La princesa escondida - Annie West - E-Book
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La princesa escondida E-Book

Annie West

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Beschreibung

En su intento por ayudar a su mejor amiga a escapar de un matrimonio de conveniencia, la princesa Mina acabó cautiva del enigmático Alexei Katsaros en su isla privada. Mina tenía que convencer a Alexei de que ella era su futura esposa, pero no esperaba la deliciosa pasión que sobrecogió a ambos. Y, después de una noche con Alexei, se dio cuenta de que había más en juego que el secreto de su identidad, su corazón estaba también a merced de Alexei.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Annie West

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La princesa escondida, n.º 2740 - noviembre 2019

Título original: The Greek’s Forbidden Innocent

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-699-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Vamos, Carissa, respira hondo y cuéntamelo despacio –Mina sujetó a su amiga por los hombros–. Vuelve a respirar –asintió al ver que la respiración de Carissa se normalizaba–. Así, mucho mejor.

Mientras Carissa se concentraba en su respiración, Mina buscó con la mirada, en la entrada del piso de su amiga, la explicación a la ansiedad de esta. No vio sangre, no vio nada fuera de lugar, ningún intruso… solo una maleta de color rosa.

Sin embargo, algo pasaba. Carissa, la persona más relajada y tranquila que conocía, sin darle tiempo a abrir la puerta de su propia casa, la había agarrado y la había arrastrado a la suya. Un miedo real había empañado la mirada azul de Carissa.

–Vamos, siéntate y cuéntame qué pasa.

–¡No! –Carissa sacudió la cabeza y una oleada de rizos dorados acarició sus hombros–. No hay tiempo. Estarán muy pronto aquí. Pero no quiero ir. No puedo ir –dijo Carissa con los ojos llenos de lágrimas y la voz temblorosa–. ¡Quiero estar con Pierre! Pero no está aquí, en París, está en el extranjero.

Eso, al menos, tenía sentido. Pierre, era el novio de Carissa.

–No te preocupes, nadie te va a obligar a ir a ningún sitio al que no quieras ir –dijo Mina con calma mientras empujaba a su amiga hacia el pequeño cuarto de estar y la hacía sentarse. Carissa estaba temblando y su rostro blanco como la cera.

Mina sabía la conmoción que se podía sufrir tras recibir malas noticias. Su madre había muerto cuando ella era muy joven y solo cinco años atrás, cuando apenas contaba diecisiete años de edad, su padre había fallecido inesperadamente a causa de un aneurisma cerebral.

Los recuerdos de aquella terrible época la asaltaron: presa en un palacio tras un golpe de Estado después del funeral de su padre; el sacrificio de su hermana Ghizlan, obligada a casarse con el líder del golpe, Huseyn, con el fin de que este pudiera convertirse en jeque. Todo ello le parecía que hubiera ocurrido siglos atrás, muy lejos en el tiempo de su vida actual en Francia.

–Dime qué te pasa para que pueda ayudarte –Mina acercó una silla y tomó las manos de Carissa en las suyas–. ¿Te ha hecho alguien algo?

Carissa era confiada y amable, siempre pensaba bien de la gente. Si alguien se había aprovechado de ella…

–No, no es nada de eso.

Mina relajó los hombros, aliviada. Durante todos los años que su amiga y ella habían estudiado Arte en una de las mejores escuelas de París, y después, jamás había visto así a Carissa.

–Entonces, dime, ¿quién va a venir? ¿Adónde no quieres ir?

A Carissa le tembló el labio inferior y parpadeó repetidamente.

–Alexei Katsaros ha enviado a alguien para que venga a por mí y me lleve a su isla –un temblor le recorrió el cuerpo–. Pero yo no quiero ir. No puedo. Aunque mi padre me habló de ello, jamás creí que fuera a ocurrir. Tienes que ayudarme, Mina. Por favor.

Mina se tranquilizó. Al parecer, no se trataba de una cuestión de vida o muerte. Sabía quién era Alexei Katsaros. ¿Quién no? Era un hombre muy rico experto en tecnología de la información. El padre de Carissa era uno de los ejecutivos de las empresas de Alexei.

–¿Te han invitado a ir a ver a tu padre? No creo que a Pierre le importe que te tomes unas vacaciones cortas.

Carissa sacudió la cabeza.

–No se trata de unas vacaciones… ¡Es un matrimonio de conveniencia! Papá me dijo que esperaba amañarlo, pero yo jamás pensé que lo conseguiría. Alexei Katsaros podría casarse con cualquiera que se le antojara.

Mina no dijo nada. Carissa era extraordinariamente bonita y dulce. Eso, además de su natural tendencia a complacer, atraía a muchos hombres.

–No puedo casarme con ese hombre, Mina. Yo no puedo enamorarme de un hombre así, tan duro y moralista. Lo único que Alexei quiere es una esposa trofeo que haga lo que él diga cuando él quiera. Mi padre le ha dicho que yo soy bonita y me dejo manejar, y… –Carissa rompió en sollozos–. Jamás pensé que este asunto llegaría tan lejos. Me parecía imposible, algo como para echarse a reír. Pero no tengo alternativa. Mi padre cuenta conmigo.

Mina frunció el ceño. Sabía bastante de los matrimonios de conveniencia. Si su padre hubiera estado vivo, habría organizado para ella un matrimonio así.

–Estoy segura de que nadie te obligará a hacer algo que no quieres –al contrario que en Jeirut. A su hermana la habían sometido a un matrimonio forzoso y ella no había podido hacer nada por impedirlo. Había sido un milagro que, contra todo pronóstico, la pareja se había enamorado–. Tu padre estará allí. Si le explicas que…

–No, no va a estar allí –gritó Carissa–. No sé dónde está, no consigo ponerme en contacto con él. Y no puedo decirle que no al señor Katsaros. Papá me ha contado que ha habido problemas en el trabajo. No me ha dicho qué problemas, pero creo que su posición en la empresa está en entredicho –Carissa apretó con fuerza la mano de su amiga–. Pero yo no podría casarme nunca con un hombre tan así. Katsaros tiene fama de estar con una mujer distinta cada semana. Además, Pierre y yo estamos enamorados y vamos a casarnos.

–¿Que os vais a casar? –Mina se quedó mirando fijamente a Carissa.

–Teníamos pensado casarnos en secreto el fin de semana que viene, a su regreso del viaje de negocios. Pierre dice que así su familia no podrá poner objeciones.

Pierre sumó puntos en opinión de Mina. Aunque era un tipo encantador, nunca se había enfrentado a su estirada familia, que quería que se casara con alguien de la alta sociedad francesa.

–¡Pero no podré casarme con Pierre si me obligan a casarme con Alexei Katsaros! –exclamó Carissa llorando.

–¿Ha dicho Katsaros que quiere casarse contigo?

–Más o menos. Ha dicho que mi padre le ha hablado de mí y que está deseando conocerme. Cree que es posible que tengamos muchas cosas en común y que podríamos tener un futuro juntos –Carissa se mordió el labio–. Yo he intentado disuadirle, pero me ha interrumpido y me ha dicho que su gente vendrá dentro de una hora a recogerme. ¡No sé qué puedo hacer!

Mina frunció el ceño.

–Dime exactamente lo que te contó tu padre.

Mientras Carissa le hablaba, Mina se dio cuenta de que su amiga no había exagerado. En la actualidad, la relación del padre de Carissa con su jefe era tensa; después de años de trabajar en la empresa, parecía que Katsaros iba a despedirle. No obstante, Mina estaba en contra de que el señor Carter hubiera decidido utilizar a su hija para afianzar su posición.

Mina apretó los dientes mientras Carissa le contaba la conversación que había tenido con Alexei Katsaros. Él no la había invitado a su isla, se había limitado a informarle que iban a ir a recogerla para llevarla allí. La había tratado como si fuera una mercancía, no una persona.

Mina enfureció. Apreciaba enormemente la libertad de la que gozaba en París, lejos del mundo en el que las decisiones importantes las tomaba el cabeza de su familia, siempre un hombre.

–Lo malo es que no puedo hacer nada –dijo Carissa entre sollozos.

–Claro que sí. No pueden meterte en un avión a la fuerza, como tampoco pueden obligarte a casarte.

–Tengo que ir. Si no lo hago, ¿qué pasará con el trabajo de mi padre? Pero, si voy, ¿qué va a pasar con Pierre? Su familia encontrará la forma de impedir que nos casemos.

Mina deseó decirle a Carissa que se hiciera más fuerte e hiciera frente a la situación. Pero Carissa no era así. Además, su amiga quería mucho a su padre, a pesar de ser el responsable de que ella se encontrara en aquella situación. Además, por otras cosas que Carissa le había dicho, parecía que el señor Carter aún no se había recuperado del fallecimiento reciente de su esposa. Pero Alexei Katsaros no había tenido eso en cuenta, debía ser un tirano que solo pensaba en sí mismo.

–Ya me he hecho la maleta. No logro ponerme en contacto con mi padre, así que tendré que ir… Y dejar a Pierre.

Mina sabía que no podía permitir eso. Carissa era una chica muy dulce, pero débil. Entre Katsaros y Carter iban a destrozarle la vida. Sin embargo, ella sí podía darle tiempo a Carissa para que se casara con Pierre. Unos días, una semana como mucho.

–¿Cuánto falta para que vengan a por ti?

Justo en ese momento llamaron a la puerta. Carissa lanzó un gemido y agarró las manos de Mina.

Mina se puso en pie. Al contrario que lo que le ocurría a Carissa, ella no tenía reparos en enfrentarse a quien fuera.

 

 

–No podemos localizar a Carter, señor. No está en casa.

Alexei agarró con fuerza el auricular y apretó los dientes. Pero se aguantó las ganas de estrangular a la persona al frente de su oficina en Londres, MacIntyre no tenía la culpa de que Carter hubiera escapado. Hacía tiempo que debería haber tomado cartas en el asunto, pero se había negado a creer en la culpabilidad de Carter. Ese hombre había estado a su lado durante años, la única persona en la que había confiado.

Por eso le dolía tanto que le hubiera traicionado. A él le costaba confiar en la gente. A su madre la habían traicionado y marginado, la habían convertido en una víctima y habían acortado su vida solo por ser demasiado confiada.

Alexei, en parte, se culpaba de ello. Había sido demasiado inocente, se había dejado engatusar por su padrastro y había llegado a creer que este les quería de verdad. Había convencido a su madre para que dejara entrar a ese hombre en sus vidas. Demasiado tarde, había descubierto que su padrastro le había engatusado con el fin de casarse con su madre para hacerse con el seguro de su difunto marido.

Pero ahora ya nadie podía acusar a Alexei de ser confiado.

Por eso era tan extraordinario que, a pesar de su precaución, hubiera confiado en Carter, que se había mostrado como el perfecto ejecutivo.

Hasta que su duplicidad salió a la luz.

–Manténgame informado. Quiero que el investigador informe sobre sus pesquisas a diario.

–Sí, por supuesto, señor.

Alexei cortó la comunicación y se pasó una mano por el cabello. Después, se puso en pie y comenzó a pasearse por la estancia, ignorando la vista desde la ventana de la blanca arena y las aguas color turquesa del mar. No quería estar en el Caribe, por tranquila y paradisiaca que fuera su isla. Quería estar donde estuviera Carter. Ese hombre había causado grandes estragos: no tanto como para poner en peligro su negocio, pero suficiente como para que se rumoreara que Alexei Katsaros se había dejado engañar.

A pesar de que su política era contratar siempre a los mejores y más innovadores profesionales en su campo, él, Alexei Katsaros, era su empresa, en cuanto a los mercados se refería. Había trabajado duro para conseguir llegar a formar una de las empresas líderes en el sector de la informática. Haberse dejado engañar por Carter había dañado su imagen y la posición de la empresa.

Maldito Carter. ¿Dónde se había escondido?

Alexei se detuvo en seco al oír un vehículo aproximarse.

Por fin. El as que se guardaba en la manga.

Se acercó a la ventana y vio el vehículo de tracción a cuatro ruedas detenerse. Henri, el conductor, abrió la puerta; pero antes de que le diera tiempo a salir, otra puerta se abrió y una persona salió con la rapidez de una bala.

Alexei frunció el ceño. No, no podía ser ella, pensó al ver a Henri, por fin, abrir el maletero y sacar una sola maleta de color rosa. Esa no podía ser la hija de Carter. Había esperado una obsesionada de la moda con montones de maletas.

Clavó los ojos en la esbelta mujer que, con las manos en las caderas y la cabeza hacia atrás, observaba su casa. Lejos de ser una adicta a la moda, como le habían dicho, esa mujer iba vestida como para… ¿qué? ¿Una clase de yoga?

De repente, lo comprendió.

Carter, al hacer la ridícula sugerencia de una unión entre su hija y él, no había dejado de hablar de una chica que apenas había mencionado durante años de trabajar en la empresa, haciendo énfasis en lo hermosa y dulce que era, además de su tendencia natural a complacer. Sin dejar de mencionar la aspiración de la chica de pintar cuadros entre visitas a boutiques. La chica vivía en París y jugaba a ser pintora; sin duda, subvencionada con el dinero que Carter le había robado.

Enfurecido, Alexei dejó de pensar en Carter para concentrarse en su hija, que, a juzgar por su atuendo, se tomaba sus pretensiones en serio, aunque no en lo que a complacer a un hombre se refería. Zapatos planos de color negro, mallas negras y una camiseta enorme de escote desbocado.

No era su estilo. Le gustaban las mujeres vestidas de mujer.

No obstante, a pesar de que Carissa Carter no era su tipo, no pudo evitar fijarse en las bien formadas piernas embutidas en un tejido negro. Piernas largas. La clase de piernas que le gustaba que le rodearan la cintura durante el acto sexual.

Repasó el cuerpo de la mujer con la mirada. Un cuerpo delgado. A él le gustaban las mujeres con más curvas.

En ese momento, ella ladeó la cabeza y la vio de frente. Estaba demasiado lejos para verla bien, pero sintió un súbito pálpito en el vientre.

No podía ser atracción, no podía gustarle la hija de un delincuente. Por supuesto, no había pruebas de que Carissa Carter estuviera enterada de los delitos de su padre, pero se había beneficiado de ellos. Quizá incluso hubiera sido cómplice de su padre con el fin de llevar esa vida fácil que llevaba en París.

Alexei no podía fiarse de ella. Iba a representar el papel de pretendiente, fingiendo estar interesado en conseguir una esposa.

¡Como si necesitara intermediarios para encontrar a una mujer!

No quería allí a esa mujer, excepto como cebo para pillar a Carter. El hecho de que ella hubiera aceptado ir a la isla significaba que estaba dispuesta a venderse, a casarse con un hombre al que ni siquiera conocía. Lo que sí debía saber era el tamaño de su cuenta bancaría, que solía aparecer en las listas de los hombres más ricos del mundo.

Iba a ser divertido verla intentar seducirle.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Mina estaba acostumbrada al lujo, había nacido en el seno de una familia real. Sin embargo, la riqueza y los privilegios de su familia iban acompañados del sentido del deber y responsabilidades. El palacio en el que se había criado había sido el centro administrativo de su país.

Pero esto era puro sibaritismo.

Como si una isla tropical con playas de arena blanca no bastara, la casa de Alexei Katsaros era lo último en lujo. Una piscina rodeaba el edificio, desde todas las ventanas se veía el agua. También había un bar al lado de la piscina y tumbonas con dosel. A través de la vegetación pudo ver esculturas talladas en piedra…

Conteniendo el deseo de ir a dar un paseo por el jardín, volvió a pasear la vista por la casa. La enorme puerta de la entrada estaba abierta. A su lado, Henri esperaba para que le siguiera.

Mina asintió y le siguió hasta la entrada. Allí, la esposa de Henri, Marie, la saludó con una sonrisa que le iluminó los ojos.

–Alexei está deseando conocerla, pero quizá antes quiera asearse, ¿no?

Mina sonrió y negó con la cabeza. El viaje en el avión privado había sido de todo menos pesado.

–Gracias, pero no es necesario. Yo también estoy deseando conocer a mi anfitrión.

–Estupendo –dijo una voz profunda a espaldas de Marie.

Aquella voz la envolvió como una capa de terciopelo. Sintió un profundo calor en el bajo vientre y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener la expresión neutra. Muy despacio, consiguió relajar los músculos al tiempo que esbozaba una fría sonrisa.

–Señor Katsaros. Encantada de conocerlo… por fin.

–¿Por fin, señorita Carter? ¿Había estado esperando para conocerme? Creía que el viaje había sido rápido, ¿no? –la sombra de una sorpresa indolente y la forma como arqueó las cejas le dio un aire de superioridad.

–Sí, por supuesto, el viaje ha sido increíblemente rápido. Ni siquiera he tenido tiempo para comprobar si no tenía otras obligaciones antes de que me trajeran aquí. Ni me ha dado tiempo a encargar a nadie que se pase por mi casa.

Mina se interrumpió y frunció el ceño antes de añadir:

–Espero que la fruta que compré no se pudra mientras estoy aquí. Ni que la leche se estropee –Mina se permitió sonreír ampliamente–. Pero lo comprendo. Usted debe estar acostumbrado a conseguir lo que quiere en el momento. No podía perder el tiempo para enviarme antes una invitación o para preguntarme si era un buen momento para mí venir aquí ahora.

La frente de él, bajo un espeso cabello negro, se arrugó. Al instante, Mina alzó una mano.

–Por supuesto, no tiene importancia. Sé lo valioso que es su tiempo. Al fin y al cabo, ¿qué podría yo tener que hacer que fuera tan importante como venir aquí?

A sus espaldas, Mina oyó a Henri emitir un sonido sospechosamente parecido a una ahogada carcajada. Después, Henri murmuró algo respecto a llevarse el equipaje de ella y, prudentemente, se marchó de allí con su esposa.

Mina y Alexei Katsaros se quedaron solos.

De ser una mujer propensa a tener miedo, ahora estaría aterrorizada, ese hombre la miraba como un cazador a su presa. Además había que tener en cuenta el tamaño de él, no solo su altura sino también su musculatura. Estaba claro que Alexei Katsaros no pasaba todo el tiempo sentado detrás de su escritorio. Sus muslos, enfundados en unos viejos pantalones vaqueros, se asemejaban a los de los esquiadores, duros y fuertes.

–Así que… ¿está preocupada por la comida que ha dejado en su casa? –Alexei arqueó una ceja–. Si lo desea, señorita Carter, enviaré a alguien para que vaya a su casa y se encargue de la comida.

–Es usted muy amable, señor Katsaros –Mina pestañeó intencionadamente, imitando a Carissa, pero dejó de hacerlo al momento. Jamás había coqueteado así y no iba a hacerlo ahora.

–¿Se le ha metido algo en el ojo, señorita Carter? –preguntó él sonriendo, y Mina se dio cuenta de que se estaba riendo de ella.

Sorprendentemente, Mina tuvo que hacer un esfuerzo por reprimir una sonrisa. Alexei tenía razón, ese intento de coqueteo no le llevaría a ninguna parte. Tenía que ser ella misma.

–Arena, probablemente –Mina parpadeó–. Culpa mía, he insistido en hacer el trayecto en el coche con la ventanilla abierta para disfrutar la brisa del mar.

Carissa jamás habría permitido que el viento le estropeara el peinado, pero Alexei Katsaros no sabía eso. Ella tendría que contentarse con fingir ser la versión Mina de Carissa: menos insegura, menos femenina, menos dispuesta a dejarse manipular.