Más allá del mito - Andrés Chavarro González - E-Book

Más allá del mito E-Book

Andrés Chavarro González

0,0

  • Herausgeber: CESA
  • Kategorie: Fachliteratur
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

Los emprendedores, nos dicen, son genios arriesgados. Adivinos que predicen el futuro y que tienen el coraje para apostar a lo que visualizan en sus mentes va a materializar en la realidad. Esta es la narrativa reinante del emprendimiento, y genera dos efectos curiosamente contradictorios: unos concluyen que emprender es tan sencillo como tener una buena idea de negocio y arriesgarse a apostar por ella, mientras que otros quedan con la sensación de que el emprendimiento es algo lejano, una actividad exclusiva de una pequeña minoría de genios con habilidades predictivas que, más que humanos, parecieran ser semidioses. MÁS ALLÁ DEL MITO NO ES UN LIBRO SOBRE EMPRENDIMIENTO, ES UN LIBRO SOBRE EMPRENDEDORES. Son sus historias las que ponen la materia prima para tejer una nueva narrativa sobre el emprendimiento: una más cercana a la realidad, menos adornada, y, sobre todo, una que permita a aquellos emprendedores en potencia y entusiastas del tema aproximarse -con mayor precisión y sin tantos mitos- a este apasionante mundo. ¿Cómo piensan y actúan, en la realidad, estos seres que durante años nos han presentado como inalcanzables? De esto -y de algo más- trata este lib

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 212

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



658.4092 / A174m 2021

Acevedo Niño, Andrés

Más allá del mito: una visión menos adornada de cómo piensan y actúan los emprendedores / Andrés Acevedo Niño, Andrés Chavarro González. Bogotá: Colegio de Estudios Superiores de Administración – CESA, 2021. 228 p.

DESCRIPTORES:

1. Emprendimiento – Aspectos psicológicos 2. Espíritu emprendedor 3. Habilidades administrativas 4. Desarrollo empresarial – Estudio de casos 5. Empoderamiento 6. Emprendedores – Aspectos éticos y morales

© 2021 CESA - Colegio de Estudios Superiores de Administración

© 2021 Andrés Acevedo Niño

© 2021 Andrés Chavarro González

ISBN impreso: 978-958-8988-53-5

ISBN digital: 978-958-8988-54-2

Editorial CESA

Diagonal 34a # 5a - 23 Barrio la Merced, Bogotá – Colombia

www.editorialcesa.com

Correo: [email protected]

Editorial Universidad del Norte

Km.5 Vía Puerto Colombia.

web: www.uninorte.edu.co.

Correo: [email protected]

Editorial EAFIT

Carrera 49 No. 7 sur - 50

Tel.: 261 95 23, Medellín

http://www.eafit.edu.co/fondoeditorial

Correo electrónico: [email protected]

Editorial Universidad ICESI

Calle 18 No. 122-135 (Pance), Cali – Colombia

Teléfono: +57 (2) 555 2334

E-mail: [email protected]

http://www.icesi.edu.co/editorial

Dirección: Editorial CESA

Corrección de estilo: José Ignacio Curcio Pennen

Diagramación: Yimmy Alberto Ortiz Arias

Diseño de portada: Daniella Trujillo Ospina

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Prólogo

Introducción

Un cuadro en el museo

Los efectos (indeseables) de la narrativa actual

Nueva narrativa del emprendimiento

La estructura

¿Historias o emprendimientos?

Un poco rojo

¿Una carrera exitosa?

La junta

Historias, no compañías

Lejano e ideal

¿Qué es ‘ser’ emprendedor?

La convicción

¿Quién es emprendedor?

Irlandés, pero es francés

Entonces, ¿emprender significa asumir riesgo?

Transformar, no suplir

Categorías de emprendedor

Emprendedor de alto impacto

Emprendedor de oportunidad (lifestyle entrepreneur)

Emprendedor por subsistencia

Emprendedor serial

Emprendedor social

Emprendedor como innovador

Empresario vs. emprendedor

¿El emprendedor es o está?

Del laboratorio al mercado

Ser o estar

Un salto: ¿al vacío?

El club de podadores de Bucaramanga

Rumbo a México

La emprendedora efectual

Cómo piensan y actúan los emprendedores

La lógica efectual

Las implicaciones de la efectuación

El emprendedor accidental

Habilidades esenciales para un emprendedor

La barranquillera y el emperador

Habilidades del emprendedor

Autoconocimiento

No quiero un ascenso

Potencializar en vez de reparar

La importancia del autoconocimiento

Problemacentrismo

Desde un bar en el último piso

Enamorado de la que no es

Enamorarse de problemas

Resiliencia

Días soleados en medio de cubículos

Vendedor que no vende

Éxito de un momento para otro

El ingrediente secreto

Los gimnastas de la resiliencia

De cuando Hugo se volvió resiliente

Mentalidad de crecimiento y propósito

Dos mentalidades

El fracaso y la mentalidad de crecimiento

El emprendedor de crecimiento

Propósito: de Nietzsche a Sinek

Propósito y mentalidad de crecimiento

Asunto: fracaso

Qué le puede enseñar una plataforma virtual a una heladería

Dos y va contando…

Fracaso como lotería o como proceso de aprendizaje

El exilio

E de exilio, E de éxito

Fracaso “a la latina”

El mantra latino

De nuevo con corbata

Del campo a la mesa

Con qué nos quedamos

Bibliografía

Notas al pie

Prólogo

 

Hace unos años, durante una de las reuniones mensuales de una junta directiva de la cual era miembro, fui testigo de una discusión entre dos de sus integrantes. Ella, una reconocida emprendedora del país, se refirió a varios de los presentes como emprendedores, a lo cual un hombre mayor le respondió que él no era emprendedor sino empresario, y que todos debíamos dejar de llamarnos emprendedores porque eso le resta nivel y trayectoria a la profesión. Ante semejante afirmación ella respondió tajante: “Yo soy y siempre seré emprendedora. A mucho honor”.

Hoy, varios años después, teniendo en mis manos esta obra, inspiradora y a la vez cuestionadora, de Andrés Acevedo y Andrés Chavarro, entiendo que los dos personajes de la junta jamás habrían llegado a un punto medio. El problema es de fondo: el empresario de la historia no comprendía lo que significa y conlleva el emprendimiento, pues para él emprender era un primer paso, muy prematuro, en el proceso de llegar a ser empresario, por lo que no podía permitir que con toda su experiencia se le siguiera llamando emprendedor. Sin duda esta es una confusión muy común: se suele creer que un emprendimiento es algo pequeño y que una empresa ya formada es algo grande, por lo que el término emprendedor se convierte, incluso, en una expresión despectiva. Mientras tanto, para ella emprender era una profesión constante, una disciplina, y evidentemente una pasión, al mismo tiempo el proceso y el resultado. El camino y la meta. Y es que emprender ha sido una palabra tan utilizada desde diferentes perspectivas en los últimos años, que su definición y todo lo que conlleva parece haberse desdibujado. El término emprender pareciera pertenecer a ese tipo de vocablos confusos, pero tan comunes, que aquellos que no los entienden claramente, tampoco se atreven a cuestionarlos.

Paradójicamente, lo que hace esta interesante investigación es precisamente descomponer y deconstruir lo ya desdibujado, pues es justamente el conjunto de mitos y creencias alrededor del tema lo que ha ocasionado que el término se haya extraviado en un mar de opiniones y expectativas. Por eso es indispensable desmitificar muchos paradigmas e ideas, y volver a construir a partir de cero, labor que admirablemente se completa en este libro.

Debo confesar que no fue sino hasta que leí las acertadas metáforas propuestas por los autores, que viajé con ellos a través de las inspiradoras historias y me puse al día con sus enriquecedoras investigaciones, que comprendí todo lo que de verdad significa dedicarme a ser emprendedora.

Inspirador, motivador y reflexivo, este análisis nos permite a los emprendedores actuales y en potencia, así como a los entusiastas del tema, redefinir nuestras creencias en temas como el fracaso, la resiliencia y el propósito, e, incluso, analizar detenidamente las razones, muchas veces equivocadas, que nos motivan a emprender. A través de estas líneas el lector encontrará que puede abandonar muchas ideas vagas, definiciones descuidadas y creencias obstinadas relacionadas con el mundo del emprendimiento, para no solo aprender e ilustrarse desde diferentes referentes, experiencias e investigaciones, sino también para, tal vez, replantear su posición frente al acto de emprender. Es muy probable que si el empresario de aquella junta directiva leyera este libro, se retractaría y pediría que, por favor, y a mucho honor, se le llame emprendedor.

 

Carolina Jaramillo

Fundadora y Gerente de Marketing Instampa

Introducción

Un cuadro en el museo

En un museo –no diremos aquí cuál– está exhibido el cuadro del emprendimiento. No es una gran pieza de arte, pero, desde hace un par de décadas, es la que más visitantes recibe. Es el cuadro más popular de la colección. Las multitudes pasan horas con su mirada fija en los hombres y mujeres que están allí retratados: Bill Gates, Elon Musk, Mark Zuckerberg, Sara Blakely, Jack Ma, Simón Borrero, Marcos Galperín, Arturo Calle, entre muchos otros. Sonrientes, mirando desde arriba a las multitudes, estos emprendedores parecen ser algo más que humanos. Así ha querido retratarlo el artista: en su cuadro no ha pintado humanos, ha pintado verdaderos genios. Innovadores. Transformadores. Semidioses que han cambiado el mundo. Semidioses que son admirados durante horas por ríos de espectadores.

Pero aunque se trata del mismo cuadro, no todos ven lo mismo. Entre los visitantes del museo hay, en realidad, dos grandes grupos. Están, por un lado, los que podríamos denominar emprendedores en potencia: aquellos que no ven la hora de embarcarse en esa aventura que tanto triunfo y satisfacción ha traído para los que ya se atrevieron a emprender. Su entrada en el mundo del emprendimiento es cuestión de tiempo.

Entre los emprendedores en potencia, unos son jóvenes, llenos de energía, con ansias no solo de explorar el mundo, sino de –como les gusta decir– comérselo. Son conquistadores –o por lo menos proyectos de conquistadores– que encuentran en las historias de los emprendedores –sus ídolos– la ruta a la cima. Otros, no tan jóvenes, ya han recorrido otras rutas –generalmente como empleados– y lo único que han descubierto es que en ellas no está la tan ansiada satisfacción. El emprendimiento, entonces, se les antoja como una salida. Una alternativa poderosa. Ya están decididos a enviar la carta de renuncia y probar suerte en ese mundo de adrenalina y riesgos; ese que también promete recompensas que nunca alcanzarían de persistir como empleados; ese que ya pueden anticipar en el cuadro exhibido en el museo. Los emprendedores en potencia ven en el cuadro una promesa de lo que pueden llegar a ser.

El otro grupo es el de los que podríamos denominar entusiastas del emprendimiento: comparten el interés por el emprendimiento y la admiración por los emprendedores, pero no son capaces de hacerse a la idea de que ellos también podrían emprender. De que es posible que, algún día, ellos hagan parte del cuadro. Al ver el retrato no pueden evitar sentirse inferiores. El emprendimiento –piensan– es algo reservado para unos cuantos genios atrevidos. Y como ellos no son ni genios ni atrevidos tendrán que limitarse a ser espectadores pasivos. A recorrer, sin esperanza, aquel museo, y de vez en cuando levantar la mirada hacia el cuadro iluminado y pensar: “ah, si tan solo me hubiera arriesgado”. Los entusiastas del emprendimiento ven en el cuadro un destino al que nunca podrán arribar, por más que lo deseen.

Las diferencias de percepción entre uno y otro grupo son significativas. Los emprendedores en potencia miran el cuadro y ven a sus grandes ídolos, pero no los sienten lejanos. O por lo menos no tan lejanos como los perciben los entusiastas, pues para estos la idea de que algún día podrán hacer parte de ese cuadro no es más que una ilusión infantil. Pareciera tratarse de una cuestión de ADN: el entusiasta del emprendimiento siente que por sus venas no corre la misma información genética con la que cuentan los emprendedores retratados que parecen estar hechos de una materia diferente; una materia reservada para unos cuantos afortunados. Algunos de los entusiastas incluso han contemplado la idea de que esos emprendedores que tanto admiran no son siquiera humanos. Como si entre nosotros vivieran unos semidioses que tienen la capacidad de moldear el mundo a su antojo. De pavimentar, a punta de ingenio y grandes ideas, el camino por el que la humanidad ha de avanzar.

Por su parte, los emprendedores en potencia no creen en la teoría de la genética particular. O tal vez creen que ellos también cuentan con esos genes especiales. Lo que los separa pues de aquellos que forman parte del cuadro no es otra cosa que la determinación. El coraje de lanzarse a la aventura, de saltar al vacío, como parece que han hecho los emprendedores exitosos.

El lector podrá estar de acuerdo con los entusiastas: el emprendimiento está reservado para unos cuantos seres especiales. La genética es así. Despiadada e indiferente. Unos nacieron para eso; otros simplemente nacieron para verlos en acción. Pero no todos los lectores pensarán así. Habrá unos que desconfiarán del fatalismo de los entusiastas y se pondrán del lado de los emprendedores en potencia. ¡Claro que se puede! Es cuestión de creérselo, o cuestión de tiempo, o cuestión de que se les ocurra esa idea revolucionaria.

Lo que unos y otros –envueltos en su fatalismo y en su entusiasmo– no pueden advertir es que el problema no es de percepción: el problema está en el cuadro mismo. Tanto entusiastas como emprendedores en potencia han sido timados por un cuadro que pinta una imagen amañada; el retrato que tantos hemos apreciado es desleal con la realidad. Es una idealización de lo que implica emprender. Un mito, si se quiere. Uno que se ha tejido a partir de películas, series, biografías, conversaciones en cafés y en pasillos universitarios, uno que se ha replicado a través de discursos motivacionales y de conferencias multitudinarias. Es una narrativa que se ha ido hilando poco a poco y que ha sacado provecho de la tendencia de nuestros cerebros a preferir lo simple por encima de lo complejo. A tomar por cierto lo atractivo por encima de lo verdadero.

Pero no nos pongamos conspirativos. No hablemos de complots. El hecho de que el cuadro del emprendimiento –podemos empezar a llamarlo la narrativa– no sea representativo de la realidad no es evidencia de que haya intereses oscuros en marcha. El cuadro no ha sido amañado para servir los intereses particulares de unos individuos. Simplemente así ha resultado. Es el precio que pagamos por intentar explicar las complejas acciones en las que nos embarcamos y los extraños mundos que vamos creando en el proceso. Toda comunicación requiere simplificación, y a veces esas simplificaciones son contraproducentes. Y justo eso sucedió en el caso de la narrativa simplificada del emprendimiento.

Los efectos (indeseables) de la narrativa actual

Son dos los efectos indeseables que ha generado la narrativa actual del emprendimiento. Y son, curiosamente, contradictorios entre sí. Por un lado, la narrativa ha convertido el emprendimiento en algo lejano; en una disciplina reservada para genios con buena genética. Como consecuencia, muchos que quisieran emprender se privan de hacerlo. Genera, en los entusiastas del emprendimiento, una sensación de insuficiencia, de no ser suficientemente buenos, de no tener ideas provechosas, de no haber empezado temprano.

Por otro lado, la narrativa ha atraído hordas de emprendedores sin convicción que consideran el emprendimiento como un camino fácil que, aunque no está desprovisto de riesgos, promete grandes recompensas para quien tiene suficiente coraje; recompensas que no se podrían obtener con otras formas de trabajo. La narrativa de que se puede ser su propio jefe, no rendirle cuentas a nadie, retirarse a un paraíso tropical a gozar de una vida de lujos, y que para ello basta con tener una buena idea de negocio, no es más que una red que termina atrapando a aquellos emprendedores que no tienen la convicción de transformar la realidad –o de brindar soluciones a grandes problemas–, sino simplemente de solucionar su situación financiera.

La narrativa actual del emprendimiento, aunque mentirosa, es altamente efectiva. Tanto que lo ha puesto de moda. Un hecho que se puede sentir en el aire y corroborar en pasillos universitarios. Las cifras lo confirman: según el Global Entrepreneurship Monitor (GEM), el principal monitor de emprendimientos, el 48,8% de los colombianos tienen la intención de crear empresa en los próximos tres años1. Los otros países latinoamericanos no están nada lejos. Las ansias de emprender se extienden por toda la región. Cada vez más –para volver a nuestra metáfora del museo– los espectadores observan el cuadro y se unen al grupo de los emprendedores en potencia.

La moda del emprendimiento puede que nos parezca apenas normal. Sin embargo, no hay que olvidar que hace apenas unas décadas ser emprendedor era el equivalente a ser un perdedor. La etiqueta de emprendedor estaba reservada para unos cuantos sujetos extraños que decidían crear empresa, pero sobre todo para marcar a aquellos que no lograban conseguir trabajo. Es decir, para perdedores. Los valores generacionales –esos derroteros inconscientes que determinan los destinos de muchas personas– han mutado. Antes eran el carro, la casa, y la familia. La apuesta era por la estabilidad y la certeza. Ahora es el emprendimiento el derrotero que jalona a cientos de personas –emprendedores y sus familias– hacia un destino incierto. La de estas generaciones es una apuesta por la transformación, el impacto y el legado.

¿Por qué estamos criticando el emprendimiento? No parece sensato criticar una actividad que genera empleo, dinamiza la economía, acelera las innovaciones y tiene impacto social2. Quejarse de que en un museo hay un cuadro que atrae más personas hacia el emprendimiento parece, a ojos de muchos, una necedad producto de la envidia. Que el emprendimiento esté de moda debería ser un motivo de celebración, no de preocupación. El cuadro, aunque engañoso, logra su cometido: poner el emprendimiento sobre la mesa y aumentar el número de emprendedores y emprendimientos que van a generar progreso.

El argumento es tentador. ¿Será que en vez de seguir criticando la narrativa mentirosa, admitimos que ha sido efectiva y que ha traído más bien que mal? ¿Seguimos contando las historias de emprendedores como hasta ahora? Parece que por ahora no nos ha ido nada mal con esa estrategia. En efecto, durante las últimas décadas hemos sido testigos de increíbles innovaciones debidas a los emprendedores y sus creaciones. Entonces, ¿para qué una narrativa más cercana a la realidad si el mito funciona bastante bien? La tesis a favor de la inercia, esto es, de no hacer nada, parece cobrar fuerza. Sin embargo, dos argumentos nos permiten salir en defensa de una nueva narrativa del emprendimiento.

El primero es que una nueva narrativa menos irreal puede acercar al emprendimiento a aquellos que lo veían lejano. Esto es, a los entusiastas del emprendimiento. Y es que cuando se revisan las cifras, se advierte que la moda es, en gran parte, solo eso: una moda. Solo un pequeño porcentaje de las personas que manifiestan el deseo de emprender lo concretan: el mismo informe del GEM señala que tan solo el 16% de los que dicen querer emprender se lanzan a hacerlo realidad. La brecha entre la palabra y la acción es, en este caso, un gran valle de sueños muertos. Muchos dicen que van a emprender y solo una pequeña porción de ellos lo hacen. El emprendimiento, aunque está de moda, sigue siendo un sueño lejano para muchos. Una nueva narrativa puede acercar el emprendimiento a los entusiastas y, por lo tanto, generar más emprendimiento. Es decir, convertir entusiastas en emprendedores potenciales.

Pero no se trata solo de aumentar la base de emprendedores potenciales, sino de presentar una narrativa que atraiga emprendedores con convicción. ¿Estamos atrayendo emprendedores sin convicción?, ¿emprendedores que se aventuran a crear empresa a partir de una idea equivocada de lo que implica emprender? Y, al mismo tiempo, ¿estamos, desde la narrativa reinante, excluyendo a posibles emprendedores?, ¿a emprendedores tal vez mejor preparados y con mayores posibilidades de tener éxito? Así lo creemos. ¿Tiene ello efectos prácticos? Una mirada a las cifras del fracaso empresarial podría despejar las dudas.

Al poco emprendimiento que se concreta se le suma la alta tasa de fracaso de las iniciativas empresariales. Por ejemplo, en Colombia luego de tres años solo el 61% de las empresas siguen existiendo, y luego de cinco años sobrevive apenas el 42,9% de ellas3. Se discuten ampliamente las razones de los fracasos empresariales en contextos latinoamericanos, y entre las explicaciones que se suelen ofrecer están las cargas tributarias, las inadecuadas regulaciones, la falta de acceso a las tecnologías y la información, y la escasez de fuentes de financiación4. Pero las altas tasas de mortalidad empresarial también se pueden explicar, en cierta medida, por las historias de emprendimientos que escuchamos, contamos y replicamos. Desde el cuadro que observamos en la exposición. Y es que cuando se tiene el convencimiento de que el emprendimiento es tan fácil como tener una idea, crear una empresa y sentarse a esperar los frutos, no causa sorpresa que esa fantasía resulte en decepción, quiebra y liquidación.

Si pintamos un nuevo cuadro, uno que retrate con mayor precisión la manera en la que los emprendedores piensan y actúan; uno que examine los mitos que se han creado del emprendedor –¿se trata, en realidad, de un soñador que plantea una visión arriesgada y se juega el todo por el todo en un salto al vacío?–; uno que le quite la condición de semidioses a los emprendedores y, en el proceso, abra las puertas para cientos de entusiastas del emprendimiento que no se han atrevido, ¿se reducirían las cifras de fracaso empresarial?, ¿surgirían mejores emprendimientos?

Por ahora no podemos dar una respuesta. Mientras tanto, a ocuparnos de lo que corresponde, esto es, pintar el nuevo cuadro.

Nueva narrativa del emprendimiento

Si los emprendedores son genios que transforman el mundo gracias a sus ideas y a su propensión genética para asumir los riesgos necesarios para ejecutarlas, entonces los libros sobre emprendimiento no son realmente útiles. Podría decirse que son inspiradores, pero de nada sirve estar inspirado si no se tiene la genética apropiada. Esa es la conclusión a la que se debería llegar después de un repaso por la narrativa actual.

En la nueva narrativa –la que pretendemos ilustrar aquí– son útiles los libros de emprendimiento, pues existen elementos comunes entre los emprendedores exitosos, aunque no sean precisamente producto de una genética privilegiada. Es más, del análisis de sus pensamientos y acciones se podría incluso derivar un método que los aspirantes a emprendedores podrían aplicar.

Esto, por supuesto, sorprende a aquellos que conocen y replican la narrativa tradicional. ¿Cómo puede haber un método para emprender? Los emprendedores – contestarán– son unos genios de una particularidad extrema, que no siguen reglas y mucho menos métodos. La genialidad no admite estandarización, dicen. Y en cierto sentido tienen razón: las historias de cómo surgieron los grandes emprendimientos que han cambiado el mundo en las últimas décadas son únicas y cada una tiene sus propias particularidades. Cada una, además, tiene sus toques de genialidad inesperada. Pretender negar que Steve Jobs, Bill Gates o Elon Musk son genios roza con lo absurdo. Sin embargo, también es cierto que cuando uno mira las historias de sus emprendimientos –así como las historias de otros emprendimientos exitosos no tan visibles– se encuentra con elementos en común obviados por la narrativa tradicional.

No es que estos emprendedores hayan seguido una serie de pasos estandarizados, sino que, en realidad, tienen una manera particular de pensar el emprendimiento. Ese es el gran descubrimiento de Saras Sarasvathy, una académica que ha dedicado su vida a estudiar a los emprendedores, que señala que “Existe una ciencia del emprendimiento […] una lógica común que observamos en emprendedores expertos sin importar la industria, la geografía y la época. A esta lógica la llamamos efectuación”5.

La efectuación, o lógica efectual, es un nuevo paradigma del emprendimiento. Uno al que le cabe el adjetivo revolucionario. Durante años los académicos estuvieron forcejeando, sin éxito, con la pregunta ¿qué hace a un emprendedor? La respuesta predominante –aunque no muy convincente– era que los emprendedores debían tener una genética particular que los hacía más propensos al riesgo.

Sin embargo, la tesis de la genética privilegiada resultaba tremendamente frustrante para los académicos: admitir que el emprendimiento dependía de la genética suponía resignarse al hecho de que la academia no tenía mucho que aportar para criar generaciones de personas y sociedades emprendedoras. Era, en verdad, admitir que lo que le correspondía a los académicos y a los gobiernos interesados en promover el emprendimiento era un rol pasivo: esperar a que de la caprichosa genética surgieran más emprendedores. Eso, a la vez, significaba que el individuo averso al riesgo debía resignarse a una vida no emprendedora.

Frente a ese panorama desalentador, el descubrimiento de Sarasvathy –que a lo largo de este libro vamos a detallar y comentar– ofrece luces respecto de la realidad del emprendimiento, al tiempo señala un camino más alentador –y soportado por la investigación– para potenciales emprendedores. Los emprendedores, dice Sarasvathy, no se diferencian por sus genes sino por sus acciones, de las cuales se puede derivar una lógica común a todos ellos: la lógica efectual.

Los hallazgos de Sarasvathy obligan a romper con la narrativa tradicional del emprendimiento. Y es que lo que propone, en esencia, es que los emprendedores no son seres especiales, sino que: “La idea principal es que todo el que quiera ser emprendedor puede (aprender a) ser emprendedor”6. Los emprendedores, plantea, son personas de carne y hueso –de genética común y corriente– que operan bajo una lógica común. Una lógica que es distinta a la que se enseña en universidades y libros de negocios.

La advertencia de Sarasvathy es clara: dejen de analizar lo que los emprendedores son (sus características y su personalidad) y empiecen a mirar lo que los emprendedores hacen, pues sus acciones delatan una lógica particular muy diferente de aquella que nos habían narrado en las historias de éxito de emprendimiento. Aunque son muchos los aspectos en que difieren la investigación de Sarasvathy y la narrativa predominante de emprendimiento, hay uno que vale la pena anticipar desde ya: la manera en que los emprendedores enfrentan el futuro.

Según la narrativa tradicional, los emprendedores exitosos tienen la capacidad de anticipar el futuro: predicen lo que va a suceder y hacen una apuesta arriesgada que es recompensada cuando ese futuro se materializa. En esa línea se podría concluir que para ser un buen emprendedor hay que ser, en parte, un buen apostador.

La conclusión de Sarasvathy es que los emprendedores no se preocupan por predecir un futuro, sino que se ocupan de controlar un futuro que saben incierto. Las implicaciones de esa diferencia conceptual no son menores: el emprendedor que opera bajo la premisa de un futuro predecible o riesgoso plantea una visión y luego escoge, entre los muchos posibles caminos, el óptimo para arribar a esa visión. Ese emprendedor opera a partir de una lógica causal. Sus acciones causan que se materialice su visión. Existe una relación de causalidad entre sus acciones y su visión.

Por otra parte, el emprendedor que reconoce que opera en un mundo incierto, y que el futuro no se puede predecir, no plantea una visión, sino que trabaja con aquello que controla –su experiencia, sus contactos, sus conocimientos– y a partir de allí va ensamblando, mediante interacciones, un emprendimiento que –espera– le permita controlar, en cierta medida, ese futuro incierto; es decir, opera bajo una lógica efectual. En vez de proponerse una meta, el emprendedor efectual pone en marcha una serie de interacciones o efectos de las cuales surgen posibles metas.

¿Qué son las contingencias para el pensador causal?: interrupciones al vínculo de causalidad; obstáculos infranqueables; fracasos que auguran la imposibilidad de materializar la visión. En cambio, el emprendedor efectual encuentra en las contingencias posibles oportunidades y, en tanto no está restringido por un vínculo entre acción y visión, tiene la posibilidad de ajustar el rumbo y sacar provecho de los obstáculos que le propone el camino. Se trata, en suma, de dos marcos conceptuales –dos campos de acción– con implicaciones prácticas absolutamente diferentes.