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Marilena Chauí, una de las filósofas e intelectuales más importantes del Brasil, realiza en este libro una contribución de primer nivel a la comprensión de los procesos de privatización educativa que están teniendo lugar en todo el mundo. Para ello, y desde el rigor que la caracteriza, enmarca tales procesos en un fenómeno más amplio: la "ideología de la competencia" como pilar básico de la cosmovisión neoliberal y las políticas desplegadas a partir de la misma, que con tanta fuerza —y tan destructivamente— han moldeado nuestro mundo desde los años 1970 hasta hoy. Un texto imprescindible no sólo para quienes deseen comprender cómo en todas partes se está desplazando la educación superior hacia el modelo de universidad-empresa, y de qué manera se reorganizan los procesos de comunicación en el mundo del capitalismo digital, sino también qué resistencias son posibles frente a ese modelo neoliberal totalizante, que —no hay exageración en decirlo— desemboca en un nuevo totalitarismo.
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Título original en portugués: A ideologia da competência
© 2014 Marilena Chauí
© 2014 Autêntica Editora
© 2014 Editora Fundação Perseu Abramo
© De la traducción y edición en la versión en castellano: Mariana Larison
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© De esta edición: Futuro Anterior Ediciones /Nuevos Emprendimientos Editoriales, 2018
Preimpresión: Editor Service, S.L.
http://www.editorservice.net
eISBN: 978-84-16737-51-2
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Ned Ediciones
http://www.nedediciones.com
Índice
Nota de los editores
Presentación
1. La ideología de la competencia
2. Vientos de progreso: la universidad administrada
3. Ideología neoliberal y universidad
4. Contra el discurso competente
5. El paquete competente
6. Simulacro y poder: un análisis de los medios
7. Carta a los estudiantes
8. Cibercultura y mundo virtual
9. Entrevista de Caros Amigos
Nota de los editores
Marilena de Souza Chauí es una de las filósofas e intelectuales más importantes del Brasil y, por el alcance e impacto de su obra y de su intervención pública, tal vez de Latinoamérica. Especialista de renombre internacional en la filosofía de Baruch de Spinoza, y en la filosofía del siglo XVII en general, gran conocedora de toda la historia de la filosofía y una gran filósofa de la historia, Chauí es, además, una aguda crítica de las sociedades contemporáneas y una aguda analista de la cultura brasileña. Pero no «sólo» eso, es también una destacada figura de la vida pública y política de su país, participó de manera activa en la fundación del Partido de los Trabajadores en 1980 junto a otros intelectuales y sindicalistas (entre ellos el entonces líder sindical metalúrgico y futuro presidente del Brasil por dos mandatos consecutivos Luiz Inácio Lula da Silva) y, entre 1989 y 1993, fue Secretaria de Cultura durante el primer gobierno del PT en la historia de la ciudad de San Pablo.
Filósofa, intelectual comprometida, figura ineludible de uno de los partidos políticos centrales de la realidad brasileña de las últimas décadas, analista social, cultural y política, todas estas características confluyen en la indagación que organiza los escritos que forman parte de La ideología de la competencia, libro que presentamos hoy al público hispanohablante. La variedad de dimensiones e intereses de la autora no es la única que define, sin embargo, los escritos de este libro. El lector verá que éstos varían en su género (notas periodísticas, conferencias, textos de intervención; incluso el género epistolar comparece en estas páginas) y también en su tiempo (las fechas de publicación abarcan dos décadas). Esta diversidad pone de relieve aún con más fuerza dos características que raramente se dan juntas y que constituyen la fuerza de esta obra: por un lado, su carácter interrogativo y situado —tanto espacial como temporalmente—, y, por otro, su carácter totalizador y comprehensivo.
El libro presenta un carácter interrogativo pues despliega una pregunta, un problema que orienta y da sentido a la multiplicidad de sus formas: la pregunta sobre el modo específico en que se organiza la experiencia subjetiva y objetiva de nuestras sociedades capitalistas contemporáneas. Como lo demostrará a lo largo de estos escritos, la tesis de la autora es que tal experiencia sólo puede comprenderse si se comprende la ideología que la organiza, esto es, el conjunto de normas y representaciones que orientan nuestra vida cotidiana y que Marilena Chauí propone llamar «ideología de la competencia».
Esta ideología, como marco organizador de la experiencia en las sociedades contemporáneas occidentales, es leída desde la perspectiva situada de una sociedad singular: la brasileña, con todo su espesor, su historia y sus contradicciones. Más precisamente aún, es la singularidad de una experiencia concreta la que se pone en cuestión: la de la sociedad paulista, que representa, para dentro y para fuera de sus contornos, la modernidad brasileña. La experiencia que se devela en estos ensayos, en el horizonte de la posmodernidad y de los profundos cambios económicos, políticos, científicos y tecnológicos gestados en el final del siglo, es interrogada por el trabajo del pensamiento de una mujer, una filósofa, una intelectual, una mujer de la cultura y de la política. Se trata entonces de una experiencia que se interroga a sí misma, completamente situada temporal y espacialmente, de una experiencia encarnada.
Pero se trata al mismo tiempo de la experiencia de las sociedades capitalistas contemporáneas, caracterizadas por un modelo económico determinado (el neoliberal), una ciencia y una tecnología determinadas (la tecnociencia), una cultura determinada (la cultural posmoderna), una experiencia del cuerpo determinada (la atopía y la acronía), una concepción de la educación formal determinada (la universidad administrada), un tipo de sociedad determinada (la sociedad del conocimiento o de la información), y, finalmente, un conjunto de normas, representaciones y valores que permiten articular el sentido de lo real en el marco de una ideología de la competencia.
Cada uno de estos fenómenos permite caracterizar la totalidad de las sociedades capitalistas contemporáneas, y tiene, en este sentido, un alcance general y totalizante o, si se quiere, global. La ideología de la competencia, como hipótesis organizadora, es, por definición, de alcance general. Los escritos de este libro recorren así estas problemáticas, las interrogan, las develan, las historizan y les da sentido a partir de la tesis general de la ideología de la competencia. Se trata, en este punto, de una indagación que trasciende la situación particular y se vuelve general, a través de un estilo didáctico que no evita en ningún caso la complejidad y la profundidad (mérito característico del estilo chauiano): ¿qué es el neoliberalismo?, ¿en qué condiciones económicas, políticas y sociales surge?; ¿qué es la tecnociencia?, ¿qué es la técnica?, ¿en qué se distingue de la tecnología?, ¿qué relación existe entre la ciencia y la técnica?; ¿qué es la cultura?, ¿qué define la cultura moderna?, ¿por qué se llama, a la actual, «cultura posmoderna»?, ¿qué se entiende por cibercultura?; ¿qué experiencia del propio cuerpo expresa la cultura entendida como «cibercultura»?; ¿cómo se organiza la educación formal en las sociedades contemporáneas?, ¿cómo se distribuyen las funciones del nivel primario, medio y superior, con qué fines y en relación con qué objetivos?; ¿qué relación puede relevarse entre la educación formal —específicamente la universidad— y la llamada «sociedad del conocimiento»?
Desplegando estas preguntas, desenredando de este modo el entramado —la nervura— de lo real, Marilena Chauí nos permite transitar junto con ella a partir de una clave de lectura iluminadora, las encrucijadas y los tejidos de la realidad contemporánea global, sin olvidar que ella sólo se expresa de manera singular, situada, encarnada, y que, por tanto, para comprenderla, debemos comprendernos a nosotros mismos.
Presentación
André Rocha1
Este volumen reúne textos en los que Marilena Chauí construye la crítica de la ideología de la competencia. A través de su trabajo crítico podemos ver cómo el autoritarismo brasileño se «modernizó» en las últimas décadas y se encarnó en administradores que se presentan como «políticos» competentes para predicar recortes de gastos y reestructuraciones de gestión. La ideología de la competencia tuvo un origen y una diseminación internacional, pero fue adoptada de manera diferente por cada uno de los enclaves nacionales del capital financiero. En el caso de Brasil, se volvió la manifestación ideológica más nueva del vetusto autoritarismo brasileño.
No es casual que el ensayo «Ideología de la competencia» inaugure y dé nombre a este volumen. Publicado originalmente en la obra ¿Qué es la ideología?, de 1981, es la matriz dialéctica de este libro, en la medida en que investiga la historia de la ideología burguesa y abre la interrogación sobre las peculiaridades del funcionamiento de la ideología en el presente bloque histórico de hegemonía neoliberal. El ensayo interroga las transformaciones que la ideología burguesa sufrió desde el siglo XIX, pasando por la regulación fordista a partir de 1930 hasta llegar a su fase neoliberal. La ideología de la competencia surge inicialmente en el interior del fordismo, con la división entre gerencia científica y trabajo especializado, entre competencia de los administradores e incompetencia de los trabajadores contratados y dirigidos por la gerencia. Durante la génesis del nuevo bloque histórico posfordista, el neoliberalismo se apropió de la ideología de la competencia y la desarrolló en otro sentido.
La interrogación sobre las peculiaridades del funcionamiento de la ideología de la competencia en el neoliberalismo se concentra en el análisis de dos instituciones determinadas: la universidad y la industria cultural. Por los ensayos, los lectores y lectoras percibirán de qué manera la tecnociencia más avanzada y la cultura de masas más estúpida tienen una lógica común, que les es dada no sólo por los intereses de la clase dominante —que en el ámbito internacional forzó las privatizaciones para controlar esos aparatos de hegemonía en los enclaves nacionales—, sino también por el proceso de fragmentación social propio de las décadas de «acumulación flexible».
En «Vientos del progreso: la universidad administrada», publicado originalmente en la década de 1990, Marilena Chauí analiza el sentido de la reforma universitaria realizada a la sombra del AI-5, esto es, analiza la reestructuración autoritaria de la universidad brasileña en función de tres principios: seguridad nacional, integración nacional y desarrollo nacional, tal como fueron concebidos por la cúpula tecnócrata de la dictadura. La reforma universitaria, como se sabe, ocurrió en conjunto con el desmonte del sistema público de enseñanza para dar lugar al lobby de los tiburones de las instituciones de enseñanza privada que apoyaban el régimen. El desmonte de la antigua universidad liberal y del sistema público de enseñanza inauguró un proceso de exclusión social que agudizaría las desigualdades sociales de las próximas décadas y prepararía el terreno para que los neoliberales lleven adelante su tentativa de privatizar de manera completa la educación y la cultura. ¿Cuál es el sentido de la universidad administrada que resulta de las reformas durante el período de la dictadura? Una universidad organizada según el modelo fordista, dirigida por administradores competentes que no son escogidos por la comunidad universitaria sino designados por grupos económicos y políticos en control del Estado. La comunidad universitaria, por su parte —como los trabajadores de la industria fordista—, es controlada para ejecutar las directivas de producción cultural definidas por los administradores competentes. Una universidad que no forma sujetos reflexivos, capaces de ejercer su libertad de pensamiento y acción sino mano de obra calificada por la asimilación de conocimientos técnicos que serán ofrecidos en el mercado de trabajo. La universidad se transforma así en una universidad administrada para formar profesionales competentes y un ejército de reserva de supuestos incompetentes que luchan por el «reconocimiento» de sus competencias. Pero el trasfondo de esta instrumentalización del saber, en el caso de la universidad brasileña, no es otro que la agonía de la libertad de pensamiento y de acción como características definitorias de la ciudadanía democrática en Brasil.
Retomando mi punto de partida, osaría decir que no somos productores de cultura sólo porque somos económicamente «dependientes» o porque la tecnocracia devoró al humanismo, o porque no disponemos de presupuesto suficiente para transmitir conocimientos, sino porque la universidad está estructurada de tal manera que su función es: dar a conocer para que no se pueda pensar. Adquirir y reproducir para no crear. Consumir, en lugar de realizar el trabajo de reflexión. Porque conocemos para no pensar, todo lo que atraviesa las puertas de la universidad sólo tiene derecho de entrada y permanencia si se reduce a un conocimiento, es decir, a una representación controlada y manipulada intelectualmente. Es preciso que lo real se convierta en una cosa muerta para que adquiera ciudadanía universitaria.2
La ideología de la competencia —adaptada por la estructura autoritaria y rígidamente jerarquizada de la sociedad brasileña, y transformada en principio de organización de las universidades— no sólo justifica la estructura social vigente sino que contribuye además a reproducirla sin transformaciones de fondo.
La reflexión sobre la infiltración de la ideología de la competencia en la organización de las escuelas y universidades —que tiene como trasfondo el pasivo histórico del autoritarismo de clases de la sociedad brasileña y las posibilidades de resistencia para comenzar, a contrapelo, la democratización social y política— se encuentra también en el ensayo «Ideología neoliberal y universidad», una conferencia leída en 1997 en la USP, en el Anfiteatro de [la carrera] de Historia, en el marco de un seminario promovido por el CENEDIC. Después de la experiencia del gobierno Collor y de tres años de gobierno FHC, se hacía todavía más claro el sentido antidemocrático del proceso de infiltración del neoliberalismo en el Estado y, a través de los Ministerios de Planeamiento y de Educación, en las universidades y escuelas brasileñas. De hecho, después de la destrucción de la escuela pública, poco a poco se constató que el examen de ingreso a la universidad promovía la selección de alumnos de escuelas privadas para entrar en universidades públicas. A partir de esa constatación, revistas y diarios orquestaron gradualmente, junto con la clase media, una campaña para justificar la privatización de las universidades públicas, pues, finalmente —decían los ideólogos preocupados por la cuestión social—, los alumnos de las universidades públicas tenían condiciones económicas de sobra para pagar mensualidades. A partir del análisis de un editorial de Folha de São Paulo, Marilena desmonta esta orquestación y muestra los presupuestos históricos que ocultaba la ideología, esto es, el proceso histórico de destrucción de la educación pública que se iniciara en el interior de la dictadura y que fuera llevado adelante por los gobiernos neoliberales.
¿Qué pretendía la clase dominante al desmontar un patrimonio público de alta calidad? Que la escuela primaria y secundaria quedaran reducidas a la tarea de alfabetizar y entrenar mano de obra barata para el mercado de trabajo. Lo que el editorial de Folha de S. Paulo llama «avance social de los niños pobres».
Una vez realizada la proeza, la clase dominante esperó el resultado: los alumnos de primaria y secundaria de las escuelas públicas, cuando consiguen llegar al final de este ciclo (porque, por supuesto, están destinados «naturalmente» a ingresar inmediatamente en el mercado de trabajo), no deben disponer de condiciones para enfrentar los exámenes de ingreso de las universidades públicas, pues no están destinados a ellas. La mayoría de ellos es forzada a desistir de la formación universitaria o a realizarla en una universidad particular que, para lucrar con su ingreso, ofrece una educación de bajísima calidad. En contrapartida, los hijos de la alta clase media y de la burguesía, formados en las buenas escuelas particulares, resultan la clientela principal de la universidad pública gratuita. Y, ahora, tenemos que oír a esa misma clase media dominante dar sermones sobre cómo bajar los costos y «democratizar» la universidad pública deformada y distorsionada que nos impusieron contra nuestra voluntad. ¿Cuál es el remedio propuesto? Para «bajar los costos», hay que privatizar la universidad pública, bajar el nivel del ciclo de grado y repetir en los años 1990, en la universidad, lo que se hizo para el ciclo primario y secundario en los 1970.3
La reflexión de Marilena Chauí desenmascara el discurso modernizador neoliberal de quienes comandaban eufóricos los procesos de privatización al mostrar que, lejos de promover la democratización de la sociedad brasileña, sólo estaban acentuando, bajo un ropaje moderno, la dominación tecnocrática autoritaria que se iniciara con la «modernización conservadora» de la dictadura. Como manifestación ideológica del autoritarismo brasileño, la ideología de la competencia de los modernos administradores neoliberales escondía, en verdad, un ataque feroz a las universidades públicas y, en sentido amplio, a las tentativas de democratización de las relaciones sociales en el interior de la estructura autoritaria del Brasil. El proceso era internacional, ciertamente, se imponía bajo el signo del Consenso de Washington, y sus agentes nacionales sólo hacían la tarea prescrita por quien los financiaba. Pero, en el interior del pasivo histórico de violencia y autoritarismo de la sociedad de clases brasileña, el proceso ganaba contornos particulares al acentuar la polarización entre carencia y privilegio a partir de la destrucción de instituciones públicas que podían mediar la creación de nuevos derechos para los sujetos sociales. Tan violenta y exitosa fue inicialmente la operación de los agentes competentes en pleno auge del bloque histórico de hegemonía neoliberal que muchos, durante los gobiernos de FHC, imaginaron que todo estaba perdido y cedieron al imaginario fatalista de la inevitabilidad del fin de la historia. Quien estuvo en el público acompañando el discurso de Marilena Chauí en aquella época recordará cómo ella insistía en apartar el imaginario fatalista y concentrar el pensamiento y la acción en la producción de posibilidades históricas de superación del neoliberalismo.
No tengo vocación apocalíptica. Este cuadro no pretende ser el retrato de una realidad ineluctable como un destino ciego contra el cual nada puede hacerse. Lo que intenté enfatizar es que, si no luchamos contra el neoliberalismo, nuestros esfuerzos por reconstruir la educación pública en sus tres niveles estarán destinados al fracaso. El neoliberalismo no es una ley natural ni una fatalidad cósmica, ni mucho menos el fin de la historia. Es la ideología de una forma histórica particular asumida por la acumulación del capital, por lo tanto, algo que hacen los hombres en determinadas condiciones, aunque no lo sepan, y que pueden dejar de hacer si, tomando consciencia de ellas, deciden organizarse en su contra. Walter Benjamin escribió que era preciso narrar la historia a contrapelo, narrarla desde el punto de vista de los vencidos, porque la historia de los vencedores es la barbarie. Tenemos que tener simplemente el coraje de mantenernos a contracorriente y a contrapelo de la ola victoriosa del neoliberalismo. Al final de cuentas, como decía La Boétie, sólo existe tiranía allí donde hay esclavitud voluntaria.4
En las investigaciones sobre la historia de las universidades y escuelas públicas en Brasil, Marilena Chauí interroga las instituciones por su relación con la estructura de clases en la sociedad civil y en la sociedad política brasileña. En los artículos publicados en diarios a comienzos de la década de 1980, Chauí analiza el ingreso del discurso de la competencia en la política y la cultura. En «Contra el discurso competente», la filósofa analiza la cobertura mediática de la muerte de Elis Regina. Los diarios construyeron la imagen de una mujer incompetente que se rindió a las drogas y ocultan toda la historia de la lucha cultural y política de la cantora antes del golpe y durante el régimen militar. Todo sucede como si la incompetencia de Elis fuera el signo del fracaso de la generación que hizo arte y política en Brasil en los años 1960. Marilena no deja pasar la instrumentalización ideológica de la artista, desmonta el discurso de la competencia de los diarios brasileños y pone en evidencia, en contraste, las razones del llanto de las Elis, de las Marías y las Clarisses. En «Contra el paquete competente», Marilena analiza el discurso economicista de los «políticos» y administradores competentes que introdujeron el paquete económico en junio de 1983 bajo la cerrada presión del FMI. El interés del artículo no se encuentra sólo en la crítica puntual al paquete económico que promovía, para intentar contener la inflación, recortes de gastos públicos y derroche salarial, esto es, un shock de gestión. El interés histórico de este artículo se encuentra en el análisis de la génesis histórica de los discursos de políticos que operan como administradores neoliberales, esto es, en el análisis del uso de la ideología de la competencia por la clase política brasileña que gobernó durante el bloque histórico de hegemonía neoliberal.
El gran ensayo «Simulacro y poder: un análisis de los medios», publicado en 2000 por la Fundación Perseu Abramo, consiste en un análisis minucioso de los procesos por los cuales el neoliberalismo, en las últimas décadas, logró colonizar los deseos y la subjetividad misma de los telespectadores e internautas para establecer su hegemonía en el ámbito internacional. El análisis de los medios opera simultáneamente como la infraestructura y la superestructura, como el registro económico y el registro cultural del neoliberalismo.
En resumen, desintegración vertical de la producción, tecnologías electrónicas, disminución de stocks, velocidad en la calificación y descalificación de la mano de obra, aceleración del turnover de la producción, del comercio y del consumo por el desarrollo de las técnicas de información y distribución, proliferación del sector de servicios, crecimiento de la economía informal y paralela, y nuevos medios para promover los servicios financieros (desregulación económica y formación de grandes conglomerados financieros que forman un único mercado mundial con poder de coordinación financiera).
A este conjunto de condiciones materiales, precariamente esbozado aquí, corresponde un imaginario social que busca justificarlas (como racionales), legitimarlas (como correctas) y disimularlas en tanto formas contemporáneas de dominación y explotación. Este imaginario social es el neoliberalismo como ideología de la competencia y su subproducto principal es el posmodernismo, que considera la fragmentación económico-social y la comprensión espacio-temporal generada por las nuevas tecnologías y por el recorrido del capital financiero como el ser de la realidad.5
La versión aquí publicada fue revisada y ampliada por la autora. Marilena Chauí incluye análisis más detallados sobre los aparatos digitales, la cultura cibernética y los procesos sociales que resultan de la destrucción sistemática de la esfera pública y de la transformación de los sujetos sociales y políticos en consumidores de la cultura cibernética. Entre las nuevas reflexiones que la autora acrecentó respecto del texto original, los lectores y lectoras encontrarán, por ejemplo, consideraciones sobre la llamada «Primavera árabe» y sobre las «manifestaciones» que ocurrieron en junio de 2013 en Brasil.
Como en otros ensayos, Marilena Chauí interroga un proceso internacional, el bloque histórico de hegemonía del neoliberalismo, pero se concentra en el modo en que éste se realiza al interior de la estructura social brasileña. En el caso del análisis de la grilla de programación de las redes televisivas nacionales, por ejemplo, muestra de qué manera los programas, al reproducir escenarios de la vida privada y diluir todas las discusiones en declaraciones de gusto, forma sujetos narcisistas que no consiguen ejercer una ciudadanía democrática y construir un espacio público de debates y acciones políticas, pues están condicionados por la cultura de los grandes medios brasileños que evalúan todo lo que es público según los criterios de la vida privada de las clases señoriales. El imaginario instituido por los grandes medios nacionales no refleja la cultura nacional-popular, pues refleja e inculca la mentalidad señorial de las pocas familias que detentan el control de la industria cultural en Brasil. En el ámbito internacional, el imaginario posmoderno circula en los aparatos de producción y consumo de la industria cultural. La fragmentación de los lenguajes de programas televisivos, diarios y programas de computación, al engendrar en las subjetividades una compresión espacio-temporal, produce la intimidación de los sujetos-consumidores que, absortos en el narcisismo o en la depresión, confían a los profesionales competentes que aparecen en los medios el poder de decidir sobre la política, la economía, la cultura, la sexualidad, la educación de los hijos, la vida profesional, el ocio, etc. En otras palabras, bajo la imagen de la «sociedad del conocimiento» que alargaría la libertad de pensamiento de los individuos y fortalecería los procesos de democratización en los ámbitos nacional e internacional, la industria cultural contemporánea, dominada por un oligopolio de pocos consorcios internacionales, instaura un proceso de control nacional e internacional de internautas y telespectadores que, fascinados con el «mundo virtual», luchan por su esclavitud como si estuviesen luchando por su libertad.
El ensayo «Cibercultura y mundo virtual» profundiza en algunos aspectos «Simulacro y poder». A partir de la ontología de la carne de Merleau-Ponty, Marilena pasa de la investigación de la subjetividad posmoderna, formada por la industria cultural, a una interrogación sobre las transformaciones del cuerpo propio como sujeto de percepción. La mente modelada por la ideología cibernética expresa un cuerpo moldeado por las nuevas máquinas, un cuerpo que percibe por la mediación de los aparatos de la industria electrónica, un cuerpo que asimila el bagaje electrónico como si se tratara de órganos indispensables y que, en una palabra, tiende a transformarse en ciborg o híbrido biotrónico. Para liberarse de ese peligroso sueño dogmático, afirma Marilena sin cesar, es necesario elaborar una nueva crítica, una nueva fenomenología de la percepción.
Publicamos aquí también la «Carta a los estudiantes» que Marilena Chauí envió a los miembros del Grupo de Estudos Espinosanos de la USP en 2005. Los grandes medios brasileños orquestaron, en aquel momento, un «golpe blanco» contra el gobierno Lula para impedir su victoria en las elecciones de 2006, a través de bombas sensacionalistas diarias. Buscaban ocupar el lugar del Poder Judicial, publicando noticias que eran al mismo tiempo acusaciones, procesos judiciales y condenas. Los grandes medios instrumentalizaron, para servir al golpe, todo el espectro de la izquierda que, por diversos motivos, se oponía al gobierno Lula o que simplemente realizaban críticas constructivas. Intentaron también instrumentalizar a Marilena Chauí, pero ella no sólo se negó a la esclavitud voluntaria sino que denunció, públicamente, haciendo uso de su libertad, la operación antidemocrática de los grandes medios. Marilena decidió no conceder entrevistas a diarios, revistas o canales de televisión de los grandes medios, y sí lo hizo con otros diarios y revistas. Esa decisión libre de una ciudadana contra el poderío de los grandes medios fue también instrumentalizada como marketing político en la campaña llamada «el silencio de los intelectuales». Delante del bombardeo cotidiano, Marilena decidió enviar esta carta a sus alumnos de grado y posgrado a través de la lista de correos electrónicos del Grupo de Estudos Espinosanos [GEE] y, algunas semanas después, la carta apareció publicada en Folha de S. Paulo. Más allá de la falta de respeto de quien entregó o vendió la carta sin consultar a nuestra profesora, la publicación de la carta en Folha fue también una instrumentalización manifiesta, como pudo comprobarse por los comentarios sarcásticos que aparecieron enseguida en artículos de periodistas de los grandes medios. La publicación de la carta en este libro toma otro relieve, pues se inscribe en el contexto de la obra de pensamiento que Marilena Chauí, desde finales de la década de 1970 (esto es, todavía durante la dictadura) construyó para criticar la ideología de la competencia en el interior de las universidades y de los grandes medios brasileños. Los lectores y lectoras podrán percibir, al leerla, que el coraje para defender la propia libertad contra el poderío de los medios antidemocráticos es coherente con toda una vida práctica y teórica dedicada a la lucha contra el autoritarismo y a favor de la construcción de la democracia en Brasil.
Finalmente, la entrevista concedida a un equipo de periodistas de la revista Caros amigos es todo un ejemplo. Publicada originalmente en 1999, fue llamada en su momento «entrevista bomba», pues en ella Marilena expone detalladamente las razones de su crítica a la orientación neoliberal del gobierno FHC. Pero es también una entrevista tierna, que comienza con elementos biográficos que permiten a la entrevistada rememorar sus orígenes y el sentido de su compromiso. La entrevista registra un diálogo abierto que constituye una óptima introducción a la trayectoria de la vida y de la obra de Marilena Chauí. Por esta razón, ella abre el libro.
Notas:
1. André Menezes Rocha es doctor en filosofía por la Universidad de San Pablo (USP). Trabaja sobre cuestiones de ética y filosofía política a partir de la cuestión de la democracia.
2. En «Vientos de progreso».
3. En «Ideología neoliberal y universidad».
4. En «Ideología neoliberal y universidad».
5. En «Ideología neoliberal y universidad».
1. La ideología de la competencia6
La ideología es un conjunto lógico, sistemático y coherente de representaciones (ideas y valores) y de normas o reglas (de conducta) que indican y prescriben a los miembros de una sociedad lo que deben pensar y cómo deben pensar, lo que deben valorar y cómo deben valorar, lo que deben sentir y cómo deben sentir, lo que deben hacer y cómo deben hacerlo. Es, por lo tanto, un cuerpo explicativo (representaciones) y práctico (normas, reglas, preceptos) de carácter prescriptivo, normativo y regulador cuya función es la de dar a los miembros de una sociedad dividida en clases una explicación racional de las diferencias sociales, políticas y culturales. Esta explicación nunca se atribuye a la división misma de la sociedad en clases, resultado de las divisiones en la esfera de la producción económica. Al contrario, la función de la ideología es ocultar la división social de las clases, la explotación económica, la dominación política y la exclusión cultural, ofreciendo en cambio a los miembros de la sociedad un sentimiento de identidad social, fundado en referencias identificadoras, como la Humanidad, la Libertad, la Justicia, la Igualdad, la Nación. Como señala Marx, quien fuera el primero en analizar el fenómeno ideológico, la ideología es la difusión, para la totalidad de la sociedad, de las ideas y de los valores de la clase dominante como si tales ideas y valores fuesen universales y en este sentido aceptados por todas las clases.
La ideología burguesa, como explica Claude Lefort,7 era un pensamiento y un discurso de carácter legislador, ético y pedagógico, que definía para toda la sociedad lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo lícito y lo ilícito, lo justo y lo injusto, lo normal y lo patológico, lo bello y lo feo, la civilización y la barbarie. Ponía orden en el mundo, afirmando el valor positivo y universal de algunas instituciones como la familia, la patria, la empresa, la escuela y el Estado, y, con eso, designaba a los detentadores legítimos del poder y la autoridad: el padre, el patrón, el profesor, el científico, el gobernante.
Sin embargo, podemos decir que, a partir de los años 1930, se produjo un cambio en el discurso ideológico. El proceso social del trabajo sufrió, en efecto, una modificación que iba a impregnar toda la sociedad y todas las relaciones sociales: el trabajo industrial pasó a ser organizado según el modelo conocido como fordismo, en el cual una empresa controla desde la extracción de la materia prima (en el inicio de la cadena productiva) hasta la distribución comercial de los productos (en el final de la cadena productiva). Más allá de este control total de la producción, son introducidas la cadena de montaje, la fabricación en serie de productos estandarizados y la idea de que la competencia capitalista se realiza en función de la calidad de los productos, calidad que depende de avances científicos y tecnológicos, de modo que una empresa debe también financiar la investigación y poseer laboratorios. Con el fordismo se introduce una nueva práctica de las relaciones sociales conocida como la Organización.
Analizando la manera en que el modelo de la Organización se difunde y se desparrama por todas las instituciones y relaciones sociales, Lefort describe la ideología contemporánea como una ideología invisible. Es decir, mientras que en la ideología burguesa tradicional determinados agentes sociales —el padre, el patrón, el cura o pastor, el profesor, el sabio— producían y emitían las ideas, ahora se diría que tales agentes productores no existen, porque las mismas parecen emanar directamente del funcionamiento de la Organización y de las llamadas «leyes del mercado».
Examinemos lo que se entiende aquí por Organización. ¿Cuáles son sus principales características?
En primer lugar, la afirmación de que organizar es administrar, y de que administrar es introducir racionalidad en las relaciones sociales (en la industria, en el comercio, en la escuela, en el hospital, en el Estado, etc.). La racionalidad administrativa consiste en sostener que no es necesario discutir los fines de una acción o una práctica, y sí establecer medios eficaces para obtener objetivos determinados.
En segundo lugar, la afirmación de que una organización es racional si es eficiente y es eficiente si establece una rígida jerarquía de cargos y funciones, en la cual el ascenso a un nuevo cargo y a una nueva función significa mejorar la posición social, adquirir más estatus y más poder de mando y control. La organización será tanto más eficaz cuanto más se identifiquen con ella y con sus objetivos todos sus miembros, haciendo de sus vidas un servicio a ella, retribuido con el ascenso en la jerarquía de poder.
En tercer lugar, la afirmación de que una organización es una administración científica racional que posee lógica propia y funciona por sí misma, independientemente de la voluntad y la decisión de sus miembros. Gracias a esa lógica inherente a la propia organización, es ella quien posee el conocimiento de las acciones que deben ser realizadas y de las personas competentes para realizarlas.
En el caso del trabajo industrial, la organización introduce dos novedades. La primera, que ya mencionamos, es la cadena de montaje, esto es, la afirmación de que es más racional y más eficaz que cada trabajador tenga una función muy especializada y no deba realizar todas las tareas para producir un objetivo completo. La segunda novedad es la llamada gerencia científica: después de despojar al trabajador del conocimiento de la producción completa de un objeto, la organización divide y separa a los que poseen tal conocimiento —los gerentes y administradores— de los que ejecutan las tareas fragmentadas —los trabajadores—. Con esto, la división social del trabajo se realiza por la separación entre los que tienen competencia para dirigir y los incompetentes, que sólo saben ejecutar.
Actualmente, el modelo de la organización se amplía y se refuerza con el surgimiento de la llamada tecnociencia. De hecho, desde el siglo XVII hasta mediados del XX (más precisamente, hasta finales de la Segunda Guerra Mundial), se tendía a creer que las ciencias eran teorías puras que, en la práctica, podían tornarse ciencias aplicadas por medio de las técnicas, la mayoría de las cuales eran empleadas por la economía capitalista para la acumulación y reproducción del capital. El caso más visible de este uso de conocimientos científicos era su empleo en la construcción de máquinas para el proceso de trabajo. Hoy ya no se trata de usar técnicas provenientes de la aplicación práctica de las ciencias y sí, en cambio, de usar y desarrollar tecnologías. Desde el siglo XVII, la tecnología surge como fabricación de instrumentos de precisión que presuponen conocimientos científicos para ser producidos y que, una vez construidos, interfieren en el propio contenido de las ciencias (basta pensar, por ejemplo, en el telescopio y en la astronomía, en el microscopio y en la biología, en los reactivos y en la química, etc.). En otras palabras, la tecnología es el resultado de conocimientos científicos (por ejemplo, para construir un telescopio o un microscopio, son necesarios conocimientos de física y de óptica) y, al mismo tiempo, condición para el avance de estos conocimientos. La transformación de la técnica en tecnología y la absorción de las ciencias por las tecnologías llevó a lo que hoy llamamos tecnociencia.
Esta palabra designa la articulación y la interconexión entre técnica y ciencia de tal modo que ambas resultan inseparables y buscan los mismos objetivos. Bajo ciertos aspectos, incluso, son las exigencias técnicas las que dirigen la investigación científica. ¿Por qué? Porque la tecnociencia fue instituida por grandes empresas capitalistas que, con el modelo fordista o la Organización, creaban laboratorios y centros de investigación volcados a la producción económica. De este modo, las ciencias pasaron a participar directamente del proceso productivo, en calidad de fuerzas productivas. Este cambio hizo surgir la expresión sociedad del conocimiento para indicar que la economía contemporánea se funda en la ciencia y la información gracias al uso competitivo del conocimiento, la innovación tecnológica y la información tanto en los procesos productivos y financieros como en servicios (la educación, la salud, la cultura o el ocio).
Si ahora reunimos la Organización (o la supuesta administración racional y eficaz del trabajo), la gerencia científica y la tecnociencia, veremos que la división social de las clases aumenta con nuevas divisiones: entre los que poseen poder porque poseen saber y los que no poseen poder porque no poseen saber.
Así, en vez de hablar de ideología invisible, como propone Lefort, decidimos hablar de ideología de la competencia que, como toda ideología, oculta la división social de las clases, pero lo hace con la peculiaridad de afirmar que la división social se realiza entre competentes (los especialistas que poseen conocimientos científicos y tecnológicos) y los incompetentes (los que ejecutan las tareas comandadas por los especialistas). La ideología de la competencia realiza la dominación por el descomunal prestigio y poder del conocimiento científico-tecnológico, es decir, por el prestigio y poder de las ideas científicas y tecnológicas.
El discurso competente puede ser entonces resumido del siguiente modo: no cualquiera tiene derecho a decir algo a cualquier otro en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. El discurso competente es, pues, el enunciado por un especialista, que ocupa una posición o un lugar determinados en la jerarquía organizacional, y habrá tantos discursos competentes como organizaciones y jerarquías haya en la sociedad. Este discurso opera con dos afirmaciones contradictorias. En una de ellas, en tanto se trata de un discurso de la propia Organización, se afirma que ésta es racional y que ésta es agente social, político e histórico, de manera que los individuos y las clases sociales se encuentran destituidos y despojados de la condición de sujetos sociales, políticos e históricos; la Organización es competente, en tanto los individuos y las clases sociales son incompetentes, objetos sociales conducidos, dirigidos y manipulados por la Organización. En la otra afirmación, el discurso de la competencia procura desdecir la afirmación anterior; o sea, después de invalidar los individuos y las clases sociales como sujetos de acción, procura revalidarlos, pero lo hace tomándolos como personas e individuos privados. Se trata de lo que llamamos competencia privatizada. Veamos cómo se realiza esto.
El discurso de la competencia privatizada es el que enseña a cada uno de nosotros, en tanto individuos privados, cómo nos relacionamos con el mundo y con los otros. Esta enseñanza la realizan especialistas que nos enseñan a vivir. Así, cada uno de nosotros aprende a relacionarse con el deseo por la mediación del discurso de la sexología, a relacionarse con la alimentación por la mediación del discurso de la dietética o la nutrición, a relacionarse con el niño por medio del discurso de la pediatría, de la psicología y de la pedagogía, a relacionarse con la naturaleza por la mediación del discurso ecológico, a relacionarse con los otros por la mediación del discurso psicológico y de la sociología, y así podríamos seguir. En la medida en que somos invalidados como seres competentes, nos tienen que enseñar todo «científicamente». Lo que explica la proliferación de libros de autoayuda, programas de consejos por la radio y la televisión, así como de los programas en los que especialistas nos enseñan jardinería, cocina, maternidad, paternidad, éxito en el trabajo y en el amor. Este discurso competente exige que interioricemos sus reglas y valores, si no queremos ser considerados basura y desecho. Esta modalidad de la competencia es enteramente absorbida por la industria cultural y por la propaganda, que pasan a vender signos e imágenes, gracias a la invención de un modelo de ser humano siempre joven (gracias a los cosméticos, por ejemplo), saludable (por medio del «entrenamiento físico», por ejemplo) y feliz (gracias a las mercancías que garantizan éxito).
Si reunimos el discurso competente de la Organización y el discurso competente de los especialistas veremos que están construidos para asegurar dos aspectos hoy indisociables en el modo de producción capitalista: el discurso de la Organización afirma que sólo existe racionalidad en las leyes del mercado; el discurso del especialista afirma que sólo hay felicidad en la competencia y en el éxito del que gana.
En la medida en que esta ideología se funda en la desigualdad entre los que poseen y los que no poseen el saber técnico-científico, éste se vuelve el lugar preferencial de la competición entre individuos y del éxito de algunos de ellos contra los demás. Esto se manifiesta no sólo en la búsqueda del diploma universitario a cualquier precio, sino también en la nueva forma asumida por la universidad como organización destinada no sólo a proveer diplomas, sino también a realizar sus investigaciones según las exigencias y demandas de las organizaciones empresariales, esto es, del capital. De esta manera, la universidad alimenta la ideología de la competencia y se despoja de sus principales actividades: la formación crítica y la investigación.
Notas:
6. Versión revisada y ampliada del texto originalmente publicado en: O que é ideología, Editora Brasiliense, 1981.
7. Lefort, Claude, «Esboço de uma gênese da ideologia nas sociedades modernas», Estudos, San Pablo, CEBRAP, 1974, nº 10. [Trad. cast.: «Esbozo de una génesis de la ideología en las sociedades modernas», en La invención democrática, Nueva Visión, Buenos Aires, 1990].
2. Vientos de progreso: la universidad administrada8
Si se considera el ámbito de una sociedad moderna, es competencia del Estado revisar y fortalecer sus medios de distribución del producto cultural. […] Los canales actuales tendrán que reproducir el esquema de los grandes supermercados, volviendo el objeto cultural cada vez más accesible. […] Para mí, la política cultural es una acción conjugada en tres niveles: el productor, el distribuidor y el consumidor […] Se estimula al productor […], se estimula al distribuidor […]; el consumo es sobre todo la formación de nuevas audiencias.
Eduardo Portella,
Ministro de Educación y Cultura de Brasil, 1979-1980
Se les ha dado un nuevo lugar en la sociedad, mas no por esto los intelectuales consiguen desempeñar un nuevo papel. Sin embargo, lo que pueden, precisamente, es negarse a permanecer en él. Y, para evitar las trampas que les van preparando, nada mejor que comenzar por examinar ese nuevo lugar que les fue atribuido.
Claude Lefort
Si analizamos los movimientos estudiantiles de 1968 en Europa percibimos que muchos de ellos vieron el fin de la ilusión liberal —ampliamente compartida por la izquierda— de la educación como un derecho igual para todos y la selección meritocrática basada en la capacidad y talento individuales.
La universidad europea «se democratizó» por la imposición económica que llevó al aumento del tiempo de escolaridad con el fin de mantener buena parte de la mano de obra fuera del mercado, estabilizando los salarios y empleos; pero también por la imposición de las transformaciones en la división social del trabajo y en los procesos de trabajo que llevaron a la ampliación de los cuadros técnico-administrativos.9 Esta «democratización», que abrió las puertas de la universidad para un número creciente de alumnos que anteriormente hubieran completado su escolarización llegando sólo a la enseñanza secundaria, accionó un conjunto de contradicciones que yacían implícitas y afloraron en 1968.
En primer lugar, la ideología de una igualdad educativa reveló sus límites reales, pues, a partir del momento en que la mayoría tuvo la posibilidad de cursar estudios superiores, éstos perdieron su función selectiva y se separaron de su eterno corolario, a saber, la promoción social. Si todos pueden ir a la universidad, la sociedad capitalista se ve forzada a reponer, por medio de mecanismos administrativos y de mercado, los criterios de selección. Esto implicó, en segundo lugar, la desvalorización de los diplomas, la precarización del trabajo y los salarios universitarios y, finalmente, el puro y simple desempleo. En tercer lugar, y como consecuencia, la universidad se mostró incapaz de producir una «cultura útil» (sin ofrecer en realidad ni empleo, ni prestigio), incapaz de funcionalidad, tornándose un peso muerto para el Estado, que pasó a limitarle los recursos.
Esta valoración condujo, por lo menos, a tres tipos de propuestas alternativas. Para algunos, se trataba de explotar de la mejor forma posible la ausencia de funcionalidad de la educación superior, aprovechar su independencia en relación con el mercado y crear una cultura nueva que demoliese la división del trabajo intelectual y manual. Para otros, se trataba de llevar adelante la improductividad de la educación superior, sustituyendo la idea de cultura «útil» por la de cultura «rebelde». Para muchos, en fin, la universidad, al no poder ya aspirar a crear lo útil y al ser, por definición y esencia, incapaz de crear lo rebelde, debería ser destruida para deshacer la idea misma de universidad, esto es, de «cultura separada».10 Ahora bien, todo indica que ni en Francia, ni en Alemania, ni en Italia, ni en Gran Bretaña estas propuestas-previsiones se cumplieron. Es cierto que la actual universidad europea no reproduce exactamente el pre-1968 (las autoridades competentes aprendieron la lección) pero, con todo, la universidad no se terminó. Si no desapareció y, por el contrario, sí se transformó es porque algún papel le fue atribuido por el capitalismo, cuya férrea lógica sólo conserva lo que le es útil. Para qué sirve la universidad europea pos-68 no sabríamos decirlo, pero sí que le fue otorgado un papel que desempeñar.
Paradójicamente, en Brasil, la explosión estudiantil de los lejanos años1960 ponía en cuestión el ideal liberal y autoritario, yendo en la dirección de una universidad crítica («rebelde»). Así y todo, al ser reprimida por el Estado trajo como consecuencia exactamente aquello que había caracterizado el pre-68 europeo: una reforma modernizadora de la universidad; ésta debería, como 12 años antes, llevar a los mismos resultados de la Europa de 1968. Sin el charme pre-revolucionario, claro.
Así piensan muchos de los que analizan hoy la llamada «crisis de la universidad brasileña». Para éstos, la crisis es apenas un camino cuyo trazado fue prefigurado por las primaveras europeas. Exuberante allá, prosaico y monótono aquí.
Aunque sea imposible hablar de diferencias en la fase actual del capitalismo mundial, pues existe lo Mismo en la interminable proliferación de su diversidad, tal vez resulte prudente comenzar por lo particular —la universidad brasileña— antes de intentar las comparaciones. No se trata, evidentemente, de salir a la búsqueda de la «especificidad nacional», pues encontraríamos apenas abstracciones sin el menor provecho. Se trata simplemente de comprender cómo se realiza en Brasil un proceso cuyas líneas directrices son mundiales. Esto significa, de manera más precisa: ¿cómo se realiza la modificación de la universidad sin los recursos de la democracia liberal? ¿Cuáles son los efectos de una reforma hecha bajo la sombra del Acto Institucional núm. 511 y del Decreto núm. 477?12
El hecho de que actualmente, en Brasil, las universidades hayan adoptado la forma de pequeños guetos autorreferentes, fraccionados internamente por divisiones políticas y desacuerdos personales, aumenta su semejanza con sus congéneres repartidas por el mundo, pero no determina la identidad de las causas. Con todo, no deja de ser una señal de los tiempos. Creo que la universidad tiene hoy un papel que algunos no quieren desempeñar, pero que resulta determinante para la existencia de la propia universidad: crear competencias sociales y políticas, así como realizar en la cultura lo que la empresa realiza en el trabajo, esto es: dividir y fragmentar toda tentativa concreta de decisión, control y participación, tanto en el plano de la producción material como en el de la producción intelectual. Si la universidad brasileña está en crisis, esto se debe simplemente al hecho de que la reforma de la educación invirtió su sentido y finalidad: en lugar de crear elites dirigentes, está destinada a adiestrar mano de obra dócil para un mercado siempre incierto. Y ella misma todavía no se siente bien entrenada para esto, de ahí su «crisis».
Directrices de reforma universitaria
La reforma universitaria se llevó adelante a partir de 1968 para resolver la «crisis estudiantil», bajo el amparo del Acto Institucional núm. 5 y del Decreto núm. 477, teniendo como trasfondo una combinación del Informe Atacon, de 1966, y del Informe Meira Mattos, de 1968. El primero preconizaba la necesidad de encarar la educación como un fenómeno cuantitativo que debía resolverse con el máximo rendimiento y el mínimo de inversión. Se proponía, como el camino adecuado para este fin, la implantación de un sistema universitario basado en el modelo administrativo de las grandes empresas cuya dirección fuera «seleccionada dentro de la comunidad empresarial, actuando bajo un sistema de administración gerencial desvinculada del cuerpo técnico-científico y docente».13 El segundo se preocupaba por la falta de disciplina y autoridad, y exigía la reconducción de las escuelas superiores al régimen del nuevo orden administrativo y disciplinar; refutaba la idea de autonomía universitaria, que se veía como un privilegio para enseñar contenidos perjudiciales al orden social y a la democracia; y se interesaba por la formación de una juventud realmente democrática y responsable que, al existir, volvería viable la reaparición de entidades estudiantiles en el ámbito nacional y de cada estado brasileño. El Informe Meira Mattos proponía una reforma con objetivos prácticos y pragmáticos que fuesen «instrumentos de aceleración del desarrollo, instrumentos del progreso social y la expansión de oportunidades, vinculando la educación a los imperativos del progreso técnico, económico y social del país».14