Verano en el trópico - Daphne Clair - E-Book
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Verano en el trópico E-Book

Daphne Clair

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Beschreibung

Cuando el día anterior a la boda su novio desapareció con la dama de honor, Stefanie decidió huir de la compasión de sus amigos y parientes. Quinn Branson fue quien le brindó la oportunidad de hacerlo. Él, que había sufrido la misma suerte, comprendía sus sentimientos, ya que la dama de honor de Stefanie era su novia. Los seis meses en el Pacífico que le ofreció a Stefanie parecían perfectos para recuperarse del desengaño. El problema era que tenían que casarse. Stefanie pronto descubriría que un matrimonio, por provisional que fuese, con un hombre tan atractivo como Quinn, estaría poblado de tentaciones y emociones que ella nunca había pensado que existiesen.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Daphne Clair

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Verano en el trópico, n.º 1055- junio 2022

Título original: Makeshift Marriage

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-671-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Pero, ¿y la boda? —se lamentó la madre de Stefanie Varney al levantar la mirada de la nota que acababa de leer. El perfecto clavel rosado que sostenía en la mano izquierda se le cayó de la mano, mientras olvidaba completamente los grandes jarrones de flores que estaba arreglando para llevar a la iglesia esa misma noche—. ¡Todo está listo para mañana!

—No habrá boda —dijo Stefanie, apartándose un mechón de fino cabello castaño de los ojos—. Al menos, no será la mía.

La sorprendió que su voz sonase normal, aunque un poco inexpresiva. Cuando llegó temprano del trabajo y se llevó las cartas que había en el correo para ella a su habitación, abrió la de Bryan primero, emocionada de que él se hubiera molestado en escribirle cuando llegaría esa misma noche de Auckland, desde donde vendría en coche con una de las damas de honor para ensayar la ceremonia nupcial.

Cuando leyó la carta y logró digerir su contenido, su primera reacción fue la de esconderla y esconderse ella también, quedarse en su habitación y simular que no pasaba nada. Porque era imposible.

—No sería tan terrible si lo hubiera dicho antes —dijo Patti—. ¡Oh, es terrible!

Luego, como si se diese cuenta de lo que significaba para su hija, la estrechó en un abrazo maternal.

—¡Mi pobre niña, lo siento tanto!

Con las lágrimas de su madre mojándole las mejillas, Stefanie le devolvió el abrazo, aunque los ojos se le mantuvieron obstinadamente secos. Le parecía todo tan irreal…

Pero no la afectaba a ella solamente. Habían invitado a más de un centenar de personas a la boda. Más de cien parientes y amigos, contando los suyos y los de Bryan.

Patti sollozaba. Stefanie se desligó suavemente de ella.

—Estoy bien —dijo—. Pero tendremos que avisar a la gente.

—¡Pero queda tan poco tiempo! ¡El servicio de comidas… los invitados… la iglesia! ¿Qué vamos a decirles?

—¿Que no habrá boda? Creo que es lo que se suele hacer.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila —se sorprendió su madre, exasperada— cuando te ha abandonado casi al pie del altar?

Stefanie sintió un retortijón. Al menos Bryan le había ahorrado esa vergüenza, aunque sólo hubiera sido por un pelo.

—No llegamos al altar.

—¡Cómo es posible que te hiciera eso! —dijo Patti con rabia—. ¿Y Noelle? ¡Tu dama de honor principal! ¡Supuestamente es tu amiga! Siempre pensé que esa chica tenía algo raro.

Lo tenía. Pero no era raro, sino que era algo que Bryan, como muchos otros hombres, encontraban irresistible.

Algo que Stefanie nunca había envidiado hasta ese momento. Una sexualidad vulnerable, una exuberancia mezclada con inocencia que Stefanie nunca tendría, aunque fuese una rubia pequeña y curvilínea de enormes ojos violeta como Noelle, en vez de ser una chica de altura normal, apariencia normal y de ojos grises con destellos ámbar. Cuando era adolescente, alta y delgada, se preguntaba si alguna vez tendría busto, que, incluso ahora, no era nada espectacular. Y aunque Noelle decía envidiarle las largas piernas, Stefanie no había despertado nunca instantánea atención masculina como ella.

Stefanie sintió que el corazón se le convertía en una pequeña y fría bola. Bryan y Noelle. Costaba trabajo decir los dos nombres juntos. Le iba a resultar doloroso cuando la extraña sensación de distanciamiento desapareciera, pero en ese momento era como si le estuviese sucediendo a alguien más mientras ella lo miraba desde fuera.

Y se alegraba de tener esa ilusión. Había mucho que hacer y pensar antes del día siguiente.

—Me pregunto si Quinn lo sabe.

—¿El novio de Noelle? ¿Te parece que se lo habrá dicho?

—Espero que sí —dijo Stefanie, aunque lo dudaba. No conocía a Quinn Branson demasiado, pero la impresión que tenía de él era la de una latente fuerza masculina.

A Noelle se le había ocurrido que asistiesen a una función en Auckland los cuatro. Noelle y Stefanie se quedaron solas un instante mientras los hombres iban por las bebidas. Y mientras esperaban, otro hombre se les había acercado, mirando a Noelle con insistencia. Quinn volvió prontamente a la mesa y no necesitó más que una mirada para alejar al advenedizo.

A Noelle no pareció importarle y se acurrucó contra Quinn, mirando con ojos de adoración la seria cara, que se relajó en una indulgente sonrisa en la que se leía un sutil deseo. Stefanie recordaba claramente esa expresión.

Suponía que Quinn no aceptaría con calma la noticia de que Noelle lo dejaba por otro. Y a Noelle nunca le había gustado discutir. Lo más probable es que hubiese seguido el ejemplo de Bryan y le mandase una carta.

—¿Cómo pueden haber hecho una cosa así? —dijo su madre, volviendo a echarse a llorar—. ¿Crees que los padres de Bryan lo sabrán? ¡Seguro que se han puesto en contacto con ellos! ¿Qué va a decir tu padre? ¡Y Tracy tenía tantos deseos de ser dama de honor!

 

 

Cuando le dieron la noticia, Tracy, la pequeña, rompió a llorar igual que su madre. Gwenda, la hija mediana casada, que corrió a la casa después de recibir una incoherente llamada de Patti, le dijo a su hermana de diecisiete años que dejara de comportarse como un bebé y pensara en cómo se debía de sentir Stefanie.

Gwenda era la más práctica de las tres. Ella le dio la noticia a su padre cuando éste llegó a casa y se las encontró alrededor de la mesa de la gran cocina.

La reacción del profesor Varney fue explosiva, pero Patti no protestó, porque, al menos, alguien estaba demostrando lo que todos sentían.

—¿Estás bien, Stef? —preguntó el padre mirándole la pálida cara.

—Sí —trató de sonreír.

—Si te sirve de ayuda —ofreció—, puedo cortar a ese desgraciado en trocitos, como Jack El Destripador.

Stefanie ahogó una triste carcajada. La idea de que su padre, un hombre dulce e intelectual, agrediera a su ex prometido era ridícula, aunque le agradeció la actitud.

—Gracias, papá. Pero no creo que sirva de nada.

—Quizás sirva para que yo me sienta mejor, pero si todavía le tienes cariño…—ansioso, la miró con ojos interrogantes.

—En este momento, no sé lo que siento. Conozco a Bryan de toda la vida. No puedo cambiar de sentimientos de la noche a la mañana.

—No era lo que tú te mereces —dijo su padre, dándole un cariñoso apretón en el hombro—. Siempre me pareció un peso ligero.

Por supuesto que no se refería a él desde el punto de vista físico. Bryan tenía un sólido físico y era un excelente jugador de rugby.

Stefanie sentía que tenía la cabeza en las nubes, como separada del cuerpo.

—No hay tiempo para escribir —se angustió Patti. Tendremos que llamar a todo el mundo. Y muchos de ellos ya están de viaje para aquí.

—¿Dónde está la lista de invitados? —preguntó Gwenda—. Será mejor que empecemos a mirarla. La familia de Bryan puede ponerse en contacto con su parte de los invitados… mamá, ¿por qué no los llamas para asegurarte de que Bryan se lo ha dicho? ¿Has llamado al pastor? Papá, tú ocúpate de Stefanie.

A pesar de sus débiles protestas, el profesor Varney llevó a Stefanie hacia el vestíbulo y cerró la puerta.

—Tu madre, tus hermanas y yo nos ocuparemos de cancelar todo. No tienes por qué preocuparte.

—Pero Gwenda está embarazada, ¿podrá…?

—Gwenda está bien. Ya sabes lo que le gusta organizar.

La puerta de la calle llamó insistente, y el profesor fue a atender.

Stefanie se dirigió al pasillo. Quizás sola en su habitación podría dar rienda suelta a sus emociones.

—¿Quinn, no es cierto? ¿Te puedo ayudar en algo? —dijo, sorprendido, su padre.

—Me gustaría ver a su hija, señor Varney, Stefanie.

—Me temo que Stefanie no está disponible en este momento —dijo Stephen—. Sería mejor que vinieras en otro momento.

—¿Sabe usted lo que ha sucedido? —preguntó Quinn Branson con rudeza—. ¿Lo sabe ella?

—Sí. Ya lo sabemos todos. Así que, como comprenderás…

Una pausa.

—Sí, me doy cuenta de que estará muy alterada. ¿Podría decirle que quiero hablar con ella?

—Realmente, no creo que…

Stefanie se volvió, y le tocó el brazo a su padre.

—Está bien, papá.

Seguro que Quinn también estaba alterado. No sabía para qué, pero si estaba tan desesperado por hablar con ella, lo menos que podía hacer era darle unos minutos. Al fin y al cabo, poco más tenía que hacer ahora.

—¿Quieres pasar? —invitó al hombre alto vestido de traje que esperaba en la puerta.

Él la saludó con una cabezadita y su expresión cambió de dura seriedad a ligera confusión al observar su calmo rostro sin huella de lágrimas.

—Por aquí —dijo ella—. Estaremos en el salón, papá.

Su padre se movió reticentemente mientras que Quinn aceptaba la invitación y entraba. Por un momento, pareció llenar el vano de la puerta. No recordaba que tuviese los hombros tan anchos, pero no parecían desproporcionados con respecto a la estrecha cintura y a las largas piernas, que vestían unos elegantes pantalones.

—Siéntate, por favor —dijo Stefanie, cuando entraron a la cómoda y amplia habitación.

—Gracias, pero no me voy a quedar. Llevo bastante sentado en el coche.

—¿Vienes de Auckland?

—Sólo es una hora y media. Hubiera venido mañana lo mismo.

Quinn, al ser el novio de la dama de honor principal, estaba invitado a la boda. Se quedó de pie en la alfombra color crema y la observó unos segundos. Las pocas veces que lo había visto antes no se había dado cuenta de que tenía los ojos tan verdes, como jade oscuro y pulido.

—¿Cómo estás? —le preguntó él.

—Bien —respondió ella mecánicamente—. ¿Estás segura de que no quieres sentarte?

—No, me refiero a cómo te sientes en realidad —interrumpió él—. Temía encontrarte deshecha en lágrimas histéricas. O en la feliz ignorancia de lo que sucede.

Stefanie titubeó.

—Me parece que nunca he estado histérica. Y tú, ¿cómo estás?

—Rabioso como un perro. ¿Tú no?

Stefanie se dio cuenta de que estaba furioso, a pesar de su exterior tranquilo. La postura de su cuerpo, rígida y controlada, y la profunda arruga entre las negras cejas así lo indicaban. Quizás también lo hacía el brillo intenso de sus ojos y ciertamente la dureza de su tono de voz.

—Supongo que todavía no he podido reaccionar. Estoy como aturdida.

La observó con mayor detenimiento.

—¿Te las podrás arreglar? ¿Se ocupará tu familia de ti?

—Oh, sí. Demasiado bien. Seré objeto de conmiseración durante meses —supuso Stefanie y se estremeció por dentro—. Años, quizás —y, si nunca se casaba, eternamente—. Será un infierno. Lo siento. No pretendí usarte de paño de lágrimas.

—¿De qué lágrimas, si no has llorado? —dijo, como acusándola. En similares circunstancias, Noelle estaría hecha un mar de lágrimas.

—Quizás lo haga cuando aterrice. ¿Qué querías?

—¿Te parece? —preguntó, elevando las oscuras cejas con duda—. Por tu tranquilidad, no pareces una novia abandonada a las puertas de la iglesia.

El leve temblor que la recorrió se debió de reflejar en su rostro, porque Quinn se ruborizó.

—Perdona, he sido un grosero. Mi única excusa es que a mí también me ha tomado por sorpresa.

—Si lo hubiera sabido —le aseguró Stefanie—, habría roto con Bryan inmediatamente. No me gustaría estar casada con un hombre que ama a alguien más. ¿Y tú?

—No tenía intenciones de casarme con un hombre —dijo, con amarga ironía.

—¡Sabes a lo que me refiero!

—Perdona. No es el momento para chistes malos. ¿Tienes idea de dónde se han ido?

—No pensarás seguirlos, ¿no? Ya sé que estás enfadado, pero no sé lo que lograrías con… pues, con lo que sea que piensas hacer.

—¿Te preocupa tu…? ¿Te preocupa Bryan? Pensé que estarías agradecida si le rompía la cara de un puñetazo.

¿Qué les pasaba a los hombres? Incluso su padre se había ofrecido a hacer picadillo a Bryan.

—No creo que la violencia solucione nada.

—En realidad, estoy de acuerdo contigo. En general —dijo Quinn—. Si te prometiera no tocarle la bonita cara a Bryan, ¿me dirías dónde crees que están?

—¿Y qué tal la bonita cara de Noelle?

La seria expresión de su cara se convirtió en estupor.

—¡Jamás he pegado a una mujer en mi vida, y juro que jamás lo haré!

—Además, no tengo ni idea de dónde pueden estar —dijo Stefanie.

—¿No se te ocurre ningún sitio?

—Nosotros… Bryan y yo… habíamos hecho una reserva en un hotel cerca del Gran Arrecife de Coral para… nuestra luna de miel —dijo titubeante y añadió con ironía—: Quizás ha llevado a Noelle en mi lugar.

Quinn lanzó una cáustica risa, que reprimió inmediatamente.

—¡No lo dirás en serio!

—No —reconoció ella—. Pero, ¿qué sé en realidad sobre Bryan… después de quince años? —nunca lo habría creído capaz de una cosa así.

—¿Tanto hace que lo conoces? —preguntó con cierta curiosidad.

—Desde pequeños. Ratanui no es una ciudad grande. Estuvimos en la misma clase en la primaria y en la secundaria.

Bryan ni se había dado cuenta de su existencia hasta que tuvieron catorce años y la besó torpemente una noche bajo la vieja magnolia.

Años más tarde, se rieron de ello. El primer beso no había resultado demasiado bueno. Cuando se comprometieron, él bromeaba diciendo que había tenido que encontrar otras chicas con quienes practicar antes de atreverse a acercarse a ella otra vez. Stefanie sabía que había habido muchas, pero pensó que ella sería la última. Adiós certeza.

—¿Lo querías?

—Por supuesto. Nos íbamos a casar —dijo, mirándolo a los ojos.

—Mañana.

—Sí.

—Ha de ser un enorme disgusto para ti. Al menos para nuestra boda, la de Noelle y mía, faltaban semanas.

La arruga entre sus cejas se hizo más profunda y desvió la vista, sumido en sus pensamientos, o quizás tratando de esconder emociones que no quería que ella viese.

—Supongo que lo superaremos —sugirió Stefanie esperanzada, aunque era difícil imaginar cuándo. Tenía un hueco en el sitio del corazón—. Lo que es yo, no pienso permitir que esto me arruine la vida.

La mirada que volvió a ella tenía un toque de respeto.

—Podría arruinarme la mía —dijo—. O, al menos, mi empresa.

—¿Tu empresa? —recordó que Noelle le había contado algo sobre la consultoría informática que él había montado hacía un año.

—No importa —dijo él, sacudiendo la cabeza—. No vale la pena que te cuente mis problemas. Bastante tienes con los tuyos. Si necesitas ayuda…

Una oferta que seguro no esperaba que ella aceptase, pero fue amable de su parte.

—Gracias —dijo Stefanie—. Pero tú también tienes tus problemas.

—Sí. ¡Diablos! —se movió inquieto—. Pensé que Noelle me quería, que quería estar conmigo.

Stefanie se mordió la lengua. Esperaba que esta vez Noelle estuviera segura de sus sentimientos. Ésta no era la primera vez que su amiga creía que estaba enamorada de alguien y luego cambiaba de parecer, aunque nunca antes había llegado al compromiso formal.

—Lo siento.

—Tú eres la menos indicada para pedir perdón —dijo, casi con impaciencia.

—No era disculpa. Era comprensión.

—Gracias —gruñó—. Pero era innecesaria. ¿Cuándo te enteraste? ¿Y cómo? ¿Tuvo Bryan las agallas suficientes como para decírtelo cara a cara? —dijo con escepticismo.

—Me escribió una carta. La recibí esta tarde cuando llegué a casa.

—Cerdo —dijo Quinn secamente.

—¿Y Noelle? ¿Cómo te lo dijo? —le preguntó Stefanie.

—Me encontré un mensaje en el contestador. Noelle sabía que yo estaba fuera y que no lo recibiría hasta hoy.

—Cerda —dijo Stefanie, con el mismo tono que él.

—Gracias —dijo, lanzando una carcajada.

—¿Por qué quieres encontrarla? ¿Quieres convencerla de que vuelva contigo?

—Supongo que tenía esperanzas de que cambiara de opinión, otra vez, si me enfrentaba a ella. Que lo que quiere es darme una lección con la esperanza de que corra tras ella y le diga que mi vida no tiene sentido. Pero, ahora que lo pienso, no tengo deseos de darle esa satisfacción.

Parecía implacable, como si pudiera desprenderse de Noelle sin ningún tipo de remordimientos. Pero Stefanie no creía que fuera un hombre que mostrase sus sentimientos con facilidad, y quizás bajo ese inflexible exterior estaba dolido.

—¿Una lección? —preguntó.

—Da igual. No es necesario que te cuente una rencilla de enamorados.

—¿Tuvisteis una pelea?

—No pensaba que ella lo decía en serio —dijo, mirando la alfombra.

—¿Decir en serio qué?

—Que si seguía adelante con el proyecto en el extranjero, quizás no me la encontrase al volver —concluyó, levantando la cabeza.

—¿No la escuchaste?

Quinn la miró pensativo.

—¿Detecto un poco de solidaridad femenina, a pesar de lo que te ha hecho?

—¿Quieres decir, llevarse a mi novio? —preguntó, devolviéndole la mirada—. No lo habría hecho si él no hubiese querido. Fue la decisión de Bryan.

Quinn dio una cabezadita reticente.

—Comprendo lo que quieres decir. Y supongo que también se aplica a lo mío —hizo una pausa—. ¿Sabes si se piensan casar?

—Bryan sólo escribió que querían estar juntos. No me dijo que se marchaban de Auckland, pero tiene tres semanas de vacaciones… —supuestamente, para la luna de miel.

—Y Noelle dijo que se iban juntos, aunque no sé lo que quiso decir con ello. Supongo que no quería estar cuando yo llegase a casa y encontrase su mensaje. Aunque llegué antes de lo que pensaba, ya se había ido.

Se estaría preguntando qué habría pasado si hubiese logrado alcanzarlos. Stefanie sintió un poco de pena por él.

—Espero que se lo estén pasando bien —dijo Quinn, metiéndose una mano en el bolsillo.

Stefanie se dio cuenta de que no lo decía en serio. Seguía enfadado y frustrado, sin nadie con quien desahogarse. Quizás ese era el motivo por el cual quería perseguir a Noelle: para decirle lo que pensaba de lo que habían hecho. Y se le ocurrió que, en realidad no culpaba a Noelle por desaparecer del mapa antes de que Quinn volviese y tuviese oportunidad de enfrentarse con ella. Quinn no tenía los músculos de Bryan, pero era varios centímetros más alto y se notaba su rabia contenida, por no mencionar su prominente nariz y su fuerte mandíbula, que traían a la mente un perfil romano. Tenía una presencia formidable. Cuando no estaba enfadado, su arrolladora fuerza masculina estaba más atemperada, pero ahora no había dudas de ella.

Su insistencia al querer verla hoy le indicó que Quinn era un hombre que normalmente no aceptaba un no por respuesta. Quizás era por ello que había convencido a Noelle de que se comprometiera con él.

—Me temo que no puedo ayudarte —dijo Stefanie—. Realmente no tengo ni idea de dónde pueden estar escon…, quiero decir, de dónde pueden estar. Tendrías que haber llamado, en vez de tener que venirte hasta aquí —sugirió.

—Llamé más temprano. Pero era obvio que tu madre no tenía ni idea de lo que pasaba y tuve la sensación de que Bryan iba a dejar que te enterases mañana en la iglesia.

La idea la hizo sentirse aún peor de lo que estaba.

—Bryan no me hubiese hecho nunca una cosa así —dijo, pero se quedó cortada al ver cómo Quinn elevaba las cejas sin hacer comentario alguno.

—Quizás esté equivocado, pero me imaginé que, en tu lugar, preferiría que me lo dijeran cara a cara en vez de enterarme a través de una llamada telefónica hecha por prácticamente un desconocido. Y, si Bryan no iba a hacerlo, al estar involucrado en este embrollo también, me tocaba a mí.

En medio de su propio dolor y rabia se había tomado el tiempo para hacer el viaje desde Auckland hasta Ratanui para darle la noticia en persona.

—Ha sido muy considerado de tu parte —le dijo—. Lamento que te hayas hecho el viaje para nada.

—Necesitaba algo que hacer —se balanceó sobre los talones con las manos en los bolsillos—. Era la única cosa útil que se me ocurrió. Muchas gracias por recibirme —la penetrante mirada la recorrió rápidamente—. Me alegro de que te lo hayas tomado tan bien.

—Tú también.

—Quizás nos encontremos otra vez, en circunstancias más agradables —casi pareció sonreír.

—Espero que sí —respondió Stefanie cortésmente. No estaba segura de querer verlo otra vez. Seguro que él sentía lo mismo, a pesar de sus palabras. A nadie le gusta que le recuerden su dolor y humillación. Si sus caminos se volvían a cruzar, lo primero que recordarían sería ese horrible día.

Y era un día que ambos desde luego que querían olvidar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Cuando lo vio otra vez, menos de un mes más tarde, Stefanie experimentó una sensación de fatalidad.

Se hallaba sentada en una cafetería muy concurrida en el centro de Wellington jugueteando con un trozo de tarta cuando sintió la presencia de un hombre con una bandeja que se detuvo a su lado. Levantó la vista y no la sorprendió encontrarse con la mirada de Quinn Branson, que la observaba con sus profundos ojos verdes.

—Hola, Stefanie —dijo, añadiendo después de una pequeña pausa—: ¿Puedo?

Aunque la cafetería no hubiese estado casi llena, al haberla saludado, se sentiría obligado a compartir la mesa con ella. Y ella no tenía más opción que permitirle que ocupara la silla vacía frente a ella e intentar sonreírle.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Quinn, abriendo el sobre del azúcar.