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Sabía que era un error, no debería haber ido a verlo al hospital. Pero desde su encuentro con Zachary Ballantine en la cena benéfica, Katrien no había podido sacárselo de la cabeza... o de sus sueños. Era como si siempre lo hubiera conocido. ¿Qué iba a hacer ahora? Cuando Zachary despertó tras el accidente con amnesia parcial, asumió que ella era su prometida. ¿Por qué no le había dicho la verdad? Que estaba comprometida... ¡pero no con él!
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Seitenzahl: 210
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1997 Daphne Clair
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Mientras dormía, n.º 920- agosto 2022
Título original: Reckless Engagement
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1141-089-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
El hombre de sus sueños.
Lo reconoció. Lo reconoció en la repentina aceleración de los latidos de su corazón, en la tensión de su respiración.
A través del gran salón, abarrotado de personas que charlaban y bebían, el hombre alzó la cabeza y, como si hubiera sentido los ojos de Katrien fijos en él, la buscó con la mirada.
Una oscura ceja se alzó interrogante y un destello de especulación iluminó sus ojos de color verde mar. Las duras líneas de su boca se curvaron en una sutil sonrisa.
—¿Katie? —Callum tocó el brazo de Katrien y ésta se sobresaltó—. ¿Katie?
Ella parpadeó.
—Lo siento. Estaba pensando —los familiares rasgos de su prometido, sus ojos azules y su pelo rubio perfectamente peinado parecían muy lejanos, en otra dimensión.
El pelo del desconocido, casi tan negro como sus cejas, estaba descuidadamente cortado, mostrando cierta tendencia a rizarse a la altura del cuello de su esmoquin. Tenía una mano metida en un bolsillo del pantalón y su actitud parecía muy relajada, a pesar de que no parecía pertenecer a aquel elegante ambiente. Tal vez era debido a su elevada estatura y a sus fuertes y anchos hombros.
—Voy a traerte una bebida —se acercó a un camarero y tomó dos copas de la bandeja de plata que éste llevaba—. Toma, pareces necesitarlo —mientras la mano de Katrien se cerraba en torno a la copa, Callum la miró con gesto preocupado—. ¿No seguirás con gripe? Has perdido peso —alargó una mano y apartó un mechón del pelo castaño rojizo de su prometida.
Katrien se obligó a sonreír.
—Estoy bien, en serio —dio un sorbo a su vino y volvió a sonreír—. Se supone que las modelos debemos estar delgadas.
Callum le devolvió la sonrisa.
—No quiero que estés demasiado delgada —alzó su vaso ante ella antes de volver a beber—. Por nosotros, por nuestro futuro.
Un inexplicable pánico revoloteó en torno al corazón de Katrien. Entonces una pareja que conocían se acercó a ellos, y mientras el hombre palmeaba el hombro de Callum, la mujer le pidió a Katrien que le dejara ver su anillo.
Katrien alargó amablemente su mano izquierda y miró con inquietante desapego el gran diamante flanqueado por dos más pequeños, casi como si no hubiera estado presente cuando Callum lo escogió en la joyería y se lo puso en el dedo, declarando con satisfacción que le quedaba tan bien que parecía haber sido hecho para ella.
Katrien trató de recuperar la calidez que sintió entonces, apenas dos semanas atrás.
Trató de centrar su mente en la conversación que mantenían con la pareja. Pero apenas podía controlar el impulso de mirar hacia el hombre que había evocado en ella aquella poderosa sensación de reconocimiento.
Alguna antena interior parecía avisarle cada vez que él se movía, acercándose hacia donde ella estaba.
Un escalofrío recorrió su espalda, y no pudo evitar volver la cabeza. El hombre no miraba en su dirección, pero Katrien vio que sus hombros se tensaban y empezaba a girarse. De inmediato, fijó la vista en Callum con tal atención que éste interrumpió lo que estaba diciendo y la miró con gesto interrogante.
Katrien le dedicó una sonrisa de ánimo y dio otro sorbo a su vino. No tenía ni idea de qué estaban hablando.
El hombre se alejó mientras la mayoría de los presentes se dirigían hacia las mesas que había en la habitación contigua.
Se celebraba una fiesta benéfica en ayuda de una viuda y los hijos de un montañero que había muerto unos meses atrás en una expedición al Himalaya. Zachary Ballantine, un amigo del montañero que había sobrevivido a la expedición, se encargaría de dar el discurso después de la comida. Habían aparecido fotos de él en todos los periódicos nacionales cuando ocurrió la tragedia, fotos de un hombre agotado y barbudo de ojos oscuros ensombrecidos por unas cejas cubiertas de nieve.
Todos los periódicos y televisiones de Nueva Zelanda persiguieron aquella historia, pero él se negó a conceder entrevistas. Sin embargo, alguien lo había persuadido para que hablara esa noche.
El hombre que tanto inquietaba a Katrien se hallaba sentado en una mesa cercana a la pequeña tribuna en la que había un micrófono. Lo miró una vez y enseguida bajó la mirada. Apenas probó la comida que le sirvieron. Apartó el plato que tenía ante sí y tomó su copa de vino. Una vez más, estaba vacía. Ya había bebido bastante más de lo habitual, pero cuando Callum rellenó su copa, le dedicó una distraída sonrisa y se la llevó a los labios.
Él pasó un brazo en torno a ella y le apretó suavemente el hombro.
—¿Te encuentras bien? —susurró, fijándose en que Katrien ni siquiera había tocado su plato de postre.
—Por supuesto. Ya sabes que normalmente no como dulces, y además, estoy llena.
Callum sonrió y acarició la sien de Katrien con su mejilla.
—Te sentará bien un poco de tarta —se apartó un poco y observó el delgado cuello de Katrien—. No te vendría mal engordar algo. Y no es que no estés preciosa —inclinándose junto a su oído, susurró-: Estoy deseando que nos quedemos a solas —luego tomó un poco de tarta con la cucharilla y la llevó hasta los labios de Katrien, sonriendo—: Abre la boca.
Katrien rió y negó con la cabeza, pero él insistió. Finalmente entreabrió los labios y le dejó deslizar la cucharilla entre ellos. Sabía asqueroso, y cuando Callum repitió el gesto ella le puso una mano en la muñeca, sonriendo para que no pensara que estaba enfadada.
—No, en serio. No puedo más.
Callum también sonreía.
—Tienes un poco de crema…
Inclinó la cabeza y lamió la crema del borde de los labios de Katrien.
Alguien rió al otro extremo de la mesa y ella se apartó y se volvió.
Su mirada chocó con unos intensos ojos verdes.
Sintió que se ruborizaba mientras la atenta expresión del hombre adquiría un matiz irónico. Katrien sintió una mezcla de enfado y miedo.
Se sirvió el café y la organizadora del acontecimiento se levantó para presentar al invitado, haciendo un resumen de su aventurera carrera escalando montañas, trabajando en el Antártico, ayudando a construir un hospital en el Nepal y explorando las regiones más altas y salvajes del mundo. Finalmente bajo del estrado e inició una ronda de aplausos en honor a Zachary Ballantine.
Con una curiosa falta de sorpresa, Katrien observó al hombre que se levantó y caminó confiadamente a ocupar su lugar frente al micrófono. Antes no lo había reconocido sin la barba.
Miró a su alrededor y Katrien pensó que sus ojos color mar brillaron al encontrarse con los de ella; entonces miró un papel que sostenía en la mano y empezó a hablar.
Zachary Ballantine tenía una voz profunda. En cuanto escuchó la primera sílaba, Katrien tuvo una profunda sensación de reconocimiento.
Durante largo rato se limitó a escuchar el sonido, no las palabras, con la mirada fija en el mantel blanco que cubría la mesa. Pero después alzó los ojos y miró al orador. Y, como si se hubiera dado cuenta, él inclinó la cabeza y hizo una pausa, deteniendo la mirada momentáneamente en ella. Después, volvió a consultar el papel que tenía en la mano y siguió hablando.
Katrien trató de refrenar el acelerado ritmo de su corazón, diciéndose que Zachary Ballantine apenas podía ver a nadie en la penumbra reinante.
Callum se movió junto a ella, sin apartar la mano de su hombro. Katrien tuvo que luchar contra un irracional e intenso impulso de apartarse de él.
—No hay ningún sentimiento parecido a estar en lo más alto del mundo —decía Zachary Ballantine—, en la cima del Everest, mirando las montañas y el increíble paisaje que se extiende a sus pies… en ese momento comprendes que todo el dolor, el esfuerzo y el peligro han merecido la pena. Todos los escaladores quieren conquistar el Everest. Ben y yo lo hicimos por primera vez juntos, hace cinco años. Fue algo que ninguno de los dos logramos olvidar.
Zachary Ballantine hizo una pausa y miró al suelo, como buscando inspiración en él.
—Después de eso —continuó, alzando la mirada lentamente—, lo único que puede hacerse es buscar cimas más duras, nuevas vías de ascenso, montañas que aún están sin conquistar.
—¿Por qué? —murmuró Callum con humor junto al oído de Katrien.
Katrien movió la cabeza ligeramente. Ella tampoco comprendía, pero de pronto sintió un apasionado deseo de hacerlo. Se concentró intensamente, temiendo perderse una sola palabra.
—Siempre hay otra montaña —el orador apoyó una mano en el borde del estrado—. Otro reto, otro riesgo, otra Circe tentando a los hombres para que arriesguen su vida por ella… Los hombres y las mujeres cometen equivocaciones —continuó lentamente, con la vista fija en algún punto distante del salón—. Y las montañas son implacables con los errores. El año pasado se llevaron al mejor amigo que he tenido o que nunca tendré. Ben Storey era el mejor —volvió un poco la cabeza y su mirada se encontró con la de Katrien, que se sintió atrapada por el desnudo dolor que percibió en sus ojos—. El mejor amigo, el mejor escalador, la mejor persona que he conocido nunca. Lo echo de menos.
Tras un momento de intenso silencio, Zachary Ballantine dio un paso atrás, alejándose del brillo del foco que iluminaba el estrado. Su dolor pareció rodear a Katrien, que cerró los ojos, esforzándose por no llorar.
Cuando volvió a abrirlos, él había vuelto a ocupar su asiento entre aplausos. Callum apartó la mano del hombro de Katrien para aplaudir con los demás y ella hizo lo mismo.
Una mujer al otro lado de la mesa tomó su servilleta y se secó los ojos.
«No soy la única», se dijo Katrien. Lo más probable era que todas las mujeres asistentes a la comida se hubieran sentido igualmente afectadas.
Al ver que Zachary Ballantine se levantaba para estrechar la mano de una bonita joven que lo miraba con gesto de adoración, Katrien se sintió repentinamente enfadada. No era justo que los hombres como él, atractivos tanto por su físico como por su vida aventurera, permitieran que las mujeres se enamoraran de ellos para luego dedicar sus vidas a la persecución de un sueño que podía resultar mortal. Era injusto y cruel.
La joven sonrió y tocó levemente el brazo del escalador. Su bonito rostro delataba con ingenuidad la admiración que sentía por él, la facilidad con que su corazón se abriría a la más mínima insinuación.
—Tonta —murmuró Katrien, para sí.
—¿Qué? —Callum se inclinó hacia ella.
Katrien movió la cabeza.
—Nada. ¿Podemos irnos ya? —no creía que pudiera soportar más aquello. Se sentía alterada, y no comprendía por qué. Tal vez Callum tuviera razón; era posible que aún no se hubiera recuperado por completo de la gripe.
—¿No quieres hablar con el invitado de honor antes de irnos? —preguntó Callum.
Había una nube de gente alrededor de Zachary Ballantine. La chica había quedado un tanto alejada y miraba a su héroe con gesto decepcionado.
—No —dijo Katrien—. Ya tiene suficientes admiradores. Además, estoy cansada.
Callum se levantó para apartar la silla de Katrien.
—Entonces, vámonos. Llamaré a un taxi.
Callum nunca conducía cuando sabía que iba a beber. Su estricto sentido de la responsabilidad era una de las cosas que le gustaban a Katrien. Sabía que nunca tendría que temer que Callum se metiera inesperadamente en alguna peligrosa aventura.
Esperó en el vestíbulo mientras Callum salía a buscar un taxi.
No debería haber bebido tanto. Se sentía un poco mareada. Miró a su alrededor en busca de un asiento. Las dos únicas sillas del vestíbulo estaban ocupadas por una pareja que mantenía en voz baja una discusión aparentemente apasionada.
Cerrando los ojos, se apoyó contra la pared.
—¿Te encuentras bien?
Katrien se irguió de inmediato y abrió los ojos al reconocer la profunda voz. Sintió que la frente se le enfriaba repentinamente, a la vez que innumerables puntitos de luz danzaban ante sus ojos.
Unas fuertes manos la sujetaron por los brazos, haciéndole recuperar el equilibrio. Katrien inclinó la cabeza y volvió a cerrar los ojos, controlando así el breve mareo antes de volver a alzar la vista.
Desde tan cerca, los ojos verde mar de Zachary Ballantine resultaban inquietantemente penetrantes. Una pequeña cicatriz blanca adornaba un extremo de su labio superior. Su piel era morena, curtida por el aire y el sol. Olía a jabón y a una mezcla de madera de pino y cimas nevadas. ¿Loción para después del afeitado?
—Sí, estoy bien. Gracias.
—Estás muy pálida —dijo él, sin soltar a Katrien.
—He tenido la gripe —contestó ella.
Los dedos de Zachary acariciaron distraídamente sus brazos. Katrien tragó con esfuerzo.
—¿Te vas ya? —preguntó con voz ligeramente ronca. Aún debía haber muchas personas que querrían hablar con él.
—Me dirigía al servicio de caballeros —contestó él—, pero te he visto aquí, sola y pálida… —sonrió—. He pensado que estabas a punto de desmayarte.
Ningún hombre debería tener una sonrisa como aquella. Era letal. Resaltaba los masculinos rasgos de su rostro y revelaba una dentadura blanca y perfecta.
Katrien sintió la involuntaria tensión de sus músculos faciales y supo que Zachary Ballantine había percibido el impulso sexual que había despertado en ella.
Volvió a sentirse mareada y él debió notarlo, pues cerró los dedos de nuevo con fuerza en torno a sus brazos.
El cuerpo de Katrien se curvó hacia él, su columna se arqueó sutilmente, su cabeza cayó ligeramente hacia atrás… movimientos pequeños pero inconfundibles. Pestañeando, vio que la boca de Zachary se entreabría mientras se inclinaba hacia ella.
Entonces, oyó la voz de Callum.
—Ya está, Katie. He conseguido uno —más secamente, añadió-: ¿Qué sucede?
Sobresaltada, Katrien dio un paso atrás.
Zachary apartó sin prisas las manos de sus brazos y se volvió.
—¿Quién eres? —preguntó al hombre que había estado junto a Katrien toda la tarde.
Callum parpadeó, tan molesto como indeciso.
Katrien se colocó junto a él y apoyó una mano en su brazo.
—Este es Callum Steward —dijo—. Mi prometido. El señor Ballantine ha pensado que me iba a marear. Se ha ofrecido a ayudarme amablemente.
Katrien sintió que sus mejillas ardían. Su prometido habría notado que ya no estaba pálida.
—¿Te has mareado? —preguntó Callum, pasándole un brazo por la cintura.
—Un poco. Pero ya me encuentro bien.
Dirigiéndose a Callum, Zachary dijo:
—Si yo estuviera en tu lugar nunca la dejaría sola. Podría haber caído en brazos de cualquier desconocido.
Katrien contuvo un instante el aliento.
—No es cierto. Sólo ha sido un leve mareo. Estoy segura de que se me habría pasado.
—Al parecer, así ha sido —comentó el escalador.
Katrien creyó percibir cierta ironía en su mirada y en el tono de su voz.
—A pesar de todo —dijo Callum con excesiva afabilidad—, me alegro de que hayas estado aquí para ayudarla. Y nos ha gustado mucho tu pequeño discurso, por cierto —alargó una mano que Zachary estrechó al cabo de un momento.
—Gracias.
—Gracias a ti por cuidar de mi novia. Ahora, si nos disculpas, tengo un taxi esperando. Vamos, cariño…
Mientras se alejaban y Callum abría la puerta para dejarla pasar, Katrien supo que el otro hombre los observaba. Resistió el impulso de volverse.
Zachary Ballantine estaba hecho del material con que se elaboraban los sueños. Era la fantasía de toda mujer. Su amigo, el escalador fallecido, también lo era. Katrien recordaba haber visto una foto de Ben Storey publicada en la prensa; un joven dios sonriendo contra la nevada cumbre de una montaña, con el sol brillando en su pelo dorado, la capucha de su anorak echada hacia atrás y unas gafas de alta montaña colgadas de su cuello.
En la misma página había una foto de su viuda, que miraba valerosamente a la cámara con su hijo pequeño en brazos y el otro aferrado a su rodilla.
En la breve entrevista alababa el coraje de su marido. Katrien admiró aún más el de ella.
—Menos mal que tú no tienes deseos de conquistar la cima de ninguna montaña —dijo cuando Callum se sentó junto a ella en el taxi.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó él en tono ligero.
Katrien le dedicó una mirada de auténtico horror.
Callum rió y la estrechó entre sus brazos.
—Tengo otros deseos más interesantes —susurró junto a su oído.
Katrien dejó que la besara y le devolvió el beso, tratando de borrar de su mente el recuerdo de la intensa mirada de Zachary Ballantine.
Cuando el taxista los dejó frente a la puerta de su piso en Herne Bay, Katrien estaba más despeinada y la respiración de Callum era más acelerada e irregular.
Katrien preparó café y se sentaron a beberlo en el cómodo sofá de dos plazas del cuarto de estar. Pero cuando Callum volvió a tomarla entre sus brazos, ella apoyó la cabeza en su hombro y dijo:
—Estoy muy cansada, Callum.
Él le acarició el pelo.
—Soy un egoísta.
—No, no es cierto. Eres el hombre más agradable que he conocido. Pero supongo que tienes razón… no debo haber superado la gripe todavía. Lo siento.
—No te preocupes por eso —Callum la besó en la frente—. Esperaré hasta que estés totalmente recuperada.
Efectivamente, Callum era el hombre más agradable que había conocido Katrien. Entonces, ¿por qué de pronto le resultaba difícil incluso mirarlo? ¿Por qué sentía que si no se iba pronto se pondría a gritar?
Lo besó rápidamente en los labios y se levantó para recoger las tazas.
—Puede que la próxima vez… —murmuró vagamente.
Cualquier otro hombre se la habría llevado a la cama un minuto después de ponerle el anillo de compromiso en el dedo, si no antes. Pero Callum era demasiado delicado como para hacer algo parecido. Estaba dispuesto a esperar que llegara el momento adecuado.
Callum llamó a otro taxi mientras Katrien llevaba las tazas a la cocina. Estaba colgando el paño con que las había secado tras fregarlas cuando Callum se asomó a la puerta.
—Me voy —dijo—. El taxi estará aquí dentro de unos momentos.
Katrien lo acompañó a la puerta y él la beso, acariciándole una mejilla con la mano mientras lo hacía.
Ella recordó las caricias de Zachary Ballantine en sus brazos. La piel de sus dedos era más áspera que la de Callum.
Cerró la puerta tras su prometido y apoyó la cabeza en ella. ¿Qué le pasaba esa noche?
Se dio una ducha y se metió en la cama con un camisón de algodón. Tras apagar la luz, permaneció largo rato con los ojos abiertos en la oscuridad.
Cuando, finalmente, el sueño se apoderó de ella, llegó él.
Fue como siempre. El hombre la sostenía entre sus fuertes brazos y murmuraba palabras que Katrien no podía oír. Y ella luchaba, asustada e incapaz de respirar, atrapada en silenciosas y tenebrosas profundidades, hasta que la grave voz le mandaba permanecer quieta. Y las palabras llegaban a ella con toda claridad. «Confía en mí».
Aquella voz la tranquilizaba, alejaba su pánico. Sintió la boca del hombre en los labios, la calidez de su cuerpo diluyendo el frío que la atenazaba. Entonces el hombre tiró de ella, sacándola de la oscuridad a la luz. Y ella abrió los ojos y lo miró.
Había soñado con él tantas veces que ya sabía cómo brillaba el sol tras su cabeza, de manera que no podía distinguir sus rasgos.
Pero esta vez fue diferente. Sus ojos eran color verde mar y su pelo negro. El pecho contra el que se apoyaba y los fuertes hombros que rodeaba con sus brazos estaban desnudos.
Él la miró y ella sonrió, sintiendo que sus labios se entreabrían bajo el fuego de la mirada del hombre.
Entonces él inclinó la cabeza y la besó.
El corazón de Katrien latía como si hubiera estado corriendo y la manta y las sábanas estaban revueltas en torno a su acalorado cuerpo. Tiró de ellas y encendió la lámpara de la mesilla de noche para mirar la hora.
Apenas había dormido media hora.
Nunca había sido capaz de ver al hombre. A veces despertaba llorando de frustración por ello.
Ahora, por primera vez, el hombre de sus sueños, de sus pesadillas, tenía un rostro.
Sabes que no hago pases de trajes de baño —Katrien le devolvió a su agente la carpeta que ésta le había entregado.
Hattie Fisher suspiró.
—La agencia ha preguntado específicamente por ti.
—Me siento halagada, pero no voy a hacerlo, gracias.
—No tengo otra cosa para ti hasta que hagas el anuncio del champú.
—No importa. Me vendrá bien un descanso —Katrien reprimió un temblor de ansiedad. Había tenido que renunciar a su último contrato debido a la gripe y ahora sólo tenía un proyecto en perspectiva. El trabajo para modelos en Nueva Zelanda era bastante limitado y, aunque en el pasado había volado a menudo a Australia y aún más lejos para trabajar, le había prometido a Callum limitar sus viajes al extranjero. Afortunadamente tenía dinero ahorrado, y tal vez había llegado el momento de tomarse unas vacaciones.
—¿A esquiar? —Callum la miró con gesto de duda mientras removía el azúcar en su café. Katrien había llamado a su despacho para sugerirle que se encontraran en su cafetería favorita—. ¿Crees que será conveniente que vayas nada más haber superado la gripe?
—El aire de la montaña es saludable. Y hay una oferta muy tentadora para ir a Whakapapa, con estancia en el Chateau.
—Al menos estarás cómoda. Es un hotel muy bueno.
Más que bueno, pensó Katrien. El maravilloso y viejo hotel era todo un lujo para las pistas de esquí.
—Con todos los ruidos que ha hecho el volcán Ruapehu en las últimas temporadas, supongo que tienen que atraer allí al mayor número de gente posible.
El volcán había mostrado cierta actividad lanzando ceniza que se había extendido por la nieve y muchos turistas habían huido temiendo que entrara en erupción. Las pistas de esquí no habían abierto en la fecha prevista y tanto el hotel como el resto de los negocios invernales habían perdido mucho dinero.
—Te mojarás y te enfriarás —dijo Callum—. ¿Y si tienes una recaída?
—Tendré cuidado y con el equipo apropiado no me enfriaré ni me mojaré.
—Ojalá pudiera ir contigo, pero al director del banco no le agradaría que le pidiera un permiso en estos momentos —Callum era un alto ejecutivo del banco en el que trabajaba y no podía permitirse unas vacaciones así como así.
—Ojalá pudieras venir —aseguró Katrien, inquietándose al descubrir que era mentira—. Pero tú no esquías, y sólo estaré fuera una semana. Apenas te darás cuenta de que no estoy.
—Eso no es cierto. Te echaré de menos cada día.
Katrien le dedicó una ausente sonrisa.
—Eso es muy dulce. Yo también te echaré de menos —sin duda, la convalecencia de la gripe era la causa de aquel extraño letargo de sus emociones. Cuando la superara del todo, los cálidos y amorosos sentimientos regresarían. Alargó una mano hacia Callum y éste la estrecho en la suya—. Te quiero —murmuró.
Callum se llevó la mano de Katrien a los labios y la besó en la palma.
—Yo también te quiero.
Katrien sintió que su corazón se encogía. Apartó la mirada y sintió un gran alivio cuando Callum bajó sus manos unidas a la mesa. Sintiéndose culpable y preocupada, dijo:
—Ya he hecho la reserva.
—Has sido rápida.
—En cuanto lo decidí… —Katrien se encogió de hombros.
—Sí, bueno… Supongo que tendrás que hacer la maleta esta noche.
Katrien se obligó a mirar a Callum con gesto de arrepentimiento.