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Ómnibus Deseo 507 Matrimonio por convenio Leanne Banks ¿Casarse con Alex Megalos? Aunque se sentía atraída por el millonario griego, Mallory James sabía que sus conquistas eran legendarias. Involucrarse con un hombre como Megalos solo podía romperle el corazón, pero no había contado con la determinación de Alex de acostarse y casarse con ella, la única mujer a la que no podía tener. Humo y espejos Lisa E. Arlt Quién habría pensado que bajo los formales trajes de elegante abogada, Caris Johnson llevaba una lencería sexy que reflejaba lo apasionado de sus fantasías. Sus clientes y compañeros jamás lo imaginarían. Pero al viajar a la isla de Navarro para trabajar en un caso, Caris se dio cuenta de que cada vez le resultaba más difícil separar ambas identidades. Quizá fuera culpa del calor, de las noches ardientes… o de Alex Navarro. La seducción del duque Michelle Celmer ¡Tenía que resistirse a él! ¿Cómo iba a trabajar Victoria Houghton para el duque Charles Frederick Mead? Despreciaba al duque y a la familia real de Morgan Isle porque se habían hecho con el hotel de su padre en un trato más que dudoso, degradándola después al puesto de ayudante personal. Victoria intentaba ignorar la atracción que sentía por él aunque Charles la besara hasta hacer que se rindiese.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 507 - enero 2023
© 2008 Leanne Banks
Matrimonio por convenio
Título original: Billionaire's Marriage Bargain
© 1998 Lisa E. Arlt
Humo y espejos
Título original: Smoke and Mirrors
© 2009 Michelle Celmer
La seducción del duque
Título original: The Duke's Boardroom Affair
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009, 2007 y 2009
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta
edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto
de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con
personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o
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I.S.B.N.: 978-84-1141-426-5
Créditos
Matrimonio por convenio
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Epílogo
Humo y espejos
Dedicatoria
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
La seducción del duque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Si te ha gustado este libro…
–Mi hija necesita un marido.
Alex Megalos miró al hombre que había pronunciado la frase, Edwin James, propietario de Inversiones y Asesoría James y uno de los hombres más ricos del país, preguntándose si estaba sugiriendo que él ocupara ese puesto.
Él llevaba treinta años evitando ese tipo de compromiso… aunque las cosas con su novia más reciente se habían vuelto un poco incómodas cuando la relación empezó a encaminarse hacia su final.
El hecho de que eso no lo molestase lo hacía sentir un poco desaprensivo, pero sabía que era mejor cortar una relación cuando estaba destinada al fracaso. Además, conocía lo suficiente a las mujeres como para saber que todas querían algo. En su opinión, el amor era una mentira, una cosa de ficción.
Tomando un sorbo de whisky, miró a la mujer de la que estaban hablando. Una dulce morena con amplias curvas, pudorosamente tapadas por un discreto vestido azul que le llegaba por las rodillas, Mallory James no parecía una devoradora de hombres como las chicas con las que él se relacionaba.
Bonitas piernas, pensó. Pero lo que le más le gustaba de ella era su sonrisa. Tan genuina.
–No debería tener ningún problema para encontrar un marido. Es una chica guapa y con mucho encanto.
Edwin dejó su vaso sobre la barra y frunció el ceño.
–Por fuera. Pero por dentro es dinamita. Además, es muy exigente.
–¿Mallory?
–Su madre y yo hemos intentado emparejarla con media docena de hombres y no ha querido saber nada. Yo tenía esperanzas con ese tal Timothy con el que ha venido esta noche… pero me temo que la cosa va mal. Mallory dice que es un buen amigo.
Alex asintió.
–Amigos, el beso de la muerte. Pero ¿por qué quieres que se case?
–Porque acaba de terminar la carrera y quiere trabajar en mi empresa.
–¿Y eso es malo?
Edwin bajó la voz:
–No me gusta decir esto, pero sería un problema. Podría ser la empleada ideal, pero ¿y si no lo es? No puedo soportar la idea de tener que corregirla o, peor, despedirla. La verdad es que cuando se trata de mi hija soy un blando. Y en los negocios no se puede ser blando.
–Y crees que el matrimonio lo resolverá todo.
–Yo quiero que Mallory sea feliz, saber que alguien cuida de ella. Trabaja para un montón de asociaciones benéficas, pero dice que quiere algo más. Y si no está ocupada en algo, temo que acabe como algunas de las chicas de su entorno: drogándose, embarazada o en una cinta de vídeo haciendo el amor con su novio.
Sorprendido, Alex volvió a mirar a Mallory, imaginándola de repente con un atrevido conjunto de ropa interior.
–¿De verdad crees que es ese tipo de chica?
–No, claro que no. Pero todo el mundo puede tener un momento de debilidad. Todo el mundo –suspiró Edwin–. Mallory necesita un hombre que la mantenga ocupada, necesita un reto.
Alex, que había entablado conversación con Edwin porque necesitaba un inversor para su último proyecto, se quedó sin palabras. Y eso era raro en él.
–Me gustaría ayudar, pero…
–Sé que tú no eres el hombre adecuado para mi hija, Alex. Tú sigues yendo de flor en flor… bueno, ya me entiendes –Edwin le hizo un guiño de complicidad–. No hay nada malo en eso, claro. Nada malo en absoluto. Pero tú podrías saber de alguien. Y si es el adecuado, estaría dispuesto a recompensarlo. Si conoces a algún hombre con la mezcla adecuada de personalidad y ambición, mándamelo y te estaré eternamente agradecido.
Alex procesó esa información. Si Edwin James le estaba agradecido, podría conseguir los fondos que necesitaba. Una de las primeras reglas para triunfar en los negocios era usar el dinero de los demás para lograr los objetivos.
Luego miró a Mallory. No le haría daño a nadie que le echase una mano a Edwin, pensó. De hecho, todo el mundo tenía algo que ganar.
–Voy a charlar un rato con tu hija. Y tranquilo, si encuentro al candidato adecuado, te lo diré.
Metro ochenta y cinco de puro atractivo masculino, el pelo castaño y unos ojos verdes que podían robarte el aliento, Alex Megalos era un imán para las mujeres. Su rostro, de rasgos marcados, y ese cuerpo de pecado podrían haber sido esculpidos en mármol. Era inteligente, rico y podría enamorar a cualquiera. Aunque tras su encanto había un duro hombre de negocios. Alex, vicepresidente de Megalos-De Luca, era conocido por su energía y dinamismo.
¿Y por qué estaba mirándola? En el pasado, a Mallory siempre le había parecido que miraba a través de ella, no a ella directamente.
La primera vez que se encontraron sólo había podido tartamudear una disculpa… después de tirar una bandeja llena de copas.
Era tan atractivo que inmediatamente se había quedado deslumbrada por él.
Y aquella horrible noche cuando intentó seducirlo… Mallory hizo una mueca de horror. Había sido uno de los peores momentos de su vida. Alex tuvo que sujetarla para que no se rompiera la crisma cuando se desmayó… y aunque él pensó que el desmayo era debido a que se había tomado la copa de un trago, ésa había sido una llamada de atención.
El sentido común prevaleció y, a partir de entonces, había dejado de pensar en él. Sabía que no estaba a su alcance. Además, Alex Megalos era incapaz de conformarse con una sola mujer durante más de un mes y lo único que podía pasar era que le rompiese el corazón.
Mallory, suspirando, se volvió hacia los invitados al baile benéfico que ella misma había organizado.
–Gracias por venir –saludó a una pareja.
–Has hecho un trabajo maravilloso –dijo la señora Trussel–. Ha venido mucha más gente que el año pasado. Yo organizo una cena para la Asociación contra el cáncer y me encantaría que quedásemos un día para que me dieras ideas.
–Por favor, deja a la chica en paz –suspiró el señor Trussel, un adusto abogado que empezaba a perder pelo–. Aún no ha terminado de organizar este baile.
La señora Trussel estudió a Mallory un momento.
–No estarás cansada, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza.
–Pues no. Pero últimamente he estado muy ocupada.
–Yo tengo un sobrino al que deberías conocer. Lleva un año trabajando en el bufete de mi marido y creo que sería un buen partido para ti. ¿Puedo darle tu número de teléfono?
Mallory abrió la boca para rechazar amablemente la invitación. Si alguien volvía a sugerir una cita con un desconocido, se pondría a gritar.
–Pues…
–Mallory, cuánto tiempo –los interrumpió una voz masculina.
Su corazón dio un vuelco. Conocía esa voz. Respirando profundamente, y decidida a no desmayarse otra vez, se dio la vuelta.
–Alex, ha pasado mucho tiempo, es verdad. ¿Conoces a los señores Trussel?
–Sí, nos conocemos. Me alegro de volver a verlos. Señora Trussel, está usted tan guapa como siempre.
La mujer se puso colorada.
–Por favor, llámame Diane. Estábamos diciéndole a Mallory lo bien que ha organizado este evento.
–Estoy de acuerdo –sonrió Alex–. ¿Le importa si se la robo un momento?
–No, claro que no –dijo el señor Trussel.
En cuanto se alejaron, Mallory se volvió hacia Alex.
–Si estás siendo amable conmigo porque mi padre te lo ha pedido, te aseguro que no es necesario.
–¿Por qué dices eso? –Alex puso cara de sorpresa.
–Te he visto hablando con él hace un minuto y sé que espera que haga más amigos aquí para que no vuelva a California.
–¿A California? No me ha dicho nada de eso. Además ¿por qué no iba a querer saludarte?
–Sólo nos hemos visto un par de veces…
–Y la primera vez que nos vimos me tiraste una copa –Alex lo había dicho con una sonrisa, para que supiera que estaba bromeando.
Tenía que acordarse de eso, claro, pensó Mallory, poniéndose colorada.
–No te tiré una copa encima, lo que pasa es que choqué con el camarero cuando pasaba detrás de mí con una bandeja. Hasta Lilli de Luca reconoció que el hombre se movía demasiado rápido.
–Sabes que Max y ella han tenido un niño, ¿verdad?
–Claro. Y, aunque tiene una niñera, Lilli a veces me deja cuidar de él. Es una monada, ya ha empezado a andar.
Temiendo no ser capaz de mantener esa fachada de calma, Mallory dio un paso atrás.
–Me alegro de volver a verte. Gracias por venir. Tu donativo y tu presencia aquí son muy importantes…
Alex tomó su mano.
–¿No vas a darme las gracias por haberte rescatado?
Ella lo miró, confusa. Estaba hablando del día que se desmayó, ¿no?
–¿Por haberme rescatado? ¿A qué te refieres?
–Conozco al sobrino de los Trussel. Un buen tipo, pero más aburrido que una ostra.
Ella se mordió el interior del carrillo.
–Ésa podría ser tu opinión. No todo el mundo tiene que ser divertido. No todo el mundo conduce coches de carreras en su tiempo libre. Y no todo el mundo sale con tres mujeres a la vez.
Alex hizo una mueca.
–Creo que acabas de insultarme.
Ella negó con la cabeza, deseando haber sido un poco más discreta. Pero, por alguna razón, Alex Megalos la ponía nerviosa.
–Sólo digo la verdad.
–¿La verdad? Sí, he tenido unas cuantas novias, pero generalmente salgo con ellas de una en una… a menos que dejen claro que no les importa compartir.
Unas cuantas novias. Mallory tuvo que contener el deseo de soltar una risotada.
–Da igual, no es asunto mío. Agradezco mucho tu presencia y…
–¿Por qué quieres dejarme plantado? ¿Es que te caigo mal?
–No, qué va. Es que… el maestro de ceremonias llegará enseguida para empezar la subasta y…
–Muy bien, entonces vamos a quedar para otro día.
Mallory, a punto de caer en sus seductoras redes, negó con la cabeza. Ésas eran las palabras que había soñado escuchar meses antes, pero ya no.
–Miraré mi agenda…
–¡Hola, Mallory! –la saludó un chico con el pelo por la cara.
Ella se dio la vuelta, haciendo una mueca.
–Lo que faltaba…
–¿Quién es? –preguntó Alex.
–Brady Robbins. Quiere ser una estrella del rock y espera que mi padre lo ayude económicamente. Mal asunto –murmuró Mallory–. Muy mal asunto.
–Hola, guapa –dijo Brady, pasándole un brazo por los hombros–. Lo pasamos muy bien bañándonos esa noche, ¿eh? Estabas tan sexy… Dime que me has echado de menos.
Ella volvió a ponerse colorada. Esa noche llevaba un bañador y, por supuesto, no había pasado nada.
–Es que he estado muy ocupada –se disculpó, desconcertada por su habilidad para permanecer de pie a pesar de estar bastante achispado.
–La señorita no está interesada –intervino Alex, apartando su brazo–. Ve a tomar el aire, anda.
Brady arrugó el ceño.
–¿Y tú quién eres? Mallory y yo estamos saliendo juntos…
–No, ya no estáis saliendo juntos, se siente.
–Ella no me ha dicho eso –replicó el chico–. A Mallory le gustan los músicos.
Mallory hizo una mueca cuando vio que la gente empezaba a mirarlos con curiosidad.
–Brady, no creo que estemos hechos el uno para el otro.
–No digas eso, cariño –el joven intentó agarrarla de nuevo, pero Alex sujetó su brazo.
–Vamos, Brady. Es hora de que te marches –sonrió, llevándose al aspirante a estrella del rock.
Mallory dejó escapar un suspiro, rezando para no tener que toparse con ninguno de los dos hombres otra vez.
Una semana después, Mallory fue con Donna Heyer, una agente inmobiliaria, a ver un apartamento en una de las zonas más exclusivas de Las Vegas. El edificio tenía seguridad, un lujoso jardín con piscina y jacuzzi, pistas de tenis y hasta un campo de golf.
–Me encanta –dijo Mallory. En aquel momento, con tal de no estar bajo el mismo techo que su cariñoso pero asfixiante padre, le hubiera gustado hasta un armario–. Pero recuerda que es un secreto. No quiero que lo sepa nadie porque, si mi padre se entera de que quiero irme de casa, se pondrá como loco y encontrará la manera de sabotearme.
–No se lo contaré a nadie –sonrió Donna, una discreta mujer de unos cuarenta años a la que Mallory había conocido en un evento benéfico–. Me sorprende que no entienda que una chica joven necesita independencia.
Mallory suspiró.
–Le da miedo que pierda la cabeza.
–Pero tú nunca…
–Claro que no, pero tiene la tensión alta y le ha salido una úlcera. Cuando le dije que quería volver a California tuvimos que llevarlo al hospital, así que no quiero… –las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y Mallory se encontró directamente frente a los ojos verdes de Alex Megalos.
Y se le encogió el estómago.
–Hola, Mallory.
–Hola, Alex –dijeron Mallory y Donna al mismo tiempo.
Ah, de modo que Donna también lo conocía. Claro que eso no debería sorprenderla. ¿No sabía todo el mundo en Las Vegas quién era Alex Megalos? Salía constantemente en las revistas económicas y en las de sociedad.
–Me alegro de verte, Donna –dijo Alex, antes de volverse hacia Mallory–. Si estás pensando comprar un apartamento aquí, te aseguro que es una buena inversión.
–Sólo estaba echando un vistazo…
–Alex ha comprado el ático –le explicó Donna.
–Ah –murmuró Mallory, cortada. Si se lo contaba a su padre… las puertas del ascensor se abrieron cuando llegaron a la primera planta–. Donna, ¿te importa si hablo un minuto con Alex?
–No, claro. Te espero aquí.
Con un traje de chaqueta oscuro, camisa blanca y corbata de diseño, Alex Megalos la miró, expectante.
–¿Quieres disculparte por no haberme llamado?
–Lo siento, pero he estado ocupada. Además, pensé que tú lo estarías también.
–Ocupada buscando un apartamento.
–Sobre eso… –Mallory hizo una mueca–. Te agradecería mucho que no dijeses nada.
–No quieres que lo sepa tu padre.
–No, no quiero. A este paso, tendré suerte si salgo de mi casa antes de los treinta años.
Alex sonrió.
–Siempre podrías casarte.
Mallory puso los ojos en blanco.
–¿Tú también? Eso es lo que dice mi padre… ¡y tengo veinticinco años! Tú no has tenido que casarte para irte de casa, ¿verdad?
–No, pero tú eres una chica. Mi padre hubiera pensado lo mismo que el tuyo de haber tenido hijas.
–Supongo que tú no estarás de acuerdo con esas tonterías –replicó Mallory, atónita.
–No, pero mi padre es griego y de otra generación, así que me educó para proteger a las mujeres.
–¿Protegerlas de qué? ¿De hombres como tú?
Alex soltó una carcajada.
–¿Por qué no discutimos eso en mi coche? Puedo dejarte en casa antes de ir a dar una aburrida conferencia sobre negocios.
–Si tú eres el orador, seguro que no será aburrida. Pero no te molestes, Donna me llevará hasta donde he dejado el coche.
–Ah, eso suena a operación secreta.
–No, qué va.
–¿Por qué no dejas que te lleve yo? Antes de decir que no, recuerda que me debes una.
–Yo no te debo nada –replicó Mallory.
–Te liberé de ese novio tuyo rockero, ¿no?
–Nunca fue mi novio.
–Pero fuiste a nadar con él por la noche. Y dijo que estabas «muy sexy».
–Probablemente porque no se acuerda de nada. Estaba tan borracho que tuve que volver a casa por mi cuenta.
–Ah, ya –murmuró Alex–. Empiezo a entender por qué tu padre quiere tenerte encerrada en casa.
Alex ayudó a Mallory a subir al coche, fijándose en la pulsera de diamantes que llevaba en el tobillo. Muy seductora, pensó. Como lo eran las sandalias de tacón y las uñas de los pies pintadas de color rojo. Tenía unas bonitas piernas, buenas caderas y mejores pechos. En realidad, tenía más cuerpo de mujer que ninguna de las chicas con las que él salía, pero había algo en su espíritu, en su personalidad, que llamaba su atención más que nada. Quizá porque últimamente se sentía un poco viejo y más bien cínico.
–Debes de hacer ejercicio –sonrió, sentándose frente al volante.
–Sí. ¿Por qué?
–Tienes unas piernas estupendas.
–Gracias –murmuró Mallory, cortada–. Suelo correr y he empezado a hacer zumba y pilates… pero volvamos al asunto de mi padre. Prométeme que no vas a decirle que me has visto aquí.
–No veo por qué tendría que saberlo. Aún no has comprado el piso, ¿no?
–No, pero espero hacerlo –dijo ella, pasando las manos por el asiento de piel–. Yo quería comprarme este coche, pero cuando mi padre supo que puede pasar de cero a cien en tres segundos se puso enfermo. Debería haberle dicho que iba a comprarme una moto. Quizá entonces hubiera estado de acuerdo.
Alex rió.
–Estás intentando que a tu padre le dé algo, ¿verdad?
–No, qué va. Yo sólo quiero vivir mi vida –suspiró ella–. ¿Podemos bajar la capota o no quieres despeinarte?
–Si a ti no te importa, a mí tampoco –sonrió Alex, pulsando un botón.
Mallory levantó la cabeza para recibir el sol en la cara y él, sin poder evitarlo, miró el escote de su blusa. Estaba empezando a ver ese espíritu salvaje que tanto temía su padre. Y se preguntó lo salvaje que sería.
–¿Qué sueles hacer a diario?
–Organizo eventos benéficos, trabajo como voluntaria en un hospital y en un albergue para mujeres… salgo con mis amigos y voy a la playa siempre que puedo –Mallory vaciló–. Te contaré más cosas si prometes no decirle nada a mi padre.
–Tienes mi palabra de honor.
–No suelen decir de ti que seas un hombre de honor.
–¿Ah, no? ¿Y qué suelen decir?
–Que eres un mujeriego. Y un jugador.
–¿Y tú qué dices?
–No te conozco lo suficiente. Pero sé que no juegas en la misma liga que yo.
Alex la miró, sorprendido.
–¿Qué significa eso?
–Que yo no soy modelo. Sólo soy… –Mallory se encogió de hombros–. Una chica corriente.
–No eres corriente en absoluto.
–Ya, ya –ella hizo un gesto con la mano.
–No, en serio –rió Alex–. Bueno, te doy mi palabra de que no diré nada. Y ahora, cuéntame cuál es tu secreto.
–Estoy haciendo un máster.
–¿Y qué hay de malo en eso?
–Que mi padre quiere que me case –Mallory señaló a la derecha–. Tienes que tomar esa salida. Ah, y mi otro secreto es que estoy aprendiendo a jugar al golf.
–Me gustaría verte jugar.
–No, gracias. Seguramente tú tendrás un hándicap diez o algo parecido.
–Nueve… pero no quiero presumir.
Mallory soltó una carcajada.
–Sí, ya veo –murmuró, mirando por la ventanilla–. He aparcado cerca de Saks. Es el BMW blanco.
–No es mal coche.
–Pero no es un Telsa como el tuyo.
El entusiasmo que mostraba por su deportivo hizo que Alex se preguntara si sería igualmente fogosa en la cama… con un hombre que la inspirase.
–Y recuerda que has prometido no contarle nada de esto a mi padre.
–No diré una palabra.
Mallory sonrió entonces de una forma tan genuina que Alex estuvo a punto de perder la cabeza por un momento.
–Gracias. Bueno, adiós.
–¡Espera!
–¿Qué?
–¿Comemos juntos?
Ella arrugó la nariz.
–¿Por qué?
Alex, normalmente un hombre de respuesta rápida, tuvo que pensar un momento.
–Porque me gustaría volver a verte.
–¿No estás saliendo con alguien?
–No, hemos roto.
–Pobrecita.
–¿Pobrecita? ¿Y yo qué?
Mallory hizo un gesto con la mano.
–Tú no tienes corazón.
–Hasta los que no tenemos corazón necesitamos amigos –protestó él, intentando recordar cuándo había tenido que esforzarse tanto para invitar a una mujer a comer.
Ella lo miró, pensativa.
–¿Quieres que sea tu amiga?
–¿Por qué no?
–No sé, me lo pensaré.
Maldita fuera. Las negociaciones habían terminado. Era hora de jugar duro.
–El miércoles a la una en el restaurante Village –dijo Alex, en un tono que no admitía réplica.
Mallory abrió mucho los ojos, sorprendida.
–Bueno, nos vemos allí.
Luego se dirigió a su coche, moviendo las caderas a un ritmo que parecía hipnotizarlo. No sabía que Mallory James pudiera ser dinamita.
Pero si iba a ayudar a Edwin a encontrarle un marido, tenía que saber la respuesta a algunas preguntas sobre ella. Repasando mentalmente su lista de conocidos, Alex rechazó a los dos primeros. El hombre al que recomendase como posible marido tendría que ir siempre un paso por delante de ella. Si no, Mallory James lo dejaría mordiendo el polvo.
Alex se ajustó la corbata mientras volvía a la oficina después de una serie de reuniones que había empezado a las siete de la mañana. Su concienzuda ayudante, Emma Weaherfield, lo recibió con un montón de mensajes.
–Tiene tres llamadas de la señorita Renfro.
Él asintió porque lo esperaba después de romper con Chloe la semana anterior.
–Muy bien.
Emma lo miró con su expresión neutral de siempre, una de las muchas cualidades que más admiraba en su joven ayudante; era una maestra de la discreción.
–También ha llamado Ralph Murphy. Le pregunté la razón de su llamada y me dijo que quería saber si Megalos-De Luca tenía intención de adquirir algún otro hotel.
Él la miró, interesado. Si Ralph, un competidor, lo llamaba para preguntar eso, era porque quería vender. Y Alex olió un buen acuerdo.
–Lo llamaré antes de ir a comer. ¿Alguna cosa más?
Emma comprobó su lista de mensajes.
–Rita Kendall quiere que acuda a un evento benéfico con ella y Tabitha Bennet que queden a tomar una copa el jueves. Chad, de marketing, quiere hablar con usted cinco minutos para que le dé su opinión sobre una idea nueva –su ayudante hizo una pausa–. Ah, y ha llamado Mallory James para decir que no puede comer con usted.
Alex arrugó el ceño, perplejo.
–¿Mallory me ha dado plantón?
Tenía mujeres peleándose por salir con él y Mallory le daba plantón…
–¿Ha dejado dicho si podíamos comer juntos otro día? ¿Ha dado alguna excusa?
Emma volvió a mirar los mensajes.
–No, lo siento. Fue muy amable, pero…
Él hizo un gesto con la mano.
–No importa, da igual –tomando los mensajes, abrió la puerta de su despacho–. No, un momento, consigue el móvil de Mallory y descubre qué planes tiene para esta semana… día y noche.
Mallory estaba segura de que Alex Megalos ya se habría olvidado de su cita para comer. Después de todo, siempre había una larga lista de mujeres esperando llamar su atención.
Además, era demasiado seductor y ella demasiado susceptible.
Sería el hombre perfecto para tener una aventura, pero había dicho que quería que fueran amigos. Y Mallory no tendría que estar mucho tiempo con él para caer rendida otra vez.
Sorprendida cuando le dejó un mensaje en el móvil tardó en responder porque no sabía qué decirle. Entre las clases del máster, sus obligaciones sociales y la búsqueda de apartamento, estaba demasiado ocupada para salir de todas formas. Alex era la clase de hombre que ocuparía demasiado espacio en la vida de una mujer.
Mallory había aceptado ayudar a una amiga en un evento benéfico el sábado por la noche y su trabajo consistía en indicar a los camareros que acompañasen a los invitados a sus correspondientes mesas.
Cuando todos los invitados estuvieron sentados miró alrededor, sin saber si debía quedarse o no. Estaba cansada y tenía que estudiar…
–¿Hay sitio para uno más? –escuchó una voz tras ella.
Intentando controlar el caos que esa voz tan conocida provocaba en su interior, Mallory se dio la vuelta.
–Alex –dijo, sorprendida.
Él señaló el cuaderno sobre la mesa.
–¿Mi nombre está en la lista?
–Sí, pero… –Mallory había visto su nombre, desde luego, pero pensó que no acudiría. Alex Megalos estaba en todas las listas de invitados a esos eventos. Era un empresario conocido y soltero, además. Todo el mundo lo quería en sus fiestas–. Hay dos sitios reservados en la mesa del centro. ¿Te parece bien?
–Mientras tú te sientes conmigo…
Sorprendida, ella miró por encima de su hombro.
–¿Has venido solo?
–Esperaba que te compadecieses de mí –respondió Alex.
Pero su sonrisa le recordaba a la de un taimado lobo dispuesto a lanzarse sobre el gallinero.
–Aún no he decidido si voy a quedarme.
–Entonces, yo lo decidiré por ti –dijo Alex, tomando su mano.
Mallory, sorprendida, se sintió incapaz de decir que no. Pero mientras la llevaba a la mesa había docenas de ojos clavados en ellos. Alex Megalos podía estar acostumbrado a ese tipo de atención, pero ella no, de modo que se sentó a toda velocidad.
Las seductoras notas de la melodía que tocaba la banda de jazz, la luz de las velas y la proximidad de Alex creaban una atmósfera tan sensual que empezaba a marearse.
Él levantó su copa para hacer un brindis.
–Por este momento juntos. Al fin.
Cuando Alex la miraba con esos seductores ojos verdes se le encogía el corazón.
–¿Te gusta la música?
–Sí, es muy… –Mallory buscó una descripción acertada.
–Muy sexy.
Estaba mirándola fijamente, estudiándola, y ella sintió una ola de calor en la cara.
–Sí –consiguió decir, mientras tomaba un sorbo de vino.
–Parece que ha empezado el baile. Venga, vamos a bailar.
Mallory parpadeó, sorprendida.
–No…
–Venga, hablaremos mejor en la pista de baile.
Confusa, lo siguió hasta la pista y dejó que la tomase entre sus brazos. ¿Para qué necesitaban hablar?, se preguntó. En realidad, ¿por qué tenían que estar juntos?
–¿Qué tal va el máster?
–Bien, por el momento. Pero tengo mucho que estudiar. Por eso pensaba marcharme temprano…
–Pues me alegro de haber llegado antes de que lo hicieras –sonrió Alex–. ¿Tratas a todos los hombres como a mí? Cancelas citas para comer, no devuelves las llamadas…
Avergonzada por haber sido tan grosera, ella negó con la cabeza.
–Perdona, no quería ser desconsiderada. Es que no me había tomado en serio tu invitación.
–¿Por qué no?
Mallory suspiró.
–Porque eres un famoso mujeriego. Así que, sencillamente, no me lo creí.
–Ahora entiendo que ningún hombre pueda acercarse a ti. ¿Ése es uno de los requisitos, que el hombre con el que salgas a comer no coquetee contigo? Pues suena muy aburrido.
–Yo no he dicho eso. Pero es que tú coqueteas con todas las mujeres y… yo no quiero que alguien que me importa intente conquistar a todas las que se crucen en su camino.
–¿Significa eso que quieres a alguien con poco atractivo físico?
–Tampoco he dicho eso. Claro que quiero un hombre atractivo, pero prefiero que piense sólo en mí –consiguió decir Mallory, con la cara ardiendo–. Pero eso no es todo. También tendría que ser un hombre inteligente y moderno, que me animase a hacer las cosas que me gustan…
–Ah, ya entiendo, un hombre con el que puedas hacer lo que te dé la gana. Pero la verdad es que a mí me gustan los retos. Y seguro que, si un hombre te lo pusiera fácil jugando al golf, por ejemplo, no te haría ninguna gracia.
Sorprendida de que la conociera tan bien, Mallory hizo una mueca.
–Esta conversación es absurda. Yo no estoy buscando una relación ahora mismo. Y tú tampoco.
–Ahí te equivocas. Cuando aparezca la mujer adecuada, firmaré el acuerdo inmediatamente. En todos los sentidos: físico, legal, emocional.
Ese tono tan posesivo la hizo sentir un escalofrío. No podía dejar de preguntarse qué clase de mujer sería la adecuada para Alex Megalos. ¿Podría aquel hombre entregarse a una sola mujer?
Mallory decidió dejar de pensar en ello porque, desde luego, esa mujer no era ella.
–Debería ayudar a la anfitriona. No te importa, ¿verdad?
–¿Y si me importase?
–Daría igual. Como éste es un evento benéfico, te portarías como un caballero y me dejarías hacer lo que tengo que hacer.
Alex sonrió.
–Eres muy convincente, pero no te vayas sin despedirte de mí.
–Lo intentaré –dijo ella porque sospechaba que no la dejaría marchar hasta que se lo prometiese.
Mallory tuvo que ayudar a la anfitriona con una crisis de última hora, pero cuando volvía al salón se encontró de nuevo con Alex.
–He tenido que venir a buscarte otra vez. ¿Por qué estas tan empeñada en evitarme?
–No te estoy evitando…
–¡Mallory! –la llamó una mujer desde el vestíbulo–. ¿Eres tú, Mallory? Mi sobrino…
–Oh, no, es la señora Trussel con su sobrino –suspiró ella–. Me llama un día sí y otro no.
–Ven conmigo –dijo Alex, tomando su mano.
–Debería haberla saludado…
–¿También la evitas a ella? –sonrió Alex, abriendo una puerta que daba a un armario lleno de manteles y servilletas.
–No, qué va. La llamé para decir que no tenía tiempo de salir con nadie. Además, en parte es culpa tuya…
–¿Mía? ¿Por qué?
–Fuiste tú quien me dijo que era un aburrido –le recordó Mallory.
–¿Debería haber dejado que perdieras el tiempo con él?
–No, pero… ¿se puede saber qué estamos haciendo en un armario?
–Parece que éste es el único sitio en el que podemos hablar sin que nos interrumpan. Pero no has contestado a mi pregunta: ¿por qué estas evitándome?
–Ya te lo he dicho. Te gusta tontear con todas las mujeres.
–No, no es por eso.
Mallory cerró los ojos, aunque estaba tan oscuro que no era necesario.
–Porque tienes cierto influjo con las mujeres. Haces que se pongan en ridículo y yo no quiero volver a ponerme en ridículo nunca más.
–¿Nunca más? ¿Cuándo has hecho tú el ridículo?
Mallory se mordió los labios.
–Sé que te acuerdas de la noche que me desmayé. En el bar.
–Porque te tomaste el cóctel demasiado rápido. Le puede ocurrir a cualquiera.
Ella respiró profundamente. Lo mejor sería contarle la verdad.
–Cuando nos conocimos me pasó lo mismo que a todo el mundo. Pensé que eras guapísimo, irresistible y… estaba encandilada contigo. Esa noche, yo estaba intentando… –Mallory bajó la voz– seducirte.
–Ojalá lo hubiera sabido. Habría manejado la situación de otra manera.
–Venga… deja de tomarme el pelo, ya sé que no soy tu tipo.
De repente, Alex puso las manos en su cintura.
–Estoy empezando a cansarme de que digas eso.
–¿Qué?
–No sé a quién subestimas, a ti o a mí. Y empiezo a sentir curiosidad –dijo él, inclinando la cabeza para buscar sus labios.
De repente, fue como si el armario empezase a dar vueltas. El sólido torso masculino apretado contra su pecho, el roce de sus labios…
Pero Mallory no podía decir que no a aquel único beso y, con un descaro que no creía poseer, se puso de puntillas para devolvérselo.
Quería disfrutar de su aroma, del roce de las manos masculinas en su cintura, de su lengua seduciendo a la suya…
El beso era todo lo que había soñado y más. Más seductor, más ardiente, más todo…
Pero abruptamente Alex se apartó.
–¿Qué ha pasado? No sabía que tú…
Dando las gracias por la oscuridad del armario, Mallory se mordió los labios.
–¿No sabías qué?
–No sabía que pudieras besar así. Eres tan ardiente que un hombre podría quemarse.
Mallory no pudo evitar sentirse halagada. Después de todo, Alex Megalos era un maestro de la seducción.
–Podrías obligar a un hombre a hacer locuras. ¿Quién lo hubiera dicho de la pequeña Mallory James…? –no terminó la frase, buscando sus labios de nuevo–. No puedo dejar de preguntarme qué más hay detrás de esa imagen de niña buena.
Un montón de pensamientos prohibidos cruzaron por la mente de Mallory. ¿Le gustaría enseñarle lo que había detrás de esa imagen? ¿Le gustaría tocar su piel desnuda? ¿Le gustaría estar tan cerca de él como fuera posible?
En un armario, se recordó a sí misma.
Y después tendrían que enfrentarse con la gente que había fuera.
Con desgana, se apartó.
–No creo que vayas a descubrir qué hay bajo mi imagen de niña buena.
–¿Por qué?
–Porque yo nunca tendría una aventura contigo.
–Pero aquí estamos solos –dijo él, con un tono tan seductor que Mallory tuvo la tentación de olvidar sus objeciones.
–Hay gente fuera y estarán buscándome.
–¿Preferirías haberte enfrentado con la señora Trussel?
–Eso da igual. Sólo sé que no quiero tener una aventura contigo.
–¿Por qué no?
–Porque cuando termine no quiero que nadie diga: «Pobre Mallory. Alex Megalos se ha aprovechado de ella».
Alex rió y esa risa encendió su sangre de nuevo.
–¿Y el pobre hombre que se queme con tus besos?
Ella se sintió halagada, pero decidió no hacer caso.
–Tengo que marcharme.
–Iré detrás de ti.
–No, espera. No quiero que haya especulaciones de ningún tipo.
–Entonces… saca unos cuantos manteles y di que alguien te los había pedido.
–¿Y tú?
–Yo estoy haciendo planes para la próxima vez que nos veamos.
–No creo que sea buena idea.
–No te preocupes, haré que cambies de opinión –le prometió Alex.
Y Mallory sintió un escalofrío porque sabía que si alguien podía hacer que una mujer cambiase de opinión, ése era Alex Megalos.
Al día siguiente, Alex no dejaba de pensar en Mallory. Aquella chica despertaba su interés más que ninguna otra mujer en mucho tiempo. Y las mujeres le resultaban fáciles. Las facciones de los Megalos habían sido una bendición y una maldición para él.
Alex siempre había sido visto como el frívolo de la familia porque en lugar de dedicarse a la medicina, como su padre y sus hermanos, quiso seguir con el negocio que llevaba el apellido de su abuelo.
Lo que su padre y sus hermanos no entendían era que para tener éxito en los negocios un hombre se veía obligado a usar todo aquello con lo que contaba: inteligencia, encanto, una mente rápida. Alex había usado todo eso para aumentar la influencia del apellido Megalos en la empresa Megalos-De Luca. Y había discutido más de una vez con Max de Luca, pero cada día eran más un equipo.
Max incluso había mostrado su desacuerdo ante la decisión del consejo de administración de no apoyar su plan para construir un hotel en Virginia, cerca de Washington D.C. Pero como Alex ya tenía los permisos de obras, estaba decidido a hacerlo por su cuenta. Le demostraría al vetusto consejo de administración que sabía lo que estaba haciendo. Y en el futuro no se pondrían en su contra.
Como inversor, el padre de Mallory podría ser una estrategia importante. Y Mallory podría ser la llave para abrir esa puerta.
Curioso que aquella chica lo hiciera sentir tanta curiosidad, pensó mientras pulsaba el botón del intercomunicador.
–Emma, ven un momento a mi despacho, por favor.
–Ahora mismo.
Unos segundos después la secretaria apareció con un cuaderno en la mano.
–Dígame, señor Megalos.
–Quiero que le envíe flores a Mallory James.
–Ah, una chica encantadora –sonrió Emma–. Es muy amable por teléfono.
–No es el tipo de chica con el que suelo salir.
–No, es mucho mejor –dijo su secretaria.
Alex tuvo que sonreír. Emma era muy discreta y rara vez expresaba su opinión.
–¿La conoces?
–No, pero parece muy agradable por teléfono. Nadie diría que su padre es uno de los hombres más ricos del país.
–Envíale una docena de rosas.
Ella hizo una mueca.
–¿Qué hay de malo en una docena de rosas?
–Que es algo muy manido. Mallory James es una chica diferente… algo personal le impresionaría más, estoy segura. Aunque no tiene que intentar impresionarla, claro.
Alex lo pensó un momento.
–Muy bien, envíale una docena de rosas de diferentes colores… con un palo Nike SasQuatch y una caja de pelotas de golf Titleist Pro V1.
–¿Qué?
–Es que está aprendiendo a jugar al golf –sonrió él–. En la nota, dile que iré a buscarla el martes a las siete de la mañana para echar un partidito.
El martes por la mañana, a las siete y media, un golpe en la puerta despertó a Mallory. Medio dormida, levantó la cabeza de la almohada. Había estado estudiando hasta las cuatro de la mañana…
–Señorita James –la llamó el ama de llaves.
–Dime, Hilda.
–Hay un hombre abajo que insiste en verla. El señor Megalos.
Mallory dejó escapar un gemido.
–Oh, no. Llamé a su secretaria para cancelar la cita.
–Pero insiste en hablar con usted. ¿Le digo que bajará enseguida?
–Muy bien, muy bien –suspiró ella.
Afortunadamente sus padres estaban en Salt Lake City, una de las pocas ocasiones en las que su madre había salido de casa, o la hubieran sometido a un interrogatorio.
Después de lavarse la cara y los dientes, se hizo una sencilla coleta. Estuvo a punto de pintarse un poco y ponerse algo bonito, pero decidió no hacerlo. Si Alex la veía al natural, seguramente eso mataría su curiosidad.
De modo que en camiseta y con pantalones cortos, bajó la escalera. Alex la esperaba en la entrada, tan guapo como siempre.
–Buenos días, dormilona. ¿Se te había olvidado nuestra cita?
–Llamé a tu secretaria para decirle que no podría ir. Anoche me acosté muy tarde.
–¿Estabas de fiesta?
–No, qué va. Estudiando hasta las cuatro de la mañana –Mallory tuvo que llevarse la mano a la boca para disimular un bostezo–. Siento que no te dieran el mensaje, pero como ves no estoy para ponerme a jugar al golf.
–Pero de todas formas ya no vas a irte a la cama. Podemos jugar unos cuantos hoyos.
–¿Y cómo sabes que no voy a meterme en la cama?
–Seguro que tú eres como yo. Una vez despierto es imposible que vuelva a dormirme.
Mallory lo estudió durante unos segundos.
–Pero me llevarías ventaja. Evidentemente, tú no te has acostado a las cuatro de la mañana.
–No. Y por eso puedo darte algunos consejos para que mejores el swing.
Eso despertó su interés. Aunque estaba tomando lecciones, podría estar bien. Al fin y al cabo, Alex decía tener un hándicap nueve.
–Nueve hoyos –le dijo.
–Hasta que puedas hacer los dieciocho… –sonrió él.
No debería aceptar el reto. Aunque era una tentación, no debería.
–Dame cinco minutos.
–¿Una mujer que está lista en cinco minutos? –bromeó Alex–. Eso sí que sería impresionante.
–Ya veremos –murmuró Mallory.
Después de darse una ducha rápida se reunió con Alex sin maquillar y sin arreglar. Y mientras iban hacia el campo de golf intentó no pensar en lo atractivo que era aquel hombre. Aunque sus bronceadas y musculosas piernas bajo los pantalones cortos eran una distracción.
Mallory intentó no imaginar cómo sería estar entre sus brazos, en su cama. Intentó no pensar en lo excitante que sería ser la mujer que lo hiciera perder la cabeza.
Sabía que Alex no quería ningún compromiso, pero también sabía que sería un amante fabuloso, divertido, apasionado, sexy. Si una mujer decidía tener una aventura con él, tendría que recordar continuamente que no podía pensar en una relación duradera. Eso sería un error fatal.
Aunque ella no iba a mantener una aventura con Alex, se dijo a sí misma mientras golpeaba la bola, viéndola volar hasta una distancia respetable.
–No está mal. Pero recuerda que debes mover las caderas en ambos sentidos –dijo él, levantando el palo para golpear su bola.
–¿Cómo que en ambos sentidos?
–Primero tienes que encontrar el equilibrio y luego dirigir el golpe con las caderas. Colócate detrás de mí y pon las manos en mi cintura.
–¿Qué?
–No te preocupes, no voy a seducirte en un campo de golf. A menos que tú quieras que lo haga, claro –rió Alex.
Y esa risa, de nuevo, fue una tentación casi irresistible.
Poniendo las manos en su cintura, Mallory notó el giro que hacía al golpear la bola.
Luego Alex se dio la vuelta para mirarla a los ojos.
–¿Lo ves? Es lo que las mujeres han sabido siempre: el poder está en las caderas.
Ella sintió que le subía toda la sangre a la cara, pero decidió disimular.
–Gracias por recordármelo.
Alex empezó a preguntarse si Mallory estaba intentando distraerlo. Meneaba el trasero antes de cada golpe de una manera… y cuando movía los hombros para anclarse a la hierba, no podía dejar de fijarse en el movimiento de sus pechos.
–Visualiza dónde quieres que llegue la bola –murmuró para sí misma, mordiéndose los labios.
Y Alex no podía dejar de recordar cómo eran esos labios bajo lo suyos…
Cuando llegaron al noveno hoyo, la había desnudado con la mirada una docena de veces. Sabía que pronto estaría en su cama, pero como era la hija de Edwin James, tendría que ir con cuidado.
Después de golpear la bola por última vez, Mallory se volvió con una sonrisa que hacía que el sol de Nevada pareciese aún más brillante.
–Gracias por convencerme para que viniera. Ha sido más divertido de lo que esperaba.
–Si no te gusta, ¿por qué decidiste aprender a jugar al golf?
–Por el reto –contestó ella, mientras volvían al club–. Me gusta aprender cosas nuevas –Mallory soltó una carcajada–. Además, mi padre pensó que así sería fácil conocer a un hombre interesante.
–Pero eso no es parte de tu diabólico plan –sonrió Alex.
–Claro que no. Aunque se hacen muchos negocios en un campo de golf.
–Ah, ya veo. Pero en tu caso sería un problema hacer negocios; tu cuerpo distraería a los hombres.
–¿No estarás tonteando conmigo otra vez?
–Lo que hay entre nosotros, aunque no sé lo que es todavía, es más que un coqueteo –dijo Alex entonces–. Creí habértelo dejado claro la otra noche, en el armario.
Mallory se mordió los labios.
–No sé…
–Y deja de morderte los labios, son demasiado bonitos –la interrumpió él–. ¿Puedo invitarte a cenar?
–No, ya te he dicho que no quiero que la gente empiece a hablar…
Alex levantó una mano para apartar el flequillo de su cara.
–Pero estamos juntos aquí.
–No, no estamos juntos. Estamos jugando al golf.
–No te gusto.
Mallory suspiró.
–Yo no he dicho eso. Pero sí te he dicho que no quiero ser una más de una larga lista de mujeres. No podríamos cenar juntos sin que alguien nos viera… o sin que las fotos acabaran en alguna revista.
–O sea, que de verdad no quieres que te vean conmigo –suspiró Alex, sacudiendo la cabeza. Era la primera vez que le pasaba algo así. Normalmente, las mujeres querían ser vistas en público con él–. No pasa nada. Cenaremos juntos en mi ático.
Mallory sintió un escalofrío de prohibida anticipación mientras subía al ascensor que la llevaría al ático. Debería haberle dicho que no, pero cuanto más tiempo pasaba con él, más cosas quería saber sobre Alex Megalos.
Además, él podría ayudarla. Porque, aunque adoraba a sus padres, deseaba ser independiente. Tenía que triunfar por sí misma.
La campanita del ascensor anunció que había llegado arriba, pero antes de que pudiese llamar al timbre la puerta se abrió y Alex apareció en pantalón y camisa en el rellano.
–Bienvenida –dijo, tomando su mano para llevarla al interior.
–Es muy bonito –comentó Mallory. Aunque estaba acostumbrada al lujo, el diseño arquitectónico del ático era impresionante.
–Tengo una casa a las afueras de la ciudad, pero este sitio es más conveniente durante la semana –sonrió Alex, llevándola a una terraza con una vista impresionante.
–Es precioso, desde luego. Y muy tranquilo.
–Lo compré precisamente por eso. Después de trabajar doce horas me siento aquí por las noches para relajarme un poco. Y normalmente es el momento más productivo del día. Se me ocurren las mejores ideas cuando estoy aquí, o en la casa del lago Tahoe –Alex señaló una mesa con mantel de lino blanco, cubertería de plata y copas de cristal francés–. Le he dado la noche libre a los empleados, de modo que estamos solos… bueno, está mi ama de llaves, Jean. Pero está en su cuarto, así que no nos molestará.
Mallory se sentó preguntándose cuántas mujeres habrían estado allí. Más guapas, más sofisticadas que ella, decididas a capturar el corazón de Alex Megalos, quizá incluso a casarse con él.
La idea era tan aterradora que decidió no pensar más. Aquélla podía ser la única noche que pasara con él y debía disfrutarla.
Alex sirvió dos copas de vino mientras ella estudiaba sus manos. Tenía los dedos largos, fuertes, muy masculinos. Se preguntó entonces, sin querer, cómo sería ser acariciada por esas manos. Seguro que Alex sabía cómo acariciar a una mujer y…
Sacudiendo la cabeza para apartar tales pensamientos, tomó un sorbo de vino y se agarró a lo primero que le pasó por la cabeza:
–Dijiste que tu padre era griego. Y tu familia es, evidentemente, copropietaria de Megalos-De Luca. ¿Tienes más parientes trabajando en la empresa?
Alex negó con la cabeza.
–Mi abuelo sólo tuvo un hijo, mi padre, pero él eligió dedicarse a la medicina. Y esa decisión enfureció a mi abuelo de tal forma que dejaron de hablarse.
–Ah, qué pena. ¿Y qué piensa tu padre sobre tu decisión de entrar en el negocio?
Alex probó la langosta que había preparado el chef.
–Dejó de hablarme cuando decidí estudiar Dirección de Empresas en lugar de Medicina.
–¿En serio?
–Mis dos hermanos son médicos y todo el mundo esperaba lo mismo de mí. Los negocios no son algo noble para mi familia. Según ellos, sólo sirve para engordar tu cuenta corriente.
–¿No te hablas con tu familia? ¿Y tu madre?
–Mi madre viene a verme siempre que puede, pero quiere mucho a mi padre… y tuvo que ponerse de su lado.
–Mi madre también suele apoyar a mi padre, pero yo no podría hacer eso.
–Si algún día encontrases al hombre ideal…
Mallory dejó el tenedor sobre su plato.
–El hombre ideal me animaría a conseguir mis objetivos –le dijo–. ¿No es una ironía que tu padre te hiciera a ti lo mismo que le había hecho el suyo… justo por lo contrario?
–Sí, desde luego que sí.
–Pues imagino que no debes de pasarlo bien. ¿Qué haces en Navidad?
–Olvidarme de ellos. ¿Y tú? Eres hija única, ¿no?
–Sí, aunque les supliqué a mis padres que me dieran un hermano hasta que cumplí los dieciocho años.
Alex sonrió.
–Y entonces te diste cuenta de que eso no iba a pasar.
–Todo cambió después del accidente. Mi madre cambió… y mi padre también.
–¿Qué accidente?
–Yo tenía siete años… –empezó a decir Mallory–. Mi madre nos llevaba a mi hermano y a mí en el asiento trasero del coche…
–No sabía que hubieras tenido un hermano.
–No lo sabe mucha gente. Para mis padres, es muy doloroso hablar de ello. Tenía dos años más que yo y se llamaba Wynn… y era encantador. Mucho más aventurero que yo. Mi padre estaba tan orgulloso de él…
–¿Qué pasó?
–Estábamos parados en un semáforo y, de repente, una camioneta nos golpeó por detrás. Mi pobre hermano se llevó la peor parte –Mallory tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta–. Murió en el hospital.
–Lo siento mucho…
–Yo me rompí varios huesos y tuvieron que extirparme el bazo. Estuve en el hospital varias semanas, comiendo a través de una pajita… cuando salí quería que todo fuese como antes, pero no podía ser. Recuerdo lo silenciosa que era la casa sin Wynn…
–¿Y tu madre?
–Salió del hospital al día siguiente, pero nunca volvió a ser la misma. Perder a Wynn le robó las ganas de vivir. No volvió a conducir nunca y tuve que pelearme con ella para que me dejase conducir a mí –Mallory suspiró–. El accidente asustó mucho a mis padres y la pobre se culpaba a sí misma por lo que había pasado. A los dos les daba pánico que me pasara algo…
Alex la miró, pensativo.
–Ahora lo entiendo.
–¿Qué?
–Que tus padres sean tan protectores. Estuvieron a punto de perderte y no quieren que vuelva a pasar.
–Pero no se puede envolver a alguien entre algodones para que no le pase nada.
–Tú no puedes, pero ellos sí.
–Yo quiero mucho a mi madre, pero no quiero vivir como ella. A veces me parece que cada vez que me mira se acuerda de Wynn…
–Sí, lo entiendo. Debe de ser muy duro.
–Lo es, pero yo no quiero vivir pensando continuamente que puede ocurrirme algo.
–Estás atrapada entre la hija devota y la mujer moderna que hay en ti –murmuró Alex.
–Sí, imagino que sí. Pero sentirte culpable porque no haces lo que quieren tus padres es horrible.
–Yo no me siento culpable, sencillamente hice lo que quería hacer con mi vida. Pero mis hermanos se dedican a lo mismo que mi padre. Uno de ellos es investigador… y hago donativos a su fundación de forma anónima.
Mallory sonrió.
–Acabas de contarme un secreto, ¿verdad?
–Sí, pero no se lo cuentes a nadie.
De modo que su familia le importaba más de lo que quería dar a entender, pensó Mallory. Alex Megalos era más complicado de lo que parecía y se preguntó qué otros secretos guardaría bajo esa fachada de frívolo y mujeriego.
–No lo contaré mientras tú no le digas a mi padre que pienso irme de casa y buscar un trabajo.
–¿Y si decide desheredarte?
Mallory se encogió de hombros.
–Soy la hija de Edwin James. Él me enseñó a invertir, así que tengo dinero. Y hablando de trabajo, ¿no crees que podría encontrar algo en Megalos-De Luca?
Él la miró, sorprendido.
–No lo había pensado. Pero preguntaré si hay algún puesto vacante.
–Me estás dando largas. Con las esperanzas que tenía yo…
–No pensarás que te había invitado a cenar para hacerte una entrevista de trabajo, ¿no?
–No, claro que no –Mallory se puso colorada–. Bueno, la cena estaba riquísima. Deja que lleve mi plato a…
–No, Jean se encargará de eso. Tú eres mi invitada –Alex se levantó para ofrecerle su mano–. Vamos al segundo piso.
La llevó por una escalera hacia otra terraza, con piscina, jacuzzi y hasta un bar completo.
Las sensuales notas de una melodía sonaban con tal claridad que la orquesta podría haber estado allí.
Mirando el horizonte, Mallory respiró profundamente y sintió que todas sus cargas, sus insatisfacciones, desaparecían por un momento. Por un momento, se sintió libre.
Alex no dijo nada, pero lo sentía a su lado. Sabía que estaba cerca, sin tocarla, porque le llegaba el calor de su cuerpo.
–Si vendieras entradas, ganarías una fortuna.
–¿Por la vista? –preguntó él, acariciando su brazo.
–Y por la temperatura, por la brisa, por la sensación de libertad. ¿Te sientes así cada noche?
–No –contestó Alex–. Pero es que tú no estás aquí cada noche.
–Otra vez halagándome –suspiró Mallory.
Pero, aunque sabía que eran frases ensayadas, no pudo evitar sentirse complacida. Había sido así desde que se conocieron.
–No, lo digo en serio –murmuró él, tomándola por la cintura para hacer que se volviera. Luego, enredando los dedos en su pelo, empezó a besarla. La besaba como si la deseara de verdad, como si tuviera que tenerla.
Y esa posibilidad hizo que se marease.
Estando entre sus brazos sintió una sacudida de deseo que no había sentido nunca. Y mientras le devolvía el beso un gemido ronco escapó de su garganta, vibrando en todos sus lugares secretos.
–Me haces sentir libre y hambriento al mismo tiempo. ¿Cómo te hago sentir yo? –murmuró Alex, inclinando la cabeza para besar su garganta.
–Igual –le confesó ella, con voz ronca.
–¿Y qué vamos a hacer?
–No lo sé. Pensé que te conocía, pero no es verdad.
–Lo mismo digo –murmuró Alex, deslizando las manos hacia arriba hasta dejarlas justo bajo sus pechos.
Mallory contuvo el aliento.
–¿No soy como esperabas que fuera?
–Pensé que eras una niña buena, dulce y tímida.
–¿Y?
–Y eres muy dulce, pero nada tímida. Tienes una parte indómita y yo quiero estar ahí cuando salga a la superficie.
Mientras hablaba rozaba sus pechos con la punta de los dedos, haciéndola desear que siguiera. Pero era algo que escaparía a su control y no sabía si estaba preparada para ello.
–Alex…
–¿Qué quieres?
Le temblaban las piernas. Quería soltarse el pelo, olvidarse de la niña prudente que siempre había sido, pero temía a Alex Megalos. Sería demasiado peligroso.
–Tu coche –dijo por fin, intentando ganar tiempo–. Quiero conducir tu coche.
La dulce Mallory no soltaba el pie del acelerador.
Tomaba las curvas a una velocidad de vértigo y Alex empezó a entender la angustia de su padre. Si pudiera elegir, pondría a aquella mujer en un coche que no pudiera pasar de cien kilómetros por hora.
–¡Esto es increíble! –exclamó Mallory, el viento moviendo su pelo–. Sé que sólo han puesto a la venta setecientas unidades de este modelo. ¿A quién tuviste que sobornar para conseguirlo?
–A nadie. Le pedí a mi ayudante que hiciera un par de llamadas y ya está.
–A lo mejor yo también podría comprar uno… y esconderlo en algún sitio –bromeó Mallory.
–¿De verdad crees que podrías esconderle a tu padre algo como eso? Sabes que tiene gente vigilándote.
–Se supone que nadie debe saberlo –suspiró ella–. El acuerdo es que, si yo soy discreta, los guardaespaldas deben ser invisibles.
–Pues me cortará el cuello cuando sepa que te he dejado conducir este coche –dijo Alex, viendo cómo el viento levantaba su falda.
–Deberíamos volver.
–Yo conozco un sitio que tiene una vista increíble cerca de aquí.
–¿Por dónde? –preguntó Mallory–. Tengo debilidad por las vistas espectaculares.
Él también, pensó, mirando cómo el movimiento de la falda dejaba al descubierto sus muslos. Unos minutos después, siguiendo sus indicaciones, Mallory frenó en una colina desde la que podía verse toda la ciudad.
–Este coche es genial –murmuró–. Y me sorprende que me hayas dejado conducirlo.
–A mí también –dijo Alex, tomando su mano.
–¿Por qué?
–No dejo que lo conduzca nadie. Un Ferrari es más caro, pero tuve que esperar un año para conseguir éste. Si le hubieras hecho un arañazo…
–Comprarías otro –rió Mallory.
–Sí, es verdad. Bueno, ya has conducido mi Tesla. ¿Qué más quieres hacer?
Alex puso una mano sobre su rodilla.
–No sé…
–Actúas como si me desearas de verdad, pero yo sé que no soy tu tipo.
–A lo mejor eso es bueno –murmuró él, inclinándose un poco para rozar sus labios.
–Pero tú sales con modelos, con actrices guapísimas –protestó Mallory.
–Ninguna de ellas tiene una boca como la tuya –dijo Alex, aprovechando la oportunidad para besarla abiertamente.
Dejando escapar un suspiro, Mallory enredó los dedos en su pelo, arqueándose hacia él sin poder evitarlo.
Alex metió una mano bajo su blusa y acarició sus pechos por encima del sujetador. Cuando la sintió temblar, cuando sintió que sus pezones se endurecían metió la mano bajo el sujetador… y Mallory no protestó, al contrario; se apretaba contra él y esa respuesta tan cándida hizo que Alex estuviera a punto de explotar.
Siguió besándola, excitándola. Metió una mano bajo la falda y acarició la húmeda seda de sus braguitas.
–Me gustas tanto –dijo con voz ronca.
Tuvo que contenerse para no arrancarle la ropa allí mismo y perderse en su dulce y húmeda cueva. Sería como un guante de seda…