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Carly Carrothers sabía que no debía enamorarse de Mackenzie James. Era un hombre divorciado que ya tenía su propia familia, y si su relación no funcionaba, acabaría no sólo perdiéndolo a él, sino también a su hija y a sus mascotas. Mack estaba harto de ser considerado tan sólo un buen padre. Había encontrado a una mujer que le hacía sentirse de nuevo como un adolescente enamorado y no estaba dispuesto a dejarla marchar…
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Seitenzahl: 190
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1998 Christie Ridgway
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un hombre con pasado, julia 960 - enero 2023
Título original: BIG BAD DAD
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788411416146
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
CARLY Carrothers practicó su discurso mientras metía su utilitario en el aparcamiento del edificio de tres pisos que albergaba Cycle Software en la planta superior.
—Voy a volver a Spenser, Indiana, para casarme con el nuevo reverendo.
—No tengo por qué decir eso —se recordó en voz alta.
Evitó un cajón y un montón de vigas de acero y pasó una larga hilera de camionetas de construcción. No sabía por qué iban a aumentar tres pisos más el edificio. Desde luego, eso no añadiría interés a aquel rectángulo de cristal negro y cromo. Había cientos de edificios similares por todo el Sur de California.
Su plaza favorita de aparcamiento se hallaba vacía. Dentro del edificio, el ascensor no tardó en llevarla hasta el tercer piso. Podía haber subido por la escalera, pero quería acabar con aquel discurso lo antes posible.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor, encontró a Lisa, la directora administrativa de Cycle Software, instalada en el mostrador de recepción. Carly la miró a los ojos.
—Darla no ha llegado aún —adivinó—. ¿Y John?
Ante el movimiento negativo de cabeza de la otra, se dejó caer en uno de los sillones de cuero de la recepción.
—¡Maldición! Está bien, en ese caso, lo probaré antes contigo —respiró hondo—. Dimito.
Lisa abrió mucho los ojos y la boca.
Carly levantó una mano.
—No digas nada todavía, déjame terminar —había trabajado cinco años para el presidente de Cycle Software y no sería fácil decirle a John Hurt que se marchaba—. John, no quiero entrar en mis razones personales; simplemente, creo que es mejor que abandone Cycle.
Miró a Lisa con ansiedad.
—¿Crees que John querrá conocer mis razones personales?
—Es por tu mala experiencia con Peter, ¿verdad?
Carly ignoró la pregunta y observó el bronceado de Lisa y su cabello a mechas. Suspiró.
—Debí comprender hace años que no pertenezco a California —se tocó el pelo, rubio pálido y rizado, sujeto en una trenza—. A esto no le sienta bien el agua salada. Y a esto… —señaló sus pecas—, no le sienta bien el sol.
Lisa no se dejó distraer.
—Es por Peter. Es porque Peter ha vuelto con su ex mujer y su hija.
Carly hizo una mueca. Perder su relación con Peter y su hija Laurel había sido un golpe.
—Es porque he pasado un largo fin de semana reflexionando sobre mi vida. Además, nuestra ruptura fue hace meses.
—Pero el sábado volvió a casarse.
Carly levantó más la voz.
—Es por una llamada de teléfono de mi madre que me hizo comprender que me echan de menos en casa.
—Tú nunca has querido regresar a Indiana. ¿Y nadie te ha dicho que no puedes volver a casa?
Carly habló más despacio.
—Es por buscar hombres sin equipaje. Sin matrimonios anteriores. Sin ex mujeres ni niños adorables que tiran de ellos.
—Tonterías.
—Es por el nuevo ministro metodista de Spenser, Indiana, que mi madre dice que es perfecto para mí. Es soltero y busca esposa.
Lisa movió la cabeza. Carly renunció a intentar convencerla y miró el pasillo en dirección al despacho de John.
—¿Cuándo llegará?
La otra sonrió.
—Oh, dentro de ocho semanas.
—¿Qué?
El teléfono empezó a sonar. Lisa respondió a la llamada.
—Lo siento —dijo en el auricular—. Pero el señor Hart ha tenido que salir del país.
¿Salir del país? John viajaba a menudo al extranjero, pero no había nada en su agenda en un mes por lo menos.
—Sin embargo, puedo pasarle con el nuevo presidente de Cycle —prosiguió Lisa—. El señor Mackenzie James ha empezado esta mañana.
Carly la miró con la boca abierta.
El teléfono volvió a sonar una y otra vez, así que la joven se retiró a su despacho para mirar el correo electrónico acumulado durante el largo fin de semana anterior. Genial. Había un mensaje de John pidiéndole que apoyara sin reservas a MacKenzie James, el nuevo presidente.
Por supuesto, sabía que Mackenzie llegaría y que trabajaría para él, pero un mes después. John le explicaba en su mensaje que se había visto obligado a salir para Alemania treinta días antes de lo previsto y Mackenzie James había accedido a empezar de inmediato. Y todo en el mismo fin de semana que ella había pasado evaluando su vida mientras comía rollos de canela, chocolatinas y hablaba con su madre.
Sonó su interfono y apretó el botón.
—¿Sí?
—Tu nuevo jefe está libre ahora —dijo Lisa—. Buena suerte, señorita dimisionaria.
Carly se levantó de la mesa sin permitirse un momento para reconsiderar su posición. De todos modos, sería más fácil despedirse de un desconocido. Miró a su alrededor, al ventanal enorme desde el que se veía la calle y al tablero de corcho en cuyo centro había una foto de Laurel. El corazón le dio un vuelco e hizo una mueca. En dos semanas más dejaría todo aquello atrás: su corazón roto y a la niña de ocho años que la miraba desde el corcho.
Llamó con decisión a la puerta del nuevo presidente.
—Adelante —dijo una voz agradable.
Carly respiró hondo y empujó la puerta.
Mackenzie James estaba detrás del escritorio, examinando unos papeles con la cabeza baja. Iba ataviado con la ropa informal de un ejecutivo informático: pantalón caqui y camisa blanca. Una corbata amarilla lucía dibujos de Pinky y Brain, los ratones de unos dibujos animados por ordenador que encantaban a Carly.
Mackenzie James levantó la vista con aire distraído. La joven se disponía a saludarlo, pero sonó el teléfono.
El hombre levantó el auricular y le hizo señas de que esperara.
Carly aprovechó el momento para observar a hurtadillas a su nuevo jefe. Era treintañero, como John, con cabello corto moreno y ojos oscuros. Un hombre atractivo que medía más de un metro ochenta y de constitución atlética.
La joven apretó los puños. Atractivo no implicaba que fuera razonable o que estuviera dispuesto a dejarla marchar con un mínimo de protestas. Observó sus manos fuertes tomar notas y sintió un escalofrío en la nuca. Nervios, sin duda.
El auricular volvió a su sitio y Mackenzie James levantó la vista con una sonrisa de cortesía en el rostro.
A Carly le dio un vuelco el estómago. Sonrió a su vez.
—Soy Carly Carrothers —dijo—. La ayudante de John.
El teléfono volvió a sonar y él sonrió con aire de disculpa y le señaló una silla. Bajó la voz y un escalofrío recorrió la columna de la joven. A pesar de la invitación, siguió de pie detrás de la silla.
¿Por qué estaba tan nerviosa? Le gente se despedía de su trabajo todos los días. Lo miró, deseando adivinar por su aspecto cómo iría su entrevista de hola y adiós.
La mirada de él se encontró con la suya. Fue un contacto cálido e impersonal y la joven sonrió hasta que lo vio achicar los ojos y agudizar la vista.
Se dio cuenta de que la miraba de verdad por primera vez. La veía al fin como persona.
Y tal vez como mujer.
La piel le cosquilleó con una vaga incomodidad. No podía romper el contacto de sus miradas a pesar de que el cuello le ardía y sentía el estómago en la garganta a causa de los nervios.
Terminó la llamada y se sorprendió mirándolo en silencio. Carraspeó.
—Carly Carrothers —repitió.
—Mackenzie James. Mack. Encantado de conocer a la persona con la que John me garantizó que podía contar sin reservas.
—Bueno… —respiró hondo y se obligó a apartar la vista de él para fijarla en su recipiente de bolígrafos.
Era un tarro de arcilla pintada de color púrpura brillante. Volvió a sonar el teléfono y de repente ya no quiso esperar un momento más. Necesitaba tranquilizarse y lo mejor era acabar con aquello de una vez.
—Por eso estoy aquí —dijo, antes de que él pudiera contestar a la llamada—. Le doy mis dos semanas de aviso.
Mack parpadeó y miró atónito a la mujer que tenía delante. ¿Había dicho dos semanas de aviso? Apretó un botón y le dijo a la recepcionista que no le pasara llamadas.
—¿Se marcha? —preguntó a Carly.
Justo cuando ella abría la boca, alguien empezó a martillear con fuerza en el techo situado encima de ellos. No consiguió oír ni una palabra de lo que dijo.
¡Malditas construcciones! Y los encargados del edificio habían prometido que no interferirían con su trabajo.
—¿Se marcha? —gritó por encima del ruido.
La joven asintió.
Con el martilleo resonando en el interior de su cabeza, miró a su alrededor. Especificaciones de productos con los que no estaba familiarizado. Listas de programas indescifrables. Una pila de un metro de documentación y una secretaria personal no mucho más alta que le daba dos semanas de aviso. ¿Marcharse? Imposible.
Si había aprendido algo con el abandono de su ex mujer era que no iba a permitir que otra mujer lo dejara plantado en el segundo momento más crítico de su vida.
Carly se sentó al fin en la silla, como si adivinara que la conversación no terminaría pronto. Cruzó las piernas y volvió a descruzarlas con nerviosismo, lo que hizo que Mack se fijara en la piel cubierta de medias que asomaba por debajo de su falda negra.
Bonitas piernas.
La joven carraspeó.
—Espero que mi marcha no sea un problema.
Aquel comentario devolvió su atención al asunto que tenían entre manos. Con piernas bonitas o sin ellas, necesitaba la ayuda de aquella mujer.
—Escucha, Carly…
Se tomó un momento para suavizar la voz y pensar en su estrategia. Tal vez funcionaran los cumplidos. Diablos, esperaba que así fuera.
Además, serían sinceros. La lista de John de las virtudes de Carly podía iniciarse en el tercer piso y llegar hasta la calle. Había empezado de programadora al salir de la universidad y John la convenció de que abandonara los chips y bytes y se convirtiera en su ayudante un año después.
—John dice que tienes un conocimiento completo de la línea de productos —trató de no parecer suplicante—. Y de los puntos fuertes de todo el personal.
Carly ejecutó otro cruce de piernas que él ignoró a propósito.
—Llevo cinco años aquí —dijo ella.
El hombre suspiró. No había dicho que estuviera dispuesta a quedarse otros cinco.
—Y haces un trabajo fantástico —siguió él con los cumplidos.
—Es agradable oírlo, pero… —sus piernas volvieron a moverse, provocando que Mack se levantara y se acercara a ella. La joven enderezó la espalda y le lanzó una mirada nerviosa.
El hombre se detuvo y se obligó a mirar su rostro. Tenía una piel pálida y pecosa. Ella se pasó una mano por la mejilla.
—¿Qué ocurre? —preguntó.
Aquello lo despertó. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Mirando pecas? El martilleo debía haberle afectado al cerebro.
—Lo que ocurre es que John ha tenido que marcharse, yo he debido empezar un trabajo antes de lo previsto y tú tienes que ayudarme. Tienes que reconsiderar tu dimisión.
Carly frunció el ceño y volvió a mover las piernas. A esa distancia, su movimiento hizo que le llegara un rastro de perfume floral. En Detroit, su ayudante llevaba chaqueta, corbata y sólo olía a loción de afeitar.
—Bueno, la verdad es que confiaba en no tener que estar dos semanas completas. A la última persona que se marchó, John la dejó ir con un par de días de aviso.
Mack cerró un instante los ojos para poder pensar mejor. Y para olvidar mejor las piernas y las pecas.
—¿Es por el dinero? ¿Has recibido una oferta mejor? Estoy seguro de que podemos igualarla, o quizá superarla un poco.
La joven sonrió y negó con la cabeza.
—No es cuestión de dinero.
Mack hizo una mueca.
—¿Podemos convertirlo en cuestión de dinero?
Carly soltó una carcajada.
—No, no. Ya he tomado la decisión de marcharme.
—¿Y tu sentido de culpabilidad? ¿Conseguiría algo apelando a él? —sonrió Mack.
La joven dejó de sonreír. Frunció el ceño y, de repente, la atmósfera de la oficina pareció opresivamente caliente.
Mack tendió una mano y conectó el ventilador situado sobre el archivador, luego se apoyó sobre la parte delantera de la mesa.
Carly aferró los brazos de su silla y se mordió el labio inferior.
—Ya sé que no es el mejor momento para que me marche.
El ventilador giró hacia él y una ráfaga de aire cálido golpeó su mejilla.
—O sea que la culpabilidad funciona —dijo—. Vamos. Sigue con Cycle. Podemos hablar de más dinero, diferentes responsabilidades.
El ventilador giró hacia ella y una ráfaga de perfume alcanzó de nuevo la nariz del hombre. Un mechón de pelo rubio escapó de la trenza de ella y cayó sobre sus labios.
Carly no pareció notarlo. Mack no podía apartar la vista de su boca color rosa. Otra vuelta de ventilador le llevó de nuevo su perfume.
Quizá sería mejor que dejara la compañía después de todo. Tenía un trabajo que hacer y un hogar al que ir después y no tenía tiempo para perfumes femeninos.
—Bueno, mira…
Parecía vacilante. El mechón rubio seguía pegado a la comisura de sus labios, haciendo que a él le cosquillearan los dedos, lo que le hizo pensar una vez más que sí, sería más prudente dejar marchar a Carly Carrothers de allí.
La joven suspiró.
—Quizá pueda quedarme las dos semanas.
Mack gimió interiormente. No sólo era atractiva, sino que además tenía conciencia.
Un pequeño dedo subió hacia el mechón y lo apartó de su boca.
Aquel gesto debería haber disminuido un poco la tensión.
Pero no fue así.
Carly acercó las yemas de los dedos a su barbilla.
—Maldición. Deseaba de verdad hacer esto.
No especificó a qué se refería, pero Mack sintió un alivio súbito. Se iría. Alguien más tendría que ponerle al día. Empezó a repasar mentalmente la lista de empleados.
—¿Qué hay del viaje que John había planeado a finales de junio para San Francisco? ¿Quién lo hará? —preguntó ella.
—Yo —quizá pudiera ayudarle uno de los programadores jóvenes.
Carly frunció el ceño.
—¿Tú? Tú no sabes nada del nuevo programa.
Mack asintió con la cabeza. Procedía del mundo del software financiero de Detroit. Los treinta y dos empleados de Cycle creaban programas diseñados para regular y motivar a los usuarios de equipos de ejercicios. Aunque habían empezado con ejercicios de bicis, Cycle tenía ya productos para cintas corredoras, escalones de ejercicios y máquinas de remar.
Carly frunció aún más el ceño.
—Pensaba colocárselo a un cliente nuevo. ¿Por qué te elegiría a ti?
Mack miró por la ventana. Contó una docena de edificios de cristal idénticos a aquél. A una joven trabajadora como ella le iría bien en cualquiera de ellos.
—Porque se suponía que tú vendrías conmigo —repuso con aire ausente. Quizá fuera mejor optar por el jefe de programadores.
—Oh, de acuerdo —suspiró ella—. Me quedaré.
—¿Qué?
El hombre volvió la cabeza. La había imaginado ya alejada de allí y segura en compañía de otra persona. Alguien al que no le gustaba el olor de su perfume o su forma de sonreír o el modo en que el ventilador le lanzaba mechones de pelo sobre los labios.
—Llevo cinco años trabajando aquí —dijo ella—. No puedo dejar Cycle en un momento así.
¿Qué debía hacer? ¿Alentarla a quedarse porque era lo mejor para la compañía? ¿Animarla a irse porque no quería sentirse atraído por ella?
—Sólo hasta que terminemos de cortejar.
Mack tragó saliva.
—¿Cómo?
—Así es como John y yo llamamos a las visitas a los clientes potenciales. Viajes de cortejo. Me quedaré hasta la reunión con Muscle Machines a finales de junio y luego me iré de aquí.
—¿Cuatro semanas? —Mack no sabía si había desesperación o esperanza en su voz.
La joven asintió con brusquedad.
—Cuatro semanas.
En cuanto Carly volvió a su oficina, Lisa entró a verla y cerró la puerta a sus espaldas.
—¿Cómo ha ido? —preguntó.
Continuaba el martilleo, pero a volúmenes más bajos que antes.
Carly hizo una mueca.
—Me quedo hasta finales de mes.
—¿Cuatro semanas más? —sonrió Lisa. Achicó los ojos—. ¿Qué te ocurre? ¿Los remordimientos del que abandona?
—Quería salir de aquí antes —repuso Carly. Había aprendido por experiencia el valor de las despedidas rápidas.
—¿Antes de que alguien te robe a ese ministro?
Carly hizo un gesto de despreocupación con las manos.
—No espero enamorarme del ministro. Es sólo un símbolo de lo que estoy buscando. De lo que espero encontrar en Spenser.
—Un hombre que no sea Peter.
La joven la miró de hito en hito.
—¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No se trata de Peter. Se trata de encontrar a alguien sencillo y sin complicaciones.
—Odio tener que ser yo la que diga esto, querida, pero Forrest Gump es un personaje de ficción.
Carly la miró con rabia.
—Está bien, no alguien sencillo. Alguien sin rencores ni cargas de relaciones anteriores.
—¿Y al llegar a Spenser, la gente deja todas las cargas en la puerta?
La joven suspiró.
—Me rindo —sacó un pañuelo de papel de una caja y lo agitó a modo de rendición—. No pienso intentar explicártelo más.
—Bien —Lisa se apartó de la puerta y se sentó en una silla—. Hablemos del nuevo jefe. Es guapísimo, ¿verdad?
—Lisa, estás casada.
—¿Y? Eso no significa que sólo me lama los labios con las recetas de postres. Todavía sé apreciar a los hombres —acercó más su silla—. Creo que deberíamos buscarle a alguien.
Carly empezó a hacer un abanico con el pañuelo.
—¿Está libre?
—Sí. Se lo he preguntado.
¡Ah, la libertad de las mujeres casadas! Si una soltera le hacía la misma pregunta a un hombre, éste saldría corriendo hacia la salida de emergencia.
Lisa tamborileó con los dedos sobre el brazo de la silla.
—¿Con quién crees que deberíamos emparejarlo? ¿Qué te parece…?
—No creo que tenga tiempo para hacer mucha vida social —repuso Carly, con brusquedad—. Por lo menos, no si pretende ponerse al día en este mes.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó Lisa con astucia.
—Me pone nerviosa —y también le producía cosquilleos en el estómago y calor en la nuca; sensaciones extrañas—. Creo que no hemos empezado con buen pie.
—¿Eso crees?
Carly asintió.
—Algunas personas tienen la habilidad de ponerse incómodas mutuamente.
Tan incómodas que deseaba haber seguido su instinto e insistido en partir de inmediato. Pero John Hart y Cycle Software le habían dado una satisfacción laboral y un currículum impresionante. Lo menos que podía hacer era ignorar su extraña reacción ante Mack.
¿Y qué si la ponía nerviosa? Haría su trabajo, pero evitaría su compañía tanto como le fuera posible.
Alguien llamó a la puerta. Cuando ésta se abrió y apareció el objeto de sus pensamientos, el pulso se le aceleró de inmediato.
—Ajá. Justo la persona que quería ver.
Carly confió en que se refiriera a Lisa.
—Tengo que pedirte un favor —prosiguió él, pasándose una mano por el pelo.
Carly, a la que los nervios impedían permanecer sentada, se puso en pie y tomó su botella de agua.
—Oh, muy bien —dijo—. Aquí tienes a Lisa. Yo iré a buscar agua.
—No, no. No te molestes —Mack bloqueaba la entrada—. He venido a buscar un chófer.
Carly siguió andando, con la esperanza de que él se hiciera a un lado. Se detuvo justo antes de que su nariz tropezara con el pecho duro de él.
Mack la miró divertido.
—Y puesto que ya estás de pie, te elegiré a ti.
UNA vez en el coche, Carly decidió que el mejor modo de controlar su reacción ante Mack era ignorarlo. No podría hacerlo todo el rato, claro, pero el viaje hasta su casa no requería de toda su atención. Después de asimilar la dirección que le dio él, puso la radio y dejó la mente en blanco.
Un momento después, él tendió un largo brazo y bajó el volumen de la emisora de rock.
—Probablemente te preguntarás por qué necesito ir a casa en mitad del día.
Era cierto, pero, como había decidido ignorarlo, no quería hacer preguntas.
—No es de mi incumbencia —repuso con brusquedad—. Te dejaré allí y volveré al trabajo.
Con suerte, él estaría fuera el resto de la jornada y ya sólo tendría que pasar diecinueve días en su compañía en lugar de veinte.
Mack se removió en su asiento y estiró las piernas todo lo que le permitió el pequeño coche.
—Bueno, ah… —inclinó la cabeza en dirección al cuentakilómetros—. Es una emergencia. ¿Crees que puedes pisarle más?
Carly lo miró alarmada.
—¿Por qué no lo has dicho? —estaban ya en la autovía y sacó el vehículo del carril más lento—. ¿Qué ocurre?
El hombre se frotó las rodillas con las manos.
—Sólo una crisis más en mi interesante vida. Kimmy está gritando como una posesa. Los perros se han vuelto locos. El gato se ha escondido y papá cree que puede ser todo un complot del gato que quiere asesinar al Presidente.