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Tarde o temprano los antiguos poetas trágicos irrumpen en nuestras vidas y nos revelan lo cerca que se mantienen de nuestros sentimientos. Dos mil quinientos años después de su estreno, la compasión y el horror que produjo Eurípides en aquellos primeros espectadores siguen provocándose en nosotros. Como en toda tragedia griega, en Medea existe una historia con la que el público estaba familiarizado: la leyenda de los argonautas. Traicionada por Jasón en Corinto, tras haberlo ayudado a obtener el vellocino de oro, Medea se enfrenta a un abismo emocional donde la venganza y la razón se entrelazan. La decisión de matar a los propios hijos –un núcleo conmocionante del texto de Eurípides que no aparece en otras versiones del mito– sigue resonando a través de los siglos. Carla Maliandi, dramaturga y narradora argentina, presenta a Medea sin juicio moral, porque sabe, a fin de cuentas, y como quería J.R. Wilcock, que "describir a los hombres –y mujeres– es una manera de ejercer la compasión". ¿Cuánto valen la dignidad, el honor, la justicia? Para Medea tienen el precio más alto: su razón misma. Ella no es solo una antigua leyenda occidental que muestra de lo que una mujer es capaz: es un reto acerca de cuánta verdad somos capaces de soportar. Esta edición incorpora, además, un texto de Cesare Pavese donde escuchamos la voz ya vieja de Jasón, acaso como balance o contrapunto, perdón o memoria de la mítica hechicera.
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No se leen los clásicos por deber o respeto, sino por amor. Italo Calvino
Tarde o temprano los antiguos poetas trágicos irrumpen en nuestras vidas y nos revelan lo cerca que se mantienen de nuestros sentimientos. Dos mil quinientos años después de su estreno, la compasión y el horror que produjo Eurípides en aquellos primeros espectadores siguen provocándose en nosotros.
Como en toda tragedia griega, en Medea existe una historia con la que el público estaba familiarizado: la leyenda de los argonautas. Traicionada por Jasón en Corinto, tras haberlo ayudado a obtener el vellocino de oro, Medea se enfrenta a un abismo emocional donde la venganza y la razón se entrelazan. La decisión de matar a los propios hijos –un núcleo conmocionante del texto de Eurípides que no aparece en otras versiones del mito– sigue resonando a través de los siglos. Carla Maliandi, dramaturga y narradora argentina, presenta a Medea sin juicio moral, porque sabe, a fin de cuentas, y como quería J.R. Wilcock, que “describir a los hombres –y mujeres– es una manera de ejercer la compasión”. ¿Cuánto valen la dignidad, el honor, la justicia? Para Medea tienen el precio más alto: su razón misma. Ella no es solo una antigua leyenda occidental que muestra de lo que una mujer es capaz: es un reto acerca de cuánta verdad somos capaces de soportar.
Esta edición incorpora, además, un texto de Cesare Pavese donde escuchamos la voz ya vieja de Jasón, acaso como balance o contrapunto, perdón o memoria de la mítica hechicera.
Colección Por qué leer a los clásicos
Director: Edgardo Scott
Eurípides
Medea / Eurípides; Cesare Pavese
Prólogo de Carla Maliandi.
1a. edición - San Martín: UNSAM EDITA, 2024.
Libro digital, EPUB. (Por qué leer a los clásicos / Edgardo Scott)
Traducción de: Germán Gómez de la Mata; Flavia Costa.
ISBN 978-987-8938-92-9
1. Teatro. 2. Teatro Griego. I. Pavese, Cesare. II. Scott, Edgardo, dir.
III. Maliandi, Carla, prolog. IV. Gómez de la Mata, Germán, trad.
V. Costa, Flavia, trad. VI. Título.
CDD 882
© 2024 Del Prólogo: Carla Maliandi
© 2024 De la traducción de Los argonautas: Flavia Costa
© 2024 UNSAM EDITA de Universidad Nacional de General San Martín
UNSAM EDITA
Edificio de Containers, Torre B, PB, Campus Miguelete
25 de Mayo y Francia, San Martín (B1650HMQ), prov. de Buenos Aires
www.unsamedita.unsam.edu.ar
Diseño de tapa e interior: María Laura Alori
Edición: Javier Beramendi
Queda hecho el depósito que dispone la Ley 11.723. Editado en la Argentina. Prohibida la reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de sus editores.
Eurípides
Medea
Prólogo Carla Maliandi
POR QUÉ LEER A LOS CLÁSICOS
Índice
PrólogoMedea, heroína deforme
Personajes
Prólogo
Párodo
Episodio I
Estásimo I
Episodio II
Estásimo II
Episodio III
Estásimo III
Episodio IV
Estásimo IV
Episodio V
Estásimo V
Éxodo
Los argonautas
Nota sobre los autores
Nota sobre la colección
PrólogoMedea, heroína deforme
por Carla Maliandi
Tarde o temprano los antiguos poetas griegos irrumpen en nuestras vidas y nos revelan lo cerca que se mantienen de nuestros sentimientos y de nuestra época.
Leí por primera vez Medea a los dieciocho años. Había ingresado como estudiante en lo que en aquel entonces era el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y no recuerdo si, por exigencia de alguna materia o por entusiasmo propio, leí de un tirón casi todas las tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Medea fue la que más me impactó.
Tal vez esta sea la primera vez para alguien que, con este libro en las manos, está a punto de entrar en un universo que de alguna manera ya conoce: la tragedia. A ese lector me gustaría advertirle que no se sale ileso después de leer a Eurípides; que en Medea, en el interior de este texto, late y sigue viva una sentencia: tarde o temprano el dolor domina la existencia de todos los seres humanos.
Pero esa presunción es, quizá, lo que permite que una tragedia sea una tragedia, una condición que en Medea sin dudas nos interpela. Dos mil quinientos años después de su origen, el sentimiento de compasión y horror que se producía en los griegos sigue provocándose en nosotros. La obra de Eurípides está viva, además, porque propuso un juego, una forma, que renovó el teatro de su época y que se extiende hasta nuestros días.
El origen del drama occidental se funda con la tragedia griega. Si analizamos sus componentes, si nos detenemos a estudiar los elementos que la estructuran, podemos distinguir cómo ellos se transforman, veinte siglos más tarde, en el teatro de Shakespeare, o incluso veinticinco siglos después, en nuestro teatro contemporáneo. La tragedia estableció una suerte de norma que rige las decisiones diegéticas, intrínsecas a la narración, incluso más allá del teatro. Fue Aristóteles quien recogió, describió y al mismo tiempo organizó estos elementos alrededor del 334 a. C. Todo esto podemos leerlo en la Poética, que es la teoría sistemática de la literatura más antigua que se conserva. Así sabemos que las obras trágicas debían adecuarse a contar la historia en un orden determinado entre partes que cumplían, cada una, una función específica.
Se iniciaba con el prólogo, una situación inicial en forma de monólogo o diálogo que anticipaba la historia trágica, al mismo tiempo que recordaba al público el mito que daba origen a esos personajes y conflictos. Continuaba con el párodo, o canto de entrada del coro, que operaba sobre todo rítmicamente. El coro, elemento fundamental y distintivo de la tragedia, podía tener varias entradas. Párodo es el nombre de la primera de ellas, y las siguientes se denominan estásimos. Los episodios, similares a los “actos” del teatro moderno, estaban separados por estas entradas del coro o estásimos. Finalmente, el éxodo era el último episodio, conformado por la salida del coro y la aceleración de la historia.
Dentro de esta estructura, que curiosamente nos resulta muy cercana a las formas narrativas contemporáneas, existen elementos comunes a todas las obras trágicas que a lo largo de los siglos han sido cuestionados, se los desoyó en forma deliberada o sin más fueron desapareciendo. Tradicionalmente las historias se extraían de la mitología, de materiales legendarios o históricos; los personajes principales pertenecían a estratos sociales elevados; los héroes solían ofrecer un estímulo o modelo a seguir; los monólogos, los diálogos y las apariciones corales estaban cargadas de poesía, pero también de lo que hoy podría parecernos pesademente declarativo: formas retóricas que pueden resultarnos demasiado artificiosas. Y sobre todo, emergía de estas piezas una arraigada creencia en los dioses y en su capacidad para condicionar el destino de los personajes y de la propia historia.
Muchísimo antes de la tragedia moderna, del drama burgués, del naturalismo, Eurípides pone en crisis esos elementos en su propio tiempo, en los orígenes mismos del teatro.
Si en Sófocles, o aún más en Esquilo, los héroes podían resultar modelos a seguir, en Eurípides no cabe ninguna idealización. Sus personajes no son como deberían ser, no se rigen por la virtud; pueden ser enfermizos, traicioneros, criminales, y por todo esto tal vez más próximos a las personas reales.
Como en el resto de las tragedias griegas, en esta de Eurípides existe una historia previa con la que el público estaba familiarizado. La de Medea se remonta a la leyenda de los argonautas. Jasón es hijo de Esón, que fue desplazado del trono de Yolco por su hermano Pelias. Pasa un período lejos de su tierra en el monte Pelión, donde el centauro Quirón lo educa y aconseja, y vuelve a Yolco a reclamar el poder que le pertenece. Pero Pelias exige a Jasón una misión aparentemente imposible: robar el vellocino de oro en la tierra de Cólquide, donde reina Eetes, padre de Medea y hermano de la maga Circe, que comparte con Medea una extraordinaria habilidad para la hechicería. Jasón se enfrenta con Eetes, quien a cambio del vellocino le exige que supere durísimas pruebas, desde domar unos toros que vomitan fuego hasta vencer a la serpiente que nunca duerme. Medea se enamora perdidamente de Jasón, lo ayuda a salir victorioso y huye con él en la nave Argo. Para que su padre no los alcance, mata a su hermano y lo reparte en varios pedazos, así las naves de Eetes deben detenerse a juntarlos, y Argo saca ventaja.
En la versión de Eurípides, que se estrena en el 431 a. C, la historia se sitúa en la ciudad de Corinto, donde Jasón y Medea, recibidos por el rey Creonte, pudieron asentarse y tuvieron dos hijos. Pero al inicio de la acción, Jasón ha abandonado a Medea para casarse con la hija de Creonte, la princesa Creúsa. Sufriente y encolerizada por la traición de su compañero y el decreto de Creonte, que la obliga a abandonar su casa y marcharse para siempre de la ciudad, Medea reclama justicia y termina urdiendo su venganza. Usando sus dotes de hechicera y alquimista envía de regalo a la princesa un manto encantado que la envuelve en llamas cuando se lo prueba y que también desgarra el cuerpo de su padre, Creonte, cuando se abalanza desesperado sobre ella. Pero esto no es suficiente para vengarse de Jasón, para llegar de veras a destrozar su corazón, comete el crimen más atroz de su vida: mata a sus propios hijos.
Esta es la decisión extrema que toma Eurípides para su Medea. Existen otras versiones como la del gramático Parmenisco y la del escritor Claudio Eliano, en las que son los corintios quienes asesinan a los hijos y luego divulgan el rumor de que fue su madre quien los mató. Pero es la creación de Eurípides, la que hace de Medea, uno de los personajes más controversiales, debatidos e inolvidables en la historia de la literatura universal.
Eurípides imagina una heroína perturbadora. ¿Qué tienen de heroicos sus actos brutales? La venganza de Medea no es simplemente un impulso del despecho: comienza como una búsqueda de justicia. Y en ese arco de acción no es difícil empatizar y compadecernos de ella (como ocurre con el coro de mujeres que toma partido por su causa y pronto se ubica de su lado contra Jasón). Medea, vulnerada y estafada en sus derechos de esposa y ciudadana, es absolutamente consciente de la injusticia que padece:
MEDEA.— (Aparece en escena y se dirige al Coro). Mujeres corintias, he salido de la casa para que no me censuren. Sé, efectivamente, ya que lo he visto con mis ojos o lo he oído decir a extraños, que muchos mortales, unos por orgullo y otros por sus costumbres pacíficas, han conquistado mala fama y una reputación de cobardía. La justicia, en efecto, no reside en los ojos de los hombres, y antes de conocer el corazón de un hombre, se lo odia por lo pronto, sin que nos haya hecho ninguna injuria. Sin embargo, una extranjera tiene que conformarse con las costumbres de la ciudad, y no alabo al ciudadano que disgusta a los demás con su arrogancia o a causa de su ignorancia. ¡Pero la desdicha imprevista que me ha herido destrozó mi alma, y me muero privada de la voluptuosidad de la vida, y deseo morir, amigas! Aquel a quien consagré mis más preciados bienes, mi marido, se ha tornado en el peor de los hombres.
Medea no solo transmite con claridad avasallante la desdicha de su injusticia personal, sino que incluye a sus congéneres y las arenga a reconocer esa violencia.
Comienza su lamento asegurando que, entre todos los seres que respiran y piensan, las más desdichadas son las mujeres. Primero, tienen que pagar buen dinero por un marido y en seguida, aceptar que este se adueñe del propio cuerpo. Si la elección fue desacertada, no es posible dar marcha atrás: el divorcio es una deshonra y no está permitido a la esposa repudiar al marido. Si en cambio tuvo suerte, esa afortunada mujer será digna de envidia. Los varones, sigue diciendo Medea, si se hartan de las labores domésticas pueden salir de la casa, ir de charla con amigos; pero las mujeres no: deben quedarse en sus casas, al abrigo del peligro pero también de los placeres.
Pero Medea no sufre todo este padecimiento solo por ser mujer, sino también por ser extranjera. No tiene un hogar que la cobije y sabe que solo las mujeres podrán entender y ser sensibles ante ese desamparo.