4,99 €
Mujer misteriosa Robyn Donald Cuando encontraron a aquella misteriosa mujer en la isla tropical de Fala'isi, Luke Chapman insistió en que se quedara en su casa. Pero su ayuda no era completamente desinteresada… tenía un motivo oculto para querer tenerla cerca… Fleur Lyttelton no tenía la menor idea de por qué aquel enigmático hombre estaba siendo tan amable con ella; pertenecían a mundos diferentes. Fleur pensaba que nunca podría pagarle todo lo que estaba haciendo… hasta que Luke le ofreció algo que no podía rechazar… y se dio cuenta de que su inocencia era el precio que tendría que pagar. Perlas de pasión Lee Wilkinson Algunas mujeres estaban resplandecientes con diamantes, a otras les favorecían los rubíes, pero al magnate Stephen Haviland no le interesaban las joyas… No, lo que le había cautivado había sido la rara belleza de Sophia Jordan. La dulce Sophia creía estar viviendo un sueño cuando Stephen la llevó a Venecia. Pero mientras se enamoraba de él no sospechaba que Stephen conocía un secreto que le cambiaría la vida. Sophia Jordan era la heredera de las valiosas perlas de Padua.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 384
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 386 - marzo 2019
© 2007 Robyn Donald Kingston
Mujer misteriosa
Título original: Virgin Bought and Paid For
© 2007 Lee Wilkinson
Perlas de pasión
Título original: The Padova Pearls
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, c aracteres, l ugares, y s ituaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1307-959-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Mujer misteriosa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Perlas de pasión
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
UN MOVIMIENTO en la puerta captó la atención de Luke Chapman. Era tan alto, que podía ver por encima de las cabezas de sus invitados y se encontró con la mirada del recién llegado. Aunque nadie en la fiesta hubiese notado otra cosa que no fuese que Luke había fruncido levemente el ceño, aquello era suficiente para que el jefe de seguridad saliera de la sala y esperara fuera.
El magnate de mediana edad que estaba al lado de Luke levantó su vaso.
–Este lugar es encantador –dijo el hombre, sonriendo–. Desde luego que se podría meter Fala’isi y todas sus islas periféricas en un rincón de mi rancho de Texas, pero lo que no tenemos allí son estas magníficas montañas. ¡Ni vuestras playas! Y esta casa es maravillosa.
–Estamos orgullosos de nuestras playas –respondió Luke, divertido, antes de comenzar a hablar de los posibles efectos de la quiebra de una enorme compañía con intereses mundiales.
Diez minutos después, tras presentarle el texano a un magnate australiano, los dejó a solas y comenzó a andar por la sala, parándose a hablar con varios de los invitados. Aunque no era su forma favorita de pasar el tiempo alternar con agentes de negocios, su posición como heredero del pequeño país llamado Fala’isi, compuesto por varias islas en un extremo del Océano Pacífico, no le dejaba otra opción. Y su decisión de celebrar aquella fiesta en casa de sus padres estaba justificada; muchos de los invitados le habían hecho cumplidos acerca de la belleza y estilo de la vieja mansión.
Al otro lado de la puerta, el jefe de seguridad se puso en guardia.
–¿Qué ha ocurrido? –preguntó Luke, acercándose a él.
–He visto a la señora Harrison, señora Helgen, andando por la calle. Bueno, en realidad tambaleándose. Me detuve para ver si ella estaba bien –explicó Valo en voz baja–. Se desmayó delante de mí, así que la llevé a la casa de usted.
En la atractiva cara de su jefe no se movió ni un músculo.
–¿Cómo está ella?
–No muy bien. Como no recuperaba el conocimiento, telefoneé al médico. Cuando me marché todavía no había llegado, pero pensé que usted debería saberlo.
–Y tenías razón –dijo Luke, mirando su reloj–. Terminaré dentro de una hora.
Entonces se oyó una alegre voz femenina…
–Luke… ¡aquí estás!
El jefe de seguridad observó cómo su jefe se dio la vuelta para mirar a la inverosímil rubia que estaba de pie en la puerta, a la que sonrió.
La sonrisa de su jefe funcionaba con todo el mundo… él incluso había visto cómo había logrado con ella hacer que un niño de tres años con un gran berrinche dejara de llorar.
Pero aquéllos que pensaban que su jefe era un heredero mimado, estaban equivocados. Bajo sus autocráticas facciones, Luke poseía una incisiva mente que le hacía ser tan respetado como su padre, Grant Chapman, en el mundo de las finanzas.
Ella podía oír cómo la gente hablaba en voz baja. Sabía que se había despertado antes, pero cada vez que lo había hecho había vuelto a dormirse… o quizá a desmayarse.
Sin embargo, en aquella ocasión permaneció despierta. Tenía un dolor de cabeza terrible y muchísima sed. Pudo oír la voz de una mujer, que por su acento parecía australiana, y la de un hombre que parecía ser nativo de Fala’isi.
–… deshidratada y parece que no ha comido mucho. Ahora que le hemos puesto un goteo debería mejorar, pero necesitará cuidados durante varios días –dijo la mujer.
Trató de abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado.
Sintió una mano en su hombro, incorporándola para ayudar a que alguien pudiera meterle una pajita por la boca.
–Janna, bebe un poco de agua. Da pequeños sorbos para empezar.
¿Janna? Mientras bebía y dejaba que el agua actuase como una bendición por su cuerpo, se preguntó quién era Janna.
Cuando le retiraron la pajita, protestó.
–No puedes beber mucho al principio. Tienes que tomártelo con calma. Tienes puesto un goteo y pronto te sentirás mejor.
Entonces se oyó cómo la puerta se movía y notó cómo el aire cambiaba… era como si hubiese llegado alguien.
–Ah, Luke, como siempre llegas en el mejor momento. Se acaba de despertar –dijo la mujer.
Fleur se esforzó en abrir los ojos y se encontró con un par de ojos grises de penetrante mirada. El hombre que los poseía tenía unos rasgos muy hermosos y le era vagamente familiar.
Luke la examinó con la mirada hasta que se dio la vuelta como descartándola.
–Ella no es Janna.
Fleur pensó que aquel hombre tenía la voz más maravillosa que ella había oído jamás… era muy potente y provocó que ella se quedara sin aliento.
–Me llamo Fleur –logró susurrar.
Nadie dijo nada. Ella cerró los ojos.
–Fleur Lyttelton.
El agua había logrado reanimarle la mente lo suficiente como para volver a ser capaz de pensar. Estaba claro que aquello era un malentendido; la habían confundido con otra persona… ¿pero con quién? Podía recordar andar de regreso a la playa por la carretera. Y el calor. Se había sentido enferma y tan cansada, que apenas había podido andar. Entonces un coche se había detenido a su lado…
El extraño silencio que imperaba en la habitación le preocupó. Frunciendo el ceño se forzó a levantar los párpados para mirar la cara del hombre llamado Luke. Él la estaba analizando con la mirada como si ella fuese una rara especie de ser humano.
–Yo soy Luke Chapman –dijo él con calma, como si aquello fuese algo normal.
–¿Cómo está? –murmuró ella, sintiendo cómo se le cerraban los párpados.
Al examinarle la cara a aquella mujer, Luke sintió cómo algo se le revolvió por dentro. De cerca no se parecía a Janna, aunque el pelo… largo, mal cortado… era de un idéntico color pelirrojo dorado. Pero sospechaba que el de aquella mujer era natural, no como el de Janna.
Tenía las facciones bonitas, aunque no tenía la cuidada belleza de Janna. Volvió a sentir cómo algo se le revolvía por dentro y pensó que debería existir una ley contra bocas como la de aquella mujer… carnosa, sensual… toda una incitación.
Ella volvió a abrir los ojos, y él pudo ver el impresionante color verde de éstos.
–Gracias –dijo ella antes de volver a quedarse dormida.
–Prepararé una ambulancia, aunque en realidad no sé dónde la vamos a colocar. El hospital está lleno con esta espantosa epidemia de gripe –dijo la doctora–. Puedo colocar a la señora Lyttelton mientras…
–Ella puede quedarse aquí, si no hay ningún problema médico, desde luego –dijo Luke.
–Bueno… supongo que no hay ninguna razón por la que no se pudiera quedar. Alguien tendrá que comprobar y cambiar el goteo, pero lo puede hacer una enfermera, así como practicarle análisis de sangre para comprobar cómo tiene el agua y el azúcar. Pero ella va a estar muy débil durante días… incluso durante más tiempo.
Luke asintió con la cabeza mientras observaba el pálido rostro de Fleur. Entonces se dirigió al hombre que la había encontrado y que la había llevado allí.
–Supongo que llevaría un bolso con ella, ¿no es así?
El jefe de seguridad señaló el raído bolso negro que había a los pies de la cama.
–Ahí está.
–Mira a ver si lleva alguna identificación y averigua dónde se está hospedando, por favor –entonces Luke miró a la doctora–. ¿Podrías organizarlo para que venga una enfermera? ¿Una que mantenga la boca cerrada?
La doctora no pareció impresionada.
–Claro que puedo. Y todas mis enfermeras conocen el valor de la discreción. Una de ellas está de permiso y sé que le gustaría obtener algo de dinero extra. Le diré que se pase por aquí.
–Gracias –dijo él, saliendo de la habitación.
Una vez estuvieron fuera, él y su jefe de seguridad, se dirigió a éste.
–Averigua todo lo que puedas de Fleur Lyttelton. Mira a ver qué encuentras en su bolso y trabaja a partir de eso.
Cuando Fleur volvió a despertarse notó, aunque tenía los ojos cerrados, que había mucha luz. Supo que era de día. Durante un par de segundos estuvo allí tumbada, percibiendo el seductor aroma que se respiraba en aquella habitación.
Aunque le pesaban demasiado los párpados como para poder abrirlos, sabía dónde estaba; en Fala’isi. Pero en vez del duro suelo sobre el que había estado durmiendo durante las tres noches anteriores, estaba echada en una cama muy confortable. Se esforzó en levantar los párpados durante un momento.
Había esperado encontrarse con la habitación de un hospital; había estado en ellos durante demasiado tiempo. Pero aquello era la habitación de una casa. Era grande y moderna.
Y ella no llevaba puesto ningún camisón de hospital, sino que llevaba una camiseta. No era suya. Se le llenaron los ojos de lágrimas y se preguntó qué hacía en aquel lugar.
Levemente mareada, Fleur cerró los ojos, sin ser capaz de apartar de su mente la cara que había visto no hacía mucho… una cara de facciones duras, autocráticas… absorbente.
Se preguntó si aquel hombre sería el dueño de la casa… el hombre de los ojos grises y poseedor de aquella impresionante voz.
A pesar del sol que se colaba por las cortinas se estremeció, recordando una boca perfectamente moldeada que irradiaba poder y potencia…
Él había dicho que se llamaba Chapman.
Todo el mundo en el Pacífico había oído hablar de aquella familia: su posición como nobles de Fala’isi era toda una leyenda, y el hecho de que el hombre que dirigía todas aquellas islas, Grant Chapman, se hubiera casado con una neocelandesa significó que las revistas para mujeres de Nueva Zelanda siguieran las hazañas de los hijos del matrimonio con gran interés, sobre todo las del único hijo varón y heredero.
Un sonido en la puerta la alteró y giró la cabeza. Fue un mal movimiento y tuvo que reposar la cabeza en la almohada ya que todo comenzó a darle vueltas.
Una mujer vestida de enfermera se aproximó a ella.
–Oh, ¡por fin se ha despertado! ¿Cómo se encuentra esta mañana?
–Mucho mejor, gracias –dijo Fleur. Pero tenía la voz ronca y tragó saliva para humedecer su seca garganta.
Pensó que sí que estaba en el hospital… en uno muy lujoso. Quizá sería una clínica privada…
–Aquí tiene, beba un poco.
La enfermera la sujetó con un brazo mientras que con su otra mano le introdujo una pajita en la boca. Bebió sin la desesperación que había sentido la vez anterior.
–Ha tenido puesto un goteo para hidratarle –le dijo la enfermera–. Tiene mucho mejor aspecto que anoche.
En ese momento la puerta se abrió y el hombre entró. Poseía un gran magnetismo e iba vestido de manera informal.
Luke, se llamaba Luke. Las fotografías de las revistas no le habían hecho justicia; era como un príncipe de fantasía y tenía una estructura ósea impresionante.
Se acercó a la cama y le sonrió. Fleur sintió cómo le recorría un escalofrío por la piel. Aquella sonrisa reflejaba humor y preocupación, así como una pizca de interés sexual. Era peligrosa.
Pensó que Luke Chapman también lo era.
–Tienes mucho mejor aspecto –dijo él con su profunda y excitante voz–. Ahora te traerán el desayuno. ¿Crees que podrías responder a un par de preguntas?
–Sí, desde luego –dijo ella débilmente–. Gracias. No recuerdo qué ocurrió, pero…
No pudo terminar de hablar. Entonces él le dijo algo a la enfermera en el idioma polinesio de la isla y ésta salió de la habitación.
Fleur le miró a los ojos, y él hizo lo mismo con ella. La sombría expresión de los ojos de él contrastaba con su carismática sonrisa.
–Te desmayaste en la carretera –dijo Luke en una insulsa voz–. Mi chófer pasaba justo por allí y te trajo aquí.
–¿Y por qué aquí? –preguntó ella, frunciendo el ceño y forzándose a mirarlo a los ojos.
Luke resistió la tentación de encogerse de hombros. Ella no iba a aceptar ninguna estúpida mentira y, aunque admiraba la prudencia de ella, no le iba a contar que la habían confundido con la mujer con la que él había tenido un breve romance hacía dos años.
–Porque la casa estaba más cerca que el hospital. Has pasado la noche aquí porque el hospital es pequeño y hay que dejar espacio para las emergencias verdaderas. Estamos en medio de una epidemia de gripe y, aunque seguramente te sientas muy mal, no estás enferma. Simplemente estás deshidratada y exhausta.
Pero Luke se percató de que aquello no dejó satisfecha a Fleur. Seguía frunciendo el ceño.
–Muchas gracias, pero ahora me tengo que marchar.
–¿Por qué? –preguntó él, siendo intencionadamente duro–. ¿Para volver a dormir a la playa? Tenemos leyes que lo prohíben, ¿cómo lograste pasar por inmigración sin tener prueba de hospedaje?
Ella palideció. Él pensó que no era sólo que hubiese estado durmiendo a la intemperie, sino que también había estado pasando hambre.
–Tenía una casita de vacaciones reservada –dijo ella, mirándolo abiertamente–. Pero cuando llegué, parece ser que la persona que había organizado el viaje… –tenía dificultades para decir aquello– había cometido un error. La casita está ocupada.
–¿Y por qué no buscaste otro lugar donde quedarte?
Fleur odiaba el hecho de ruborizarse tan fácilmente… provocaba que la gente pensara que era vergonzosa y fácilmente manipulable. No le iba a confiar a Luke Chapman que su madre le había organizado el viaje justo antes de morir. Todavía dolía demasiado.
Era difícil mirarlo a los ojos, pero el orgullo la ayudó a mantener la voz calmada.
–No tengo suficiente dinero.
–¿No se te ocurrió acudir al cónsul de Nueva Zelanda o pedirle ayuda a alguien?
Fleur negó con la cabeza, hizo un gesto de dolor y a continuación cerró los ojos. Eso habría sido lo sensato, pero una vez había descubierto que el billete de avión que tenía no era reembolsable y que ello significaba que no podía tomar otro vuelo de regreso a casa antes de tiempo, había pensado que el dormir al aire libre en aquel clima tan estupendo no sería un problema…
–No tenías dinero en tu bolso. Ni un centavo. ¿Y dónde está tu ropa? –preguntó él en voz baja.
Al no contestar ella, se lo volvió a preguntar poniendo un poco más de énfasis.
–Fleur, ¿qué ocurrió con tu dinero y con tu equipaje? Supongo que tendrías algo cuando llegaste.
–Tenía… tengo… una maleta. La llevé conmigo cuando fui al mercado a comprar comida. La puse en el suelo para sacar el dinero, momento en el cual alguien se me acercó para ofrecerme un ramo de flores… en realidad me lo restregó por el cuello mientras el dueño de la tienda estaba pesando la fruta.
–Así que compraste las flores y cuando te diste la vuelta tu maleta ya no estaba allí, ¿no es así?
–No las compré, pero sí, eso fue lo que ocurrió –aclaró–. Sólo le quité los ojos de encima durante un momento –añadió al ver la expresión de incredulidad de él.
–Eso es todo lo que se requiere. ¿Cuándo ocurrió eso? –preguntó Luke, frunciendo el ceño.
Fleur se sentía mentalmente cansada. Dudó qué responder y echó cuentas.
–Creo que hace tres días.
–¿Fuiste a la policía?
–Sí. Fueron muy serviciales, pero nadie había visto nada. Encontraron la maleta detrás de uno de los puestos del mercado.
–¿Vacía?
–Sólo estaban mi pasaporte y los billetes de avión –admitió ella, sintiéndose estúpida.
–Aquí no valen nada. ¿No le explicaste a la policía tu situación?
–No –contestó ella, irritada por aquel interrogatorio.
–¿No se te ocurrió ponerte en contacto con tu banco?
–No tengo ninguna tarjeta de crédito –contestó ella.
La expresión de la cara de él no cambió y continuó interrogándola despiadadamente.
–¿Dónde vives en Nueva Zelanda?
–En Waiora, un pueblo en la costa noroeste de Auckland –dijo Fleur tan resueltamente como pudo–. ¿Por qué?
–Simplemente estoy comprobando si los hechos encajan en la historia que has contado.
Fleur apretó los labios para no dejar escapar los improperios que amenazaban salir de su boca. Miró la hermosa cara de él y trató de controlarse con todas sus fuerzas.
–Te estoy diciendo la verdad.
–Siento ser tan duro contigo –dijo él, manteniendo la voz calmada.
–Lo doy por descontado.
Él sonrió, y ella sintió cómo le daba un vuelco el estómago y le faltaba el aliento.
–Entonces tú eres Fleur Lyttelton, de Nueva Zelanda. Tienes veintitrés años… y, según veo por tu fecha de cumpleaños, eres Leo.
Quizá la sonrisa de él tuviese un gran efecto sobre ella, pero fue su voz lo que la impresionó. Tuvo que tragar con fuerza antes de dirigirse a él.
–No sabía que a los hombres les interesaban los signos del zodiaco.
–Tengo dos hermanas –dijo él, esbozando una mueca y volviendo a ser muy formal–. He guardado tu pasaporte y tus billetes de avión en mi caja fuerte, donde estarán completamente seguros. Siento que lo hayas pasado tan mal. Fala’isi normalmente es un lugar seguro pero, como en cualquier parte, tenemos un pequeño porcentaje de personas en las que no se puede confiar. La policía me ha dicho que creen que quien te robó la maleta fue otro turista, probablemente alguien que se quedó sin dinero –entonces, sin cambiar el tono de voz, le preguntó algo–. ¿Puedes sentarte sin ayuda?
–¿Qué? –preguntó ella, mirándolo.
–Está claro que todavía tienes sed –dijo él, ayudándola a acomodarse en las almohadas.
Fleur se quedó muy impresionada y no podía pensar con claridad. Sintió cómo la habitación daba vueltas. De cerca, aquel hombre era agobiante y sentir cómo la tocaba le hacía tener extrañas sensaciones… se le revolucionó el corazón.
–Está bien. Parpadea un par de veces y entonces abre los ojos despacio –dijo Luke.
El tono uniforme de la voz de él le dio confianza a Fleur.
–Bebe de esto –ordenó él, acercándole un vaso–. En poco tiempo te traerán el desayuno y, después de que te lo tomes, la enfermera te ayudará a ducharte.
–No… espera. No me puedo quedar aquí –dijo ella.
Luke frunció el ceño.
–No estás en condiciones de cuidar de ti misma. La deshidratación puede llegar a ser mortal si no se monitoriza, y tú todavía no estás fuera de peligro, así que encontrar otro lugar donde quedarte no es una opción ahora mismo. Como tampoco lo es dormir en la playa.
Enfadada aunque indefensa, Fleur lo miró a los ojos. La implacable determinación que vio reflejada en ellos le hizo sentirse sin fuerza.
–No puedes querer que me quede aquí.
–No seas tonta. Créeme; causarás muchos menos problemas si te quedas aquí y dejas que te cuiden. Tenemos a muchos niños tan enfermos, que necesitan estar con oxígeno en el hospital. El personal sanitario no puede hacerse cargo de más pacientes a no ser que sea una urgencia.
–Yo… gracias –dijo ella, acercándose el vaso a los labios y utilizándolo como un patético escudo para reforzar sus temblorosas defensas.
–No tienes por qué darme las gracias.
Fleur se mordió el labio inferior al salir él de la habitación. Se quedó muy alterada y sintió cómo las emociones se apoderaban de ella.
CUANDO la enfermera apareció con cereales y fruta tropical fue un alivio.
Le puso la bandeja a Fleur en las rodillas y se dirigió a ella alegremente.
–El médico ha dicho que te lo comas todo. ¿Por qué no pediste comida si no podías comprarla? Ningún isleño hubiese permitido que pasaras hambre y hay mucha comida para todos.
–La mayor parte del tiempo he tenido suficiente que comer –dijo Fleur a la defensiva.
–Pues no lo parece. Lo que me gustaría saber es cómo lograste esconder ante todo el mundo el hecho de que estabas durmiendo en la playa –quiso saber la enfermera con genuino interés–. Los isleños normalmente saben lo que ocurre en sus propios vecindarios.
–Encontré una diminuta bahía en la que sólo había dos casas… y ambas parecían casas de vacaciones que estaban vacías en ese momento. Dormí bajo un gran árbol, así que aunque hubiera habido alguien en la playa por la noche no me hubiesen visto –dijo Fleur, que cambió de tema de conversación–. Esto tiene un aspecto estupendo, gracias.
–¿Quieres café o té?
–Té, por favor –contestó Fleur, a quien se le revolvió el estómago con sólo pensar en café–. ¿Dónde estoy?
Al ver el asombro que reflejaba la cara de la enfermera, explicó por qué había preguntado aquello.
–He visto fotografías de la casa Chapman… una encantadora casa antigua. Y esto parece mucho más moderno.
–Oh, estás pensando en la casa de los padres de Luke, la antigua mansión.
El darse cuenta de que estaba en casa de Luke le produjo una extraña sensación de pánico, mezclada con una sensación todavía más rara de excitación.
Chattily, la enfermera, prosiguió hablando.
–Luke construyó esta casa hace un par de años cuando regresó del extranjero y decidió que necesitaba tener su propio espacio. Esperábamos que fuera a casarse pero parece que, por ahora, eso no va a ocurrir.
Pero entonces la enfermera quizá se dio cuenta de que aquello se estaba acercando demasiado a cotillear y sonrió, reiterando lo que ya le había dicho a Fleur con anterioridad.
–¡Cómetelo todo! Después te podrás duchar. Te he traído un albornoz… necesitas poder ponerte algo más bonito que la camiseta de Luke.
Recordar que estaba vestida con la camiseta de su anfitrión provocó que Fleur se ruborizara.
–¿De dónde has sacado el albornoz? –quiso saber.
–El ama de llaves de Luke me dio el dinero para que lo comprara, así que supongo que lo ha pagado él.
Fleur pensó que debía devolverle el dinero, sin importar cuánto tardara en hacerlo. Cuando le dio las gracias a él, Luke actuó como si aquello fuese completamente normal.
–No te preocupes por eso ahora. ¡Concéntrate en comer, en beber y en dormir!
Los días que siguieron fueron más o menos parecidos a aquel primer día, salvo por el hecho de que cada vez podía estar más tiempo levantada.
Luke entraba en la habitación dos veces al día, haciendo que ella sintiera una energía vital que nunca antes había sentido. Cuando él entraba por la puerta, ella se sentía viva y con cada uno de sus sentidos en alerta.
Aparte de esos momentos, ella pasaba casi todo el tiempo leyendo. Él tenía una muy buena librería y, una vez le hubo preguntado qué le gustaba, elegía un libro para ella cada día. Fleur también veía videos y la televisión local. Y miraba con nostalgia el maravilloso jardín que podía ver desde la ventana.
También descubrió que se tambaleaba mucho cuando se ponía de pie, por lo que no consideró la idea de salir. Pero los días eran largos y se indignaba a sí misma por pensar demasiado en Luke. Le impresionó el entusiasmo con que esperaba su visita mañana y noche.
El día que le estuvo permitido levantarse, la enfermera apareció con unos pareos.
–Espero que te gusten –dijo–. En Fiji les llaman lavalavas. Los ha mandado mi hija para ti.
–Son preciosos –dijo Fleur–. Pero no me puedo poner la ropa de tu hija.
–No es ropa, son sólo un trozo de tela. Ella tiene docenas. Mira, todo lo que tienes que hacer es ponértelo alrededor del cuerpo y atártelo.
Sintiéndose desagradecida y descortés, tras un embarazoso segundo Fleur obedeció. La enfermera la ayudó.
–¿No se deshará el nudo? –preguntó Fleur.
–No, a no ser que lo trates con aspereza –dijo la enfermera alegremente–. Las chicas de por aquí siempre los llevan, incluso nadan con ellos. Ahora mira mientras te enseño otra vez cómo atarlo.
Una vez estuvo convencida de que Fleur sabía cómo hacerlo, la enfermera prosiguió hablando.
–También te he traído algo de ropa interior… Luke me pidió que te comprara lo que necesitaras.
–Gracias –ofreció Fleur, sintiendo cómo su orgullo recibía otro golpe.
Bajo la supervisión de la enfermera se duchó y se puso un pareo.
–Ve y mira qué aspecto tienes… –dijo la mujer– mientras yo te preparo una taza de té.
Fleur se examinó en el espejo con recelo. El pareo era muy fresco, aunque no tenía escote y llegaba hasta las rodillas.
Se preguntó qué opinión le causaría a Luke Chapman.
Pero se dijo a sí misma que probablemente él no se daría cuenta de que ella llevaba algo diferente, y de lo que desde luego que no se daría cuenta era de que no llevaba sujetador…
–Bien, ya no me necesitas más –le dijo la doctora la tarde siguiente–. Estás completamente recuperada de la deshidratación que has sufrido, pero no estoy muy contenta sobre tu estado de salud en general –dijo, haciendo una pausa como queriendo que Fleur le confiara algo.
–Mi madre murió hace poco tiempo… yo la estuve cuidando hasta que se marchó. Estoy bien. Gracias por todo lo que has hecho por mí.
–Simplemente estoy haciendo mi trabajo –dijo la doctora King–. ¿Durante cuánto tiempo estuvo enferma tu madre?
–Durante cinco años.
–¿Cuidaste de ella durante todo ese tiempo? –preguntó la doctora.
–Al final estuvo bastante tiempo en una residencia –dijo Fleur, manteniendo su tono de voz frío.
–Ya veo. Bueno, cuando te vayas a casa, ve a ver a tu propio médico. Has estado sometida a mucho estrés y este último problema en la isla no ha ayudado. Habla con él y entérate de lo que puede hacer por ti.
–Estoy bien –dijo Fleur automáticamente, preguntándose qué podría recetar nadie contra la profunda pena que ella sentía.
–La deshidratación y la insolación tuvieron que ver con tu desmayo, pero no fue sólo eso. Cuidar a alguien que quieres es agotador, pero no sólo en el aspecto físico. Creo que no debes irte a casa hasta que no estés completamente recuperada.
–¿Cuándo será eso?
–Por lo menos hasta dentro de una semana –contestó la doctora, sonriendo.
–Dos días –dijo Fleur–. Tengo un billete de avión que no es reembolsable y tiene que utilizarse en esa fecha.
–Ya veo –dijo la doctora, frunciendo el ceño–. Mientras estés aquí, permanece en la sombra y utiliza crema solar. El sol del trópico es muy duro con la piel. Y bebe cada media hora por lo menos.
Fleur podía hacer eso pero, como ya estaba bien, se preguntó dónde se quedaría los dos días siguientes hasta que se fuera a casa.
Aquella misma noche le contó a Luke lo que le había dicho la doctora.
–Ahora te estás preocupando por ello –dijo él, sonriendo.
A pesar de todo, Fleur sintió cómo se rendía ante aquella sonrisa. Sintió cómo un cálido cosquilleo se apoderó de sus pechos y, ante su asombro, sintió cómo los pezones se le endurecían. Esperó que él no se hubiese dado cuenta…
–Muchas gracias por tu amabilidad. Si alguien me pudiera llevar al pueblo…
–No seas tonta. Pronto anochecerá –dijo Luke, levantándose–. Trata de dormir mucho. Mañana vas a poder salir fuera.
–Tengo tantas ganas –dijo ella, olvidándose de sus preocupaciones por su futuro inmediato.
Él no fue a verla a la mañana siguiente. Asustada por cuánto le había dolido, se puso unos pantalones blancos y una camiseta amplia, echándose crema solar por todas las partes de su piel que quedaban expuestas al sol. Aceptó ponerse un gorro para darle sombra a su cara.
Cuando preguntó de quién eran aquellas ropas, le dijeron que eran nuevas.
–Las ha comprado Luke –dijo la enfermera.
A Fleur le irritaba ser una causa benéfica, pero alivió su disgusto diciéndose a sí misma que le devolvería el dinero a Luke como fuera, sin importar cuánto tardara en hacerlo.
Pero estaba muy contenta de poder salir y se sentó en el pequeño patio de su habitación a leer el periódico.
Hasta entonces no había visto el jardín más que desde dentro de la casa. Aquel jardín tropical tenía mucho colorido, pero lo que más le llamó la atención fueron las infinitas formas en las que estaban cortados los arbustos. Todo estaba en perfecto orden.
El jardín se parecía a su dueño, y se preguntó si había algo que perturbara a Luke.
Quizá hacer el amor. Una extraña mezcla de sensaciones… calor y hambre… comenzaron a apoderarse de ella.
Avergonzada, se forzó a concentrarse en los alrededores. Cada detalle de aquel lugar, las plantas, los muebles del porche, incluso la bandeja que había en la mesa, era como una muestra de los artículos que aparecían en las revistas que hacían reportajes de los ricos.
Se dijo a sí misma que debía disfrutar de aquello. En el periódico había un artículo sobre una conferencia que había presidido Luke… sobre algo relacionado con la pesca. Sintiéndose culpable analizó una fotografía de él en la que parecía muy severo, poderoso y extremadamente guapo.
–Sin duda pertenece a la alta sociedad –dijo en alto, dando la vuelta a la página.
Trató de leer un artículo sobre lo agitado que estaba el mercado, pero casi inmediatamente se dio por vencida y apartó el periódico.
Se echó para atrás en aquel sillón de jardín tan cómodo y cerró los ojos. Aunque todavía se sentía levemente débil, era estupendo estar afuera.
Pero no dejaba de pensar en lo que iría a hacer hasta que se marchara de Fala’isi. Durante la noche había sido capaz de ignorar el problema, pero tenía que afrontarlo. No tenía dinero, ni ropa, ni ningún lugar donde vivir. Y no se podía quedar allí.
–Oh, mamá –susurró, tratando de controlar las extenuantes lágrimas que amenazaron a sus ojos.
Pero se dijo a sí misma que no se iba a desmoronar; le debía a su madre rescatar lo que pudiera de la situación.
Abrió los ojos y dejó que la paz la embargara. Observó unas rosas que había en una parte del jardín, iguales a unas que su madre solía cortar y poner sobre la mesa para disfrutar de su belleza temporal.
Sintió un nudo en la garganta. Para distraerse, se levantó y se dirigió hacia las flores. Entonces oyó unas voces en la distancia que captaron su atención. Vio a dos hombres andando por el porche que rodeaba a la casa. Le dio un vuelco el corazón al reconocer a Luke. Apenas se percató del otro hombre, pero sintió el impacto de la mirada de Luke sobre ella y por alguna estúpida razón sintió que debía haberse quedado en el pequeño patio privado de su habitación.
Dudó qué hacer, pero sabía que, si se daba la vuelta, resultaría sospechoso. Entonces se acercó a las flores. Eran preciosas, pero no tardó mucho en regresar al sillón para sentarse.
Hacerlo apresuradamente fue un error… error que no volvería a cometer. Sintió cómo le daba vueltas la cabeza y cómo le flaqueaban las piernas.
–¿Estás bien? –preguntó Luke tras ella.
Fleur sintió cómo se le aceleraba el corazón.
–Estoy bien –dijo débilmente.
Luke se puso delante de ella.
–Estás muy pálida –dijo con brusquedad–. ¿No te dijo la doctora que te tomaras las cosas con calma?
–¿Nunca dejas de preguntar cosas? –dijo Fleur, reprimiendo un gesto de irritación.
–Una vez tengo las respuestas, sí –dijo él, sentándose en la silla que había frente a ella–. Te vi andando por el jardín hacia las flores, ¿estaba demasiado lejos?
–Quizá anduviese demasiado rápido –dijo Fleur, que sabía que su tono de voz parecía defensivo y trató de matizarlo esbozando una sonrisa–. Me siento como un pelele.
–La deshidratación no es algo que haya que tomarse a la ligera –dijo él inflexiblemente–. Y en el trópico es demasiado fácil olvidarse de beber suficiente.
Fleur se mordió el labio inferior.
–Ahora lo estoy compensando. Al parecer tengo que beber cada media hora.
–Asegúrate de que lo haces y, si tienes que moverte… ¡tómate las cosas con calma!
El tono de voz de él la irritó, pero logró contener su reacción automática. Él tenía razón, así como también la tenía la enfermera, y ella estaba en deuda con ambos. Y con la doctora.
–Sí, señor –dijo, observando sin poder evitarlo cómo él esbozaba una sonrisa. Le dio un vuelco el corazón–. Lo gracioso es que me sentía bastante bien hasta pocos minutos antes de… bueno, de desmayarme delante de tu coche.
–No fue algo tan fácil de tratar como un simple desmayo. Te quedaste sin conocimiento durante largo rato –dijo él crudamente.
–Sí, bueno, ahora ya estoy mejor –aseguró Fleur–. Muchas gracias por todo lo que has hecho. Encontraré otro lugar donde quedarme…
–No seas tonta. He hecho algunas averiguaciones y la casita está alquilada durante un mes más todavía. No tienes dinero, y como la doctora King quiere que estés en algún lugar donde alguien te eche un ojo, le dije que te quedarías aquí hasta que regreses a Nueva Zelanda.
–¡No!
–No tienes por qué mirarme como si te hubiese hecho una proposición indecente –dijo Luke, arrastrando las palabras y con un divertido brillo reflejado en los ojos–. Es la mejor manera de manejar la situación.
–No podría abusar de ti –dijo ella rígidamente.
–No vas a volver a dormir a la playa –dijo él con una dura franqueza–. De hecho, durante un tiempo no vas a ir a ningún lugar. Por recomendación de la doctora he anulado tu billete de regreso.
Con los ojos echando chispas, Fleur se enderezó.
–Tú… ella… ¡no tenéis ningún derecho a hacer eso! –farfulló.
–La doctora King dijo que no era sólo que sufrieras una deshidratación, sino que también estás agotada y débil, muy cerca de, según sospecha ella, desmoronarte. No quiere que viajes por lo menos en una semana, aunque sería mejor si no lo hicieras en quince días.
–¡Quince días!
–¿Tienes un hogar al que regresar en Nueva Zelanda?
Fleur se quedó mirándolo.
–Tengo una habitación en una pensión –dijo, recordando su pequeña y calurosa habitación.
–¿Y qué tenías planeado hacer cuando regresaras a Nueva Zelanda?
Ella había planeado aceptar un trabajo temporal en un supermercado y tratar entonces de encontrar alguna dirección a su vida.
–A la doctora King no le agrada la idea de que regreses a casa a no ser que tengas alguien que te ayude. ¿Hay alguien esperándote?
Fleur no iba a mentir, así que esbozó una mueca y se quedó mirándolo en silencio.
–¿No tienes amigos que se aseguren de que estás bien?
No tenía ningún amigo cercano, pero tampoco le iba a admitir eso.
–Está claro que no te puedo retener aquí si no quieres quedarte, así que organizaré que te preparen una habitación privada en el hospital hasta que la doctora diga que puedes viajar. Podrás regresar a tu casa en el avión privado de mi familia…
–No, no seas tonto –espetó ella–. No quiero una habitación en el hospital… no cuando se necesitan para gente que está enferma. ¡Nunca se me ocurrió que pudieras tener un avión privado!
–Simplemente estoy señalándote las opciones que tienes.
–¿No hay otro lugar donde me pueda quedar?
–En tu estado actual, no. Mira, no estarás aprovechándote de mí para nada… como seguramente habrás intuido, es mi personal el que hace todo el trabajo por aquí. Si te quedas aquí, tanto la doctora como yo nos quedaremos tranquilos asegurándonos de que estés bien y de que comes y bebes como es debido.
Parecía que Luke tenía razón.
–No sé…
–Y cuando te encuentres bien del todo, te prestaré el suficiente dinero para que termines tus vacaciones…
–No –interrumpió ella–. Yo no me puedo permitir devolverte el dinero.
–¿Quieres hablarme sobre ello? –preguntó él, mirándola detenidamente.
–No –dijo ella con más calma. No veía otra salida más que aceptar la oferta de él–. Ahora que has cancelado mi vuelo no me queda otra alternativa que aceptar tu oferta. Trataré de no molestarte y si hay algo que pueda hacer para pagarte, lo haré.
Aquello le sonó falso hasta a ella, que se preguntó qué podría hacer para pagarle.
Luke no contestó, y el silencio se alargó más de lo normal. Asustada, Fleur lo miró. Él la estaba mirando penetrantemente con sus ojos grises.
Entonces ella se dio cuenta de lo que había dicho y, ruborizada, se preguntó a sí misma si él no estaría pensando que…
–No quise decir… no estoy ofreciendo…
–¿Que no te estás ofreciendo a ti misma?
Fleur se ruborizó aún más.
–Sí. Quiero decir que no, que no lo estoy haciendo…
–Lo siento –dijo Luke sin poder evitar reírse–. Estaba de broma… –entonces miró hacia el jardín–. Ah, ahí está Susi con la comida. Sugiero que comamos y bebamos, y creo que después tú deberías volver adentro. La doctora King dejó muy claro que no debías hacer mucho ejercicio y que debías exponerte al sol lo menos posible.
Susi era una mujer alta y de aspecto agradable que miró detenidamente a Fleur cuando Luke se la presentó. El ama de llaves sonrió abiertamente y le tendió la mano.
–En Fala’isi presentamos a los miembros de nuestro personal –explicó Luke una vez Susi se hubo marchado–. Aquí todo el mundo es pariente entre sí y normalmente te pueden decir con exactitud qué grado de relación tienen.
–Eso debe de ser encantador –dijo ella en voz baja.
–Parece que tú no tuvieras mucha familia cercana.
–Tengo un padre en Australia –admitió ella, que no parecía cómoda con aquella conversación–. Y me han dicho que tengo un medio hermano. Nadie más.
Él esbozó una irónica sonrisa.
–El problema con los parientes es que tienen un interés personal en todos los aspectos de tu vida y una opinión sobre todo lo que haces.
–Supongo que todo tiene sus inconvenientes, pero ése parece muy pequeño comparado con las ventajas de tener parientes. ¿Cómo llegaron todos a ser parientes?
Luke le contó la historia del antepasado que llegó a Fala’isi y que descubrió que la isla estaba casi despoblada debido a las enfermedades introducidas por los europeos. La descripción que hizo él de cómo aquel primer salvaje marinero se vio forzado a casarse con la única hija superviviente de la familia más importante de la isla le fascinó. La historia, en parte brutal y en parte llena de compasión y amabilidad, fue muy cautivadora.
–En pocos minutos tengo que salir, pero antes de cenar nos tomaremos algo juntos –dijo él, levantándose.
Fleur se dio cuenta una vez más de lo alto que era y de su naturaleza dominante. Respiró profundamente y se levantó a su vez, pero cuando dio un primer paso tropezó con la pata de la silla.
Luke se apresuró a agarrarla, sujetándola por el brazo. La cercanía de él provocó que ella sintiera cómo se revolvía por dentro. Deseó apoyarse en él, absorber algo de aquella fortaleza, dejarle…
Campanas de alerta sonaron en su cabeza. Trató de apartarse de él, pero gimió consternada al ver que sus piernas se negaban a obedecer.
–Creo que la mejor manera de hacer esto es si te llevo en brazos –dijo Luke sensatamente.
Ignorando la objeción de ella, la tomó en brazos como si fuese una niña y la llevó a su habitación.
Fleur quería ordenarle que la bajara al suelo, pero sentía que le pesaban demasiado los huesos y sintió cómo el cansancio se apoderaba de ella. Por primera vez desde que su padre las había abandonado a su madre y a ella, sintió una sensación de seguridad. Quizá no aprobara lo duro que era Luke Chapman, pero se sentía completamente segura en sus brazos. Su confusa mente lo aceptaba como si hubiese estado esperando por él durante años.
–Estoy bien –espetó.
Pero Luke no la dejó en el suelo hasta que no llegaron a la habitación.
–Descansa unas horas –ordenó él–. Y en el caso de que te apetezca hacer algo estúpido, como por ejemplo tratar de escaparte, debes saber que el personal de servicio sabe que te estás quedando aquí. No llegarías muy lejos.
Con incredulidad, Fleur levantó la cabeza de las almohadas para mirarlo.
–Espero que no estés insinuando que soy una prisionera.
–No estoy insinuando nada, simplemente te estoy diciendo que el personal de la casa sabe que no estás en condiciones de salir, así que no te lo permitirán. Sólo un Leo diría que eso supone que le hayan hecho prisionero.
–Apuesto lo que sea a que tú eres Escorpio –dijo ella, irritada.
–¿Eres astróloga? –preguntó él con cinismo.
–No, pero reconozco a un Escorpio en cuanto lo veo. Todos tenéis esa arrogancia innata.
A Luke le sorprendió la admiración que sintió por aquella mujer. Según la información que le había dado Valo, ella se había quedado sin dinero tras la larga enfermedad de su madre y no tenía ningún proyecto de futuro, pero aun así estaba llena de fuerza.
–¿Están tus padres aquí? –preguntó ella.
Luke notó el tono sensual de la voz de Fleur y pensó en sábanas frescas en una calurosa noche veraniega…
–No –contestó, irritado ante la reacción de una íntima parte de su cuerpo–. Están de vacaciones en el Caribe. Si hubieran estado aquí, tú te hubieras quedado con ellos.
Fleur sintió como si le hubiese dejado claro lo que era para él: un incordio.
UNA VEZ se hubo marchado Luke, Fleur estuvo segura de que el remolino de emociones que sentía dentro de ella le iba a impedir descansar, pero al tumbarse en aquella cómoda cama el sueño se apoderó de ella rápidamente.
Se despertó oyendo el zureo de las palomas. Los aromas del trópico, dulces y mezclados con olor a vainilla, le hicieron suspirar y sonreír. Había dormido estupendamente.
Bostezando, se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Allí se duchó y, mientras lo hacía, se preguntó qué se iría a poner si se tenía que quedar allí durante una semana.
Entonces alguien llamó a la puerta. Pero desde luego que no era Luke Chapman, era Susi.
–Señorita, Luke desearía reunirse con usted en media hora en el porche del jardín.
Cuando el ama de llaves se marchó, Fleur pensó que aquello había sido una orden.
Se preguntó por qué un calor sensual le estaba recorriendo las venas como si fuese una droga.
Al mirarse en el espejo tras ponerse un pareo color beis pensó que, por lo menos, aquel color le quedaba bien ya que combinaba a la perfección con su brillante pelo y su pálida piel.
Entonces apareció Luke en la puerta.
–Si te doy el brazo… ¿crees que podrás llegar al porche? –preguntó él.
–Desde luego –contestó Fleur, sintiendo cómo le daba un vuelco el corazón y mirando el magnífico retrato que había al final del pasillo.
Era de una mujer de más o menos treinta años.
–Mi bisabuela –dijo él al percatarse de lo que miraba ella–. Era francesa.
–Parece que era una mujer fascinante.
–Lo era –dijo él en un tono cariñosamente nostálgico.
Cuando, una vez en el porche, él le dirigió una sonrisa tras haberla ayudado a sentarse en una silla, ella sintió cómo el calor se apoderaba de su cuerpo. Luke era la clase de hombre con el que soñaban todas las mujeres; era extremadamente guapo y tenía un cuerpo musculoso que dejaría sin aliento a cualquiera.
–Tienes mucho mejor aspecto –dijo él.
–Antes debía de tenerlo muy malo –dijo Fleur con el desafío reflejado en los ojos.
–El cansancio extremo tiene ese efecto en las personas –concedió él.
–¿Podría tomar un zumo de fruta?
–Tenemos mucho zumo de fruta –dijo él, sirviéndole de éste en un vaso.
Fleur se lo bebió, agradecida.
–Está delicioso –dijo, sonriendo–. Perfecto.
–Me alegra que te guste… es la receta secreta de Susi. Lleva piña, desde luego, papaya y mango, así como algunas especias que se niega a revelar.
–¿Quizá vainilla?
Luke se quedó mirándola burlonamente.
–Toda la casa tiene esa fragancia –dijo ella.
–Toda la isla –corrigió él–. La cultivamos para exportarla. Es una orquídea y tenemos suerte de tener las condiciones adecuadas para cultivarla.
Fleur observó cómo una paloma se posó sobre el césped del jardín.
–Esto es tan bonito –dijo en voz baja mientras miraba cómo el sol se ponía en el horizonte.
Al comenzar a oscurecer, Luke se levantó y encendió las velas que había en la mesa. Éstas dieron una tenue luz que iluminó la cara de él.