La difícil vida fácil - Iván Zaro - E-Book

La difícil vida fácil E-Book

Iván Zaro

0,0

Beschreibung

La prostitución masculina es un mundo aparentemente invisible del que muy poco se ha escrito y cuya existencia no se conoce en profundidad. Algunos trabajadores del sexo comparten, por primera vez, sus emociones más íntimas, sus risas y sus llantos, las luces y sombras que forman parte del ser humano. El lector se topará con vidas silenciadas e invisibles envueltas en el estigma social. Esta obra parte de los testimonios de los trabajadores del sexo, que se expresan en primera persona, recobrando así un espacio que algunos agentes sociales han venido usurpando, y demostrando, en algunas ocasiones, el más absoluto desconocimiento sobre las experiencias, las aspiraciones y las reivindicaciones de las personas que ejercen la prostitución. Cada capítulo se centra en los espacios donde suele desarrollarse la prostitución masculina, desde los locales de ocio nocturno a las saunas de clientela exclusivamente masculina; de los pisos de ejercicio gestionados por terceras personas a la prostitución callejera; de la prostitución a través de las nuevas tecnologías e Internet a la industria del sexo y el mundo del porno. También aparecen trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales, como el sadomasoquismo y el travestismo, descubriendo las características de cada uno de estos escenarios y de sus códigos y reglas del juego. Pero, ¿hay vida más allá de la prostitución? A modo de respuesta, podrán conocer a tres hombres que decidieron abandonar el trabajo sexual.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 459

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



La difícil vida fácil

Punto de vista editores

La difícil vida fácil

Doce testimonios sobre prostitución masculina

Iván Zaro

prólogo de luis antonio de villena

Director editorial:

José Luis Ibáñez

Consejo asesor:

Silvano Gozzer

Alberto Vicente

© Iván Zaro, 2016

© del prólogo, Luis Antonio de Villena, 2016

© de esta edición, Punto de Vista Editores, S. L., 2016

Todos los derechos reservados.

Primera edición: mayo 2016

Segunda edición: junio 2016

Publicado por Punto de Vista Editores

info@puntodevistaeditores.com

www.puntodevistaeditores.com

@puntodevistaed

Edición: Alex Richter-Boix

Corrección: Gabriela Torregrosa

Diseño de cubierta: Estudio Joaquín Gallego

© de la fotografía de cubierta: Joan Crisol

Modelo de cubierta: Juan Alberto Moreno

ISBN papel: 978-84-15930-91-4

ISBN digital. 978-84-15930-90-7

IBIC: JFMX, JFSK2, JFFH2

Depósito legal: M-5695-2016

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com

A M.ª Ángeles y Joaquín, mis padres, por descubrir mi vocación por el Trabajo Social.

A Javier Mercé, mi marido, por amarme en libertad, sin condiciones.

A los trabajadores del sexo que he conocido, por enseñarme todo cuanto sé.

Chulos, chaperos, trabajadores del sexoluis antonio de villena

Conocí a nuestro Iván Zaro hace bastantes años. Él, como trabajador social, entraba con otros compañeros en la noche de los bares de ambiente a repartir condones y crema lubricante como parte de una campaña de prevención antisida. Era gente bien recibida pues había una conciencia general del peligro, aunque acaso los momentos peores de la pandemia ya habían pasado. Iván hacía hincapié en entregar condones a quienes él llama noblemente en este sencillo y rico libro testimonial «trabajadores del sexo». Él sabe que detrás de la inmensa mayoría de esos chicos —es verdad que las chicas andan otro conducto— no hay mafias ni esclavismo, sino la simple y llana voluntad de un muchacho por lo general bien parecido que entiende y acepta que alquilando su cuerpo va a obtener (y habitualmente es así, sobre todo al inicio) mucho más dinero que en cualquier profesión de las llamadas «honestas». Yo he preguntado alguna vez a alguno de estos chicos —he conocido a muchos—: ¿Tú no dejarías este oficio por ser camarero, por ejemplo? Y la respuesta ha sido muy mayoritariamente unánime: No, en esto se gana más. Alguien dirá: ¿Pero se puede tener vocación de chapero? Y yo siempre contesto: Probablemente no (no estoy seguro), pero, dígame, ¿se tiene vocación de albañil, de taxista o de picador de carbón, con todos los respetos? Estoy seguro de que no hay tales vocaciones. A esos nobles trabajos —como el de chapero—, no te lleva esencialmente ninguna vocación, sino las no siempre fáciles circunstancias de la vida. Pero ser chapero, con todas sus dificultades —que el libro de Iván testimonia muy bien—, tiene un pequeño plus añadido. Puede no salir bien (y muchas veces no sale), pero esos chicos, que se levantan a mediodía o más tarde, saben que su mundo está de continuo sobrevolado por el término «placer»: tomar copas (drogas también, de cuando en cuando) y una noche larga de bares, discotecas y sexo final, en donde ellos —teóricamente— serán reyes, ídolos indiscutibles, aunque todo tenga muy frecuentemente los pies de barro. ¿Cómo no sentirse seducido por el término «placer» y su realidad en la juventud radiante?

Iván entraba a múltiples bares repartiendo condones gratis y a mí me veía muy a menudo, charlando con chicos diversos, en un bar muy famoso y variopinto en la época, el Black & White, al que todo el mundo llamaba el «Blanco y negro». Iván y yo terminábamos charlando un ratito del mundo que había alrededor, que ambos respetábamos. Así que cuando dirigí un par de temporadas un programa en RNE dirigido al colectivo LGTB, con una cierta voluntad no de cancaneo vulgar, sino de altura (el programa se llamó Las aceras de enfrente), Iván vino varias veces con algún trabajador sexual para que yo lo entrevistara.

Aunque he conocido a chicos a los que les ha ido muy bien en esa profesión (con fecha de caducidad, como modelo o jugador de fútbol), otros muchos terminan desnortados, cuando no enganchados a alguna droga o simplemente al sortilegio de la palabra «placer», que, como he dicho, no deja de sobrevolar en lo alto, muy ambigua…

Antiguamente, a estos chicos, bisexuales que un día decidían «hacerse una chapa» para luego gastarlo con la novia, se les llamaba «chulos». Era el nombre que empleaba aún, por ejemplo, Jaime Gil de Biedma. Pero a medida que fue creciendo la profesionalización —todavía muy lejos del reglamentado mundo de la prostitución femenina— estos chicos fueron «chaperos», por esa «chapa» ocasional que se hacían. Había españoles, portugueses y marroquíes, pero a partir de la caída del muro de Berlín los bares (y ciertas calles) se llenaron de chicos del este de Europa, sobre todo búlgaros y rumanos, pero asimismo rusos, polacos y aún más húngaros. Luego llegaron los latinoamericanos, cubanos, dominicanos, pero especialmente colombianos y brasileños (¡cielo santo, cuántos y qué bellos brasileños!) dotados todos de una pansexualidad muy generosa. La célebre crisis del 2009 puso fin a la abundancia, pero no al fenómeno que ahora también copa Internet y sus páginas sexuales, un ámbito, a mi antiguo entender, menos claro y eficaz que el de los bares directos…

La prostitución masculina existió en las antiguas Grecia y Roma, pero la Europa moderna (que no la desconocía, ni mucho menos) la silenció en un mundo lleno de tabúes religiosos católicos y feroz represión. Yo conocí ese mundo en La musa de losmuchachos de Estratón de Sardes (siglo II) o en Cavafis antes de verlo vivo, muchas veces amigo, y de verdad, con su pléyade de dificultades o sus sueños rotos por engañosos anhelos de eternidad. El presente libro de Iván Zaro recoge veraces testimonios de cuanto acabo de decir. Su mérito: la sencilla verdad y el cálido y afectuoso respeto por tantos chicos de buena voluntad. Su mérito aún más: una singular suerte de compañerismo. Yo se lo dije a alguno: Es posible que no viajemos en el mismo piso o nivel de la nave, pero ten por seguro que el barco en que vamos es exactamente el mismo…

Como colofón antes de lo que Iván narra, déjenme reproducir un poema de mi libro Hymnica (1979), donde unos muchachos que se prostituyen, hace muchos años, pero lo esencial no cambia, se reconocen amantes. El poema se titula «Historia de madrugada». Estos chicos chaperos —como muchos de nosotros— se preguntan a menudo qué será de ellos mañana…

Se decidió y dijo que sí, que iría.

Y sonrió al decirlo. Llevaba un chaquetón

azul, y una camisa que se ceñía al cuerpo

juvenil, perfecto. Los ojos celestes y rizado el pelo.

Así es que después de esto (pensaba mientras

se dirigían al coche del anfitrión improvisado)

podría dejar la ciudad, y salir —¡ah, la emoción

del viaje!—, y pasar el verano junto al mar, lejos,

en los puertos que habita el placer —y el dinero—.

Y además tampoco iba a pasarlo mal

aquella noche. ¡Se goza tanto en el amor!

Se imaginaba ya la escena: la piel desnuda,

húmeda de sudor, sobre el lecho, entre la excitación

y la respiración acelerada, y las manos que

recorrían su cuerpo, de tacto suave (le decían)

y hermosísima adolescencia. Sí, sería estupendo.

Aunque casi seguro era, que en el momento

máximo, en la final delicia del espasmo,

la mente huiría muy lejos de allí, recordando

la noche última en la pensión aquella…

El amigo —tenía también dieciocho años— le propuso,

tras la cena, que se marchasen juntos, y mientras,

temblando, se abrazaban, el otro apagó la luz

y acariciándole, susurró al oído: ¡Ya verás qué verano!

Madrid, marzo de 2016.

Introducción

Les invito a conocer un mundo aparentemente invisible del que muy poco se ha escrito y cuya existencia pocas personas conocen en profundidad: la prostitución masculina. Es habitual el tratamiento de la prostitución desde un enfoque exclusivamente femenino, relegando la figura masculina al demandante de los servicios sexuales. En este libro toman la palabra los hombres que ejercen la prostitución y que ofertan sus servicios a hombres o mujeres. Es necesario abordar el trabajo sexual, entendido como el ejercicio de la prostitución voluntaria y libre, sin coacciones, desde una perspectiva holística y poliédrica, prestando atención a todas sus posibles manifestaciones.

Esta obra parte de los testimonios de los trabajadores del sexo, que se expresan en primera persona, recobrando así un espacio que algunos agentes sociales han venido usurpando, demostrando, en algunas ocasiones, el más absoluto desconocimiento sobre las experiencias, las aspiraciones y las reivindicaciones de las personas que ejercen la prostitución. El objetivo, por tanto, es claro y certero: ser un canal de expresión de los trabajadores del sexo. No estamos ante una obra técnica —ya publiqué con anterioridad diversos estudios y artículos sobre la materia—, sino ante una obra que pretende ser pragmática, sin necesidad de mayor validación que la propia experiencia vital de sus protagonistas. En este viaje hallarán diversos planteamientos que cada una de las personas que forman parte de este libro ha ido adquiriendo a lo largo de su trayectoria. Sus consejos nos serán de utilidad para comprender mejor la prostitución masculina.

El lector se topará con vidas silenciadas e invisibles envueltas en el estigma social. Algunos trabajadores del sexo comparten, por primera vez, sus emociones más íntimas, sus risas y sus llantos, las luces y sombras que forman parte del ser humano.

Mi labor en este trabajo ha sido la de humilde transmisor de la información, ofreciendo la infraestructura y la metodología necesarias para aproximar a los lectores al mundo de la prostitución y que puedan formarse una opinión más certera, menos oscura e invisible. Este libro ha sido elaborado con el máximo respeto y cariño hacia los hombres que ejercen la prostitución.

Llevo desarrollando mi labor como trabajador social en el ámbito de la prostitución masculina desde 2004. Dirijo un programa de atención sociosanitaria específica a los Trabajadores Masculinos del Sexo (TMS) en Madrid. Esto me ha permitido mantener un contacto directo a través de la intervención de una unidad móvil en los espacios de ejercicio de la prostitución masculina: en la calle (viví los últimos años de actividad en la histórica calle Almirante y el languidecer de la Puerta del Sol), en los locales de ocio nocturno (bares míticos que sobreviven a duras penas en medio de la crisis económica que atravesamos desde 2008), en las saunas y en los pisos gestionados por terceros, algunos desmantelados por la crisis y otros, por la justa persecución de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual.

En estos últimos años, he visto una transformación vertiginosa de la prostitución en general, especialmente la masculina, debido, en gran parte, a la presión pública para disuadir a los clientes, lo que ha tenido como consecuencia no el abandono del ejercicio de la prostitución, sino su mayor inaccesibilidad, es decir, el aumento de la vulnerabilidad de las personas que se prostituyen. Pero también por la incursión de las nuevas tecnologías y una apertura ligada a un incremento de la visibilidad del colectivo LGTB en la sociedad española, en concreto, de los hombres homo/bisexuales y de las mujeres transexuales.

En mis inicios, la diversidad cultural dentro del colectivo de trabajadores sexuales era amplia. Un gran porcentaje de hombres era extranjero, especialmente de Latinoamérica (en su mayoría de Brasil), países musulmanes (Marruecos y Argelia) y Europa del Este (Bulgaria y Rumanía). Muchos de ellos estaban en situación administrativa irregular, lo que siempre ha supuesto una mayor exclusión social, agudizada por la crisis. En la actualidad, la prostitución masculina ejercida por hombres de origen español se ha triplicado, y cada vez son más visibles en todos los espacios de ejercicio. Es probable que este hecho haya favorecido su profesionalización, tomando el trabajo sexual no como una actividad puntual, sino como una vía para obtener recursos económicos de forma prolongada en el tiempo.

Por otra parte, debido a la retirada de la sección de contactos en algunos periódicos de tirada nacional, los trabajadores sexuales han encontrado en Internet su principal medio de publicidad y negociación. A través de diferentes portales especializados, o bien mediante sus propias páginas, difunden y publicitan sus servicios con vídeos y fotografías. Incluso, en algunos casos, se hace uso de portales internacionales, lo que favorece la movilidad del colectivo a escala europea.

Asimismo, las nuevas tecnologías han estrechado la relación entre diferentes esferas dentro de la industria del sexo como la prostitución masculina y la pornografía. Algunas de las más reconocidas estrellas del porno gay han sido o son trabajadores del sexo, realizando una importante labor de visibilización. No son los únicos. Muchos otros compañeros han querido aportar su grano de arena frente a un mal común sufrido por todos: el estigma social. Recuerdo el cariño y la dedicación con la que elaboramos el primer calendario solidario para luchar contra la discriminación de los trabajadores del sexo en 2010. Contamos con importantes colaboradores, como el fotógrafo internacional Joan Crisol y la productora pornográfica de temática gay JalifStudio, quienes inmortalizaron a diversos trabajadores del sexo lejos de la sordidez y la oscuridad a las que se les asocia culturalmente. Demostraron una gran valentía y solidaridad, al igual que los protagonistas de este libro.

Mi labor y compromiso con ellos ha sido siempre potenciar sus habilidades en el cuidado de sí mismos, el establecimiento de límites y el contacto con sus emociones. Siempre he intentado que encontraran en mí a un confidente, un colaborador para activar los resortes que les permitan recorrer el camino hacia sus metas.

Tengo muy presentes a aquellos trabajadores del sexo con VIH, quienes han compartido conmigo su experiencia y junto a los cuales he recorrido, en algún momento, el proceso de la infección, las primeras analíticas, sus dudas y temores. He intentado en todo momento facilitar herramientas y trucos que lograran una mayor adherencia al tratamiento o tan sólo hablar con ellos sobre aquello que les preocupa. Ellos han aprendido a vivir con una infección crónica, han visto que nada les puede limitar y me han regalado su confianza. Con ellos he aprendido que, en muchas ocasiones, somos excesivamente duros e injustos con nosotros mismos, y que es en la adversidad cuando nos hacemos grandes, y que nunca hay que dejar de confiar en uno mismo.

Recuerdo algún caso en particular de gran éxito personal entre mis usuarios, como el de aquel trabajador del sexo que conocí hace años en la calle. Tardé meses en ganarme la confianza necesaria para que me dijera que estaba ejerciendo la prostitución, algo de lo que estaba tremendamente avergonzado. Era heterosexual, de procedencia latinoamericana y no concebía mayor tabú posible. Con el paso del tiempo, compartió conmigo su pasado. Provenía de una familia económicamente bien posicionada, estaba casado y era padre de varios niños. Había tenido un negocio próspero en España que comenzó a ir mal y, agobiado por una mala racha, comenzó a beber, esto le llevó al juego, lo que derivó en conflictos familiares y llevó al cierre del negocio y, como desenlace, a vivir en la calle. Tras muchos meses de intervención, consiguió recuperar la comunicación con su familia: su madre, mujer e hijos. Fue la primera mediación familiar que realicé en mi carrera. Él mismo se concedió una segunda oportunidad, encontrando en su familia un entorno seguro para iniciar el tratamiento de desintoxicación, abandonar la prostitución, algo que detestaba, y comenzar a trabajar aceptando que administraran sus ingresos hasta su total rehabilitación. Sólo puedo estar agradecido por haber podido compartir su experiencia y subrayar lo importantes que son las segundas oportunidades, sin rencor, con una mirada de apoyo incondicional.

También recuerdo a aquella pareja de trabajadores del sexo cuya casera los echó a la calle en plena nevada cuando descubrió que recibían a clientes en el estudio cuyo alquiler pagaban religiosamente y sin contrato. Ante esta crítica situación, intentamos buscar una solución para paliar la emergencia. Pasadas las noches gélidas, huyeron de Madrid hacia un futuro mejor. Al cabo de los años recibí un e-mail en el que me contaban lo bien que se encontraban en la actualidad. No me avergüenza decir que ese día me emocioné. Al igual que los días en que alguno de los trabajadores del sexo ha traído flores a mi despacho, sin haber mencionado nunca lo mucho que me gustan.

He de citar a los trabajadores del sexo que han colaborado conmigo dentro de los programas de atención sociosanitaria como voluntarios para prestar ayuda a sus iguales. Durante estos años he comprobado que no sólo se han liberado del estigma que pesa sobre ellos, sino que además se preocupan por fomentar el bienestar de sus compañeros de profesión. Ellos me han enseñado lo que es el compañerismo y la solidaridad.

Quiero dedicar unas palabras a aquellos usuarios que se fueron antes de tiempo. Nadie debería morir tan joven. Me gustaría mencionar a Diogo, un chico divertido, jovial y hablador. Nació el mismo día que yo, pero en diferentes puntos del globo, y el destino quiso que nos conociéramos en Madrid. Falleció en 2010 cuando ambos íbamos a cumplir treinta años. Al igual que él, compañeros como Jorge, Robison o Caio perdieron la vida, dejándome sin aliento. A todos ellos les rindo homenaje en este libro.

Los clientes también me han enseñado mucho, especialmente los que cada tarde se reúnen en la Puerta del Sol. Ellos me conectaron con la memoria histórica relatándome como en los años más fieros del azote franquista eran detenidos y maltratados por la policía por ser homosexuales. Señalan siempre la actual sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid y me dicen: «Ahí, ahí nos metían a pasar la noche mientras nos molían a palos». Se emocionaron el día de mi boda: soy el primer hombre casado con otro hombre que conocen.

Tras diez años de experiencia profesional, hago balance de todo cuanto he aprendido con los trabajadores del sexo. Me han demostrado que, por mucho que la sociedad te discrimine, siempre tienes la libertad de elegir en qué grado esto te afecta. Tienes el poder para decidir, vivir siendo fiel a ti mismo, sin necesidad de aprobaciones o palmaditas en la espalda, o ser fiel a los demás, renunciando a ser quien eres realmente. También me han motivado cada día para construir una sociedad más justa donde todos tengamos las mismas oportunidades y seamos reconocidos en nuestra dignidad.

A todos ellos mi gratitud y afecto. Me siento afortunado.

Para terminar, señalar que en cada capítulo nos centraremos en cada uno de los espacios donde se suele desarrollar la prostitución masculina, desde los locales de ocio nocturno a las saunas de clientela exclusivamente masculina; de los pisos de ejercicio gestionados por terceras personas a la prostitución callejera, con su violenta crudeza; de la prostitución a través de las nuevas tecnologías e Internet a la industria del sexo y el mundo del porno. También hablaremos con trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales, como el sadomasoquismo y el travestismo, descubriendo las características de cada uno de estos escenarios y de sus códigos y reglas del juego.

Finalmente, ¿hay vida más allá de la prostitución? A modo de respuesta, podrán conocer a tres hombres que decidieron abandonar el trabajo sexual. Descubrirán sus dificultades para salir de la prostitución y las secuelas que esta ha dejado en sus vidas.

Iván Zaro

Espacios de ejercicio: las voces de la experiencia

En el ámbito de la prostitución masculina, existen diversas variables que definen su heterogeneidad, como la diversidad cultural y el factor migratorio. En este sentido, Latinoamérica, Europa del Este y algunos países de África son los lugares de procedencia más habitual de los trabajadores del sexo. Sin embargo, en los últimos años esta tendencia ha variado, y se puede comprobar que el número de inmigrantes dentro del colectivo se ha reducido, mientras que el de hombres españoles se ha triplicado en todos los espacios donde se desarrolla la prostitución. Esta tendencia viene causada por la elevada tasa de paro en España, que ha provocado que hombres españoles se planteen esta alternativa como medio para obtener recursos económicos. Por otro lado, la situación de aquellas personas inmigrantes en situación administrativa irregular que continúan en la prostitución es actualmente más vulnerable que nunca.

Podemos establecer dos grandes grupos dentro de los trabajadores del sexo. El primero está formado por los hombres que ejercen la prostitución de forma puntual debido a algún tipo de emergencia o necesidad económica. El segundo grupo está formado por hombres que la ejercen de forma prolongada en el tiempo, encontrando en la prostitución su principal y, a menudo, su única vía de supervivencia. Aquellos que han hecho del trabajo sexual una actividad económica estable han contribuido a la profesionalización del sector, invirtiendo recursos para optimizar los resultados. Nos referimos al cuidado del cuerpo, al entrenamiento físico, a una correcta nutrición, a tratamientos estéticos, a sesiones de fotografía y vídeo, a la publicitación de sus servicios a través de diversos canales y medios o a la movilidad geográfica para buscar nuevos clientes. Sólo aquellos que ejercen la prostitución de forma prolongada deciden invertir en estas y otras cuestiones.

Todos los trabajadores del sexo que han ofrecido su testimonio en este libro han estado varios años ejerciendo la prostitución. Algunos comenzaron prostituyéndose de manera puntual, pero después terminaron aceptando las reglas del juego y siguieron trabajando en el sector. Esta selección persigue ofrecer al lector distintas experiencias que le permitan profundizar en las diversas realidades vividas por los trabajadores del sexo.

Otra característica unida a la prostitución es el estigma. A lo largo de las próximas páginas, verán que la invisibilidad ligada a la prostitución masculina conlleva un precio en términos de soledad o rechazo.

Los clientes entienden el mundo de la prostitución como algo lúdico, similar al ocio nocturno o al consumo de drogas. Esta realidad también se refleja en las entrevistas del libro, donde se mencionan drogas de todo tipo; algunas, como el popper y la Viagra, incluso son utilizadas como herramientas profesionales por los trabajadores del sexo.

Los hombres que ejercen la prostitución en España son uno de los colectivos más vulnerables ante el VIH, sólo por debajo del grupo formado por las trabajadoras transexuales del sexo. Las necesidades económicas, junto con el consumo de estupefacientes o el mito del amor romántico, favorecen que los hombres que ejercen la prostitución se expongan a prácticas de riesgo y a contraer diversas Infecciones de Transmisión Sexual (ITS).

Si el VIH es un tabú que requiere de la mayor de la discreciones para evitar el rechazo y la discriminación, cuando hablamos del trabajo sexual el estigma es aún mayor. El temor a ser delatado siempre planea sobre los hombres que tienen VIH y, además, ejercen la prostitución. En los siguientes capítulos, encontrarán un valiente testimonio sobre este tema.

El rechazo experimentado por las personas que ejercen la prostitución les hace vivir grandes momentos de soledad. También es común que experimenten dificultades ante la idea de mantener una relación afectiva con personas ajenas a este mundo. La elevada movilidad de los trabajadores del sexo en busca de nuevos clientes, evitando así el efecto «cara quemada», ser un «viejo conocido» frente a hombres novedosos, también supone un obstáculo para asentarse en una ciudad y tejer una red de apoyo. Otros factores que caracterizan la prostitución masculina son la competitividad, la inestabilidad de los ingresos económicos y la inseguridad a la que se enfrentan ante ciertos clientes.

La prostitución en Internet

Aunque conciso, el presente análisis descriptivo supone una aproximación inédita a la prostitución masculina a través de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en España. El tamaño de la muestra comprende a 3707 hombres que en 2015 ejercieron la prostitución a través de Internet. Todos ellos se anunciaron en la página www.telechapero.com y afirmaron ejercer la prostitución dentro del territorio nacional. Establecemos dos grupos, uno compuesto por aquellos que ejercen de forma habitual (1848 hombres) y otro, por aquellos que ejercen de forma esporádica (1859 personas). El criterio que ha permitido discriminar el ejercicio esporádico de la prostitución del habitual ha sido que el perfil del trabajador del sexo no haya sido utilizado ni actualizado en los últimos seis meses. Esto nos hace pensar que el usuario abrió el perfil para prostituirse de forma puntual, pero posteriormente no volvió a conectarse para contestar los posibles mensajes privados enviados por los clientes, actualizar datos como la movilidad o añadir nuevas fotografías. A continuación analizamos los datos que hacen referencia a los trabajadores del sexo (1848 personas) que ejercen la prostitución de forma habitual a través de dicha página de contactos.

La edad es un dato orientativo cuando abordamos estos perfiles ya que es una información autorreferida que a menudo no coincide con la edad real del individuo. Es común que la edad publicitada sea inferior a la real. Por ese motivo y con el fin de aproximarnos de forma más fidedigna a la realidad, hemos establecido los siguientes rangos de edad: 18-25, 26-35, 36-45 y más de 45 años.

Centraremos el análisis en aquellos hombres que ejercen la prostitución de forma habitual, cuya edad se encuentra entre los 18 y los 25 años en un 53% de los casos, seguidos de los que tienen entre 26 y 35 (41%), entre 36 y 45 (5%) y una edad superior a los 45 años (1%). Podemos decir que la mayor parte de los hombres que ejercen prostitución en Internet en España tienen una edad inferior a los 35 años.

Ya hemos hablado sobre el impacto que la inmigración tiene en la prostitución masculina. Podemos comprobar que esta realidad tiene una menor incidencia cuando hablamos de la prostitución a través de las TIC. En la muestra analizada se recogen hasta sesenta y cuatro nacionalidades diferentes. Sin embargo, como ya hemos señalado, la crisis económica ha multiplicado el número de hombres autóctonos que ejerce la prostitución, un 44% del total en 2015. Les siguen los hombres nacidos en Brasil (18%), Venezuela (9%) y Colombia (5%). Otras nacionalidades encontradas en los perfiles son República Dominicana, Italia y Argentina (2%), junto con Ecuador, Rumanía, México y Portugal (1%).

Comparando datos generales publicados en estudios anteriores con los obtenidos del análisis de la prostitución masculina en Internet, hay que destacar el considerable aumento de los hombres españoles (su número se ha triplicado en menos de cinco años) y el descenso de hombres de origen sudamericano, encabezando la lista los hombres nacidos en Brasil. También destaca el descenso de hombres procedentes de Marruecos. Siguen la misma proporción los hombres procedentes de otros países europeos (Italia o Portugal).

Respecto a la distribución por comunidad autónoma, encontramos que la mayoría se concentra en la Comunidad de Madrid (31%) y Cataluña (24%), seguidas por Andalucía (11%), Valencia (10%), País Vasco (4%), Islas Baleares (4%), Islas Canarias (3%) y resto de España (13%). Según la tabla de distribución, comprobamos que en la Comunidad Autónoma de Madrid se concentra la mayor parte de la prostitución masculina, seguida de Cataluña. De hecho, entre ambas comunidades se reparten más de la mitad de los hombres que ejercen la prostitución de todo el país.

El factor de la movilidad a priori puede influir en los datos sobre la comunidad autónoma en la que se ejerce la prostitución, aunque se ha comprobado que en los últimos años el número de trabajadores del sexo que viaja a través del estado para ejercer la prostitución se ha reducido considerablemente debido, en gran parte, a la delicada situación financiera. Esta realidad hace que se tienda a fijar una comunidad autónoma como lugar de residencia y de ejercicio de la prostitución.

Otra de las variables que podemos relacionar con el ejercicio habitual y profesionalizado de la prostitución es si se dispone de un lugar donde recibir al cliente o bien si sólo se realizan servicios a domicilio (reduciendo, por tanto, el número de clientes a los que poder atender). La mayor parte de los hombres anunciados en Internet disponía de instalaciones donde recibir al cliente (80%), frente a una minoría que sólo podía realizar servicios sexuales desplazándose a un hotel o al domicilio del cliente (20%). Una hipótesis relaciona ese porcentaje de hombres que carecen de espacio donde trabajar con un ejercicio puntual o menos profesionalizado.

Respecto al rol sexual y a los servicios sexuales anunciados, encontramos que un elevado porcentaje se define como versátil (35%), puede realizar o recibir penetraciones; le siguen aquellos hombres que, a pesar de ser más activos en su vida privada (26%), acceden a ser receptores de la penetración cuando están con un cliente. Un grupo considerable se define con un rol exclusivamente activo (21%), son aquellos que suelen mantener dicho rol en su vida privada y en la comercial.

Este dato no presupone la «heterosexualidad» del trabajador del sexo ya que la orientación sexual no implica la realización de determinadas prácticas con los clientes, especialmente cuando la situación económica por la que atraviesa el hombre que ejerce la prostitución es delicada o incluso extrema. Comprobamos que el porcentaje de hombres que se publicitan con un rol versátil/pasivo (8%) o exclusivamente pasivo (5%) es menor. Este hecho puede responder a una mayor demanda por parte de los clientes que solicitan ser penetrados o penetrar/ser penetrados.

Por último, encontramos los conocidos «Servicios especiales», entre los que destacan el juego de roles o intercambio erótico de poder con el rol dominante (4%) y sumiso (1%). Este tipo de servicios son minoritarios dentro de la prostitución masculina, así como en los perfiles analizados en www.telechapero.com. Cabe destacar que los trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales como el travestismo suelen anunciarse mayoritariamente en páginas específicas de travestis y mujeres transexuales (como, por ejemplo, www.teletravesti.com). De igual manera, amos profesionales (sumisos apenas existen) hacen uso a su vez de páginas de contactos de BDSM (como www.tuamo.net). Debido a la exclusividad de estos servicios, sus tarifas son considerablemente más elevadas que los servicios sexuales convencionales.

La prostitución callejera: desde la calle Almirante hasta la Puerta del Sol

La prostitución masculina es invisible. El sexo entre hombres en España ha sido durante mucho tiempo un delito y su práctica ha sido prohibida, perseguida y penada con multas o cárcel. En cambio, la prostitución femenina ha sido, desde tiempos inmemoriales, mucho más aceptada y generalizada, no sólo permitiéndose su visibilidad, sino incluso regularizándola. Ya en tiempos de Carlos III (1716–1788), las meretrices estaban obligadas a distinguirse del resto de mujeres mediante el uso de sayas de color pardo cortadas en picos por los bajos. Dicho atuendo pretendía facilitar el reconocimiento visual de las prostitutas, reduciendo con ello el acoso a aquellas mujeres que no ejercían dicha profesión. Es posible que el dicho popular «irse de picos pardos» tenga su origen en aquella ordenanza real. La prohibición de la prostitución masculina contrasta con la permisividad de la femenina, cuya sexualidad continúa en muchos países mermada y dirigida. A diferencia de la femenina, para sobrevivir a su veto y hostigamiento, la prostitución masculina ha tenido que hacerse invisible, imperceptible.

La discreción se desarrolló como estrategia de supervivencia y, por ello, los trabajadores del sexo carecen de una imagen predefinida ante la opinión pública. No existe un patrón que permita construir un estereotipo de hombre que se dedica a la prostitución y, sin embargo, sí nos viene a la mente rápidamente el de una prostituta. Esta ausencia se palpa en todas las esferas, no sólo en las calles de las ciudades y los medios de comunicación, sino también en la literatura académica, donde apenas encontramos títulos e investigaciones al respecto. Su discreción es tal que su invisibilidad parece ser real, los trabajadores del sexo son inexistentes a ojos de la sociedad en la que se mueven. Los hombres que ejercen la prostitución, escondidos a la ciudadanía, siguen desarrollando su actividad en paseos, plazas, parques y otros espacios públicos, de manera discreta, casi imperceptible al público, que desconoce su existencia.

Los espacios urbanos de sexo anónimo al aire libre son más conocidos: en el cruising los hombres establecen contactos y mantienen encuentros sexuales con otros hombres. Suelen ser lugares apartados y tranquilos, emplazamientos recónditos donde poder relacionarse sin llamar la atención. Sin embargo, no son áreas donde suelan ofertarse servicios sexuales.

Cada ciudad tiene sus puntos neurálgicos. En Madrid, la Puerta del Sol es el centro histórico de la prostitución masculina, a la que acuden los clientes en busca de compañía. Para entender su origen como espacio de encuentro, debemos remontarnos a 1934, cuando el Bazar X cerró sus puertas definitivamente tras sesenta años de vida. Los nuevos propietarios del local decidieron en su lugar edificar una sala de proyecciones cinematográficas, y así, un año más tarde nació el cine Carretas. Su construcción fue un gran evento para la ciudad y toda la prensa escrita se hizo eco de su inauguración, destacando la modernidad y comodidad de la nueva sala. Pero con el paso del tiempo sus instalaciones fueron degradándose y, a finales de los setenta, resguardados por la oscuridad de las proyecciones, empezaron a congregarse en su interior hombres que buscaban sexo de manera anónima y otros que ofertaban sus servicios sexuales entre las butacas de la platea. La prostitución masculina y, en menor grado, la femenina se convirtió en una práctica habitual del cine Carretas. La Puerta del Sol, a pocos metros de distancia, se convirtió a su vez en el punto de encuentro donde los hombres negociaban los servicios y los precios, y una vez que se cerraba el acuerdo, acudían al cine para realizar el servicio sexual, amparados en la lobreguez de su sala. Su reputación trascendió tanto que, incluso durante la década de los ochenta, el cine aparecía en la guía gay internacional, hasta su cierre definitivo en julio de 1995.

En la actualidad, la Puerta del Sol es el único resquicio callejero en Madrid donde la prostitución masculina sobrevive. Hace unos años, la calle Almirante, la calle Prim, así como aquellas adyacentes al paseo de Recoletos, o la calle Maestro Arbós, perpendicular a la M-30 y muy próxima a la plaza de Legazpi, servían de punto de encuentro para contactar con los clientes que llegaban en sus coches. Las remodelaciones y los cambios urbanísticos que ha sufrido la capital en la última década han hecho menguar la prostitución masculina callejera.

Los clientes que siguen buscando contactos en la Puerta del Sol suelen tener una edad avanzada, muchos de ellos son jubilados que buscan, al mismo tiempo, socializar. Se encuentran cómodos y pueden ser ellos mismos sin temor al rechazo social que les acompañó desde su despertar sexual. Más de uno reconoce que fue detenido durante la dictadura franquista al amparo de la ley de Vagos y Maleantes de 1933 (modificada por el régimen franquista el 15 de julio de 1954 para incluir en ella la represión de los homosexuales). Este tipo de clientes ha hecho de la Puerta del Sol su mundo. Dicen no encajar en los nuevos locales o barrios abiertamente sensibles al colectivo LGTB y reivindican su existencia y libertad en la misma plaza que les sirvió de abrigo desde su juventud, a pesar de que con el transcurrir de los años el ambiente ha ido transformándose.

Los que hoy ejercen la prostitución en la Puerta del Sol son generalmente inmigrantes, la mayoría procedentes de Rumanía u otros países del este de Europa, pero también hay grupos más pequeños de marroquíes y otros países africanos. La presencia de ciudadanos españoles ha sido escasa durante los últimos años, pero parecer haberse incrementado con la crisis económica desde 2008. Los trabajadores sexuales de la calle se encuentran en riesgo de exclusión social, al borde de la marginación. Cada persona acarrea unos problemas y una realidad diferente en la que se combinan la pobreza extrema, la ausencia de un hogar, la delincuencia o las adicciones. Casi todos ellos arrastran una gran carga de dificultades personales que les atan a la prostitución. En la mayoría de los casos, no tienen otra vía de ingresos y esta parece su única salida.

No es de extrañar que la orientación sexual de muchos de los hombres apostados en la Puerta del Sol sea heterosexual. No están allí por placer o deseo, sino por razones puramente económicas y por desesperanza. Esta discordancia entre su orientación sexual y la práctica de la prostitución masculina conlleva la aparición de conflictos psicológicos en algunos de ellos, que pueden degenerar en agresiones a los clientes, como una necesidad de humillarlos, no por pagar por tener sexo, sino por hacerlo con otros hombres. La homofobia es el mayor de los estigmas que sufren los clientes por parte de los que se prostituyen. La violencia no sólo es simbólica y estructural, desequilibrando las relaciones de poder entre ambas partes, sino que, en ocasiones, puede derivar en violencia física, llegando incluso a atentar contra la vida del cliente. Rara vez se denuncian los hechos debido a la lacra social que comporta la contratación de estos servicios. Los agredidos optan por el silencio.

En verano de 2011, saltó a las noticias el caso de un hombre de apenas veintiún años que asesinó a un cliente en su propio domicilio en Valdemoro. El criminal era conocido en la estación de autobuses de Méndez Álvaro, donde, además de ejercer la prostitución, llevaba a cabo hurtos entre los viajeros y sus clientes. Lo detuvieron poco más tarde en Rumanía, a donde huyó tras perpetrar el homicidio. Pocos años antes, en 2008, otro asesinato, la muerte del conocido músico Coco Ciëlo había conmocionado a la capital por la brutalidad de sus circunstancias. La víctima fue maniatada, golpeada, robada y abandonada a su suerte, hasta que murió desangrada en su lecho, por dos chicos a los que presuntamente había solicitado sus servicios sexuales. Los culpables fueron arrestados días más tarde en Barcelona cuando estaban llevando a cabo un asalto similar. La crueldad es el lenguaje cotidiano entre los que se prostituyen en la calle y, en ocasiones, dicho ensañamiento se manifiesta también con los clientes. Exponiendo estos casos de violencia no se pretende estigmatizar al colectivo, sino reflejar la complejidad de una realidad incómoda que sigue manteniéndose en las sombras y siendo invisible para ciertos sectores de la sociedad. Es necesario conocer la situación de exclusión y marginalidad de dichas personas para poder desarrollar medidas preventivas que la corrijan y acabar así con las variables que avivan su frustración y agresividad. Negarla contribuye a seguir haciendo imperceptible una realidad que no por ello deja de existir y nos convierte a todos en cómplices y responsables de dichos acontecimientos.

Es en la calle donde se localizan más casos de cronicidad dentro de la prostitución masculina. Abandonarla no es sencillo cuando se carece de los apoyos suficientes. Los que ofertan sus servicios sexuales desde las aceras pueden permanecer en ellas durante años, incluso décadas, como es el caso de Javier, un madrileño que conocí en 2004 que lleva años entre la Puerta del Sol y la calle Almirante. Nos fuimos encontrando con el transcurso del tiempo en otros escenarios donde él ejercía la prostitución hasta bien entrado el año 2010, cuando le perdí la pista. Tuve claro desde un principio que era su historia la que quería plasmar. Que era la persona adecuada para explicar la prostitución callejera en Madrid. Así que lo busqué para que relatara sus experiencias. Él es historia viva de la prostitución masculina en la capital española.

La historia de Javier, la escuela de la calle

Mi infancia, al principio, tuvo lugar en el centro de Madrid. En una familia más o menos normal, diría yo. Sólo que mi madre tenía problemas con las drogas cuando yo era pequeño, y luego mi padre murió. Mi padrastro era un borracho y siempre había muchos líos en casa. Se pegaban continuamente. No paraban de pegarse entre ellos, a mí no me tocaron, pero lo suyo era un no parar. Eso lo vi desde niño. Continuamente. Ahora, con los años, creo que eso explica que a veces yo mismo tenga un poco de agresividad. Sí, seguro que es por eso, porque lo he visto desde que era muy pequeño. Hasta el día que murió mi madre. Sólo tenía treinta y dos años. Fue entonces cuando mi familia decidió ingresarme en un colegio de curas a las afueras de Madrid. De allí, claro, yo me escapaba, y ya desde entonces empecé a callejear. Empecé a hacerme mis primeros clientes con doce años.

Recuerdo al primero de ellos, lo hice en la piscina de la Elipa. Esa persona no paraba de mirarme y de perseguirme por la piscina. Me saludaba, pero yo no le hacía ni caso, hasta que al final se acercó con una oferta: «Bueno, te voy a dar cinco mil pesetas y nos vamos ahí, a un apartado». Dije que sí, y así fue mi primera experiencia. Pero no mi primera experiencia sexual, eso no. Esa la había tenido con mi tío, el hermano de mi madre, cuando yo tenía unos diez años. Pero no fue nada, una mamada, sólo eso. No volví a repetir con mi tío, ni a tener ningún otro tipo de experiencia sexual hasta aquel día en la piscina de la Elipa. En aquella experiencia vi una salida para poder venirme a Madrid cuando yo quisiera. Fue la única salida que vi.

A pesar de desconocer aquel mundillo, creo recordar que todo fue muy rodado. Aunque, para ser sincero, ya no me acuerdo mucho, la verdad. Conocí a un chico que trabajaba en esto también, me lié con él y un día me llevó a la calle Almirante. Tendría yo entonces doce años, casi trece. Te estoy hablando del año 1992, 1993. En aquellos años la calle era un vaivén continuo de coches dando vueltas en busca de chicos. Rodaban lentamente a nuestro alrededor. Había allí chicos de todas las edades. Bisexuales. Muchos bisexuales. La mayoría de los que trabajaban de chaperos eran bisexuales. Y yonquis. También había yonquis. Muchísimos yonquis, pero en esa época no eran muy ladrones porque también trabajaban. Todo el mundo trabajaba. Eran muchos los coches que acudían allí. Eso ya cambió, hoy los coches ya no circulan alrededor de los chicos como antes, pero siguen haciéndolo con las chicas. Todo cambia.

Entonces los muchachos de Almirante eran portugueses y españoles, no había ni latinoamericanos ni rumanos. Se trabajaba desde las ocho de la tarde en adelante. Había noches en las que me hacía veinticinco mil pesetas, y otras que me hacía cincuenta mil, según el día. A veces me quedaba toda la noche para hacer dinero, y otras a lo mejor me marchaba a las dos horas. Me iba por ahí, a los bares, a las discotecas. A divertirme.

A medida que fui cogiendo experiencia, me fui quedando más tiempo. Era mucha pasta para la época, pero, claro, según la ganaba me la gastaba. Me compraba ropa. Todos los días me compraba algo. No me la lavaba: la compraba, la usaba y la tiraba. Cuando se ensuciaba, en lugar de lavarla, la tiraba, directamente. No sabía lavarla. Fíjate, yo era un niño, pero no vivía con mi familia, lo hacía en hostales o en casa de algún otro chico. Era independiente. Pero un niño. No sabía lavarme la ropa ni hacerme la comida.

Los servicios a los clientes los hacía en los mismos coches, en su casa o en alguno de los hostales que había al lado. Con el coche nos íbamos hasta detrás del museo del Prado, por la zona de los Jerónimos o cualquier calle que viéramos oscura. Aparcábamos en batería y allí mismo hacíamos lo acordado. Siempre cerca de Almirante.

Entonces Chueca era un barrio peligroso. Estaba lleno de yonquis. Para mí no era peligroso, pero sí que veía que lo era, aunque ahora también lo es. Hoy no hay una venta de droga tan descomunal como antes, pero sí que hay personas que se dedican a robar a la gente. En Almirante había chicos muy majos, y otros que a la que podían te querían sacar dos mil pesetas para drogarse. No habían trabajado y no podían pagarse su dosis, así que te robaban. Para quitarse el mono, ya sabes. Eran yonquis, les daba igual quitárselo a quien fuera. Simplemente, querían quitarte el dinero para hacerse con su dosis. En esos casos, yo les daba el dinero, claro, porque era muy sensible. Era muy joven. Yo se lo daba.

Más tarde descubrí la Puerta del Sol. Yo ya la pillé tarde. Quería dejar un poco el mundo de la noche de Almirante y empecé a ir a Sol. Pero eso al cabo de bastantes años de trabajar de noche. A Sol ya llegué con veintiuno o veintidós años, e iba a Sol como una opción más que compaginaba con la noche. A veces me iba bien, otras veces no. Solía acercarme por la tarde un rato, luego me iba a cenar y luego seguía de noche en Almirante. Pero, bueno, yo siempre he ido según me apetecía. Había días que sólo iba de tarde, otros que de noche y otros que acudía a los dos sitios. Otros días simplemente no iba, o me acercaba a la sauna, a la de Adán o a la Center, aquí abajo, a ver si salía algo.

Pero Sol no fue una buena experiencia. No para mí. Te expones a mucha gente. Todo el mundo te ve. Quema mucho. Sí que tenía mis días buenos, porque allí también se trabajaba bien, pero todo el mundo sabe lo que estás haciendo, te estás exponiendo demasiado. Sin ir más lejos, una vez me encontré a un familiar, pero al final tampoco fue una experiencia muy mala. No lo fue porque Sol es un punto de encuentro, así que no saben si estás esperando, si has quedado con alguien, o si… eso. Pero no lo pueden saber. Sol es tal vez, no sé cómo explicarme, un lugar más impersonal. No sé, no es peligroso, eso no, pero te está viendo todo el mundo. Para mí ni Almirante ni Sol eran zonas violentas. Vamos, que si te tiene que pasar algo, te pasa en cualquiera de los dos sitios. Aunque sean muy distintos.

Los chicos en ambos sitios son muy diferentes. A ver, en Sol —la verdad es que, bueno, estamos hablando de hace ya tiempo, hace seis o siete años que dejé de ir, no sé cómo estará ahora— había entonces bastantes rumanos. Se abarataron mucho los precios. La gente quería pagar muy poco, hasta que dejé de ir, claro. Tampoco voy a regalarme. Al principio la tarifa era de treinta o cuarenta euros, luego la abarataron. Ahora lo están haciendo por veinte. Además, esta gente no usa preservativo, y claro, también los hay que roban a la gente. En sus casas, entre tres los desvalijan, les pegan palizas. He tenido clientes a los que les ha pasado, me han dicho: «Pues a mí me ha pasado esto», y yo les digo: «Pues claro».

Recuerdo que a un DJ lo asesinaron. Por lo visto, la policía dice que los muchachos disfrutaron pegando a esa persona, tras robarle, y que la golpearon hasta matarla. A un cliente que tengo yo también le arrearon una paliza, pensaban que lo habían matado y lo dejaron. Pero no lo habían matado, está vivo. Pero lo pensaban, y sólo por quitarle un ordenador y dos móviles. ¡Vamos, cuatro mierdas! Que se lo pueden quitar sin matarlo, vamos, digo yo, ¿no?

Pero estas cosas no sólo sucedían en Sol, chaperos ladrones siempre ha habido en todos lados. De hecho, la calle Almirante acabó por eso. O sea, de tanto robo y tanto destrozo al final los coches ya no pasaban. La gente ya no iba. Se asustaron. El miedo lo estropeó antes de que Internet estuviese tan fuerte como lo está ahora. Creo que en 2008 o así la zona quedó muerta, muerta del todo. Ahora la cosa se ha trasladado más a Chueca. Hoy, si te sale un cliente, te puede salir caminando por Chueca. Ya no se usa tanto el coche, es más la gente que pueda salir de los bares. Que te vean, que hables con ellos y tal. Los bares de copas en el fondo son como la calle. Son muy parecidos. Sitios donde entras y sales, aunque yo ya no voy, porque me resulta una pérdida de tiempo. En la calle me siento más libre. Tengo más opciones de encontrarme a personas que en los sitios cerrados.

Probé una vez a trabajar en una plaza en un piso, aquí en Madrid, pero no me gustó. Me sentía chuleado. Les estás dando el cincuenta por ciento. No me gusta. No compensa estar dándole el cincuenta por ciento a otra persona. Quizá para viajar por España resulta interesante, pero, para aquí, no merece la pena.

He viajado a Barcelona. Estuve en Montjuic. En una zona de noche, una de esas zonas a las que acudía la gente con coches. Es más bien un punto de encuentro, como aquí en Madrid el Templo de Debod, algo así. No son precisamente zonas de trabajo, pero en todos los sitios de cruising tarde o temprano salen clientes. Al final en estos sitios siempre acabo trabajando. Ya sabes, al acabar la noche el que no liga tiene que pagar si te ofreces. Algo parecido pasa hoy en día con las aplicaciones de Internet como Grindr o Wapo. Los que no ligan y ven que eres chapero pagan. Es siempre lo mismo. Por eso existimos.

Los servicios en Sol se hacen en las pensiones cercanas. Los hostales cuestan unos diez euros, que paga el cliente, claro. Yo siempre he mirado de llevármelos a otro lado. No sé, a una sauna o, si tenían más dinero, a Clara del Rey, allí pagas por horas. Aquí en la plaza de los Cubos hay otro sitio parecido, pero este ya cuesta veinticuatro euros. Es más caro, pero dispones de un apartamento entero y te dan una copa. Según el tipo de cliente, les llevo a un sitio u otro. Todo lo que vas a hacer lo negocias antes, hablas de lo que vas y lo que no vas a hacer. Yo ahora he puesto un precio a mis servicios más cerrado. Sea lo que sea, cobro siempre lo mismo: sesenta euros. No sé, es un precio redondo. Unas diez mil pesetas. La verdad es que he congelado el precio, porque cuando todavía existía la peseta cobraba cinco mil en el coche y diez mil en casa. Hoy sigo con la tarifa de unas diez mil pesetas. Ha bajado la calidad por parte de todos, de los clientes y de los chicos.

La mayoría de los clientes te piden que los folles. Es lo clásico. Desde los chicos muy jóvenes hasta los de cincuenta o sesenta años, de todas las profesiones y clases sociales. He tenido todo tipo de clientes en la calle. ¿Casados? Eso no lo puedo saber, pero claro que sí, seguramente muchos sí estaban casados o tenían su pareja. Y resulta bastante normal que los clientes quieran consumir cocaína o GHB (éxtasis líquido). Bueno, ahora ya toman de todo. Las drogas van normalmente asociadas al sexo. Es el vicio completo. Es lo que muchos quieren. Igual que desde hace unos años parece haber una oleada retro en la que piden tener sexo sin condón. No sé si se debe a que en los vídeos porno de Internet siempre lo hacen a pelo, o porque realmente les da morbo. Yo qué sé, pero últimamente muchos quieren hacerlo sin preservativo.

También se consume Viagra. Sí, sí, yo la uso. Al principio salía carísima, la compraba en una farmacia, pero ahora te la ofrecen por todas partes tirada de precio. Siempre es bueno tenerla a mano, no siempre es necesaria, pero ayuda. A mí no me ha hecho falta utilizarla mucho, pero en ocasiones lo que hago es tomarme una antes de salir por la noche, y entonces ya voy cachondo toda la noche, y funciona con todos. Usarla te da, cómo lo diría yo, te da más seguridad.

Hoy lo más cómodo es ofertarse en Internet. Lo descubrí por casualidad, un día conocí a un señor que tenía una página de contactos y me ofreció incluirme en ella. Es el tipo de Morbo Total, así que me hice una fotos y tuve así mi primera experiencia con Internet. Y la verdad, me fue muy bien. Al tiempo que iba a Almirante, otros clientes tenían mi teléfono y me llamaban. Ahora uso la página de contactos de Grindr y otras parecidas. ¡Hay que adaptarse a las nuevas tecnologías!

¡Chapero ahora puede ser cualquiera! A través de Internet cualquiera puede decir que es chapero. No sabría decir si con la crisis económica hay más chicos prostituyéndose. Visibles no, pero al igual que yo uso Internet lo hacen muchísimos chavalines. Incluso menores de edad que lo harán en su propia casa. La calle ya no está de moda, allí no los verás. Los chaperos ya casi han desaparecido de la calle. Muchos chicos que lo hacen son amateur, que mientras su madre está fregando los platos ellos están hablando por teléfono con un cliente, comentándole sus precios. Esos chicos puede que tengan catorce años, pero es así, esto se está dando. Esto va a ser siempre así, invisible.

Pero este mundillo es una trampa, los chicos que quieran hacerlo han de saber que no se sale fácilmente, que hay que tener cuidado. Tiene algo que atrapa, no sé bien lo que es, pero atrapa. No soy el único al que le pasa, sé que lo mismo les ha sucedido a otros chicos, a mujeres y a transexuales. A todos les ha pasado. Es la salida que ves a tus problemas… y te atrapa. Es la salida, es la que ves. No ves otra.

También les pasa a las chicas, aunque con ellas no he tenido ninguna relación. No nos relacionamos. Las chicas trabajan mucho más que nosotros, siempre trabajan más. Los chaperos trabajamos menos que ellas. Ellas cobran muy poco, sobre todo las que hacen la calle. Las de los pisos ganan bien, pero las de la calle cobran poquísimo. Al igual que los chicos rumanos de la Puerta del Sol, es posible que todos ellos están explotados sexualmente. Que estén allí obligados. Los traen de vete tú a saber dónde y allí los dejan.

Hay que ser cauteloso, en la calle se está expuesto, siempre entraña peligros. Alguna vez me han llegado a tirar huevos desde los coches, otras me han pillado los skinheads, que nos hacían correr. A mí, una vez me vinieron tres chicos, tenían cierta pinta de skins, pero no le di importancia, que me dijeron: «Vete de aquí. Largo». Les pregunté que por qué me iba a tener que ir y repitieron: «¿Qué haces aquí?», a lo que repliqué que no les importaba lo que yo hacía. Volvieron con el: «¡Que te vayas de aquí! ¡Que no te queremos ver por aquí!», y luego se fueron. Yo no les hice ni caso, hasta que al cabo de unos veinte minutos aparecieron veinte de ellos corriendo desde lejos directamente hacia mí. Me apresuré a meterme en el piano bar, en el Toni, todo lo rápido que pude y me salvé por eso. Esos venían a darme. Pero mira que me avisaron. Por un lado, no fueron tan traidores, podían haberme dado directamente, pero no lo hicieron. Me avisaron, pero yo no les di importancia.

Recuerdo otra situación en la que me tuve que tirar de un coche en marcha porque no sabía a dónde me estaba llevando el cliente. No tuve otra opción que abrir la puerta, forcejear con el tipo y saltar. Me hice una cicatriz en la pierna, que luego escondí con un tatuaje. Pero nada, estas son las experiencias más raras que he tenido, por lo demás, todo bien. Lo más común es irse con alguien y que luego no te quiera pagar o que al final resulte que no tiene dinero. En esos casos les pego, claro. Cuando me hacen perder el tiempo me sienta muy mal y les pego.



Tausende von E-Books und Hörbücher

Ihre Zahl wächst ständig und Sie haben eine Fixpreisgarantie.