Los nietos te cuentan cómo fue - Analía Argento - E-Book

Los nietos te cuentan cómo fue E-Book

Analia Argento

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Beschreibung

¿Sabías que hay desaparecidos que aún pueden aparecer y volver con sus familias? Son las nietas y los nietos que buscan las Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Faltan 300? ¿400? El número exacto no se sabe. Hay 133 que fueron hallados y volvieron a casa. En este libro 13 nietas y nietos les cuentan a los jóvenes lectores cómo recuperaron su identidad. ¿Te imaginás descubriendo que tu mamá y tu papá no son quienes pensás? ¿Que hay una familia que te busca? ¿Que tenés otro nombre y hasta tu fecha de cumpleaños es distinta? Conocer a los nietos que aparecieron es el primer paso para encontrar a los que faltan. ¿Nos ayudás?

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¿Por qué este libro?»

Analía Argento, Mariana Zaffaroni Islas

y Sabrina Gullino Valenzuela Negro

Anatole y Victoria »

Paula Eva »

Ximena »

Mariana »

Paula / Carolina »

Andrea Viviana »

Natalia »

Pablo »

Alejandro Pedro »

Sabrina »

Ezequiel »

Adriana »

Juan José »

Hay desaparecidos que pueden aparecer »

Analía Argento

Hasta encontrar al último »

Mariana Zaffaroni Islas

Una viñeta por las Madres y las Abuelas »

Sabrina Gullino Valenzuela Negro

Dirección editorial: Constanza Brunet

Coordinación editorial: Víctor Sabanes

Diseño de tapa e interiores: Hugo Pérez

Asistencia de edición: Carmela Pavesi

Ilustraciones de tapa, contratapa e interior: Sabrina Gullino Valenzuela Negro

© 2023 Analía Argento, Mariana Zaffaroni Islas, Sabrina Gullino Valenzuela Negro

© 2023 Editorial Marea SRL

Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina

Tel.: (5411) 4371-1511

[email protected]

www.editorialmarea.com.ar

ISBN 978-987-823-029-0

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Depositado de acuerdo con la Ley 11.723. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.

Argento, Analía

Los nietos te cuentan cómo fue : historias de identidad / Analía Argento ;Mariana Zaffaroni Islas ; Ilustrado por Sabrina Gullino Valenzuela Negro. - 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2023.

Libro digital, EPUB - (¿Cómo fue? / Constanza Brunet)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-823-029-0

1. Derechos Humanos. 2. Terrorismo de Estado. 3. Dictadura Militar. I. Zaffaroni

Islas, Mariana. II. Gullino Valenzuela Negro, Sabrina, ilus. III. Título.

CDD 323.044

Durante la última dictadura militar, además de desaparecer a opositores, sindicalistas, docentes, trabajadores, estudiantes -sí, estudiantes de tu misma edad-, los integrantes de las Fuerzas Armadas armaron maternidades clandestinas. Ahí “guardaban” a las secuestradas embarazadas y las mantenían vivas hasta que nacían sus bebés. Luego se los quedaban o se los entregaban a conocidos o amigos.

Desde hace 46 años las Abuelas de Plaza de Mayo buscan a esos bebés y niños. Ya resolvieron 137 casos. ¿Faltan 300? ¿400? El número exacto no se sabe.

A 13 nietos y nietas reencontrados les preguntamos sobre su identidad, ¿cómo fue enterarse de pronto que su mamá y su papá no eran los que creían? La mitad de los capítulos los escribió Mariana, que antes se llamaba Daniela, la otra mitad Analía, que es periodista y tiene su tío desaparecido. Sabrina hizo las ilustraciones, ella también es nieta restituida y sigue buscando a su mellizo que todavía no apareció.

Todos los capítulos tienen una portada con el número de restitución, una reseña sobre los padres biológicos, secuestro y datos de nacimiento y, por supuesto, ¡la fecha de restitución! Después, preparate, vienen los textos con las historias que son reales, no son un cuento.

Las escribimos con lo que los nietos y nietas nos contaron. También compartieron anécdotas, películas favoritas, sus y algunas otras cositas.

Verás códigos QR. Si tenés ganas de seguir hurgando en hay videos, películas y mucha más información.

Escribimos y dibujamos estas páginas porque queremos encontrar a los nietos que nos faltan. Conocer a los que ya aparecieron es el primer paso. ¿Te sumás a la búsqueda?

Mariana

Analía

Sabrina

8

Anatole

y Victoria

Anatole

y Victoria

9

2 y 3

Anatole Boris Julién Grisonas nació el 19/9/1972.

Victoria Eva Julién Grisonas nació el

7/5/1975.

Sus padres eran Victoria Grisonas

y Roger Julién. Eran uruguayos.

Toda la familia fue secuestrada el 26 de

septiembre de 1976 en Buenos Aires.

Roger murió en el operativo. Victoria y los

niños fueron llevados a un centro clandestino de detención.

La madre continúa desaparecida.

Buenos Aires, 26 de septiembre de 1976. Están escondidos en la ba-ñadera. Los ruidos que les llegan desde fuera del baño son aterra-dores. Gritos, golpes, cosas que se rompen contra el piso. Anatole y Victoria están muertos de miedo, calladitos, para que no los encuen-tren. Anatole tiene cuatro años. Victoria, uno y medio. Y para ellos la vida acaba de cambiar. Para siempre.

A pesar de todos los recaudos de su mamá, que también se lla-maba Victoria, entraron al baño y los encontraron. Seguramente lo que les tocó ver a medida que los sacaban de la casa fue un espec-táculo dantesco. Su papá, Roger, no estaba a la vista. A su mamá la golpearon salvajemente y la sacaron a la rastra del que, hasta ese día, había sido el hogar de la familia.

Los niños fueron llevados a una estación de servicio cercana a la casa. Mientras a Victoria (madre) la metieron a la fuerza en el baúl de un auto. También el cuerpo, aparentemente muerto, de Roger. Los vecinos, que querían mucho a los Julién Grisonas, pedían que a los niños al menos los dejaran con ellos. Con malos modos les respondie-ron que no se metieran. Todos fueron trasladados.

Durante unos días, estuvieron los tres, mamá Victoria, Anatole y Viki, en el centro clandestino de detención conocido como Automoto-res Orletti. Allí seguían los gritos desgarradores, pero de personas que ellos no conocían. Anatole aún se acuerda de ese lugar.

Después de esos días en el infierno de Orletti, Anatole y Victoria fueron llevados al Uruguay. ¿Los iban a devolver a su familia, a sus abuelos y tíos que vivían allá? No. Los tuvieron algún tiempo en lu-gares inciertos. Lo cierto es que en diciembre emprendieron un largo viaje. Anatole todavía se acuerda de cruzar la Cordillera de los Andes en avión. Él estaba en la cabina del piloto y veía por la ventana las mon-tañas blancas. También recuerda un taxi donde iban él, su hermanita y otra niña pequeña que la hacían pasar como su hermana. Los acompa-ñaba una mujer. Una “Tía Mónica” que nadie puede identificar.

Finalmente, la “Tía Mónica” dejó a Anatole y a Victoria en una pla-

za con juegos para niños en Valparaíso, Chile. ¿Por qué ahí? ¿Por qué solos y abandonados a su suerte? Anatole con sus cuatro años abraza-ba a su hermanita que lloraba. Pasaban las horas y nadie los recogía…

Alguien avisó a las autoridades que esos dos niños estaban cla-ramente abandonados. Estaban bien cuidados, hablaban bien, tenían acento argentino, no eran de allí… ¿de dónde eran?, ¿quién los había abandonado?

Pronto se hablaba de los dos niños de la plaza en todo Valparaíso. No sabían qué hacer con ellos. Los llevaron a un orfanato hasta que se pudiera obtener más información sobre su origen. Anatole aún se acuerda. Jugaban en un patio pequeño, con una canilla y una chica a la que le decían “cuatro dientes”. Pero nadie venía a reclamarlos. La fa-milia que los buscaba creía que estaban en Argentina, ¿cómo podían imaginar que debían buscarlos más allá de la Cordillera?

Después de tanto revuelo mediático, un matrimonio chileno de-cidió adoptar a los dos niños. Comenzaba una nueva etapa para los chicos con sus padres adoptivos, Jesús Larrabeiti y Silvia Yáñez. Mien-tras, la familia Julién Grisonas buscaba y rebuscaba. Denunciaban donde quisieran escucharlos que se habían llevado a sus hijos, ¡y a sus pequeños nietos! Por toda Sudamérica se escuchaban, silenciadas en parte por las dictaduras, las voces de la familia que los buscaba. La organización brasileña clamor logró dar con los hermanos y avisó a Angélica Julién, la mamá de Roger, la abuela de los chicos. Y un día Angélica apareció en la casa de los Larrabeiti…

Y aquí es donde la historia se empieza a contar a dos voces. Por-que, aunque sea la misma, las vivencias y los procesos son diferentes. Porque como dice Victoria “somos individuos totalmente distintos. Cada uno… lo que la biología le permite”.

Era el año 1979. Los Julién Grisonas son los primeros hijos de desaparecidos apropiados en ser encontrados. Fueron un faro de luz y esperanza para todas las familias que buscaban. Los niños, al menos, ¡estaban vivos!

El primero en enterarse fue Anatole. Él era más grande y se acor-daba quién era. Cuando Angélica cayó en la casa de sus padres adopti-vos, lo llevó a una playa y ahí, sin mucha psicología, le dijo todo (quién era ella, quiénes eran sus verdaderos padres). Él no se acordaba de ella. Pero ella sí de él. Anatole tenía siete años. A partir de allí comenzaron las “negociaciones”. Lo lógico, lo natural era que, si Anatole y Victoria eran sus nietos, sangre de su sangre, se volvieran con ellos a Uruguay y fueran criados por SU FAMILIA. No había mucha más vuelta que dar-le al asunto. Pero los Larrabeiti habían comenzado los trámites para adoptarlos legalmente. Ellos no sabían quiénes eran los niños, ni quié-nes eran sus padres. Ellos no habían tenido nada que ver con la apro-piación. Se les rompía el corazón.

Por un lado, los Julién Grisonas aceptaron que los niños perma-necieran en Chile con sus padres adoptivos. Lo hicieron con renuen-cia, con mucho miedo a perder nuevamente a los nietos encontrados. También a la abuela se le rompía el corazón, pero pensó qué podía ser mejor para los niños. Y la criticaron mucho, casi nadie la entendió, ¿cómo no se iba a traer a SUS nietos con ella? A muchos la empatía les cuesta. Pensar qué podía ser mejor para los niños, y no para la lucha. Por el otro lado, los Larrabeiti decidieron frenar el proceso de adop-ción plena y dejar que en el futuro fueran los propios chicos los que decidieran si querían ser adoptados legalmente por ellos. Con esto renunciaban al instrumento legal que les hubiera permitido retener a sus hijos adoptivos a toda costa. No querían hacerles daño. Más daño. Ellos también lo hicieron con miedo. ¿Y si perdían a los chicos a los que ya amaban con locura? Todos renunciaron. Por el bien de Anatole y Victoria. Y, por sobre todo, confiaron en la otra familia.

Pero el tiempo pasaba, y Victoria todavía no sabía nada. Ella no tenía recuerdos. Era muy chiquita cuando la separaron de sus padres.

Y aquí aparece un hito en esta historia que es un gesto de una humanidad inconmensurable. Por parte de las dos familias.

Tenía solamente un año y medio. Y estaba muy feliz con los papás que conocía. Hoy recuerda que siempre tuvo una tristeza, un vacío que no podía explicar, pero a pesar de todo vivía una vida normal y feliz. Cada tanto la visitaban “una abuela” y “unos tíos” del Uruguay. Muy copa-dos todos, muy desenfadados, le traían regalitos lindos. A ella no le parecía raro esto. Tampoco que su hermano todos los veranos viajara a Uruguay y volviera con el acento confundido. Pero los Julién pre-sionaban para que Victoria viajara también. Pero para eso había que contarle. Finalmente, el viaje se planeó en 1984. Victoria tenía nueve años. Sus papás, antes de viajar, le dijeron lo imprescindible: que ella había tenido otros papás, que se habían muerto, que ahora iban a via-jar a visitar a la familia de ellos. Sin temas políticos. Sin datos turbios ni dolorosos. Y viajaron los cuatro. Ya en Montevideo, pasada la alga-rabía inicial provocada por el tan ansiado viaje de los hermanos, una mañana Victoria fue a la habitación de su tía (la hermana

Anatole: ¡Harry Potter, obvio! ¿Por qué? El mal mata a los padres, se roban al niño, lo dejan con una familia de muggles, oooobvio.Todo libro o película típicos del camino del guerrero (Los siete samuráis, de Kurosawa; Star Wars, Harry Potter): siempre que hay algo justo por lo que pelear, y hay un gran adversario que rompe y destruye todo, y vuelve la reconstrucción. Ahí está nuestra historia. Nosotros somos historia de reconstrucción, para generar, ojalá, algo nuevo.

Victoria: Cuando era chica, mi papá me trajo la películaMissing, con Jack Lemmon. Era una película muy sensible, so-bre periodistas que desaparecen en Chile. Muestra el proceso, la figura del desaparecido. Fue muy generoso de parte de mi papá tratar de mostrarme el tema sin adoctrinarme. Él no me decía estos son los malos, y nosotros los buenos, pero sí me decía “esto no está bien, humanamente esto está equivocado”.

de su papá Roger) y esta le mostró fotos de sus padres desaparecidos y le contó toda la historia. Sin anestesia. Victoria recuerda, todavía hoy, exactamente lo que sintió: “Una sensación de… irrealidad. Se me apretó todo, entre el pecho y la guata, y no me sentía bien. Era una angustia tremenda, que nunca había sentido”. A medida que le iban revelando la historia, ella se olvidaba de todo. “Supongo que debe ser un fenómeno de defensa ante el dolor, a nivel inconsciente, me prote-gía olvidándome, porque ya había recibido el Chernobyl por dentro”.

Cuando Anatole llegó a la adolescencia era bastante violento. Es-taba muuuuuy enojado. No tenía muy claro con qué ni contra quién. Pero cuando se frustraba por algo, estallaba la ira. Hoy es súper pa-cifista, pero para llegar a eso se tuvo que reconstruir. Tuvo que elegir qué recuerdos generar en forma permanente. Porque él dice que los recuerdos en sí no existen. Sino que cada vez que recordamos esta-mos recreando ese recuerdo. Tiene algunos bloqueos, pero también tiene algunos flashes, imágenes de lo que pasó antes, durante y des-pués. Él se fue haciendo en base, también, a quiénes fueron sus papás (los biológicos). Cuando pudo empezar a averiguar cómo eran ellos, se encontró con historias opuestas. Por ejemplo, a la familia Julién no les caía muy bien su mamá. Mientras que sus amigos y compañeros de militancia la recuerdan como una mina solidaria, compañera, una artista. El vecino que presenció el operativo cuando se los llevaron de la casa en Buenos Aires le contó que “su mamá era preciosa, que hablaba de arte, de poesía, que hacía danza. Que su papá fumaba, que era muy callado”.

Anatole aprendió muchas cosas en ese proceso de construcción. Pero algo que lo marcó es que “no podés querer a alguien y mentirle y ocultarle cosas, por más que creas que eso lo protege”. Eso lo apren-dió con Victoria, con su vida de hermanos. Durante el tiempo que ella

“Es una construcción permanente, y tú te vas quedando con lo que quieres quedarte. Yo no me quedé con nada de la parte política. Me quedé con lo que eran mis padres”.

no sabía, él no le contaba. Y entendió que, si mentimos, esa persona no va a desarrollar algo que necesita para afrontar esa verdad que tarde o temprano saldrá a la luz. Por eso hoy decide no mentirles a sus hijas, les habla de la muerte con naturalidad, del desapego, de qué pasaría si algún día él no está…

La adolescencia de Victoria no fue violenta, fue rebelde. Su ma-dre adoptiva, Silvia, la sobreprotegía mucho. Y ella se peleaba porque no la dejaba volver más tarde para ir a una fiesta, o no le compraba el vestido que le gustaba porque era muy corto. Su padre trataba de me-diar. Pero ella sentía que no la dejaban SER, que no le permitían crecer. Amaba a su madre, pero no la soportaba. Hasta que encontró la mane-ra de salirse de la inflexibilidad que Silvia imponía usando “el temita”, como ella le dice. Entonces, ante cada negativa de Silvia, Victoria le respondía “tú no eres mi mamá, tú no tienes derecho a decirme esto”. Las dos sufrían un montón.

Victoria también sintió la necesidad de reconstruirse a partir de saber quiénes eran sus papás desaparecidos. Estudió la carrera de psicología, viajó a Uruguay con su hermano, conoció a otros chicos como ella, otros “raritos”, se encontró con los amigos de sus padres, visitó la universidad donde se enamoraron. Reconstruyéndolos se re-construyó. El clic lo hizo cuando viajó a la Argentina para el aniversario de los 30 años de Abuelas y conoció a 40 ó 50 “raritos” como ella. Y a Juliana, que le propuso ir a conocer la casa donde los habían secuestrado. Allí, el famoso veci-no la vio y le preguntó: “¿Vos sos hija de los Julién Grisonas?”. Y le contó todo lo que vio el día del operativo. Pero Victoria, al igual que Anatole, no quería que los recuerdos de sus padres se tra-taran siempre sobre el operati-vo, el trauma, la militancia. Ella quería saber “cómo eran ellos, cómo era el tono de su voz,

¡Tú no eres

mi mamá!

cómo miraba su mamá, cómo era su personalidad, qué música escu-chaban, qué artesanías hacían”. Más de padres y menos de luchadores.

A ella su historia le desarrolló rasgos de personalidad borderline: mucha conflictividad, mucha rebeldía, relaciones tormentosas, con-sumos problemáticos y, a veces, hasta autolesiones. En el medio, se murió su padre adoptivo Jesús, y otra vez al pozo. Lo que la ayudó a encontrar su lado luminoso y dejar la sombra fue la terapia. Al principio con ayuda de la medicación, pero después sin las pastillas, pudo verse, porque hasta ese momento, no quería ver nada porque todo le dolía.

Hoy Anatole tiene tres hijas. Y su relación con ellas se ve profun-damente marcada por su identidad. Durante muchos años, no quiso ser papá. “Yo no quería que mis hijos pudieran perder a sus padres”. Por eso la vida le enseñó a ser padre de tres formas muy particulares y diferentes.

Victoria también tiene una hija. Y como en un círculo que repite la historia, su hija tiene nueve años y viajó por primera vez a Uruguay a visitar a su familia de allá. Y “los lazos no se han roto, no se pueden romper, quizá los físicos sí, pero hay cosas que no se rompen, jamás”. Un día, su hija encontró una muñequita de lana, con los ojitos cosi-dos. Esa muñequita la había hecho Victoria Grisonas con sus manos, para su pequeña hija Viki. Y Elena quiso jugar con ella. Viki le advirtió que la cuidara, que para ella era muy importante porque se la había dado su mamá. Y Elena jugó un par de veces. Hasta que, en una de esas, se puso a llorar, así de la nada, con una pena inconsolable. Le devolvió la muñeca diciendo “mamá no lo soporto, es demasiado, tomá, tomá”. Viki le preguntó: “Hija, ¿qué pasa?”. Y Elena, llorandole respondió “es muy triste, muy triste”. Definitivamente, los lazos no se han roto.

“Me di cuenta de que la vida me dolía mucho. Hasta que comencé a hacer cosas por mí. A los treinta ya estaba másrehabilitada y me pude parar en mis dos pies”.

¡Ahh!,

¡mirá la nieve

tía Mónica!

¡Neve, neve!

¿Cómo se

llaman?

¿De dónde son?

¿Qué

hacen acá solos?

¿Dónde están los chicos?

23

Paula Eva Logares nació el 10/6/1976.

Mamá: Mónica Sofía Grinspon

Papá: Claudio Ernesto Logares

Secuestrados en

Montevideo el jueves

18 de mayo de 1978.

Paula tenía casi 2 años.

Paula Eva

Paula Eva nunca olvidó su nombre. Cuando empezó la escuela prima-ria le decían que tenía seis años. Tenía casi dos más. No le gustaba la oscuridad.

Creía que Rubén Lavallén era su papá. Se asustaba cuando él se ponía violento con Raquel, esa mujer a la que ella llamaba mamá. A Paula nunca le pegó. Pero sí vio cómo le levantaba la mano a su espo-sa. Y escuchaba sus gritos.

Rubén y Raquel la inscribieron como hija propia. En la partida anota-ron el día 29 de octubre de 1978 como fecha de nacimiento, aunque la verdadera fecha fue el 10 de junio de 1976. Firmó el Dr. Jorge Héctor Vidal. Era el médico que la atendía y le regalaba caramelos Sugus en cada consulta.

El subcomisario quería llamarla Luisa. Así se llamaba la mamá de Lavallén.

-¡Luisa!

Paula no lo miraba.

-¡Luisa!

Paula seguía sin responder. Solo se daba vuelta cuando usaban su nombre verdadero. Sabía que se llamaba Paula. También lo sabía Lavallén que era subcomisario de la Policía Bonaerense, jefe de la Bri-gada de San Justo, un centro clandestino de detención y tortura du-rante la última dictadura.

A Paula la habían secuestrado junto a su papá Claudio Ernesto Logares (“Pirulo”) y su mamá Mónica Sofía Grinspon (“Yoyo”) cuan-do le faltaban 23 días para cumplir dos años. Estaban viviendo en Montevideo y ese día iban a pasear al Parque Rodó.

Tiene un recuerdo: se ve chiquita y con la cabeza tapada.

Muchos años después varios sobrevivientes de la dictadura con-taron que vieron a Pirulo y a Yoyo en la Brigada de San Justo y en el

Centro Clandestino Pozo de Banfield, los lugares adonde llevaban a los uruguayos secuestrados en Argentina o a los argentinos traídos de Uruguay.

Militares y fuerzas policiales actuaban coordinadamente en los países de América Latina en el marco de lo que se conoció como el Plan Cóndor .

Paula cursó primer grado en democracia. Arrancó la escuela en 1984, cuando en realidad debería estar en tercer grado. Abuelas de Plaza de Mayo ya estaba sobre su pista. La estaban buscando.

–Una señora me quiere molestar y dice que es tu abuela –le dijo Lavallén a Paulita

–Pero qué tonta esa señora, ¿por qué no dice que es mi mamá? –respondió la nena y todavía no sabe por qué dio esa