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El maestro de los mitos Joseph Campbell encuentra en esta obra el principio que subyace en las grandes religiones de la India y Asia Oriental, desde el jainismo y el hinduismo al budismo y el taoísmo: el Alma del Mundo trascendente. "Les he dicho a mis amigos que no gasten dinero en psicoterapia y que visiten Japón", ironizaba Joseph Campbell al referirse a la ausencia del concepto occidental de Pecado Original en la cultura japonesa. El aclamado autor de El poder del mito y El héroe de las mil caras vivió fascinado por las culturas y las religiones orientales a las que conoció a través de numerosos viajes y de un profundo estudio. Este libro reúne sus conferencias y ensayos inéditos sobre este tema, en los que Campbell explora las metáforas orientales de lo eterno según sus muchos nombres: Brahman, el Tao, la mente de Buda. Metáforas que se resumen en los mitos cuya función es expresar aquello que no puede ser expresado, ayudar al hombre a descubrir la divinidad en sí mismo, armonizar su vida individual con la vida de la sociedad y del universo. En Oriente, la fuerza del mito sigue presente y todas las personas son el verdadero Dios y el verdadero Hombre. Campbell realiza un análisis brillante de las religiones orientales y de otras prácticas como el yoga relacionándolas con las mitologías universales de todas las épocas y fundamentalmente con nuestra mentalidad occidental actual modelada por la herencia judeo-cristiana, el psicoanálisis y la filosofía contemporánea. Con su reconocido estilo coloquial, atrapante y lleno de entusiasmo, el autor nos acerca a estas culturas milenarias donde aún brilla con fuerza la luz.
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Seitenzahl: 348
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ARGENTINA
PREFACIO DEL COMPILADOR
INTRODUCCIÓN - La sumisión de Indra
CAPÍTULO 1 - El nacimiento de Brahman
CAPÍTULO 2 - El viaje de jiva
CAPÍTULO 3 - Navíos hacia la costa distante
EPÍLOGO - El tigre en las profundidades
SOBRE EL AUTOR
ACERCA DE THE JOSEPH CAMPBELL FOUNDATION
BIBLIOGRAFÍA DE JOSEPH CAMPBELL
Tapa
Campbell, Joseph
Mitos de la luz : metáforas orientales de lo eterno / Joseph Campbell. - 2a edición especial - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2022.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8303-81-9
1. Filosofía de la Religión. 2. Espiritualidad Oriental. 3. Psicoanálisis. I. Título.
CDD 200.95
Primera edición: marzo de 2004
Primera reimpresión: mayo de 2005
Segunda reimpresión: abril de 2008
Edición: Constanza Brunet
Coordinación: Florencia Jibaja Albarez
Traducción: Miguel Grinberg
Diseño de tapa e interiores: Hugo Pérez
Ilustración de tapa: Un yogui (detalle), de Alejandro Xul Solar. Derechos de reproducción Fundación Pan Klub, Museo Xul Solar.
Título original: Myths of Light. Eastern Metaphors of the Eternal
Copyright © (2003), Joseph Campbell Foundation (jcf.org)
Obras reunidas de Joseph Campbell: Robert Walter, editor ejecutivo; David Kudler, director editorial.
© 2017 por la traducción: Miguel Grinberg
Traducido por acuerdo con la Fundación Joseph Campbell. Derechos exclusivos de edición en castellano para América Latina:
© 2017 Editorial Marea SRL
Pasaje Rivarola 115 (1015), Ciudad de Buenos Aires – Argentina [email protected]
www.editorialmarea.com.ar
ISBN 978-987-3783-49-4
Impreso en Hong Kong Printed in Hong Kong Depositado de acuerdo con la ley 11.723 Todos los derechos reservados.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ARGENTINA
¿Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento?
¿Dónde está el conocimiento que perdimos con la información?
—T. S. Eliot
Joseph Campbell acostumbraba decir que la mitología representa la Armonía de las Esferas de la que hablaban los pitagóricos: la continua música que produce el Universo. La mitología –como la música– señala de algún modo el sentido de la vida, que no puede ser expresado en palabras, como quien transmite una fórmula, pero sí sugerido en símbolos, cantado por las Sirenas.
La concepción de mitología universal que Campbell ha desarrollado a lo largo de su fecunda obra es la de una tradición viva que conserva un tesoro, el tesoro de la philosophia perennis de la humanidad expresada en las distintas lenguas. En este sentido, toda la sabiduría de las distintas tradiciones es mitología, desde la antigua Sumer hasta el Rey Arturo pasando por las Upanishadas, Homero, Lao Tsé, el Antiguo y el Nuevo Testamento y el sagrado Corán. Y en la modernidad los artistas han enriquecido este texto infinito como lo han hecho Shakespeare, Goethe, Thomas Mann o James Joyce, mientras Jung, Freud, Spengler y Nietzsche han vuelto a pensar el mismo núcleo viviente del mito eterno. Siempre se trata de descifrar el mismo oráculo de la vida humana en sus distintos niveles: las esferas psicológicas y sociales danzan en torno del centro sagrado del mundo. Desde una perspectiva muy amplia Joseph Campbell ha creado una articulación vitalista y afirmadora de los contenidos esenciales de la mitología sin excesivos planteos teóricos ni complejidades expositivas. Su pensamiento es simple y profundo a la vez. Muestra que en la mitología se preserva conocimiento, no mera erudición sino historias sobre la sabiduría de la vida, como huellas de la experiencia que otros han marcado en su camino. Dentro de este corpus textual que constituye la mitología en este vasto sentido se incluyen todos los textos sagrados, las leyendas populares, la literatura y la filosofía porque son portadores de los significados con los que se construyó nuestra visión del mundo.
En el difundido diálogo que mantuvo con Bill Moyers1 se puede ver cómo Campbell toma elementos precisos de nuestro mundo contemporáneo desde una visión crítica pero integradora. Advierte que la tecnología nunca podrá salvarnos pero que ella refleja el ineludible escenario de los mitos actuales y futuros; señala que el ser humano contemporáneo en la medida en que se convierte en un espectador de televisión se ha transformado en un ser siniestro porque desoye el llamado al camino del héroe y lo reemplaza por una actitud sustitutiva de pasividad. Respecto de la función de la mitología, Campbell insiste en el hecho de que en las escuelas ya no se educa a nadie, sino que solo se da información. Y este es justamente el problema: en las culturas en las que se mantiene una tradición viva –como en el mundo antiguo y en el Oriente– lo que denominamos mitología ha sido siempre el canal de trasmisión del conjunto de los valores y las creencias de un pueblo articulados en una serie de relatos simbólicos en los que se trasmitían tanto elementos de la historia de la comunidad, como enseñanzas espirituales, planteos metafísicos y claves para las situaciones vitales. Por el contrario, en la civilización del Occidente contemporáneo –como bien lo reflejan la filosofía y la literatura del siglo xx que Campbell conoció muy bien– vivimos cada vez más en la tierra baldía, en el nihilismo de sociedades olvidadas de sus propias riquezas. Y es en este punto que Campbell sostiene que para el hombre actual de Occidente existe el tremendo desafío de apoyarse en la sabiduría perenne de la humanidad (que incluye evidentemente también a la tradición oriental) y crear una nueva mitología planetaria de evolución espiritual o de algún modo perderse en los propios laberintos de su mente y destruirse a sí mismo. Resulta necesario advertir que Campbell nunca dejó de expresar esta disyuntiva en un tono esperanzado.
Con todo, a pesar de sus particularidades, el pensamiento de Campbell es una elaboración característica del siglo xx y de su interés creciente por el mito, como si la “muerte de Dios” y de la metafísica hubiera estimulado la avidez de sentido en la búsqueda de otros paradigmas. Pues desde las perspectivas de la psicología, la antropología y la sociología se ha vuelto a beber de la antigua fuente del mito, mientras se construyó una visión más amplia en el estudio de la religión gracias al esfuerzo de una nueva mirada, como lo han demostrado Mircea Eliade, Carl Gustav Jung, Karl Kerényi, Heinrich Zimmer y tantos otros de los que Campbell ha abrevado. Basta tener presente que él mismo participó en el grupo Eranos que reunió a los más importantes estudiosos del mito del siglo xx.
Por su formación misma, Campbell es un ejemplo de la confluencia de diversas corrientes. Nació en Nueva York en 1904 y fue educado dentro de la religión católica, pero la fascinación mayor de su infancia la ejercieron las leyendas de los indios de Norteamérica. Antes de graduarse en la Universidad de Columbia tuvo un contacto ocasional con Krishnamurti, que despertó su interés por el Oriente. Obtuvo su título con una tesis sobre uno de los principales textos de la saga del Rey Arturo con la que ganó una beca de posgrado en universidades de Francia y Alemania en 1927. Pero entonces, en lugar de convertirse en un erudito que acumula detalles en torno de su tema de tesis, Campbell se sintió conmocionado por el arte, el pensamiento y la literatura de ese momento europeo: lector de Spengler, Freud, Jung, Mann, Joyce, se dedicó además al estudio del sánscrito. Por eso mismo Campbell solía afirmar: “Yo no soy un especialista. Soy un generalista”. En verdad lo fue, abandonó su carrera de especialista en la literatura del fin del Medioevo para ampliar más y más sus horizontes y pensar desde un marco muy amplio de referencias. A su vuelta de Europa pasó los años de la crisis del 30 en el bosque de Woodstock leyendo filosofía y literatura y desarrolló en esa década una estrecha relación con Zimmer, el gran estudioso de la India exiliado en los Estados Unidos. Desde entonces, la visión de la espiritualidad de la India enriqueció su conocimiento de Occidente hasta lograr una síntesis muy particular. Pues por un lado la filosofía mitológica de Campbell aprecia profundamente el estilo de vida occidental –que resalta el valor del individuo– pero reconoce a la vez las profundidades a las que habían arribado los caminos de conocimiento del yoga, el vedanta, el budismo y el taoísmo, y ha sentido la necesidad de beber de esas fuentes. Si en este sentido se puede decir con razón que siguió la senda marcada por Jung, es interesante recordar que nunca dejó de lado la impronta freudiana. Siempre cultivó una apertura que pone nervioso a más de un erudito encasillado. Para unos mitos toma a Freud, para otros a Jung, para otros la filosofía de la India, porque sostiene que no hay una llave que abra todas las puertas. Toda esta amalgama puede observarse ya en la primera obra importante de Campbell, El héroe de las mil caras (1949), que tanto ha influenciado a la generación beat estadounidense de Corso y Kerouac. En ella conviven el budismo y los mitos griegos, Shiva y el psicoanálisis, las últimas tesis antropológicas y los ejemplos del Antiguo Testamento.
Ahora bien, si a primera vista la obra de Campbell puede dar la idea de una melange de elementos, hay que tener presente que el autor ha pensado muy bien las diferencias, y ha trabajado en la comparación de las culturas. En el prólogo de su obra más abarcadora, Las máscaras de Dios,2 Campbell sintetiza con precisión la diferencia entre la cosmovisión de Occidente y la de Oriente:
En todo Oriente prevalece la idea de que el fundamento último del ser trasciende el pensamiento, la imaginación y la definición. [...] Por otro lado, en las esferas occidentales el fundamento del ser se personifica generalmente en un Creador cuya criatura es el hombre.3
Y de tal manera, mientras en Oriente se vive en la certeza de la unidad del ser humano con un universo divino, se entiende que esta realidad última que los une no es pronunciable en ningún discurso, ni accesible a la razón humana. Por su parte, Occidente se ha constituido en la separación entre el hombre y Dios, su total alteridad, y nunca ha podido unir en su propia cultura sus dos fuentes principales: la indoeuropea (grecolatina, celta, germánica) y la judeocristiana. Pero en su creencia de que la razón puede alcanzar el corazón mismo de lo real, ha creado la ciencia, mientras ha fortalecido la individualidad humana y nunca ha intentado huir del ego.
De esta misma consciencia de las diferencias surgen las cuestiones tratadas en Mitos de la luz, que –como señala David Kudler en el prefacio– reúne un conjunto de brillantes exposiciones en las que se presentan las principales metáforas de Oriente para referirse a aquello que no es asequible por el lenguaje ordinario pero puede llegar a ser vislumbrado o plenamente vivenciado en la experiencia. Por eso gustaba Campbell citar las palabras de Zimmer, su maestro en la sabiduría de la India: “Las mejores cosas no pueden decirse”. En este sentido, la mitología es poesía, una metáfora de “las mejores cosas”, y los mitos constituyen “las segundas mejores cosas”, pero son habitualmente malentendidos porque son símbolos de lo inefable. Las terceras mejores cosas son la conversación amistosa, la vida social y todo lo demás. Así describe Campbell el hecho de que la mitología no es “mito” en el sentido de “relato falso, fantasioso”, sino lenguaje metafórico acerca de la experiencia directa.
En la tradición del sufismo se acostumbra decir que al ser humano se le ha otorgado el privilegio de vivir en una enorme casa, de muchísimas habitaciones, jardines, terrazas, balcones, pero es propio de su hábito el habitar tan sólo en una pequeña parte. En la cocina y el baño, digamos. De esta manera se describe que vivimos en una estrecha parte de la mente que tiene una mezquina visión del mundo. Cuando se leen los textos sagrados de una tradición o se percibe el arte con esta disposición, se pierde el ánimo de buscar “las primeras cosas” y se cae en la lectura literal propia de la información periodística. Por eso tienen los mitos la función de arrebatar a la consciencia de su identificación con una dimensión pequeña. Pero tener una actitud de apertura al misterio de la vida no significa ser fatalmente serio y sentirse continuamente angustiado ante la finitud humana. Muy por el contrario, en el estilo de Campbell está ausente la solemnidad. El esquema esencial de la mitología –conservada especialmente en la India y en el Oriente– habla de una danza cósmica, el baile que realiza Shiva ante el ciclo vital, que incluye la muerte. Es la danza de Dioniso a la que aludía el Zaratustra de Nietzsche: “Sólo puedo creer en un dios que baile”.
Al hablar en estos términos, de ninguna manera se sostiene una posición “espiritualista” que se desentiende de lo cotidiano para ponderar exclusivamente lo alto, lo sublime, sino que se alienta una práctica continua de percibir lo sagrado en la vida. Y para explicitar esta visión cita Campbell las Upanishadas, los textos del budismo y el taoísmo, siempre en relación con la comprensión de los pensadores occidentales. El valor de su obra reside en el hecho de que nos habla en términos contemporáneos de una sabiduría tradicional, que es bueno recordar en tiempos de oscuridad. Por eso solía decir:
Participa con alegría en las penas del mundo. Busca tu bienaventuranza.
Leandro Pinkler
Buenos Aires, octubre de 2003
Leandro Pinkler es filósofo, profesor de Lengua y Cultura Griegas en la Universidad de Buenos Aires y traductor de Sófocles y de textos griegos mitológicos y religiosos. Es investigador del CONICET, codirector de la editorial El hilo de Ariadna y director del Centro de Estudios Ariadna.
1 El encuentro con Moyers, registrado en video, ha sido editado con el título El poder del mito, Barcelona, Emecé, 1991.
2 Las máscaras de Dios es una obra de largo aliento –editada en inglés durante la década del 60– dividida en cuatro volúmenes: Mitología Primitiva, Mitología Oriental, Mitología Occidental y Mitología Creativa. Hay traducción castellana: Madrid, Alianza Editorial, 1992-94.
3 Las máscaras de Dios. Mitología Occidental, pp. 19 –20.
PREFACIO DEL COMPILADOR
Al regresar de un viaje de un año por Asia en 1955, Joseph Campbell había atravesado experiencias que literalmente cambiaron su vida. Tras su encuentro casual con Jiddu Krishnamurti a bordo de un navío transatlántico en 1924, Campbell quedó fascinado por los mitos y religiones de lo que entonces se conocía universalmente como el Oriente. Durante sus estudios de posgrado en Europa, conoció las ideas de pensadores occidentales como C. G. Jung, Adolf Bastian y los filósofos románticos del siglo xix, todos los cuales habían sido profundamente influenciados por el pensamiento y la imaginería oriental.
En 1942, como profesor del Colegio Sarah Lawrence, tuvo la buena fortuna de convertirse en amigo y protegido del gran hinduista Heinrich Zimmer, cuyas ideas sobre los puntales míticos de las religiones de la India enriquecieron sus propias perspectivas. Cuando Zimmer falleció en 1945, Campbell acordó con su viuda, Christiane, que él compilaría los apuntes y la obra inconclusa que Zimmer había dejado. Esta tarea ocupó la vida profesional de Campbell hasta el año de su viaje, cuando por fin se encontró cara a cara con el continente sobre el cual había leído y escrito tantas cosas.
Por supuesto, el Asia que experimentó fue a la vez infinitamente más e infinitamente menos de lo que había esperado. En sus diarios sobre este viaje, que fueron publicados como Baksheesh & Brahman y Sake & Satori, resuena su frustración, pero también su asombro. Así como se sintió desencantado frente al énfasis que encontró sobre lo que los hindúes llaman bhakti, devoción ritual, quedó también fascinado por una modalidad de pensamiento –evidente en Calcuta y Kioto, Bengala y Bangkok– que era fundamentalmente distinta de la modalidad occidental en la que el propio Campbell había sido criado. Consistía en un encuadre mental que daba por sentada una conexión totalmente distinta entre el individuo y lo trascendente. En vez de la relación de la criatura con el Creador, Campbell encontró culturas que definían al yo como algo idéntico a lo eterno: lo que los hindúes denominan Brahman.
Para Campbell este abordaje resultó notoriamente refrescante. Al referirse a la ausencia del concepto de Caída del hombre en la cultura japonesa, Campbell dijo: “Les he dicho a mis amigos que no gasten dinero en psicoterapia y que visiten Japón.”
La otra revelación enorme que impresionó a Campbell durante su travesía fue la absoluta falta de educación en mitología y religión comparativas que tenía la mayoría de los norteamericanos. A lo largo de su itinerario, se sentía incómodo al observar cómo sus compatriotas –inclusive los eruditos y los diplomáticos con quienes viajaba– estaban patéticamente desinformados o eran totalmente indiferentes a las culturas con las que se topaban.
Estos dos pensamientos se combinaron para inspirar a Campbell y transformar su carrera. Ya no se contentaría con escribir para sus pares y enseñar sólo a sus estudiantes. En rigor de verdad, él había intentado que El héroe de las mil caras, publicado en 1949, fuese una obra popular, como podemos apreciarlo en su título original, Cómo leer un mito. Sin embargo, había sido, hasta ese momento, una publicación de catálogo, que todavía no había ejercido la amplia influencia que llegó a alcanzar en la cultura popular estadounidense. Entonces, Campbell comenzó a buscar activamente maneras de llegar a un público más amplio. Se concentró en escribir –mientras estaba todavía en Asia– un panorama popular sobre mitología comparativa. El resultado fue su obra maestra en cuatro volúmenes, Las máscaras de Dios, una historia abarcadora de la religión y el mito que apareció entre 1959 y 1968.
En vez de la relación de la criatura con el Creador, Campbell encontró culturas que definían al yo como algo idéntico a lo eterno: lo que los hindúes denominan Brahman.
Su otra empresa de envergadura fue una serie de charlas, en conferencias, iglesias, salas del Departamento de Estado, y finalmente por radio y televisión. Estas charlas intentaron siempre esclarecer al público norteamericano sobre sus propias tradiciones y el mundo más amplio del mito y el símbolo. Para nuestro inmenso beneficio, Campbell comenzó a grabar estas charlas, a fin de usarlas en la preparación de sus libros. (Gracias a su don como disertante espontáneo, Campbell pronunció la mayoría de estas charlas sin preparar apuntes).
Un tema predilecto, desde su regreso a los Estados Unidos hasta su muerte en 1987, fue la mitología de las grandes religiones de la India y del este asiático. En la Fundación Joseph Campbell hay archivos con centenares de conferencias sobre diversos temas, pero el foco del interés de Campbell era el mundo del Oriente.
Este libro fue extraído casi íntegramente de las transcripciones de esas charlas, junto con algunos ensayos inéditos. En cada cual, Campbell explora las metáforas orientales de lo eterno según sus muchos nombres: Brahman, el Tao, la mente de Buda.
El primer capítulo, “El nacimiento de Brahman”, se enfoca en la esencia de la idea de esa Alma del Mundo trascendente y su desarrollo histórico. El segundo capítulo, “El viaje de Jiva”, revisa la relación de aquella idea con la perspectiva del individuo en la cultura tradicional de la India y el este de Asia. El penúltimo capítulo, “Navíos hacia la costa distante”, examina las modalidades particulares con que la idea de lo trascendente se ha revestido en el Oriente. Es decir, las variadas religiones y cómo se han desarrollado a través de la región y a través de la Historia.
Mientras preparaba la compilación de este libro, me enfrenté con muchos desafíos. El primero consistía en decidir qué material incluiría. Acababa de colaborar con la finalización del primer volumen de la presente serie, Tú eres eso. Las metáforas religiosas y su interpretación, compilado por Eugene Kennedy, enfocado en los mitos subyacentes de la tradición judeocristiana. Parecía que era apropiado hacer un libro similar que presentara una indagación paralela de los mitos asiáticos.
Revisé todo lo que pude de la obra de Campbell sobre la mitología de Asia –tanto publicada como inédita– y comencé a concentrarme sobre la idea que ahora se examina en este volumen. Una vez que establecí la tesis básica, seleccioné siete charlas que habían sido divulgadas como parte de The Joseph Campbell Audio Collection (Colección de audio de Joseph Campbell). Dos del volumen The Inward Journey: East and West (El viaje interior: Oriente y Occidente) y cinco que constituyen el volumen The Eastern Way (La senda oriental). Campbell hizo todas esas grabaciones durante su primera gran ronda de conferencias públicas en los años sesenta. Después hice una recorrida por otras transcripciones de charlas y escritos inéditos que Campbell dejó como legado, y encontré muchos que completaban lo que yo percibía como grietas de la argumentación general. Estaban fechados a partir de 1957, inmediatamente después del regreso de Campbell desde Asia, hasta 1983, justo cuatro años antes de su fallecimiento.
Una vez que reuní este maravilloso conjunto de materiales, me enfrenté con el mayor desafío de todo compilador: cómo abordarlo y unificarlo.
A este respecto disponía de tres modelos a seguir, todos ellos provistos por el propio Campbell. El primero consistía en crear una obra verdaderamente sincrética, extrayendo palabras de los diversos textos, separando las ideas que los componían, y disponiéndolas en un orden que se ajustara a la obra como un todo. Este modelo fue el que aplicó Campbell al ensamblar los trabajos póstumos de Heinrich Zimmer. Desafortunadamente, sentí que no dominaba bastante el material con la maestría que Campbell mismo poseía.
El segundo modelo que Campbell puso en práctica era una sencilla antología: una serie de artículos desconectados, excepto por el tema. Este fue el abordaje que Campbell aplicó al compilar su primera colección de ensayos, El vuelo del ganso salvaje. Me pareció que, partiendo de una serie de charlas relativamente enfocadas sobre un mismo tema, este encuadre produciría demasiadas redundancias y muy poca continuidad.
El último procedimiento –el que finalmente elegí– era el camino intermedio. Este fue el método aplicado por Campbell al preparar su popular libro sobre el mito personal, Myths to live by (Mitos por los cuales vivir). Para esa obra, Campbell había tomado una selección de transcripciones de sus charlas, las colocó en una progresión lógica, y después las recortó a fin de eliminar las repeticiones, reforzar el desarrollo de las ideas y crear un testimonio conceptualmente unificado.
Los lectores juzgarán hasta dónde tuve éxito. Las conexiones sorprendentes y las conclusiones notables que encontrarán en este volumen pueden atribuirse a Joseph Campbell. Cualquier laguna o inconsistencia lógica es de mi autoría.
Dado que entrelacé una cantidad de extractos de conferencias y fragmentos de artículos con las charlas que constituyen el cuerpo principal de este trabajo, y como fusioné algunas secciones superpuestas a fin de evitar redundancias sin perder ninguna de las muy interesantes observaciones de Campbell, moví y combiné muchos pasajes. Por lo tanto, espero que los lectores no se sorprendan ni decepcionen, pues los capítulos de este libro ya no funcionan como transcripciones de las conferencias originales.
Para que la obra preserve su voz, traté de conservar el maravilloso e informal estilo coloquial de Campbell. Siguiendo a mi predecesor, el doctor Kennedy, en su prefacio a Tú eres eso, solicito a los lectores: “Se ingresa mejor a este libro como si fuera al salón, el aula o el estudio donde se encuentra Campbell en la mitad de una frase, explayándose con tanto entusiasmo a los ochenta años como lo hacía a los cuarenta, sobre el universo de la mitología que constituía, por cierto, su deleite”.
Me gustaría reconocerle a las siguientes personas su invalorable contribución a esta obra: Bob Walter, presidente de la Fundación Joseph Campbell, por aportar la visión para esta colección y este volumen; Mark Watts, por compaginar el audio; Jason Gardner, quien ha supervisado todos los volúmenes de las Obras Reunidas de Joseph Campbell para la New World Library con sereno humor y discernimiento; Tona Pearce Myers, directora de producción; y Mary Ann Castler, directora de arte de la New World Library, junto con su equipo; Mike Ashby, extraordinario polígloto revisor de pruebas; y mi esposa, Maura Vaughn, cuyo incansable apoyo y paciencia han sido verdaderamente heroicos.
David Kudler
11 de marzo de 2003
“Tráeme un fruto de aquella higuera”. “Aquí está, venerable Señor”.
“Pártelo”.
“Ya está partido, venerable Señor”. “¿Qué ves allí?”.
“Estas semillas, inmensamente pequeñas”. “Parte una de ellas, hijo mío”.
“Ya está partida, venerable Señor”. “¿Qué ves allí?”.
“Ninguna cosa, venerable Señor”.
El padre dijo: “Esa esencia sutil, mi querido, que allí no percibes, de esa propia esencia surge esta gran higuera de Bengala. Créeme, mi querido. Ahora bien, en eso que es la sutil esencia, allí todo lo que existe tiene su ser. Eso es lo Verdadero. Eso es el Sí Mismo. Eso eres, Svetaketu”.
—Chhandogya Upanishada, capítulo 12
Dijo Jesús: “Yo soy la luz que está sobre todas las cosas. Yo soy el Todo: de mí ha salido el Todo, y en mí Todo se ha logrado. Hendid el leño; yo estoy ahí. Levantad la piedra, allí me encontraréis”.
—El Evangelio según Tomás, dicho 77
INTRODUCCIÓN
La sumisión de Indra4
Los mitos no pertenecen, en realidad, a la mente racional. Más bien, burbujean desde las profundidades de los manantiales que Jung denominaba el inconsciente colectivo.5
Pienso que aquí en Occidente, lo que ocurre con nuestra mitología es que los símbolos mitológicos arquetípicos se han interpretado como hechos. Jesús nacióde una virgen. Jesús resucitó de entre los muertos. Jesús fueal cielo mediante la ascensión. Desafortunadamente, en nuestra era de escepticismo científico sabemos que en realidad estas cosas no sucedieron, y por ello las formas míticas se consideran falsedades. Actualmente la palabra mito significa falsedad, y así hemos perdido los símbolos y aquel misterioso mundo al cual se referían. Pero necesitamos los símbolos, y por ello aparecen en sueños perturbados y pesadillas que luego son tratados por los psiquiatras. Fueron Sigmund Freud, Carl Jung y Jacob Adler quienes se dieron cuenta de que las figuras de los sueños son realmente figuras de la mitología personal. Uno crea su propia imaginería referida a los arquetipos. En la actualidad, nuestra cultura ha rechazado este mundo de simbología. Se ha adentrado en una faz económica y política donde los principios espirituales son descartados por completo. Puedes tener una ética práctica y ese tipo de cosas, pero no hay espiritualidad en ningún aspecto de nuestra civilización occidental contemporánea. Nuestra vida religiosa es ética, no mística. El misterio se ha perdido y en consecuencia la sociedad se está desintegrando.
El interrogante es si alguna vez podrá haber o no una recuperación de la comprensión mitológica y mística del milagro de la vida del cual los seres humanos son una manifestación. Asumimos que el Dios del Antiguo Testamento es un hecho, no un símbolo. La Tierra Santa es un lugar específico, no otro. El hombre es superior a las bestias, y la naturaleza ha fallado. Con la Caída en el jardín del Edén, la naturaleza se convierte en una fuerza corrupta, de modo que no nos brindamos a la naturaleza como hizo el cacique Seattle.6 Estamos decididos a corregir a la naturaleza. Desarrollamos ideas acerca del bien y el mal en la naturaleza, y se supone que estamos del lado del bien, lo cual crea una obvia tensión. No nos rendimos a la naturaleza. La expresión religiones de la naturaleza se ha convertido en un objeto de rechazo y maltrato. ¿Pero qué otra cosa vas a adorar? ¿Alguna ficción de tu imaginación que has situado en las nubes? Ha sucedido algo extraño. Estamos convencidos de que si no creemos en alguna figura concreta, no tenemos nada para adorar.
¡Entonces todo está perdido!
Durante el período puritano, se rechazó toda la iconografía del mito cristiano y también los rituales a través de los cuales esos conceptos religiosos habían penetrado en nuestras almas. El asunto religioso se convirtió simplemente en una acción racional tendiente a reunir a la gente de buena voluntad, especialmente a aquella que pertenecía a determinada iglesia. Pero inclusive esa forma de religiosidad se ha hecho pedazos poco a poco.
¿Qué leemos? Leemos periódicos dedicados a guerras, asesinatos, violaciones, políticos y atletas, y eso es todo. Ese es el tiempo de lectura que la gente acostumbraba a dedicar al culto, a las leyendas sobre deidades que representaban a las figuras fundadoras de sus vidas y su religión. Hoy la gente anda tratando de reencontrar por ahí algo que ha perdido. Algunos de ellos al menos saben que están en la búsqueda. Los que ni siquiera se dieron cuenta que están buscando algo, atraviesan situaciones aun más difíciles.
Déjenme contarles una pequeña historia. Tengo solo un diminuto aparato de televisión, del tamaño de una postal, que compré hace muchos años cuando aparecía por TV y quería verme a mí mismo.7 Después de aquello nunca lo miré demasiado, pero cuando empezaron a transmitir las imágenes desde la Luna, pasaba día tras día pegado a la pantalla, simplemente mirando. Uno de los momentos más conmovedores fue cuando los astronautas estaban regresando y el control de tierra desde Houston les preguntó: “¿Quién es el navegante ahora?”. La respuesta que se escuchó fue: “Newton”.
De inmediato pensé en la “Estética trascendental” de Kant, el primer capítulo de su Crítica de la razón pura, donde dice que el tiempo y el espacio son formas de la sensibilidad y que ellas son esenciales para nuestro modo de experiencia. Nada podemos experimentar fuera de ellas. Son formas a priori. Entonces parece que conocemos las leyes del espacio antes de llegar allí. En su introducción a la metafísica, Kant pregunta: “¿Cómo podemos tener la certeza de que los cálculos matemáticos hechos en este espacio de aquí van a funcionar en aquel espacio de allá?”.8 La respuesta vino a mí a través de estos hombres. “Hay un único espacio porque aquí está funcionando solo una mente”.
Allí estaban esos muchachos dando vueltas por el espacio, a cientos de miles de kilómetros. Se sabía bastante sobre las leyes del espacio como para conocer qué energía debía ponerse en los cohetes y con qué ángulo debían descender a no más de mil seiscientos metros del buque que los esperaba en el Océano Pacífico. Fue maravilloso.
El conocimiento del espacio es el conocimiento de nuestras vidas. Nacemos desde el espacio. Fue desde el espacio que surgió el Big Bang (Gran Estallido) que emitió galaxias, y más allá de las galaxias, sistemas solares. El planeta sobre el cual estamos es un pequeño guijarro en este universo, y hemos crecido en esta tierra a partir de tal guijarro. Esta es la fantástica mitología que espera que alguien escriba poemas sobre ella.
La mitología la componen los poetas a partir de su discernimiento y comprensión del mundo. Las mitologías no se inventan, se encuentran. Así como no podemos saber cuáles serán nuestros sueños esta noche, nadie puede inventar un mito. Los mitos provienen de la región mística de la experiencia esencial.
Las mitologías no se inventan, se encuentran. Así como no podemos saber cuáles serán nuestros sueños esta noche, nadie puede inventar un mito.
La otra cosa que aquellos hombres jóvenes dijeron al regresar fue que la Tierra era como un oasis en el desierto del espacio. La valoración y el amor por nuestra Tierra que surgieron en aquel momento sonaron como las palabras del cacique Seattle: “La Tierra no pertenece al Hombre; el Hombre pertenece a la Tierra”.9 “Cuidémosla”, escuché que decía el astronauta de la Apolo, Rusty Schweickart, y ese fue para mí un testimonio conmovedor. Él estaba en un módulo durante una de aquellas recorridas, y le habían encomendado lo que se llamaba una EVA (Asignación Extra-Vehicular). Tenía que salir del módulo vestido con su traje espacial, ligado a la nave con un cable umbilical. Y bien, hubo un pequeño problema dentro del módulo y el astronauta tuvo que aguardar durante cinco minutos suspendido en el espacio antes de volver a la nave. Atravesaba el espacio a 29.000 kilómetros por hora, no había viento ni sonido, por encima estaba el Sol, allí estaban la Tierra y la Luna y este hermoso hombre dijo: “Me pregunto, ¿qué hice alguna vez para merecer esta experiencia?”.
Esto es lo que se conoce como lo sublime, una experiencia del espacio o de la energía que es tan prodigiosa que lo individual simplemente desaparece de la vista. He conversado con personas que estuvieron en algunas ciudades alemanas durante los bombardeos de saturación británicos y estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial, y me contaron que fue una experiencia sublime. De modo que en el mundo existe algo superior a la belleza, y ello es lo sublime. La mitología que viene hacia nosotros desde el espacio es sublime.
Es interesante que todas estas mitologías de las cuales hablamos involucren a la Luna y al Sol. Los antiguos pensaban que la Luna y el Sol eran reinos del espíritu. Pero sabemos que están hechas de los mismos materiales con que nosotros estamos hechos, y así la primigenia separación entre Tierra y espíritu ya no funciona. Curiosamente la mitología que coincide con esta visión del mundo es la del hinduismo.
La Tierra es la energía de la cual algún dios es una personificación y de cuya materia constituye una concreción, y estas cosas se han desarrollado a través de eones y eones y eones de tiempo.
Permíteme contarte un cuento hindú.
Un monstruo llamado Vrtra trató de retener una vez (su nombre significa “abarcador”) todas las aguas del universo a fin de que hubiera una enorme sequía que durase mil años. Y bien, Indra, el Zeus del panteón hindú, finalmente tuvo una idea. ¿Por qué no dispararle un rayo a este tipo y hacerlo polvo? De modo que Indra tomó un rayo, lo disparó hacia el centro de Vrtra, y ¡pum! Vrtra estalla, las aguas fluyen y la Tierra y el universo se refrescan.
Bueno, entonces Indra piensa: “Qué grandioso soy”, de modo que asciende a la montaña cósmica, el monte Meru, Olimpo de los dioses hindúes, y advierte que todos los palacios tienen signos de decadencia. “Bien, ahora construiré aquí toda una ciudad nueva, que esté a la altura de mi dignidad”, dice. Convoca a Visvakarman, el artesano de los dioses, y le cuenta sus planes.
Dice: “Mira, trabajemos aquí y construyamos esta ciudad. Pienso que podríamos tener palacios aquí y torres allá, plantas de loto en este sector, etcétera”.
Entonces Visvakarman se pone a trabajar, pero cada vez que Indra regresa, propone ideas más grandes y mejores sobre el palacio, de modo que Visvakarman comienza a pensar: “Dios mío, ambos somos inmortales, de modo que esto va a seguir para siempre. ¿Qué puedo hacer?”.
Decide ir y quejarse ante Brahma, el llamado creador del mundo fenoménico. Brahma está sentado sobre un loto (así es su trono), y Brahma y el loto crecen desde el ombligo de Vishnú. A su vez, Vishnú está flotando sobre el océano cósmico, recostado sobre una gran serpiente cuyo nombre es Ananta (que significa “interminable”).
Esto es lo que se conoce como lo sublime, una experiencia del espacio o de la energía que es tan prodigiosa que lo individual simplemente desaparece de la vista.
He aquí la escena. Sobre las aguas, Vishnú dormita y Brahma está sentado encima del loto. Visvakarman aparece y después de muchas reverencias dice: “Estoy en problemas”. Después le cuenta la historia a Brahma, quien responde: “Está bien. Yo arreglaré todo”.
A la mañana siguiente, el portero del ingreso a uno de los palacios en construcción advierte la presencia de un joven brahmin de piel azul y negra, cuya belleza ha atraído a un montón de niños. El portero busca a Indra y dice: “Pienso que sería auspicioso invitar a este hermoso joven brahmin al palacio y brindarle hospitalidad”. Indra coincide en que eso será por cierto algo propicio, de modo que el muchacho es convidado. Indra se halla sentado sobre su trono, y tras las ceremonias de hospitalidad, expresa: “Bueno, joven, ¿qué te trae al palacio?”.
Con una voz como de trueno sobre el horizonte, el muchacho dice: “He oído que estás construyendo el palacio más grande que jamás haya construido algún Indra, y ahora que lo he verificado, puedo decirte que, indudablemente, ningún Indra edificó antes un palacio así”.
Estupefacto, Indra exclama: “¿Indras antes que yo? ¿De qué estás hablando?”.
“Sí, Indras antes que tú”, responde el muchacho. “Piensa nomás, el loto crece desde el ombligo de Vishnú, el loto se abre, y sobre él está sentado Brahma. Brahma abre sus ojos y el universo se manifiesta, gobernado por un Indra. Cierra sus ojos. Abre sus ojos: otro universo. Cierra sus ojos... y durante trescientos sesenta años de Brahma, eso es lo que hace. Después el loto es removido, y tras un tiempo insondable otro loto se abre, Brahma aparece, abre sus ojos, cierra sus ojos... Indras, Indras, Indras.
”Considera ahora todas las galaxias en el espacio y el espacio exterior, cada una con un loto, cada loto con su Brahma. Puede haber en tu corte hombres sabios que se presten como voluntarios para contar las gotas del océano y los granos de arena en las playas del mundo, pero, ¿quién contaría a esos Brahmas, sin hablar siquiera de los Indras?”. Mientras habla, aparece sobre el piso del palacio un desfile de hormigas en filas perfectas, y el muchacho las mira y ríe. La barba de Indra se eriza, sus bigotes se tensan; pregunta: “¿Y ahora qué? ¿De qué te ríes?”.
El muchacho responde: “No me preguntes a menos que estés preparado para ser herido”.
Indra dice: “Lo pregunto”.
El muchacho agita su mano hacia las filas de hormigas y dice: “He aquí todos los Indras anteriores. Pasaron por innumerables encarnaciones y se han elevado en el rango de los cielos, han llegado al alto trono de Indra y han matado al dragón Vrtra. Todos ellos proclaman, ‘Qué grandioso soy,’ y luego caen”.
A esta altura, aparece un excéntrico y anciano yogui vestido solamente con un cinto, y que porta sobre su cabeza un paraguas hecho con hojas de banano. Sobre su pecho tiene un pequeño círculo de cabellos, y el joven lo mira y le hace las preguntas que bullen en la mente de Indra. “¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre? ¿Dónde vives? ¿Dónde está tu hogar?”.
“No tengo familia, no tengo una casa. La vida es corta. Este parasol es suficiente para mí. Apenas adoro a Vishnú. En cuanto a estos pelos, es algo curioso; cada vez que un Indra muere, un cabello se desprende. La mitad de ellos ya se fue. Muy pronto se irán todos. ¿Para qué construir una casa?”.
Pues bien, estos dos personajes eran en realidad Vishnú y Shiva. Habían venido para darle una lección a Indra, y una vez que él los escuchó, partieron. Ahora Indra está destrozado, y cuando entra Brhaspati, el sacerdote de los dioses, Indra expresa: “Saldré para convertirme en yogui. Adoraré los pies de Vishnú”.
Luego va al encuentro de su esposa, la gran reina Indrani, y le dice: “Querida, voy a abandonarte. Partiré hacia el bosque para convertirme en un yogui. Voy a desechar toda esta tontería sobre el reinado del mundo y voy a adorar los pies de Vishnú”.
Bueno, ella se lo queda mirando un rato, luego busca a Brhaspati y le cuenta lo que ha sucedido. “Se le metió esa idea en la cabeza y va a partir para hacerse yogui”.
Entonces, el sacerdote la toma de la mano y van a sentarse juntos ante el trono de Indra, a quien le dice: “Estás en el trono del universo. Representas a la virtud y el deber
–dharma– y encarnas al espíritu divino en este papel terrenal. Ya he escrito para ti un gran libro sobre el arte de la política, cómo mantener el Estado, ganar guerras, etcétera. Ahora escribiré para ti un libro sobre el arte de amar, de modo que el otro aspecto de tu vida, que compartes con Indrani, también se convierta en una revelación del espíritu divino que habita en todos nosotros. Cualquiera puede transformarse en un yogui, pero, ¿quién puede representar en la vida del mundo lo inmanente de este misterio de la eternidad?”.
De modo que Indra fue salvado del problema de abandonar todo y convertirse en un yogui. Ahora lo tenía todo dentro de sí, igual que todos nosotros. Todo lo que tienes que hacer es despertar al hecho de que eres una manifestación de lo eterno.
Este cuento, conocido como “La sumisión de Indra”, aparece en el Brahmavaivarta Purana. Los Puranas son textos sagrados de la India, de alrededor del año 400 de esta era. Lo sorprendente sobre la mitología hindú es que puede abarcar el universo sobre el cual estamos hablando, con los grandes ciclos de las vidas estelares, las galaxias más allá de las galaxias, y la aparición y desaparición de los universos. Lo que esto hace es atenuar la fuerza del momento presente. En cuanto a todos nuestros temores sobre bombas atómicas que pulverizan el universo, ¿qué hay con eso? Antes ya hubo universos y más universos, cada uno de ellos volado por una bomba atómica. De modo que identifícate ahora con lo eterno que está dentro de ti y dentro de todas las cosas. Eso no significa que quieres ver caer una bomba atómica, sino que dejas de gastar tu tiempo preocupándot por ella.
Una de las grandes tentaciones del Buda era la tentación de la lujuria. La otra tentación era la del miedo a la muerte. Este es un interesante tema para meditar, el miedo a la muerte. La vida nos arroja estas tentaciones, estas distracciones, y el problema consiste en encontrar dentro de nosotros mismos el centro inconmovible. Entonces puedes sobrevivir a cualquier cosa. El mito te ayudará a hacerlo. Esto no significa que no debes salir a protestar contra las investigaciones atómicas. Hazlo, pero hazlo jugando. Recuerda que el universo es el juego de Dios.
4 Esta introducción proviene del comienzo de una conferencia titulada “Transformation of Mith Through Time”, ofrecida en Santa Fe (Nuevo México) el 9 de noviembre de 1982. El resto de la charla fue difundido como “From God to Goddess”, episodio 4 de The Shaping of Our Mythic Tradition, vol. 1 de la colección de videos Mythos.
5 Para una exploración de las teorías sobre los arquetipos del inconsciente colectivo, que fueron cruciales para las propias ideas de Campbell, véase Mythos: The Shaping of Our Mythic Tradition, episodio 1, “Psyche and Symbol”, Los Angeles, Inner Dimension, 1996. Véase también C. G. Jung: “The Concept of the Collective Unconscious” en