia realmente lo sentía.
No sé adónde quieres llegar -dije-. No sé adónde quieren llegar todos ustedes.
-¿Todos nosotros? -repitió-. ¿Ha estado Dorry...?
Dorothy salió del dormitorio. Besó a su madre en los labios y se sentó a su lado después de anunciar:
-Lo he arreglado.
Mimi, mirándose en el espejo de su polvera para asegurarse de que sus labios no habían sido despintados, preguntó: