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El alto y guapo Logan Chase era demasiado peligroso para Elena O'Brien, por eso ella debía de estar loca para considerar siquiera su ofrecimiento. Quizá necesitara un lugar donde vivir, pero… ¿vivir con Logan, el hombre que una vez había soñado con amar para siempre? Tenía que recordar que ya le había roto el corazón en una ocasión.Logan sabía que tenía muchas cosas por las que compensar a Elena, sobre todo por haberla dejado abandonada el día de la graduación, pero ofrecerle su casa era una verdadera locura. Enseguida empezaron a compartir deliciosas comidas... y unos besos aún más deliciosos. Cuando consiguiera llevarse a aquella belleza a la cama, ¿llegaría un soltero empedernido como él a cometer la locura de... casarse?
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Seitenzahl: 253
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Christie Ridgway
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Locos por un beso, n.º 77 - julio 2018
Título original: Mad Enough to Marry
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.:
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
UN ESCÁNDALO.
Atento al bullicio, Logan Chase paseaba por la abarrotada calle principal de Strawberry Bay, cerrada el tráfico para las celebraciones anuales del primero de mayo. Suspiró. En los últimos meses, la pequeña ciudad californiana había sufrido diversos terremotos y una oleada de atracos a mano armada. ¿Por qué sorprenderse de pronto de aquel escándalo?
Era, en general, una ciudad próspera, cuyos habitantes apoyaban siempre a las numerosas organizaciones representadas en aquellas fiestas. Hacían cola ante las casetas con el bolsillo preparado para comprar los perritos calientes de la Asociación de Padres y Profesores de alumnos de primaria; los pasteles caseros preparados por el grupo de mujeres de la Iglesia Metodista y los refrescos fríos que los alumnos del instituto iban vendiendo.
Todo parecía indicar que los beneficios de ese primero de mayo batirían récords de recaudación, a excepción de la caseta situada al final de la calle, que se estaba haciendo un hueco en la historia de los deshonores locales. Logan detuvo la mirada sobre la caseta desierta al tiempo que se decía que no era asunto suyo que la mujer sentada sola tras el mostrador estuviera en boca de toda la ciudad.
—¡Hola! —alguien lo saludó con un codazo en el costado—. ¡Cuánto tiempo!
Logan retiró la mirada de la caseta y se giró hacia la cara pecosa de su peluquera.
—¿Qué tal te va, Sue Ellen?
Tenía la misma edad que él. De hecho, habían sido compañeros en la clase de Francés durante el instituto, pero le contestó con un reproche maternal:
—Bien. Te hace falta un buen corte.
Logan dejó correr la sugerencia. No le apetecía explicar por qué había dejado de someterse a la visita mensual a la peluquería.
—¿Cómo están Chris y los niños? —preguntó en cambio.
—Los gemelos están deseando que lleguen las vacaciones de verano y mi hijastra Amber, ya sabes, la hija de Chris, está emocionada con el baile de graduación del instituto —Sue Ellen miró hacia la última caseta de la calle, todavía vacía de clientes—. Si es que hay baile de graduación.
—Por supuesto que habrá baile —aseguró él—. Pase lo que pase.
La peluquera puso cara de no tenerlas todas consigo, pendiente aún de la caseta que solía recaudar el dinero necesario para decorar el salón de actos del instituto durante el baile de graduación. Luego devolvió la mirada a Logan.
—Quizá podías comprar tú el primer…
—Ni lo sueñes —atajó él.
—Venga —intentó persuadirlo Sue Ellen—. Tenemos que animar a la gente o todo el mundo empezará…
—A hablar de que la hucha está vacía, sí —finalizó Logan—. Pero ¿por qué me miras a mí? Es la hija de Chris la que se gradúa. Dile a él que se acerque y rompa el hielo.
Sue Ellen miró a su alrededor, como temerosa de que pudieran oírla, y susurró:
—Le tiene miedo.
Aunque aquello no le sorprendió, Logan levantó los ojos al cielo. Tres cuartas partes de la población masculina de Strawberry Bay tenían miedo a la mujer que se había prestado a ocupar la caseta del baile. Y el cuarto restante tenía miedo de los que sus mujeres o sus novias pudieran decir si se acercaban a ella.
—No es tan horrible —mintió Logan.
—¡Es la caseta de los besos! —exclamó Sue Ellen—. Ya sé que tiene una hermana pequeña que se gradúa este año, pero alguien debería haber pensado que poner a esa mujer justo en esa caseta equivaldría a acabar con una larga tradición.
Logan puso una mueca de desagrado. Como en cualquier ciudad pequeña, los habitantes de Strawberry Bay tenían una lengua tan larga como sus tradiciones. Pasarían décadas y se seguiría hablando de que el año de Elena O’Brien la caseta de los besos fue un fracaso absoluto.
Con todo, se negaba a ir allí. Conociendo a Elena, seguro que estaría encantada a solas.
Antes de que pudiera hacerlo cambiar de opinión, se despidió de Sue Ellen y se fundió entre la multitud. No quería seguir pensando en Elena ni en su peliaguda situación. Ojos que no ven, corazón que no siente, se dijo.
Sin embargo, por el rabillo del ojo, notaba una perturbadora presencia. Unos meses atrás, debido a que su hermano había empezado a salir con la mejor amiga de Elena, esta había irrumpido de nuevo en su vida. Aunque no la había visto desde los últimos días del instituto, en seguida se las había arreglado para perturbar su ánimo, igual que antes.
O peor, porque la nueva Elena era desconcertante, tan pronto fría e inaccesible como ruidosa y zumbona como un avispón dispuesto a clavarte el aguijón. Hacía dos semanas desde la última vez que se habían visto las caras, ella de dama de honor y él de padrino en la boda de Griffin y Annie. Había hecho todo lo posible por no dar alas a la tensión sexual que había comenzado a recorrer su cuerpo, decidido a no complicarse la vida.
Porque nada que tuviera que ver con Elena era sencillo.
Se obligó a apartarla de sus pensamientos una vez más y aceleró el paso sin mirar, tropezándose con Si Thomas, uno de los hombres que solían trabajar para él en Chase Electronics. Tras el golpe, Logan vio que las gafas del hombre le colgaban de una oreja, con una patilla doblada.
—¡Perdón! Lo siento —se disculpó—. ¿Estás bien?
—Tranquilo —Si se quitó las gafas para examinarlas. Luego miró a Logan—. Y el caso es que sí podías hacer una cosa.
—Lo que tú digas.
—Mi mujer forma parte del comité del baile de graduación del instituto —Si sonrió—. Acaba de suplicarme que encuentre a alguien para…
Logan no se molestó en oír el final del favor. Se tapó los oídos, se dio la vuelta desesperado y corrió a mezclarse con otros paseantes. Agradeció que Si no lo siguiera. Entonces, más tranquilo, se detuvo ante una galería de arte.
En seguida se fijó en un cuadro. Era una acuarela, pero no con los colores suaves que solía asociar con esa técnica. No sabía si era abstracto, impresionista o cualquier otra cosa, pero era evidente que representaba a una mujer en una cama. Las sábanas revueltas, pintadas de rojo, insinuaban sus formas; los hombros desnudos y los labios carnosos eran los de una mujer joven. El resto de la cara quedaba ensombrecido por el brazo con el que se tapaba los ojos. El pelo caía suelto sobre la almohada.
La imagen le despertaba tanta curiosidad como inquietud. Aquella yuxtaposición de la cama revuelta y la mujer dormida… Era como si estuviera esperando a que la despertase justo el hombre adecuado.
—Hola, Logan —dijo una voz.
Este se giró hacia el chico de una pareja de adolescentes.
—Hola, Tyler —lo saludó Logan. Tyler Evans vivía en la finca colindante con la de la familia de Logan. El padre de Tyler era dueño de una empresa de distribución que vendía la mayoría de las fresas de Strawberry Bay y su madre formaba parte de varias organizaciones de beneficencia.
Una bonita chiquilla de pelo negro y ojos azules lo acompañaba.
—Esta es Gabby —dijo Tyler, rodeándola por la cintura para marcar el terreno—. Nos conocimos en clase de pintura.
La chica, cuyo rostro le resultó perturbadoramente familiar, sonrió.
—Encantado —Logan le devolvió la sonrisa.
Tyler la apretó contra su costado y le dio un beso en el pelo, como cualquier joven enamorado incapaz de contenerse. Las mejillas de Gabby se sonrojaron, pero su sonrisa se expandió y Logan supo que debía haberse equivocado al sospechar que aquella chica podía tener algún parentesco con Elena. Aunque guardaban cierto parecido, Gabby tenía un aire alegre y accesible, y era evidente que disfrutaba del cariño de Tyler. Tocar a Elena, en cambio, era como agarrar un puñado de alfileres.
—Logan Chase —terminó con las presentaciones Tyler.
—Ya —la sonrisa de Gabby se volvió enigmática—. Mi hermana me ha… hablado de él alguna vez.
—Entonces eres Gabby O’Brien, ¿no? —preguntó Logan. Así que no se había equivocado—. La hermana de Elena.
—¡Vaya!, ¿conoces a Elena? —dijo Tyler contento—. Justamente íbamos a verla. ¿Te apetece venir con nosotros?
—¿Si me apetece qué?
Debía de estar muy colgado de la pequeña Gabby, porque la expresión de Tyler siguió igual de animosa.
—A ver a Elena. En la caseta de los besos. Voy a… —Tyler tragó saliva— comprarle un beso.
—¿Que vas a qué? —preguntó Logan, convencido de que había oído mal.
—A comprarle un beso —contestó con bravura.
—Pues no vivirás para contarlo —Logan rio—. Antes te apuñalaría que darle un beso a un adolescente como tú.
Gabby soltó una risilla y Logan la miró avergonzado por haber dicho algo así delante de ella. Pero, qué demonios, tenía que reconocer que su hermana era un témpano de hielo.
—Alguien tiene que ir y pagar por un beso —insistió Tyler—. En cuanto haya un hombre que… sobreviva, se acercarán más clientes. Necesitamos el dinero para el decorado del baile de graduación.
—Chico… —Logan se mesó el cabello mientras buscaba una forma delicada de explicar la situación.
—Alguien tiene que hacerlo —se empecinó Tyler con tanta nobleza como falta de luces—. Y supongo que ese alguien tendré que ser yo.
Logan suspiró. Lo había intentado. De veras que sí. Nadie podría decir lo contrario. Volvió a suspirar.
—No te preocupes, chico —Logan respiró profundo y se preguntó si el temor que empezaba a crecer en su estómago sería lo que las víctimas de sacrificios humanos sentían antes de que las ejecutaran—. Ya voy yo.
Logan miró a la mujer de la caseta de los besos a más de cincuenta metros de distancia. Si no fuera tan asombrosamente bella, pensó, quizá no fuera tan horrible besarla.
El pelo, negro y brillante, le caía liso hasta la barbilla, como un marco que realzaba sus voluptuosos labios hechizantes. Y su piel aterciopelada, tersa e inmaculada, hacía destacar unos ojos azules que brillaban como zafiros.
Si con eso no bastaba para volver loco a un hombre, desde los dieciséis años Elena O’Brien tenía la clase de curvas que hacía que todos los hombres entre doce y ciento doce años se pararan, se quedaran mirándola y tragaran saliva.
De modo que Elena tenía una cara preciosa y un cuerpo de infarto. La combinación perfecta para que cualquier hombre pensara en…, bueno, copular como animales. Pero Logan sabía por experiencia que no era conveniente dejar que la parte inferior del cuerpo relegara al cerebro en sus funciones cuando se estaba cerca de Elena. Se corría el riesgo de soñar que te acariciaba la espalda mientras ella pensaba la forma de arrancarte los ojos.
Lo más curioso era que a la gente le caía bien. Incluso a las mujeres, a pesar de tener ese encanto especial que podría ponerlas celosas. Tenía fama de ser una trabajadora infatigable, y la flamante cuñada de Logan aseguraba que era una amiga estupenda. Pero cuando un hombre se acercaba como hombre a Elena O’Brien, esta bufaba y sacaba las garras hasta ahuyentarlo.
Logan respiró profundo y se acercó a la caseta de los besos. Como si presintieran adónde se dirigía, las personas le abrían camino, como si se tratara del comisario de una película de vaqueros.
Metió las manos en los bolsillos de sus gastados vaqueros y prefirió no dar importancia al ritmo trepidante al que le latía el corazón. Dios quisiera que la expresión de su cara no reflejase lo que sentía. Según la sabiduría popular, no era aconsejable mostrar miedo delante de animales que muerden.
La caseta del baile de graduación estaba situada bajo la sombra de un par de árboles vetustos. Tenía una fachada divertida, con forma de castillo, y estaba pintada de blanco y decorada con flores de papel rojo y rosa, colores que armonizaban a la perfección con la belleza radiante de Elena, cuyas cejas negras se alzaron en dos arcos igualmente perfectos al ver acercarse a Logan.
Este hundió las manos en los bolsillos más aún y curvó los labios en lo que esperó que pareciese una sonrisa relajada.
—¡Muy buenas! —la saludó, preparándose para encajar cualquier tipo de azote verbal.
Una hucha de cristal vacía reposaba sobre el estrecho mostrador. Era donde debía introducirse el dinero, y otros años estaba rebosante de billetes. Elena ni lo miró mientras bajaba del taburete en el que estaba sentada y se plantaba sobre sus zapatillas.
—¿Qué quieres? —preguntó en un tono bajo para su escala de truculencia.
Lo que significaba que no daba por sentado que tuviera intención de besarla, lo que sin duda le habría hecho afilarse las uñas.
—Solo… pasaba a saludarte un momento.
—Claro —contestó ella—. Pues hola —añadió después de mirarlo de pies a cabeza.
La brevedad de la respuesta lo puso alerta. Lo cierto era que, sin querer y por desgracia, Logan le había dado plantón hacía dos semanas, la noche de los últimos preparativos del banquete de la boda de su hermano. Teniendo en cuenta las miradas envenenadas que Elena le había lanzado en el altar, había imaginado que aprovecharía la ocasión para cubrirlo de insultos.
—¿Va todo bien? —se atrevió a preguntar con cautela.
En vez de responder, ella se ruborizó.
Se quedó boquiabierto. Elena había agachado la cabeza para disimular el rubor que encendía sus mejillas. Estaba desconcertado. Ella nunca se había mostrado tímida, ni civilizada siquiera, estando con él.
—¿Te encuentras bien? —quiso saber.
—¿Es eso lo que dicen? —contestó Elena esperanzada mientras Logan seguía intentando comprender aquella extraña docilidad—. ¿Creen que estoy resfriada y que puedo contagiarles? —añadió, enfatizando aún más el tono de esperanza.
—No —contestó él. No quería mentirle—. Pero…
—Da igual —Elena volvió a sentarse en el taburete—. En realidad no creía eso —añadió y, como para demostrar que estaba en forma, alzó la barbilla desafiantemente.
Todavía asombrado, Logan estudió su cara. Tenía las mejillas encendidas, y estaba seguro de que no se debía a fiebre alguna, ni a un arrebato de mal genio siquiera. Era increíble. ¿De veras se sentía incómoda Elena por la falta de clientes?
Maldita fuera, él había ido a la caseta para ayudar a recaudar fondos para el baile de graduación, para salvar al valiente Tyler de las garras de Elena. Pero esta lo asesinaría si llegaba a la conclusión de que había ido a comprar un beso para que no se sintiera humillada.
Y aun así…, ¿Elena humillada? Resultaba inconcebible.
Sin saber qué paso sería el correcto, decidió no dar ninguno por el momento y volvió a sonreír amistosamente.
—¿Sabes algo de Griffin y Annie?
—Sí —contestó ella. Su hermano y la amiga de Elena estaban de luna de miel en Europa—. Me ha llegado una postal desde Francia —añadió mientras sus labios se curvaban en una dulce sonrisa.
«Oh, oh», pensó Logan al ver aquella sonrisa encantadora. Sintió que se le aflojaban las piernas. El cerebro se le paralizó cuando la sangre que debía circular de cintura para arriba se desplazó hacia la mitad inferior de su cuerpo.
—¿Qué miras? —espetó agresiva Elena.
—Na… nada —Logan tomó aire antes de repetir—. Nada.
—Ah —Elena se relajó un poco, aunque siguió mirando a Logan con recelo—. Bueno.
Por poco. Había estado a punto de desatar su ira. Elena odiaba que los hombres reaccionaran ante su belleza. Y más si el hombre era él. De modo que hizo todo lo posible por disimular.
—Me he encontrado con tu hermana —comentó Logan con aparente tranquilidad, recostándose sobre el mostrador con naturalidad.
A ella se le iluminó la cara. Dios, aquella sonrisa era capaz de derretir a cualquiera.
—¿Has visto a Gabby?, ¿está aquí?
—Con Tyler Evans, que supongo que será su novio.
—Supongo —Elena se encogió de hombros—. Es algo pasajero. Gabby se marcha a la universidad de Berkeley en otoño. A estudiar Medicina —añadió con orgullo.
—Tyler me ha dicho que también pinta —comentó impresionado Logan.
—Por hobby —dijo Elena sin darle importancia—. Pero llegará más lejos en la vida con Medicina.
—Ya… —Logan pensó que sería demasiado arriesgado decirle que no debía despreciar el talento artístico de Gabby—. Estoy seguro de que triunfará haga lo que haga.
—Desde luego —afirmó Elena—. Gabby va a tenerlo todo: unas notas excelentes, un baile de graduación per…
—Una vida universitaria perfecta —añadió él y, por una vez, consiguió que Elena le sonriera como si le cayese bien.
—Exacto. Para eso hemos trabajado.
«¿Hemos?» Cada vez le gustaba menos la forma en que parecían estar dirigiendo la vida de Gabby.
—Elena…
—¿Sí? —contestó ella distraída, mirando a un hombre que se acercaba a la caseta.
De pronto, al reconocerla, el hombre giró y se puso a la cola de la caseta para el hospital infantil, como si ese hubiese sido su propósito desde el principio.
—¿Qué tal crees que le sentarían unas rastas? —intentó bromear Logan, mirando hacia la calva del hombre.
Al ver que ella no respondía, se dio la vuelta hacia Elena. Sus ojos brillaban con el azul del cielo y, de repente, Logan advirtió que estaban humedecidos. Tragó saliva.
—Elena…
—No, no digas nada —contestó ella con voz tensa—. Estoy en esta caseta asquerosa por Gabby. A mí me da igual. Y como se te ocurra contarle a alguien que se me han saltado un par de lágrimas porque un hombre no ha querido comprarme un beso, te…
El hecho de que no fuera capaz de completar la amenaza era una prueba irrefutable de lo disgustada que estaba.
—¿Me quemarás los dedos de los pies con agua hirviendo? —propuso Logan para darle la oportunidad de recuperarse—. ¿Me meterás hormigas por la oreja?
—¿Hormigas por la oreja? —repitió Elena al tiempo que se secaba una lágrima con el pulgar—. Déjalo, por favor.
—Perd…
—Te digo que lo dejes —atajó ella—. Mi estado de ánimo no tiene que ver con la caseta. Lo que pasa es que tengo un mal día. ¿No puedo tener un mal día? —añadió, fulminándolo con la mirada.
Dado que, por lo general, era la causante de que los demás tuvieran días malos, él no supo qué responder.
—¿Te sucede algo? —se aventuró con cautela.
—Me sucede de todo —contestó con agresividad justo antes de desviar la mirada.
A Logan se le heló la sangre. De modo que le pasaba algo. ¿Podría tener problemas de amores? No tenía noticia de que estuviese saliendo con nadie, y tendría que tratarse de un hombre con agallas pero… Lo enfurecía pensar que alguien pudiera haberse hecho un hueco en el corazón de Elena para luego rompérselo.
—¿Es por un hombre?
—Por supuesto que no —respondió Elena. Pero seguía sintiéndose vulnerable y no se atrevió a mirarlo a la cara.
—¿Cómo se llama? —exigió saber Logan.
—Que no —insistió ella—. No es nada de eso.
—Entonces… ¿qué? —la presionó Logan.
—Logan… —le advirtió Elena.
—¿Qué pasa? —replicó él, de pronto tan agresivo como ella—. Cuéntamelo. Ya.
—¡Vale! Si tanto te interesa, lo reconozco: el problema es esta caseta, ¿contento! —exclamó Elena al tiempo que apuntaba hacia la hucha vacía—. Me siento abochornada, ¿y qué?
Logan se sintió aliviado. Notó que se le pasaba el arranque de agresividad. Elena O’Brien, la mujer más fuerte y aguerrida que jamás había conocido, acababa de admitir en voz alta que tenía sentimientos normales, como cualquier otro ser humano.
De repente, la idea de besarla no le pareció tan intimidatoria. Se recorrió los dientes con la lengua y sonrió.
—No sé, con otras cosas quizá no, pero sí que puedo ayudarte con eso —dijo Logan, apuntando a la hucha.
—Ni se te ocurra —le advirtió ella.
Se le ocurrió que debería sentirse ofendido por la aparente falta de gusto de Elena.
—¿Por qué? —preguntó él con precaución.
—No me vas a besar y punto —sentenció Elena. No tenía sentido, pensó Logan. Él se acercaba para hacerle un favor y ella se lo agradecía rechazándolo. Como si le hubiera leído la mente, Elena añadió—: Ya entiendo. Crees que me estás haciendo un favor, ¿no? Pues no necesito tu compasión —dijo, y puso los brazos en jarras al tiempo que aproximaba el cuerpo hacia delante sobre el mostrador.
Estaba suficientemente cerca para que le llegara su aroma, una fragancia exótica que olía a flores bañadas por el sol. Logan intentó encontrar alguna respuesta, pero la cabeza le daba vueltas.
También ella debió de advertir la escasa distancia que los separaba, porque se retiró en seguida.
Logan estiró un brazo y le agarró una muñeca.
Y Elena se quedó paralizada. Sintió un escalofrío por la espalda y miró la mano de Logan sobre la de ella. Después lo miró a la cara.
—Suéltame.
—No —contestó Logan. Notaba que a Elena le temblaba el brazo y no sabía si era de ira, si se sentía incómoda o una mezcla de las dos cosas. Tiró de ella hasta que solo los separó el mostrador.
Respiraba tan rápido y con tanta fuerza que sus impresionantes pechos parecían querer atravesar el algodón de la camisa que llevaba. Absorto ante aquel espectáculo, la mente de Logan hizo una nueva cabriola. Elena intentó aprovechar aquel instante de distracción para escapar, pero un instinto más poderoso que el deseo hizo que Logan apretara la mano para retenerla.
—No quiero que me compadezcas —repitió Elena.
—No imaginas cómo me gustaría estar haciendo esto por compasión —murmuró él con voz ronca, inclinándose sobre el mostrador.
—Entonces ¿por qué lo haces? —contestó ella, ruborizada por segundos—. Bah, no me lo digas, ya lo sé. Es por…
—No —atajó Logan—. Estás en la caseta de los besos y voy a comprar un beso. Déjalo estar, ¿quieres?
Luego adelantó la boca. Hacía once años que no la besaba, desde que ella tenía dieciséis y él dieciocho. Pero, de pronto, vaciló. No se sentía del todo preparado para reavivar el recuerdo de aquellos besos. Seguro que besarla de verdad no sería tan increíble como las sensaciones que conservaba en su memoria.
Elena seguía temblando, sus ojos echaban fuego azul, pero ya no intentaba soltarse. Y él no se echaría atrás. Todo parecía haber ido conduciéndolos hasta ese momento desde que se habían vuelto a encontrar unos meses atrás. Lo más sensato sería besarla de una vez y dejar la cuestión zanjada.
Cubrió sus labios.
Elena inspiró bruscamente ante el contacto y Logan se quedó helado. Notó cómo le temblaba el cuerpo, pero se rehízo: le soltó la muñeca para poner las palmas sobre sus hombros. Luego introdujo la lengua entre sus labios. No dentro de la boca sino solo entre aquellos labios suaves, carnosos, que eran una auténtica perdición, sin entender cómo había podido llegar a olvidarse de su sabor.
Elena volvió a tomar aire y, al hacerlo, dio acceso a la lengua de Logan, cada vez más embriagado, entregado, sumido en una espiral vertiginosa de sensaciones.
Emitió el más leve de los gemidos. Su fragancia floral los envolvió y Logan saboreó el deseo en el corazón de su boca, lo reconoció por el modo en que Elena deslizó la lengua contra la suya, como si también ella quisiera paladear su textura.
De pronto sintió rígido todo el cuerpo, todos los músculos tensos, en todas partes, poniéndose duros como una roca. Apretó más la boca, profundizó el beso y, a pesar de que notó la velocidad a la que le latía el corazón, la presión con la que le circulaba la sangre por las venas, mantenía la cabeza bien despejada, como para grabar a fuego en la memoria aquel beso.
Cuando abrió los ojos, vio los de Elena entrecerrados, lánguidos, como dos rendijas al caluroso cielo azul de los veranos. Y distinguió todo: la atracción, la excitación… y algo más.
Vulnerabilidad.
Con el pulso disparado y los poros aullando en protesta, Logan puso fin al beso, despacio pero con firmeza, hasta separarse de Elena. Aunque supo que ella lo estaba mirando, se negó a hacer frente a sus ojos. De modo que se concentró en recuperar el resuello, al tiempo que metía una mano en el bolsillo.
Esa misma mañana había quedado con un amigo y había cambiado su moto por una furgoneta vieja y unos cuantos billetes en efectivo. Sacó el fajo y los miró sin apenas entender el significado de los números inscritos en las esquinas. Pestañeó, intentó concentrarse y por fin encontró el que buscaba.
Lo sacó. Sin mirarla aún, lo introdujo en la hucha. Luego se dio la vuelta.
—Espera –dijo ella.
A su pesar, Logan se giró hacia ella. Lo alivió verla totalmente repuesta, salvo por la ligera hinchazón de los labios. Sus ojos habían recobrado su frialdad habitual y la ceja que enarcó formaba parte de uno de sus gestos desafiantes de siempre.
—El comité del baile de graduación te da las gracias por tu aportación —añadió.
Logan exhaló un suspiro silencioso, captando al instante el sentido de aquel comentario. No era Elena quien le daba las gracias, sino el comité. De acuerdo. Asintió con la cabeza y descubrió que también él se había recuperado lo suficiente para llevarse a la sien derecha dos dedos y despedirse con un saludo informal.
Se dio la vuelta y echó a andar con la sensación de haber esquivado una bala letal. Su sexto sentido le había aconsejado no prolongar aquel beso. De alguna manera, había sabido que si se hubiese aprovechado del pasajero desvanecimiento de Elena, esta nunca se lo habría perdonado. Como supo que él no habría podido olvidarla a ella jamás.
FINALIZADO su turno en la caseta de los besos, Elena O’Brien se abrió hueco entre la multitud en la dirección en la que había visto irse a Logan. Tenía la mano en el bolsillo, tocando el billete doblado que él había echado en la hucha. Era la única razón por la que iba en su busca.
Porque habría preferido salir corriendo en dirección contraria.
Solo había un hombre capaz de hacer que se sintiera como una adolescente aturdida, capaz de hacerla sentir medio tímida y medio salvaje, como si tuviera dieciséis años otra vez. Se acordaba de cuando tenía aquella edad, también con los labios hinchados, pero de que su abuela se los frotara para limpiarle el pintalabios rojo que tanto quería ponerse Elena.
Solo las chicas sin modales se pintaban la boca. Las chicas que se pintaban los labios, ¡y con un color tan llamativo!, captaban la atención de los chicos de un modo poco apropiado.
Su abuela, Dios la tuviera en su gloria, había tenido razón en eso.
Al cabo de todos esos años, Elena no tenía tiempo para los hombres ni para atención alguna que estos pudieran prestarle. No cuando tenía que pensar en el futuro de Gabby y en todo el dinero que haría falta para que su hermana estudiase en la universidad. Elena ya tenía dos trabajos y, pensó mientras suspiraba, quizá tuviera que buscar un tercero para pagar las reparaciones de los destrozos que el último terremoto había causado en la casa que Gabby y ella habían heredado de su abuela.
Y, de todos modos, lo cierto era que Elena tenía mala suerte con los hombres. De modo que tampoco era un gran sacrificio renunciar a ellos para que su hermana pudiera realizar su sueño.
Al verlo de espaldas entre un grupo de espectadores que se había congregado en torno a un escenario pequeño, los pies se le pararon por propia iniciativa y el corazón le dio otro de esos estúpidos pellizquitos infantiles. De pronto consideró si dejarle que pensara lo que quisiera y rehuir enfrentarse a Logan Chase.
Pero enderezó la espalda y se dirigió a su encuentro. Se negaba a someterse a las absurdas reacciones de su cuerpo cada vez que estaba cerca de él. Era una cuestión de orgullo. Aunque nunca le permitiría saber cómo la perturbaba su presencia. No le daría esa satisfacción, ni hablar.
Fue pidiendo disculpas para hacerse hueco entre las personas hasta situarse justo detrás de él.
—Logan —lo llamó. En vista de que no se giró de inmediato, Elena le dio un toque en la espalda. Retiró la mano en seguida, como si le hubiera dado calambre.
—Eres tú —dijo él, sorprendido, después de darse la vuelta.
Elena se quedó inmóvil. La palabra «tú» había modelado el dibujo de un beso en la boca de Logan. De nuevo notó los labios hinchados. Y no porque siguiera acordándose de cómo se los frotaba su abuela, sino porque no hacía ni veinte minutos que Logan había posado esa boca sobre sus labios. El beso la había hecho olvidarse de la caseta, de Strawberry Bay y, por increíble que resultara, hasta de sus preocupaciones y responsabilidades.
Se mordió el labio inferior y volvió a meter la mano en el bolsillo. Rozó el billete con los dedos, lo que le recordó que había ido a buscarlo con un propósito, aparte de revivir el beso.
—Te has confundido —dijo ella mientras sacaba el billete, de mil dólares.
—¿Quién está en la caseta de los besos? —preguntó Logan, mirándola a los ojos tras bajar la mirada fugazmente hacia el billete.
Elena se obligó a no ruborizarse y fingió no haber reconocido que el fracaso en la caseta le había dolido.