La venganza del novio - Kate Walker - E-Book
SONDERANGEBOT

La venganza del novio E-Book

KATE WALKER

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Todo era perfecto. India Marchant planeaba su boda de cuento de hadas y lo único que faltaba era que Aidan, el novio, dijera "Sí, quiero". ¡Pero no lo hizo! Y no sólo eso, acusó a India de cazafortunas y la dejó plantada en la iglesia. Un año más tarde, Aidan volvió a aparecer. India fingió indiferencia, no iba a ponérselo tan fácil otra vez, pero Aidan seguía decidido a vengarse: ayudaría a la familia de India a resolver sus dificultades económicas, pero por un precio. El precio era India...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 179

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Kate Walker

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La venganza del novio, n.º 989 - septiembre 2021

Título original: The Groom’s Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-874-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO.

Aquel monosílabo era lo último que los presentes esperaban oír en la pequeña iglesia medieval. Sólo era una palabra, pero bastó para echar a perder el ambiente festivo de lo que debía haber sido el día más feliz de la vida de India y convertirlo en su peor pesadilla. Apenas unos segundos antes, su tío, el oficiante, había sonreído para alentar a la pareja que estaba de pie frente a él, mirando a India a los ojos a través del fino encaje de su velo.

–Y ahora entramos en la parte más importante del oficio: vuestros votos. Aidan…

El hombre que estaba junto a su sobrina se había enderezado visiblemente, levantando su cabeza morena y echando los hombros hacia atrás. Aquel leve movimiento había hecho que India lo mirara con sus hermosos ojos verdes, viese la tensión reflejada en su rostro y sintiera que sus nervios desaparecían. Nunca había creído que su prometido sintiera temor ante aquel momento tan importante, y al darse cuenta se conmovió y deslizó la mano dentro de la suya, pero la desconcertó un poco ver que Aidan no entrelazara sus fuertes dedos con los suyos, como había esperado.

–Aidan, ¿aceptas a India como legítima esposa… –aquellas palabras tan familiares parecieron quedar suspendidas en el aire, envueltas por el delicado aroma de flores blancas y amarillas que enmarcaban el altar. India sintió que su corazón se aceleraba: en cuestión de segundos llegaría el momento que tanto había esperado y dejaría de ser India Marchant para convertirse en India Wolfe– …hasta que la muerte os separe?

Sería la esposa de Aidan, y él sería su esposo durante el resto de sus vidas. La idea era tan increíble que no se había dado cuenta de que su tío ya había completado la pregunta ritual y que el silencio que había seguido era demasiado extenso como para deberse a la necesidad de tomar aliento y poder responder con firmeza. India se sonrió al pensar que Aidan Wolfe, el conocido «Lobo Solitario», un hombre de negocios implacable con una voluntad de hierro, se hubiese quedado sin palabras en aquel preciso momento. ¡Era impensable! Pero los segundos pasaban y pasaban, y la espera se hacía insoportable.

–¿Aidan, aceptas a…?

–No.

La respuesta fue brusca, y tan tajante que el sacerdote se calló. «¿No?» India sintió que se había quedado sin aire en los pulmones y lo único que pudo hacer fue mirar al novio con los ojos muy abiertos por la conmoción. Tenía la cabeza bien alta y mostraba aquel perfil de facciones duras que le conferían un poder superior al del mero atractivo. Un débil haz de luz entró por una pequeña vidriera, iluminando su cuerpo alto y fuerte antes de caer dulcemente a sus pies, sobre las losas de piedra. Pero no había nada dulce ni suave en aquel hombre, y la expresión dura de su rostro parecía reflejarse en la elegancia severa del traje que llevaba. Todavía no la había tocado, ignorando su mano, y tenía los ojos, oscuros como ébano pulido, deliberadamente fijos hacia delante.

–Aidan… –claramente nervioso, el tío de India volvió a intentarlo–. He dicho, ¿aceptas…?

–Y yo he dicho que no.

Por fin se volvió para mirarla e India, al ver su expresión, deseó que no hubiese vuelto la cabeza, después de todo. ¡Aquel no era el hombre que conocía! La mirada salvaje de desprecio que le lanzó debió de notar el contraste entre sus pálidas mejillas y la melena de pelo negro como el azabache, rizado y adornado con una diadema de plata para la ocasión, pero ni por un momento pareció conmovido por lo turbada que estaba. Por primera vez desde que lo conocía, India supo por qué lo llamaban «Lobo Solitario».

–Aidan… –le dijo con voz temblorosa, agarrándolo del brazo por temor a desplomarse entre la seda blanca y el encaje antiguo de su vestido de novia–. Por favor, no gastes bromas…

Era todo lo que se le ocurría pensar. Tenía que ser alguna broma de increíble mal gusto, y trató de sonreírle para hacerle ver que lo comprendía. Pero Aidan le lanzó una mirada hostil de rechazo y se soltó con un movimiento brusco.

–No es ninguna broma, querida –dijo con un tono que convertía aquel apelativo en la peor obscenidad que le podía haber dicho–. He dicho que no y es que no.

Desde los bancos de la iglesia, los invitados contemplaban la escena en perplejo silencio, y sus rostros sombríos hacían un cómico contraste con sus atuendos festivos.

–Por favor…, sé serio.

–Nunca he hablado tan en serio, cariño –le aseguró con sombría impertinencia.

–Pero… –el aroma de las flores parecía más intenso y opresivo, e India sintió náuseas en el estómago–. No puede ser…

–¿Que no puede ser? –repitió Aidan con sarcasmo–. ¿Qué es lo que no puede ser, querida? Señor, ¿es que te lo tengo que deletrear? Está bien…

Tomándola de la muñeca, Aidan la atrajo hacia él con tanta fuerza que la novia giró en semicírculo y acabó de frente a la congregación. India vio a su padre, con el rostro colorado de ira y blanco de preocupación, levantarse del asiento, y a su madre contenerlo con la mano. Nunca había deseado aquel matrimonio, recordó India, que uniese su vida a la de un hombre con el pasado y la reputación de Aidan, pero recientemente, debido a la determinación y convicción de su hija, había aceptado la idea. India deseó en aquellos momentos haber prestado oídos a sus dudas.

–Vamos a dejarlo bien claro. No, no me casaré contigo –dijo Aidan con gélida precisión–. No te aceptaré como esposa para lo bueno ni para lo malo, ni en la salud ni en la enfermedad, ni en la riqueza ni, sobre todo, en la pobreza, ni en ninguna otra de esas promesas absurdas que esperabas que pronunciara ante todos los presentes –India se arredró ante aquella parodia de los votos matrimoniales y, llevada por su instinto de autoprotección, trató de taparse los oídos con las manos, sólo que Aidan se lo impidió y fijó en ella sus ojos de ébano–. ¡Escúchame, maldita sea! Quiero que sepas que no me casaré contigo ni ahora ni nunca, y que prefiero morir antes que participar en lo que sin duda es la peor forma de mentira posible.

–Pero…

–¡No! –exclamó, y respirando entrecortadamente, se pasó los dedos con furia por la seda negra de su pelo–. Lo siento, nena, pero esto es lo que hay.

–¡No lo sientes en absoluto! –exclamó India con aspereza, y aquella amarga verdad fue más que insoportable–. No lo sientes porque… porque…

Su garganta se cerró y no pudo pronunciar las palabras. «Porque ni siquiera te importa». Siempre lo había sabido. Desde el principio de su apasionado romance, India había sido consciente de que los sentimientos de Aidan no eran equiparables a los suyos, al menos no de forma plena. Era ella quien se había quedado perpleja al saber que aquel hombre que tanto la había cautivado, tanto física como emocionalmente, la deseaba, así que, cuando le pidió que se casara con él, no se lo pensó dos veces. Dijo que sí enseguida y procuró que la boda se celebrara lo antes posible por temor a que cambiara de idea. Pero, ¿cómo podía estar ahí de pie, tan frío y sereno, en aquellos momentos, cuando con cada palabra que decía todo su mundo se estaba viniendo abajo?

–No me hagas esto –dijo India en voz baja y controlada por tanta fiereza que casi parecía tan fría como la suya–. No hagas que te odie..

–Odiarme… –aquellos hombros anchos y rectos se elevaron en un gesto de indiferencia y desprecio.

–¡Te odiaré! ¡Te odiaré de todo corazón! Si me haces esto, Aidan, nunca te perdonaré, ¡nunca!

Sonrió, pero la curva de sus labios no reflejó ningún afecto sino una burla amarga.

–Bien –declaró en tono tajante–. Por mí, bien. De hecho, mi querida India, eso es exactamente lo que quiero –añadió y, con aquella odiosa sonrisa todavía en sus labios sensuales, giró sobre sus talones y se alejó rápidamente por el pasillo.

–¡No! –exclamó, y con un gesto salvaje se echó hacia atrás el velo de encaje. La cara ovalada de India estaba pálida, sus brillantes ojos verdes centelleaban sobre unos altos pómulos, y tenía los labios, normalmente gruesos y generosos, apretados en una delgada línea–. ¡No puedes hacerme esto!

–¿Que no? Espera y verás –le espetó Aidan mirándola fugazmente por encima del hombro.

Actuando irracionalmente, llevada por el instinto, India se abalanzó hacia delante y arrancó el ramo de rosas blancas y amarillas de las manos de su primera dama de honor.

–¡He dicho que no! –exclamó mientras le arrojaba el ramo y veía como aquellas preciosas flores, tan cuidadosamente escogidas sólo semanas antes, cruzaban el aire en dirección a la espalda de Aidan. Pero la intuición, o algún movimiento que captó por el rabillo del ojo le puso sobre aviso y, con los reflejos de un felino, se volvió y las atrapó antes de que cayeran al suelo.

–Vaya –dijo levantando las flores a modo de saludo burlón–. Tengo entendido que, tradicionalmente, el que atrapa el ramo de la novia es la siguiente persona que se casa de entre los presentes. Pero tendrás que disculparme si prefiero renunciar a esta oportunidad, o a cualquiera que se presente en el futuro. La idea de una vida de esclavitud junto a una mujer no es algo que pueda contemplar con ecuanimidad.

India no daba crédito a sus oídos. ¿Una vida de esclavitud? Hablaba como si lo hubiese atrapado de alguna forma, pero era él el que la había pedido en matrimonio. Y no había sido una estratagema para llevársela a la cama; físicamente, ninguno de los dos se había reprimido. Claro que con Aidan eso resultaba imposible.

–Tal vez si lo vuelves a intentar con otro tengas más suerte –prosiguió mientras le tiraba las flores con desdén a los pies, y el impacto hizo que los pétalos blancos y amarillos de los delicados capullos se desparramaran por las losas de piedra–. Dijiste que querías casarte con un hombre rico, querida, pero lo siento. No seré yo… aunque fuera el primero que entró por la puerta.

Fue entonces cuando India comprendió, y emitió un gemido de aflicción al recordar sus estúpidas palabras.

–Estoy harta de llevar una vida de pobreza distinguida –había dicho en la fiesta de su amiga–. Ya verás, voy a encontrar un marido rico, uno que me pueda tener a cuerpo de reina. Y no pienso esperar a que venga a por mí. Someteré al próximo hombre rico que entre por esa puerta a tal estrategia de seducción que no será capaz de resistirse. Te apuesto lo que quieras a que tendré su anillo en mi dedo antes de que se dé cuenta de lo que ha pasado.

Sólo había sido una broma. Trató de formular las palabras pero fue incapaz, porque sabía que no eran del todo ciertas. Había hecho aquella impetuosa declaración medio en broma, medio en serio, pero cuando Aidan entró en la estancia minutos después lo había olvidado todo, tal había sido la oleada de excitación sensual que había sentido al verlo. ¿Pero cómo se habría enterado de su alocada apuesta? Todavía no había llegado a la fiesta… ¿o sí?

–Aidan… –intentó decir, pero al ver la expresión pétrea de su rostro supo que su pequeña vacilación había sido tomada como prueba de su culpabilidad. Una mano fuerte y morena cruzó el aire en un gesto que abarcaba toda la congregación. Todos los presentes observaban la escena boquiabiertos, paralizados por el drama que se desarrollaba ante sus ojos. Su familia, sus amigos, pensó India con aflicción. Aidan no tenía familia y había alegado que la rapidez con que se iba a celebrar la boda significaba que sus amigos no podrían ir a la ceremonia, pero en aquellos momentos, India se preguntaba si realmente los habría invitado. ¿Cuánto tiempo llevaba planeando aquel rechazo público como venganza?

–Estoy seguro de que cualquiera de los presentes estará más que dispuesto a complacerte. Pero no esperes que me quede sentado mirando cómo consigues lo que quieres –dijo Aidan y en cuanto terminó de hablar, giró sobre sus talones, y salió de la iglesia y de la vida de India sin molestarse en mirar atrás.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL RAMO de flores fue lo primero que vio India cuando entró en Westbury Grange después de un día largo y emocionalmente agotador. Instintivamente supo que anunciaban problemas, y ya tenía bastantes. Las rosas blancas y amarillas resplandecieron a la luz del sol del atardecer, sobre la coqueta de roble de la entrada. Eran magníficas, no había otra palabra para describirlas, y cualquiera se animaría sólo con verlas, pero no era aquel ramo el que ocupaba los pensamientos de India en aquellos momentos, sino uno idéntico que acabó a sus pies hacía exactamente un año.

–No esperes que me quede sentado mirando cómo consigues lo que quieres.

Las últimas palabras de Aidan reverberaron en su cabeza, como si el año transcurrido desde que las había oído no hubiera pasado. Pero no, Aidan no volvería. Era un hombre soberbio e implacable, que vivía la vida según sus propios principios, ignorando las restricciones convencionales. Se había hecho a sí mismo, y había creado de la nada el holding del que entonces era presidente. Tenía la reputación de no soportar las tonterías y de no ceder lo más mínimo en sus negocios, pero India habría jurado que con ella todo había sido diferente. Aunque ¿con qué profundidad se podía llegar a conocer a un hombre en seis semanas? Las palabras de Jane en la noche de la fatídica fiesta resonaron en su cabeza.

–Dios mío, Indy, no –le había dicho perdiendo la sonrisa al oír que el hombre de sus sueños acababa de entrar por la puerta–. ¡El Lobo Solitario no! Nadie se mezcla con él y vive para contarlo. Tanto en los negocios como con las mujeres, toma lo que quiere y desprecia el resto sin remordimiento alguno. Así que ya estás avisada.

Pero India no la había escuchado. No le importó saber quién era, ni si era rico o pobre, un hombre de éxito o un fracasado. Nunca había creído en el amor a primera vista, pero al verlo se sintió profundamente impactada. Se dirigió hacia Aidan, que estaba imponente con una camisa y pantalones negros y chaqueta holgada de hilo también negra, y se presentó con un atrevimiento poco propio de ella.

–Tal vez no lo sepas, pero soy la chica que has estado esperando toda la vida.

–¿De verdad? –repuso Aidan, elevando una ceja negra con intriga mientras la sometía a un lento y deliberado escrutinio con sus ojos de color castaño oscuro–. ¿Sabes que tal vez tengas razón?

Le había invitado a una copa, y el resto había sido historia. Una historia que había terminado en la amarga farsa del día de su boda. Casi en el mismo momento en que había comprendido lo mucho que lo amaba, ese amor se había transformado en un odio igual de intenso y ardiente. Y ese odio era lo que la había impulsado a seguir adelante con su vida en los días sombríos que siguieron, enfrentándose a las curiosas miradas de los vecinos con una sonrisa firme y la cabeza bien alta, sabiendo que si reflejaba su dolor, Aidan habría ganado. Su teatro había funcionado, y parecía haber convencido a la gente de que Aidan ya no le importaba, e incluso ella se lo había creído. Hasta aquel día.

–¿Cuándo llegaron? –preguntó a su hermano, reflejando en su voz entrecortada sentimientos más profundos que lo que indicaba su gesto indiferente hacia las flores.

–La floristería las trajo a las dos de la tarde.

Era evidente que Gary no se percataba de sus esfuerzos por controlar sus emociones, pero claro, como la mayoría de los adolescentes de catorce años, vivía en su propio mundo. Seguramente ni siquiera se daba cuenta de qué día era, y había borrado de su cabeza lo ocurrido un año antes.

–¿Dijeron quién las envía?

–No, pero hay una tarjeta en alguna parte, si quieres leerla.

No quería, no deseaba confirmar sus temores, pero tenía que hacerlo.

–¿Quién es «A»? –preguntó Gary mirando la tarjeta por encima del hombro de India con curiosidad–. ¿Algún admirador secreto?

–Nada de eso.

La urgencia de hacer pedazos la tarjeta y tirarla al suelo seguida del ramo fue casi abrumadora, pero la idea de que aquella reacción emocional fuese precisamente lo que Aidan hubiese querido le hizo mantenerla en la mano. Porque en el fondo de su corazón sabía que había sido Aidan el que había enviado el ramo. La elección cínica de las rosas, las mismas que las de su ramo de novia, y la hora del envío, la misma a la que empezó su malograda ceremonia de boda un año antes, no le dejaban esperanzas para creer que hubiese sido otra persona. Pero, después de todo el tiempo que había pasado, ¿cómo podía ser tan cruel, tan vengativo? Debía de odiarla mucho… y todo a causa de una estúpida apuesta.

–Las llevaré al hospital esta noche –dijo rígidamente–. Alguien las agradecerá.

–Pero… –Gary pareció perplejo, y frunció el ceño confundido–. Son para ti, para desearte un feliz…

–No me las han enviado para desearme un feliz nada, Gary. Y ahora mismo tengo muchas cosas en la cabeza como para preocuparme con que hoy es mi cumpleaños –se pasó una mano por el pelo, retirándose los mechones de color negro azulado de un rostro pálido y rígido por la tensión–. Mamá va a pasar otra vez la noche en el hospital, así que sólo cenaremos tú y yo. Pero me temo que tendrá que ser algo del congelador, no me dará tiempo a cocinar nada antes de que Jim venga a buscarme para sustituir a mamá otro rato.

–¿Ha habido algún cambio? –preguntó Gary con ansiedad–. ¿Algún indicio de que papá esté saliendo del coma?

–Ninguno, cariño, lo siento –dijo poniéndole una mano sobre el brazo, sabiendo que aquél era el único gesto de condolencia que su joven hermano era capaz de aceptar. Desterró el odioso ramo de sus pensamientos y recordó el ambiente silencioso de la unidad de cuidados intensivos, las máquinas y tubos unidos al cuerpo inmóvil de su padre–. Pero respira por sí mismo, al menos. Eso es algo. Lo único que podemos hacer es esperar.

–¡Pero hace días que dicen lo mismo! –dijo Gary con voz áspera por la desolación.

–Lo sé, cariño –dijo India con la voz velada por la preocupación. Como a Gary, le resultaba casi imposible aceptar que su padre, que con apenas cincuenta años parecía estar en la flor de la vida, hubiese sucumbido por completo hacía una semana a aquella repentina enfermedad–. Pero no hay nada más que podamos hacer, salvo esperar… y rezar.

«Esperar y rezar». Aquellas palabras resonaron en la cabeza de India algunas horas más tarde cuando, sintiéndose exhausta mental y físicamente, regresó a Westbury Grange después de otro viaje al hospital.

–Gracias por traerme a casa, Jim –suspiró, volviéndose para mirar con una sonrisa empañada por el cansancio al hombre que estaba detrás del volante–. No creo que hubiera podido conducir, así que te lo agradezco de verdad.

–No hay de qué –dijo James Hawthorne pasándose una mano por el pelo castaño claro revuelto por la brisa mientras la miraba con ojos azules llenos de afecto–. Sabes que estoy encantado de poder ayudar.

India echó una ojeada a la casa solariega y vio que, salvo la luz de la entrada, todo estaba a oscuras.

–Parece que Gary ya se ha acostado, así que espero que me perdones si no te invito a tomar café.

–No hay nada que perdonar –le dijo su acompañante mientras India abría la puerta–. No habría aceptado la invitación de todas formas, necesitas ir derecha a la cama. Descansa y nos veremos mañana.