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La tímida bibliotecaria Emily Garner necesitaba vivir un poco. Y aquel reencuentro casual con su amor de la infancia, Will Dailey, le hizo ver que las Vegas era el lugar perfecto para un fin de semana salvaje. Tan salvaje, que de hecho sólo recordaban vagamente que se habían casado.Will no había visto a Emily durante años… ¡Y ahora era su mujer! Seguía siendo como la recordaba, la fantasía de cualquier hombre, pero él se había pasado los últimos diecisiete años agobiado por las responsabilidades familiares, y ahora lo único que deseaba era disfrutar de la vida despreocupada de un soltero. No quería estar atado a la dulce, hermosa y deliciosamente inocente Emily… ¿O tal vez sí?
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Seitenzahl: 220
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2010 Christie Ridgway
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Locura de una noche, Julia 1794 - julio 2024
Título original: I STILL DO Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410740990
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
Querida lectora:
Rápido. Visualiza a tu primer amor. Y ahora, imagina que vuelves a encontrarlo. Los dos estáis solteros, el sol brilla con fuerza y la antigua magia que había entre vosotros reluce como si fuera polvo mágico flotando en el aire…
Éste es el momento que Emily Garner y Will Dailey viven cuando se encuentran por casualidad en el vestíbulo de un hotel de Las Vegas. Y la magia no desaparece a medida que avanza la noche. Al contrario, Emily y Will disfrutan de los increíbles sentimientos que albergan el uno por el otro, y dos días más tarde, animados por esas emociones, visitan una pequeña capilla y hacen una impulsiva apuesta el uno por el otro.
Pero al regresar a la vida real tendrán que enfrentarse a las consecuencias de su alocada decisión. Tras toda una vida de responsabilidad criando a sus cinco hermanos menores, Will estaba deseando llevar una vida de soltero. Emily está abierta a un nuevo comienzo y quiere encontrar el amor, pero ¿será Will «el salvaje» el hombre adecuado para ella?
El primer amor convertido en amor eterno es uno de mis temas románticos favoritos. Espero que disfrutes con la historia de amor con final feliz de Emily y Will.
Con mis mejores deseos,
Christie Ridgway
EMILY Garner se despertó y giró la cabeza hacia un lado. Su mejilla se topó con algo fresco en el rasposo material de… ¿la almohada? Las almohadas no picaban.
Movió los dedos de los pies y encontró confines rígidos.
Las sábanas tampoco le confinaban normalmente los pies. Aspirando con fuerza el aire, se dio cuenta de que todavía llevaba puesto aquel sujetador sin tirantes que le había prestado Izzy y que suponía una tortura. El aro inferior hacía que sintiera como si fuera a sufrir un inminente ataque de asma.
Así que estaba completamente vestida. Y además se dio cuenta de que estaba encima de la cama en lugar de metida dentro. Lo que significaba que la noche anterior tendría que haber… ¡La noche anterior! El corazón le dio un vuelco al pensar en la noche anterior. Lo ocurrido en la oscuridad de aquellas horas le inundó el cerebro. Abrió los ojos de sopetón y se incorporó en la cama.
Las oscuras cortinas que cubrían las ventanas del hotel sumían la habitación en una penumbra turbia. El sol se colaba a través de los extremos, confirmando que habían transcurrido horas y no escasos minutos desde que se sentó en la cama después de…
La puerta del baño se abrió de golpe. A Emily le dio un vuelco el corazón cuando apareció una figura oscura en el umbral. La luz dorada se reflejaba a su espalda, igual que el vapor de la ducha, como le había sucedido a la cantante estrella del espectáculo de Las Vegas que habían visto la noche anterior, antes de…
Oh, Dios.
—¿Will? —suspiró con un voz ronca. Una mano se apretó el corpiño del vestido al pecho mientras que la otra tiraba del bajo del liguero, otro préstamo de Izzy—. ¿Esto… esto es…?
—Es tu mejor amiga —la voz ronca de Izzy, se identificó cuando salió del umbral.
Emily sintió sólo un leve alivio.
—Entonces, ¿ha sido todo un sueño? —preguntó algo esperanzada.
—No —respondió Izzy acercándose a la cama—. Ha ocurrido. Y después de casarnos con esos hombres, parece que hemos perdido a nuestros maridos.
Nuestros maridos. Emily pronunció las palabras mientras Izzy descorría las cortinas. El sol le dio de lleno en la cara y se puso las manos en los ojos con un gemido.
—¿En qué estábamos pensando?
A través del escudo de sus dedos podía sentir a Izzy moviéndose por la habitación.
—Estábamos pensando en que era una buena idea en ese momento —respondió su amiga.
Emily se tragó su siguiente queja infantil, porque Dios sabía que no era ninguna niña. Tenía treinta años.
Pero así era como había empezado todo, ¿verdad? Con ella y Izzy celebrando su entrada en la década de los treinta durante la reunión anual de bibliotecarias que se celebraba cada septiembre. Tras pasar dos días con otros bibliotecarios que parecían tan rancios y aburridos como un ejemplar de la Enciclopedia Británica, Emily estuvo de acuerdo con su antigua compañera de habitación y actual mejor amiga en que había llegado el momento de dejar de ser un estereotipo y empezar a vivir un poco.
Y entonces, dos tardes atrás, se tropezó con Will Dailey cuando ambas se encaminaban a la piscina del lujoso hotel Jungle.
Nunca llegaron. El hecho de haberse encontrado con un viejo amigo fue al parecer suficiente para ambos.
Desde luego, para ella había sido el fin del mundo.
Emily dejó caer las manos y miró de reojo a Izzy, que miraba el teléfono móvil con el ceño fruncido.
—Oh, Izzy, por Dios. Nunca pensé que hubiéramos bebido tanto.
Izzy se encogió de hombros.
—Bebimos lo suficiente. Y eso fue la guinda tras cuatro noches sin dormir, dos porque trasnochamos para intentar ponernos a tono, y las otras dos porque nos agasajaron dos hombres que se merecen un puesto cada uno en el calendario solidario de los bomberos. Creo que podemos asegurar sin lugar a equivocarnos que anoche estábamos influenciadas.
¿Influenciadas por qué, exactamente? En el caso de Emily, el sentimentalismo formaba parte de la ecuación. Will era un amigo de la infancia, el chico de verano al que había amado desde los doce hasta los diecisiete años. Y luego estaba la promesa que le había hecho a Izzy de «vivir un poquito», por no mencionar los nervios normales de una mujer a punto de iniciar un nuevo trabajo… en el mismo condado en el que vivía Will.
—¿Esto te trae recuerdos? —Izzy se acercó más levantando el teléfono móvil en la mano. En la pantalla había una foto de Will y Emily. Se reían delante de la cámara, abrazándose con fuerza. Ella parecía feliz, y él…
Completamente adulto. Impresionantemente guapo, con los hombros y el pecho ancho, por no mencionar los fuertes brazos que la abrazaban con tanta fuerza que Emily pudo sentir el delicioso aroma de su cuello. Suspiró y volvió a mirar su propia imagen.
—Me había olvidado del velo.
—¿Te acuerdas? Los alquilamos. Pero el anillo de boda es tuyo. Te lo puedes quedar.
Emily bajó la vista hacia la mano izquierda. Y ante la visión de aquel círculo reluciente revivió una y otra vez toda la velada. Lo bien que se lo estaban pasando, la loca idea de cumplir la vieja promesa que se habían hecho cuando eran niños de casarse a los treinta si estaban solteros, el modo en que Izzy y el mejor amigo de Will, Owen, se habían entusiasmado con la idea de ser sus testigos… Y luego la impulsiva y vertiginosa decisión que habían tomado ellos mismos de casarse también. Los chicos, que ahora eran sus maridos, habían dicho que las esperaban en una mesa del bar.
—Yo sólo iba a sentarme en la cama durante un instante —le dijo Emily a Izzy.
Su amiga asintió con la cabeza y cerró el teléfono.
—Yo también. No encontraba mi barra de labios, y pensé que, si cerraba los ojos, recordaría dónde la había puesto.
Emily se apretó los ojos con fuerza.
—De acuerdo, de acuerdo, nos hemos metido en un lío. Pero Izzy, menos mal que estás conmigo en esto.
Izzy estaba recorriendo la habitación de arriba abajo, pero Emily tenía jaqueca, así que se dejó caer sobre el colchón para pensar.
—La buena noticia —dijo— es que siempre habíamos querido ser la dama de honor en la boda de la otra.
—Tampoco pensamos en eso lo suficiente —dijo Izzy desde el cuarto de baño—. ¿Cómo íbamos a ser las dos damas de honor? Tú te casaste primero anoche, así que yo sí fui tu dama de honor, pero tú fuiste la madrina de honor en la mía.
Madrina. ¿Madrina? ¿Una mujer casada? Eso no parecía real. Y casada con Will… Bueno, era una idea digna de sus sueños de adolescentes. Cuando vio la oportunidad de un puesto de trabajo en el condado de Ponderosa, en California, le llamó la atención porque el hogar de Will, Paxton, estaba allí. Pero cuando presentó la solicitud y más tarde aceptó el trabajo, nunca consideró seriamente la posibilidad de volver a verlo. Había salido de su vida cuando ella tenía diecisiete años, la última vez que estuvieron juntos en el campamento de verano de las Sierras.
El pulgar de Emily recorrió el círculo de oro de su dedo izquierdo. Aparte de saber que Will era bombero, sabía poco de lo que había sido su vida en los últimos trece años. Pero habían tenido tiempo de sobra para disfrutar de su mutua compañía en los dos últimos días. En las piscinas del hotel, saltando a la pista de baile con Izzy y Owen en más de una ocasión, aunque nunca se detenían en las máquinas tragaperras o en las mesas de juego. Sentía como si ya tuvieran bastante suerte con estar juntos.
Pero ¿qué iban a hacer ahora? Era un auténtico lío. No sólo porque Izzy y ella hubieran dejado plantados a sus maridos la noche anterior, sino porque aquello no era una broma de niños ni una novatada de universidad, sino un asunto serio al que los cuatro tendrían que enfrentarse. Seguro que ellos pensaban lo mismo.
Will y Owen trabajaban como bomberos en Paxton y Emily iba a mudarse a una localidad cercana, pero Izzy trabajaba para bibliotecas de todo el país. Tenía sus pertenencias repartidas en casa de amigos entre California y Connecticut, y Emily dudaba de que pagara siquiera un alquiler en algún lado. Resultaba difícil imaginarse a Emily asentada en un lugar fijo… pero pensar en lo que Izzy iba a hacer era sólo una excusa para no pensar en su propia vida y en lo que tenía que encarar.
Por suerte, Izzy no iba a dejarla sola.
—Te quiero, Izzy. Me alegro mucho de que estés ahora aquí conmigo.
Emily abrió los ojos y miró a su amiga, que estaba de pie al lado de la cama con la maleta llena. En su hermoso rostro color aceituna y en sus ojos marrones se reflejaba la culpa, y apartó la mirada de Emily.
Emily se incorporó todavía más, preguntándose ahora por qué su amiga se movía con tanta decisión por la habitación que compartían.
—Izzy, ¿qué estas haciendo?
Izzy, tan chic como siempre, llevaba un traje pantalón negro sin mangas y zapatos de tacón bajo.
—Yo… Tengo que tomar un vuelo. Ya sabes que me esperan en Massachusetts mañana por la mañana.
—Yo sí que te necesito. Todos necesitamos ayuda. ¡Por el amor de Dios, nos hemos casado anoche!
—No puedo enfrentarme a eso ahora mismo —aseguró Izzy sonrojándose—. Tengo trabajo, y… y…
—¿Qué va a pensar Owen? ¿Qué se supone que tiene que hacer? ¿Y qué voy a hacer yo? —Emily deseaba llorar, pero tenía miedo de venirse abajo por completo.
—Ya se le ocurrirá algo a Owen. Puedes darle el número de móvil… o, mejor dicho, no se lo des. Dile que yo le llamaré. Pronto. Justo cuando termine con este trabajo. O con el siguiente.
Emily se quedó mirando a su amiga. Nunca había visto a Izzy tan nerviosa y asustada.
Emily salió de la cama y se acercó a su amiga.
—Izzy —dijo acariciándole el brazo—. ¿Qué ocurre?
La morena dejó escapar una risa nerviosa.
—¿Aparte del hecho obvio de que nos hemos casado anoche? ¿Crees… crees que conseguiremos que nos anulen el matrimonio?
Emily suspiró.
—Supongo que… Bueno, no hemos tenido relaciones sexuales con ellos.
Los hombros de Izzy se desplomaron de pronto.
—Así es.
—¿Qué? —Emily entornó los ojos—. Izzy…
—Tengo que irme —en un movimiento rápido, la otra mujer abrazó a Emily, agarró sus maletas y corrió hacia la puerta—. Estamos en contacto.
—¡Izzy! —pero Emily se quedó con la puerta cerrada en una habitación que tenía que dejar antes de las once de la mañana.
Y con la certeza de que estaba sola. De nuevo.
La idea la golpeó con fuerza.
Sola, como había estado durante los últimos ocho meses desde que su madre, su único pariente vivo, había fallecido.
Pero en lugar de permitir que la soledad se adentrara en ella, se concentró en el problema que tenía entre manos. ¿Qué iba a hacer ahora?
La única respuesta que se le ocurrió fue seguir el ejemplo de Izzy. Pero no podía hacerlo. No podía marcharse a hurtadillas de Las Vegas.
Armándose de valor, se acercó al teléfono de la habitación. No tenía el móvil de Will, pero el hotel podía conectarle con su habitación.
No respondió al teléfono.
Ni tampoco lo hizo diez minutos más tarde, cuando ella hizo las maletas.
De acuerdo, negoció consigo misma. Lo intentaría una vez más, y si no obtenía respuesta, le dejaría un mensaje. Había practicado en voz alta.
—Will, soy Emily. Oye, tengo que irme. Quedemos en Paxton para… resolver este asunto.
Tenía un tono animado, alegre incluso. Ni rastro del torbellino que sentía en su interior ni del alivio que suponía para ella posponer el inevitable enfrentamiento.
Tras dejar el mensaje y colgar el teléfono, hizo lo que había querido hacer desde el principio. Hizo lo mismo que Izzy y se marchó de la ciudad.
Pensando con lógica, se dijo a sí misma que un viaje en coche hasta California en compañía con todas las pertenencias que se llevaba a su nuevo trabajo era el mejor modo de pensar cómo afrontar el hecho de ser ahora una mujer casada.
Y pensar en cómo se había metido en semejante lío.
Por primera vez en su vida, Will Dailey deseó ser agente de policía en lugar de bombero. Entonces, pensó mientras se dirigía a la doble puerta acristalada de la biblioteca del condado, podría entrar con un juego de esposas y arrestar a aquella mujer.
Emily Garner.
Su esposa.
La idea le produjo un nuevo retortijón en el estómago, que llevaba funcionando como una hormigonera desde que descubrió que la mujer con la que se había casado había salido del hotel y había huido de Las Vegas, dejando tras de sí únicamente un mensaje cobarde y demasiado animado. Entonces Will había salido corriendo, pero no había sido capaz de encontrarla hasta aquel día, casi una semana después, en el que iba ser el primer día de Emily en aquel trabajo.
Y la primera cara que iba a ver sería la suya, se dijo con una sonrisa. Luego abrió la puerta y entró, decidido a aclarar las cosas de una vez por todas.
Allí estaba ella.
A su pesar, Will se quedó paralizado. Al final de la espaciosa alfombra, con la cabeza inclinada sobre unos papeles en su escritorio, estaba la mujer que había dicho «Sí, quiero» cinco noches atrás con voz ronca y una traviesa promesa brillándole en los ojos. Cielos, él sentía algo por Emily Garner desde la primera vez que la vio, cuando tenía doce años.
Will era nuevo en el campamento de verano. Sus padres habían pensado, y con razón, que necesitaba pasar un tiempo alejado de sus cinco hermanos menores, que contaban con edades comprendidas entre los dos y los diez años. Emily era la campista avezada encargada de enseñarle cómo funcionaba todo.
En aquel entonces llevaba su cabello castaño recogido en dos trenzas y tenía una picadura de mosquito en una de las morenas rodillas. Will pensó entonces que tenía los ojos más azules del mundo y supo que iba a pasar el mejor verano de su vida.
Hubo cinco más como aquel primero. Nadar, montar en canoa, tirar al arco, hacer fogatas. Emily riéndose de sus chistes, retándole en las carreras, permitiéndole que le robara un beso cuando tenían trece años.
Después de eso, hubo muchos besos más.
Will fue al instituto y destacó en los deportes, sobre todo en el deporte de coquetear con las chicas… con muchas chicas. Pero los veranos eran de Emily. Él era de Emily. Llevaba la pulsera que ella había hecho, y Emily se ponía su sudadera de fútbol de las Panteras de Paxton cuando las noches refrescaban. La última noche del último verano, se tumbaron boca arriba, hombro contra hombro sobre la cálida hierba. Con el aroma de los pinos en los pulmones y el dulce sabor del primer amor en la lengua, soñaron despiertos con su futuro. Tenían las manos entrelazadas y sudorosas, pero ninguno de ellos la retiró cuando prometieron casarse si seguían estando solteros cuando cumplieran los treinta. Will no recordaba qué los había llevado a mantener aquella conversación, ni por qué habían hecho aquella promesa.
No estaba pensando en el matrimonio.
Sólo pensaba en Emily.
Pero entonces regresó a casa y una tragedia acaecida en una lluviosa noche de septiembre cambió su vida para siempre. No, para siempre no, se apresuró a recordarse. De hecho, acababa de recuperar su vida. Y una boda impulsiva e inoportuna en Las Vegas no iba a devolverle a la urna de interminables responsabilidades hacia los demás en la que había estado encerrado durante los últimos trece años.
Aspirando con fuerza el aire, se regaló unos minutos más para observarla desde lejos. Tal vez entonces llegara a comprender cómo era posible que Emily se hubiera introducido en sus primeras vacaciones de adulto con tanta rapidez como para que hiciera algo tan ridículo como era plantarse delante de un tipo disfrazado de Elvis y decir: «Sí, quiero».
Emily parecía también ahora adulta con aquel vestido color caqui abotonado hasta la barbilla y perfectamente planchado. Su brillante cabello castaño era demasiado corto como para que pudiera hacerse trenzas. Se rizaba alrededor de su rostro en forma de corazón, y un flequillo le enmarcaba aquellos impresionantes ojos azules. Tenía la nariz pequeña, como toda ella, y su boca presentaba un aspecto suave. Era suave, y también apasionada, recordó.
—¡Will el salvaje!
Al escuchar su antiguo apodo, Will giró la cabeza para mirar a un joven que le resultó vagamente familiar.
—Mmm… ¿Jared? ¿Jon?
—Jake —dijo el muchacho extendiendo la mano y estrechando la de Will con fuerza—. Soy amigo de Betsy. La fiesta de la piscina, ¿te acuerdas? Me di un golpe en la cabeza y me llevaste a urgencias.
—Ah, sí —no era la primera vez que tenía que hacer de niñera con uno de los amigos de sus hermanos.
—¿Qué tal le va a Betsy?
—Se ha graduado en la universidad —Will no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Su hermana pequeña se había independizado. Tras trece años de preocupaciones, trece años de angustia, trece años de fingir que sabía lo que estaba haciendo cuando sus hermanos le miraban en busca de seguridad y apoyo, finalmente se había liberado de la familia.
Se había liberado de las preocupaciones.
—¿Se ha ido de casa?
—Sí. Se han ido todos.
Jake debió de percibir el tono de alivio y satisfacción en su voz, porque sonrió abiertamente.
—Vaya, pareces un tipo dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Ahora le toca el turno a Will el salvaje, ¿verdad?
Will el salvaje. Allí estaba otra vez aquel viejo mote que le habían puesto en el instituto, y al que había hecho honor, al menos hasta un punto. Porque los veranos eran de Emily. Miró hacia atrás y vio que ella seguía allí, con el ceño todavía fruncido sobre los papeles, ajena a su presencia. Cielos, si él hubiera conseguido mantenerse ajeno a su presencia en Las Vegas… Pero sus miradas se habían cruzado y ambos detuvieron los pasos, asombrados de volver a verse. Él seguía asombrado. Era la única mujer en todo el mundo con la que esperaba encontrarse apenas unas semanas después de haberse prometido que por fin había llegado su momento, su momento de volar alto.
Y todo para aterrizar de golpe y ser atrapado.
—Tengo mucho que vivir —le dijo a Jake, aunque en realidad se lo estaba recordando a sí mismo—. He estado mucho tiempo atado.
—Sí, ya me imagino —dijo Jake sonriendo—. Pero, oye, la biblioteca no es el primer sitio al que yo acudiría para divertirme —el muchacho recorrió la sala con la mirada y abrió los ojos de par en par—. Aunque por otro lado, no recuerdo que las bibliotecarias tuvieran ese aspecto.
—¿Qué aspecto? —Will frunció el ceño.
El muchacho dejó escapar un silbido en tono bajo.
—Tal vez me deje examinarla a ella en lugar de examinar un libro.
Molesto, Will clavó la vista en Emily y luego volvió a posarla en Jake. No sabía qué le irritaba más, si que ella no tuviera el aspecto propio de una bibliotecaria o que el muchacho estuviera prácticamente babeando encima de su mujer.
Oh, cielos. Su mujer.
—Sí —continuó el joven frotándose las manos—. Me pregunto qué habrá que hacer para pillarla.
—Escucha, Jake —se escuchó decir Will. Entonces sonó su busca, evitando así que hiciera el ridículo. Bajó la vista para leerlo y soltó un gruñido.
—¿Qué ocurre?
—Se trata de mi capitán. La gente está cayendo como moscas por culpa de un virus de la gripe que anda rondando por aquí. Es mi día libre, pero tengo que irme.
—Ah, qué pena —Jake lo agarró del hombro—. Pero anímate. Conseguirás tu porción de lado salvaje. Lo sé.
Will se giró hacia la puerta no sin antes mirar de reojo una vez más hacia atrás. Sí, desde luego que iba a conseguir su porción de lado salvaje. En cuanto le quitara a Emily el anillo de casada del dedo.
EL día después de que la gripe dejara la estación de bomberos bajo mínimos, Will regresó a la biblioteca. Había pasado por su casa para darse una ducha y dormir un rato tras terminar su turno extra. Había sido una noche movida y no creía que fuera muy inteligente enfrentarse a Emily sin cargar primero las pilas. Pero ahora, completamente despejado tras una segunda ducha y dos tazas de café, había llegado el momento de… romper.
Abrió la puerta de cristal y su mirada se clavó de inmediato en Emily, que estaba otra vez en el escritorio y que resultaba otra vez tremendamente sexy con aquel jersey a juego con sus increíbles ojos azules. Tres adolescentes la rodeaban mientras agarraban con fuerza sus bolígrafos y sus papeles, mirándola como si estuvieran delante de una diosa.
—Noventa y cinco tesis —dio riéndose—. Lutero publicó noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia. Ésta ha sido la última. Estoy segura de que vuestro profesor de Historia Europea os ha mandado a la biblioteca a buscar respuestas en los libros, no en la bibliotecaria.
—Una más, por favor —suplicó un muchacho. Su camiseta de fútbol americano dejaba claro dónde pasaba los viernes por la noche—. Tengo que estar en el entrenamiento dentro de veinte minutos, y si no hago esto ahora, luego no tendré tiempo para estudiar Lengua.
Emily ya estaba sacudiendo la cabeza, pero entonces su mirada se posó en Will, que se estaba acercando al grupo. Las mejillas de Emily se encendieron y él la vio tragar saliva.
—Bueno, yo, supongo que…
—La señorita Garner siempre ha sentido debilidad por los jugadores de fútbol americano —comentó Will deteniéndose detrás de los chicos.
Emily lo atravesó con la mirada mientras que el escolar más alto sonreía y miraba los papeles que tenía en la mano.
—Estupendo. ¿Qué era lo otro que necesitábamos saber, chicos?
—¿Quién escribió El Príncipe? —preguntó la chica del grupo—. Eso es lo último.
—Nicolás de Maquiavelo —respondió Emily con voz pausada—. Le colgaron un sambenito injusto. Su nombre se asocia con el cinismo y la falta de escrúpulos, cuando en realidad estaba en contra de la inmoralidad de su época y se limitó a escribir sobre la realidad política del momento.
Pero su corta lección de historia fue completamente ignorada por los estudiantes, que rellenaron rápidamente el último espacio en blanco de sus papeles y salieron corriendo de la biblioteca.
Dejando a Will a solas con su esposa.
Pero ahora que tenía toda su atención, no sabía por dónde empezar. No era cobardía, era… algo más que le hacía vacilar. Pero que lo asparan si iba a permitir que ella le llevara ventaja. Cruzándose de brazos, se dijo que aquel día iban a jugar con sus reglas.
Y sin embargo, miró en dirección a los adolescentes que se iban en lugar de cambiar de tema.
—¿Nosotros fuimos alguna vez así de jóvenes? —le preguntó.
Ella se encogió de hombros. Tenía las mejillas más sonrosadas de lo normal.
—Resulta difícil de creer. Pero sí. Y además, a esa edad yo sabía quién era Maquiavelo.
—Y también sabías besar muy bien.