Locura de una noche - Corazón al descubierto - Christie Ridgway - E-Book

Locura de una noche - Corazón al descubierto E-Book

CHRISTIE RIDGWAY

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Beschreibung

Locura de una noche Habían cometido la mayor locura de sus vidas La tímida bibliotecaria Emily Garner necesitaba vivir un poco. Y aquel reencuentro casual con su amor de la infancia, Will Dailey, le hizo ver que las Vegas era el lugar perfecto para un fin de semana salvaje. Tan salvaje, que de hecho sólo recordaban vagamente que se habían casado. Will no había visto a Emily durante años… ¡Y ahora era su mujer! Seguía siendo como la recordaba, la fantasía de cualquier hombre, pero él se había pasado los últimos diecisiete años agobiado por las responsabilidades familiares, y ahora lo único que deseaba era disfrutar de la vida despreocupada de un soltero. No quería estar atado a la dulce, hermosa y deliciosamente inocente Emily… ¿O tal vez sí?   Corazón al descubierto ¡Aquel era el lugar perfecto para encontrar por fin el amor verdadero! Thea Benedict estaba a punto de decirle a su ex amante, Johnny Griego, que estaba embarazada cuando la hija adolescente de Johnny se le adelantó con el mismo notición. Thea sabía que Johnny no era el tipo de hombre con quien se podía soñar con un final feliz. Además, él estaba preocupado por el embarazo de su joven hija. Sin embargo, contra todo pronóstico, ¡el ranchero le pidió que se casara con él! Thea debería haber adivinado que lo hacía impulsado por su sentido de la obligación, y ella tenía su propio concepto de lo que era casarse por amor…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 471 - agosto 2024

 

© 2009 Christie Ridgway

Locura de una noche

Título original: I Still Do

 

© 2009 Karen Templeton-Berger

Corazón al descubierto

Título original: Reining in the Rancher

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1074-057-0

Índice

 

Créditos

Locura de una noche

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Corazón al descubierto

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

 

Querida lectora:

 

Rápido. Visualiza a tu primer amor. Y ahora, imagina que vuelves a encontrarlo. Los dos estáis solteros, el sol brilla con fuerza y la antigua magia que había entre vosotros reluce como si fuera polvo mágico flotando en el aire…

Éste es el momento que Emily Garner y Will Dailey viven cuando se encuentran por casualidad en el vestíbulo de un hotel de Las Vegas. Y la magia no desaparece a medida que avanza la noche. Al contrario, Emily y Will disfrutan de los increíbles sentimientos que albergan el uno por el otro, y dos días más tarde, animados por esas emociones, visitan una pequeña capilla y hacen una impulsiva apuesta el uno por el otro.

Pero al regresar a la vida real tendrán que enfrentarse a las consecuencias de su alocada decisión. Tras toda una vida de responsabilidad criando a sus cinco hermanos menores, Will estaba deseando llevar una vida de soltero. Emily está abierta a un nuevo comienzo y quiere encontrar el amor, pero ¿será Will «el salvaje» el hombre adecuado para ella?

El primer amor convertido en amor eterno es uno de mis temas románticos favoritos. Espero que disfrutes con la historia de amor con final feliz de Emily y Will.

Con mis mejores deseos,

 

Christie Ridgway

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EMILY Garner se despertó y giró la cabeza hacia un lado. Su mejilla se topó con algo fresco en el rasposo material de… ¿la almohada? Las almohadas no picaban.

Movió los dedos de los pies y encontró confines rígidos.

Las sábanas tampoco le confinaban normalmente los pies. Aspirando con fuerza el aire, se dio cuenta de que todavía llevaba puesto aquel sujetador sin tirantes que le había prestado Izzy y que suponía una tortura. El aro inferior hacía que sintiera como si fuera a sufrir un inminente ataque de asma.

Así que estaba completamente vestida. Y además se dio cuenta de que estaba encima de la cama en lugar de metida dentro. Lo que significaba que la noche anterior tendría que haber… ¡La noche anterior! El corazón le dio un vuelco al pensar en la noche anterior. Lo ocurrido en la oscuridad de aquellas horas le inundó el cerebro. Abrió los ojos de sopetón y se incorporó en la cama.

Las oscuras cortinas que cubrían las ventanas del hotel sumían la habitación en una penumbra turbia. El sol se colaba a través de los extremos, confirmando que habían transcurrido horas y no escasos minutos desde que se sentó en la cama después de…

La puerta del baño se abrió de golpe. A Emily le dio un vuelco el corazón cuando apareció una figura oscura en el umbral. La luz dorada se reflejaba a su espalda, igual que el vapor de la ducha, como le había sucedido a la cantante estrella del espectáculo de Las Vegas que habían visto la noche anterior, antes de…

Oh, Dios.

—¿Will? —suspiró con un voz ronca. Una mano se apretó el corpiño del vestido al pecho mientras que la otra tiraba del bajo del liguero, otro préstamo de Izzy—. ¿Esto… esto es…?

—Es tu mejor amiga —la voz ronca de Izzy, se identificó cuando salió del umbral.

Emily sintió sólo un leve alivio.

—Entonces, ¿ha sido todo un sueño? —preguntó algo esperanzada.

—No —respondió Izzy acercándose a la cama—. Ha ocurrido. Y después de casarnos con esos hombres, parece que hemos perdido a nuestros maridos.

Nuestros maridos. Emily pronunció las palabras mientras Izzy descorría las cortinas. El sol le dio de lleno en la cara y se puso las manos en los ojos con un gemido.

—¿En qué estábamos pensando?

A través del escudo de sus dedos podía sentir a Izzy moviéndose por la habitación.

—Estábamos pensando en que era una buena idea en ese momento —respondió su amiga.

Emily se tragó su siguiente queja infantil, porque Dios sabía que no era ninguna niña. Tenía treinta años.

Pero así era como había empezado todo, ¿verdad? Con ella y Izzy celebrando su entrada en la década de los treinta durante la reunión anual de bibliotecarias que se celebraba cada septiembre. Tras pasar dos días con otros bibliotecarios que parecían tan rancios y aburridos como un ejemplar de la Enciclopedia Británica, Emily estuvo de acuerdo con su antigua compañera de habitación y actual mejor amiga en que había llegado el momento de dejar de ser un estereotipo y empezar a vivir un poco.

Y entonces, dos tardes atrás, se tropezó con Will Dailey cuando ambas se encaminaban a la piscina del lujoso hotel Jungle.

Nunca llegaron. El hecho de haberse encontrado con un viejo amigo fue al parecer suficiente para ambos.

Desde luego, para ella había sido el fin del mundo.

Emily dejó caer las manos y miró de reojo a Izzy, que miraba el teléfono móvil con el ceño fruncido.

—Oh, Izzy, por Dios. Nunca pensé que hubiéramos bebido tanto.

Izzy se encogió de hombros.

—Bebimos lo suficiente. Y eso fue la guinda tras cuatro noches sin dormir, dos porque trasnochamos para intentar ponernos a tono, y las otras dos porque nos agasajaron dos hombres que se merecen un puesto cada uno en el calendario solidario de los bomberos. Creo que podemos asegurar sin lugar a equivocarnos que anoche estábamos influenciadas.

¿Influenciadas por qué, exactamente? En el caso de Emily, el sentimentalismo formaba parte de la ecuación. Will era un amigo de la infancia, el chico de verano al que había amado desde los doce hasta los diecisiete años. Y luego estaba la promesa que le había hecho a Izzy de «vivir un poquito», por no mencionar los nervios normales de una mujer a punto de iniciar un nuevo trabajo… en el mismo condado en el que vivía Will.

—¿Esto te trae recuerdos? —Izzy se acercó más levantando el teléfono móvil en la mano. En la pantalla había una foto de Will y Emily. Se reían delante de la cámara, abrazándose con fuerza. Ella parecía feliz, y él…

Completamente adulto. Impresionantemente guapo, con los hombros y el pecho ancho, por no mencionar los fuertes brazos que la abrazaban con tanta fuerza que Emily pudo sentir el delicioso aroma de su cuello. Suspiró y volvió a mirar su propia imagen.

—Me había olvidado del velo.

—¿Te acuerdas? Los alquilamos. Pero el anillo de boda es tuyo. Te lo puedes quedar.

Emily bajó la vista hacia la mano izquierda. Y ante la visión de aquel círculo reluciente revivió una y otra vez toda la velada. Lo bien que se lo estaban pasando, la loca idea de cumplir la vieja promesa que se habían hecho cuando eran niños de casarse a los treinta si estaban solteros, el modo en que Izzy y el mejor amigo de Will, Owen, se habían entusiasmado con la idea de ser sus testigos… Y luego la impulsiva y vertiginosa decisión que habían tomado ellos mismos de casarse también. Los chicos, que ahora eran sus maridos, habían dicho que las esperaban en una mesa del bar.

—Yo sólo iba a sentarme en la cama durante un instante —le dijo Emily a Izzy.

Su amiga asintió con la cabeza y cerró el teléfono.

—Yo también. No encontraba mi barra de labios, y pensé que, si cerraba los ojos, recordaría dónde la había puesto.

Emily se apretó los ojos con fuerza.

—De acuerdo, de acuerdo, nos hemos metido en un lío. Pero Izzy, menos mal que estás conmigo en esto.

Izzy estaba recorriendo la habitación de arriba abajo, pero Emily tenía jaqueca, así que se dejó caer sobre el colchón para pensar.

—La buena noticia —dijo— es que siempre habíamos querido ser la dama de honor en la boda de la otra.

—Tampoco pensamos en eso lo suficiente —dijo Izzy desde el cuarto de baño—. ¿Cómo íbamos a ser las dos damas de honor? Tú te casaste primero anoche, así que yo sí fui tu dama de honor, pero tú fuiste la madrina de honor en la mía.

Madrina. ¿Madrina? ¿Una mujer casada? Eso no parecía real. Y casada con Will… Bueno, era una idea digna de sus sueños de adolescentes. Cuando vio la oportunidad de un puesto de trabajo en el condado de Ponderosa, en California, le llamó la atención porque el hogar de Will, Paxton, estaba allí. Pero cuando presentó la solicitud y más tarde aceptó el trabajo, nunca consideró seriamente la posibilidad de volver a verlo. Había salido de su vida cuando ella tenía diecisiete años, la última vez que estuvieron juntos en el campamento de verano de las Sierras.

El pulgar de Emily recorrió el círculo de oro de su dedo izquierdo. Aparte de saber que Will era bombero, sabía poco de lo que había sido su vida en los últimos trece años. Pero habían tenido tiempo de sobra para disfrutar de su mutua compañía en los dos últimos días. En las piscinas del hotel, saltando a la pista de baile con Izzy y Owen en más de una ocasión, aunque nunca se detenían en las máquinas tragaperras o en las mesas de juego. Sentía como si ya tuvieran bastante suerte con estar juntos.

Pero ¿qué iban a hacer ahora? Era un auténtico lío. No sólo porque Izzy y ella hubieran dejado plantados a sus maridos la noche anterior, sino porque aquello no era una broma de niños ni una novatada de universidad, sino un asunto serio al que los cuatro tendrían que enfrentarse. Seguro que ellos pensaban lo mismo.

Will y Owen trabajaban como bomberos en Paxton y Emily iba a mudarse a una localidad cercana, pero Izzy trabajaba para bibliotecas de todo el país. Tenía sus pertenencias repartidas en casa de amigos entre California y Connecticut, y Emily dudaba de que pagara siquiera un alquiler en algún lado. Resultaba difícil imaginarse a Emily asentada en un lugar fijo… pero pensar en lo que Izzy iba a hacer era sólo una excusa para no pensar en su propia vida y en lo que tenía que encarar.

Por suerte, Izzy no iba a dejarla sola.

—Te quiero, Izzy. Me alegro mucho de que estés ahora aquí conmigo.

Emily abrió los ojos y miró a su amiga, que estaba de pie al lado de la cama con la maleta llena. En su hermoso rostro color aceituna y en sus ojos marrones se reflejaba la culpa, y apartó la mirada de Emily.

Emily se incorporó todavía más, preguntándose ahora por qué su amiga se movía con tanta decisión por la habitación que compartían.

—Izzy, ¿qué estas haciendo?

Izzy, tan chic como siempre, llevaba un traje pantalón negro sin mangas y zapatos de tacón bajo.

—Yo… Tengo que tomar un vuelo. Ya sabes que me esperan en Massachusetts mañana por la mañana.

—Yo sí que te necesito. Todos necesitamos ayuda. ¡Por el amor de Dios, nos hemos casado anoche!

—No puedo enfrentarme a eso ahora mismo —aseguró Izzy sonrojándose—. Tengo trabajo, y… y…

—¿Qué va a pensar Owen? ¿Qué se supone que tiene que hacer? ¿Y qué voy a hacer yo? —Emily deseaba llorar, pero tenía miedo de venirse abajo por completo.

—Ya se le ocurrirá algo a Owen. Puedes darle el número de móvil… o, mejor dicho, no se lo des. Dile que yo le llamaré. Pronto. Justo cuando termine con este trabajo. O con el siguiente.

Emily se quedó mirando a su amiga. Nunca había visto a Izzy tan nerviosa y asustada.

Emily salió de la cama y se acercó a su amiga.

—Izzy —dijo acariciándole el brazo—. ¿Qué ocurre?

La morena dejó escapar una risa nerviosa.

—¿Aparte del hecho obvio de que nos hemos casado anoche? ¿Crees… crees que conseguiremos que nos anulen el matrimonio?

Emily suspiró.

—Supongo que… Bueno, no hemos tenido relaciones sexuales con ellos.

Los hombros de Izzy se desplomaron de pronto.

—Así es.

—¿Qué? —Emily entornó los ojos—. Izzy…

—Tengo que irme —en un movimiento rápido, la otra mujer abrazó a Emily, agarró sus maletas y corrió hacia la puerta—. Estamos en contacto.

—¡Izzy! —pero Emily se quedó con la puerta cerrada en una habitación que tenía que dejar antes de las once de la mañana.

Y con la certeza de que estaba sola. De nuevo.

La idea la golpeó con fuerza.

Sola, como había estado durante los últimos ocho meses desde que su madre, su único pariente vivo, había fallecido.

Pero en lugar de permitir que la soledad se adentrara en ella, se concentró en el problema que tenía entre manos. ¿Qué iba a hacer ahora?

La única respuesta que se le ocurrió fue seguir el ejemplo de Izzy. Pero no podía hacerlo. No podía marcharse a hurtadillas de Las Vegas.

Armándose de valor, se acercó al teléfono de la habitación. No tenía el móvil de Will, pero el hotel podía conectarle con su habitación.

No respondió al teléfono.

Ni tampoco lo hizo diez minutos más tarde, cuando ella hizo las maletas.

De acuerdo, negoció consigo misma. Lo intentaría una vez más, y si no obtenía respuesta, le dejaría un mensaje. Había practicado en voz alta.

—Will, soy Emily. Oye, tengo que irme. Quedemos en Paxton para… resolver este asunto.

Tenía un tono animado, alegre incluso. Ni rastro del torbellino que sentía en su interior ni del alivio que suponía para ella posponer el inevitable enfrentamiento.

Tras dejar el mensaje y colgar el teléfono, hizo lo que había querido hacer desde el principio. Hizo lo mismo que Izzy y se marchó de la ciudad.

Pensando con lógica, se dijo a sí misma que un viaje en coche hasta California en compañía con todas las pertenencias que se llevaba a su nuevo trabajo era el mejor modo de pensar cómo afrontar el hecho de ser ahora una mujer casada.

Y pensar en cómo se había metido en semejante lío.

 

 

Por primera vez en su vida, Will Dailey deseó ser agente de policía en lugar de bombero. Entonces, pensó mientras se dirigía a la doble puerta acristalada de la biblioteca del condado, podría entrar con un juego de esposas y arrestar a aquella mujer.

Emily Garner.

Su esposa.

La idea le produjo un nuevo retortijón en el estómago, que llevaba funcionando como una hormigonera desde que descubrió que la mujer con la que se había casado había salido del hotel y había huido de Las Vegas, dejando tras de sí únicamente un mensaje cobarde y demasiado animado. Entonces Will había salido corriendo, pero no había sido capaz de encontrarla hasta aquel día, casi una semana después, en el que iba ser el primer día de Emily en aquel trabajo.

Y la primera cara que iba a ver sería la suya, se dijo con una sonrisa. Luego abrió la puerta y entró, decidido a aclarar las cosas de una vez por todas.

Allí estaba ella.

A su pesar, Will se quedó paralizado. Al final de la espaciosa alfombra, con la cabeza inclinada sobre unos papeles en su escritorio, estaba la mujer que había dicho «Sí, quiero» cinco noches atrás con voz ronca y una traviesa promesa brillándole en los ojos. Cielos, él sentía algo por Emily Garner desde la primera vez que la vio, cuando tenía doce años.

Will era nuevo en el campamento de verano. Sus padres habían pensado, y con razón, que necesitaba pasar un tiempo alejado de sus cinco hermanos menores, que contaban con edades comprendidas entre los dos y los diez años. Emily era la campista avezada encargada de enseñarle cómo funcionaba todo.

En aquel entonces llevaba su cabello castaño recogido en dos trenzas y tenía una picadura de mosquito en una de las morenas rodillas. Will pensó entonces que tenía los ojos más azules del mundo y supo que iba a pasar el mejor verano de su vida.

Hubo cinco más como aquel primero. Nadar, montar en canoa, tirar al arco, hacer fogatas. Emily riéndose de sus chistes, retándole en las carreras, permitiéndole que le robara un beso cuando tenían trece años.

Después de eso, hubo muchos besos más.

Will fue al instituto y destacó en los deportes, sobre todo en el deporte de coquetear con las chicas… con muchas chicas. Pero los veranos eran de Emily. Él era de Emily. Llevaba la pulsera que ella había hecho, y Emily se ponía su sudadera de fútbol de las Panteras de Paxton cuando las noches refrescaban. La última noche del último verano, se tumbaron boca arriba, hombro contra hombro sobre la cálida hierba. Con el aroma de los pinos en los pulmones y el dulce sabor del primer amor en la lengua, soñaron despiertos con su futuro. Tenían las manos entrelazadas y sudorosas, pero ninguno de ellos la retiró cuando prometieron casarse si seguían estando solteros cuando cumplieran los treinta. Will no recordaba qué los había llevado a mantener aquella conversación, ni por qué habían hecho aquella promesa.

No estaba pensando en el matrimonio.

Sólo pensaba en Emily.

Pero entonces regresó a casa y una tragedia acaecida en una lluviosa noche de septiembre cambió su vida para siempre. No, para siempre no, se apresuró a recordarse. De hecho, acababa de recuperar su vida. Y una boda impulsiva e inoportuna en Las Vegas no iba a devolverle a la urna de interminables responsabilidades hacia los demás en la que había estado encerrado durante los últimos trece años.

Aspirando con fuerza el aire, se regaló unos minutos más para observarla desde lejos. Tal vez entonces llegara a comprender cómo era posible que Emily se hubiera introducido en sus primeras vacaciones de adulto con tanta rapidez como para que hiciera algo tan ridículo como era plantarse delante de un tipo disfrazado de Elvis y decir: «Sí, quiero».

Emily parecía también ahora adulta con aquel vestido color caqui abotonado hasta la barbilla y perfectamente planchado. Su brillante cabello castaño era demasiado corto como para que pudiera hacerse trenzas. Se rizaba alrededor de su rostro en forma de corazón, y un flequillo le enmarcaba aquellos impresionantes ojos azules. Tenía la nariz pequeña, como toda ella, y su boca presentaba un aspecto suave. Era suave, y también apasionada, recordó.

—¡Will el salvaje!

Al escuchar su antiguo apodo, Will giró la cabeza para mirar a un joven que le resultó vagamente familiar.

—Mmm… ¿Jared? ¿Jon?

—Jake —dijo el muchacho extendiendo la mano y estrechando la de Will con fuerza—. Soy amigo de Betsy. La fiesta de la piscina, ¿te acuerdas? Me di un golpe en la cabeza y me llevaste a urgencias.

—Ah, sí —no era la primera vez que tenía que hacer de niñera con uno de los amigos de sus hermanos.

—¿Qué tal le va a Betsy?

—Se ha graduado en la universidad —Will no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Su hermana pequeña se había independizado. Tras trece años de preocupaciones, trece años de angustia, trece años de fingir que sabía lo que estaba haciendo cuando sus hermanos le miraban en busca de seguridad y apoyo, finalmente se había liberado de la familia.

Se había liberado de las preocupaciones.

—¿Se ha ido de casa?

—Sí. Se han ido todos.

Jake debió de percibir el tono de alivio y satisfacción en su voz, porque sonrió abiertamente.

—Vaya, pareces un tipo dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Ahora le toca el turno a Will el salvaje, ¿verdad?

Will el salvaje. Allí estaba otra vez aquel viejo mote que le habían puesto en el instituto, y al que había hecho honor, al menos hasta un punto. Porque los veranos eran de Emily. Miró hacia atrás y vio que ella seguía allí, con el ceño todavía fruncido sobre los papeles, ajena a su presencia. Cielos, si él hubiera conseguido mantenerse ajeno a su presencia en Las Vegas… Pero sus miradas se habían cruzado y ambos detuvieron los pasos, asombrados de volver a verse. Él seguía asombrado. Era la única mujer en todo el mundo con la que esperaba encontrarse apenas unas semanas después de haberse prometido que por fin había llegado su momento, su momento de volar alto.

Y todo para aterrizar de golpe y ser atrapado.

—Tengo mucho que vivir —le dijo a Jake, aunque en realidad se lo estaba recordando a sí mismo—. He estado mucho tiempo atado.

—Sí, ya me imagino —dijo Jake sonriendo—. Pero, oye, la biblioteca no es el primer sitio al que yo acudiría para divertirme —el muchacho recorrió la sala con la mirada y abrió los ojos de par en par—. Aunque por otro lado, no recuerdo que las bibliotecarias tuvieran ese aspecto.

—¿Qué aspecto? —Will frunció el ceño.

El muchacho dejó escapar un silbido en tono bajo.

—Tal vez me deje examinarla a ella en lugar de examinar un libro.

Molesto, Will clavó la vista en Emily y luego volvió a posarla en Jake. No sabía qué le irritaba más, si que ella no tuviera el aspecto propio de una bibliotecaria o que el muchacho estuviera prácticamente babeando encima de su mujer.

Oh, cielos. Su mujer.

—Sí —continuó el joven frotándose las manos—. Me pregunto qué habrá que hacer para pillarla.

—Escucha, Jake —se escuchó decir Will. Entonces sonó su busca, evitando así que hiciera el ridículo. Bajó la vista para leerlo y soltó un gruñido.

—¿Qué ocurre?

—Se trata de mi capitán. La gente está cayendo como moscas por culpa de un virus de la gripe que anda rondando por aquí. Es mi día libre, pero tengo que irme.

—Ah, qué pena —Jake lo agarró del hombro—. Pero anímate. Conseguirás tu porción de lado salvaje. Lo sé.

Will se giró hacia la puerta no sin antes mirar de reojo una vez más hacia atrás. Sí, desde luego que iba a conseguir su porción de lado salvaje. En cuanto le quitara a Emily el anillo de casada del dedo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL día después de que la gripe dejara la estación de bomberos bajo mínimos, Will regresó a la biblioteca. Había pasado por su casa para darse una ducha y dormir un rato tras terminar su turno extra. Había sido una noche movida y no creía que fuera muy inteligente enfrentarse a Emily sin cargar primero las pilas. Pero ahora, completamente despejado tras una segunda ducha y dos tazas de café, había llegado el momento de… romper.

Abrió la puerta de cristal y su mirada se clavó de inmediato en Emily, que estaba otra vez en el escritorio y que resultaba otra vez tremendamente sexy con aquel jersey a juego con sus increíbles ojos azules. Tres adolescentes la rodeaban mientras agarraban con fuerza sus bolígrafos y sus papeles, mirándola como si estuvieran delante de una diosa.

—Noventa y cinco tesis —dio riéndose—. Lutero publicó noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia. Ésta ha sido la última. Estoy segura de que vuestro profesor de Historia Europea os ha mandado a la biblioteca a buscar respuestas en los libros, no en la bibliotecaria.

—Una más, por favor —suplicó un muchacho. Su camiseta de fútbol americano dejaba claro dónde pasaba los viernes por la noche—. Tengo que estar en el entrenamiento dentro de veinte minutos, y si no hago esto ahora, luego no tendré tiempo para estudiar Lengua.

Emily ya estaba sacudiendo la cabeza, pero entonces su mirada se posó en Will, que se estaba acercando al grupo. Las mejillas de Emily se encendieron y él la vio tragar saliva.

—Bueno, yo, supongo que…

—La señorita Garner siempre ha sentido debilidad por los jugadores de fútbol americano —comentó Will deteniéndose detrás de los chicos.

Emily lo atravesó con la mirada mientras que el escolar más alto sonreía y miraba los papeles que tenía en la mano.

—Estupendo. ¿Qué era lo otro que necesitábamos saber, chicos?

—¿Quién escribió El Príncipe? —preguntó la chica del grupo—. Eso es lo último.

—Nicolás de Maquiavelo —respondió Emily con voz pausada—. Le colgaron un sambenito injusto. Su nombre se asocia con el cinismo y la falta de escrúpulos, cuando en realidad estaba en contra de la inmoralidad de su época y se limitó a escribir sobre la realidad política del momento.

Pero su corta lección de historia fue completamente ignorada por los estudiantes, que rellenaron rápidamente el último espacio en blanco de sus papeles y salieron corriendo de la biblioteca.

Dejando a Will a solas con su esposa.

Pero ahora que tenía toda su atención, no sabía por dónde empezar. No era cobardía, era… algo más que le hacía vacilar. Pero que lo asparan si iba a permitir que ella le llevara ventaja. Cruzándose de brazos, se dijo que aquel día iban a jugar con sus reglas.

Y sin embargo, miró en dirección a los adolescentes que se iban en lugar de cambiar de tema.

—¿Nosotros fuimos alguna vez así de jóvenes? —le preguntó.

Ella se encogió de hombros. Tenía las mejillas más sonrosadas de lo normal.

—Resulta difícil de creer. Pero sí. Y además, a esa edad yo sabía quién era Maquiavelo.

—Y también sabías besar muy bien.

Emily volvió a sonrojarse, pero Will no se sintió mal por ello. Porque pensar en Emily y en los besos con lengua también le había hecho sofocarse a él. La primera vez que se habían besado, Will estaba demasiado asustado para hacer otra cosa que no fuera rozar los labios con los suyos. Así había sido en las muchas ocasiones que se besaron a los trece y catorce años. Pero el verano que él tenía quince, al hilo de una experiencia del invierno anterior, cuando una chica mayor que él le había introducido en aquella práctica, llevó sus besos con Emily a un nuevo nivel.

En Las Vegas, tras la sorpresa inicial al reconocerse, Will la abrazó primero y luego le rozó la mejilla con los labios. Pero aquella noche, más tarde, cuando bailaban agarrados, él se inclinó sobre su boca y, sin pensárselo dos veces, le acarició la húmeda y cálida lengua con la suya. Durante ese beso fue consciente de dos cosas, una de ellas asombrosa: que se amoldaban el uno al otro como si el tiempo no hubiera transcurrido entre ellos; y la otra, crucial: ninguno de los dos era ya un niño. Ahora eran adultos, y él quería disfrutar como un adulto.

¡Pero no casarse!

Sacudiendo la cabeza, Will se acercó al escritorio. Era el momento de abordar el problema.

—¿En qué diablos estábamos pensando?

Emily levantó los hombros y alzó las manos.

—He leído que en los casinos oxigenan de más el aire. Tal vez estuviéramos algo…

—¿Drogados?

Porque Dios sabía que él estuvo mareado todo el tiempo que pasaron juntos. Pero ¿era culpa del casino… o de Emily? Porque cuando se dio cuenta de que seguía en Las Vegas pero sin ella, llegó el golpetazo. Le cayó con fuerza. Will el salvaje había cometido la mayor estupidez que podía cometer un hombre que quisiera empezar a vivir.

—Y entonces tú huiste de mí, Emily. E Izzy de Owen. ¿A qué diablos vino eso?

Ella se mordió el labio inferior.

—¿Cómo está Owen? Izzy tenía unos encargos de trabajo que debía cumplir. Pero prometió que lo llamaría en cuanto pudiera. Eh… ¿ha sabido Owen algo de ella?

—Le dejó un mensaje muy parecido al que me dejaste tú.

Emily ignoró la última parte del comentario.

—Me alegro de que se haya puesto en contacto con él. Izzy puede ser un poco… difícil para comprometerse.

—¿No como tú? —le preguntó él con sarcasmo.

Emily volvió a morderse el labio inferior.

—¿Qué puedo decir, Will?

—Puedes decirme qué pretendías conseguir dejándome colgado de esa forma.

Las manos de Emily se ocuparon en un fajo de papeles que había sobre el escritorio. Luego se dedicaron a ordenar los lápices y una taza que había cerca.

Entonces Will lo entendió.

—Es por lo de Danielle Phillips, ¿verdad? —dijo sacudiendo la cabeza—. Otra vez ese asunto…

Emily alzó la vista para mirarlo con la sorpresa reflejada en el rostro.

—Hace años que no pienso en Danielle Phillips.

—Pero es lo mismo. Solías evitar los temas poco agradables con la esperanza de que terminaran por desaparecer, ¿te acuerdas? Sabías que Danielle Phillips te estaba robando cosas de tu cabaña, de hecho encontraste tu collar favorito debajo de su almohada, pero tardaste una eternidad en hacer algo al respecto —Will la miró con desesperación—. Maldita sea, Emily, a estas alturas ya deberías saber que hay toros que debemos agarrar por los cuernos.

—Era mi collar favorito porque me lo habías regalado tú.

Y así de fácil, las tres cuartas partes del mal humor de Will se evaporaron.

Le había comprado el collar en el último verano que pasaron juntos como un regalo de cumpleaños tardío. No se trataba de algo muy original: un collar de plata colgado de una cadena a juego. Pero le había dado más vueltas que a ningún otro regalo, antes o después. Tenía sus nombres grabados detrás. Will y Emily.

Will sacudió la cabeza para liberarse de aquel recuerdo. No quería ser Will y Emily. Había sido Will y «algo» durante los últimos trece años. Will y sus hermanos. Will y las responsabilidades.

Ahora, Will a secas le sonaba muy bien. Y mejor todavía, Will el salvaje. Sin duda Emily estaría de acuerdo en que su rápido matrimonio debía terminar igual de rápido.

—Emily, yo…

—¡Will Dailey!

Al escuchar aquella voz familiar, Will cerró los ojos con la esperanza de poder evitar lo desagradable, como hacía Emily. Pero tenía trece años de práctica detrás y sabía que tanto si se trataba de una pila de ropa sucia o del depósito del coche vacío, la mayoría de las cosas no se solucionaban solas. Se giró para enfrentarse a su hermana Jamie, que se dirigía a él.

Llevaba de la mano a una niña como de año y medio, y en brazos sujetaba a un bebé que se mordía el puñito y babeaba por la manga de la camisa de su hermana.

—¿Tú en una biblioteca? —le preguntó Jamie acercándose.

Sin pedirle siquiera permiso, le colocó encima al bebé. Will aceptó el cálido bulto, ¿qué otra cosa podía hacer?, y permaneció impávido mientras Polly, el bebé, comenzaba a morderle el hombro en lugar de su propio puño.

—Me alegro de haberte encontrado —dijo su hermana—. No te hemos visto desde hace años y quería pedirte algo.

—No. Tengo trabajo.

Jamie frunció el ceño y se apartó de la frente un mechón de su cabello corto.

—¿Cuándo tienes trabajo? —le preguntó en tono suspicaz.

—Siempre que necesites canguro, o que te ayude a construir una valla, o a pintar el salón.

—Will…

El tono de lamento no iba a conmoverlo. ¿Es que no lo había captado? ¿No estaba escuchando? Le había dejado muy claro a todos y cada uno de ellos que, en cuanto su hermana pequeña se independizara, él se independizaría también.

—Estoy ocupado —reiteró dándole un beso al bebé en la cabeza antes de devolvérselo. El otro niño estaba sentado en el suelo, agarrando un libro con dibujos que le estaba dando la bibliotecaria.

La bibliotecaria. Emily.

—Estoy muy ocupado —le repitió a Jamie mirando de reojo a su esposa y afilando el tono de voz para que su hermana lo pillara. Tenía asuntos importantes que tratar con Emily.

Jamie lo pilló por fin. Miró a Emily y abrió los ojos de par en par.

—Oh —dijo extendiendo la mano—. Hola, soy la hermana de este tipo. Jamie. Jamie Scott. Éste es mi hijo Todd, y el bebé es Polly.

Emily estrechó la mano de la joven.

—Encantada de conocerte. Soy Emily Garner. Soy la…

Oh, diablos. No podía. Si su familia se enteraba de lo que había hecho en Las Vegas, no le dejarían en paz.

—Es mi amiga —intervino Will mirándola con intención—. Mi vieja amiga Emily, de los campamentos de verano.

Jamie abrió los ojos todavía más.

—¿Emily la del campamento?

Will recordó demasiado tarde que tal vez le había hablado en un par de ocasiones a Jamie de ella. Era la mayor después de él, y cuando eran adolescentes estaban muy unidos. Más tarde Will adoptó un papel más paternal con Jamie, pero en alguna ocasión se había confiado a ella.

Sobre Emily.

—Esto es perfecto —aseguró la joven—. ¡Di que vendrás mañana por la noche! Será una reunión pequeña. Vivo sólo a dos manzanas de aquí.

A Will no le hizo gracia adoptar el papel de aguafiestas.

—Emily acaba de mudarse aquí…

—Razón de más para presentarle a gente, ¿no crees? —Jamie le dio la espalda a su hermano—. ¿Qué te parece, Emily? Tiene que venir. Vas a venir, ¿verdad? Dime que sí.

—Bueno, yo… de acuerdo —dijo sintiéndose algo arrasada ante el huracán que era su hermana Jamie—. Supongo que…

—Entonces está hecho. Mañana por la noche. Seis en punto. Calle Orange número 632. ¿O será mejor que Will vaya a buscarte?

—Puedo ir sola —respondió Emily mirándolo de reojo—. Además, ha dicho que tenía trabajo.

—Eso lo veremos —Jamie sonrió y agarró a su hermano del brazo—. Vamos. Necesito tu ayuda.

Él se apartó.

—No he terminado aquí.

—Se trata del alzador del coche de Polly —insistió ella tirando con más fuerza—. Creo que no está bien colocado.

Will entornó los ojos.

—De acuerdo —gruñó entre dientes.

—Gracias —los hoyuelos de Jamie se hicieron más profundos—. Sólo te llevará un minuto

Le llevó quince. La revisión del alzador fue rápida, pero luego tuvo que fingir que se resistía a sus intentos de convencerlo para que cenara en su casa la noche siguiente. Por supuesto que estaría allí. De ninguna manera iba a permitir que su mujer causara estragos entre sus familiares, aunque estaba seguro de que Emily había captado la idea de no correr la noticia.

Y todavía quedaba que ellos hablaran del asunto… Aunque tendrían que esperar al día siguiente, porque cuando regresó a la biblioteca le dijeron que Emily había entrado a una reunión que se prolongaría hasta después de la hora de cierre.

 

 

A Emily le resultó fácil localizar el 632 de la calle Orange. Era una casa agradable y llena de recovecos, con el césped bien cuidado y un columpio en el porche. Pero le costó trabajo encontrar cerca sitio para aparcar. Tuvo que llevar la tarta que había hecho durante más de una manzana, lo que le dio tiempo de sobra a su estómago para encogerse por los nervios. A nadie le resultaba fácil conocer gente nueva, se dijo. Pero aquella era la gente de Will. Y eso lo hacía más difícil aún.

Y mucho más interesante.

A juzgar por su actitud del día anterior, quedaba claro que Will quería acabar con la relación que habían formalizado en Las Vegas lo más rápidamente posible. ¿Acaso esperaba ella otra cosa, después de todo? Así que aquélla podía ser su última oportunidad para satisfacer su curiosidad respecto a él. ¿Cuánto había cambiado en los últimos trece años? Un par de días y noches fantásticas y unos cuantos bailes lentos no habían contestado a todas sus preguntas. Saber más del adulto que fue antaño su novio de verano podría facilitarle dejarlo atrás a él y a su impulsiva boda.

La puerta de la casa se abrió antes de que Emily tocara el timbre. Una mujer joven de cabello oscuro estaba al otro lado, una chica más joven que Jamie, aunque se le parecía mucho.

—Emily —dijo con una sonrisa.

El alboroto de la gente reunida llegaba hasta el umbral, y la joven alzó la voz para hacerse oír:

—Soy Betsy, la más pequeña de los Dailey. Jamie me pidió que te cuidara. Soy la encargada de que pases un buen rato.

Cuando Emily entró en la casa, el clamor se convirtió en una combinación de voces y música rock.

—Estaré bien sola —protestó Emily aunque le temblaron las rodillas al ver las docenas de personas presentes en lo que Jamie había calificado de «pequeña reunión».

Betsy negó con la cabeza.

—Ya pareces estupefacta, y todavía no hemos empezado siquiera con las presentaciones de la familia.

—¿Familia? —repitió Emily. Sin duda toda aquella horda de gente, o podía ser toda familia.

—Sí, todos son familia —le confirmó Betsy agarrando una soda de un cubo de hielo y poniéndosela a Emily en la mano—. De una manera o de otra. Ya sabes que nosotros somos seis hermanos, ¿verdad? Se supone que esta noche vamos a estar todos, por no hablar de las parejas, los niños…

—Will me dijo que venía de una familia numerosa, pero…

Sus palabras quedaron interrumpidas por un afectuoso abrazo de Jamie.

—¡Estás aquí! ¿Se está ocupando Betsy de ti? ¿Necesitas algo más fuerte que una soda? ¿Has visto a Todd? —la última pregunta iba dirigida a un hombre que estaba removiendo la barbacoa con una espátula en la mano.

—¿Todd? —repitió como si el nombre no le sonara.

—Ya sabes, nuestro hijo —dijo Jamie entornando los ojos.

El hombre, probablemente su marido, extendió la mano para darle un pellizco bajo la barbilla.

—No te preocupes, está con Charlie —luego se giró hacia Emily con una sonrisa—. Hola, soy Ty. Eres la nueva, ¿verdad? Sal fuera a la barbacoa cuando los Dailey empiecen a volverte loca. Yo sólo tengo cinco hermanos, así que sé lo intimidante que puede llegar a resultar esto.

Emily había sido hija única. Y sus padres también lo fueron. El hecho de que tanta gente pudiera ser familia tan cercana le resultaba chocante.

Cuando Ty y Jamie se fueron cada uno por una dirección, no pudo evitar agarrarse al brazo de Betsy

—¿Will… Will va a poder venir? Y aunque sabía que eso no presagiaba nada bueno para el futuro que no iban a compartir, de pronto tuvo muchas ganas de verlo.

—Creo que más tarde sí. Tenía que cubrir medio turno en el parque de bomberos. Hay un virus por ahí. Ven —Betsy le señaló hacia el porche trasero, donde se estaba reuniendo la gente—. No tardarás mucho en conocerlos a todos.

Betsy era muy optimista. Había tanta gente en la fiesta, se movían tan deprisa y hablaban tanto que a Emily le costaba trabajo seguirles el ritmo. Y más todavía recordar sus nombres.

Sabía quiénes eran Betsy, Jamie y Ty. Charlie, el hermano de Ty, era el que tenía al niño en brazos. ¿O era el hermano pequeño de Will, Tom? Tom estaba con su novia, Gretchen, que se parecía mucho a la compañera de piso de Betsy, Chelsea. Tal vez Chelsea sintiera algo por Charlie, aunque tal vez Emily lo pensara sólo porque sus nombres empezaban con la misma letra.

Luego había un Jack, un Max, dos Daves y un Patrick. Ah, y Alex. Dos de ésos eran hermanos de Will y los demás, antiguos compañeros de hermandad… o algo así.

Aparte de Chelsea, había otras mujeres: una Ann, una Helen y dos rubias cuyos nombres no fue capaz de retener.

Por no hablar de los niños que estaban jugando en la piscina.

Con la cabeza dándole vueltas, Emily siguió el consejo de Ty y escapó a la relativa tranquilidad de la barbacoa que él estaba atendiendo.

—Es una casa de locos, ¿verdad? —preguntó mirándola.

Emily se llevó la fresca lata de soda a la mejilla ardiendo.

—Soy bibliotecaria. Estoy tratando de controlar el impulso de ir por ahí mandando callar a todo el mundo.

Ty dio la vuelta a una hamburguesa con pericia.

—¿Te arrepientes de haber aceptado la invitación?

Emily negó con la cabeza.

—Hace poco le prometí a alguien que intentaría salir de entre las estanterías y vivir un poco.

—¿Ese alguien es Will?

—No —Emily esbozó una media sonrisa. No sabía si podía decirse que Will y ella fueran amigos ahora. Ni tampoco podía hablarle a Ty de la boda. Le había quedado claro el día anterior que Will no quería que hablara de ello.

—Will es más bien… —alzó la vista y se encontró con Ty observándola con más seriedad de la que cabía esperar. Emily alzó las cejas—. ¿Ocurre algo?

—Sólo tengo curiosidad por la mujer que ha hecho que Will rompiera su promesa.

—¿Perdón?

—En junio nos dijo a todos que no contáramos con verlo en ninguna reunión familiar durante un largo periodo. Y sin embargo, aquí está —Ty señaló con la cabeza hacia las puertas de cristal.

Emily miró hacia atrás. Sí. Allí estaba. El corazón le latió con fuerza contra las costillas al verlo. Iba vestido con unos pantalones vaqueros desgastados, zapatillas deportivas y camiseta. Nada especial. Pero ¿no era lógico asombrarse ante cómo había crecido durante aquellos años? Tenía los hombros anchos y los antebrazos fuertes y cubiertos de un vello oscuro. Había una sombra de incipiente barba masculina en la parte inferior de su rostro.

En Las Vegas, Emily se había estremecido al sentir la erótica caricia de aquel velo en las mejillas y el cuello. La boca se le había cortado de tanto besarle la mandíbula. Ahora, Will recorrió con los ojos el patio de atrás, pero ella apartó la vista. No quería que la pillara mirándolo fijamente.

Las palabras de Ty volvieron a repetirse en su cabeza.

—Espera —le dijo—. ¿Por qué prometió evitar las reuniones familiares?

—Porque…

Una voz gruñó al oído de Emily.

—¿Se le ha olvidado a este tipo mencionar que está casado? —Will se acercó para darle un puñetazo cariñoso a su cuñado en el hombro.

—Eres un perro de caza.

—Eh, eh —replicó Ty—. No hace falta insultar. Emily necesitaba un respiro del caos del clan Dailey. Tú eres quien mejor puede entender eso.

—Sí, en eso tienes razón. Pero ahora estoy aquí. Emily, ¿quieres que te traiga…?

—¡Will! —Betsy llegó corriendo y le dio un fuerte abrazo—. Nunca llamas, nunca escribes…

Will puso los ojos en blanco y luego miró a Emily antes de girarse hacia su hermana.

—Creo que has crecido un metro desde la última vez que te vi, Betsy.

—Tienes que salir a ver mi coche nuevo —dijo ella tirándole de una mano—. No sé cómo se abre el depósito de la gasolina.

—Cinco minutos —dijo Will ya sin protestar mientras lo arrastraban fuera—. Dame cinco minutos, Emily.

Fueron más de cinco. Primero fue el coche de Betsy. Luego su hermano Max quiso enseñarle su móvil bueno. Alex lanzó un reto con un videojuego que al parecer no podía ignorarse.

Si los Dailey fueran un sistema solar, resultaba obvio que Will sería el sol. Emily suponía que ésa era la prerrogativa del mayor de la familia. Era normal que, después de los padres, los hermanos se fijaran en el hermano mayor. Si el señor y la señora Dailey hubieran asistido a la fiesta, seguramente les habría tocado a ellos sentar a los nietos en las rodillas cuando terminó la cena. Pero en ausencia de los abuelos, que no sabía si vivirían en otro estado o estarían de viaje, le tocaba a Will sujetar al bebé y admirar las piruetas de bailarina de su sobrina.

Finalmente consiguió agarrar la mano de Emily cuando ella se disponía a ayudar a recoger la mesa.

—Lo siento, ¿estás bien?

—Muy bien —respondió Emily. Al ver al bebé adormilado en su hombro, se sintió algo mareado. ¿Y quién podía culparla? Seguro que eso estaba grabado a fuego en las mujeres de treinta y tantos. La prisa por tener pareja, la boda, el bebé.

Pero Will no era suyo. No lo era de verdad.

Y sin embargo la estaba mirando a los ojos, y parecía también algo mareado. La agarró de la mano.

—Emily —le acarició los nudillos con el pulgar y a Emily le subió un cosquilleo desde el brazo hasta el pecho. Se pasó el brazo libre por delante para que él no observara la instantánea reacción de sus pezones. Pero tal vez la vio igual, porque se le oscurecieron los ojos.

—Emily…

—¡Will, Will! —ambos se sobresaltaron, y también el bebé, al escuchar la voz de Betsy—. Ven al salón. No has visto el vídeo de mi graduación.

En lugar de mostrarse reacio, como la primera vez que su hermana reclamó su atención, ahora Will se dio mucha prisa. Emily le siguió más despacio y encontró un lugar en la parte exterior del reducido grupo que estaba reunido alrededor de la gigantesca pantalla de televisión.

—Vaya, he rebobinado demasiado —dijo Betsy con el mando en la mano—. Esto es de la boda de Jamie y Ty.

En la pantalla se veía a Will llevando a su hermana al altar. ¿Dónde estaba el señor Dailey? Emily lo había visto con su esposa cuando recogían a Will en el campamento. No entendía por qué ninguno de los dos salía en el vídeo. Su rostro debía de reflejar su confusión, porque Ty le dio un leve codazo.

—Me ha contado Jamie que Will y tú sois viejos amigos.

—Amigos de verano. Hasta que cumplimos los diecisiete.

—Entonces me pregunto si sabes lo que le ocurrió cuando tenía dieciocho años —Ty bajó el tono de voz—. Sus padres murieron. Después de eso, Will los crió a todos. Él solo. En todos los sentidos, ha sido padre durante los últimos trece años.

Oh, Will. Emily sintió un nudo en la garganta.

—Hasta la graduación de Betsy. Entonces se fue a Las Vegas, han sido las primeras vacaciones que ha tenido de verdad. Ha estado esperando todo este tiempo para convertirse por fin en soltero.

Aquellas palabras cuajaron lentamente en Emily. Bueno, ella era la que quería saber un poco más de él, ¿verdad?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

EMILY decidió que tenía que marcharse. Necesitaba un poco de paz, algo de tiempo y cierta distancia para procesar lo que acababa de descubrir.

Will llevaba todo aquel tiempo esperando a convertirse en soltero.

Reculó sin que ninguno de los que estaban sentados alrededor de la televisión se diera cuenta y sólo se giró al escuchar ruido en la cocina. Dobló rápidamente la esquina y vio a Jamie recogiendo las sobras.

—Quería darte las gracias —dijo Emily agitando la mano—. Creo que debería irme a casa.

—Todavía no hemos bailado. Ni tampoco he servido el postre —protestó Jamie—. Tu tarta tiene un aspecto delicioso.

—Espero que os guste. Pero… mañana tengo que madrugar.

La otra mujer torció el gesto.

—Te hemos asustado.

—¡No! —la familia de Will no la había asustado—. Sois encantadores. Pero mañana trabajo.

Le dio un abrazo a Jamie, y al ver que Will estaba absorto viendo el vídeo, decidió marcharse por la puerta de atrás sin despedirse.

El baile ya había dado comienzo en el porche. Estaba empezando a anochecer, y le valla del porche estaba decorada con lucecitas. Varias parejas bailaban.

—No estarás huyendo de mí otra vez, ¿verdad? —preguntó una voz a su espalda.

Emily dio un respingo.

—Por supuesto que no —mintió ella dando un paso atrás.

—¿Estás segura? —Will la estrechó entre sus brazos cuando una nueva balada comenzó a sonar a través de los altavoces.

Emily cerró los ojos cuando las grandes manos de Will la guiaron con el lento movimiento de la canción. Estaban otra vez en Las Vegas. El olor de su piel, el latir de su corazón contra el suyo, la idea de que era Will, su Will, quien la sujetaba, hacía que todas sus preocupaciones desaparecieran.

Will subió las manos para acariciarle el cabello, y ella se arrimó más, colocando la mejilla en el hueco formado entre el hombro y el pecho. Lo sentía muy sólido. Muy fuerte. Como si pudiera sostener el peso del mundo. El peso de una familia. Era lo que había estado haciendo durante los últimos trece años. Llevaba esperando todo aquel tiempo para convertirse por fin en soltero.

Y sin embargo, ella lo estaba agarrando como si le perteneciera. Forzándose a separarse unos centímetros, alzó la vista para mirarlo.

—Will, nunca me contaste lo de tu padre. Lo siento mucho.

Su movimiento se ralentizó un instante, y luego volvieron a llevar el ritmo de la música.

—Tardé mucho tiempo en creerme lo que había ocurrido.

—¿Y qué ocurrió?

—Un accidente de tráfico —Will se encogió de hombros—. Yo acababa de cumplir los dieciocho. Betsy tenía ocho. Todos los demás estaban en medio.

—Y se convirtieron en tu responsabilidad.

—Sí —volvió a encogerse de hombros con frialdad—. Yo pensaba ir a la universidad, pero después del accidente… Mi padre tenía un amigo que podía colocarme como bombero cuando terminara la academia después del instituto. Y eso hice. Fue duro, pero era la única manera de que los hermanos siguiéramos juntos.

—Debiste escribirme o llamarme.

Will ya estaba negando con la cabeza.

—¿Y qué ibas a hacer tú, Emily? Estabas a cientos de miles de kilómetros, y tenías diecisiete años.

—Pero…

—Me las arreglé, Emily. Me las arreglé bien yo solo.

Ella se tragó las palabras que tenía en la punta de la lengua. Quería decirle que le hubiera gustado haberlo sabido aunque sólo fuera para mandarle unos pensamientos positivos. Pero al parecer, Will no quería nada de ella en aquel entonces. Después de todo, ¿qué habían sido el uno para el otro? ¿Un amor adolescente de verano?

Y sin embargo, le dolía el corazón al saber que no había pensado en ella durante todos aquellos años. Ignorando el dolor, compuso una sonrisa.

—Bueno, en cualquier caso parece que has hecho un gran trabajo. Tus hermanos son gente estupenda, Will. Pero deberías habérmelo contado en Las Vegas, Will —murmuró.

—¿Cómo?

—Debiste haberme contado lo de tu padre, lo de tu familia, todo por lo que has pasado.

Él dejó de mover los pies. El atardecer se había convertido en noche cerrada. Estaban en las sombras del alero.

—¿Y por qué diablos iba a contarte nada de eso?

—No lo sé —respondió ella apoyando los hombros en el muro de la casa—. Es algo bastante importante en la vida de una persona.

—¿Así que crees que debería ir por ahí abriéndole mi corazón a todas las mujeres bonitas que conozco? —en su tono de voz había un rastro de irritación—. ¿Crees que necesito compasión para generar interés?

—No, no se trata de eso. Pero cuando quieres llegar a conocer a una mujer, construir una relación…

—No me interesa «llegar a conocer» a las mujeres. No quiero ninguna relación. Al menos en el sentido que tú crees. ¿Te das cuenta de que cuando los chicos de mi edad salían por ahí a ligar y asistían a fiestas, yo estaba en mi casa celebrando fiestas infantiles y tirando de la piñata? —su voz resultaba ruda. Estaba claro que había tocado un punto delicado.

—De acuerdo, pero llegará un momento en el que…

—Ahora es ese momento, Emily. Mi momento. No necesito una relación que me ate. Dios, ya he estado ahí, ya lo he hecho. He lavado todas esas camisetas. Y las sábanas, y tres mil pares de calcetines.

Emily se hubiera reído si Will no hubiera estado tan serio.

—De acuerdo, de acuerdo. Lo entiendo.

Will emitió un sonido de disgusto y se dio la vuelta.

—Tú no entiendes nada —entonces volvió a girarse y la estrechó contra sí—. Y si es así, explícamelo. Porque yo no entiendo esto.

La boca de Will se cerró sobre la suya.

A Emily le dio un vuelco el corazón, abrió los labios, y cuando su lengua se deslizó dentro de su boca, se puso de puntillas para estar más cerca de él. Le echó un brazo al cuello y le pasó el otro por la cintura, apretándolo contra su pelvis.

Will tenía el cuerpo ardiente, la parte de su ser que estaba apretada contra el estómago de Emily resultaba dura e insistente, y ella se apretó con más fuerza contra él. Deseaba fricción. Cercanía. Deseaba a Will.

Él deslizó la mano hacia su costado y cerró los dedos sobre su seno. Emily gimió de placer, y entonces le llegó un poco de oxígeno al cerebro, lo que hizo que se diera cuenta de dónde estaban.

Y de qué estaban haciendo.

Y por qué no deberían estar haciéndolo. Will había esperado trece años para estar soltero, para disfrutar de su momento, ir a fiestas y liarse con otras mujeres que no fuera, como ella, su esposa.

Emily emitió un sonido de agobio y dejó de besarle. Will dejó caer al instante los brazos, pero ella salió corriendo. Aunque ya era demasiado tarde. Emily temió que fuera demasiado tarde para huir de él.

 

 

La casita tenía forma de cabaña, pintada de beis y con la puerta en verde musgo. Will se quedó mirando la minúscula ventanita que hacía las veces de mirilla. Al otro lado no había unos ojos azules observándolo, aunque había llamado a la campana, con los nudillos, y otra vez a la campana.

Se golpeó los dedos en el muslo con gesto de frustración. No se le había ocurrido pedirle el teléfono en la fiesta de Jamie y Ty. Por eso regresó a la biblioteca, donde le dijeron que Emily no estaba en su puesto. Según su jefa, había llamado para decir que estaba enferma. Había necesitado de un par de días y de todo su encanto, por no mencionar el uniforme de bombero, para conseguir que la anciana dama se rindiera y le diera la dirección de Emily.

Pero o bien estaba tan enferma que sufría pérdida de audición o lo estaba evitando.

¿Se trataría de lo último? ¿Había alguna razón para que estuviera tan deseosa como él por romper el lazo que habían atado en Las Vegas? Esperaba que no fuera así, porque su plan era encargarle la tarea de averiguar qué pasos eran necesarios para que consiguiera el divorcio, la nulidad o lo que fuera. Después de todo, ella era la bibliotecaria.