Mia y el millonario - Michelle Reid - E-Book

Mia y el millonario E-Book

Michelle Reid

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Beschreibung

Primero de la saga. Mientras fregaba suelos, Mia soñaba con una vida mejor. Y un día su sueño se hizo realidad cuando descubrió que pertenecía a una de las dinastías más ricas del mundo. Pero el estilo de vida sofisticado y espectacular de la familia Balfour asustaba a Mia. Por eso empezó a trabajar para el millonario griego Nikos Theakis y así ir familiazándose con los entresijos de la alta sociedad. Nikos se había abierto camino en la vida desde los barrios periféricos de Atenas hasta convertirse en millonario, y lo había logrado a fuerza de conseguir siempre lo que se proponía... y ahora estaba decidido a conquistar a Mia. Una historia intensa, que me ha hecho vibrar por la intensidad de sus escenas. Está muy bien contada y no deja nada desatado. Me ha gustado, se lee rápido y es entretenida ¿Qué más se le puede pedir a una novela? El Rincón de la Novela Romántica

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. MIA Y EL MILLONARIO, Nº 1 - abril 2011 Título original: Mia’s Scandal Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-264-3 Editor responsable: Luis Pugni Imagen de cubierta: FRITZ LANGMANN/DREAMSTIME.COM

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Inhalt

Introducción

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Promoción

LA DINASTÍA BALFOUR

Las jóvenes Balfour son una institución británica, las últimas herederas ricas. Las hijas de Oscar han crecido siendo el centro de atención y el apellido Balfour rara vez deja de aparecer en la prensa sensacionalista. Tener ocho hijas tan distintas es todo un desafío.

Olivia y Bella: Las hijas mayores de Oscar son gemelas no idénticas nacidas con dos minutos de diferencia y no pueden ser más distintas. Bella es vital y exuberante, mientras que Olivia es práctica y sensata. La madurez de Olivia sólo puede compararse con el sentido del humor de Bella. Ambas gemelas son la personificación de las virtudes clave de los Balfour. La muerte de su madre, acaecida cuando eran pequeñas, sigue afectándolas, aunque

Zoe: Es la hija menor de la primera mujer de Oscar, Alexandra, la cual murió trágicamente al dar a luz. Al igual que a su hermana mayor Bella, le cautiva la vida mundana y tiende al desenfreno, siempre está esperando el próximo evento social. Su aspecto físico es imponente y sus ojos verdes la diferencian de sus hermanas, pero tras la despampanante fachada se oculta un gran corazón y el sentimiento de culpa por la muerte de su madre.

Annie: Hija mayor de Oscar y Tilly, Annie ha heredado una buena cabeza para los negocios, un corazón amable y una visión práctica de la vida. Le gusta pasar tiempo con su madre en la mansión Balfour, huye del estilo de vida de los famosos y prefiere concentrarse en sus estudios en Oxford antes que en su aspecto.

Sophie: El hijo mediano es habitualmente el más tranquilo y ésta no es una excepción. En comparación con sus deslumbrantes hermanas, la tímida Sophie siempre se ha sentido ignorada y no se encuentra cómoda en el papel de «heredera Balfour». Está dotada para el arte y sus pasiones se manifiestan en sus creativos diseños de interiores.

Kat: La más pequeña de las hijas de Tilly ha vivido toda su vida entre algodones. Tras la trágica muerte de su padrastro ha sido mimada y consentida por todos. Su actitud tozuda y malcriada la lleva a salir corriendo de las situaciones difíciles y está convencida de que nunca se comprometerá con nada ni con nadie.

Mia: La incorporación más reciente a la familia Balfour viene de la mano de la hija ilegítima y medio italiana de Oscar, Mia. Producto de la aventura de una noche entre su madre y el jefe del clan Balfour, Mia se crió en Italia y es trabajadora, humilde y hermosa de un modo natural. Para ella ha sido duro descubrir a su nueva familia y la desenvoltura social de sus hermanas le resulta difícil de igualar.

Emily: Es la más joven de las hijas de Oscar y la única que tuvo con su verdadero amor, Lillian. Al ser la pequeña de la familia, sus hermanas mayores la adoran, ocupa el lugar predilecto del corazón de su padre y siempre ha estado protegida. A diferencia de Kat, Emily tiene los pies en la tierra y está decidida a cumplir su sueño de convertirse en primera bailarina. La presión combinada de la muerte de su madre y el descubrimiento de que Mia es su hermana le ha pasado factura, pero Emily tiene el valor suficiente para salir de casa de su padre y emprender su camino en solitario.

PROPIEDADES DE LOS BALFOUR

El abanico de propiedades de la familia Balfour es muy extenso e incluye varias residencias imponentes en las zonas más exclusivas de Londres, un impresionante apartamento en la parte alta de Nueva York, un chalet en los Alpes y una isla privada en el Caribe muy solicitada por los famosos…, aunque Oscar es muy selectivo respecto a quién puede alquilar su refugio. No se admite a cualquiera.

Sin embargo, el enclave familiar es la mansión Balfour, situada en el corazón de la campiña de Buckinghamshire. Es la casa que las jóvenes consideran su hogar. Con una vida familiar tan irregular, es el lugar que les proporciona seguridad a todas ellas. Allí es donde festejan la Navidad todos juntos y, por supuesto, donde se celebra el baile benéfico de los Balfour, el acontecimiento del año, al que asiste la crème de la crème de la sociedad y que tiene lugar en los paradisíacos jardines de la mansión Balfour.

CARTA DE OSCAR BALFOUR A SUS HIJAS

Queridas niñas:

Lo menos que se puede decir es que he sido un padre poco atento, con todas vosotras. Han sido necesarios los recientes y trágicos acontecimientos para que me dé cuenta de los problemas que semejante descuido ha provocado.

El antiguo lema de nuestra familia era Validus, superbus quod fidelis. Es decir, poderosos, orgullosos y leales. Esmerándome en el cumplimiento de los diez principios siguientes empezaré a enmendarme; me esforzaré por encontrar esas cualidades dentro de mí y rezo para que vosotras hagáis lo mismo. Durante los próximos meses espero que todas vosotras os toméis estas reglas muy en serio, porque todas y cada una necesitáis la guía que contienen. Las tareas que voy a encargaros y los viajes que os mandaré realizar tienen por objetivo ayudaros a que os encontréis a vosotras mismas y averigüéis cómo convertiros en las mujeres fuertes que lleváis dentro.

Adelante, mis preciosas hijas, descubrid cómo termina cada una de vuestras historias.

Oscar

NORMAS DE LA FAMILIA BALFOUR

Estas antiguas normas de los Balfour se han transmitido de generación en generación. Tras el escándalo que se reveló durante la conmemoración de los cien años del baile benéfico de los Balfour, Oscar se dio cuenta de que sus hijas carecían de orientación y de propósito en sus vidas. Las normas de la familia, de las cuales él había hecho caso omiso en el pasado, cuando era joven e insensato, vuelven a cobrar vida, modernizadas y reinstituidas para ofrecer la guía que necesitan sus jóvenes hijas.

Norma 1ª: Dignidad: Un Balfour debe esforzarse por no desacreditar el apellido de la familia con conductas impropias, actividades delictivas o actitudes irrespetuosas hacia los demás.

Norma 2ª: Caridad: Los Balfour no deben subestimar la vasta fortuna familiar. La verdadera riqueza se mide en lo que se entrega a los demás. La compasión es, con diferencia, la posesión más preciada.

Norma 3ª: Lealtad: Le debéis lealtad a vuestras hermanas; tratadlas con respeto y amabilidad en todo momento.

Norma 4ª: Independencia: Los miembros de la familia Balfour deben esforzarse por lograr su desarrollo personal y no apoyarse en su apellido a lo largo de toda su vida.

Norma 5ª: Coraje: Un Balfour no debe temer nada. Afronta tus miedos con valor y eso te permitirá descubrir nuevas cosas sobre ti mismo.

Norma 6ª: Compromiso: Si huyes una vez de tus problemas, seguirás huyendo eternamente.

Norma 7ª: Integridad: No tengas miedo de observar tus principios y ten fe en tus propias convicciones.

Norma 8ª: Humildad: Hay un gran valor en admitir tus debilidades y trabajar para superarlas. No descartes los puntos de vista de los demás sólo porque no coinciden con los tuyos. Un auténtico Balfour es tan capaz de admitir un consejo como de darlo.

Norma 9ª: Sabiduría: No juzgues por las apariencias. La auténtica belleza está en el corazón. La sinceridad y la integridad son mucho más valiosas que el simple encanto superficial.

Norma 10ª: El apellido Balfour: Ser miembro de esta familia no es sólo un privilegio de cuna. El apellido Balfour implica apoyarse unos a otros, valorar a la familia como te valoras a ti mismo y llevar el apellido con orgullo. Negar tu legado es negar tu propia esencia.

A Imelda, mi maravillosa madre, que disfruta de sus noventa y nueve años de vida. Mamá, gracias por regalarme el amor a la lectura y por animarme a atreverme a escribir

Prólogo

Mia estaba semi agazapada entre dos enormes pilares de piedra, sobre los cuales se erguían un par de criaturas mitológicas doradas en actitud de estar a punto de lanzarse en picado.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Tuvo que apartar los ojos de la observadora presencia de aquellas criaturas para que su mirada fija no le hiciera perder los nervios. Esos seres aterradores llamados grifos eran mitad águila mitad león, y Mia los había visto con anterioridad en el escudo de familia que engalanaba la página web de los Balfour, junto al lema familiar: Validus, superbus quod fidelis. Poderosos, orgullosos y leales.

–Dio –susurró, y exhaló un suspiro tembloroso.

Se sentía tan intimidada por la opulencia de aquella entrada majestuosa que las mariposas que revoloteaban en su estómago parecieron volverse locas.

El zumbido del motor del taxi que la había llevado desde el aeropuerto se desvanecía lentamente a su espalda. Se hallaba sola bajo la débil luz del sol de febrero que se filtraba entre las ramas desnudas de los árboles.

Resultaba extraño pensar que hacía tan solo una semana llevaba una vida tranquila con su tía en la Toscana rural, completamente ajena a la existencia de una sofisticada familia inglesa llamada Balfour, y más todavía al hecho de que ella estuviera relacionada con aquel conocido apellido.

Todavía seguiría sin saber nada si la persona fría y distante que era su madre no hubiera hecho oídos sordos a sus súplicas y le hubiera permitido ir a visitarla. Ante la empecinada negativa de su madre, la tía Giulia decidió que había llegado el momento de revelar el oscuro secreto que llevaba guardando veinte largos años.

Y ahora Mia estaba a punto de conocer a Oscar Balfour, el orgulloso patriarca de la casa de Balfour, poderoso hombre de negocios y multimillonario. Marido de tres esposas distintas y padre de siete hermosas hijas. Ocho, rectificó Mia sintiendo cómo se le ponía el estómago del revés.

¿Un hombre que había sido bendecido con siete hijas querría otra más?

Aquella era la pregunta que había ido a hacerle. Necesitaba enfrentarse a Oscar Balfour y saber cómo reaccionaba ante su existencia. Si se negaba a reconocerla, sólo habría perdido un trocito más de corazón. El frío rechazo de su madre ya le había desgarrado un buen pedazo, así que el de su padre no podría resultar más doloroso.

Y también cabía la posibilidad de que estuviera preparado para darle la bienvenida.

Mordiéndose el tembloroso labio inferior, Mia se agachó para agarrar el asa de su maleta y luego se incorporó. Recolocó los estrechos hombros en el interior de la suave chaqueta de lana y tiró de la maleta de ruedas. El corazón le latía a toda prisa y sentía una tirantez en el pecho que le dificultaba la respiración. Cuando dio el primer paso, un escalofrío de tensión le subió por la pierna y la espalda. Durante un instante se sintió ligeramente mareada y tuvo que cerrar los ojos.

Cuando volvió a abrirlos se encontró mirando un largo camino flanqueado por árboles que debían llevar en aquel lugar muchas generaciones. No podía ver la casa debido a la pendiente del terreno, pero sabía que estaba allí, defendiendo su intimidad de los curiosos en aquel valle aislado, según indicaba la página web.

Lo único que tenía que hacer era caminar entre aquellas dos hileras de árboles hacia ella, se dijo, y avanzó, consciente de que su interior estaba temblando de miedo, pero sintiendo al mismo tiempo una estremecedora emoción que corría por su sangre como el fuego.

Nikos Theakis no era un hombre proclive a excesos emocionales. De hecho se jactaba de la actitud fría y profesional con la que se enfrentaba a la mayoría de las facetas de su vida. Sin embargo, mientras conducía aquella mañana tras su desayuno con Oscar, no había nada de frío ni de profesional en él.

Estaba conmocionado. Toda la familia Balfour lo estaba, la única que parecía sobrellevarlo bien era la propia Lillian Balfour.

Maldijo en silencio cuando la imagen de la hermosa, pálida y frágil mujer de Oscar surgió en su mente, sonriendo con valentía mientras se despedía para siempre de él. La emoción se apoderó de Nikos, que pisó con más fuerza el acelerador, como si la velocidad pudiera llevarse aquella sensación extraña para él. El potente coche avanzó deprisa, salió del valle y rodó a toda prisa bajo el palio de ramas desnudas que cubría el camino de salida de la finca de los Balfour.

No estaba concentrado. Nikos lo supo en cuanto la vio allí parada, justo delante de él. Durante unos aterradores segundos creyó que estaba viendo una aparición fantasmal vestida de negro, y por eso olvidó pisar el freno.

Nunca había experimentado algo así. En las décimas de segundo que tardó en conectar de nuevo con la realidad, su mirada de asombro había absorbido cada exquisito centímetro de aquella mujer, desde el pelo negro y brillante que enmarcaba su precioso rostro ovalado hasta la voluptuosa forma de su cuerpo, encerrado en una chaqueta ajustada y una falda que marcaba la sinuosa silueta de sus caderas. Por alguna extraña razón, se fijó en que llevaba botas, unas botas negras de piel de tacón alto. Entonces la realidad lo golpeó con la fuerza de una descarga eléctrica y soltando una sarta de maldiciones apretó con fuerza el pedal del freno.

Mia se quedó paralizada al ver aquel monstruo plateado que se lanzaba hacia ella. Se oyó un frenazo y el coche se fue acercando más y más hasta que finalmente se detuvo a dos centímetros de sus espinillas.

El motor silbó, el capó plateado se estremeció, y el silencio regresó como un golpe atestado en la cabeza. Nikos se echó hacia atrás en el asiento y se la quedó mirando con el corazón latiéndole como un martillo y los dedos todavía apretados al volante. Creía que no iba a lograr parar a tiempo. No estaba siquiera seguro de haberlo conseguido. Siguió sentado, conmocionado, a la espera de que ella le diera alguna señal, bien apartándose para demostrarle que no le había hecho daño bien desplomándose en el suelo.

«Dios, es preciosa», le dijo su estupefacto cerebro, y culminó la observación con una oleada de testosterona que se le acumuló en la entrepierna. Reaccionando con furia, Nikos abrió la puerta del coche y salió.

–¿A qué diablos cree que está jugando? –exclamó con ira–. ¿Es que quiere morir? ¿Por qué demonios no se ha apartado de mi camino?

Mia tuvo que hacer uso de toda su fuerza para respirar. Sus pestañas finalmente cobraron vida y consiguió alzar los ojos del coche para clavarlos en él. Sufrió una segunda conmoción al darse cuenta de que era el hombre más guapo que había visto en su vida.

Y se dirigía hacia ella como un gladiador camino de la guerra. Solo que este gladiador llevaba un abrigo negro sobre los impresionantes hombros y un elegante traje gris de tres piezas debajo. La camisa era blanca y la corbata de un tono apagado.

Se acercó al extremo del coche y se detuvo para mirar lo cerca que había estado de destrozarle las frágiles piernas. Sus ojos echaban chispas cuando le rodeó la cintura con las manos y la levantó del suelo. Estaba tan concentrado en lo que hacía que no escuchó cómo Mia contenía el aliento asombrada, ni el sonido de su maleta al dar contra el suelo. Ella se encontró mirando directamente un par de ojos oscuros, enmarcados por unas cejas anchas y tan negras como el pelo de su cabeza.

–Estúpida –gruñó Nikos–. Diga algo, por el amor de Dios. ¿Está bien?

Mia asintió con la cabeza como si fuera una marioneta.

–Casi… casi me mata –susurró.

–He conseguido no atropellarla –la corrigió Nikos–. Debería agradecerme mis reflejos y mi habilidad al volante.

–¿Cree que es muy hábil conducir como un lunático, signore?

–¿Y usted cree que es inteligente quedarse parada en medio de un camino privado cuando un coche se dirige hacia usted, signorina? –le espetó él.

Como si acabara de darse cuenta de que la estaba sosteniendo en vilo, Nikos murmuró algo y le dio la vuelta antes de colocarla en el suelo, lejos del letal guardabarros de su coche. Lo inesperado de toda la situación provocó que los paralizados reflejos de Mia se pusieran en acción y se agarrara a él para no caerse. Nikos la sujetó. Ella se quedó mirando los músculos y la fuerza viril a la que estaba agarrada antes de soltarse. Sentía las piernas débiles cuando se apartó de él, vio su maleta tirada en el suelo unos cuantos metros más allá y fue a levantarla.

Nikos observó con las manos en los bolsillos cómo se inclinaba para recoger el asa de la maleta con dedos temblorosos y no pudo evitar recorrer con la mirada la atractiva forma de su trasero bajo la falda.

«Bonito», pensó, y luego frunció el ceño cuando otra oleada de calor le atravesó la entrepierna. Consultó su reloj y vio que era tarde. Tenía que subirse a un avión. Acababa de pasar por una de las peores situaciones a las que había tenido que enfrentarse y allí estaba, admirando el trasero de una desconocida a la que había estado a punto de atropellar. Se le escapó un bufido de disgusto.

–Intente seguir por el borde del camino –recomendó con altivez a la joven–. Y por cierto –añadió abriendo la puerta del coche–, si es usted la nueva doncella que todos están esperando tan ansiosamente, déjeme decirle que se ha excedido con el atuendo.

Sacudiendo el polvo de la maleta, Mia parpadeó. ¿Doncella? ¿Exceso? ¿Atuendo? Necesitaba tiempo para analizar lo que le había dicho, para que cobrara sentido. Entonces lo entendió. El desconocido pensaba que había ido a la mansión Balfour vestida así para ocupar el puesto de doncella.

El dolor le provocó un nudo en el estómago. Nunca se había sentido tan humillada. Con una fría actitud de dignidad herida se giró y rodeó el coche de lujo tirando de su maleta, sin molestarse en dirigirle ni una sola mirada.

Doncella… Mia contuvo una carcajada amarga. Había aprendido inglés mientras trabajaba de doncella para un anciano profesor que poseía una villa no lejos de su casa. Le pagaba por mantener la casa limpia y cocinar para él, y también le dejaba utilizar su biblioteca y su ordenador, siempre y cuando tecleara las páginas de su interminable y aburrido libro. El curso de inglés era gratis. Luego Mia caminaba dos kilómetros para volver a casa y estudiaba antes de pasar la velada ayudando a la tía Giulia con los encargos de costura. Así completaban los magros ingresos que su tía obtenía del cultivo y venta de flores.

Normalmente llevaba zapatos planos y vaqueros gastados, o alguno de los vestidos que usaba durante el cálido verano de la Toscana. Por primera vez en su vida se había puesto algo nuevo, algo que no se había hecho ella misma con un trozo de tela. Y aquel hombre horrible del coche plateado y el elegante traje gris había destrozado su autoestima con unas cuantas palabras.

Nikos entornó los ojos mientras la veía alejarse por el camino… justo por el medio, en claro desafío hacia él. Apretó los labios y, en lugar de subirse al coche y salir de allí, se quedó mirándola unos segundos más, atraído por el gracioso movimiento de sus finas curvas, la chispa de su carácter y el eco de su acento. Supuso que era italiana.

Y muy joven, pensó.

Demasiado joven para ser doncella.

Las primeras sombras de duda lo asaltaron. ¿Se habría equivocado y habría insultado a alguna amiga de las hijas de Oscar?

Nikos frunció el ceño y volvió a subirse al coche para salir de allí. Fuera quien fuera la joven, confiaba en que supiera que estaba entrando en la finca de los Balfour. En caso contrario se llevaría una gran impresión al llegar.

Mia ya estaba impresionada, porque había vislumbrado a lo lejos la mansión Balfour.

Nada de lo que había visto o leído en Internet la había preparado para la imponente belleza de lo que estaba mirando. Asentada en un valle poco profundo, la casa de piedra era al menos diez veces más grande de como la había imaginado, con hileras superpuestas de grandes ventanales que refulgían bajo la pálida luz del sol.

Mia comenzó a sentir escalofríos de ansiedad mientras recorría el camino hacia el valle y bordeaba la orilla de un bonito lago, reluciente como un cristal congelado. Cuanto más se acercaba a la casa, más intimidada se sentía por ella. Era enorme. Altas columnas palaciegas sostenían una entrada de forma circular. Cuando pasó entre ellas se sintió empequeñecida. Dejó la maleta a un lado de la puerta y se dijo «ahora o nunca» mientras se colocaba delante de la pesada puerta de roble.

Ya no estaba tan segura de querer hacer aquello, pero sabía que si se daba la vuelta lo lamentaría el resto de su vida, porque nunca reuniría el coraje para intentarlo una segunda vez.

Mia extendió la mano, agarró la cinta de la campana antigua y tiró con fuerza de ella. Luego la retiró y esperó a que alguien respondiera.

Nunca en su vida se había sentido tan asustada.

Nunca nada había sido tan importante para ella como aquello.

Tensa, con las manos temblando y los ojos muy abiertos, vio cómo la puerta se abría. La última persona a la que esperaba encontrar era al propio Oscar Balfour.

Era más alto y mucho más atractivo de como lo había imaginado. Tenía el cabello blanco como la nieve y una pulcra perilla. Cuando frunció el ceño le pareció tan severo que estuvo a punto de darse la vuelta y salir corriendo. Si le preguntaba si era la nueva doncella, Mia decidió que saldría corriendo. Pero no se lo preguntó.

–Hola, joven –le dijo con una sonrisa.

Era una sonrisa bonita que iluminó sus profundos ojos azules.

Unos ojos del mismo color que los de ella.

–Bon… bon giorno, signore –estaba tan nerviosa que no pudo evitar saludarlo en italiano. Tragó saliva y cambió al inglés–. No sé si… si sabe de mi existencia, me llamo Mia Bianchi. Me han dicho que es usted mi padre.

Uno

Por primera vez tras tres meses de largos y duros viajes, Nikos Theakis atravesó las puertas de entrada de sus oficinas de Londres y al instante consiguió la atención de todos los presentes en el moderno vestíbulo de granito y cristal.

Alto y moreno, bendecido con el tipo esbelto, duro y poderoso de los atletas, el aire se cargaba de energía a su paso. Todo el mundo le daba los buenos días sin aliento al verlo pasar. Trabajar para él era como viajar en cohete a las estrellas. Excitante, agotador, a veces terrorífico porque asumía riesgos que nadie más estaba dispuesto a correr. Estaba comprometido con su trabajo y era famoso por no equivocarse nunca.

Frunció el ceño y sus cejas oscuras se juntaron sobre el puente de la nariz, recta y arrogante. Sus facciones griegas, clásicas, estaban concentradas en la conversación que mantenía por el móvil mientras se dirigía a los ascensores del vestíbulo.

–En nombre de dios, Oscar –maldijo en voz baja–. ¿Se trata de una broma?

–No es ninguna broma –insistió Oscar Balfour–. He pensado mucho en esto y ahora te pido ayuda. A menos que ya seas demasiado importante para ayudar a un viejo amigo…

Nikos apretó el botón del último piso, se retiró el brillante gemelo de la camisa para poder ver la hora en el reloj de platino y contuvo el deseo de soltar una palabrota. Hacía menos de una hora que había regresado al país después de pasar semanas volando por el mundo como un maldito satélite, tratando de reunir un paquete de medidas para salir de la crisis que sus socios internacionales habían provocado al acobardarse y tirar del tapón de los créditos. Estaba cansado, hambriento y tenía el horario cambiado, pero arriba le esperaba el consejo de dirección, ansioso por escuchar el resultado final de sus gestiones.

–No me pongas contra las cuerdas –dijo impaciente.

–Me halaga que pienses que todavía puedo hacerlo –ironizó Oscar.

–Y no cambies de tema –añadió Nikos, consciente de que Oscar era el rey de la manipulación–. Dime qué demonios pretendes que haga con una de tus consentidas hijas.

–Para empezar, que no te acuestes con ella.

Nikos, que estaba a punto de salir del ascensor al lujoso pasillo de la última planta, se quedó un instante paralizado al escuchar aquella frase. La afrenta le llevó a levantar la oscura y orgullosa cabeza.

–Eso no ha tenido ninguna gracia –aseguró con fría dignidad–. Nunca le he puesto un dedo encima a ninguna de tus hijas. Sería…

–¿Una falta de respeto hacia mí?

–Exactamente –afirmó Nikos.

Gracias a Oscar se había convertido en el hombre que era, y mantener una distancia respetuosa con sus hermosas hijas era una cuestión de honor.

–Gracias –murmuró Oscar.

–No quiero que me des las gracias –Nikos se puso en marcha por el pasillo con su elegante paso–. Ni tampoco quiero que ninguna de tus decorativas hijas se pasee por mis oficinas fingiendo ser una eficaz asistente personal sólo para darte gusto a ti –afirmó–. En cualquier caso, ¿a qué viene esta repentina decisión de que se pongan a trabajar? –preguntó con curiosidad al tiempo que abría la puerta de su suite de despachos.

Su secretaria, Fiona, alzó la vista de la pantalla del ordenador y le dirigió una sonrisa de bienvenida. Nikos señaló el móvil mientras le daba una serie de instrucciones con la mano. La eficaz Fiona mostró con una inclinación de su cabeza rubia que había entendido y dejó que se encerrara en su despacho.

Cuando hubo cerrado la puerta, fue consciente del silencio que había al otro lado de la línea. Frunció el ceño, porque Oscar Balfour poseía un cerebro que funcionaba a la velocidad de la luz, así que los silencios de cualquier tipo eran algo poco habitual en él.

–¿Te encuentras bien? –preguntó con cautela.

Oscar dejó escapar un suspiro.

–La verdad es que no –admitió–. He empezado a preguntarme qué he hecho los últimos treinta años de mi vida.

–Echas de menos a Lillian –murmuró Nikos.

–Todos los minutos de todas las hora del día –confirmó Oscar–. Me voy a la cama pensando en ella, paso la noche soñando con ella y me despierto buscando el calor de su cuerpo al lado del mío en la cama.

–Lo siento –era una respuesta poco adecuada y Nikos lo sabía, porque Oscar Balfour seguía llorando la reciente pérdida de su esposa–. Han sido tiempos difíciles para todos vosotros…